Al que no es perro, sino patriota…

Primera Parte

Rodrigo Fernández Ordóñez

Al licenciado Carlos Alfonso Álvarez-Lobos, respetado maestro.

 

Miguel Ángel Asturias, esa inagotable fuente de orgullo para los guatemaltecos, en su insuperable novela Viernes de dolores, a la que ya nos hemos referido ampliamente en textos anteriores, apuntaba reconstruyendo la Huelga de Dolores de 1928: “Otro cartelón. Lo traían un grupo de estudiantes disfrazados de perros. Aullaban… aullaban… AQUÍ, AL QUE NO ES PERRO, SINO PATRIOTA, SOLO LE QUEDA ENCIERRO, DESTIERRO O ENTIERRO. Aullaban… aullaban… aullaban…” Alguien llamó, (no logro recordar en donde lo leí), a esta frase, “la inefable ley de la política centroamericana”, y como si quisiera validar ambas afirmaciones, me encontré, durante mis lecturas de fin de año, con las memorias del Doctor Pedro Molina Flores, quien sufriera como castigo el destierro. Fueron publicadas en dos entregas en la Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, en sus números 5-6 y 8, correspondientes a los años 1973 y 1983. En la presente reseña, hemos respetado, al igual que en la revista en donde se publicó la totalidad del texto originalmente, la ortografía original.

 

Doctor Pedro Molina Flores, opositor del gobierno del general Manuel Lisandro Barillas, fue desterrado a la Isla de Flores, Petén en 1888. Desde allí escribió varias cartas, en donde relata a su madre su experiencia. Luego seguiría su exilio en Belice. (Fotografía publicada en la Revista citada).

Doctor Pedro Molina Flores, opositor del gobierno del general Manuel Lisandro Barillas, fue desterrado a la Isla de Flores, Petén en 1888. Desde allí escribió varias cartas, en donde relata a su madre su experiencia. Luego seguiría su exilio en Belice. (Fotografía publicada en la Revista citada).

 

-I-

Isla de Flores

 

Corre el año de 1888 y el “Señor Presidente”, dueño y señor de los destinos de los guatemaltecos mientras dure su período, ha dispuesto el “destierro” de tres importantes opositores políticos a la remota isla. El doctor Pedro Molina Flores según se apunta en la citada revista, relató su dolorosa experiencia a su madre en cartas enviadas desde su peculiar destino, la Isla de Flores, que flota plácidamente sobre las aguas del Lago Petén Itzá, en lo que vendría a ser la tropical Siberia del régimen liberal de Guatemala. Lugar remoto, con poquísimas y dificultosas comunicaciones, Petén se antojaba el mejor destino para deshacerse de enojosos contrincantes políticos. Así, al presidente de turno, general Manuel Lisandro Barillas Bercián, de quien nos ocuparemos al detalle en una próxima cápsula, optó por enviar a este destino a tres de sus opositores principales: el doctor Pedro Molina Flores[1], el capitán don Luis Valladares y Jonama y el señor Carlos Pomaroli y Vidaurre. Los deportados llegaron a su destino tras un duro viaje que duró 22 días.

Según relata Flores en sus recuerdos, las condiciones de su “extrañamiento”, son duras, pues ya en la isla: “…como a la una que el Jefe Político nos llamó a uno a uno a la Comandancia para advertirnos que quedábamos con la isla por cárcel i con la prohibición de atravesar el lago, no sin comunicar a todos los dueños de canoas i por circular a todas las autoridades de los pueblos i aldeas del departamento, las severas penas en que incurrirían las autoridades que nos prestasen el menor auxilio…”

Sus recuerdos inician con la descripción de la isla, en la que abunda en detalles propios de quien no tiene mucho que hacer. Asegura Flores: “…Tiene [la isla] 169,576 varas cuadradas, aproximadamente, 16 manzanas, i mide de norte a sur 436 varas i de oriente a poniente 364 según la reciente mensura practicada por nosotros mismos, ayudados de uno de los Rejidores, Don Francisco Zetina, el día de ayer, viernes 9 de noviembre de 1888. Se le calculan 1,300 habitantes i cuenta con 286 casas de guano o sea de palma, i 22 con techos de zinc…”

Como los recuerdos han sido escritos en cartas, el autor intenta reconstruir a sus familiares las condiciones en las que está viviendo tan duros momentos. Por eso, a veces se explaya en detalles que podrían parecer triviales, pero que para beneficio del lector a 127 años de distancia, describen esta pequeña población con una sensación de inmediatez, que nos permite imaginar sin mucho esfuerzo su vida cotidiana. Por ejemplo, al hablar de sus calles, que describe empedradas con “piedra de cal”, apunta “…i que muchos callejones, avenidas i calles tienen una pendiente tan precipitada como nuestra cuesta de la Barranquilla i como la situada al lado sur del cerro del Cármen ¡qué de percances no sucederá a cada rato!…”, cuestas que se tornan peligrosas ante la costumbre de calzado de los peteneros de aquél entonces, que acostumbraban a usar “macasinas blancas” los hombres, (calzado al que se aficionó su compañero en el exilio, el Capitán Valladares), y las mujeres “…sus feas chancletas con pie desnudo, pues solo los días de baile se ponen medias durante el tiempo que este dura…”

 

 

Edificio de la Comandancia Política (comienzos del siglo XX), construido por el Jefe Político Don Isidro Polanco. Flores lo describe así: “Al oriente de la Plaza de Armas con vista hacia el Poniente, queda el edificio nacional que se compone de cuatro piezas separadas por tabiques, con un fondo como de siete varas. Las puertas son tres con vista a la plaza i otra que da a la parte posterior frente al costado de la escuela de varones. La de en medio que se comunica con esta, la separa por un callejón como de tres varas de ancho las diferentes oficinas. Esta puerta tiene arriba la siguiente leyenda en forma de semicírculo el primer renglón i en grandes caracteres de imprenta: “Edificio Nacional”, “BARRIOS”, “Flores, Julio 19 de 1880”. (Fotografía publicada en la citada revista).

Edificio de la Comandancia Política (comienzos del siglo XX), construido por el Jefe Político Don Isidro Polanco. Flores lo describe así: “Al oriente de la Plaza de Armas con vista hacia el Poniente, queda el edificio nacional que se compone de cuatro piezas separadas por tabiques, con un fondo como de siete varas. Las puertas son tres con vista a la plaza i otra que da a la parte posterior frente al costado de la escuela de varones. La de en medio que se comunica con esta, la separa por un callejón como de tres varas de ancho las diferentes oficinas. Esta puerta tiene arriba la siguiente leyenda en forma de semicírculo el primer renglón i en grandes caracteres de imprenta: “Edificio Nacional”, “BARRIOS”, “Flores, Julio 19 de 1880”. (Fotografía publicada en la citada revista).

 

Los todavía hermosos callejones que desembocan en las aguas del lago, los describe en estos términos:

“Los callejones que dan a la playa situados entre casa i casa de las de la orilla son 22, i de estos, 12 no tienen nombre i los otros son, ‘El Peligro’, ‘El Silencio’, ‘Las Palmas’, ‘El Recreo’, ‘La Aurora’, ‘El Recuerdo’, ‘Las Flores’, ‘El Estrecho’, ‘El Encuentro’, i ‘El Paraíso’. Algunos de estos tienen hasta cuatro varas de ancho i otros apenas tres cuartas, i el nombre de varios de ellos recuerda ciertos incidentes novelescos que sería largo describir…”

 

Su residencia ha sido establecida en la Primera Avenida Sur de la isla y calle 15 de septiembre de 1821; apunta esta información con un claro dejo de ironía, aunque creo que a ningún lector de sus cartas se le habrá pasado por alto el guiño tragicómico de la situación. Para satisfacer nuestra curiosidad de cómo vivían los peteneros hace un siglo y cuarto, don Pedro describe su casa de residencia:

“… para nivelar el piso, han tenido que hacer grandes rellenos de una hasta dos varas de alto, i para subir a estas, se necesitan gradas con sus correspondientes barandas de calicanto al frente de las puertas o gradas situadas, en uno, o en los dos extremos de la casa, con un corredor con su correspondiente baranda de madera de todo el largo del frente de la casa. Este corredorsito, como de 4 a seis cuartas de ancho (como en la gran casa de los confinados) cubierto por una parte del techo, i este sostenido por delgados pilares, les da a las casas un alegre i bonito aspecto. La que nosotros habitamos tiene 15 varas de frente, dos grandes puertas i una ventana idem que dan al corredor de la calle, otra puerta grande que cae al pequeño patio, una cocina de regular tamaño i sus escusados hechos e mes anterior en virtud de un bando publicado por la Jefatura Política en que se prevenía el aseo de las playas (…) Nuestra casa tiene además un gran escaño de mezcla al pie de nuestro ancho corredor (6 cuartas) en donde los transeúntes i algunas vendedoras se sientan a descansar, a ver pasar a los paseadores, o se suben para espiar a los tabacundos, como nos dicen a los confinados…”[2]

 

Esta casa, según su propia descripción estaba a 20 varas del lago, pero por el relleno sobre el que se levantaba, dominaba a las calles del frente y desde la esquina, asomando al callejón se podían divisar sus aguas y el islote de Santa Bárbara, en donde se encontraba “el rastro de reses i cerdos, tan bonita, tan simpática” y bajando por la calle, hasta la orilla del lago, se podía divisar el cercano pueblo de San Benito, al que llama “precioso pueblo de negritos”. Pero la tranquilidad y la inacción, eran causa de negros pensamientos:

“…¡Cuántas i repetidas veces ante las bellezas naturales de este cielo, de este sol, de este lago i de este conjunto, de veras admirable, no hemos suspirado al ver que los de nuestras familias, nuestros amigos i demás personas que merecen nuestro cariño y respeto, no pudieran, por un instante siquiera, contemplar desde allá, lo que nosotros admiramos aquí, todo el día, i parte de la noche!”

 

Porque por muy hermoso sea el lugar al que los hayan enviado, el exilio es siempre duro por lo que tiene de separación, de incertidumbre, de monotonía. Y es que la isla era un lugar en donde no pasaba mucho. Apenas unas pocas trompadas los sábados por la noche entre los infaltables borrachines, “…i los domingos, que son los días en que hacen sus grandes papalinas contentándose con gritar y cantar por las calles, i cuando el ardiente anisado que toman, que parece plomo derretido, se les sube mucho a la cabeza, se refrescan bañándose en la laguna con todo i ropa…”

La comida también es un problema. En un lugar tan remoto como lo era la isla en el siglo XIX, fuera de cualquier ruta comercial, los recursos habrán sido limitadísimos. Escaseando principalmente los alimentos no producidos allí. En consecuencia la carne bovina no era un problema, es más, el Doctor Flores se queja de su predominancia en la dieta petenera, pero en cambio: “…El pan es insufrible; o dulce cargado de panela, o completamente desabrido, por mal nombre, llamado salado. El dulce, tiene la forma de un pan francés nuestro con doble de largo, por ancho, i con su hendidura en medio; el salado lo mismo, pero la hendidura en uno de los lados; el francés, del tamaño del de allá, pero mucho más alto i con cuatro divisiones que se cruzan por el centro (este es el único pasable ahora que lo han mejorado desde nuestra llegada aquí debido a nuestras indicaciones)…” Otros componentes de la dieta diaria de la ciudad, en el exilio petenero en cambio, eran escasos, como el azúcar o la leche, y el queso era llevado desde lugares tan lejanos como Cobán o Belice. Frutas, apenas naranja, banano y jocotes. Hasta las comidas tuvieron su efecto en el ánimo de los desterrados, agudizando el sentido de lejanía de nuestros pobres paisanos: “Las especies usadas como condimentos son, chiles verdes, amarillos i tintos de una clase mas picante que los siete caldos. Al principio nos ponían la comida tan cargada que no podríamos pasarla sin tragos de aire i agua, por lo cual dispusimos, que, aparte, se nos hiciera una salsita para el que quisiera enchichicastarse las tripas…”

Además del aburrimiento, la constante espera del correo para tener noticias nuevas de los seres queridos o de los avatares políticos, los mismos que los han expulsado tan lejos, está el calor, que hace a veces insoportable el exilio. Relata Flores: “…el calor exajerado de ese día 10, que parecía tenernos a cinco varas del infierno o entre el purgatorio del farol de las ánimas…”, le impiden cierto día continuar escribiendo, provocando el abrupto final de una de sus cartas, como justificará en otra posterior. Pero hasta el calor tiene su remedio, y la inventiva humana ha creado la hamaca:

“La hamaca como dije antes es el mueble sin el cual no se podrá vivir en Flores, pues solo meciéndose, crée uno, salvarse de la asfixia en ciertos ratos del día en que el calor dificulta toda ocupación física i mental, porque impide la libre circulación de la sangre. En casas donde son bastantes los que componen la familia, la sala donde duermen la mayor parte de ellos figura, ni mas ni menos, un árbol de nidos de chorchas como los que se encuentran en el camino; bolsones de una vara de largo, colgando de las ramas de árboles sin hojas…”

 

La calidad literaria de este último fragmento roza la hermosura, parece casi alegre, a pesar de la dura experiencia que los pobres “capitalinos” habrían estado pasando, lejos de su templado valle, lejos del calor moderado del hogar y la familia…

Para remediar el calor no sólo la hamaca y la brisa del lago eran útiles. También se podía recurrir a la cerveza, como bien sabe cualquier habitante de las tierras bajas, pero el problema era el precio, por la lejanía de la población de cualquier plaza de mercado. “La cerveza que se toma aquí es importada de Cobán i Belice. Es de buena clase, pero los dos reales que cuesta la botella en la colonia inglesa, se multiplican por cinco en Flores. El vino ¿de dónde vino? ss tan raro, que hai que hacer, dicha pregunta, i como quedó antes consignado, el Reverendo Padre Mensias, por esta causa, o porque es mas afecto al anisado, prefiere este para convertirlo durante el sacrificio de la misa en la preciosa sangre de Nuestro Señor Jesucristo…” No le faltaba chispa al Doctor Flores, y nadie podría decir que el padre Mensias era un hombre de pocos recursos…

La rutina del expatriado es monótona, a juzgar por el tono de las cartas de Flores, en las que agota detalles ínfimos y se pierde en largas descripciones, como la que hace (ahora invaluable) del interior de las casas de los peteneros. No se tienen negocios que gestionar, grandes problemas que solucionar, crisis familiares que agoten los nervios. Sólo la incertidumbre de la extensión del castigo impuesto. Así, sobre un día en particular escribe, y nos escribe a la monótona jornada del coronel en espera del correo de la novela de García Márquez:

“…Escribiendo esto estaba cuando Valladares i yo supimos que ya iban a dar las 11 del día, siendo las 10 la hora de presentarnos a la Mayoría de plaza. Pasamos allá, i en seguidas, mientras el sol se ponía sobre el meridiano, o Flores debajo del Sol, que es la hora solemne de almorzar, nos ocurrió ir a saludar un momento al generoso i buen amigo Dn. Federico Arthes. A sus instancias tomamos, primero, un cognaquito con aceitunas españolas, después, un agenjo con agua, i a continuación un magnífico almuerzo acompañado de vino tinto, San Julien, quezo Chester, nueces españolas, dátiles de África de Berbería (de donde son nuestros mandatarios a juzgar por los hechos) avellanas, i por último, un Chartreuse, después, de una taza de aromático café de Flores, superior al de Moca, i… punto final,… desde una hamaca, vimos atravesar ante nuestros ojos todas las casas de la isla, esperando que pasara la nuestra; pero como no llegó el caso, nos entregamos en brazos de morfeo, pasando de los de Baco, para venir a despertar cerca de las cinco de la tarde…”

 

Plaza Central de Flores (comienzos del siglo XX). Descrita por Flores: “La Plaza de Armas (o sea de los cocos) situada como a 15 o 20 varas sobre el nivel de la laguna, es un cuadrilongo irregular con un kiosko arratonado en el centro donde antes tocaba la que aquí se llama ‘Banda Militar’…”

Plaza Central de Flores (comienzos del siglo XX). Descrita por Flores: “La Plaza de Armas (o sea de los cocos) situada como a 15 o 20 varas sobre el nivel de la laguna, es un cuadrilongo irregular con un kiosko arratonado en el centro donde antes tocaba la que aquí se llama ‘Banda Militar’…”

 

Debido a la distancia y al aislamiento de estas poblaciones, más cerca de México y Belice que de la propia capital guatemalteca, como lo estuvo hasta hace muy pocos años, la vida era limitada. Esto aflora claramente en una misiva en donde describe los amueblados de las casas, que a la distancia se nos antojan pobrísimas. Flores no pierde oportunidad para criticar ácidamente al gobierno que lo ha castigado con la deportación.

“El ajuar de una casa es igual al de todas. Nunca la ‘Democracia’ ha sentado en otro lugar sus reales como aquí. La igualdad en casas, muebles, vestidos (…) Las mesas mal cortadas, con muchos travesaños, con clavos de gran cabeza de los que en Guatemala hace años no se usan, son de madera de caoba o de cedro i de forma siempre cuadrada. Las sillas toscas, -cuadrados los pies, los atravesaños i los largueros del respaldo, tienen los asientos forrados de cuero crudo o de vaqueta o zuela i son de la misma madera, así como las butacas i la esquinera donde se pone el agua la gran tinaja indispensable de agua media fresca para calmar las exigencias de la sed. En muchas salas, i siempre en uno de los rincones, hai esquineras de calicanto donde se acondiciona esta bebida, que, por mas que sobre en el lago, algunas veces, a media noche, nos ha hecho falta para remojarnos el gasnate…”

[1] Apunta quien escribió la introducción a las interesantes memorias del Doctor Flores: “…Por un azar del destino, la isla de Flores, donde se asienta la ciudad de su nombre, debe su denominación a la memoria del abuelo materno del Doctor Molina Flores: don Cirilo Flores y Estrada, Vicejefe del Estado de Guatemala durante los turbulentos días de la Federación, fallecido trágicamente en el año de 1826 en Quetzaltenango…”

[2] Sobre el apodo “tabacundo”, explica el propio Doctor Flores: “…tabacundo se usa entre los prudentes peteneros como sinónimo de audaz, bravo, valiente, Júpiter Tonante, etc…”


¡Muerte al hereje!: el linchamiento de Cirilo Flores Estrada

Rodrigo Fernández Ordóñez

Revisando los terribles hechos del asesinato del entonces Jefe del Estado de Guatemala, doctor Cirilo Flores Estrada, en Quetzaltenango el 13 de octubre de 1826, solo he encontrado un evento paralelo: el linchamiento del líder liberal Eloy Alfaro en Guayaquil, el 25 de enero de 1912 y que relatamos oportunamente cuando hablamos de las aventuras y muerte, del general ecuatoriano Plutarco Bowen en Guatemala. En esta ocasión rescatamos un relato de primera mano, del político quezalteco José María Marcelo Molina y Mata, quien fue testigo presencial de los terribles acontecimientos que desembocaron en la muerte del doctor Flores. Se ha respetado, en lo posible, la ortografía de la época, modificando el texto únicamente en aquellos casos en que por estilo de la época se utilizaban abreviaturas, y con el único fin de facilitar la lectura.

 

Busto erigido en honor al doctor Cirilo Flores en el Parque Central de la ciudad de Quetzaltenango. (Foto de Harry Díaz, publicada en Flikr).

Busto erigido en honor al doctor Cirilo Flores en el Parque Central de la ciudad de Quetzaltenango. (Foto de Harry Díaz, publicada en Flikr).

 

-I-

El contexto histórico

 

La Constitución proclamada en 1824, luego de los vendavales políticos de la independencia y la frustrada anexión a México, creaba una república de tipo federal, dentro de la cual cada provincia que había sido parte del Reino de Guatemala pasaba a denominarse Estado, y se constituía un poder ejecutivo a la cabeza de cada uno de ellos, aparte del presidente de la Federación, claro está. En el caso del Estado de Guatemala, sede también del gobierno federal, se asignó como capital del Estado la somnolienta ciudad de Antigua Guatemala, y la Nueva Guatemala de la Asunción fue designada como capital del poder federal. Así, tras las elecciones convocadas ese año, resultaron electos como autoridades máximas del poder ejecutivo estatal para un período de cuatro años, Juan Barrundia, ardiente liberal, como jefe del Estado y don Cirilo Flores[1], hijo del distinguido protomédico Francisco Flores, (quien murió en Madrid como médico de cámara honorario del rey)[2], como vice jefe del Estado, quienes tomaron posesión de sus cargos el 12 de octubre de ese mismo año[3]. Como presidente de la federación, tras un proceso electoral para nada satisfactorio, resultó electo en 1825, el candidato de los liberales, Manuel José Arce quien, desde el momento de tomar posesión el 29 de abril de ese año, tuvo que hacer malabares para gobernar a la naciente república federal, intentando equilibrar las fuerzas de los conservadores y liberales que se polarizaban cada vez más.

 

Por razones puramente históricas, económicas y culturales, como las califica el historiador Ramiro Ordóñez Jonama, el señor Barrundia decide retornar la capital del Estado a donde le correspondía, en la ciudad de la Nueva Guatemala de la Asunción, provocando una situación difícil, que venía a agravar la delicada posición que ocupaba el presidente Arce, pues “…en una casa no caben dos señoras, y esto era lo que se veía venir con dos minigobiernos instalados a pocas calles uno del otro; cada uno con sus soldaditos, sus bandas, sus apremiantes necesidades, sus pretensiones y sus conflictos protocolarios…”.[4] La tensión llegó al máximo cuando se desató la crisis política que resultó en la destitución y prisión de Barrundia, lo que llevó a que tanto el Congreso como el Senado federales se declararan disueltos al no aprobar las acciones del presidente federal, quien asumió poderes dictatoriales y llamó a nuevas elecciones legislativas, convocando a un Congreso extraordinario que se habría de reunir en la Villa de Cojutepeque, en el Estado de El Salvador.[5] Estas medidas provocaron el estallido de la guerra civil, cuando los salvadoreños decidieron defender la legalidad con las armas.[6] Lo anterior amerita un análisis de fondo, pues las líneas de arriba no son más que un resumen arbitrario y no reflejan con total justicia la realidad política en la que fueron tomadas las decisiones de Arce, pero espero abordar el tema en un momento posterior. De momento nos sirven estas breves notas como contexto de la situación política que se vivía en el Estado de Guatemala.

 

Ante la destitución de Barrundia, asumió como jefe del Estado Cirilo Flores, el 6 de septiembre de 1826, en una situación de dura persecución política contra los liberales lanzada por el presidente Arce. Así, en una reunión, secreta el Consejo de Estado y la Asamblea Legislativa del Estado acuerdan trasladar su sede a la ciudad de Quetzaltenango, para iniciar desde allí labores el 15 de septiembre de ese año, pero Flores logra detener el éxodo en Chimaltenango y acuerda la instalación de la Asamblea en la villa de San Martín Jilotepeque. Arce amenaza con disolver a la fuerza la Asamblea, así que los diputados deciden, el 29 de septiembre, trasladarse definitivamente a Quetzaltenango, para iniciar sesiones en la ciudad altense el 10 de octubre. Flores regresa entonces a su ciudad de origen, sin saberlo, en busca de su fatídico destino.

Al respecto, apunta Marure:

“A principios del mismo mes de octubre las autoridades del Estado emprendieron su marcha para Quetzaltenango con la mayor precipitación. En esta ciudad había muy malas prevenciones contra el vicejefe Flores; así porque había tenido la indiscreción de expresarse en público contra algunas preocupaciones religiosas, como porque, algunos días antes, había fomentado con calor el benéfico proyecto de introducir el agua a la plaza pública por arquerías hechas a todo costo. Tratábase de realizar esta empresa echando mano de algunos capitales de obras pías que la Municipalidad ofreció reconocer sobre sus fondos; pero los religiosos, residentes en aquella ciudad se declararon en contra y llamaron sacrílego el proyecto; esto bastaba para alarmar a la gente sencilla…”[7]

Pese a las anteriores afirmaciones de Marure, el autor apunta en su obra que a juzgar por la forma en que se recibió a Flores y otros diputados a su entrada en la ciudad de Quetzaltenango el domingo 8 de octubre de 1826, era imposible imaginar el terrible destino del político tan sólo unos días después. Nos cuenta el historiador liberal: “…Fue recibido con demostraciones de regocijo; la calle del tránsito se regó de flores y los balcones se adornaron con colgaduras y gallardetes…” Sin embargo, ya corrían rumores y acusaciones contra el político, promovidas por Arce, según el autor que hemos citado, en que se acusaba a los liberales de ateos y gente sin moral, expresiones que fueron causando impresión en la gente común, fomentando la desconfianza.

“…Al efecto, se circularon pastorales subversivas y se hicieron correr rumores alarmantes, dando a entender a las gentes crédulas que los liberales eran francmasones; que trataban de acabar con los conventos de religiosos, de remover a éstos de sus curatos, de tomarse la plata y vasos sagrados de las iglesias y los dineros de cofradías; que ya no se pagarían las funciones de la iglesia; que se iba a prohibir la solemnidad exterior del culto; y aún se llegó hasta el extremo de asegurar que había intentos de degollar a los sacerdotes. Estas voces, aún más exageradas, se repetían de boca en boca entre el populacho quezalteco, y sus voces se hicieron llegar hasta los sencillos indígenas de los pueblos circunvecinos…”[8]

 Pese al estado de efervescencia que se estaba viviendo, el Jefe del Estado inmediatamente se puso manos a la obra para proteger a las autoridades del Estado de Guatemala frente a una posible agresión del Presidente de la Federación. Ordenó las medidas necesarias para la defensa de la ciudad y según Marure, “mandó hacer alistamientos de tropa en todos los pueblos” y se estableció como plaza fuerte la población de Patzún. Como no se disponía de dinero de forma inmediata, se decretó un empréstito forzoso, y al decir del citado historiador liberal, el esfuerzo en cobrarlo fue la primera señal de alarma.

La segunda señal de alarma la provocó la imprudencia del coronel José Pierson, comandante de las fuerzas altenses, quien con el objeto de apurar el desplazamiento de la tropa hacia Patzún elaboró un listado de los vecinos que tenían caballos en sus casas, “…y dio orden a algunos de sus oficiales para que, en la misma noche, los sacasen por fuerza de casa de sus dueños…”, armando un alboroto cuando la tropa llegó a un convento y abrió la puerta a sablazos para sacar a las bestias. No es difícil imaginarse la electricidad que habrá corrido por toda la ciudad al saberse que los soldados del Estado habían entrado en los conventos de forma violenta, confirmación para algunos que la represión en contra de los religiosos estaba en marcha. Las acciones de Pierson, agravadas por la oscuridad, habrán parecido un ominoso presagio.

Al día siguiente los frailes franciscanos anunciaron que abandonarían la ciudad por no poder seguir soportando las arbitrariedades de los liberales, causando desazón en la población que al ver los preparativos de la huida se fueron enardeciendo. La noticia corrió por todos los barrios y la gente empezó a agolparse en la puerta de los conventos y las casas ultrajadas y surgió la terrible denuncia de que la herejía había entrado en la ciudad. Apunta Marure que el alboroto iba tomando ya matices de insurrección, por lo que el alcalde de la ciudad, don Pedro Ayerdi y el regidor don Tomás Cadenas se presentaron en la casa de Flores para ponerlo al tanto de los sucesos, y éste dispuso ir al convento franciscano. Las explicaciones del mandatario a la multitud, lejos de calmar los ánimos, los fueron enardeciendo, y de entre la masa empezaron a escucharse gritos de “muera el tirano, muera el hereje, muera el ladrón”, al extremo que Flores decidió entrar al convento por considerar que le ofrecía mejor protección que la plazoleta exterior.

Dejo a Marure que nos relate los terribles sucesos:

 

“…pero al entrar a este asilo sagrado algunas mujeres se arrojaron sobre él, le arrancaron bruscamente el bastón y el gorro que llevaba en la cabeza, con parte de los cabellos; en seguida le dieron repetidos golpes con el mismo bastón, mientras que otras le tiraban fuertemente de sus vestidos. En este momento se hubiera consumado el sacrificio, si el cura, con grande esfuerzo, no le hubiera desprendido de manos de estas furias y subídole al púlpito, a donde también él le siguió…”[9]

 

 

-II-

El relato del testigo y protagonista

 

En este momento empalma el relato de nuestro testigo ocular, por lo que suspendemos la voz de don Alejandro Marure y se la damos a don José María Marcelo Molina y Mata:

 

“Pocos meses habían transcurrido cuando en 13 de octubre del mismo año estalló en la Ciudad de Quetzaltenango el espantoso motín contra el Vice-Gefe del Estado, Don Cirilo Flores, que entonces se hallaba en aquella población, igualmente que los Diputados a la Asamblea del Estado, a consecuencia de las ocurrencias con el Presidente de la Federación, Don José Arce.

Sabido es, que después de haber Flores ensayado inútilmente apaciguar al pueblo agrupado frente a la celda del Padre Cura Fray Antonio Carrascal, a donde el señor Flores se había dirigido cuando tuvo noticia, en su casa, de la sublevación que se estaba formando, a consecuencia de los sucesos que había tenido lugar en los días anteriores, se refugió a la Yglesia parroquial acompañado del espresado Padre Cura.

Yo, como una de las Autoridades, me apresuré a ocurrir al Templo, en unión de la Municipalidad, con la mira de contener, si era posible, el desorden y salvar al Vice-Gefe, quien acompañado del Padre cura se había refugiado dentro del púlpito.

Descubierto que fui por el Sr. Flores, y sabiendo que yo gozaba de algun aprecio e influjo en la población, me llamó con instancia para que subiese al mismo púlpito, y desde allí hablase a la multitud. Superando inmensas dificultades, pude llegar; mas apenas pronuncié las primeras palabras en favor de Flores, cuando mil voces prorumpieron gritando ‘Muera el hereje, y usted no se meta a defenderlo, porque también corre peligro’. Proseguí, sin embargo, en mi propósito de agotar los medios de salvación del Sr. Flores, y cuando por último había logrado aplacar por un momento el furor popular, bajo la promesa de que el Vice-Gefe saldría desterrado, una descarga de fusilería hecha sobre el pueblo por la tropa que se había reunido en el patio o plazuela de la Yglesia parroquial, comandada por el Teniente Coronel de Caballería Don Antonio Corso, desconcertó todo el plan.

El pueblo en masa se echó sobre la tropa, desarmó en el momento una parte, y puso en fuga a los demás. El furor de aquel ya no tuvo límites, y el resultado fue la muerte trágica y desastrosa del desgraciado Vice-Gefe, y la persecución a muerte de los Diputados que se hallaban en aquella Ciudad, y debían en el propio día dar principio a las sesiones de la Asamblea. La pluma es impotente para describir lo que pasó en aquel dia de fatídica memoria; baste decir, que entonces ví prácticamente la exactitud con que un antiguo Filósofo decía: ‘Si quieres ver monstruos no vayas á Africa: viaja por un pueblo en revolución’. A la muerte del Sr. Flores sobrevinieron la confusión, el desorden, un verdadero caos…”[10]

De los últimos instantes de vida de Flores nos da cuenta Marure, de forma que podamos cerrar el círculo del terrible crimen:

“…Entonces los frailes le hicieron descender del púlpito, atravesaron con él la iglesia y parte del claustro, y le conducían con gran fatiga a la celda del cura; pero antes de llegar, Longino López (Ovejo) lo arrancó de los brazos de los religiosos, le dio el primer golpe con un palo, y lo entregó a la horda fanática y rabiosa, compuesta en su mayor parte de mujeres; como furias desencadenadas se echaron sobre el desventurado vicejefe, y con piedras, palos y puñales, le dieron tantos y tan repetidos golpes, que dejaron su persona enteramente desfigurada y convertida en un objeto de horror y lástima.”[11]

 

El doctor Cirilo Flores Estrada tenía 47 años.

 

-III-

El homenaje

Para quien crea que la isla de Flores, ese hermoso entramado de techos rojos que flota plácidamente sobre las aguas del lago Petén Itzá, se llama así por los floridos brotes de buganvilias y demás colorida vegetación que se desparrama por los muros de las casas hacia las calles hoy en día, temo decepcionarlo. Pero es hora también que espabilen, que no todo es una caminata en las praderas.

Por decreto legislativo número 6, de fecha 2 de mayo de 1831 se dispuso que la ciudad, antiguamente llamada Nuestra Señora de los Remedios y San Pablo del Itzá[12], o la “Isla del Presidio”, como también se le conocía, se llamara en adelante “Ciudad Flores”, un justo homenaje del gobierno liberal al doctor Cirilo Flores Estrada. Llama la atención que las circunstancias de la caída del gobierno del doctor Mariano Gálvez, una década después tuviera matices muy parecidos a la tragedia de Quezaltenango.

En un país acostumbrado a la impunidad, llamada la atención que por noticia de Marure nos enteremos que al menos los principales cabecillas de este horrendo acto, Mónico Villatoro, Longino López, Toribio López, Quirina Piedra Santa, Vicente Aldana, Manuela Marizuya, Irene Artavia, Gertrudis Franco, Josefa Mazariegos, Josefa Santizo, Catalina Cacan y otros que no se mencionan, fueron condenados al destierro a la isla de Roatán.

 

[1] El doctor Cirilo Flores Estrada gozaba de prestigio dentro del partido liberal. Había sido diputado por la Provincia de Guatemala, por el partido de Quezaltenango, en el Congreso Imperial mexicano en 1822, junto con don José del Valle, y posteriormente, siendo presidente de la Asamblea Federal, recién fundada, tuvo una destacada actuación durante el motín del batallón fijo, al mando de Rafael Ariz y Tores, que ocupó ciudad de Guatemala. Flores permaneció en la capital con unos pocos diputados y logró sofocar el levantamiento en febrero de 1823.

[2] Ordóñez Jonama, Ramiro. El doctor Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, primer jefe del Estado de Guatemala. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LXXIX: 2004. Página 76.

[3] Ordóñez Jonama. Op. Cit. Página 98.

[4] Ordóñez Jonama, Ramiro. El coronel Mariano Paredes, cuarto Presidente de la República de Guatemala. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LXXX, 2005. Página 87.

[5] Marure, Alejandro. Bosquejo histórico de las Revoluciones de Centroamérica, desde 1811 hasta 1834. Tomo I. Editorial del Ministerio de Educación Pública, Guatemala: 1960. Página 302.

[6] Luján Muñoz, Jorge. Breve Historia Contemporánea de Guatemala. Fondo de Cultura Económica, México: 1998. Página 127.

[7] Marure. Op. Cit. Página 304.

[8] Marure. Ibid, Página 307.

[9] Marure. Ibid, páginas 309-310.

[10] Aparicio Mérida, Manuel. La familia Molina establecida en Quezaltenango desde el siglo XVIII. Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. Número 2. Guatemala: 1968. Página243-244.

[11] Marure. Íbid, página 312.

[12] Así fue bautizada la población por don Martín de Ursúa el 13 de marzo de 1697.


Remedios caseros contra el cólera morbus

Rodrigo Fernández Ordóñez

Escarbando en unos archivos, encontré estos dos documentos que me parecieron particularmente interesantes. Aparentemente pertenecieron a mi bisabuelo, Manuel Jonama, y son recetas para combatir la terrible enfermedad del cólera que estuvo presente en Guatemala durante el siglo XIX. Las transcripciones conservan la ortografía del documento. La lectura de ambos es un verdadero viaje al pasado.

 

Receta para el cólera morbus.

 

Receta para el Cólera Morbus

Una sexta parte de alcanfor disuelto en seis partes de espíritu de vino o de aguardiente fino. De esta solución se tomarán dos gotas tan pronto como el enfermo esté acometido en una cucharita de agua nevada o muy helada con un poco de azúcar: a los cinco minutos se tomará otra dosis igual; y en cinco minutos más, otra en los mismos términos que he dicho. Entonces se esperarán diez o quince minutos para ver si el cuerpo vuelve a su calor natural con disposición de sudar, y disminución de vómitos, calambres & entonces si es necesario tomará dos gotas de la misma manera prescrita, y se repetirá la dosis con intervalo de cinco minutos hasta el número de doce o catorce gotas como lo he mandado. Esta medicina nunca faltará aplicada pronto, y en cualquier estado de la enfermedad. Supuse hará provecho; porque cualquiera otra medicina neutralizará los efectos del alcanfor.

 

colera2

 

Método curativo para el Cólera

 

Preservativos

Se tomará antes de cada comida un dedal de tintura de Maquiani y en caso que haga vuelco de tripas se tomará un dedal fuera de los tres anteriores y estas tomas se dan en un poquito de aguardiente. 

Sintomas

Si hubiese de cabeza y eructos agrios se toma un vomitivo de ipecacuana luego dándole agua tibia hasta no dejar ningún resto de agrios; después se le dará media tasa de agua de mansanía caliente con su dedal de tintura de Maquiani y arrópese al enfermo.

Vomito y Diarrea

Cuando hay vomito y diarrea se dara dos o tres vasos de agua tibia para aliviar el vómito y en seguida limonadas con diez gotas de láudano y diez de espíritu de yerva buena para medio pocillo; si a las dos o tres tomas de esta limonada no se contiene, se toma medio pocillo de agua caliente con un poco de sal dándosela al enfermo por poquitos, siempre caliente has contener el bomito; logrado esto se le darán sus tragos de esta salmuera cada media hora.

Diarrea

Para la diarrea se le hecharan unas [ilegible] de almidon tibias con cuarenta gotas de láudano cada lavativa hasta contenerla.

Dolor y calambres

Si doliera el estomago, se pondrán lienzos con aceyte de comer calientes; si hubiese frialdad de cuerpo y calambres se darán [ilegible] de aceyte de comer esencia de trementina y alcol en todo el cuerpo hasta calentarlo. Después de esto se amarrara con pañuelos de seda todo el cuerpo.

Alimentos

Atol de arros, de yuquia y también de arros tostado: no olvidando sus limonadas dichas en el resto del día.

Para desinfectar las piezas

Se tomará dos cucharaditas de cloruro de cal, y se desase en una botella de agua y con esto se encala algunos pedazos de la pieza en que se vive y se pone en trastes destapados y se moja en trapo para tenerlo consigo.


De la fototeca

Séptimo aniversario de la Revolución de Octubre

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Es el 20 de octubre de 1951. Celebradas las elecciones en el mes de noviembre del año anterior, resultó ganador el candidato de la Revolución, coronel Jacobo Árbenz Guzmán, quien preside la celebración y a quien están dedicadas muchas de las mantas y las pancartas que lleva la multitud en las imágenes que siguen. Asesinado el coronel Francisco Javier Arana en un confuso incidente en Amatitlán y separado completamente de toda postura visible el ciudadano Toriello, el presidente Árbenz es el único miembro de la Junta Revolucionaria que ha sobrevivido a los vaivenes de la política nacional. El grupo de fotos estaba contenido en un sobre anudado con cáñamo en una de las gavetas del escritorio del recién fallecido historiador Ramiro Ordóñez Jonama, a quien dedico una vez más esta cápsula y a quien se le extraña tanto.

 

Imagen 1.

Imagen 1.

 

Imágenes 1 y 2. Una columna de manifestantes bajan por la dieciocho calle rumbo al Estadio Nacional. En la segunda imagen, en la esquina inferior izquierda se pueden ver las escaleras del atrio de la Iglesia el Calvario, destaca en ella la nutrida participación femenina, en el apretado grupo en primer plano.

Imágenes 1 y 2. Una columna de manifestantes bajan por la dieciocho calle rumbo al Estadio Nacional. En la segunda imagen, en la esquina inferior izquierda se pueden ver las escaleras del atrio de la Iglesia el Calvario, destaca en ella la nutrida participación femenina, en el apretado grupo en primer plano.

 

Imagen 3. La multitud baja por la actual calle Mateo Flores rumbo al Estadio Nacional, a la derecha pueden verse el murallón que ocupa actualmente el INTECAP y los terrenos de la abandonada FEGUA.

Imagen 3. La multitud baja por la actual calle Mateo Flores rumbo al Estadio Nacional, a la derecha pueden verse el murallón que ocupa actualmente el INTECAP y los terrenos de la abandonada FEGUA.

 

Imagen 4. Graderíos del Estadio Nacional atestados de manifestantes reunidos para conmemorar el séptimo aniversario de la Revolución de Octubre. En la esquina superior derecha pueden verse los vagones del ferrocarril, aparcados en los terrenos de FEGUA, dominando la vista del estadio.

Imagen 4. Graderíos del Estadio Nacional atestados de manifestantes reunidos para conmemorar el séptimo aniversario de la Revolución de Octubre. En la esquina superior derecha pueden verse los vagones del ferrocarril, aparcados en los terrenos de FEGUA, dominando la vista del estadio.

 

 

Imagen 5.

Imagen 5.

 

Imágenes 5 y 6. Oradores se dirigen a la multitud congregada en los graderíos del Estadio Nacional.

Imágenes 5 y 6. Oradores se dirigen a la multitud congregada en los graderíos del Estadio Nacional.

 

Imagen 7. Puertas del Estadio Nacional, presididas por un enorme cartel conmemorativo del séptimo aniversario de la Revolución. En la esquina superior izquierda, los rostros de perfil de Jacobo Árbenz y Juan José Arévalo, imagen que se utilizó durante la campaña presidencial del primero, simbolizando la continuidad, bajo el lema “Hoy Arévalo, Árbenz mañana”. Al centro, la idealización de la revolución, encarnada en una mujer que enarbola un fusil. En la esquina inferior izquierda, una bandera de Guatemala ondea al viento. El vestido de la mujer sirve como fondo a un pelotón de hombres que marchan armados, se puede distinguir a un obrero, a un soldado y a un profesional, simbolizando la unión de clases que marchan con la revolución.

Imagen 7. Puertas del Estadio Nacional, presididas por un enorme cartel conmemorativo del séptimo aniversario de la Revolución. En la esquina superior izquierda, los rostros de perfil de Jacobo Árbenz y Juan José Arévalo, imagen que se utilizó durante la campaña presidencial del primero, simbolizando la continuidad, bajo el lema “Hoy Arévalo, Árbenz mañana”. Al centro, la idealización de la revolución, encarnada en una mujer que enarbola un fusil. En la esquina inferior izquierda, una bandera de Guatemala ondea al viento. El vestido de la mujer sirve como fondo a un pelotón de hombres que marchan armados, se puede distinguir a un obrero, a un soldado y a un profesional, simbolizando la unión de clases que marchan con la revolución.

 

Imagen 8. Anudada en el mismo paquete que las fotografías anteriores se encontraba esta imagen, con un sonriente coronel Jacobo Árbenz Guzmán en el salón de protocolo del Palacio Nacional, aunque no estoy seguro de que corresponda a los festejos del aniversario de la Revolución, (tengo entendido que Árbenz una vez hubo asumido la presidencia nunca más usó uniforme militar), la incluyo por el interesante primer plano del famoso presidente de la república. Me parece que pertenece a la época inmediata anterior, cuando Árbenz fungía como Ministro de la Defensa del gobierno del presidente Juan José Arévalo.

Imagen 8. Anudada en el mismo paquete que las fotografías anteriores se encontraba esta imagen, con un sonriente coronel Jacobo Árbenz Guzmán en el salón de protocolo del Palacio Nacional, aunque no estoy seguro de que corresponda a los festejos del aniversario de la Revolución, (tengo entendido que Árbenz una vez hubo asumido la presidencia nunca más usó uniforme militar), la incluyo por el interesante primer plano del famoso presidente de la república. Me parece que pertenece a la época inmediata anterior, cuando Árbenz fungía como Ministro de la Defensa del gobierno del presidente Juan José Arévalo.

 

 

 

 


Imágenes para soñar

Rodrigo Fernández Ordóñez

Antes de irnos de vacaciones y con la intención de que aprovechemos bien esta temporada de fin de año, estrenamos hoy, siempre dentro del espacio de la Cápsula de Historia una nueva sección: recomendación de cine, en la que trataremos que las cintas giren siempre alrededor de temas históricos. No tenemos la magistral pluma de Guillermo Cabrera Infante, que sentó cátedra en este género desde las páginas de ‘Arcadia todas las noches’ o ‘Cine o sardina’, pero tenemos buen gusto, buenos amigos que nos han hecho llegar sus consejos y muchas ganas de compartir recomendaciones.

 

 

-I-

La película: 

Mediterráneo. Gabriele Salvatores

 

Mediterráneo, Gabriel SalvatoresDe las cosas que uno se entera cuando investiga un poco… Esta obra de arte del cine italiano, ganadora del Óscar a la mejor película extranjera en 1991, fue coproducida por el vilipendiado Silvio Berlusconi. (Algo bueno debía tener este tipo). La película tiene varias virtudes: la fotografía en primer lugar, en la que impera el hábil uso de la luz, y aprovecha muy bien las locaciones, que se venden solitas, como lo son las islas griegas (fue filmada en la isla griega de Kastelorizo). Además, los actores, y sobre todo, la original historia.

Es el año de 1941. Italia participa en la Segunda Guerra Mundial al lado de los nazis, y escoge como debut bélico dos escenarios buscados para repetir viejas glorias romanas: Albania y Grecia. Así, en la cinta, un pelotón de soldados italianos es enviado en misión de avanzada a una pequeña isla del mar Egeo. El giro original de la historia es que no trata de la clásica historia de ocupación, porque los soldados italianos son olvidados por el ejército en su remoto puesto de observación, así que para sobrevivir deben integrarse a la vida de los isleños. Unos con más facilidad que otros, en un ambiente de desconfianza y de noticias de violencia indescriptible mientras se asolean en magníficas playas o salen de pesca a transparentes bahías. Los griegos deciden adoptar a sus desamparados “invasores” y la radio de campaña, que es el vínculo de los soldados con el mundo en guerra se arruina, alejándolos así definitivamente de la contienda. Permanecen en la isla tres años, durante los cuales, van aflorando en la monotonía del uniforme militar, los caracteres individuales de los italianos. Uno, el oficial, es un historiador del arte que resulta restaurando los frescos de una iglesia, otros descubren el amor, otro, la música. La historia resulta entonces, de una liviandad como el aire, o la luz. También ilumina la cinta la música, y el ligero tratamiento de la guerra que le da su director, debo decir que con un hermoso toque de humor, típicamente italiano, que roza lo picaresco, como la huida del soldado Farina ante la inminente captura de los ingleses.

Mediterraneo2Para los que también son amantes de la literatura debo hacerles unas cuantas referencias cruzadas, para aprovechar al máximo este magnífico largometraje. Algunas escenas, como las de las playas y las salidas a nadar recuerdan irremediablemente las páginas de El Coloso de Marussi, de Henry Miller, y algunas escenas del interior, un libro hermoso y lastimosamente poco conocido, editado por Lonely Planet hace unos años titulado The olive grove, de Katharine Kizilos, en el que la neoyorkina autora viaja a varias islas griegas en busca de sus antepasados. La película en fin, no tiene desperdicio y es cierto que en lo que a las escenas del aprendiz de bailarín, el gruñón sargento Lorusso respecta, se hace un hermoso homenaje a la bien recordada película Zorba, el griego, protagonizada por Anthony Quinn.

Con menor fortuna pero con rescatables escenas y buena fotografía se rodó posteriormente una película titulada La mandolina del capitán Corelli, protagonizada por Nicholas Cage y una guapísima Penélope Cruz, que no logra la poesía de Mediterráneo y que no logra acabar bien las escenas del libro homónimo en el que se inspiró, guiado por la voz de Pelagia. Sin embargo, los paisajes de Cefalonia no dejan caer la película en el olvido.

-II-

Reflexiones finales

 

A Mediterráneo la fui a ver al cine, en 1992, año que ya ahora se me antoja remoto, pues era un mundo en el que la televisión por cable era apenas una novedad, y ¡oh, horror!, no existía el Internet. Parece la prehistoria. Recuerdo que la fuimos a ver a la desmejorada sala del Cine Lux, sobre la sexta avenida, en lo que hoy en día es el espléndido espacio del Centro Cultural de España. Fuimos con mi hermano Martín, cosa extraña, llevados por mi papá, que refunfuñó toda la película, disgustado por el papel de la prostituta Vassilissa (Vanna Barba) y por el cariz romántico de la cinta. Imagino que llevaba la idea de ver una película sobre la guerra en el Mediterráneo, y no esa empalagosa historia de paz en medio de la guerra. Salió decepcionado, cosa comprensible para el fan número uno de la trilogía de El Padrino.

Mediterraneo3Para terminar, la nostalgia que me suscitó el recomendar y volver a ver esta película para recomendarla, debo repasar mi relación con el cine, que empezó en los lejanos días de las secciones Pantalla de Oro y Domingo Estelar, de Canal 3, otra vez, cuando no existía el cable. Los días jueves daban Pantalla de Oro, recuerdo especialmente el permiso extraordinario que me dieron mis papas de “desvelarme” de 8 a 10 de la noche para ver Patton, protagonizada por George C. Scott, en el soberbio personaje del general norteamericano, al que recuerdo nítidamente arengando a sus tropas gritando “¡vamos a patearles los malditos traseros!”, o las dos ocasiones en que otra vez, logré el permiso especial de desvelarme dos semanas seguidas para ver El día más largo, sobre la invasión aliada a Normandía, basada en la obra homónima de Cornelius Ryan.

Las películas de Domingo Estelar eran más adecuadas para nosotros, según mis papás. Allí vi el estreno, con diez años de diferencia —creo— del estreno original, de Indiana Jones y los cazadores del Arca Perdida o un clásico hoy olvidado, Los Goonies. Como las películas eran de 6 a 8 de la noche, no merecían una moratoria al toque de queda impuesto en la casa. Lo cierto es que desde entonces, el espacio negro del cine o la comodidad de mi sillón y los brazos de Mercedes son el palco de lujo para soñar, para escapar a esas magníficas historias que gracias a Dios, nos siguen contando las grandes imaginaciones, llámese Pantaleón y las visitadoras, o la terrible hazaña espilberguiana en blanco y negro de la Lista de Schindler, pasando por la hermosa El tigre y la nieve de Roberto Begnini o la tristeza de la vida de la hermosa Juliette Binoche en la cinta Azul.

Para terminar, sólo me queda decir, ¡feliz película!


Libros para las vacaciones IV

Fez la andaluza. Enrique Gómez Carrillo

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

-I-

Libro ideal para los días fríos de diciembre. Como toda obra de viajes de Gómez Carrillo, la que presentamos ahora está pensada para leerse tumbado en un sillón, con los pies en alto o bien metido entre la cama. La prosa suave y las imágenes románticas que evoca el escritor guatemalteco invitan a soñar, a perderse entre sus páginas y entre los callejones de la centenaria ciudad marroquí. El libro es, a mi gusto, el mejor y más acabado de sus obras de viajes, en el que alcanza sus tonos más maduros y una voz contundente en lo mejor que sabe hacer: transmitir sensaciones.

 

La puerta de Mellah, en Fez, sin fecha. No muy distinta a la imagen con se habrá encontrado Gómez Carrillo durante sus vagabundeos por la ciudad en su viaje a Marruecos en 1925.

La puerta de Mellah, en Fez, sin fecha. No muy distinta a la imagen con se habrá encontrado Gómez Carrillo durante sus vagabundeos por la ciudad en su viaje a Marruecos en 1925.

 

 

-II-

El origen de este libro es singular, y no puede ser más contradictorio en sus resultados. Su autor, fue enviado como enviado especial del diario español ABC para cubrir la Guerra del Rif, en el norte de Marruecos, a sabiendas de su vasta experiencia como corresponsal de guerra durante toda la Primera Guerra Mundial. Así, Gómez Carrillo acepta la misión, pero coherente con su personalidad, desobedece. Ante la sordidez de la guerra, de la que daría exhaustiva cuenta su colega periodista Eduardo Ortega y Gasset en su monumental reportaje Annual, él decide darse un desvío y opta por lo mundano del relato de viajes, y como destino escoge el colmo del exotismo: la ciudad de Fez. El resultado de la rebeldía del escritor es un libro de sueño.

Enrique Gómez Carrillo lee en su casa de descanso en Niza, “El Mirador”, sus canas y rostro rasurado denotan que la fotografía corresponde a la madurez del autor, posiblemente de la época de su viaje a Marruecos.

Enrique Gómez Carrillo lee en su casa de descanso en Niza, “El Mirador”, sus canas y rostro rasurado denotan que la fotografía corresponde a la madurez del autor, posiblemente de la época de su viaje a Marruecos.

Así, en sus páginas no aparece ni un solo soldado. Ni el general Francisco Franco, ni el general Sanjurjo, ni el general Silvestre, que labraron sus carreras militares y sus ascensos en las duras condiciones del desierto marroquí. Tampoco aparece Abd-el-Krim ni sus guerrilleros. La legión y Milán Astray están ausentes también. En cambio, el relato aporta lo mejor de Gómez Carrillo, y que él explicara en uno de sus tantos ensayos: “Por mi parte, yo no busco nunca en los libros de viajes el alma de los países que me interesan. Lo que busco es algo más frívolo, más pintoresco, más poético y más positivo: la sensación…».

Establece su base en el Hotel Trasatlántico, desde donde parte en sus vagabundeos. En el primer capítulo de su libro retoma el argumento del viaje ideal que esbozaría muchos años antes en su ensayo Claridades Venecianas, y que explican que lo mejor de un viaje es ir a la libre, sin itinerarios apretados, sino caminar y perderse por los sitios que se visitan. En las primeras líneas, un huésped del hotel le pregunta: “-Pero, ¿en qué emplea usted sus días, entonces?…”, y el autor le contesta como todo un modernista: “-En nada… En pasearme… En soñar… En preguntarme si es real lo que veo, o si soy juguete de una alucinación… En respirar los aromas extraños del Islam… En embriagarme con el ritmo perpetuo del Moghreb…”

Y continúa con su disertación:

“Al oírme hablar así, los turistas (…) que siguen con su escrupulosa disciplina de itinerarios consagrados sonríen llenos de misericordia. Yo los dejo sonreír; los dejo preparar sus visitas monumentales. Y acompañado de un buen moro que se llama Mohamed el Arbi, y que me sirve de mentor, continúo paseándome por las callejuelas, sin rumbo fijo, guiado por el capricho de los laberintos que rodean los zocos, o siguiendo los pasos de cualquiera de esos fasís que llevan trazas de ir hacia algún lugar extraordinario, de tal modo que marchan arrogantes, y que por lo general desaparecen cual fantasmas en los recodos del camino…”.

 

Fez3Acompañado de su infaltable guía Baedecker (la Lonely Planet de entonces), el ritmo de su relato es el de sus propios paseos, caprichoso, que discurre como una canción o como el agua de una de las tantas fuentes con las que se topa en los callejones. Y para mientras va fantaseando, husmeando entre las rendijas de las puertas mal clavadas, tratando de atisbar un fragmento pequeño de la vida que se lleva detrás de esas paredes. Sueña despierto con las mujeres árabes, esas creaturas a las que ve caminar unos pasos por detrás de los hombres, envueltas en telas que desdibujan toda su figura. De todas las hermosas escenas que nos regala, recuerdo una que tiene tal aire de nostalgia, que recurro a ella insistentemente, estudiando sus palabras, para descubrir el misterio de su hermosa ensoñación:

“Era una tarde de oro inmóvil, de esas en que ningún soplo de brisa acaricia las ramas de los árboles, y en que las tapias de los jardines producen una sensación angustiosa de cautiverio. Buscando el espacio libre, trepé por el laberinto de las escalerillas medio ocultas entre los muros, hasta llegar a la terraza, allí, recostado en unos cuantos almohadones de cuero, proponíame esperar las horas frescas del crepúsculo leyendo la ‘Historia de Maslama ben Abd el Melik’. Pero apenas había empezado a oír las voces de las monjas cristianas raptadas por los compañeros del nieto de Merwan, cuando un espectáculo inesperado me hizo de pronto olvidar el horror de tal sacrilegio. De instante en instante todas las azoteas vecinas iban poblándose de blancos fantasmas femeninos que me miraban no sé si con extrañeza o con burla. Tenía algo de alucinación, algo de magia, aquel florecimiento aéreo de albos velos impersonales iluminados por las luces uniformes de los ojos negros. Yo lo contemplaba con encanto, y así habría continuado la tarde entera, si mi fiel mentor no hubiera creído prudente subir a decirme que no era correcto permanecer en la terraza a la hora de las tertulias familiares.

–Es el momento reservado al bello sexo- me aseguró, y ningún musulmán se atreve a turbarlo en su presencia…”

 

En sus meditaciones también aventura sobre la historia de la ciudad, el Corán y la religiosidad del musulmán, los libreros y hasta la bohemia de la ciudad. Informa el estudioso del periodista guatemalteco, Juan Manuel González Martel, en su exhaustivo catálogo[1], que éste llegó a Marruecos en octubre de 1925, y que para noviembre ya estaba enviando a la prensa sus crónicas, extendiéndose hasta febrero de 1926, año en que se publicarían reunidas en un solo volumen, el que estamos recomendando. El libro fue traducido al francés por Charles Barthes en 1927[2], bajo el título Fés ou les nostalgies andalouses.

Como no pretendo redundar en los elogios ya dichos a esta lectura a la que recurro a cada poco y que me parece infaltable para todo aquel interesado en los relatos de viajes, lo dejo solo, con la voz de Enrique Gómez Carrillo y algunas imágenes que nos permitan completar el cuadro. ¡Feliz lectura!

 

Escena cotidiana de una calle de Fez, sin fecha. “La fuente contigua, adosada a una pared de mosaicos policromos, debe de haber sido hecha para las abluciones de algún príncipe sibarita que penetraba en su palacio por la gran puerta. Todo en ella es suntuoso y sencillo, brillante y discreto, tentador y puro. ¡Con cuánto deleite iría yo hacia su claro chorro cantarín, a refrescar mis manos febriles! Pero los fieles que en ella sacian su sed infinita, no permiten que los viajeros impacientes se acerquen a su espejo…”.

Escena cotidiana de una calle de Fez, sin fecha. “La fuente contigua, adosada a una pared de mosaicos policromos, debe de haber sido hecha para las abluciones de algún príncipe sibarita que penetraba en su palacio por la gran puerta. Todo en ella es suntuoso y sencillo, brillante y discreto, tentador y puro. ¡Con cuánto deleite iría yo hacia su claro chorro cantarín, a refrescar mis manos febriles! Pero los fieles que en ella sacian su sed infinita, no permiten que los viajeros impacientes se acerquen a su espejo…”.

 

 

Escena cotidiana de una calle en Fez, sin fecha. “Todos los muros, en efecto, tienen algo, en su orientación, en su altura, en su corte, que les comunica un carácter originalísimo. Basta un ajimez, allá arriba, en donde nos complacemos en adivinar el harén; basta un salidizo de tejas verdes; basta un balcón tapiado; basta un árbol cuya copa se asoma por encima de las paredes; basta una enredadera; basta una puerta claveteada, para que una callejuela adquiera un sello muy especial…”.

Escena cotidiana de una calle en Fez, sin fecha. “Todos los muros, en efecto, tienen algo, en su orientación, en su altura, en su corte, que les comunica un carácter originalísimo. Basta un ajimez, allá arriba, en donde nos complacemos en adivinar el harén; basta un salidizo de tejas verdes; basta un balcón tapiado; basta un árbol cuya copa se asoma por encima de las paredes; basta una enredadera; basta una puerta claveteada, para que una callejuela adquiera un sello muy especial…”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fez, mujeres en un portal, sin fecha. “En cuanto la fortuna le permite al moro establecerse de una manera confortable, el primer patio queda reservado a lo que en Oriente se llama el serrallo, a los hombres, a los amigos, a los que acuden para pedir limosna o para ofrecer mercancías; el segundo patio, que es el de las fuentes, el de las flores, el de los pájaros, el de los suspiros, el de las músicas, es para las mujeres…”.

Fez, mujeres en un portal, sin fecha. “En cuanto la fortuna le permite al moro establecerse de una manera confortable, el primer patio queda reservado a lo que en Oriente se llama el serrallo, a los hombres, a los amigos, a los que acuden para pedir limosna o para ofrecer mercancías; el segundo patio, que es el de las fuentes, el de las flores, el de los pájaros, el de los suspiros, el de las músicas, es para las mujeres…”.

 

Fez, calle cubierta, sin fecha. “La penumbra lo envuelve todo en tenues velos de oro, de esmeralda y de ceniza, da entonces a los detalles, delicadezas enternecedoras. Vemos, de pronto, que los enormes emparraos centenarios que cubren con sus hojas algunas calles céntricas y cuyos troncos forman extrañas columnatas salomónicas, dejan pasar la luz por un tamiz que salpica la vida con estrellas temblorosas…”.

Fez, calle cubierta, sin fecha. “La penumbra lo envuelve todo en tenues velos de oro, de esmeralda y de ceniza, da entonces a los detalles, delicadezas enternecedoras. Vemos, de pronto, que los enormes emparraos centenarios que cubren con sus hojas algunas calles céntricas y cuyos troncos forman extrañas columnatas salomónicas, dejan pasar la luz por un tamiz que salpica la vida con estrellas temblorosas…”.

 

Fez, Puerta de Hab-Semaryne, sin fecha. “Al principio, lo confieso, me acongojaba un poco la idea de que al internarme en sus laberintos, iba a perderme de un modo definitivo, para no volver nunca más a encontrar el camino de mi barrio. Pero luego he notado que siempre, al cabo de muchos rodeos, de muchas marchas y contramarchas, acaba uno por encontrar, o bien la línea recta del Tala, o bien las murallas exteriores, o bien el río. Y desde entonces, aunque mi cicerone no me acompañe, me paseo sin temores de ninguna especie, buscando las gratas sensaciones de volver a ver lo que antes me sedujo…”.

Fez, Puerta de Hab-Semaryne, sin fecha. “Al principio, lo confieso, me acongojaba un poco la idea de que al internarme en sus laberintos, iba a perderme de un modo definitivo, para no volver nunca más a encontrar el camino de mi barrio. Pero luego he notado que siempre, al cabo de muchos rodeos, de muchas marchas y contramarchas, acaba uno por encontrar, o bien la línea recta del Tala, o bien las murallas exteriores, o bien el río. Y desde entonces, aunque mi cicerone no me acompañe, me paseo sin temores de ninguna especie, buscando las gratas sensaciones de volver a ver lo que antes me sedujo…”.

 

Callejón de Fez, sin fecha. “En algunos rincones, en los que los muros se elevan a grandes alturas, la claridad llega al suelo con reflejos tan lívidos, que algo se estremece en nosotros a su contacto, cual si temiéramos hallarnos en una alcazaba abandonada por los hombres después de algún cataclismo inmemorial. En los extremos de ciertos corredores, un inesperado florecimiento de cirios nos hace ver, de lejos, el interior de esos antros en los que los fieles salmodian sus plegarias llorosas alrededor de las tumbas de los morabitos…”.

Callejón de Fez, sin fecha. “En algunos rincones, en los que los muros se elevan a grandes alturas, la claridad llega al suelo con reflejos tan lívidos, que algo se estremece en nosotros a su contacto, cual si temiéramos hallarnos en una alcazaba abandonada por los hombres después de algún cataclismo inmemorial. En los extremos de ciertos corredores, un inesperado florecimiento de cirios nos hace ver, de lejos, el interior de esos antros en los que los fieles salmodian sus plegarias llorosas alrededor de las tumbas de los morabitos…”.

 

Una de las puertas de Fez, desde las afueras de la ciudad. Sin fecha. “Yo no sé cómo se llaman estas vías tan estrechas; pero supongo que, lo mismo que en España, llevan el nombre de alguna de sus menudas peculiaridades exteriores. La calle del Candil, la calle del Ciprés, la calle del Llamador, de cobre, la calle de la Puerta Grande, la calle de la Reja… Aunque, a decir verdad, esta última no la he visto todavía. Fuera de las puertas y de las ventanillas de mucharabié, que se observan en los paredones pardos, nada pone en comunicación el interior de los hogares con la vía pública. La vida verdadera, la vida íntima, comienza detrás de estas poternas…”.

Una de las puertas de Fez, desde las afueras de la ciudad. Sin fecha. “Yo no sé cómo se llaman estas vías tan estrechas; pero supongo que, lo mismo que en España, llevan el nombre de alguna de sus menudas peculiaridades exteriores. La calle del Candil, la calle del Ciprés, la calle del Llamador, de cobre, la calle de la Puerta Grande, la calle de la Reja… Aunque, a decir verdad, esta última no la he visto todavía. Fuera de las puertas y de las ventanillas de mucharabié, que se observan en los paredones pardos, nada pone en comunicación el interior de los hogares con la vía pública. La vida verdadera, la vida íntima, comienza detrás de estas poternas…”.

 

Vista general de la ciudad de Fez, desde las afueras, sin fecha. “…Y entonces, bajo el dominio de la embriaguez de las evocaciones, sintiéndome en medio de lo que fue la existencia de los míos, vuelvo a no saber si estoy en Marruecos o Andalucía, y experimento, ante las tapias que esconden los jardines y las fuentes que mi alma codicia, una honda, inexplicable impresión de criatura condenada al destierro que, por última vez, contempla, lleno de zozobra y de angustia, la imagen viva de su pueblo…”.

Vista general de la ciudad de Fez, desde las afueras, sin fecha. “…Y entonces, bajo el dominio de la embriaguez de las evocaciones, sintiéndome en medio de lo que fue la existencia de los míos, vuelvo a no saber si estoy en Marruecos o Andalucía, y experimento, ante las tapias que esconden los jardines y las fuentes que mi alma codicia, una honda, inexplicable impresión de criatura condenada al destierro que, por última vez, contempla, lleno de zozobra y de angustia, la imagen viva de su pueblo…”. 

 

El libro:

Fez12

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] González Martel, Juan Manuel. Enrique Gómez Carrillo, Obra literaria y Producción periodística en libro. Tipografía Nacional, Guatemala: 2000. Pág. 79.

[2] González Martel, Op. Cit. Pág. 87.


Libros para las vacaciones III

1982. Días difíciles en las Malvinas. John A. T. Fowler

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Tropas argentinas posan para la prensa en las afueras de la capital de las islas, Port Stanley.

Tropas argentinas posan para la prensa en las afueras de la capital de las islas, Port Stanley.

Escrito en 2012 para conmemorar los 30 años de la Guerra de las Malvinas, el libro de John Fowler es un vívido recuento de la invasión argentina desde el punto de vista menos conocido de los conflictos bélicos: el de los civiles que se ven envueltos por la guerra. Usando sus diarios de la época, va relatando la escalada con un fino sentido del humor, atento siempre al detalle, reconstruyendo la historia “mínima”, de un individuo, útil para que el lector interesado construya el gran fresco de los hechos, recurriendo a otras grandes obras conocidas sobre el tema, como Falklands/Malvinas, de Rodolfo Terragno, o La Batalla por las Malvinas, del gran corresponsal de guerra Max Hastings. Fowler no es un “kelper”, como se llama a los originarios de las islas, sino inglés, establecido en las Malvinas como superintendente de Educación del archipiélago desde 1971. El relato de Fowler nos hace testigos de la llegada de las primeras tropas invasoras, la incertidumbre de la ocupación, los combates en los alrededores de Port Stanley y la partida de los argentinos derrotados.

Su casa, ubicada en las afueras de la capital malvinense estaba cerca de un edificio que era utilizado por la guarnición de los Royal Marines como cuartel, de forma que Fowler quizás fuera de los primeros, si no el primer hombre en escuchar a las tropas argentinas desembarcar: “…al amanecer, oí hacia el oeste de mi casa un sonido que me pareció el de una gran cantidad de cajas de madera que caían sobre concreto. Resultó que se trataba de una avanzadilla de fuerzas especiales argentinas, desembarcada de un submarino cerca de Mullet Creek, al sur de la ciudad. Habían cruzado el campo en la oscuridad para atacar las barracas de la infantería de manira en Moody Brook…”.

El tono del libro es del espectador. Pero de un espectador que logra imprimir en su relato la inmediatez de lo que está viviendo, mediante el uso de frases certeras. Por ejemplo, uno de los capítulos empieza con una frase de ejemplo para cualquier historiador: “La invasión tuvo lugar el viernes.” Y esa sencilla frase nos transporta al día a día de los pobres habitantes de las islas que un día común y corriente vieron interrumpida su vida, y cambiada para siempre en una fecha tan trivial como un viernes.

Comandos argentinos llevan prisioneros a soldados británicos, luego del desembarco sorpresivo en las Malvinas.

Comandos argentinos llevan prisioneros a soldados británicos, luego del desembarco sorpresivo en las Malvinas.

Otro ejemplo del espectador de primera mano, es este pasaje, unos días después del desembarco de las primeras tropas argentinas en las islas: “Cuando por fin llegamos a la cumbre de Philomel Hill, ambos lados de la calle Davis, hasta donde alcanzaba la vista, estaban ocupados por columnas de soldados que cargaban bolsas de equipos, cajas de municiones, morteros y otros equipajes claramente pesados. Todos se dirigían al oeste”. Porque el relato que nos hace Fowler, es la voz del hombre que ve pasar la historia frente a la puerta de su casa, quedando sumergido totalmente en ella, pese a un día a día artificial, en el que debe continuar su vida y su trabajo como si tal cosa. O este otro, en que relata la aventura que era salir a la calle para hacer cualquier diligencia:

“…a las nueve de la mañana del 13 de abril me encontré, bastante nervioso, frente a la puerta de la escuela, que por entonces estaba en la calle John, con las llaves en la mano, mientras un grupo muy profesional de infantes de marina argentinos se dirigía hacia donde yo estaba. Con las armas listas, corrían por la calle, cubriéndose cada tanto en los portales y detrás de vallas, de manera muy parecida a la forma en que se conducían las tropas británicas que patrullaban Irlanda del Norte que había visto muchas veces por televisión…”.

 

Aunque el autor va del pasado al presente siempre es coherente con su narración, de forma que siempre respeta la temática central del capítulo en el que se encuentra. Otro aspecto interesante del libro es que nos enfrenta a la vida cotidiana de quien se ha visto de pronto, asediado por acontecimientos mucho mayores que él y que sin embargo, tiene que seguir viviendo dentro de lo posible, su rutina. Así, hasta una taza de té tiene el sabor de un evento extraordinario: “En un momento en que entré gateando a la cocina para hacer el té, vi, al pararme, algo que parecía ser chispas rojas que se entrecruzaban por sobre el jardín. Me tomó uno o dos segundos entender que se trataba de balas trazadoras; me agaché y seguí gateando…”.

Tropas británicas desembarcan en las Malvinas.

Tropas británicas desembarcan en las Malvinas.

Ciertos pasajes del libro ayudan a comprender la envergadura de los eventos sucedidos en el remoto archipiélago, de cómo los argentinos se arriesgaron a ejecutar esa aventura y de la sorprendente reacción de los ingleses. Fowler logra transmitir la sensación de aislamiento que tenían los isleños con respecto a la metrópoli con apenas unos certeros párrafos, como este:

“La hospitalidad de a bordo era legendaria. Pero había un evento particularmente codiciado: la cena a base de pescado y papas fritas del comedor de suboficiales. El pescado y las papas eran excelentes, pero aún mejor era el hecho de que venían envueltos en papel de periódico. En aquel entonces, los periódicos rara vez llegaban a las islas, y, cuando ello ocurría, eran muy caros. De modo que los invitados, después de comer y conversar, saciaban su hambre de noticias leyendo en silencio los envoltorios de su cena…”.

A pesar de los dramáticos momentos que está viviendo, pues al fin y al cabo la guerra de las Malvinas fue eso, una guerra. El autor no abandona un fino humor, muy británico, se podría decir, que ayuda a quitar un poco los tonos grises que podrían haber inundado sus recuerdos. Especialmente gracioso es el nacimiento de su hijo Daniel, en medio de la ocupación argentina, o las relaciones con su nuevo jefe, un oficial de asuntos civiles de la armada argentina:

“Otra vez, mientras mirábamos un mapa de las Falklands, yo procuraba explicarle las complejidades de la organización administrativa y laboral de los pequeños colegios esparcidos en diversos puntos remotos del camp (como se llama en las Falklands a todo lo que no sea Stanley). Algunos pertenecían a estancias, que también se hacían cargo del personal, otros eran propiedad de las estancias, pero los educadores eran empleados del gobierno, otros eran propiedad del gobierno, que también suministraba los educadores, y, finalmente había otros que no tenían un plantel regular, sino que dependían de maestros itinerantes pagados por el gobierno. De pronto, Hussey se tomó la cabeza y exclamó: ‘Creo que preferiría estar persiguiendo submarinos’…”.

 

O este otro, que me parece de una sabiduría del uso del humor ejemplar:

“Uno de los dos paracaidistas era un imponente escocés de mandíbula cuadrada. Medía más de un metro noventa, estaba festoneado de cananas y granadas de mano y tenía un notable parecido con el héroe de historieta favorito de mi infancia, Desperate Dan. Un niñito se abrió paso entre el gentío y le preguntó con timidez: ‘¿Qué haces en el ejército?’.

                  -Hijo, soy enfermero…”.

 

Soldados argentinos prisioneros, custodiados por un paracaidista británico en Port Stanley.

Soldados argentinos prisioneros, custodiados por un paracaidista británico en Port Stanley.

Pero como todo en la vida, no solo hay risas. Resultan especialmente tristes los pasajes en los que Fowler pudo tener la oportunidad de observar las lamentables condiciones en que los soldados argentinos enfrentaron la invasión. Sufriendo el frío antártico, hambre, escondidos en trincheras cavadas en el lodo congelado de los montes del campo malvinense constantemente asediado por el viento, mientras sus oficiales sufrían bastante menos, ocupando casas de británicos en la ciudad, bien abastecidos de ropa de frío y con abundante comida. El valor de Fowler es su testimonio de primera mano, pues todo sucede, literalmente, ante sus ojos:

                   “El contacto de los residentes de Stanley con los soldados a menudo se limitaba a ver a los que oficiaban de sirvientes de los atildados y bien alimentados oficiales; se los solía ver hurgando en la basura en busca de sobras y a veces pasaban tímidamente una nota pidiendo que les comprásemos chocolate en las tiendas, a las que tenían prohibido entrar…”.

 

Soldados argentinos dentro de una trinchera en Malvinas.

Soldados argentinos dentro de una trinchera en Malvinas.

Pero esta percepción del soldado, que en el caso de los argentinos, son soldados de ocupación, invasores, esos que llegaron a romper la vida cotidiana, cambia ante los ojos del autor, gracias a la convivencia obligada, endureciéndose, como lo atestiguan estas líneas:

                   “…con el avance británico, la presencia militar argentina en las calles de Stanley se multiplicó. Grandes cantidades de soldados marchaban por la ciudad, o la cruzaban en la caja de vehículos de transporte. Sus cascos, antiparras y ondulantes capas impermeables los hacían parecer siniestros espantapájaros carentes de humanidad, epítomes de malevolencia anónima…”.

Estas cortas frases que construyen el breve libro, (apenas 212 páginas en la edición de Winograd, que tengo en mis manos), exponen los sentimientos universales del hombre en presencia de la ocupación, mediante el relato de sus recuerdos mínimos. Así, esta misma óptima que oscila entre la ternura y el más claro rechazo, podría aplicarse para todas las guerras y la presencia de tropas de ocupación, menos para los nazis, conocidos de sobra para saber que sus tropas por donde pasaron inspiraron únicamente terror. Pero volviendo al libro, y ya para ir cerrando esta recomendación, resulta especialmente interesante el relato de la retirada de las tropas argentinas de Port Stanley, que nos permite hacernos una imagen de los tensos momentos vividos por una población civil completamente ajena al mundo de la política y la diplomacia:

“…Algunos de ellos iniciaron incendios, tal vez por accidente, o para calentarse, o tal vez por su furia al descubrir que en Stanley abundaba el alimento, guardado en almacenes o en contenedores de transporte marítimo que se veían por todas partes. Muchos de estos hombres ya combatían desde antes de la llegada de los británicos. Sus enemigos eran el hambre y el frío que sufrían en sus emplazamientos en lo alto de los cerros. Así que puede decirse sin faltar a la verdad que reaccionaron muy mal al descubrir que Stanley era una suerte de tierra que mana leche y miel reservada casi exclusivamente para sus oficiales…”.

Todo lo que se pueda decir de más, es redundante. El magnífico libro de Fowler nos regala un relato de primera mano, pero pasando por el filtro de un civil que ve pasar la guerra frente a su ventana, y que aunque se combate en su jardín trasero y desde su cocina ve volar a los Harriers que bombardean los posiciones argentinas, la artillería emplazada en la cercanía de su casa los hace temblar, nos priva de la brutalidad de la guerra, del trauma de los mutilados, de las situaciones extremas que entraña cada guerra. Nos da atisbos, pero su fino humor y su profunda humanidad nos alivia las circunstancias, haciendo su libro un verdadero goce, altamente adictivo. Es definitivamente un libro para tener en cuenta en estas vacaciones.

 

Breve resumen infográfico de la guerra de las Malvinas. (Fuente: http://www.latdf.com.ar/2011/04/la-guerra-de-malvinas-por-telesur.html).

Breve resumen infográfico de la guerra de las Malvinas. (Fuente: http://www.latdf.com.ar/2011/04/la-guerra-de-malvinas-por-telesur.html).

 

El libro:

Malvinas7

 


Libros para las vacaciones II

El General en su laberinto. Gabriel García Márquez

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

Pareciera que recomendar la lectura de un libro de García Márquez es un acto ocioso, una obviedad o casi una irreverencia. En esta ocasión, para esos días de fin de año en que uno encuentra unas horas vacías, recomendamos encarecidamente la lectura de una maravillosa novela histórica que nos acerca al Simón Bolívar humano, lejos de las manipulaciones infantiles del bolivarismo venezolano. En esencia la novela es una obra magníficamente bien ambientada que relata la búsqueda del hombre y su destino.

 

Simón Bolívar (Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios), en sus días de gloria. Retratado en plena acción, cargando contra los realistas en la batalla de Araure, el 5 de diciembre de 1813, la pintura se encuentra en la Casa de Bolívar, en Caracas, Venezuela.

Simón Bolívar (Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios), en sus días de gloria. Retratado en plena acción, cargando contra los realistas en la batalla de Araure, el 5 de diciembre de 1813, la pintura se encuentra en la Casa de Bolívar, en Caracas, Venezuela.

 

-I-

La novela

 

Pasados los días de gloria, lejos del poder y fracasado el ambicioso sueño de la Gran Colombia, a Simón Bolívar, el Libertador, ya no le queda más que recordar. El mismo hombre que lideró la guerra de independencia de medio continente con su valentía y su espada, es ahora un hombre débil, enfermo, asqueado de la naturaleza intrigante del hombre. Se ha autoimpuesto el exilio europeo, siguiendo quizás, el ejemplo de su colega de gloria, el general José de San Martín, el mismo que estuvo dispuesto a luchar bajo sus órdenes pero que el orgullo bolivariano no aceptó “porque dos gallos son muchos en el mismo corral”. Pareciera que era destino común el exilio para los grandes hombres, o la muerte. O’Higgins también en el exilio. Francisco de Paula Santander, sufriendo exilio por órdenes de Bolívar. Después de la guerra de independencia vino la guerra de las ambiciones, y por todos es sabido que la revolución se come a sus hijos.

El último viaje del General será remontando el río Magdalena, hasta su desembocadura en el Mar Caribe. Este viaje es la excusa de la novela para contarnos la vida de Bolívar. Las ilustraciones desgraciadamente sin autor, fueron tomadas del siguiente sitio: http://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/obra/novelas/historia_oficial.htm).

El último viaje del General será remontando el río Magdalena, hasta su desembocadura en el Mar Caribe. Este viaje es la excusa de la novela para contarnos la vida de Bolívar. Las ilustraciones, desgraciadamente sin autor, fueron tomadas del siguiente sitio: http://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/obra/novelas/historia_oficial.htm).

La maravillosa novela de García Márquez empieza justamente con el primer día del viaje al exilio de Bolívar, quien sale de Bogotá repudiado hasta por quienes en un momento lo apoyaron. Es un hombre consumido, derrotado, que tras un largo baño en el que parecía haberse ahogado: “Terminó afeitándose a ciegas sin dejar de dar vueltas por el cuarto, pues procuraba verse en el espejo lo menos posible para no encontrarse con sus propios ojos.” Así, Bolívar es un hombre que huye de la culpa, del pasado, de sus propias acciones.

Sus divagaciones internas, sus sueños atormentadores unos y tormentosos otros, son el hilo conductor de este viaje desde la serranía colombiana hasta la costa. El relato es lento, trabajoso, como el propio caminar cansino del general. Pero la ambientación es tan minuciosa, tan enfocada en el detalle, que logra envolvernos desde la primera página. Un ejemplo del arte garcíamarquiano de ir construyendo un escenario a nuestro alrededor de forma silenciosa, imperceptible, es el siguiente párrafo:

“Leía a la luz escasa de la palmatoria, sentada en un sillón que aún tenía el escudo de armas del último virrey, y él la escuchaba tendido boca arriba en la cama, con la ropa de civil de estar en casa y cubierto con la ruana de vicuña. Sólo por el ritmo de la respiración se sabía que no estaba dormido. El libro se llamaba Lección de noticias y rumores que corrieron por Lima en el año de gracia de 1826, del peruano Noé Calzadillas, y ella lo leía con unos énfasis teatrales que le iban muy bien al estilo del autor…”.

 

La atmósfera de la situación de tensión e incertidumbre que se vive en Bogotá esa madrugada del 8 de mayo de 1830, se construye a base de frases que pudieran sonar casuales, pero que tienen un fuerte impacto en el lector, como esta plática del Libertador con Manuela Sáenz:

“Pero después de la última ronda estalló de pronto una carcajada unánime de muchos hombres, que alborotó a los perros de la cuadra. Él abrió los ojos, menos inquieto que intrigado, y ella cerró el libro en el regazo, marcando la página con el pulgar.

Son sus amigos, le dijo.

No tengo amigos, dijo él. Y si acaso me quedan algunos ha de ser por poco tiempo.

Pues están ahí afuera, velando para que no lo maten, dijo ella…”.

 

Esas frases, hábilmente manejadas por el escritor colombiano, se mezclan con otras de menos fuerza, para crear una lectura inquietante, como lo pudo haber sentido el propio Bolívar, prisionero de la incertidumbre de las luchas políticas. Así, abunda en la situación de inseguridad, apuntalando la conversación con estos otros datos, que nos va soltando de a pocos:

“El zaguán y los corredores en torno del jardín interior estaban tomados por los húsares y granaderos, todos venezolanos, que iban a acompañarlo hasta el puerto de Cartagena de Indias, donde debía abordar un velero para Europa. Dos de ellos habían tendido sus petates para acostarse a través frente a la puerta principal de la alcoba…”.

 

Y en seguida, para darle realce a la urgencia de la situación, por medio del mecanismo de quitarle importancia, se sumerge en la narración del día a día del general, como sus ataques de tos, momento que atestigua uno de sus edecanes, el irlandés Belford Hinton Wilson, quien se asoma a la habitación al escuchar la crisis de Bolívar, “…y vio al general atravesado bocabajo en la cama, tratando de vomitar las entrañas.” La magia del artilugio narrativo de García Márquez también se basa en ponernos enfrente a testigos históricos de la cotidianidad de Bolívar para contarnos lo que ven, pero siempre a través del narrador, esa “voz en off”, que dirige la lectura durante toda la novela. Así, terceriza la experiencia de otros, para que nosotros la podamos asumir como propia. No pretendo aburrir a nadie ni arruinar la aventura de leer esta maravillosa novela analizando los subtextos y los niveles de lectura, así que no digo más, aunque parezca abrupto, y mejor dejo hablar a García Márquez, para que nos embruje con su estilo.

 

-II-

La voz de García Márquez

 

Dejo unas frases escogidas al azar, a manera de invitación de una de las mejores novelas del Nobel colombiano, (a mi gusto), y de las menos valoradas:

“La prensa adicta al general Francisco de Paula Santander, su enemigo principal, había hecho suyo el rumor de que su enfermedad incierta pregonada con tanto ruido, y los alardes machacones de que se iba, eran simples artimañas políticas para que le rogaran que no su fuera. Esa noche, mientras Manuela Sáenz le contaba los pormenores de la jornada borrascosa, los soldados del presidente interino trataban de borrar en la pared del palacio arzobispal un letrero escrito con carbón: ‘Ni se va ni se muere´. El general exhaló un suspiro.”

 

“En los baúles personales de José Palacios, junto con el botiquín y otras pocas de valor, llevaba el Contrato Social de Rousseau, y El Arte Militar del general italiano Raimundo Montecuccoli, dos joyas bibliográficas que pertenecieron a Napoleón Bonaparte y le habían sido regladas por sir Robert Wilson, padre de su edecán. El resto era tan escaso, que todo cupo embutido en un morral de soldado. Cuando él lo vio, listo para salir a la sala donde lo aguardaba la comitiva oficial, dijo:

Nunca hubiéramos creído, mi querido José, que tanta gloria cupiera dentro de un zapato.”

 

“Se conservaron poco más de tres mil cartas y unos ocho mil documentos firmados por él. A veces sacaba de quicio a los amanuenses. O al contrario. En cierta ocasión le pareció mal escrita la carta que acababa de dictar, y en vez de hacer otra agregó él mismo una línea sobre el amanuense: ‘Como usted se dará cuenta, Martell está hoy más imbécil que nunca’…”

“De pronto, al final de una galería abierta a los vastos llanos azules, vio a Reina María Luisa sentada en el sardinel. Una bella mulata en la flor de la edad, con un perfil de ídolo, envuelta hasta los pies en un pañolón de flores bordadas y fumando un cigarro de una cuarta. Se asustó al verlo, y extendió hacia él la cruz del índice y el pulgar.

De parte de Dios o del diablo, dijo, ¡qué quieres!

A ti, dijo él.

Sonrió, y ella había de recordar el fulgor de sus dientes a la luz de la luna. La abrazó con toda su fuerza, manteniéndola impedida para moverse mientras la picoteaba con besos tiernos en la frente, en los ojos, en las mejillas, en el cuello, hasta que logró amansarla. Entonces le quitó el pañolón y se le cortó el aliento. También ella estaba desnuda, pues la abuela que dormía en el mismo cuarto le quitaba la ropa para que no se levantara a fumar, sin saber que por la madrugada se escapaba envuelta con el pañolón. El general se la llevó en vilo a la hamaca, sin darle tregua con sus besos balsámicos, y ella no se le entregó por deseo ni por amor, sino por miedo…”.

 general3“La última noche de Honda abrieron la fiesta con el valse de la victoria, y él esperó en la hamaca a que lo repitieran. Pero en vista de que no lo repetían se levantó de golpe, se puso la misma ropa de montar que había usado en la excursión a las minas, y se presentó en el baile sin ser anunciado. Bailó casi tres horas, haciendo repetir la pieza cada vez que cambiaba de pareja, tratando quizás de reconstituir el esplendor de antaño con las cenizas de sus nostalgias”.

“Montó en un caballo de refresco, de buena estampa y enjaezado como el de un virrey, y se fue a todo galope sin volver a mirarlo. Él esperó en el portal hasta que dejó de verla en el fondo de la calle, pero seguía viéndola en sueños cuando José Palacios lo despertó al amanecer para emprender el viaje por el río.”

general4 “Manuela se impuso con una determinación incontenible y sin los estorbos de la dignidad, pero cuanto más trataba de someterlo más ansioso parecía el general por liberarse de sus cadenas. Fue un amor de fugas perpetuas. En Quito, después de las primeras dos semanas de desafueros, él tuvo que viajar a Guayaquil para entrevistarse con el general José de San Martín, libertador del Río de la Plata, y ella se quedó preguntándose qué clase de amante era aquél que dejaba la mesa servida en mitad de la cena. Él había prometido escribirle todos los días, de todas partes, para jurarle con el corazón en carne viva que la amaba más que a nadie jamás en este mundo…”.

“Uno de los conjurados contó en sus memorias que saliendo de la casa donde se acordó el crimen, en la plaza mayor de Santa Fe, había sufrido una conmoción del alma al ver al mariscal Sucre en la neblina helada del atardecer, con su sobre todo de paño negro y el sombrero de pobre, paseándose solo con las manos en los bolsillos por el atrio de la catedral.”

“Soledad tenía el nombre bien puesto: cuatro calles de casas de pobres, ardientes y desoladas, a unas dos leguas de la antigua Barranca de San Nicolás, que en pocos años había de convertirse en la ciudad más próspera y hospitalaria del país. El general no hubiera podido encontrar un sitio más apacible, ni una casa más propicia para su estado, con seis balcones andaluces que la desbordaban de luz, y un patio bueno para meditar bajo la ceiba centenaria. Desde la ventana del dormitorio dominaba la placita desierta, con la iglesia en ruinas y las casas con techos de palma amarga pintadas con colores de aguinaldo”.

 

No se diga más: feliz lectura.


Libros para las vacaciones

Ahí le dejo la gloria. Mauricio Vargas Linares

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

El general José de San Martín, libertador de vastos territorios en América del Sur en sus años de gloria. La autoría del retrato se le atribuye al pintor Jean Baptiste Madou, aunque no se ha logrado establecer con total seguridad. (Fuente: wikipedia).

El general José de San Martín, libertador de vastos territorios en América del Sur en sus años de gloria. La autoría del retrato se le atribuye al pintor Jean Baptiste Madou, aunque no se ha logrado establecer con total seguridad. (Fuente: wikipedia).

Cambiando un poco la tónica de estas cápsulas vamos a recomendar algunos libros para estas vacaciones de fin de año, tratando que siempre sean de materia histórica, pero a la vez amenos. Empezamos con una novela que me he devorado en unos pocos días, prisionero del apasionante relato: «Ahí le dejo la gloria», de Mauricio Vargas Linares.

Corre el año de 1822. El otrora formidable imperio español se derrumba, asediado por las rebeliones. En México, el grito de independencia dado por el sacerdote Miguel Hidalgo estremeció al reino de la Nueva España y lo sumió en la guerra. En las vastas posesiones de América del Sur, dos líderes gigantes han surgido para acaudillar el movimiento que aspira a la independencia. En el norte, el caraqueño Simón Bolívar ha logrado arrebatarle con grandes sacrificios la Nueva Granada y lucha en el Alto Perú. En el sur, el general José de San Martín ha logrado imponerse en Buenos Aires, Chile y Perú. En las batallas que expulsan a los ejércitos españoles van resonando nuevos nombres bautizados en la gloria de la victoria: Antonio José de Sucre, Bernardo O’Higgins, Manuel Belgrano, José Antonio Páez, Francisco de Paula Santander y muchos otros que atan su memoria a nombres no menos rotundos como Boyacá, Junín, Ayacucho, Chacabuco, San Lorenzo, Rancagua. Guayaquil es el punto de encuentro, Bolívar y San Martín se reúnen por siete horas. ¿Qué se habló allí? Ese encuentro y los hechos que desembocaron en él es la materia de la que se nutre la novela “Ahí le dejo la gloria”, del colombiano Mauricio Vargas Linares.

 

-II-

La novela

 

“Cuando no existamos, nos harán justicia”, le escribe en un momento de desesperanza el general José de San Martín a su amigo, Bernardo de O’Higgins, cuando liberada Lima, sus oficiales casi de inmediato se ponen a conspirar a sus espaldas.

 

En este ambiente y con esos ánimos, el Libertador del sur se embarca en la goleta Macedonia la madrugada del viernes 27 de julio de 1822 rumbo a Guayaquil, para entrevistarse con el Libertador del norte, Simón Bolívar, para decidir sobre el rumbo de la guerra en la serranía peruana, en donde las tropas españolas se habían atrincherado, aferrándose a un último reducto. Esa reunión de los dos colosos de América del Sur es el centro de la novela del colombiano Mauricio Vargas Linares, y en donde desembocan los discursos que arrancan en distintos lugares y tiempos y con distintos personajes. Así como habla San Martín, habla Bolívar, habla Francisco Miranda, habla la famosísima Manuela Sáenz, hablan los soldados, los oficiales y personajes del pueblo. Guayaquil es un hervidero de espías de todos los bandos. Guayaquil es el escenario de un acuerdo que sellaría en primera instancia el destino de San Martín, pero más allá, sellaría el destino de toda América del Sur. Pero del encuentro poco se sabe. Fueron siete horas en que ambos guerreros veteranos de mil combates se encerraron en una mansión con vistas al puerto a discutir solo ellos saben qué, y se lo llevaron a la tumba. No hubo secretarios, amanuenses ni criados que pudieran dejarnos siquiera una pista, y por ello, la novela es tan maravillosa, porque novela sobre lo que pudieron haber discutido ese lejano día de 1822.

 

“A lo que vinimos, pensó horas más tarde, cuando asomó sobre la borda la cabeza de Bolívar, quien acababa de trepar por la escalera de gato. Lo vio quitarse el sombrero, cubrirse un poco la frente con sus mechones negros y alisarse las prominentes cejas, extendiendo sobre ellas el pulgar y el índice de la mano, y luego caminar hacia él con los labios gruesos abiertos en una sonrisa amplia. Es más bajo que yo, pensó San Martín mientras Bolívar se empinaba ligeramente para abrazarlo una, dos, tres veces, alternando los costados…”

 

Pero también nos regala con la perspectiva de Bolívar del primer encuentro, enrollándonos en su juego de espejos, de uno y otro lado, de forma que Vargas va jugando con sus personajes y la historia hasta ponernos a nosotros, imperceptiblemente, en el centro de la historia.

“…San Martín apenas tuvo tiempo de ordenar el mechón rebelde que le caía sobre la frente ancha, y de cerrarse la pechera. Después de trepar por la escala de gato, Bolívar se ajustó el pelo negro hacia adelante, para intentar cubrir las entradas que ganaban terreno, y caminó con taconazos decididos que resonaron sobre la cubierta. Vaciló un instante antes de la última zancada que inició ya con los brazos abiertos.

—Somos casi de la misma estatura– le diría Bolívar días después a Manuelita.”

 

La novela es en verdad, un prodigio narrativo que captura desde el primer párrafo. No es experimental, sino una narración que no pierde ritmo en ningún momento, ni siquiera cuando se trata de describir batallas o las fatigosas jornadas de los soldados en los campos de batalla españoles o americanos. Como toda novela contemporánea no es un solo hilo del que tira para alimentarla. Hay también una suerte de minúsculos ensayos históricos que se dejan caer de repente, para armar el escenario por el que va a hacer desfilar a sus personajes, pero con una voz que no permite la impostura. Así, la armazón de la escenografía no nos suena a artilugio, sino a una voz distante que nos lleva de la mano para sentarnos en una acera de la ardiente Guayaquil o de la helada cornisa de los Andes por donde cruza San Martín.

El epicentro del relato, la ciudad que arde a orillas del río, se transforma en una suerte de ciudad-sueño, en manos del narrador que sabelotodo nos va desgranando su sabiduría de forma tan medida que no nos cae pesado:

“…Las mejores estaban frente a la ría, o en las calles aledañas, donde sus ocupantes se beneficiaban del viento de la tarde. En la planta baja de las más grandes había locales para tiendas y bodegas. Las plantas altas contaban con largos balcones que se comunicaban de una casa a otra y conformaban interminables galerías frontales, con ventanas de chazas abiertas por abajo para cortar los rayos del sol. Estos soportales se fueron extendiendo de manzana en manzana, de tal manera que para finales del siglo XVIII era común que, cuando el calor cedía, los guayaquileños de calidad se pasearan por ellos, visitaran a los amigos, cotillearan animosos cualquier filfa de reciente invención y recorrieran buena parte de la ciudad nueva por aquel segundo piso del puerto, sin siquiera embarrarse las suelas de los zapatos…”

 

Imponente monumento y tumba del General José de San Martín, en el interior de la Catedral de Buenos Aires. En la fachada exterior del templo, una antorcha arde de forma permanente en su memoria. (Fotografía: RFO).

Imponente monumento y tumba del General José de San Martín, en el interior de la Catedral de Buenos Aires. En la fachada exterior del templo, una antorcha arde de forma permanente en su memoria. (Fotografía: RFO).

Pero no solo habla el narrador. Él interviene en largas parrafadas, pero también presta la voz, la mayoría de las veces a los personajes, quienes a su vez le narran los hechos a alguien más. Así por ejemplo, la novela arranca con San Martín ya viejo, en el exilio francés, atisbando el pasado por las ventanas, atravesando las cataratas que le arrebatan la visión, viendo pasar sus recuerdos en el cielo gris de Boulogne-sur-mer, en el Paso de Calais. Allí, San Martín, recordando y remendando sus casacas le va contando historias a su hija Mercedes, que lo acompaña en el destierro. Particularmente conmovedor es el pasaje que describe la rutina de este héroe cansino:

“…su meticulosa rutina que empezaba bien antes del amanecer al levantarse de su viejo catre de hierro y lona que lo había seguido a tantas guerras, y que ahora reposaba en paz contra la pared interna de la habitación, pues yo jamás aprendí a dormir en camas de lujo. Lo siguiente era prepararse un café cargado –que siempre prefirió al venerado mate de su tierra-, come un par de tajadas de pan con manteca, llenar la jofaina de agua para asearse en el mesón de mármol negro que hacía las veces de lavabo, pasarse un cepillo sobre la cabeza para ordenar la todavía abundante cabellera plateada, adecentar el bigote encanecido con un pequeño peine, darse un par de golpes en los cachetes hundidos con las manos bañadas en agua de Colonia, e instalarse luego en la mesa de escribir a garabatear alguna carta, sin poder cuidar ya su fina caligrafía. Sentarse en el taburete frente a la ventana, con el costurero sobre las piernas, lo ayudaba a llegar hasta la media mañana…”

 

Nos arranca al San Martín de mármol y de bronce al que estamos acostumbrados y nos devuelve a un hombre cansado, casi ciego, que vive más de sus recuerdos que del día a día, tal y como años antes de su exilio le confiaría a su amigo y confidente, el coronel Guido, que se había pasado más tiempo rememorando el pasado que ocupándose del futuro. El libro tiene otros momentos grises, acordes a la naturaleza melancólica de San Martín, exacerbada por su exilio en el brumoso norte francés, y alcanza alturas de depresión como el relato del paseo del general por el pueblo, rumbo a la casa de correos, a recoger cartas. “Ya ni siquiera me odian– le dijo un día, al volver de la poste, a Merceditas y se encerró en su habitación a mascullar la indignación ante tanto olvido.”

Pero el libro recupera pronto el paso y nos cruza el ánimo con otras atmósferas menos tristes, como esa exquisita escena que recrea el relato que hace Bolívar a Manuelita de una de sus tantas batallas luego de una noche de amor, en que utiliza la cama revuelta como mapa de campaña.

“Para ese momento de la noche, empeñado en ilustrar en detalle a su amante, el Libertador había convertido la alcoba entera en un inmenso mapa. De pie sobre el llano, había señalado con el índice a Sogamoso sobre la cama, a la izquierda de donde estaba Manuela, y a Socha más a la derecha, justo frente a las piernas recogidas de la quiteña. Caminó hacia ella y se tropezó con el borde de la cama (…) Era el camino correcto, el ideal para garantizar la sorpresa, reiteró tras ubicar a las tropas españolas sobre las cobijas revueltas, entre los valles de Sogamoso y Socha, pero recorrerlo, mi buena, implicaba trepar una pared de roca hasta las alturas donde el aire escasea, y afrontar un sirimiri incesante que, por cuenta de los vientos helados, nunca cae del cielo sino que pega de costado, sobre el rostro, y penetra la piel y los huesos hasta paralizarte…”.

 

Detalle de una de las imponentes esculturas que escoltan el catafalco que guarda los restos del General San Martín. La alegoría de la libertad porta en su mano derecha las cadenas rotas de su cautiverio y se apoya en el haz romano, uno de los símbolos de la república. En su cabeza porta una corona de laurel, símbolo de la victoria. Su mano izquierda se apoya en lo que pareciera ser una tabla de la ley. A sus pies se puede leer la firma del A. Carrier Belleuse, quien lo ejecutó en 1880. Como dato curioso cabe mencionar que el mismo escultor realizó el monumento mortuorio y tumba del General Justo Rufino Barrios, levantado en el Cementerio General de ciudad de Guatemala. (Fotografía RFO).

Detalle de una de las imponentes esculturas que escoltan el catafalco que guarda los restos del General San Martín. La alegoría de la libertad porta en su mano derecha las cadenas rotas de su cautiverio y se apoya en el haz romano, uno de los símbolos de la república. En su cabeza porta una corona de laurel, símbolo de la victoria. Su mano izquierda se apoya en lo que pareciera ser una tabla de la ley. A sus pies se puede leer la firma del A. Carrier Belleuse, quien lo ejecutó en 1880. Como dato curioso cabe mencionar que el mismo escultor realizó el monumento mortuorio y tumba del General Justo Rufino Barrios, levantado en el Cementerio General de ciudad de Guatemala. (Fotografía RFO).

Otro momento hermoso de la novela es cuando San Martín, desde la cubierta de la Macedonia, atisba las luces de Guayaquil la noche posterior a su entrevista con Bolívar y recuerda el cruce de los Andes, que le haría un cuarto de siglo después a su hija Mercedes. Es un juego asombroso de cajas chinas que se abren y cierran perfectamente, respetando el tiempo histórico, pero confrontando los límites de la narración. Cosa rara, no nos extraña que evoque lo que pasará en 25 años, es más nos parece una suerte de artificio onírico, como un atisbo a ese lejano futuro, desde la costa ardiente del Ecuador. “Durante una caminata por las praderas reverdecidas con la llegada de la primavera que había invadido los aires y las tierras que rodeaban el Grand Bourg, le detalló a su hija, con el rostro iluminado por el recuerdo de sus mejores días…”

Es una novela circular, un hermoso juego de historia y literatura que bien vale la pena tomar en cuenta para estos días de fin de año que se acercan, para sacarle partido a un hecho tan desconocido como fascinante en esas luminosas mañanas que nos trae diciembre.

 

-III-

El destino del hombre 

 

El general José de San Martín, a los 70 años en su exilio francés. Daguerrotipo de 1848. (Fuente: wikipedia).

El general José de San Martín, a los 70 años en su exilio francés. Daguerrotipo de 1848.
(Fuente: wikipedia).

El resultado inmediato de la reunión de Guayaquil es el retiro de San Martín de los campos de batalla. “Dos gallos son muchos en un mismo corral”, parece haber dicho Bolívar, negándose a asumir el mando conjunto de los ejércitos del norte y del sur y poner a San Martín bajo sus órdenes. Así que San Martín renuncia a la liberación de la serranía peruana, regresa a Lima a poner todo en orden y renuncia. Se retira a su tierra de origen, a Mendoza. Pero su patria, mientras tanto, ha caído en el caos. Parece que los argentinos, como todos los latinoamericanos tienen esa vocación al caos, a arreglar todos los asuntos a las trompadas.

San Martín, el mismo que con su sudor y esfuerzo liberó los extensos territorios del Río de la Plata, parece estar prisionero en su quinta mendocina, pues cuando solicita permiso para trasladarse a Buenos Aires a visitar a su mujer, el mezquino gobernador de turno, Bernardino Rivadavia, se lo niega. San Martín decide exilarse. Su extrañamiento pasará por Londres, Bruselas, París y recala por fin en Bolougne-sur-mer, en donde habría de esperar la muerte que llegaría por él un 17 de agosto de 1850, a las tres de la tarde. Muere en la cama de su hija Merceditas, quien a pesar de las protestas del viejo general lo saca de su catre de campaña para que logre descansar mejor. Se había pasado media vida vomitando sangre y sufriendo largos ataques de fiebre. Muere a los 72 años.

Lápida en la pared posterior de la capilla en que descansan los restos del General San Martín, en el interior de la catedral de Buenos Aires. (Fotografía: RFO).

Lápida en la pared posterior de la capilla en que descansan los restos del General San Martín, en el interior de la catedral de Buenos Aires. (Fotografía: RFO).

Sus restos serían repatriados a la Argentina hasta el 28 de mayo de 1880, a bordo del vapor Villarino, y duermen el sueño eterno en el interior de la catedral de Buenos Aires, rodeados de un majestuoso monumento ejecutado por el escultor francés A. Carrier Belleuse, autor de varios monumentos que decoran espacios públicos en toda Latinoamérica. Afuera de la catedral, una llama arde en su memoria…


La tierra de los ríos de leche y miel

Proyecto migratorio de la Guatemala Liberal

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

El entonces presidente de la República, general José María Reina Barrios. (Fotografía de Valdeavellano).

El entonces presidente de la República, general José María Reina Barrios.
(Fotografía de Valdeavellano).

Las políticas de atracción a la migración cambiaron radicalmente con la llegada del régimen liberal, luego del triunfo de la revolución de 1871. El presidente Justo Rufino Barrios, firme creyente del beneficio que la presencia de extranjeros daría a la República, emitió la Ley de Inmigración mediante el Decreto Gubernativo 234, publicada el 27 de febrero de 1879[1], a la que se le hicieron modificaciones un año después. Posteriormente, el presidente José María Reina Barrios emitió una nueva Ley de Inmigración, mediante el Decreto Gubernativo 520, publicado el 25 de enero de 1896[2].

Dicha ley establecía en su artículo 1: “Se reputará como inmigrado, para los efectos de este decreto, a todo extranjero que tenga profesión, bien sea jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor que, abandonando su domicilio para establecerse en Guatemala, acepte el pasaje que le proporcione el Gobierno o las empresas particulares, desde el puerto de su embarque en el exterior hasta su embarque en el país”. Y en su artículo 4 disponía: “Se reputará también como inmigrado a todo extranjero que, sin aceptar el pasaje a que se refiere el artículo anterior, manifieste voluntariamente antes de embarcarse, ante el Cónsul de Guatemala, ser su voluntad acogerse a los beneficios que concede este decreto y cumplir las obligaciones que impone”.

 

 

-I-

La ideología

 

Dentro de esta corriente amistosa para el extranjero, del que se presumía aportaría en beneficio del país, cultura, tecnología y ejemplo de trabajo, en el año de 1895 se publicó un interesante libro, titulado Guía del inmigrante en la República de Guatemala, firmado por el señor J. Méndez, quien dedica el volumen al presidente Reina Barrios, y quien en su introducción nos ofrece un interesante muestrario de las ideas del momento. Expresa el señor Méndez (se respeta la ortografía original):

“…La situación del país ha cambiado radicalmente. Hace cincuenta años, casi no había caminos: hoy los tenemos, poseemos ferrocarriles, telégrafos y cable submarino, y varias líneas de vapores nos comunican con todo el mundo. Hace cincuenta años, efímeras leyes progresivas habían sido sustituidas por instituciones propias de la Edad Media: hoy nuestra legislación nos asimilan a los pueblos más cultos. Preséntase, pues, el verdadero momento histórico: la paz nos sonríe; el orden consolida los adelantos implantados desde 1871; una actividad fecunda absorbe los brazos disponibles: es la oportunidad de que una inmigración honrada y laboriosa, expontánea y asimilable, venga a compartir con los regnícolas, tantos recursos y tantas ventajas, a cambio de ampliar nuestras empresas, iniciar otras nuevas y propender con las energías existentes al mayor progreso de Guatemala…”[3]

Esta nueva política de incentivo a la inmigración arrojó resultados positivos, pues ya para el censo realizado en 1893 se reportó una importante colonia de extranjeros, conformada así: 1303 estadounidenses, 532 españoles, 453 italianos, 399 alemanes, 349 ingleses y 272 franceses, más otros grupos minoritarios.[4] Queda de manifiesto lo señalado por el historiador David J. McCreery, quien afirma que un elemento importante del ideario liberal era la admiración hacia lo extranjero (ya fuera europeo o norteamericano) y el sueño de imitar a las sociedades que se creía más desarrolladas. “Los gobernantes liberales evidenciaron no solamente la presuposición ideológica de la superioridad de las ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos”[5], apunta en su ensayo.

Con esta idea de los beneficios que aportarían los extranjeros, el gobierno liberal decidió institucionalizar la inmigración, asignándole al Estado una participación activa, para garantizar el éxito de las colonias de extranjeros que se establecieran en la república. Se involucró al Ministerio de Fomento en la planeación y ejecución de obras que encaminarían al progreso, entidad que priorizó la contratación de extranjeros sobre los nacionales, no sólo por cuestiones de capacidad y conocimiento tecnológico, sino también bajo la creencia que las virtudes de los extranjeros podrían transmitirse a los nacionales mediante el ejemplo. Esta posición ideológica, “…condicionaba a los gobernantes a considerar que las cosas ‘modernas’ como preferibles al equivalente local. El Ministerio de Fomento gastó miles de pesos empleando a expertos extranjeros para desarrollar nuevos productos o métodos de producción en la república. La mayoría resultaron incompetentes o abiertamente trataron explotar credulidad de los liberales…”[6]. El texto de la Guía de Inmigrantes se inserta en estos esfuerzos de abrir el país a los beneficios de la inmigración extranjera.

Sin embargo, el ánimo de recibir inmigrantes no era indiscriminado, pues resulta interesante resaltar que existía una fuerte discriminación en contra de los chinos, prejuicio que se trasladó a la Ley de Inmigración, en su artículo 2: “…No se contratarán como inmigrantes, ni serán aceptados como tales, los individuos del Celeste Imperio, ni los de cualquiera otro país que sean mayores de sesenta años, a menos que éstos sean el padre o la madre de una familia que venga con ello o que se encuentre ya establecida. Tampoco serán aceptados como inmigrados los presidiarios que por delitos comunes hubiesen sido condenados en sus respectivos países, y los que no ofrezcan las condiciones de buena salud y moralidad requeridas.”

 

-II-

Fragmentos de la Guía del Inmigrante

 

Como la guía no es un documento que pueda obtenerse fácilmente, hemos entresacado párrafos que ilustran la ideología liberal con respecto a los esfuerzos de la inmigración, combinándolos, como hemos hecho en otras ocasiones, con grabados y fotografías de la época, para hacer la lectura más placentera y hacer un breve viaje al pasado, a esa Guatemala que creía nacía al futuro y al progreso.

 

 

Cosechadoras de café, finca Las Nubes. (Fotografía de Muybridge, 1875).

Cosechadoras de café, finca Las Nubes.
(Fotografía de Muybridge, 1875).

 

“…El café y la caña de azúcar se producen en la mayor parte de la República; pero estas plantaciones dan mejor resultado en regiones que tengan una altura de 1,200 a 5,000 pies. En la Exposición Universal de París, en 1889, obtuvo el café guatemalteco el primer lugar entre los que se producen en el mundo…” (Página 16).

 

Muelle de hierro del puerto de San José, Escuintla. (Fotografía de Agostino Someliani).

 

Movimiento marítimo. Los puertos del Pacífico son visitados constantemente por los vapores de tres grandes compañías: la Pacific Mail que hace el servicio entre Panamá y San Francisco de California; y las líneas alemanas Kosmos y Kirsten, que lo hacen directamente con Europa, vía Estrecho de Magallanes. Las tres empresas tienen subvención del Gobierno. Además vienen vapores de otras compañías. El servicio de los puertos del Atlántico, lo hacen otras tres líneas de vapores, que los ponen en comunicación directa con Nueva Orleans, Nueva York y Londres. Entre Lívingston, Belice y la costa Norte de Honduras, hay varios buques de vela dedicados al tráfico…” (Página 43).

Muelle de madera creosotada de Puerto Barrios. (Fotografía Valdeavellano).

 

“…Compañías de Vapores. El viajero de Europa puede llegar a Guatemala por el Pacífico o por el Atlántico. Para el 1er. caso, dispone de las líneas directas, vía Estrecho de Magallanes, Kosmos y Hamburgo-Pacífico que llegan en 50 días; de las líneas directas entre Europa y Colón: Royal Mail, vía las Antillas, de Southampton: Compagnie Generale Transatlantique, de San Nazario; Compañía Hamburguesa-Americana; Compañía Transatlántica de Barcelona; Compañía de las Antillas y del Pacífico y línea Harrison, de Liverpool; y La Veloce, de Génova. El viaje vía Colón-Panamá dura 26 días. Además, por motivo de comodidad o placer, puede hacerse la travesía de Europa a Nueva York y de allí a Colón. También se puede efectuar el viaje por el ferrocarril de Nueva York a San Francisco.

Por el Atlántico, se puede venir en línea directa, o por medio de la vía Nueva York-Nueva Orleans. Por ambos medios se arriba a nuestras costas del Norte en 12 días, desde Europa.

Las llegadas a Colón se efectúan así: Royal Mail, los lunes cada dos semanas: Transatlántica francesa, de Marsella el 9, del Havre y Burdeos el 19 y de San Nazario el 29: Hamburguesa-Americana, de Hamburgo, El Havre etc. 4, 12 y 23: Compañía de las Antillas y del Pacífico y línea Harrison de Liverpool y puertos intermedios, cada catorce días; y de Liverpool y Burdeos cada dos semanas. Los vapores de la Pacific Mail llegan de Nueva York el 17 y 27; los de la línea Colombiana del Ferrocarril de Panamá, los mismo días. De Colón a Panamá, la travesía por ferrocarril dura cuatro horas.

Los vapores de la Pacific Mail tienen este itinerario. El que sale de Panamá el 9 llega a San José de Guatemala el 15, a Champerico el 16 y a Ocós el 17. El que zarpa el 19 llega a San José el 28 y a Champerico un día después. El que sale el 28 o el 29 arriba, respectivamente, el 4 y el 5.

El costero que sale el 10 llega a San José el 20 y a Champerico el 21; y el que sale el 30 llega, respectivamente, el 12 y 13, y a Ocós el 14.

De San Francisco zarpan los vapores Pacific Mail el 8, 18 y 28. El 1º llega a Ocós el 19, a Champerico el 21 y a San José el 24; el 2º llega a Champerico el 21 y a San José el 5; y el 3º está en Champerico el 10 y en San José el 15…” (Páginas 45 y 46).

 

Postal conmemorativa de la inauguración de la línea Puerto San José-ciudad de Guatemala, en 1883.

Postal conmemorativa de la inauguración de la línea Puerto San José-ciudad de Guatemala, en 1883.

 

“…Ferrocarriles. Existen en explotación dos líneas férreas: la del Sur y la Occidental; y de la del Norte, muy en breve se abrirán al tráfico los dos primeros tramos.

La del Sur, llamada también ferrocarril Central, pone en comunicación el puerto de San José con la ciudad capital de la República. La longitud es de 74.5 millas (…) Esta línea es considerada como una de las mejores de América Latina, tanto por su buena construcción como por su material rodante, servicio exacto y hermosas estaciones, especialmente las de San José, Escuintla y Guatemala. El precio del pasaje de un extremo a otro de la línea, es: 1ª clase $6.00 y en 2ª $3.00. Por esta vía se hace el transporte de y para los departamentos del Sur, Centro y parte de Oriente. Pertenece a una compañía americana.

 

Fachada de la estación del ferrocarril de Escuintla. (Fotografía de Valdeavellano).

Fachada de la estación del ferrocarril de Escuintla. (Fotografía de Valdeavellano).

  

La línea de Occidente, llamada ferrocarril Occidental, tiene una longitud de 41 millas, entre el puerto de Champerico y San Felipe (…) Este ferrocarril transporta gran parte de la producción de café de aquella riquísima región, y las mercaderías extranjeras que se introducen para los departamentos occidentales. Pertenece a capitalistas del país, y se tiene el proyecto de continuarlo hasta Quetzaltenango.

Se encuentra en vísperas de concluirse el ramal del ferrocarril del Sur entre Escuintla y Patulul, el cual permitirá una rápida comunicación entre el Pacífico y aquella zona agrícola, en el departamento de Sololá, una de las más importantes.

Un ingeniero comisionado por el Gobierno, estudia el trazo de una línea férrea entre el puerto de Iztapa y la estación del Naranjo, ferrocarril Central. Esta vía facilitará más las comunicaciones del Pacífico.

Del lado de la costa del Atlántico, se ha iniciado una obra de trascendental importancia: el ferrocarril del Norte. Parte de Puerto Barrios, uno de los más bien abrigados y accesibles del globo, y se dirige hacia la capital. Están muy próximas a abrirse al servicio público las primeras 60 millas, hasta Los Amates, y se halla en construcción el tercer tramo, el cual incluye un gran puente de hierro sobre el río Motagua. También por el lado de la capital se construye esta línea, la cual, al unirse con la del Sur, proporcionará a Guatemala una vía interoceánica. Se construye con fondos del Estado, por medio de contratas.

Cuando el ferrocarril del Norte esté terminado, la capital de Guatemala quedará a cuatro días de los Estados Unidos y doce de Europa…” (Páginas 47 y 48).

 

Patio Interior de la estación del ferrocarril de Escuintla. (Fotografías de Someliani).

Patio Interior de la estación del ferrocarril de Escuintla.
(Fotografías de Someliani).

 

Patio Interior de la estación del ferrocarril de Escuintla. (Fotografías de Someliani).

Patio Interior de la estación del ferrocarril de Escuintla.
(Fotografías de Someliani).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Oficinas centrales de la Dirección General de Correos en ciudad de Guatemala, ocupando el antiguo edificio del Convento de San Francisco. (Fotografía de Valdeavellano).

Oficinas centrales de la Dirección General de Correos en ciudad de Guatemala, ocupando el antiguo edificio del Convento de San Francisco.
(Fotografía de Valdeavellano).

 

“…Correos. Guatemala ingresó en la Unión Postal Universal el 1 de agosto de 1881. El servicio del ramo es verdaderamente activo y se halla a la altura de las exigencias modernas. Hay en la República 149 oficinas postales, distribuidas en los centros de población y según su categoría. Puede decirse que no existe un solo lugar, por insignificante que sea, que no goce del beneficio de la comunicación postal. El presupuesto de correos para el año 1894-95 asciende a $167,952. El total de empleados es de 694.

La Dirección General del ramo se halla alojada en un cómodo y elegante edificio, en un punto céntrico de la capital, 6ª Avenida Sur (…) Horas de servicio público: de 6 a. m. a 6 p. m…” (Página 61).

 

Interior de las oficinas centrales de Telégrafos. En la pared del fondo se puede observar al centro el retrato de Alexander Graham Bell (con las banderas de Estados Unidos y Guatemala a cada lado) y a su derecha el retrato de Marconi (con la bandera del reino de Italia y la bandera de Guatemala a cada lado). (Fotografía sin autor).

Interior de las oficinas centrales de Telégrafos. En la pared del fondo se puede observar al centro el retrato de Alexander Graham Bell (con las banderas de Estados Unidos y Guatemala a cada lado) y a su derecha el retrato de Marconi (con la bandera del reino de Italia y la bandera de Guatemala a cada lado). (Fotografía sin autor).

“…Telégrafos. El 15 de marzo de 1873 se inauguró la primera línea telegráfica del país, entre la capital y San José. En la actualidad (1894) la extensión de las líneas es de 2,719 ¾ millas inglesas, de las cuales 727 ¾ han sido construidas durante la administración del General Reina Barrios. El número de oficinas es 132. El personal de empleados del ramo asciende a 447. La línea más extensa es la de Guatemala al Petén (279 1/8 millas); y le siguen en longitud la nueva línea doble de Guatemala a Zacapa (157 millas), la de Quetzaltenango a la frontera de México, vía Nentón (157 ¼ millas), la de Escuintla a Mazatenango (114 millas), la de Quetzaltenango a Ocós (118 ¼), etc, etc. De Guatemala a Quetzaltenango hay tres líneas diferentes: la antigua, la nueva y la del Duplex. Hay dos líneas para la frontera del Salvador (por Jalpatagua y por Jeréz); y dos para la de Honduras (por Esquipulas y por Jocotán). El servicio telegráfico es magnífico y corresponde a las exigencias del público (…) La Dirección General del ramo ocupa un elegante edificio, en la capital, 9ª avenida Sur, donde puede notarse el más exacto servicio y la mejor organización, aunque se proyectan todavía mayores progresos para la institución telegráfica, una de las que más honran al país…” (Página 64).

 

 

 

 

[1] Recopilación de Leyes de Guatemala, Tomo II, página 244.

[2] Recopilación de Leyes de Guatemala, Tomo XIV, página 219.

[3] Méndez, J. Guía del Inmigrante en la República de Guatemala. Tipografía Nacional, Guatemala: 1895. Página 6.

[4] Girón Solórzano, Carol L. Estudio Migratorio de Guatemala, en Estudio comparativo de la legislación y políticas migratorias en Centroamérica, México y República Dominicana. Página 252. (Puede leerse completo en: http://www.sinfronteras.org.mx/attachments/article/1292/GUATEMALA.pdf).

[5] McCreery, David J. La estructura del desarrollo en la Guatemala Liberal: café y clases sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, enero a diciembre de 1982. Página 219.

[6] McCreery. Op. Cit. Página 219.


Un héroe desconocido

Los viajes de Walter Lehmann a Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

Al Canche

Walter Lehmann, a los 30 años durante su viaje a Costa Rica, 1907.

Walter Lehmann, a los 30 años durante su viaje a Costa Rica, 1907.

Por estos rincones pasó uno de esos hombres románticos del siglo XIX. Hermano de profesión de otras mentes científicas extraordinarias a las que ya nos hemos referido o iremos nombrando en adelante, como Maudslay, Popenoe, Stephens, Catherwood o Morley, el alemán Walter Lehmann pasó por Guatemala en el lejano año de 1909 y regresó en 1926, buscando objetos, tomando notas y fotografías de unas tierras para el europeo de entonces tan remotas como interesantes, para enriquecer la colección del Museo de Antropología de Berlín. Yo lo descubrí en un estante de una librería de la ardiente Managua.

Este breve texto es un tardío homenaje a su trabajo, hoy olvidado en Guatemala, pero que brilla en Europa, despertando la curiosidad de la gente que se pasea entre los objetos que conforman sus colecciones, soñando con ese mundo de montañas escarpadas y selvas verde esmeralda que era la Centroamérica a inicios del siglo pasado.

 

-I-

Breve semblanza biográfica

Walter Lehmann no era un novato. Para su primer viaje a Centroamérica iniciado en 1907, ya trabajaba en el Museo de Antropología de Berlín y era titular de la cátedra de Estudios Americanistas desde 1899, que impartía en la universidad de la ciudad. Para ampliar sus conocimientos parte de Hamburgo, en una travesía que lo llevará a Nueva York, Jamaica y desembarca en Colón, Panamá, en donde tras breve estancia se embarca rumbo a Puntarenas en noviembre de 1907, y de allí en tren a la ciudad de San José.[1] En el año de 1908 visita Nicaragua y El Salvador, llegando a Guatemala en 1909. Su viaje tenía intenciones claramente científicas, definido por su biógrafa María Dolores G. Torres: “…estudiar arqueología, la etnografía y las lenguas indígenas de Centroamérica…”.[2]

Durante su paso por Panamá visita las obras del Canal, en donde tiene la suerte de observar los monumentales trabajos del corte del paso de Culebra, que constituye el tramo más estrecho de la Cordillera Central de Panamá. Luego saldrá en barco para Costa Rica, en donde se radicará por el lapso de un año.

Lehmann nació en Berlín el 16 de septiembre de 1878, y se graduó de médico en 1901, aunque no se dedicó a la medicina por mucho tiempo. Sus inquietudes intelectuales lo llevaron a ser lingüista, arqueólogo, etnólogo y viajero infatigable. Inicialmente realizó viajes de estudio por América del Sur, pero por alguna razón sus intereses se concentraron en el istmo centroamericano, en donde realizó la mayor parte de su trabajo. Como un detalle digno de ser subrayado para su honra intelectual, luego de desempeñarse como director del Museo Real de Etnología de Munich en 1910, obtener dos doctorados (en etnología y lingüística), ser director del Instituto Etnológico de Investigación y Enseñanza de los Museos Estatales de Berlín-Dahlen y asignársele el mandato sobre las colecciones Africanas, Oceánicas y Americanas del Museo Etnológico de Berlín Dahlen, fue obligado a retirarse prematuramente (bajo excusa de recorte de personal), por sus lazos con el régimen democrático de Weimar. El nacionalsocialismo desplazó a esta mente brillante por sus simpatías políticas, siendo sustituido por Walter Kriekenberg, simpatizante del nazismo.

Ejemplo de las minuciosas notas de Lehmann. En la imagen, un dibujo de una cerámica precolombina encontrada por el alemán en El Salvador. (http://portal.iai.spk-berlin.de/Walter-Lehmann.204.0.html)

Ejemplo de las minuciosas notas de Lehmann. En la imagen, un dibujo de una cerámica precolombina encontrada por el alemán en El Salvador. (http://portal.iai.spk-berlin.de/Walter-Lehmann.204.0.html)

Por esas injusticias del autoritarismo, es obligado a traspasar su colección y biblioteca personal al nuevo Instituto Iberoamericano de Berlín. Lehmann, quizá para escapar del asfixiante ambiente político de la Alemania nazi, se instala en España, y durante dos años (1934-1936) se dedica a realizar investigaciones para la Universidad de Madrid, actividad académica que suspende el estallido de la Guerra Civil. Lehmann regresa a Alemania, presa de una profunda depresión, muere el 7 de febrero de 1939, ahorrándose la angustia de la Segunda Guerra Mundial que estallaría tan sólo siete meses después. Su biógrafa ya citada, invocando el testimonio de un colega, relata: “…el tener que dejar las colecciones de Dahlem –que lograra incrementar considerablemente durante sus propios viajes le afectó profundamente, causándole un shock del que nunca se habría que reponer…”[3]

Lehmann sería otra víctima más del régimen de Hitler.

 

-II-

Lehmann en Guatemala (1909 y 1925)

 

Gracias al minucioso detalle con que Lehmann tomaba notas en sus diarios, sabemos que durante su primera estadía en Guatemala, en el año 1909, se hospedó en la residencia de la familia cafetalera Schlubach-Sapper, propietaria de la finca Chocolá, ubicada en Suchitepéquez, en la bocacosta y que se extendía por espacio de 56 caballerías. Las plantaciones de café definieron el itinerario de Lehmann, pues al encontrarse con una extensa y bien establecida colonia alemana en Alta Verapaz, fue en esa región en donde Lehmann concentró sus estudios:

                   “…dirigiendo su atención a las etnias y a toda la riqueza cultural del patrimonio indígena, en la cuna de la civilización maya. No descuidó la arqueología, escribió sobre los calendarios quiché, y según consta en sus manuscritos, realizó investigaciones en las bibliotecas y archivos de Guatemala. Fue, además, el único país de Centroamérica revisitado por Lehmann en 1925…”.[4]

 Durante sus viajes por Guatemala, comenta su biógrafa, por las zonas de cultivo de café, Lehmann trabó estrecha amistad con la familia Sapper, especialmente con Karl Sapper, un estudioso de la cultura indígena de Guatemala y minucioso geógrafo, que recorrió el istmo centroamericano a pie, tomando notas y mediciones por la región, que dejó apuntadas en su diario y que compartió generosamente con Lehmann. Muchas de las investigaciones de Sapper fueron publicadas en las páginas de la Revista Anales, de la entonces Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, a la que recurriremos en algún momento para sacar a Sapper del olvido, tal como hacemos hoy con Lehmann.

El científico alemán recurrió al acervo fotográfico de Alberto Valdeavellano, propietario del estudio fotográfico El Arte Nuevo, para documentar su viaje por Guatemala, y anota G. Torres que a diferencia de los demás países centroamericanos en Guatemala: “… no están documentados en su recorrido por Guatemala, ni paisajes ni volcanes ni ciudades, pues Lehmann centró todo su interés en las etnias y en los grupos humanos”.[5] Razón fundamental por la que el etnógrafo regresara en una segunda oportunidad a este paraíso de diversidad cultural.

Lehmann3De la colección que Lehmann llevara de Guatemala para el museo de Berlín, destacan también una serie de acuarelas de las danzas tradicionales del país, ejecutadas por otro estudioso que se ha escapado al reconocimiento, otro alemán, Max Vollmerg que viajó por el ahora llamado “Triángulo Norte” centroamericano, a inicios del siglo XX. Las acuarelas están fechadas en 1912, y tituladas como Baile de la Conquista. Finca de Las Mercedes, en Colomba, Costa Cuca, Quetzaltenango.[6] Uno de sus cartones reproduzco a continuación, tomado del magnífico libro de la señora G. Torres.

El detalle que nos da la autora del estudio de la vida de Lehmann en la Finca Las Mercedes, merece una cita extensa, pues nos ubica en el tiempo y en el espacio en que el alemán realizó sus viajes de estudio:

                   “La Finca Las Mercedes, en la Costa Cuca, donde Vollmberg pintó sus acuarelas, ha sido famosa por la fertilidad de sus tierras, que en su mayoría pertenecieron a la comunidad indígena de San Martín de Chile Verde. Según Regina Wagner, esta propiedad, desde 1871, tuvo diversos dueños, dedicados al cultivo del café: los primeros fueron guatemaltecos, quienes la vendieron a unos colombianos, y éstos a un costarricense. Por último, en 1883, fue adquirida por el ciudadano alemán Georg I. Hockmeyer, natural de Hamburgo, y la finca fue considerada ‘una de las plantaciones de café más bellas y mejores del país por sus buenas y constantes cosechas’. En Las Mercedes, los indígenas pertenecientes a la comunidad de San Martín Chile Verde continuaron ejecutando los bailes que Vollmberg inmortalizó en sus acuarelas de 1912…”.[7]

Además del Baile de la Conquista, Lehmann se sintió atraído por la ceremonia del Palo Volador, del que tomó varias fotografías interesantes, desde el momento en que se alza el poste en Santo Tomás Chichicastenango,  hasta el momento en que los ejecutantes ya se balancean en el aire. Las fotos están fechadas en 1909.  En total, Lehmann recorrió gran parte del altiplano guatemalteco,  visitó Suchitepéquez, Sololá, Quetzaltenango, Totonicapán, Quiché, Sacatepéquez y Alta Verapaz.

Walter Lehmann, a lomo de mula por un lugar no especificado de Guatemala, año de 1925. (Fuente: http://portal.iai.spk-berlin.de/Walter-Lehmann.204.0.html).

Walter Lehmann, a lomo de mula por un lugar no especificado de Guatemala, año de 1925. (Fuente: http://portal.iai.spk-berlin.de/Walter-Lehmann.204.0.html).

Del segundo viaje de Lehmann a Guatemala, durante 1925, se tienen menos noticias. Comenta su biógrafa que la escasez de notas se ve compensada con la colección de fotografías que adquirió en esa oportunidad. Documentó su visita a la finca Chocolá, y también a Belice, en donde incursionó en la zona kekchí, que comparte con Guatemala.

                   “En su segundo viaje, en 1925, época de gran bonanza económica para los cafetaleros alemanes, Lehmann regresa a Chocolá, y es muy probable que visitara a sus viejos amigos. Nuevamente registra la vida en las plantaciones cafetaleras, reflejando los cambios que se han operado durante más de una década, cuando a Chocolá, al igual que a otras fincas de la bocacosta, emigraron desde el altiplano los ganadores ‘que por su condición de hombres libres podían ganar mejores salarios al ofrecer su fuerza de trabajo.’ Es probable que como consecuencia de esta migración ya no trabajaran familias enteras en la recolección del café y que hubiera un predominio de actividades relacionadas con mano de obra masculina”. [8]

Este último comentario busca explicar un detalle que la autora resalta de las fotografías que Lehmann toma en la Finca Chocolá, y que es la notable ausencia de mujeres en las imágenes, contrastando notablemente con las tomadas durante el primer viaje, casi dos décadas atrás, en que las mujeres parecían tener una participación activa en la economía rural cafetalera.

Mapa elaborado por Lehmann incluido en sus diarios, en el que segmenta el istmo según la etnia. Las pequeñas notas que circundan el mapa son las ubicaciones de los objetos que recabó durante sus viajes, con el fin de ubicarlos adecuadamente para las salas de exposición del Museo de Etnología de Berlín.

Mapa elaborado por Lehmann incluido en sus diarios, en el que segmenta el istmo según la etnia. Las pequeñas notas que circundan el mapa son las ubicaciones de los objetos que recabó durante sus viajes, con el fin de ubicarlos adecuadamente para las salas de exposición del Museo de Etnología de Berlín.

En esta segunda ocasión, Lehmann visita la costa atlántica de Guatemala, dejando constancia de su paso por Livingston en un dibujo a lápiz posteriormente obtenido en Londres, en donde apunta que corresponde a un grupo vestido para protagonizar la danza del diablo y lo ubica en esta población guatemalteca. Notas lingüísticas a propósito del garífuna y del kekchí, dan testimonio de la presencia de Lehmann en este rincón particular de Guatemala.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] G. Torres, María Dolores. Visión de Nicaragua y Centroamérica en el legado de Walter Lehmann. El archivo fotográfico de sus viajes: 1907-1909. Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica –IHNCA-UCA-, Managua: 2009. Página 41.

[2] G. Torres. Op. Cit. Página 41.

[3] Ibid. Página 45.

[4] Ibid. Página 205.

[5] Ibid. Página 206.

[6] Ibid. Página 211.

[7] Ibid. Página 215.

[8] Ibid. Página 235.


Honduras desde el lomo de una mula

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

En una incursión a las librerías del Centro Histórico me topé con un ejemplar excepcional: “Un viaje por Honduras”, de Mary Lester. Para quien gusta de la literatura de viajes el libro es insuperable. El libro permite echar un vistazo a ese momento fascinante e irrepetible en que nuestros países centroamericanos trataban de insertarse en el concierto de las naciones modernas, bajo el lema liberal de “Orden y Progreso”. Mary Lester le pone voz a los hechos que tuve el privilegio de discutir innumerables veces con un entrañable amigo, Julio Rendón Cano, hondureño, quien me regaló una visión crítica de la reforma liberal en nuestros países. Como había dejado consignado semanas atrás, las reseñas sobre libros de viajes en la región son dedicadas todas a mi papá, Ramiro Ordóñez Jonama, quien lamentablemente ya no está con nosotros, y a quien se le extraña tanto.

Los grabados que ilustran el presente texto fueron obtenidos del excelente sitio:  http://fotosantiguashonduras.blogspot.com, y corresponden a los publicados en varios relatos de viajeros por la vecina república.

 

Imponente catedral de Comayagua, Honduras.

Imponente catedral de Comayagua, Honduras.

-II-

La autora Mary Lester o María Soltera, como se hace llamar también en el relato de sus peripecias, era una mujer británica, quien había viajado a Australia para trabajar como institutriz en Sydney y Melbourne, y luego en las islas Fiji. En este último destino escucha que la remota república centroamericana de Honduras había abierto sus brazos a la inmigración extranjera y que otorgaba subsidios a aquellos ciudadanos europeos o norteamericanos que desearan establecerse en el país como colonos, asignándoles sumas en metálico y concesiones de tierra. Es el año de 1881, y el presidente hondureño Marco Aurelio Soto trata de enfilar a su país en la senda del progreso. Soto, quien había trabajado al lado de Justo Rufino Barrios en Guatemala en los planes de desarrollo de la Reforma Liberal, llega a su país con las ideas de modernidad imperantes en la época: industrialización agrícola e inmigración extranjera. Lester se embarca en Sydney rumbo a San Francisco, California, en donde inicia su relato, para tomar el vapor que la lleve al puerto hondureño de Amapala, en el Golfo de Fonseca. La intención de Lester es llegar hasta San Pedro Sula para encargarse de la escuela de niños extranjeros de la ciudad. El Gobierno le ha ofrecido una subvención temporal y una parcela para su explotación.

 

Iglesia de la Merced y monumento a la independencia. Comayagua, Honduras

Iglesia de la Merced y monumento a la independencia. Comayagua, Honduras

 

El libro tiene un tono suave e inteligente, sin pretensiones. La autora es una hábil narradora que inevitablemente a ratos desprende un poco de displicencia (normal en la época victoriana) de la persona que se sabe perteneciente a una civilización superior y que llega a un país como vanguardia de la modernidad. Sin embargo, y pese a otros libros de viajeros contemporáneos, sus juicios son benevolentes en su mayoría. Se torna más crítica con los europeos radicados en Centroamérica que con los pobladores nativos, a los que ve con cierto aire paternalista. Sin embargo, el gran personaje es el paisaje y las penurias del viaje (incluyendo bandidos y merodeadores), con todas sus particularidades, que le inspiran párrafos memorables para reconstruir una época apasionante:

“La navegación es particularmente peligrosa a lo largo de esa costa [la Centroamericana], y en algunos lugares el agua es muy poco profunda y abundan los bancos de arena. Los vapores siempre atracan a la noche. El viaje hacia el sur va a ser muy tedioso, y encontrará que el calor es terrible (…) No se asuste por los rayos. Alarman mucho a los desconocidos, pero pronto se acostumbrará a ellos. Esta es la estación de los rayos.”

Paisaje rural de Honduras. Escenas como ésta las habrá presenciado Mary Lester a cada paso de su viaje por la república centroamericana.

Paisaje rural de Honduras. Escenas como ésta las habrá presenciado Mary Lester a cada paso de su viaje por la república centroamericana.

 

Mary Lester pertenece a esa reducida raza de mujeres viajeras de la época victoriana a la que Cristina Morató le ha dedicado varios libros, mujeres que se buscan la vida en sitios peligrosos y remotos, dominados en su mayoría por hombres. Dos mujeres coinciden casi exactamente con su viaje y las cuales también nos heredaron sus fabulosos libros de impresiones: Caroline Salvin (A Pocket Eden) y Helen Sanborn (Un invierno en Guatemala y México), intrépidas viajeras que buscaron destinos en Guatemala durante los proyectos de la Reforma Liberal. Pero Lester se distingue porque viaja sola. Las anteriores viajaron en compañía de sus esposos. Lester, en cambio, es una mujer soltera, que trabaja de institutriz, esa peculiar institución educativa británica a la que nos hemos acostumbrado las generaciones que hemos visto Mary Poppins o Nanny McFee, o cualquiera que haya leído a Jane Austen u otro libro de la misma época. Para su defensa lleva un pequeño revólver, que le regala un compatriota a bordo del vapor que recala en la bahía de Acapulco.

Durante su viaje, esta singular viajera se topa con otros personajes no menos interesantes: extranjeros perdidos en las costas o montañas de Centroamérica, que han respondido al llamado del progreso y la modernización. Estadounidenses capataces de minas en las montañas guatemaltecas y hondureñas, ingenieros que trazan las rutas por las que han de correr los ferrocarriles, capitanes de vapores británicos que hacen la ruta de San Francisco hasta el infierno de paludismo que es el Panamá de las obras de Lesseps, chinos camareros de vapores que recorren las costas desoladas, beliceños y otros caribeños que trabajan en la estiba de barcos de puertos tan dispares como Acapulco o La Unión, los sempiternos cónsules británicos estacionados en las más remotas e insalubres posiciones, avanzadilla del Imperio Británico que no duerme ni de día ni de noche, un doctor italiano que la recibe en Goascorán, un español que la ayuda a organizar el viaje en Amapala, etcétera, son reflejo maravilloso de una época de un romanticismo que se nos antoja color sepia.

Es la época en que los países centroamericanos buscan dejar atrás el legado colonial y saltar al escenario mundial. Todos sueñan con progreso, llámese el presidente Justo Rufino Barrios o Marco Aurelio Soto, y es que, del relato de Lester se nos va formando una imagen de países pobres, atrasados, carentes de infraestructura, en los que nacionales y extranjeros luchan en contra de la naturaleza y la carencia de recursos para construir Naciones modernas.

“Como la mayoría de los lugares de esta costa, La Unión parecía ser un conjunto de techos de tejas rojas construidos en grupos, y espacios llenos de matas enanas, verdes, y de cuando en cuando una alta palmera y una playa baja y arenosa, que parecía como si estuviera lista a saltar al mar a la menor provocación. Sin embargo, este es un lugar de cierta magnitud, construido con más regularidad en el interior. Aquí se comercia bastante; La Unión tiene la reputación de ser un pueblo en vías de desarrollo y progresista.

Los barcos que van y vienen de un puerto al barco son siempre, creo, objeto de interés para los navegantes aún cuando la escena no les concierna más que en forma pasajera…”

Camino rural de Honduras, que reproduce en imagen las dificultades que enfrentó la autora atravesando el quebrado territorio del país, haciendo honor a su nombre.

Camino rural de Honduras, que reproduce en imagen las dificultades que enfrentó la autora atravesando el quebrado territorio del país, haciendo honor a su nombre.

 

Lester nos deleita con detalles que parecen sacados de películas de Humphrey Bogart, como cuando cuenta:

“Cuando finalmente desembarcamos, estaba muy oscuro. El negro bajó el equipo del bote, vadeando con la carga hasta la playa porque no pudo llegar hasta el desembarcadero mismo. Una vez hecho esto, me levantó como si yo fuese un gato, sin decirme una palabra o hacer un gesto, y de sus fuertes brazos fui depositada sobre Amapala.”

Como la autora es una mujer observadora e inteligente, no se le escapan los detalles más sórdidos del colonialismo británico. Con detalle nos cuenta los trucos y los engaños a los que recurren los ingleses radicados en estos remotos territorios para hacerse ricos y largarse cuanto antes, resaltando el vergonzoso capítulo del ferrocarril interoceánico hondureño, en cuya estafa participaron tanto nacionales como extranjeros, sumiendo a Honduras en la pobreza y en el endeudamiento más absurdo por un tramo útil únicamente entre San Pedro Sula y La Ceiba. Es también, una mujer sensible cuando apunta, conmovida por la pureza de las aguas de los ríos del país:

“Mi deseo ferviente es que Honduras siempre se merezca su nombre. Hondo, se interpreta como laguna o arroyo, y los arroyos de esta hermosa región son tan puros y saludables, que cuando la mano de hierro del progreso penetre, ojalá su misión sea otra que la de corromper, por codicia comercial, la vida de un país.”

 

El libro se me antoja como un compañero ideal para un sábado por la tarde, cuando luego del almuerzo uno puede tirarse a descansar un rato, en un sillón o en una hamaca. Es definitivamente un libro de hamaca, para leerse a la sombra de un buen corredor antigüeño. También sería buena compañía para leerlo en un lugar fresco, con grama y bajo un árbol mecido por el viento. Un libro para leerse despacio, para estudiar las hermosas fotografías y grabados que acompañan al texto, gozándose la lectura del relato de esta mujer valiente e inteligente, que como si nos estuviera hablando al oído, nos lleva de la mano por empinados caminos de mulas o nos mete hasta la cintura en helados arroyos bajo la sombra de árboles centenarios mientras que en el polvo reverbera el sol centroamericano del medio día. Una lectura sin prisas, para estas vacaciones de fin de año.

 

 

Iglesia y plaza de Santa Rosa, departamento de Gracias, Honduras

Iglesia y plaza de Santa Rosa, departamento de Gracias, Honduras

 

 

Dejo, como último testimonio de su deliciosa lectura, un párrafo más de muestra:

“Los hombres se alejaron un momento para fumar, y yo aproveché la oportunidad para hundir los pies en el hermoso arroyuelo. Me ardían debido a mis botas negras, una parte poco inteligente de la indumentaria y que no debería adoptarse en los países tropicales. Yo tenía una cajita de lata que contenía un pan de jabón; afortunadamente la llevaba en el bolsillo, y escapó así a la devastación causada por la mula del equipaje; agradecida por el bienestar que éste me proporcionó, disfruté el baño de pies en la deliciosa y cristalina agua alfombrada de guijarros…”

 

El libro: Lester, Mary. Un viaje por Honduras. Editorial Universitaria Centroamericana –EDUCA-. San José, Costa Rica: 1971.


Un viaje exótico

Enrique Gómez Carrillo cruza el canal de Suez

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

A manera de presentación

Enrique Gómez Carrillo escribía sus crónicas desde donde se encontrase: ya fuera en el escritorio de su residencia en París o en la mesa de su café preferido, el Napolitain, en el camarote del buque en que viajara, en el dormitorio del tren en que se dirigiera a su destino, en la habitación del hotel en que se hospedaba o sobre la capota del auto en el que visitaba el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial. Era un escritor incansable, que respaldaba sus crónicas periodísticas con muchas lecturas y con horas de investigación previa, como denota el artículo que abajo transcribimos. Sus textos, publicados principalmente en el diario español El Liberal y el argentino La Nación, le aportaron, según Jorge Carro (actual presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo), alrededor de un millón de lectores. A este público habría que sumarle los lectores que seguían sus escritos desde las páginas de diarios de La Habana, Caracas, las capitales Centroamericanas y México. En el caso de La Nación, como el corresponsal enviaba de París a Buenos Aires sus textos vía paquebote, estos tardaban en ruta alrededor de una semana, por lo que el periódico le daba gran espacio a sus crónicas, principalmente los fines de semana. En esta ocasión proponemos un viaje en el tiempo transcribiendo la crónica completa de su travesía por el Canal de Suez, tal y como hubiese aparecido en el diario que compraban o recibían nuestros bisabuelos.

El periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo en su estudio de París, en la época en que escribió la crónica que transcribimos más abajo (1905).

El periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo en su estudio de París, en la época en que escribió la crónica que transcribimos más abajo (1905).

 

 

-II-

EL CANAL DE SUEZ: UNA LECCIÓN DE ENERGÍA

ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO. [1]

 

Postal ilustrada de finales del siglo XIX. Un vapor cruza el Canal de Suez, ante los ojos de un grupo de beduinos que ha acampado en una de sus orillas.

Postal ilustrada de finales del siglo XIX. Un vapor cruza el Canal de Suez, ante los ojos de un grupo de beduinos que ha acampado en una de sus orillas.

La primera impresión es deliciosa. El buque pasa ente suntuosas arboledas. A lo lejos, los minaretes se destacan, blancos, esbeltos, en la atmósfera azul. Y durante veinte minutos, el encanto dura. Pero en cuanto las riberas se estrechan y el verdadero canal principia, la vista no descubre, a uno y otro lado, sino arena, seca y áurea arena, arena incendiada por soles monstruosos. A la izquierda es la soledad asiática, Pelúsium, El Ambek, Saluf-el-Terrabeh, Ain Naba. Del otro lado, el yermo africano, Nefisheh, Serápeum, Fayid, Genefeh, Ajrud, las tierras legendarias y ardientes. De vez en cuando, en la playa, un beduino salta haciendo gestos que visiblemente piden limosna. Luego la soledad que dura horas enteras y que sólo interrumpe a lo lejos la escuálida silueta de un camello, o en el agua misma, el ruido de las dragas que sacan arena del fondo para aumentar la arena del desierto.

La vista no abarca lo colosal de la obra. ¡Es necesario acudir a recuerdos de antiguas lecturas, para comprender cuán gigantesca fue la labor!

¡Es preciso evocar aquellas legiones de felhas[2] que, durante años y años, penaron bajo este sol, para abrir el camino del Extremo Oriente! “Nada ente lo que han hecho los hombres –dice Flaubert- parece más estupendo.” Y es cierto. Pero yo creo que, más que la obra material misma, lo épico fue la obra de energía del gran francés cuya estatua acabamos de saludar a nuestro paso por la rada de Port Said. Esta no es una labor humana. Es lucha titánica. El hombre, sólo con su idea, tenía enfrente, como enemigo, al imperio británico. Las fuerzas eran desiguales. ¡No importa! La voluntad suplía la fuerza.

Rompeolas rematado con la estatua de Fernando de Lesseps, construido en la boca misma del Canal de Suez, en Port Said, del lado Mediterráneo. Del lado del mar Rojo, está la población de Suez.

Rompeolas rematado con la estatua de Fernando de Lesseps, construido en la boca misma del Canal de Suez, en Port Said, del lado Mediterráneo. Del lado del mar Rojo, está la población de Suez.

¡Oh, aquella voluntad! Si yo fuera dueño de la instrucción pública en países como los vuestros, jóvenes y llenos de porvenir, haría leer en las escuelas de historia de Fernando de Lesseps, que contiene, sin sangre, más batallas y más conquistas que las vidas de los césares.

El proyecto de abrir un canal en el istmo de Suez había ya sido acariciado durante varios siglos por califas soñadores. En las leyendas antiguas del Egipto, se encuentran vestigios remotos de la idea. Así, el gran francés, como aun se le llama en estas latitudes, no tuvo en un principio más mérito que el de ver de un modo práctico lo que otros habían contemplado como un espejismo. Su verdadero genio, su mérito admirable, reside en su voluntad tenaz, en su lucha ardiente contra los enemigos del proyecto, en su increíble actividad, y, sobre todo, en su fe tan inquebrantable y tan profunda, que pudo sostenerlo aun en los largos días en que la batalla parecía perdida. ¡Y qué batalla! Era un hombre solo contra todo un imperio.[3]

El 30 de noviembre de 1854 Mohamad-Said, jedive[4] egipcio, promulgó un firmán “acordando a su buen amigo Ferdinand de Lesseps el poder exclusivo para formar y dirigir una compañía con el objeto de abrir un canal por el istmo de Suez entre el mar Mediterráneo y el mar Rojo”.

En cuanto la noticia fue conocida en Europa, el gobierno inglés hizo saber al verdadero soberano del Egipto, el sultán de Turquía, su intención decidida de no permitir de ningún modo que el proyecto se realizase.

El gran francés, sorprendido por este ultimátum, se dirigió a Constantinopla y consiguió que el visir[5] Reschid-Pachá, jefe de todos los protectorados otomanos, le diese una carta para el jedive. En el acto volvió a embarcarse, lleno de júbilo, pero al llegar a Alejandría supo que el embajador británico, conocedor del acto del visir, había exigido y obtenido su destitución.

Entonces Lesseps quiso tratar de negociar directamente con su enemigo y se embarcó en un buque inglés con rumbo a Londres. “Me dirigí a todo el mundo- dice en una carta escrita mucho más tarde- me dirigí al parlamento, a las compañías navieras, a los comerciantes, y preciso es confesar que a pesar de la hostilidad nacional contra el proyecto, el instinto del negocio hacía comprender a aquella gente que se trataba de algo que debía serles muy útil. Sólo el gobierno no entró en estos detalles. El jefe del ministerio era lord Palmerston, enemigo de Napoleón y de Francia.” Desde el primer momento, este ministro hizo saber no sólo al interesado directamente en el asunto, sino también al gobierno de París, que Inglaterra consideraba como un acto hostil el proyecto de Suez.

Vista panorámica de la ciudad de Port Said, que surgió como tal a raíz de la construcción del Canal, y que fue sede de la compañía administradora del mismo.

Vista panorámica de la ciudad de Port Said, que surgió como tal a raíz de la construcción del Canal, y que fue sede de la compañía administradora del mismo.

El Times y la Revista de Edimburgo, haciéndose eco del gabinete de Saint James, aseguraron que aquel conflicto podía muy bien provocar una guerra, pues la Gran Bretaña no consentiría que una empresa francesa fuese dueña de una ruta privilegiada entre el Mediterráneo y las Indias.[6]

En el acto Lesseps concibió una idea que, a su entender, debía servir para calmar los temores británicos. Formó una sociedad internacional y envió a Egipto una comisión de ingenieros de toda Europa. Cuando esta Comisión, en una memoria detallada y entusiasta, hizo el elogio del proyecto, firmóse en Londres un acta en que se reconocía la neutralidad de la obra.

¿Creéis que con esta concesión las luchas han terminado? En realidad apenas principian. El gobierno inglés, impasible, no quiso ni aún enterarse de los nuevos arreglos. The Times, en un artículo muy largo, aseguró que, obrando así, el gabinete no hacía más que obedecer a la opinión pública que era contraria a los deseos sospechosos de Francia. “Si los directores de la nueva empresa quieren tener mucho apoyo –terminaba asegurando el gran diario- deben dirigirse al pueblo mismo”. Al pueblo se dirigieron. En Londres, en Liverpul, en Glasgow, en Edimburgo, en todas las grandes ciudades, organizáronse meetings y conferencias. El alma de la empresa fue el alma de aquella campaña. Durante varios meses corrió de población en población explicando su proyecto. “Los que mejor aprovecharán el canal –decía- seréis vosotros, puesto que economizaréis más de 5,000 millas en vuestros viajes a la India.” Su éxito fue grande. Las cámaras de comercio aplaudían y ofrecían su apoyo. El pueblo, entusiasmado, firmaba actas a favor de Suez. Ante tal movimiento, lord Palmerston no tuvo más remedio que acudir al parlamento para contrarrestar la agitación popular. Su discurso fue muy breve. Helo aquí:

“El gobierno de su majestad no puede de ninguna manera emplear su influencia para inducir al sultán a permitir que se abra el canal, puesto que desde hace quince años todos sus esfuerzos han ido en sentido contrario.

En efecto, nos hemos opuesto y nos opondremos a tal proyecto, que desde el punto de vista comercial no es sino una tentativa de bubble contra la candidez de los capitales noveleros. Además, todos los ingenieros ingleses saben que físicamente la obra es impracticable, a menos de emplear sumas tan enormes, que el negocio resultaría ruinoso. En suma, esta campaña es una de las tentativas de engaño más formidable que se han visto en los tiempos modernos.”

Otra de las vistas de Port Said, con buques anclados en espera de cruzar el Canal.

Otra de las vistas de Port Said, con buques anclados en espera de cruzar el Canal.

Ante esta actitud hiriente, el gobierno de Napoleón III creyó de su deber intervenir; y así el discurso que, según la opinión de los hombres políticos, debía matar los grandes proyectos, fue el que les dio mayor vida. El emperador dirigió a Lesseps una carta afectuosa felicitándolo por su tenacidad y augurándole un buen resultado final. Al mismo tiempo el gabinete de París escribía al de Londres diciendo que si la Gran Bretaña no tenía contra el canal más razones que las expresadas por Lord Palmerston, lo mejor era dejar al porvenir el cuidado de contestar.

Esta y otras varias notas que se cruzaron en poco tiempo, determinaron la conclusión de un acuerdo anglo francés, según el cual ambas potencias se comprometían a no emplear influencia ninguna a favor ni en contra del proyecto, y a dejar a los gobiernos de Turquía y de Egipto pronunciarse libremente. Pero ya se sabe lo que un acto como este significa. Apenas firmado, uno y otro país daban a sus embajadores las instrucciones que correspondían a sus deseos. El representante inglés en Constantinopla, menos discreto que el francés, aseguraba a quien quería oírlo, que jamás se le permitiría al sultán aprobar la concesión del jedive.

Sin embargo, desde el punto de vista financiero, aquel arreglo internacional tuvo un resultado excelente, pues permitió la formación de la sociedad civil con las bases siguientes:

  1. Construir un canal marítimo de gran navegación entre el mar Rojo y el Mediterráneo, de Suez al golfo de Pelúse.
  2. Construir un canal de navegación fluvial y de irrigación, que reúna el Nilo al canal marítimo del Cairo y al lago Timsah.
  3. Construir canales de derivación.
  4. Explotar los dichos canales y las diversas empresas consiguientes.
  5. Cultivar o explotar los terrenos concedidos.

Las acciones fueron divididas en lotes, correspondientes a los diversos países de Europa, con el objeto de dar a la empresa un carácter internacional definitivo.

Todos aceptaron su parte, menos Inglaterra que no suscribió ni una sola de las 85,000 acciones que le habían sido reservadas. El jedive de Egipto, que en fondo veía la obra como la realización del ensueño de sus más gloriosos antepasados, compró íntegro el lote inglés.

Lesseps, sin esperar la firma del sultán, tuvo una idea arriesgada. Reunió a sus ingenieros, a sus principales accionistas, y solemnemente, el día 25 de abril de 1859, declaró abiertos los trabajos del canal. ¡Más le hubiera valido estarse quieto! En el acto Inglaterra pidió, no sólo que se suspendiese toda obra, sino hasta que se desposeyese al jedive. ¿Qué hacer? Napoleón estaba en guerra con Austria en los campos italianos. El embajador de la Gran Bretaña en Constantinopla amenazaba con un ultimátum. El jedive, pálido de miedo, no quería ni aun oír halar del asunto. Y así en Europa todo el mundo pensó que la obra había fracasado.

¡Todo el mundo menos él! Él, el gran francés que entonces fue más aún, puesto que fue un gran hombre; el siempre seguro de sí mismo, siempre animado por la fe más firme; él, no dudó, no temió. La realidad apareció ante sus ojos como los campos de batalla ante los generales esforzados. Para luchar reunió todas sus energías. La cual a la sazón se decía, publicaba diariamente artículos amenazadores.

 

gomezcarrilloParis6

Interesante panorámica de buques cruzando el paso estrecho del canal, con desierto a ambos lados.

 

Según ellos, no se trataba de impedir la construcción de una vía peligrosa para el poderío británico, sino también de impedir un gran crimen humano. Los veinte o treinta mil egipcios necesarios a la labor material, en efecto, debían servir en virtud de la ley de corveé o trabajos obligatorios. ¿Acaso no se parecía aquello a la esclavitud? Y era en vano contestar que la propia Inglaterra había, poco antes, recurrido al mismo medio para construir su ferrocarril de Alejandría al Cairo. En el ardor de la propaganda, los periodistas ministeriales de Londres no aceptaban razones de ninguna especie.

Para colmo de desgracias, el 18 de enero de 1863, murió el jedive Mohamed Said que había promulgado el firmán relativo al canal. Su sucesor Ismail Pachá, hizo al subir al trono, la siguiente declaración: “Soy partidario del canal, pero quiero que el canal sea para Egipto y no Egipto para el canal.” ¿Qué significaban aquellas palabras? Lesseps, que estaba en Francia, acudió en el acto; habló; probó su buena fé; triunfó. El firmán anterior fue confirmado.

 

Un vapor se adentra en el Canal de Suez, dejando atrás a Port Said. Adelante, un desierto que se antoja infinito.

Un vapor se adentra en el Canal de Suez, dejando atrás a Port Said. Adelante, un desierto que se antoja infinito.

Pero aún faltaba la aprobación de la Puerta,[7] sin la cual todo era nulo. Legiones de felhas trabajaban ya. El canal de agua dulce del Nilo al lago Timsho, estaba terminado. En caso de un triunfo definitivo de la diplomacia inglesa, los accionistas se arruinaban. ¡Y era tan natural que Inglaterra triunfase! El mismo duque de Morni, brazo derecho del emperador, lo decía en voz alta. Cuando Lesseps se empeñaba en defender su proyecto, los políticos serios tratábanlo de ciego y de loco:

-¡No ve usted- le decían- que Ismail no puede nada; que sus concesiones son nulas; que una palabra del Sultán basta para que las tropas impidan que se prosigan los trabajos que usted llama preparatorios!

-Esperemos- murmura el gran francés.

La respuesta de Turquía llegó al fin. Era una nota hecha con el objeto de complacer a Inglaterra y de no desagradar de un modo franco a Francia. En ella, según una carta de Nubar, el sultán proponía que una comisión internacional de ingenieros revisase los proyectos; que se aumentase en un notable tanto por ciento la cantidad que la compañía debía pagar a Egipto, y, en fin, que en vez de 50,000 felhas el jedive no pusiese sino 6,000 a la disposición de la empresa. La opinión fue entonces unánime, y el duque de Morni la comprendió en sus célebre frase: “¡Los accionistas, los ingenieros, los abogados, todos los que formaban el consejo, repitieron: ¡A liquidar!” Y de un extremo de Europa a otro, la palabra “fracaso” corrió.

Sólo un hombre siguió creyendo en el triunfo final: él. Le llamaban iluso, y sonreía.

Le decían que era empeño de niño terco obstinarse contra la realidad, y sonreía. El emperador le había escrito años antes: Ten fe. Tenía fe.

-Señor – díjole en una suprema audiencia- mi única esperanza es vuestra voluntad.

Napoleón acababa de vencer en Italia.[8]

-Está bien- le contestó- propongamos a Inglaterra y a Turquía que yo personalmente sirva de árbitro.

La proposición fue aceptada y una luz de esperanza iluminó de nuevo a los accionistas, que creyeron conseguirlo todo. En realidad Napoleón, deseoso de no disgustar a nadie, modificó las cláusulas del contrato de una manera ruinosa para la compañía, renunciando a los trabajadores forzados y a las tierras a uno y otro lado del canal. Un amigo de Lesseps escribe: “Aquella sentencia fue un golpe de maza en su cabeza. Lo relativo a los obreros, parecíale muy grave. En cuanto a las tierras concedidas, como el gran francés había soñado en poblarlas y fertilizarlas en beneficio de Francia, de Egipto y de la humanidad, doliose de que su soberano se las arrebatase sin que nadie las aprovechara. Pero su abatimiento no duró mucho. Después de reflexionar, dijo: -“¡Está bien; lo acepto todo; la batalla está ganada!” Y en efecto, estaba ganada.

Había costado un lustro de esfuerzos.

 

Otra interesante panorámica de Port Said, la boca del Canal se dibuja en el horizonte, en la esquina superior derecha de la postal.

Otra interesante panorámica de Port Said, la boca del Canal se dibuja en el horizonte, en la esquina superior derecha de la postal.

 

[1] El texto fue incluido como parte de un capítulo titulado En Egipto, del volumen De Marsella a Tokio, publicado originalmente en 1906, por la editorial Garnier Hermanos, con prólogo de Rubén Darío. En este libro, el periodista describe su viaje de París a Tokio, a donde fue enviado para investigar las razones de la sorprendente victoria de Japón en la recién finalizada guerra ruso-japonesa (1904-1905), y que tuvo como productos posteriores dos libros más, específicamente sobre Japón: El alma japonesa y El Japón heróico y galante.

[2] Felha: nombre que se le daba a los campesinos árabes de forma genérica.

[3] Gómez Carrillo a lo largo de la crónica hace referencia a la rivalidad de Inglaterra frente a Francia, que se consolidó en franca desconfianza tras el derrocamiento de Napoleón I y los términos del Congreso de Viena. La rivalidad terminaría ya cerca del estallido de la Primera Guerra Mundial, frente a la amenaza de una Alemania poderosa.

[4] Jedive: título creado por el Sultán Otomano Abdulaziz I, para el entonces gobernador de Egipto Ismail Pasha en 1867, y heredado a sus descendientes hasta que los británicos depusieron al último, Abbas Il Hilmi, en 1914. Egipto formaba en ese entonces parte del Imperio Otomano.

[5] Visir: en el mundo islámico, cargo equivalente al de ministro, secretario o asesor de un monarca.

[6] La oposición británica se basaba en el miedo a que el paso estratégico por el Mediterráneo, (que acortaba considerablemente el viaje de Inglaterra a su valiosa posesión colonial, la India), quedara en manos de una sola nación, dándole mucho poder.

[7] Sublime Puerta: era un término para identificar al gobierno del Imperio Otomano y por analogía, al propio imperio, tal y como actualmente se usa el término “La Casa Blanca”, para identificar las decisiones que toma el gobierno ejecutivo de los Estados Unidos. El objeto físico, la sublime puerta, era la entrada a las dependencias del Gran Visir, cerca del palacio de Topkapi, en Estambul, en donde el Sultán recibía a los embajadores extranjeros.

[8] Se refiere a Carlos Luis Napoleón Bonarte, sobrino de Napoleón I, que llega al poder en Francia ganando las elecciones celebradas el 4 de noviembre de 1948, al amparo de la Constitución de la II República. Tras un sangriento golpe de estado, ejecutado el 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón se proclama emperador de Francia, adoptando el nombre de Napoleón III, emperador de los franceses (Constitución de 1852).


Visita al pasado soberbio. II parte

Un nostálgico recorrido por el desaparecido Teatro Colón y una visita al hermoso Teatro Nacional de Costa Rica

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

A Yancy Garita, por su amistad en tiempos y lugares difíciles.

 

Los países americanos surgidos a raíz del colapso del Imperio español, construyeron su ideario nacional en el último cuarto del siglo XIX, luego de un largo y doloroso período de guerras y luchas intestinas para alcanzar el poder. El triunfo del partido liberal en la mayoría de estos países consolidó un discurso progresista, que buscó sus referentes en los añejos países europeos, en donde despuntaba Francia como referente político e Italia, como referente cultural. Así, como muestra de esta búsqueda de identidad occidental, en las capitales americanas surgieron construcciones inspiradas en los referentes del Viejo Mundo. Monumentos públicos, paseos al aire libre, mausoleos, teatros y palacetes fueron surgiendo en estas ciudades, sellando la identidad con Europa, con algunos tintes localistas, pero predominaba poderosamente la visión del Viejo Mundo.

-IV-

El Teatro Nacional de Costa Rica

 

Fachada del Teatro Nacional de Costa Rica. Resaltan en el primer piso las dos esculturas blancas colocadas en sus nichos, elaboradas por Adriático Froli, a la izquierda, Beethoven y a la derecha Calderón de la Barca. Sobre el tímpano, las esculturas de Pietro Bulgarelli que representan, de izquierda a derecha, a la danza, la fama y la música.

Fachada del Teatro Nacional de Costa Rica. Resaltan en el primer piso las dos esculturas blancas colocadas en sus nichos, elaboradas por Adriático Froli, a la izquierda, Beethoven y a la derecha Calderón de la Barca. Sobre el tímpano, las esculturas de Pietro Bulgarelli que representan, de izquierda a derecha, a la danza, la fama y la música

El arquitecto de origen Genovés, Francisco Durini Vasalli dejó su huella en Centro y Sur América. En Guatemala, su empresa Taller Artístico Industrial Cemento y Yeso Durini y Cía[1], recibió los encargos de diseñar y construir los monumentos a los líderes de la Revolución Liberal, García Granados y Barrios. En El Salvador, fue contratado para diseñar y construir el hermoso teatro de Santa Ana, el monumento a la Independencia en la Plaza de la Libertad, varios mausoleos en el cementerio de la ciudad y la estatua ecuestre de Gerardo Barrios, instalada en 1909. En la ciudad de Guayaquil se levantan todavía varias obras suyas. Así, no sorprende que su firma, que se anunciaba desde México hasta Ecuador[2], fuera beneficiado con el contrato de diseño y construcción del Teatro Nacional, para levantarse en la capital de Costa Rica, San José.[3]

Costa Rica atravesaba un período de bonanza económica por su éxito con el café. El entonces presidente, Juan Rafael Mora, llegado a la presidencia en la década de 1850 tomó varias medidas para consolidar el poder central, preparando el camino para los ideales liberales de progreso y civilización que llegarían apenas unos años después. Mora fundó por ejemplo, en 1860, la Dirección de Obras Públicas y los Talleres Nacionales, centralizando así en una oficina de gobierno, las obras públicas, dándole coherencia y planificación a las mismas. La historiadora Florencia Quesada Avendaño, califica de mano firme el gobierno del presidente:

“Mora, uno de los principales comerciantes y mayores productores de café en Costa Rica, promovió la centralización del poder en el Ejecutivo, se aseguró el control del ejército, sometió a los poderes localistas y reforzó los monopolios de licor y tabaco para financiar los gastos militares y obras de infraestructura. Inspirado en los ideales positivistas, Mora desde el inicio de su gobierno, hizo énfasis en el orden y progreso como elementos fundamentales para transformar a Costa Rica en un país civilizado.”[4]

 

Es interesante apuntar que Mora emitió normativas de ordenamiento urbano, pasando sobre la autoridad municipal, tendientes al ordenamiento no solo de las calles y avenidas de la capital, sino al higiene y calidad de vida de sus habitantes, como el trazo de plazas, ubicación de los mercados y rastro fuera de la ciudad y un interesante sistema de serenos, que describe con gran detalle Quesada Avendaño. Para efectos de este texto, es necesario señalar que durante la gestión del presidente Mora se fundó en San José el Teatro Mora, inaugurado en 1850, que según Quesada Avendaño era: “…un edificio de fachada griega ubicado a cuatro cuadras al oeste de la Plaza Central. Un teatro con platea de forma de herradura, dos filas de palcos, sección de butacas, amplias galerías y escenario. Este fue el primer teatro construido en Centroamérica, durante la administración de Mora, por lo que se le dio el nombre de promotor…”[5]Por de pronto, al carecer de información que la contradiga, debemos aceptar esa afirmación que hace Quesada sobre que el Teatro Mora fue el primero construido en Centroamérica, tomando en cuenta que realizó también investigación en Guatemala, pero dejo señalado aquí, para investigación posterior, que ya para 1835 funcionaba en ciudad de Guatemala el Coliseo Fedriani, aunque ignoro de momento si el espacio físico en que funcionó fue construido ex profeso para funcionar como teatro, que es el sentido de la afirmación de Quesada.

El caso es que sentada la autoridad central, a la llegada del partido liberal con su corriente ideológica el trabajo fue más sencillo. El gobierno ya contaba con una autoridad asentada, y sobre todo, contaba con un flujo constante de ingresos, gracias al monopolio estatal de alcohol. Así, en 1870, los liberales cuentan con recursos para cumplir con su ambicioso programa que Quesada resume en términos sencillos:

“…reforzar el papel del Estado para promover el desarrollo económico y el comercio, la liberalización de la propiedad (transformación de tierras comunales en propiedad privada) y fomentar la inmigración de extranjeros. Las ideas del darwinismo social que justificaban la superioridad biológica de los europeos ‘blancos’, proveyeron el marco ideológico que sustentó el fomento de la inmigración, privilegiando por supuesto la inmigración europea…”[6]

 

Dentro de la visión del desarrollo económico y el comercio resulta interesante que se adoptaran como imágenes cuasi religiosas los avances tecnológicos del momento, como los ferrocarriles, el telégrafo, la construcción de puertos, etc. Era la medición de la modernidad y el progreso por medio de cosas tangibles. Según Quesada, “Por su papel central en el funcionamiento de la ciudad capitalista moderna, las redes de tecnología se convirtieron en la personificación del progreso y de la emancipación…”[7], así, dentro de esta forma de pensar el desarrollo, para los gobiernos liberales la forma de presentarse ante el mundo como esos países en pos del futuro fue la construcción de obras en las ciudades capitales.

En opinión de la historiadora costarricense, las obras públicas que se realizaron en ese período buscaban asemejar las capitales con sus referentes europeos, y que “Cuanto más se asemejaran a las capitales europeas, casi como una fórmula mágica, sus élites pensaban que podían tener el pase seguro para engrosar las filas anheladas y dichosas del mundo civilizado”[8], afirmación que me parece arriesgada por la simplificación que hace de la mente de las élites, que se acerca a la caricatura. Por el contrario, creo que la intención de dichas obras era impulsar los cambios urbanos en los centros de poder, realizando obras que se habían postergado por décadas por las guerras civiles y la pobreza endémica de nuestras repúblicas. No eran una varita mágica, sino por el contrario, obras materiales que buscaban un beneficio y una mejoría en las condiciones de vida de los habitantes de las capitales. No eran meras obras estéticas, por el contrario, algunas revistieron de una importancia capital para la salud de los habitantes, como lo fueron el traslado de los cementerios a las afueras de las ciudades, la prohibición de enterramientos en el interior de las iglesias y el entubado de agua para suministrar a los barrios del líquido y a las fuentes públicas. El mejoramiento de plazas y parques pone de manifiesto que se buscaba evidentemente mejorar el aspecto estético de las poblaciones, pero también aportar al ciudadano nuevos espacios públicos que pudieran ser aprovechables.

Acuarela sobre cartulina. Esbozo del lujoso Foyer del Teatro Nacional, en el segundo nivel, en el centro aparece la firma de su autor, Francisco Durini. El diseño del teatro le valió elogios en la prensa costarricense, como el que recoge Quesada Avendaño, publicado en las páginas de Prensa Libre, en 1900, en el que se le calificaba de revolucionario por introducir el renacimiento arquitectónico en San José.

Acuarela sobre cartulina. Esbozo del lujoso Foyer del Teatro Nacional, en el segundo nivel, en el centro aparece la firma de su autor, Francisco Durini. El diseño del teatro le valió elogios en la prensa costarricense, como el que recoge Quesada Avendaño, publicado en las páginas de Prensa Libre, en 1900, en el que se le calificaba de revolucionario por introducir el renacimiento arquitectónico en San José.

 

De esta búsqueda de nuevos espacios para esparcimiento de la población urbana es que surge la idea de la construcción de los teatros monumentales en las capitales centroamericanas, como el Teatro Colón en ciudad de Guatemala y los teatros de Santa Ana, San Salvador y San José, porque el proveer cultura al ciudadano también lo hacía un ser civilizado, que de alguna forma iba abandonando aquellos rasgos atrasados, occidentalizándose y adquiriendo gustos europeos. El hombre cosmopolita, culto y refinado se volvió un anhelo, pues los aspectos positivos de su personalidad serían los que se heredarían a sus descendientes, cambiando de forma radical ese destino de inferioridad por ser americanos, según las ideas del darwinismo social, sobre todo si se lograba con la mezcla de razas consideradas superiores. El hombre liberal ideal se personificó de alguna forma en el general José María Reina Barrios, de Guatemala, que acercó la cultura francesa y el gusto europeo a los habitantes de la capital de la república durante su presidencia.

En 1893, la firma Durini es contratada para proveer a la construcción de sus columnas, pavimentos, estatuas, mármoles y otros accesorios decorativos, para lo cual Vasalli viajó personalmente a Italia para despachar desde allá todos los objetos, recibiéndolos en San José su hermano Lorenzo. Según Gutiérrez:

“Estas tareas dieron notoria fama a la firma ‘Durini Hermanos’ que se presentaban como ‘escultores, arquitectos. Empresarios constructores y negociantes de mármoles’, sucediéndose los contratos en los años 1895 y 1896 para abastecer a la clientela de pilastras, adornos para fachadas, pedestales además de los componentes que ya proveían con anterioridad. Para el Teatro gestionaron asimismo y trajeron desde Italia el telón de boca, pintado por Carlo Orgero, y las esculturas de Pietro Bulgarelli (la Danza, la Música y la Fama), de Pietro Capurro (la Comedia y la Tragedia) y de Adriático Froli (Calderón de la barca y Beethoven), comisionándose varias escenografías a Antonio Rovescalli…”[9]

 

La construcción del teatro se sufragó, por órdenes del presidente José Rodríguez Zeledón, mediante un impuesto a la exportación del café, producto que era a la fecha el principal producto de exportación de Costa Rica, en el año 1890. El impuesto fue trasladado posteriormente a la importación de productos, trasladándose la carga a todos los costarricenses.

En el diseño del teatro participaron ingenieros de la Dirección General de Obras Públicas, dirigidos por su director Nicolás Chavarría[10], siendo estos el ingeniero Jefe León Tessier, el ingeniero auxiliar Guillermo Reitz y el dibujante Alberto Navarro. Participaron en menor medida los ingenieros Nicolás Chavarría, director general de Obras Públicas, el ingeniero Luis Matamoros y el ingeniero Miguel Ángel Vásquez. Los planos se aprobaron el 7 de noviembre de 1890. El teatro fue edificado sobre una estructura metálica, con piezas de hierro traídas de Bélgica. El techo y el domo del edificio fueron diseñados por la Dirección de Obras Públicas y el material fue provisto por una firma inglesa. El teatro está coronado por una cúpula “…esquifada de base, estructura mixta, de metal y madera. Los orídenes de esta fabricación prefabricada se le atribuyen a la firma Le Lacheur & Son- a La Societé Anonyme des Forges D’Aiseau, radicada en Bélgica. Los planos para la construcción de la cúpula fueron ejecutados en Costa Rica por la Secretaría de Obras, sin embargo la construcción estuvo a cargo del ingeniero inglés Federico Medcalf”[11]

De acuerdo a la información de la revista citada, el diseño de la decoración exterior estuvo a cargo del ingeniero Francisco Solmi, y ejecutada por los hermanos Francisco y Lorenzo Durini Vasalli, a quienes como ya se apuntó arriba, se les contrató para proveer e instalar los mármoles, las esculturas de diversos autores y para instalar el alumbrado eléctrico en el edificio. La decoración interior corrió a cargo de los italianos Atilio Lázaro Riatti y Ruy Cristóforo Molinari, aplicando las paredes con estucos enlucidos al fresco, la ornamentación laminada en oro y contrataron, para la ejecución de las pinturas en los cielos rasos del teatro a los maestros artistas: Vespasiano Bignami, Aleardo Villa, Roberto Fontanta, Paolo Serra, Carlo Ferrario y Tomás Povedano. Las esculturas fueron realizadas por Adriático Froli, Pietro Capurro, Pietro Bulgarelli y el costarricense Juan Ramón Bonilla. Molinari, quien fue traído de Italia, se encargó de corregir los planos, pues en una revisión se habían detectado problemas estructurales, por lo que fue necesario contratar a un especialista, quien además le dio a la decoración un toque italiano, borrando hasta cierto punto la influencia francesa que le habían impreso al edificio originalmente. El teatro fue inaugurado finalmente el 21 de octubre de 1897, con la representación de la ópera Fausto, de Gounod.

La ejecución de las obras del teatro implicó también otras de carácter secundario, íntimamente relacionadas con éste, pero con un impacto mucho mayor sobre la vida de los habitantes de la capital, como lo fue el entubado de una parte de la acequia de las Pavas, que corría al aire libre entre la Plaza de la Fábrica y el Teatro, obra de salubridad que fue realizada por el ingeniero Enrique Invernizio, originario de Turín y corresponsal técnico para Costa Rica de la firma Durini Hermanos, con sede en Guatemala.

Parte trasera del Teatro Nacional. Esta calle pone de manifiesto el poco desarrollo urbano de la ciudad de San José, contrastando con la majestuosidad de su Teatro.

Parte trasera del Teatro Nacional. Esta calle pone de manifiesto el poco desarrollo urbano de la ciudad de San José, contrastando con la majestuosidad de su Teatro.

La construcción del Teatro Nacional de Costa Rica, coincide con una bonanza económica a raíz de los buenos precios del café en los mercados europeos, y un período de paz, que permitió que el gobierno pudiera desarrollar obra pública, ante la ausencia del siempre prioritario gasto militar. La fundación de la nacionalidad jugó un papel fundamental en la construcción de obra pública en este período, en general en toda Latinoamérica. Explica Gutiérrez que “…la construcción de la idea de ‘nación’, proceso en el que no faltarán como componentes ineludibles la fe en el progreso y el afán de europeización en muchos ámbitos de la vida cotidiana y de la cultura. Este factor se expresará, en la faz artística, en la intención de los gobiernos de crear urbes a imagen y semejanza de las más prestigiadas del Viejo Continente.”[12]

 

Fachada del Teatro Nacional en la actualidad. Las estatuas originales de Bulgarelli han sido retiradas al interior, y sustituidas por réplicas. La fama preside actualmente el lujoso Foyer, en el segundo nivel. (Fotografía de RF).

Fachada del Teatro Nacional en la actualidad. Las estatuas originales de Bulgarelli han sido retiradas al interior, y sustituidas por réplicas. La fama preside actualmente el lujoso Foyer, en el segundo nivel. (Fotografía de RF).

 

Vista lateral del Teatro Nacional, sobresale la hermosa estructura de hierro sobre el techo. (Fotografía de RF).

Vista lateral del Teatro Nacional, sobresale la hermosa estructura de hierro sobre el techo. (Fotografía de RF).

 

Interior de la sala principal del Teatro Nacional, un hermoso fresco preside el espacio, en el que destaca la fama, con una trompeta en la esquina superior izquierda, como dirigiendo a los demás personajes. (Fotografía RF).

Interior de la sala principal del Teatro Nacional, un hermoso fresco preside el espacio, en el que destaca la fama, con una trompeta en la esquina superior izquierda, como dirigiendo a los demás personajes. (Fotografía RF).

 

“Alegoría del café y del banano”, del pintor milanés Aleandro Villa, aunque en otros documentos aparece citado como José Villa. La pintura corona las dos escaleras de mármol que suben al Foyer del segundo nivel. (Fotografía RF).

“Alegoría del café y del banano”, del pintor milanés Aleandro Villa, aunque en otros documentos aparece citado como José Villa. La pintura corona las dos escaleras de mármol que suben al Foyer del segundo nivel. (Fotografía RF).

 

Otra vista de la alegoría pintada por Villa, con sus lámparas y demás decorado que lo complementan, constituyendo un conjunto imponente para el espectador que viene subiendo las escaleras de mármol.

Otra vista de la alegoría pintada por Villa, con sus lámparas y demás decorado que lo complementan, constituyendo un conjunto imponente para el espectador que viene subiendo las escaleras de mármol.

 

 

Mujer arrancando las cerezas del café del arbusto. Pone de manifiesto la tarea artesanal de cosechar el café, la hermosura de su ejecución corresponde también a Aleandro Villa.

Mujer arrancando las cerezas del café del arbusto. Pone de manifiesto la tarea artesanal de cosechar el café, la hermosura de su ejecución corresponde también a Aleandro Villa.

 

 

Entrada al segundo piso, coronada por tres medallones, obras del pincel español de Tomás Povedano, alegoría del Comercio, el arte y la industria. En la fotografía solamente se aprecian las dos últimas.  (Fotografía RF).

Entrada al segundo piso, coronada por tres medallones, obras del pincel español de Tomás Povedano, alegoría del Comercio, el arte y la industria. En la fotografía solamente se aprecian las dos últimas. (Fotografía RF).

 

 

Entrada al lujoso Foyer. Lo preside la escultura original de Bulgarelli de la Fama, que se tuvo que retirar del exterior por presentar daños producto de su exposición a la intemperie. Sobre los tres arcos de las puertas de ingreso se pueden observar tres de los ocho medallones en que se representaron los escudos de las siete provincias del país en que estaba dividida Costa Rica en 1915: San José, Cartago, Heredia, Alajuela, Guanacaste, Puntarenas y Limón. El octavo escudo es el de la República.

Entrada al lujoso Foyer. Lo preside la escultura original de Bulgarelli de la Fama, que se tuvo que retirar del exterior por presentar daños producto de su exposición a la intemperie. Sobre los tres arcos de las puertas de ingreso se pueden observar tres de los ocho medallones en que se representaron los escudos de las siete provincias del país en que estaba dividida Costa Rica en 1915: San José, Cartago, Heredia, Alajuela, Guanacaste, Puntarenas y Limón. El octavo escudo es el de la República.

 

 

Hermosa pintura que decora uno de los tres plafones del techo del Foyer. Titulada “La noche” (otros la llaman el beso), está acompañada de otras obras de hermosa ejecución de la Aurora y el Mediodía, todas pintadas por el artista italiano Luigi Vignani.  (Fotografía de RF).

Hermosa pintura que decora uno de los tres plafones del techo del Foyer. Titulada “La noche” (otros la llaman el beso), está acompañada de otras obras de hermosa ejecución de la Aurora y el Mediodía, todas pintadas por el artista italiano Luigi Vignani. (Fotografía de RF).

 

 

[1] Comunicación electrónica de Roberto Broll, quien amablemente aportó nuevos datos sobre la presencia de italianos en Guatemala, que esperamos poder aprovechar en las futuras cápsulas de historia.

[2] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. En: Carrara nell’America Latina. Industria e creazione scultorea. Berresford, Sandra (ed.). Federico Motta Editore. Milán: 2007. Página 3. En este interesante ensayo, que puede leerse íntegro en la web, Gutiérrez apunta que Durini se anunciaba como “escultor y negociante de mármoles”, siendo un importante intermediario entre Carrara y su industria artística y de mármol y los gobiernos americanos, que ávidos de fundar las nacionalidades construían monumentos para educar en la población, el sentido cívico.

[3] Lorenzo Durini Vasalli se estableció en Quito, Ecuador. Sus hijos, Pedro y Francisco Durini Cáceres, fundaron una nueva firma “L. Durini & hijos”, que se disolvió al fallecer Lorenzo padre, en 1906. Francisco Durini Vasalli murió en El Salvador.

[4] Quesada Avendaño, Florencia. La modernización entre cafetales. San José, Costa Rica, 1880-1930. Editorial UCR, San José, Costa Rica: 2011. Página 36.

[5] Quesada Avendaño. Op. Cit. Página 41.

[6] Ibid. Página 49.

[7] Ibid. Página 49.

[8] Ibid. Página 49.

[9] Gutiérrez Viñuales, Op. Cit. Página 3.

[10] Sin embargo, se debe mencionar que el mayor legado que dejó a Costa Rica el ingeniero Nicolás Chavarría, director de Obras Públicas en 1892, no fue dirigir los planos del Teatro Nacional, sino la construcción de las cloacas y cañerías de agua de la capital costarricense.

[11] Información disponible en la revista: http://si.cultura.cr/, lamentablemente, dicho sitio no abunda en las fuentes de la información que publica.

[12] Gutiérrez. Op. Cit. Página 1.


Visita al pasado soberbio

Un nostálgico recorrido por el desaparecido Teatro Colón y una visita al hermoso Teatro Nacional de Costa Rica

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Los países americanos surgidos a raíz del colapso del Imperio español, construyeron su ideario nacional en el último cuarto del siglo XIX, luego de un largo y doloroso período de guerras y luchas intestinas para alcanzar el poder. El triunfo del partido liberal en la mayoría de estos países consolidó un discurso progresista, que buscó sus referentes en los añejos países europeos, en donde despuntaba Francia como referente político e Italia, como referente cultural. Así, como muestra de esta búsqueda de identidad occidental, en las capitales americanas surgieron construcciones inspiradas en los referentes del Viejo Mundo. Monumentos públicos, paseos al aire libre, mausoleos, teatros y palacetes fueron surgiendo en estas ciudades, sellando la identidad con Europa, con algunos tintes localistas, pero predominando poderosamente la visión del Viejo Mundo.

-I-

Antecedentes

¿Alguna vez se ha preguntado por qué en medio de la selva brasileña, a orillas del río Amazonas se levanta, imponente un majestuoso teatro, sobresaliendo entre muelles de la ciudad de Manaos? La leyenda cuenta que en su escenario llegó a actuar el gran Enrico Caruso. ¿Por qué en las remotas ciudades de Guatemala y San José, perdidas entre laberintos de arbustos de café se levantaron a su vez ambiciosos espacios del arte y la cultura, como el desaparecido Teatro Colón y el sobreviviente Teatro Nacional de Costa Rica? La respuesta mi querido lector, la dio ya hace unos años, el historiador Ralph Lee Woodward:

“Ningún país en vías de desarrollo puede resistir la tentación de imitar a países más adelantados… Pero los países latinoamericanos se sentían impelidos en esta dirección, más que otros países, debido a la alienación de sus élites. Aunque estas élites vivían en un ambiente económico y socialmente atrasado, sin la menor intención de abandonar las ventajas que les proporcionaba el mismo, eran intelectualmente parte de la sociedad del Atlántico Norte…”[1]

Recordemos también que en las escuelas americanas se enseñaba según métodos europeos y muy probablemente, según planes de estudios europeos, llenos de referencias clásicas, familiarizando al alumno a las alusiones mitológicas y a las enseñanzas morales que de esos relatos se desprendían. Se creían también que enseñando los grandes temas europeos se estaba preparando la mente del estudiante para la modernidad y el progreso, que provenían precisamente del otro lado del Atlántico. Los libros, los inventos, los grandes avances de la medicina se aprendían en París o Londres, capitales del desarrollo industrial. Así, se fue formando en la mente de los líderes políticos latinoamericanos una creencia inspirada en el darwinismo social que afirmaba: “…la presuposición ideológica de la superioridad de la ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos.”[2] Así, era inevitable que el referente estético también proviniera de Europa, influyendo y formando las mentes de los artistas nacionales en esta dirección. No nos debe de extrañar, por lo tanto, la gran presencia de temas clásicos en el arte guatemalteco del siglo XIX, el cual, si no era producido localmente, era importado con ese fin de educar el gusto y formar criterios estéticos según los cánones occidentales.

En Guatemala, la definición del espacio para las artes sufrió una lenta transformación, ofreciendo un interesante objeto de estudio que apenas esboza la historiadora Artemis Torres, y que yo transcribo por el interés del momento que aborda, hablando de la transformación de la ciudad de Guatemala durante el gobierno de los 30 años:

“Las expresiones del arte religioso empezaban a convivir cada vez más con las representaciones modernas laicas. A los atrios de iglesias y las plazas de estilo español se les unían corredores, patios y espacios de amplias casas de la capital que eran alquiladas por sus dueños a grupos teatrales ambulantes…”[3]

 

El costo de la modernidad era el contacto con el mundo. Este precio creo que todos en el siglo XIX lo tenían claro, y por eso la nueva religión liberal predicaba la urgente necesidad de construir caminos adecuados, puertos habilitados para recibir cualquier tipo de naves y ciudades que tuvieran las comodidades mínimas para alojara los extranjeros, incluyendo eventos para el ocio y el descanso, como el teatro. En el caso de Guatemala, el proceso político y la arcaica situación económica actuó como un importante freno para este paso de inserción al mundo exterior, pero siempre se tuvo en mente, ya gobernaran los conservadores o los liberales, que el contacto era beneficioso para la población, para que ésta se “civilizara”. Por ejemplo, en los años cercanos a la independencia, sabemos que en casas particulares se “…solía representar, sainetes, loas y entremeses, para celebrar así algún cumpleaños de algún miembro de la familia…”[4] Por ello se tienen noticias de la existencia de teatros desde época relativamente temprana en la Guatemala independiente, como el Coliseo, el Fedriani que incluso tuvo una compañía de actores aficionados allá por 1835, el Teatro Nuevo[5], Las Variedades[6] y el Teatro Oriente, que se fundó por 1853, ofreciéndose en estos escenarios espectáculos muy actuales de la época, como El barbero de Sevilla, La italiana de Argel, La Gazza Ladra, etc.[7] El teatro, tal y como lo caracteriza su origen desde la antigua Grecia, “implicaba conocer, asumir y disfrutar las nuevas concepciones del mundo moderno y la imposición de nuevos estilos de vida”[8], la modernidad, pues.

 

-II-

El primer Teatro Nacional

 

Bucólica fotografía tomada desde el Cerrito del Carmen hacia el sur, destacando la línea recta de la 12 avenida de la zona 1, en la que se puede apreciar, a la derecha, la parte trasera del desaparecido Teatro Colón.

Bucólica fotografía tomada desde el Cerrito del Carmen hacia el sur, destacando la línea recta de la 12 avenida de la zona 1, en la que se puede apreciar, a la derecha, la parte trasera del desaparecido Teatro Colón.

 

 

El primer sueño de dotar a la ciudad de Guatemala con un Teatro formal y majestuoso fue del doctor Mariano Gálvez, quien ordenó el diseño del recinto en 1832, a Miguel Rivera Maestre, y construido bajo la dirección del arquitecto suizo José Vekers, edificio que por sus dimensiones y la situación política del país, extendió su construcción por décadas, siendo culminado durante el régimen conservador. Según la historiadora Artemis Torres, probablemente estuvo inspirado en la iglesia de la Magdalena, en París, que a su vez, repite las formas del Partenón. Según Torres no existe contradicción entre el fundamento religioso del régimen conservador y las formas paganas del Teatro Nacional, pues: “Estos estilos antagónicos en su fundamento teórico reflejaban los nuevos idearios de ilustrados conservadores y liberales que promovían la virtud cívica y religiosa, la rectitud moral, el patriotismo y el individualismo demás, esta sólida y equilibrada estructura transmitía la sensación de orden y autoridad.”[9]El Teatro se convirtió entonces además de un edificio para albergar el arte escénico, en una declaración política, sobre las capacidades del régimen (de construir un edificio tan masivo), pero también de la paz y la tranquilidad que el régimen había llevado, gracias a lo cual, se había podido construir el edificio.

El majestuoso teatro se inauguró la noche del 23 de octubre de 1859 con el debut de la compañía dramática del Señor Iglesias, con la obra Torcuato Tasso (con libreto de Jacopo Ferreti y música de Gaetano Donizetti), al finalizar el primer acto, se bajó el telón, pintado por un señor Letona, con una representación de las bellas, “que fue acogido con nutridos aplausos por el público que asistía a la función.”[10]

 teatro2

 

teatro3

Hermosas fotografías del Teatro Nacional tomadas por Eadward Muybridge, que permiten realizar un minucioso examen de su fachada, de la decoración de su tímpano, del conjunto de la plazoleta y el bosque de naranjos.

 

El Teatro Carrera, como fue bautizado, por obra y gracia de los aduladores que lastimosamente sobran en nuestra historia patria, ostentaba en el tímpano de su fachada el escudo de la República de Guatemala, fundada el 21 de marzo de 1847, liquidando el asunto de la Federación. El desaparecido y extrañado periodista cultural Fernando Guillermo Poroj[11], en una de sus recordadas columnas de la revista Domingo, recupera una hermosa descripción del Teatro el día de su inauguración, tomada de la Gaceta de Guatemala, (tomo XI, No. 64, del 5 de noviembre de 1859). Según nos relata Poroj, el teatro medía 33 varas de ancho, 65 de largo y 17 de alto en los costados y 25 hasta el mojinete. Su fachada era un pórtico de orden dórico, formado por 10 columnas de 10 varas de alto cada una, sobre las cuales descansaba un triángulo obtusángulo, en cuyo centro estaba esculpido el ya referido escudo nacional, y a ambos lados, en los ocutángulos, dos liras de forma antigua enlazadas con ramas de yedra y laurel. Todo el edificio era de ladrillo cubierto de estuco pintado de amarillo pálido. Al entrar al edificio, recibía al visitante un amplio vestíbulo y tres puertas que conducían a la sala de entrada. La sala tenía en el centro cuatro columnas dóricas que sostenían el techo. El piso era de mármol de Génova, azul y blanco. El interior estaba pintado todo de color gris perla, y las barandas, antepechos de los palcos y galerías, estaban decoradas con vistosas molduras, modillones y adornos dorados de medio relieve.

 

Plano del interior del Teatro Colón, en el que se puede ver la división de los asientos según su ubicación.

Plano del interior del Teatro Colón, en el que se puede ver la división de los asientos según su ubicación.

 

Siguiendo la descripción rescatada por Poroj, el Teatro Carrera tenía un lunetario para 450 asientos tapizados con género de color carmesí, 14 palcos de platea con 8 y 10 asientos cada uno, 16 palcos más con 8 y 10 asientos y uno en medio para la presidencia. El techo del edificio estaba pintado de dorado y con adornos similares a los que decoraban los palcos. En la sala principal colgaban candelabros dorados con adornos de cristal de 3 luces, y en su centro, una lámpara de araña con 75 luces. Las puertas de los palcos del teatro tenían cortinas de color carmesí con cordones dorados. Tanto las lámparas como los cortinajes fueron importados de Berlín.

El exterior del edificio también funcionaba de decoración. Comenta Poroj que en la Guía de Forasteros en Guatemala para el año de 1858, se describía la plazoleta sobre la que se elevaba el hermoso teatro. La plaza estaba rodeada de una pared de piedra con respaldos que servía de banco para los que estaban en el interior del espacio y de baranda para la calle. Una verja con 5 puertas de 5 varas cada una, 2 de ellas para carruajes, daba a la fachada principal, y 3 puertas a los demás lados, cada una con escaleras de piedra para los peatones. Abrazaba al edificio una alameda de naranjos y a espaldas de la construcción una fuente y dos estatuas de 3 varas de alto representaban a las musas Calíope[12] y Talía[13].

El conjunto completo era monumental, tal y como se puede apreciar en las fotografías que por fortuna, nos legó Eadward Muybridge a su paso por el país en 1875. Sus vistas abiertas nos permiten contemplar con detenimiento la hermosura del conjunto, que el historiador Antonio Villacorta escribió en su Historia de la República de Guatemala (1821-1921), y que la historiadora Artemis Torres recoge en su obra citada sobre la ilustración del régimen conservador:

“…Se alzaba en el centro de la gran plaza y tenía en su interior todas las comodidades deseables en los teatros modernos de entonces, y en su proscenio desfilaron verdaderas notabilidades en todos los órdenes de la literatura dramática y de la música operática en general, y se verificaron magnificas veladas científicas y lírico literarias, que dejaban las más gratas impresiones. Su exterior era muy elegante, recordando su frente a Santa Genoveva de París. El principal es un pórtico de orden dórico (…) formado por diez columnas de 10 varas de alto, cada una con sus respectivos capiteles. Sobre esas columnas descansa un triángulo obtusángulo, en el centro del cual está esculpido en medio relieve, el escudo de armas de la República, y a los lados, en los octángulos, dos liras de forma antigua entrelazadas con ramas de yedra y de laurel. Sobre el escudo hay un hermoso colgante de flores, también de medio relieve, elegantemente suspendido por tres rosetas.”[14]

 

El tímpano fue modificado posteriormente, en la época del general Reina Barrios, quien ordenó una alegoría clásica, la cual fue elaborada por el venezolano Santiago González, en la que Apolo tañía su lira, rodeado por la tragedia y las musas, repartidas a sus pies.

 

Estado del Teatro Colón luego de los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918. Según el intelectual David Vela, los daños causados en el edificio no fueron de tanta gravedad como para justificar su demolición, que obedeció a móviles exclusivamente políticos.

Estado del Teatro Colón luego de los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918. Según el intelectual David Vela, los daños causados en el edificio no fueron de tanta gravedad como para justificar su demolición, que obedeció a móviles exclusivamente políticos.

 

Los terremotos que a finales de 1917 y principios de 1918, azotaron al teatro también, el que presentó importantes daños, aunque los mismos no eran tan graves, al menos, no estructurales, pues el edificio permaneció aislado con alambre de espino y láminas por mucho tiempo. La plaza que lo albergaba fue ocupado por las personas que huían de sus residencias, o que las habían perdido. Así, la llamada “Plaza Vieja”, fue invadida por las llamadas “tembloreras”, construcciones improvisadas por las personas que evitaron el peligro de las construcciones e invadieron parques, plazas y potreros para pasar los temblores. Apunta Poroj que el teatro, lastimado, se vio rodeado de tiendas de campaña y barracas hechas de esteras y mantas. Los terremotos, que destruyeron buena parte de la ciudad de Guatemala, dejaron al descubierto la corrupción del régimen cabrerista, que no fue capaz de resolver con eficiencia y rapidez la situación de emergencia que suscitó la destrucción de tantas viviendas y la interrupción de los servicios básicos. Así, el descontento fue creciendo, resultando en los hechos de la Semana Trágica, y la caía del régimen. A propósito de la reacción del régimen, el doctor Peláez Almengor publicó hace unos años un interesante libro, lastimosamente breve, titulado La Pequeña París, bajo el sello del Centro de Estudios Urbanos y Rurales (CEUR) de la Universidad de San Carlos, allí aborda detenidamente el proceso de descombrado de la ciudad y la evaluación general de los daños, que también evaluó el arqueólogo Sylvanus Morley, dejando apuntado en sus diarios de campo que la devastación era total, y los terremotos habían destruido el 90% de las construcciones de la ciudad.[15]

Los terremotos condenaron a muerte al majestuoso teatro. La rudimentaria economía nacional, agravada por la Primera Guerra Mundial, no permitió al gobierno de Estrada Cabrera realizar con la suficiente rapidez y eficiencia los trabajos de reconstrucción de los monumentos públicos. El hombre de confianza en estos menesteres, el argentino Luis Augusto Fontaine, fue comisionado por el Señor Presidente para encargarse de las obras de restauración del Teatro Colón (rebautizado en 1892, con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América), pero la falta de fondos, la rebelión unionista y la muerte de Fontaine, interrumpieron su rescate. El teatro permaneció en ruinas hasta que en el año de 1923 se ordenó su demolición, durante la presidencia del general José María Orellana, según me informa el investigador Rodolfo Sazo. Según Poroj, la orden de muerte vino inspirada más por política que por razones de seguridad. El régimen de Orellana se debatía entre la dictadura y la anarquía. La situación económica no había mejorado mucho, y el gobierno se encontraba como siempre, desfinanciado. Las fábricas y el comercio habían sufrido duramente a raíz de los terremotos y la inestabilidad política del país, y la destrucción del teatro sirvió para darle una pequeña salida al descontento. Así las cosas, el gobierno necesitaba desesperadamente ocupar a los habitantes de los campamentos, y para ello contrató a muchos de ellos para la demolición del teatro.

 

[1] Woodward, Ralph Lee Jr. Liberalismo, Conservadurismo, y la actitud de los campesinos de La Montaña hacia el gobierno de Guatemala, 1821-1850. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LVI, Enero a diciembre de 1982. Página 210.

[2] McCreery, David J. La Estructura del Desarrollo en la Guatemala Liberal: Café y Clases Sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LVI, Enero a diciembre de 1982. Página 219.

[3] Torres Valenzuela, Artemis. Los Conservadores Ilustrados en la República de Guatemala: 1840-1870. Editorial Serviprensa, Guatemala: 2009. Página 72.

[4] De León Pérez, Hugo Leonel. Crónicas para la historia de la danza teatral en Guatemala (1859-1918). Editorial Cultura, Guatemala: 2003. Página 28.

[5] “… Teatro Nuevo del empresario Porras, construcción provisional, ubicada en la esquina opuesta de la Plaza Mayor, antiguo edificio de ‘las carnicerías’ (hoy sexta calle y séptima avenida de la zona 1), estrenado para finales de noviembre o principio de diciembre de 1843; este era un teatro ‘de dos cuerpos, teniendo los palcos del primer piso bastante desahogo y una entrada independiente’ con capacidad para unos mil doscientos espectadores. En este teatro actuó una compañía nacional de drama y ópera dirigida por el español Francisco Pineda.” (De León Pérez. Op. Cit. Página 31-32).

[6] “…Teatro de Variedades (…) construido hacia 1857 por empeño del empresario Julián Rivera. Estaba ubicado en la llamada ‘Calle del hospital’ (hoy 10 calle de la zona 1). Según Díaz, el teatro era de formas sencillas y su interior era de muy bonito aspecto, el lunetario alojaba unas 400 personas, cincuenta y cinco palcos en los dos pisos y una galería que daba cabida a  unos setenta espectadores…” (De León Pérez. Op. Cit. Página 32). El Teatro Variedades desapareció luego de la inauguración del Teatro Nacional, en 1859.

[7] Torres Valenzuela. Op. Cit. 72.

[8] Ibíd. Página 74.

[9] Ibíd. Página 73.

[10] Ibíd. Página 73.

[11] Poroj, Fernando Guillermo. Desde aquel dorado balcón del teatro. Revista Domingo, Prensa Libre, s/f. Aproximadamente de 1993.

[12] Calíope: En la mitología griega, era la musa de la hermosa voz, era la musa de la elocuencia, la belleza y de la poesía épica. Se le podía reconocer porque se le representaba con un estilete y una tabla de escritura, como redactando un poema épico. Modernamente representó al canto.

[13] Talía: En la mitología griega, era la musa de la comedia y de la poesía bucólica. Se le representaba con la máscara de la comedia y con el cayado del pastor. Modernamente representó el teatro.

[14] Torres Valenzuela. Op. Cit. Página 73.

[15] Harris, Charles H. y Louis R. Sadler. The Archaeologist was a Spy. Sylvanus G. Morley and the office of Naval Intelligence. University of New Mexico Press. Alburquerque: 2003.

 


BANANA REPUBLIC: Guatemala, 1929

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

A manera de presentación

 

En el año de 1929, el ciudadano alemán Franz Termer, miembro honorario de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala publicaba un interesante ensayo titulado ‘Alemanes y estadounidenses en Guatemala”, para la Revista de Geopolítica de Berlín. El texto, traducido por la recordada Teodora van Lotum, fue publicado en la Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia en el tomo LXIII, enero-diciembre de 1989, de la que tomo los siguientes extractos dedicados a la presencia de los estadounidenses en el país[1], vistos como pies de foto adecuados para una colección de fotografías antiguas de Guatemala agrupadas bajo la denominación genérica de ‘Colección Guatemala de Alma África’. La combinación de texto e imágenes son un verdadero viaje al pasado, al que invitamos al amable lector en esta nueva ocasión.

Hermoso mapa editado por la United Fruit Company (UFCO) de Centroamérica, las indias occidentales, Sur América y porciones de los Estados Unidos y México.

Hermoso mapa editado por la United Fruit Company (UFCO) de Centroamérica, las indias occidentales, Sur América y porciones de los Estados Unidos y México.

 

 

-II-

Las palabras y las imágenes

 

 Puerto Barrios

 

 banana3

 

“…En el lado atlántico, el vapor lo desembarca en un moderno muelle construido de cemento, en el que rueda el transporte ferroviario y en donde se afanan manos laboriosas y se oye el timbre opaco de la lengua inglesa de negros y zambos. El viajero ve junto a la playa grandes edificios de oficinas y observa, también, canchas de tenis y campos de golf, en que con el acento americano de su inglés, los caballeros y damas elegantemente vestidos dan a conocer su procedencia…”

 

 banana4

 

“…Veamos cómo funcionan las empresas estadounidenses en Guatemala: se trata de organizaciones económicas en gran escala, con sus sedes en Estados Unidos, desde donde son administradas. Entre ellas, dos desempeñan un papel preponderante: el monopolio de la United Fruit Company y los International Railroads of Central America. Quedan fuera de las presentes reflexiones el analizar el muy interesante surgimiento y desarrollo de uno de los más poderosos y extensos monopolios. Se inició modestamente y creció después de tanteos y tentativas, bajo la dirección de un cerebro insólitamente competente, el del genial Minor Keith, en el último cuarto del siglo XIX, expandiéndose primero en la costa atlántica de la Centroamérica meridional y finalmente, a principios del siglo XX, se arraigó en la costa atlántica de Guatemala, con energía asombrosa, con recursos económicos inagotables y con un optimismo inquebrantable. La compañía sembró banano en la cuenca del río Motagua, utilizando las vegas bajas costeñas hasta 100 kilómetros tierra adentro y hasta 12 kilómetros a lo ancho, de modo que hoy el día el tren recorre tales florestas durante 3 ½ horas ininterrumpidas…”

banana5 

 

 

“Por otro lado, con la despiadada lucha contra la naturaleza ha comenzado una excelente gestión de los estadounidenses desde el punto de vista poblacional, político y social, y por más que se pueda enfocar con escepticismo el desenlace definitivo de la batalla entre el hombre y la naturaleza en estas regiones tropicales, no se puede menos de reconocer los resultados hasta ahora logrados en el aspecto demográfico. Por todos lados hay atención a la higiene, el obrero de color está continuamente bajo control sanitario, las viviendas de la gente están primorosamente construidas según un esquema, parcialmente protegidas con cedazo contra el peligro de los zancudos y provistas de buena agua llovida, recogida en cisternas protegidas.”

 banana6

 banana7

 

“…No obstante, en este clima insalubre el índice de morbilidad es siempre elevado (la malaria afecta por igual a pardos y blancos, la anquilostomiasis es endémica entre aquellos). En Quiriguá, a orillas del bajo Motagua, se ha fundado uno de los más modernos hospitales tropicales de Centroamérica, en cuyas inmediaciones aún hace 35 o 40 años en la impenetrable selva virgen se ocultaban las ruinas de antiguos templos mayas y esculturas de los dioses.”

banana8 

 

“La raza, el cuidado y la asistencia a los trabajadores aseguraron el cultivo de la extensa zona, pero ésta se volvió rentable sólo cuando hubo transporte rápido y garantizado desde la misma. Así surgieron no sólo los ferrocarriles privados de la compañía, sino también de una flota propia de vapores especiales, llamada ‘The Great White Fleet’, que hoy día es la línea más fuerte en el mar Caribe. Para ello, por supuesto, se realizaron nuevas construcciones en la zona portuaria de Puerto Barrios que han permanecido como propiedad de la compañía. Ejemplo de lo anterior es el muelle con sus galpones de almacenamiento y tendido de vías férreas.” 

banana9

 

“La siembra del banano es hasta hoy un cultivo de tipo extensivo, que con mucha rapidez agota la tierra, y que también está expuesto a muchos animales y vegetales dañinos, razón por la que, desde un principio, se estudia la posibilidad que las siembras se expandan más y que deban situarse a una distancia de fácil acceso a la costa o a un puerto. Es por ello que en Guatemala los estadounidenses se han radicado en el río Polochic y pronto penetrarán también al río Sarstún, vía limítrofe con Honduras Británica, donde los ríos representan un transporte rápido hacia el mar.”

 banana10

 

“Como segunda empresa en gran escala de los estadounidenses en Guatemala se aludió antes a los ferrocarriles, que fueron construidos por ellos y que siguen siendo de su propiedad. También ahí se observa el arrojo, el pronto beneficio de la rentabilidad económica, la importancia estratégica y las condiciones naturales del país. Una línea principal comunica la zona portuaria atlántica de Puerto Barrios y la de San José en el Pacífico con la capital nacional, otra recorre la zona económica principal de la república desde la frontera mexicana hasta Escuintla, y una tercera vía recién terminada conecta Zacapa con San Salvador, enlazando así esa república con la costa atlántica.”

 banana11

 

“El tránsito en Guatemala ha experimentado, en los últimos diez años, una significativa expansión, gracias a la apertura de nuevas vías ya la introducción del automóvil. Este medio de transporte está llamado a desempeñar en el porvenir el papel principal, por ser la mejor solución al difícil problema del tránsito moderno terrestre en un país tan montañoso. Aquí la influencia estadounidense es indirecta, por cuanto las marcas norteamericanas dominan el campo en su totalidad, pero por los demás, ellos destacan poco en el área de las comunicaciones, ya que los funcionarios de ferrocarriles son, con pocas excepciones, ciudadanos guatemaltecos.”

 

Poster propagandístico de la Great White Fleet, otra empresa de la United Fruit Company (UFCO).

Poster propagandístico de la Great White Fleet, otra empresa de la United Fruit Company (UFCO).

 

Vapor Petén, que formaba parte de la Great White Fleet, rebautizado como Jamaica en 1939.

Vapor Petén, que formaba parte de la Great White Fleet, rebautizado como Jamaica en 1939.

 

 

[1] Críticas fuertes a la presencia de la frutera pueden leerse en la Trilogía del Trópico de Miguel Ángel Asturias, en la que destaca por su alta calidad y fuertes imágenes El Papa Verde, o bien en la novela tica Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, por dar dos nombres de obras literarias.


Con el discurso en los bolsillos

Alegorías e imágenes del desarrollo en las notas de banco

Rodrigo Fernández Ordóñez

A María Andrea, por su amistad a prueba del tiempo.

En el pasillo del sexto nivel del edificio de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín, se puede observar una interesante muestra de billetes de bancos privados utilizados en Guatemala durante el cuarto final del siglo XIX. Forma parte del proyecto ‘Exploraciones de la historia’, y no solo recoge estos ejemplos de billetes, sino explica algunas de las figuras mitológicas que decoraban esas notas de banco. En el presente texto utilizamos algunos ejemplos de estos muros como excusa para explorar el mensaje político impreso en los billetes, que servían de alguna forma como propaganda del nuevo régimen instaurado luego del triunfo de la Revolución Liberal de 1871. Las fotografías de los billetes (de una excelente calidad) fueron obtenidas del artículo Billetes de Guatemala, publicado en la revista ContraPoder, en su versión electrónica: http://www.contrapoder.com.gt/es/edicion20/economia/673/Billetes-de-Guatemala.htm.

-I-

De las emisiones privadas de billetes

Durante el régimen conservador se realizaron dos reformas monetarias, que intentaron poner orden en la circulación de monedas en el país. La segunda, por ejemplo, llevada a cabo en los últimos años del régimen, apunta el historiador Valentín Solórzano: “…consistió en la reacuñación de las macuquinas creándose así la moneda nacional basada en el sistema de la unidad monetaria del peso. El presidente Cerna obtuvo un empréstito en Londres por valor de quinientas mil libras esterlinas, iniciándose inmediatamente el retiro de macacas de la circulación…”[1] Esta reforma monetaria implicó la emisión de la ley monetaria del 9 de junio de 1869 que establecía los valores y peso de las monedas, estableciendo además el sistema decimal. Al llegar el producto del empréstito a Guatemala en barras de oro y plata se procedió a la acuñación de nueva moneda y al retiro de la vieja macuquina. El peso se estableció en paridad con el dólar. Comenta Solórzano que cuando la población guatemalteca abrazaba con entusiasmo las operaciones de reconversión, se vino encima el triunfo de la revolución liberal del 30 de junio de 1871.

 

Es interesante que bajo el gobierno de los conservadores, aunque no existían bancos, se desarrolló un sistema paralelo al de la circulación de monedas, y que consistía en los “billetes particulares”, que eran documentos de crédito firmados por personas comunes con solvencia mercantil. Estos documentos particulares funcionaron como papel moneda. Según Solórzano:

“…Ese papel de confianza ara admitido en los negocios como billete de banco, y era frecuente no cambiarlo por moneda, a su presentación al firmante, sino por otros, ya fueran propios o firmados por otras personas. Los firmantes eran responsables de aquellos singulares billetes respaldados con su crédito personal, y cuando así se les exigía, los cambiaban por moneda corriente. A estas monedas mercantiles se les denominó ‘quedanes’. Eran varios los comerciantes fuertemente establecidos que firmaban ‘quedanes’ y los echaban a circular…”[2]

 Pero este sistema no logró desarrollarse completamente, y el crédito siempre estuvo restringido, pues se obtenía, en el caso de los cultivadores de cochinilla, por ejemplo, comprometiendo en garantía la cosecha futura. Las personas que podían otorgar préstamos a los cultivadores regularmente no aceptaban la tierra en garantía por el desembolso. Como se apuntó arriba, se acostumbraba “…adelantar el crédito mercantil asegurado por el embargo preventivo de la cosecha. La tierra, sin capital o trabajo suficiente, no tenía valor…”[3] Así la actividad económica quedó reducida casi al autoconsumo, al carecer de un adecuado sistema de crédito agrícola, al no existir, en palabras de Solórzano: “…los estímulos naturales de lucro…”, tanto para el prestamista y el prestador. Esta situación de un arcaico sistema crediticio y las limitadísimas posibilidades de participar en el comercio mundial a causa de una casi inexistente infraestructura, fueron algunas de las causas del triunfo de Barrios y García Granados, pues de acuerdo a David McCreery: “Frustrados por una molesta explotación y por la inhabilidad o falta de deseo de un gobierno incapaz de proteger o promover sus intereses, los cultivadores del occidente se opusieron cada vez más al tambaleante régimen conservador nacional.”[4]

El nuevo régimen se puso manos a la obra, desarrollando un amplio esquema de organización de empresas agrícolas, pues de acuerdo a Solórzano:

“…los terrenos comunales y ejidales de muchos pueblos, y es más, aquellos que no poseían la suficiente extensión de tierras y que necesitaban depender de otros, arrendándoles la tierra, fueron dotados de ejidos por la reforma. Las tierras baldías, propiedad del Estado o tierras realengas coloniales fueron repartidas entre gran número de agricultores, constituyéndose así la empresa agrícola de propiedad privada, base indispensable para el engrandecimiento económico nacional…”[5]

 Por otra parte, el nuevo régimen dio el paso decisivo para solucionar los problemas de acceso al crédito, preparando un motor del desarrollo agrícola, que en la mente de Barrios, cultivador él mismo de café, era necesario para insertar a Guatemala en el mundo moderno. Así, en 1874 se funda el Banco Nacional de Guatemala, el primero del país, con fondos provenientes de la desamortización de manos muertas. Este banco emitió billetes, que fueron aceptados de buena manera por la población y “Una oficina estaba encargada en el mismo local del Banco de canjear los billetes por moneda metálica al público que así lo solicitara.” Desgraciadamente, este banco quebró a raíz de la guerra con El Salvador en 1876, a raíz de una corrida bancaria.

En este tema, resulta muy interesante la lectura del volumen de Valentín Solórzano, al que hemos venido citando, pero para no arruinar la lectura a nadie termino con una cita extensa, pidiéndole disculpas al lector, pero resulta interesante el recuento que este historiador realiza sobre el surgimiento de las instituciones bancarias durante este período:

“…En la época inmediata a la reforma, de 1877 a 1893, asistimos al nacimiento y evolución del sistema bancario en el país. El primer banco comercial que se fundó fue el Banco Internacional, el 3 de septiembre de 1877; luego el Banco Colombiano, el 27 de agosto de 1878. Estos tuvieron el carácter de emisores y gozaron de toda clase de facilidades para su desarrollo. El 10 de junio de 1881 se fundó en la ciudad de Quetzaltenango, centro de la zona agrícola de Los Altos, el Banco de Occidente, a iniciativa y con apoyo del gobierno. Quedó organizado en forma de sociedad anónima, pudiendo ejercer las operaciones de emisión de billetes, giros, depósitos y descuentos. El gobierno de la república garantizaba su capital y le hacía exención del uso y de impuestos de importación y exportación. Posteriormente se fundaron el Banco Americano, en 1892; el Agrícola Hipotecario en abril de 1893, y el Banco de Guatemala, en diciembre de 1894…”[6]

 

 

-II-

De los símbolos y alegorías

 Los billetes emitidos durante esta época contenían una serie de símbolos e iconografía que a la distancia resultan fascinantes, pues hablan de la forma en que nuestros antepasados concebían al mundo. En esta sección trataremos de contextualizar para el lector de hoy, estos mensajes que a los ojos modernos resultan hasta cierto punto, incomprensibles. En términos generales, los billetes de banco que insertamos a continuación nos hablan de un tema preciso: el progreso. Incluso las figuras clásicas, tomadas de la mitología griega y romana, deben entenderse dentro de esta línea de discurso, en el cual, el gobierno liberal venía a romper con una larga tradición eclesiástica y de economía de aislamiento, y que trataba de empujar al país al escenario mundial. Debemos de tomar en cuenta que, de acuerdo a la educación que se impartía en esa época, las figuras no eran en absoluto ajenas para las personas que tenían algún grado de estudios. El discurso progresista tenía sus matices, como puntualiza el historiador McCreery:

“El entusiasmo por la ‘modernización’ originó algunas promesas imposibles de cumplir tanto por las personas como por el gobierno en cuanto a lo deseable del desarrollo industrial. Sin embargo, la lógica de los beneficios del café socavó cualquier promoción seria a corto plazo de las manufacturas locales. El capital era escaso y producía mejores ingresos en el café.”[7]

Es por esta circunstancia que no nos debe extrañar que en los billetes convivan imágenes bucólicas del campo y del paisaje guatemalteco con poderosos símbolos de la modernización. Por la confianza depositada en el café es que vemos en algunos billetes humeantes locomotoras, y en otros en cambio, aparezcan mujeres tapizqueando los frutos de la planta estimulante. Pero en todo caso, en los billetes se estaba elaborando un discurso de modernidad, se estaba construyendo una visión de país, fundamentado en los valores de la agricultura extensiva, el comercio y la industria.

 Billete de 1 peso, 1875 Banco Nacional de Guatemala. Billete de 1 peso, correspondiente a la emisión de 1875. A cada lado aparecen dos hermosas representaciones: la Victoria y Minerva. A la izquierda, la Victoria, que para los romanos era el símbolo del triunfo, llamada en la mitología griega Niké. Se le solía representar como una mujer alada, con una palma en la mano o bien una corona de laurel ceñida tal y como aparece en esta ocasión. La diosa está sentada a espaldas de una escena moderna, en la que una locomotora avanza por un campo. A sus pies, un canasto en representación del antiguo cuerno de la abundancia, derrama su contenido frente a la diosa que su postura, parece absorta en sus pensamientos. A la derecha aparece la diosa Minerva, que era para los romanos, la diosa de la sabiduría y de las artes, las técnicas de la guerra y la patrona de los artesanos. En la mitología griega se le llamaba Atenea. Se le suele representar como una belleza simple y modesta, noble y majestuosa. Porta como distintivos un casco en la cabeza y una pica en una mano. Aparece sentada sobre un jergón de paja, y a sus espaldas, un buque con las velas desplegadas cruza el horizonte, simbolizando el comercio con el mundo exterior.

Aparece también al centro y junto al retrato del dictador de turno, general Justo Rufino Barrios, el escudo de armas de la república, diseñado por el grabador suizo Juan Bautista Frener (1821-1892), quien trabajaba a la sazón en la Casa de la Moneda. El escudo fue aprobado de forma oficial el 18 de noviembre de 1871, y según el experto en Heráldica e Historiador Ramiro Ordóñez Jonama, es un conjunto de trofeos y no un escudo.[8]

 

Banco Comercial Americano, 1892

Banco Comercial Americano. El primer banco privado del país, fundado en 1877. Billete de 5 pesos, correspondiente a una emisión de 1892. Ceres, diosa romana de la agricultura, las cosechas y la fecundidad, para los griegos era Démeter. Según la mitología, ella le enseñó a los hombres a cultivar la tierra, cosechar el trigo y a elaborar el pan. Se le representa como una mujer hermosa de cabellos dorados como el trigo. En esta representación abraza un haz de espigas de trigo. Una túnica de corte clásico le cubre hasta los pies.

 

Banco Colombiano

El Banco Colombiano. Fundado en 1878. La figura dominante aparece dentro del medallón a la izquierda, extrañamente el dios romano Marte, Ares en la mitología griega. Digo extrañamente, porque el dios Ares no tenía atributos positivos para los griegos, quienes lo despreciaban por su carácter violento y voluble, pero era admirado por los romanos por sus virtudes guerreras. En las emisiones de billetes en que se hace eco a la paz y al progreso, Marte pareciera como una figura discordante. Representado como un guerrero de armadura brillante, con sus armas listas, pareciera que la explicación de que aparezca en el billete cuelga de la lanza que abraza: el gorro frigio, símbolo de la república. Pareciera que fue representado como el presto defensor de la república.

Al centro una estampa típica del campo, con unas reses que caminan por campo abierto, con los infaltables volcanes detrás, haciendo referencia a la vida simple y pastoral del país, escoltada por los dos escudos nacionales que justifican el nombre del banco.

 

billete4

Tesorería Nacional de Guatemala. Billete de 5 pesos de la emisión de 1880. Contiene la poderosa imagen de una locomotora. Según McCreery, “…para los liberales, el ferrocarril constituía el quintaesencial ‘emblema del progreso’ y la llave del sistema de transporte de una nación moderna.”[9] El ferrocarril traía beneficios obvios para un país como el nuestro, azotado por intensas lluvias por largas temporadas, que dependía para sus comunicaciones y comercio de una red de caminos inadecuados que había heredado de la colonia. Los costos del tendido de rieles resultaban mucho más altos que la construcción de un camino, pero la capacidad de gran volumen de carga y la eficiencia de su transporte, eran ventajas imposibles de desechar. El primer contrato para tender el ferrocarril del Puerto de San José hasta la ciudad de Guatemala se firmó en abril de 1872, cuando el Ministerio de Fomento contrató a William F. Kelly para la ejecución de la obra.

 

Banco Americano de Guatemala, emisión de 1914

Banco Americano de Guatemala. Fundado en 1892. Billete de 100 pesos correspondiente a la emisión de 1914. En la imagen central del billete se puede observar a la izquierda a la Victoria, en esta ocasión porta como sus distintivos la palma, símbolo de la paz, y en la cabeza la corona de laurel. A su espalda se despliega toda una alusión a la agricultura y sus frutos, presentando al país como la tierra de la abundancia. Como detalle interesante, la Victoria posa su mano derecha sobre la rodilla de Minerva, con quien comparte asiento. A espaldas de la diosa Minerva se despliega en contraste, un paisaje industrial, en el que se puede distinguir el yunque y el martillo, símbolo del trabajo, dos ruedas dentadas una en la que apoya su mano (en donde porta un caduceo, que representa el árbol de la vida) y otra tumbada en el suelo, simbolizando a la industria y el progreso, y como telón de fondo una chimenea lanzando humo y un buque a vapor, el enlace con el mundo exterior.

Reverso billete 500 pesos

Al reverso del billete se presenta una escena que debo confesar es de mis favoritas. Dos medallones a cada lado de ella contienen los escudos que justifican el nombre del banco. A la izquierda, el escudo de la república de Guatemala y a la derecha el escudo de los Estados Unidos de América. En el centro un paisaje retrata el ideal de la vida del régimen liberal. Un beneficio de café y otras instalaciones industriales, enmarcadas por una cadena de volcanes imponentes. Los edificios están rodeados de cafetos, entre los cuales se puede ver a los trabajadores escogiendo las cerezas listas para la cosecha. Unas carretas de bueyes recorren el patio del beneficio, conectando directamente a la finca con la línea férrea que se cruza enfrente, por la que pasa a toda velocidad (a juzgar por la posición de la columna de humo) un ferrocarril. Todo el paisaje resume la propaganda liberal: la facilidad de trasladar los productos de las grandes fincas cafetaleras a los mercados extranjeros gracias a la infraestructura desarrollada por el régimen. La presencia del escudo estadounidense en el caso de este billete, o la presencia de nombres de otros países o el uso de la internacionalidad, para nombrar a las instituciones bancarias también es un producto de la ideología liberal, que según McCreery, evidenciaba una inclinación a valorar desproporcionadamente, “…la superioridad de las ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos…”[10]

 

Banco Agrícola Hipotecario, emisión 1920

Banco Agrícola Hipotecario. Billete de un peso, correspondiente a la emisión del 30 de junio de 1920. Al centro se observa a la diosa Cibeles, en su carro tirado por dos leones, que en la mitología griega era la diosa de la Madre Tierra, simbolizando la tierra fértil. A su izquierda aparece otra representación de Minerva, recostada sobre los bultos en los que ya han sido embalados los productos de la agricultura que esperan listos en el muelle a ser cargados en las bodegas del buque que apenas se distingue en el horizonte a la altura de su codo derecho (a la izquierda del observador), que empuña un caduceo, el cetro que representa el árbol de la vida. En el medallón de la derecha se desarrolla una escena bucólica en la que una madre ordeña a una vaca frente a su hijo en un campo abierto, mientras dos ovejas se yacen tumbadas pacíficamente en el pasto. El billete evoca directamente a quien lo observe, las virtudes del régimen liberal, la paz, el comercio y las bondades de la tierra guatemalteca.

 

Banco Agrícola Hipotecario, emisión 1895

Banco Agrícola Hipotecario. Billete de cinco pesos correspondiente a la emisión del 5 de abril de 1895. Al centro aparece la diosa Cibeles, en su carro tirado por dos leones mansos. En el medallón de la izquierda, Mercurio o Hermes, mensajero de los dioses y símbolo del comercio, que se complementa con la escena del medallón derecho, en la que se representa una escena de mercado, a juzgar por la mujer sentada que ofrece un canasto de frutas a sus pies, los hombres que cargan bultos a su espalda y un pastor (portador de un alto cayado) que pareciera llevar a su ganado para la venta. En una pequeña plazoleta del Mercado Central de ciudad de Guatemala se levantaba una estatua de Mercurio, como bendiciendo las operaciones que se llevaban a cabo dentro de ese recinto.

 

Banco Agrícola Hipotecario, emisión 1920

Banco Agrícola Hipotecario. Fundado en 1893. Billete de 1 peso correspondiente a la emisión de 1920. Al centro la diosa Ceres o Démeter, como era conocida en el mundo griego, diosa del trigo y de los cereales, se solía representarla con el pelo amarillo. En esta representación Ceres fecunda el suelo con sus semillas, que porta en el canasto que sostiene con sus manos, para subrayar esta idea, la diosa luce un pecho destapado. El resto de la representación más bien debe asumirse: un cisne extiende sus alas y detrás del ave se adivina un objeto que pareciera ser una carabela, en lo que bien pudiera ser una alegoría del encuentro de dos mundos, en la que el cisne debería ser Zeus, en el conocido pasaje en el que seduce a Leda, que podría representar a Europa.

 

Banco de Occidente, emisión 1921

Reverso Billete de 1 peso, emisión 1921

Banco de Occidente. Fundado en la ciudad de Quetzaltenango en 1881. Anverso y reverso de un billete de 1 peso, correspondiente a una emisión de 1921. Destaca en este billete la hermosa alegoría de la República de Guatemala, personificada en una mujer joven y bella, que luce un peinado austero, decorado de flores, que adornan también el margen externo del medallón. A su derecha una escena del trabajo en el campo. En el reverso, al centro un hermoso grabado del Escudo de Armas de la República.

 

Banco de Occidente, billete de 5 pesos.

 Banco de Occidente. Al centro del billete de 5 pesos, reina una bella alegoría que con detalle reproduce el sueño liberal: Minerva se recuesta en un bulto embalado listo para su embarque. Un barril se adivina detrás del bulto. Su mano derecha descansa sobre una rueda dentada, símbolo de la industria y del progreso. Atrás un yunque y un martillo, representando el trabajo. Ambas virtudes del desarrollo. Al fondo, una locomotora a todo vapor cruza un majestuoso puente de arcos, representa la república pujante y el comercio interno. Al otro lado, unos barcos con velas recogidas esperan amarrados en el muelle, representan el contacto con el mundo exterior.

 

Banco de Occidente, billete de 20 pesos

 

Banco de Occidente, billete de 20 pesos Banco de Occidente. Anverso y reverso de un billete de 20 pesos. Al centro, una alegoría de la República de Guatemala, representada por una mujer con ropas de la época de la Grecia clásica, que recostada en una columna sostiene en su mano izquierda a un quetzal macho, el ave nacional. Sobre su hombro derecho, una pica clavada en el suelo porta en su punta un gorro frigio, símbolo republicano por excelencia. Detrás de ella se despliega a modo de escenario una colección de estampas de la hermosa naturaleza del país, haciendo gala de exuberancia y de prosperidad.

Banco de Occidente, billete 5 pesos

 

billete16

Banco de Occidente. Anverso y reverso de un billete de 5 pesos. En el medallón de la izquierda, una alegoría de la República de Guatemala, encarnada en una bella joven tocada con el gorro frigio. También su peinado es austero, virtud considerada republicana. Al centro un hermoso grabado que reproduce a Hermes o Mercurio, con todos sus símbolos, que desde una roca observa el comercio marítimo, que se adivina en los barcos en el horizonte.

 

 

Banco de Occidente, billete de 100 pesos, emisión de 1916 Banco de Occidente. Fundado en 1881. Billete de 100 pesos correspondiente a la emisión de 1916. Al centro una escena que se aunque se empezaba ya a observar en el área rural de Guatemala desde años tan lejanos como 1840, con el triunfo liberal se volvió la ambición del régimen: el cultivo del fruto que trae riqueza. Para la revolución triunfante, el cultivo del café se convirtió en el símbolo de modernidad por excelencia, pues sus ventas en los mercados extranjeros permitían llevar a cabo las ambiciosas obras que habrían de convertir al país en una nación próspera. La visión con respecto al café, como un símbolo de identidad nacional, que se vendió de esta forma incluso en las Ferias mundiales, ha persistido hasta nuestros días. Sólo hace falta ver el reverso del billete de cincuenta quetzales que circula hoy. Pero la pacífica escena esconde las consecuencias de la repartición de tierras, que acríticamente describió Valentín Solórzano líneas arriba y que dio lugar a situaciones duras, que rompieron todo un sistema social radicado en el campo. Aunque para el detalle habría que recurrir a J. C. Cambranes, en su obra Café y Campesinos, que ya antes hemos recomendado, McCreery resume la situación en unas cuantas frases para nuestra conveniencia, así que le cedo la palabra: “La población indígena de Guatemala no había llamado la atención de los foráneos durante gran parte de la época colonial y los comienzos de la nacional porque pocos terratenientes sembraban un producto que requiriera trabajadores baratos en gran escala. Empero, al difundirse la producción del café luego de la segunda mitad del siglo, se estimuló una lucha sin precedente para asegurarse la necesaria mano de obra (…) las décadas siguientes a 1871 fueron testigo de un asalto masivo a las tierras de los pueblos. Dando como excusa la mayor eficiencia de la propiedad privada, el Ministerio de Fomento entregó o vendió sistemáticamente las tierras comunales a empresarios prominentes, y muchas más cambiaron de dueño por medio de engaños y fraudes…”[11]

 

Banco de Guatemala, billete de 100 pesos, emisión 1896 Banco de Guatemala. Institución privada fundada en 1894. Billete de 100 pesos correspondiente a la emisión de 1896. El mensaje de modernidad y desarrollo es obvio, pero resulta interesante la colocación de las locomotoras, que apuntan a rumbos contrarios, con el escudo nacional en medio de ellas, transmite el mensaje de una república pujante.

 

Comité Bancario de Guatemala, billete de 25 pesos, emisión de 1899

Comité Bancario de Guatemala. Estaba conformado por seis bancos. Institución creada por el presidente Manuel Estrada Cabrera. Billete de 25 pesos, correspondiente a la emisión de 1899. Encerradas en círculos aparecen dos imágenes de progreso y modernidad. En la derecha, una humeante locomotora cruzando un paisaje tropical, que todos entendían era Guatemala. En la izquierda, un barco a vapor cruza los mares. Si el ferrocarril permitía el transporte rápido y eficiente de los productos desde los campos hasta los muelles, eran los buques los que conectaban a Guatemala con el mundo exterior, siendo la clave del éxito del intercambio comercial. Explica McCreery: “…Los exportadores locales consiguieron su primer nexo confiable, aunque caro, con los mercados de Europa y Norte América con la apertura en 1856 del ferrocarril de Panamá y el funcionamiento de sus líneas de vapores adjuntas (…) Los liberales abrieron un segundo puerto en el Pacífico, Champerico, para el comercio internacional, y planificaron un sistema de nuevos caminos para unir las áreas de producción con el Pacífico…”[12]

 

-III-

El Banco Central de Guatemala

 

Banco Central de Guatemala. En el año de 1923, el presidente de la república, general José María Orellana impulsó una tercera reforma monetaria, encomendada a dos técnicos guatemaltecos, Carlos O. Zachrisson y Enrique Martínez Sobral, que perseguía establecer una unidad monetaria fija y un sistema de de banca central. La nueva moneda se llamó quetzal y al día de hoy, es la moneda más antigua de Centro América. El Banco Central de Guatemala se convirtió en el único emisor de moneda en el país. La reforma se materializó mediante el decreto 879, dictado el 26 de noviembre de 1924, que establecía en su artículo primero: “La unidad del sistema monetario de la república de Guatemala se denominará quetzal, y estará representada por un grama 50 centigramos 4.675 millonésimos de oro puro. Un quetzal equivale a $60.00”[13], y en su artículo 25 prohibía a los demás bancos efectuar nuevas emisiones de billetes.

Según el historiador de la economía nacional, Valentín Solórzano, al que hemos venido citando a lo largo del presente texto, “…El valor en oro de la nueva unidad monetaria era equivalente al del dólar americano; su composición era de 900 milésimos de oro y 100 milésimos de cobre para las monedas de oro, que serían las de valores de 5, 10 y 20 quetzales. El quetzal sería de plata y tendría divisiones del mismo metal por valor de ½ y ¼ de quetzal; o sean de 50 y 25 centavos, respectivamente. La plata quedaba en el nuevo sistema, como es de rigor en el régimen de patrón oro, con el carácter de subsidiaria.”[14]

Los billetes de quetzal fueron apodados “chemas”, por la imagen que contenía del presidente de la República, general José María Orellana, y sus diseños fueron abandonando los temas mitológicos clásicos, para ir abrazando temas más concretos, como las virtudes nacionales del trabajo, el comercio, la paz y la prosperidad, transmitidos mediante estampas típicas del paisaje guatemalteco.

 

Billete de 1 quetzal, 1928

Billete de un quetzal, 1928. Dos hombres montan carga en una grúa de puerto. Alegoría del comercio exterior.

 

 

Billete de 2 quetzales, 1928

Billete de dos quetzales, 1928. Al centro domina una pacífica estampa del Lago de Atitlán, visto desde su ribera.

Billete de 10 quetzales, 1929 Billete de diez quetzales, 1929. Se perfila un paisaje típico de cualquier parte del macizo montañoso guatemalteco central o de la costa sur. Un campo abierto que termina en un volcán alzándose en el horizonte.

 

Billete de 5 quetzales, 1931

Billete de cinco quetzales, 1931. Escena realista de hombres con el torso desnudo cargan y ordenan bultos, en una alegoría al trabajo y al esfuerzo. El trazo del grabado recuerda al magnífico trabajo de Arnoldo Gálvez Suárez en los frescos del Palacio Nacional.

Billete de cincuenta centavos, 1938

Billete de cincuenta centavos, 1938. Confirmando la vocación agroexportadora de la economía nacional, se representan a ambos lados del billete los principales productos de este país para la época: una plantación de banano a la izquierda, y a la derecha, una finca de café en plena cosecha.

 

Billete de cinco quetzales, 1941 Billete de cinco quetzales, 1941. Porta una estampa completamente moderna, lejos del romanticismo de los paisajes campestres. Aborda el tema del progreso y el desarrollo con un imponente barco amarrado en un muelle de febril actividad.

 

Billete de 1 quetzal, 1942

Billete de un quetzal, 1942. Domina una apacible imagen de paz, trabajo y desarrollo, con un campo abierto al frente, bordeado a la derecha por cafetos. Al fondo instalaciones agro-industriales de una finca (probablemente un beneficio de café), y detrás la imponente geografía nacional. Estampa ideal de la “Pax Ubiquista”.

 

Billete de veinte quetzales, 1944

Billete de veinte quetzales, 1944. La escena, en la que dominan dos hombres con el torso desnudo, colocan bultos en una plataforma de carga. Al fondo un barco amarrado, por lo que se presume que la escena se desarrolla en un muelle.

 

billete28Billete de veinte quetzales, 1945. En este billete se recobra el tema clásico y la alegoría. Recostado sobre el retrato del general José María Orellana aparece una hermosa representación de Hermes/Mercurio, que como hemos apuntado antes, era el dios del comercio y mensajero de los dioses, considerado también de la abundancia y del éxito comercial. Sus símbolos distintivos son las talarías (alas en su calzado), el pétaso (sombrero alado), y el cetro mágico, llamado caduceo, que tiene varias interpretaciones, pero comúnmente se le acepta como símbolo de la paz o bien la representación del árbol de la vida. En la antigua Grecia los embajadores o mensajeros solían portar un caduceo como señal de inviolabilidad personal, pues era el símbolo de Hermes.

 

[1] Solórzano, Valentín. Evolución Económica de Guatemala. Ediciones Papiro, Guatemala: 1997. Página 278.

[2] Solórzano. Op. Cit. Página 279.

[3] McCreery, David J. La Estructura del Desarrollo en la Guatemala Liberal: Café y Clases Sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LVI. Enero a diciembre de 1982. Página 214.

[4] McCreery. Op. Cit. Página 212.

[5] Solórzano. Op. Cit. Página 287.

[6] Solórzano. Op. Cit. Páginas 300-301.

[7] McCreery. Op. Cit. Página 214.

[8] Ordóñez Jonama, Ramiro. Vexilología Guatemalteca (Notas Bibliográficas). Aparte de la revista Hidalguía, número 300. Madrid: s/f. Página 797. Ordóñez aporta varios datos interesantes al respecto de nuestro escudo: “…Es evidente que el señor Frener no sabía ni media palabra de heráldica, pero tuvo acierto –y eso fue lo que salvó la vida de su creación-, de incluir en la composición al quetzal, ave de singular belleza, idónea como pocas para el simbolismo existente (…) Pero lo que es aún una incógnita es la manera en que el quetzal llegó hasta allí (…) Sin embargo quiero dejar aquí la versión que escuché a mi inolvidable maestro, don Edgar Juan Aparicio y Aparicio quien me refirió que su abuela materna, doña Francisca Mérida (1838-1916), vecina de Quetzaltenango y aficionada a la poesía, escribió unos versos dedicados, o al menos que ponderaban, al quetzal. Estos versos fueron recitados en un acto literario escolar al que el general Justo Rufino Barrios, recién posesionado como comandante general de Occidente, asistió, y simpatizó mucho con las cualidades atribuidas a la bella avecilla por la poetisa que, dicho sea de paso, sería su suegra tres años más tarde. Fue él, según Aparicio, quien sugirió se la incluyeran en el conjunto de trofeos que tenemos, por escudo nacional…”

[9] McCreery. Op. Cit. Página 215.

[10] McCreery. Op. Cit. Página 219.

[11] McCreery. Op. Cit. Página 224.

[12] McCreery. Op. Cit. Página 214. Inicialmente, Guatemala tuvo que contratar los servicios deficientes de la Pacific Mail Steamship, que quedaron al descubierto con la puesta en servicio de los primeros ramales del ferrocarril. McCreery apunta: “…El café se apilaba en el muelle, ya menudo los pasajeros se encontraban varados cuando los barcos salían antes de la fecha o simplemente no paraban. El manejo rudo destruía las mercaderías y aterraba a los pasajeros…”, como alternativa, Guatemala contrató en el otoño de 1881 un vapor de la compañía alemana Kosmos, que evitaba el ferrocarril transítsmico y viaja a Europa vía el Estrecho de Magallanes. El Ministerio de Fomento formalizó un contrato anual con la línea Kosmos, para 1883.

[13] Solórzano Fernández, Valentín. Op. Cit. Página 341.

[14] Ibid, Página 342.


Los hijos de Remo en el trópico. Segunda parte

Arte monumental italiano en Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

En los parques y plazas del país, nos observan obras que fueron pensadas, ejecutadas o diseñadas por artistas italianos, que ante la escasez de personal capacitado en estos lugares, pusieron al servicio del Estado sus talentos, coincidiendo con la forja del nacionalismo que surgió luego que las guerras entre partidos se solucionó a favor de los liberales. En el caso de Guatemala, un soldado de la revolución liberal de 1871 asumió la presidencia justo para conmemorar los 25 años del movimiento, celebrándolo con estatuas y monumentos que a la vez de decorar la ciudad a la mejor usanza europea, instruían al público paseante bajo sus sombras, sobre la historia y logros de un movimiento que se impuso como solución de futuro para un país que soñaba con el progreso.

-III-

La columna de Miguel García Granados

 

Columna levantada en honor del general Miguel García Granados, uno de los cabecillas de la revolución liberal. La columna fue diseñada por Francisco Durini Vasalli, y la estatua del general que domina el monumento fue ejecutada por el escultor Adriático Froli. La fotografía corresponde al día de su inauguración, el 30 de junio de 1896, conmemorando los 25 años del triunfo liberal.

Columna levantada en honor del general Miguel García Granados, uno de los cabecillas de la revolución liberal. La columna fue diseñada por Francisco Durini Vasalli, y la estatua del general que domina el monumento fue ejecutada por el escultor Adriático Froli. La fotografía corresponde al día de su inauguración, el 30 de junio de 1896, conmemorando los 25 años del triunfo liberal.

Columna levantada en honor del general Miguel García Granados, uno de los cabecillas de la revolución liberal. La columna fue diseñada por Francisco Durini Vasalli, y la estatua del general que domina el monumento fue ejecutada por el escultor Adriático Froli. La fotografía corresponde al día de su inauguración, el 30 de junio de 1896, conmemorando los 25 años del triunfo liberal.[1]

 

La descripción del monumento al general García Granados escrita por el artista Guillermo Grajeda Mena, para un ensayo sobre la escultura en Guatemala, la recoge Guitérrez Viñuales a quien ya hemos citado durante la elaboración de este texto. Le cedo la palabra:

“La estatua de García Granados se halla ubicada sobre una columna clásica en cuyo pedestal se sitúan las figuras alegóricas de la Libertad, la Historia, la Justicia y la República; esta última, en el frente, aparece de pie sosteniendo con una mano el pabellón nacional y con otra la corona de laurel. Cuatro leones, en un estadio inferior, representan a la Paz, la Constitución, el Progreso y la Unión…”

 

La estatua del general García Granados, como quedó apuntado arriba, fue obra del escultor italiano Adriático Froli, nacido en Pisa en 1858, pero asentado definitivamente en Carrara desde una época temprana. En mayo de 1880 fue premiado por la Academia de Bellas Artes y recibió una pensión para continuar sus estudios en Roma. Hombre de gran talento artístico, formó parte entre 1908 y 1925 de la Comisión de Concursos de la Academia de Bellas Artes. Es interesante señalar, que Froli ejecutó pocos trabajos para América, pero destacan los realizados en Guatemala, y siempre relacionados con las contrataciones de los Durini, pues también se cuenta con obra suya en el Teatro Nacional de Costa Rica, obra llevada a cabo por la firma de Francisco Durini.[2]

Los cuatro leones, hermosamente ejecutados en mármol son obra del artista italiano Luis Liuti, originario de Milán, quien era asociado de la firma de Francisco Durini, “Taller Artístico Industrial Cemento Yeso Durini y Cía”, firma que recibió varios premios por sus obras en el marco de la famosa y malograda Exposición Centroamericana de 1897. Al parecer, el diseño del propio Pasaje Enríquez fue obra de Liuti, claramente influenciado por la Galería Vittorio Emanuelle II de su ciudad de origen, quien estaba asociado en esta ocasión con don Alberto Porta. [3]

 

A punto de caer al suelo quedó la estatua del general Miguel García Granados, luego de los terremotos de 1917-1918. Posteriormente el entonces presidente de la República, Manuel Estrada Cabrera, giró órdenes de restaurar los monumentos, adjudicándole estas obras al hombre de su confianza, Luis Augusto Fontaine. El investigador y amigo Rodolfo Sazo me comenta que en los diarios y Memorias de Fomento de la época, constan las órdenes presidenciales y los contratos para rescatar, en lo posible estos monumentos. Fontaine moriría acribillado durante los combates de la “Semana Trágica”, pero en el monumento a García Granados todavía puede leerse una placa de mármol adosada al mismo en el que se lee que él realizó los trabajos de restauración. El poco dinero, la magnitud de los terremotos y la corrupción endémica del régimen cabrerista no permitió rescatar todos los tesoros arquitectónicos y artísticos.

A punto de caer al suelo quedó la estatua del general Miguel García Granados, luego de los terremotos de 1917-1918. Posteriormente el entonces presidente de la República, Manuel Estrada Cabrera, giró órdenes de restaurar los monumentos, adjudicándole estas obras al hombre de su confianza, Luis Augusto Fontaine. El investigador y amigo Rodolfo Sazo me comenta que en los diarios y Memorias de Fomento de la época, constan las órdenes presidenciales y los contratos para rescatar, en lo posible estos monumentos. Fontaine moriría acribillado durante los combates de la “Semana Trágica”, pero en el monumento a García Granados todavía puede leerse una placa de mármol adosada al mismo en el que se lee que él realizó los trabajos de restauración. El poco dinero, la magnitud de los terremotos y la corrupción endémica del régimen cabrerista no permitió rescatar todos los tesoros arquitectónicos y artísticos.

 

 

-IV-

El monumento ecuestre de Barrios

 

Imponente conjunto escultórico levantado en honor al general Justo Rufino Barrios, el segundo cabecilla de la revolución liberal. El monumento obedece al diseño de Francisco Durini Vasalli, y fue instalado originalmente en una plazoleta frente a la majestuosa fachada del Palacio de la Reforma, en el extremo sur del boulevard 30 de junio. Tras su parcial destrucción por los terremotos de 1917-1918, el monumento permaneció en una bodega por años.

Imponente conjunto escultórico levantado en honor al general Justo Rufino Barrios, el segundo cabecilla de la revolución liberal. El monumento obedece al diseño de Francisco Durini Vasalli, y fue instalado originalmente en una plazoleta frente a la majestuosa fachada del Palacio de la Reforma, en el extremo sur del boulevard 30 de junio. Tras su parcial destrucción por los terremotos de 1917-1918, el monumento permaneció en una bodega por años.

El  diseño del conjunto escultórico dedicado al general Barrios fue obra del arquitecto italiano Francisco Durini, que incluía también a un “Palacio Monumental”, que posteriormente sería bautizado Palacio de la Reforma, comenta el investigador Rodolfo Sazo[4]. Al respecto de la ejecución de la obra, doña Josefina Alonso de Rodríguez en una interesante monografía apunta:

 

“…la dirección de los trabajos técnicos de su instalación corrieron a cargo de un socio de su taller, el arquitecto Aquiles Branbilli, también italiano. En Italia fue construido el gran pedestal por los señores Antonio Cirla e hijos, de Milán. La estatua ecuestre y el otro de la batalla de Chalchuapa, fueron modelados por el profesor comendador Carlos Nicoli, de Carrara (…) La estatua de la República y el resto de la ornamentación fueron modelados por el escultor Doménico Froli, quien también había modelado la estatua de Miguel García Granados, del monumento igualmente diseñado por Durini. Todos las esculturas, relieves y ornamentos antes mencionados, fueron fundidos en bronce por el señor Lippi de Pistoia…”[5]

 

Los interesantes apuntes que sobre el monumento a Barrios, que alcanzaba la altura de 10.50 metros, nos dejó doña Josefina contienen la explicación completa del monumento y sus dimensiones, que por razones de espacio nos limitaremos a resumir, aunque en el camino pierdan el exquisito detalle con que los desarrolló su autora. Según la señora Alonso, el monumento se divide en tres cuerpos: a) el basamento, hecho de piedra artificial, mide 13.20 metros de largo en la base por 12.25 metros de ancho, con ocho gradas que se reducen en los cuatro lados a medida que se asciende, en forma “apiramidada”. En cada esquina se levantaban cuatro pedestales de granito de Baveno, que llegaban hasta la altura de la cuarta grada y eran base de cuatro columnas de los faroles de luz eléctrica, de hierro fundido y bronceado; b) el pedestal de la estatua ecuestre, de planta rectangular, de 4.30 metros de largo por 3.30 de ancho, también ejecutado en granito de Baveno, sobre el zócalo de su base, estaba de pie la estatua simbólica de la República de Guatemala, “… con el brazo derecho en alto con cuya mano sostenía, a manera de saludo victorioso, un gorro frigio; con la mano izquierda sostenía, a su costado, el escudo de armas. En este mismo frente tenía escrita, en letras de bronce la siguiente leyenda: ‘Al General Justo Rufino Barrios. La Patria’…”[6]; c) El cuerpo o porción central estaba decorado por guirnaldas y dos bajorelieves que reproducían las batallas de Tacaná y la Chalchuapa, “primera y última de las acciones guerreras en que participó el Reformador”, y sobre el cornisamiento pendían cuatro escudos de bronce, uno en cada centro de sus cuatro fachadas y cada uno con una inscripción: “República de Centro-América” el del frente, “Unión”, el de la cara posterior y a los lados “Tacaná” y “Chalchuapa”, unidos entre sí por cuatro guirnaldas de laurel y encino.

Sobre el tercer cuerpo estaba instalada la estatua ecuestre del Reformador, cuya descripción rescata la autora que hemos venido citando, de las hermosas páginas del álbum “Guatemala en 1897”, editado durante la presidencia del general Reina Barrios:

 

“…en uniforme de campaña, que en actitud belicosa y arrogante, con la bandera de la confederación centro-americana en la mano derecha y dominando con la izquierda el ímpetu de su brioso caballo, representa el momento de lanzarse a la guerra en 1885, para hacer la Unión de Cetro-América…”[7]

 

Sobre la propia escultura ecuestre apunta doña Josefina un detalle interesante que nos parece importante señalar, para subrayar la alta calidad artística de los italianos que participaron en el diseño y ejecución de estos monumentos: “El caballo sobre el que monta el Reformador, constituye un alarde de técnica escultórica, tanto de su modelador –Nicoli- como de su fundidor –Lippi-, pues se logró el perfecto sostenimiento de él sobre sus patas traseras, sueño de todo escultor cultivador del género ecuestre en aquellos tiempos…”[8]

El conjunto no pudo inaugurarse al mismo tiempo. El Palacio de la Reforma, construido bajo la supervisión de otro italiano, Andrés Galeotti Barantini[9], fue entregado al gobierno e inaugurado el 1 de enero de 1897, aunque no fue abierto al público, pues el comité de recepción de obra no estuvo satisfecho con algunos de los acabados del edificio. Al frente, el pedestal que habría de sostener al general Barrios estuvo vacío hasta que tras muchos retrasos pudo ser inaugurado el 30 de junio de 1897. El retraso de dos años y meses en la inauguración de la obra resultó tan escandaloso que el presidente Reina Barrios tuvo que presentarse ante una comisión de la Asamblea para dar explicaciones. Reinita explicó que la obra se había tenido que encargar a Europa, lo que hacía que los tiempos se extendieran[10].

 

Interesante fotografía del Studio Nicoli, con 150 años de existencia y establecido en el centro de la ciudad de Carrara. En la pared del fondo se puede observar el modelo en yeso (asumo yo) de la estatua ecuestre del general Justo Rufino Barrios.

Interesante fotografía del Studio Nicoli, con 150 años de existencia y establecido en el centro de la ciudad de Carrara. En la pared del fondo se puede observar el modelo en yeso (asumo yo) de la estatua ecuestre del general Justo Rufino Barrios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Palacio de la Reforma, en el extremo sur del boulevard 30 de junio. De estilo renacentista, era el telón de fondo del monumento al general Justo Rufino Barrios. El palacio, diseñado por el arquitecto italiano Francisco Durini Vasalli, fue inaugurado el 30 de junio de 1896 y sirvió como salón de recepciones y en su interior se sirvió un coctel luego de inaugurado el monumento a Barrios, el 30 de junio de 1897. Luego albergó al Museo Nacional de Historia. El hermoso edificio fue totalmente destruido por los terremotos de 1917-1918. Como detalles interesantes de esta fotografía se puede observar en el extremo izquierdo el perfil de un hermoso quiosco, y en la esquina inferior derecha se pueden observar los rieles por los que corría el “Decauville”, un pequeño tren de pasajeros que recorría toda la extensión del boulevard y que quedó inservible luego de ser utilizado para liberar de ripio la ciudad tras los terremotos. Los escombros se vertieron en la barranquilla, a un costado del actual Estadio Mateo Flores.

Palacio de la Reforma, en el extremo sur del boulevard 30 de junio. De estilo renacentista, era el telón de fondo del monumento al general Justo Rufino Barrios. El palacio, diseñado por el arquitecto italiano Francisco Durini Vasalli, fue inaugurado el 30 de junio de 1896 y sirvió como salón de recepciones y en su interior se sirvió un coctel luego de inaugurado el monumento a Barrios, el 30 de junio de 1897. Luego albergó al Museo Nacional de Historia. El hermoso edificio fue totalmente destruido por los terremotos de 1917-1918. Como detalles interesantes de esta fotografía se puede observar en el extremo izquierdo el perfil de un hermoso quiosco, y en la esquina inferior derecha se pueden observar los rieles por los que corría el “Decauville”, un pequeño tren de pasajeros que recorría toda la extensión del boulevard y que quedó inservible luego de ser utilizado para liberar de ripio la ciudad tras los terremotos. Los escombros se vertieron en la barranquilla, a un costado del actual Estadio Mateo Flores.

 

Dramática fotografía en la que se puede apreciar el estado en que quedó el Palacio de la Reforma tras los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918. Como se puede observar, la destrucción del edificio fue total.

Dramática fotografía en la que se puede apreciar el estado en que quedó el Palacio de la Reforma tras los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918. Como se puede observar, la destrucción del edificio fue total.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al acercarse el centenario del nacimiento del Reformador en 1935, su estatua fue restaurada y montado el conjunto escultórico a la Plaza Barrios, frente a la Estación Central del Ferrocarril. El monumento fue trasladado nuevamente en el año 1971 a una plazoleta en la Avenida de las Américas, instalado sobre un pedestal diseñado por el ingeniero y artista Efraín Recinos, con motivo del centenario del triunfo liberal. En el año 2010 la estatua ecuestre fue regresada a su emplazamiento de la Plaza Barrios, en donde puede ser admirado actualmente el conjunto escultórico.

Al acercarse el centenario del nacimiento del Reformador en 1935, su estatua fue restaurada y montado el conjunto escultórico a la Plaza Barrios, frente a la Estación Central del Ferrocarril. El monumento fue trasladado nuevamente en el año 1971 a una plazoleta en la Avenida de las Américas, instalado sobre un pedestal diseñado por el ingeniero y artista Efraín Recinos, con motivo del centenario del triunfo liberal. En el año 2010 la estatua ecuestre fue regresada a su emplazamiento de la Plaza Barrios, en donde puede ser admirado actualmente el conjunto escultórico.

 

 

-V

Las esculturas de Acchile Borghi

Remo11

Monumento al general Justo Rufino Barrios en la ciudad de San Marcos. La estatua del Reformador es obra del italiano Acchile Borghi. Según notas del artista Guillermo Grajeda Mena, fue la primera escultura fundida en Guatemala.[11] El conjunto fue inaugurado el 30 de junio de 1900, por el Jefe Político y Comandante de Armas de San Marcos, Rodrigo Castilla.

Remo12

Torre del Sexto Estado o Torre Centro América, construida en el Parque Central de Quetzaltenango. Originalmente, esta torre estaba coronada por una estatua de La Libertad, que cayó al suelo tras el terremoto de 1902, siendo sustituida por la estatua de Justo Rufino Barrios de Borghi. Tras la demolición de la torre por órdenes del presidente Ubico, el Reformador fue regresado a su original emplazamiento en San Marcos, siendo inaugurado el monumento nuevamente para conmemorar el centenario del nacimiento de Barrios en 1935. Tras los terremotos del 2012 y 2014, el monumento necesita una urgente restauración.

 

Remo13

Fotografía de detalle de la escultura ejecutada por Borghi, que denota su fina ejecución y el dominio total de la técnica del artista.

 

Remo14

León de bronce colocado al pie de la Torre de Centro América y que actualmente corona el Arco del Sexto Estado, inaugurado el 13 de septiembre de 2007. Según Rodolfo Sazo, el memorioso Rigoberto Bran Azmitia apunta en un artículo publicado en 1961 en el Diario de Centro América, que el león también es obra de Borghi.

 

 

[1] El señor Roberto Broll, mediante comunicación electrónica (30 de julio de 2014), proporciona información adicional sobre el tema de los italianos en Guatemala, que transcribo a continuación, aclarando que no tengo las fuentes bibliográficas o documentales para verificarla, pero me parece interesante consignarla, ya que disponiendo de sus fuentes se puede corregir la información errónea con que se dispone actualmente: “…hay un error (…) en atribuir monumentos a Francisco Durini en lo personal, y sucede que existía una empresa que se llamaba Durini y Co. que era la que realizaba los monumentos, por tanto hay más de un artista que intervino en la realización por ejemplo del de Miguel García Granados, como Luis Liuti y Desiderio Scotti. Otro es afirmar que los trajeron como obreros a la deriva, cuando fueron contratados en Nueva York a petición del presidente Reyna Barrios. Tampoco, en algunos casos es correcto afirmar que les embelesó la provincia, cuando algunos de ellos, realmente dejaron Guatemala cuando murió Reyna Barrios, pero al ver que en el extranjero la situación estaba realmente difícil, deciden regresar, y se establecen en otros centros urbanos de importancia y pujanza económica, como Quetzaltenango…” Agradecemos al señor Broll por el tiempo tomado en aportar estos datos interesantes.

[2] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. En: Berresford, Sandra (ed.). Carrara e il Mercato della Scultura 1870-1930. Milán, Federico Motta Editore, 2007.

Páginas 9 y 10.

[3] Comunicación electrónica de Roberto Broll, (31 de julio de 2014), en la que menciona otros datos de interés que consigno aquí por su importancia, referente a otras obras que Luis Liuti dejó en Guatemala, tomados de las memorias del artista que lastimosamente permanecen inéditas: “… sólo una persona trabajó la técnica de Sgrafitto, algo muy italiano en Guatemala: Luis Liuti. De ahí que los frisos de la fachada y las decoraciones del Teatro Municipal de Quetzaltenango sean obra suya, aunque no las reconozcan, así como las decoraciones del Pasaje Enríquez, del Banco de Occidente, (aunque estén bajo capas de pintura), las que adornan la torre de Centroamérica en Sololá y en la fachada de la Logia de San Marcos (…) En el mismo documento él menciona que al terminar la Exposición Centroamericana (y hay que recordar la quiebra del Estado que este evento y la caída del café causaron), se marchó a San Francisco, California, pero que luego de grave enfermedad, y de recibir noticias de otros compatriotas decide regresar, pero ya no llega a la capital sino se queda en Quetzaltenango, donde llegó a tener una gran influencia en todo el occidente…”

 

[4] Entrevista realizada a Rodolfo Sazo, el 17 de julio de 2014 en el Restaurante 999 en el Centro Histórico de ciudad de Guatemala.

[5] Alonso de Rodríguez, Josefina. El Panteón del Reformador General Justo Rufino Barrios. Serviprensa. Guatemala: 1985. Página 27 y ss.

[6] Alonso de Rodríguez. Op. Cit. Página 29.

[7] Ibid. Página 32.

[8] Ibid. Página 32.

[9]González Galeotti, Juana Victoria. La impronta italiana en las esculturas del Cementerio General de Guatemala (1881-1920). Tesis para obtener el grado de Licenciada en Arte. Facultad de Humanidades. Universidad de San Carlos de Guatemala. Guatemala: 2006. Página 28.

[10] Información proporcionada por Rodolfo Sazo, en la entrevista ya relacionada.

[11] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Italia y la Estatuaria Pública en Iberoamérica. Algunos Apuntes. En: Sartor, Mario (coord.). América Latina y la cultura artística italiana. Un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana. Buenos Aires, Instituto Italiano di Cultura, Buenos Aires, 2011.


Los hijos de Remo en el trópico. I parte

Arte monumental italiano en Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

En los parques y plazas del país, nos observan obras que fueron pensadas, ejecutadas o diseñadas por artistas italianos, quienes ante la escasez de personal capacitado en estos lugares, pusieron al servicio del Estado sus talentos, coincidiendo con la forja del nacionalismo que surgió luego que las guerras entre partidos se solucionó a favor de los liberales. En el caso de Guatemala, un soldado de la revolución liberal de 1871 asumió la presidencia justo para conmemorar los 25 años del movimiento, celebrándolo con estatuas y monumentos que a la vez de decorar la ciudad a la mejor usanza europea, instruían al público paseante bajo sus sombras, sobre la historia y logros de un movimiento que se impuso como solución de futuro para un país que soñaba con el progreso.

 

Inmigrantes italianos establecidos en la provincia de Santa Fe, Argentina, en una fotografía de 1909. Grupos familiares similares desembarcaron en Guatemala en tres oleadas durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Inmigrantes italianos establecidos en la provincia de Santa Fe, Argentina, en una fotografía de 1909. Grupos familiares similares desembarcaron en Guatemala en tres oleadas durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

 

-I-

El contexto ideológico

 El historiador David J. McCreery afirma que un elemento importante del ideario liberal era la admiración hacia lo extranjero (ya fuera europeo o norteamericano) y el sueño de imitar a las sociedades que se creía más desarrolladas. “Los gobernantes liberales evidenciaron no solamente la presuposición ideológica de la superioridad de las ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos”[1], apunta en su ensayo. En consecuencia, se creyó que la solución para superar esta desventaja era la migración. Ya cuarenta años antes, durante el gobierno del doctor Mariano Gálvez se había intentado estimular la entrada de extranjeros para que se establecieran en territorios remotos para que crearan algún tipo de polo de desarrollo, y así garantizar de alguna forma, la presencia del Estado en estos lugares. El régimen conservador también trató lo mismo, con los mismos resultados negativos. Son conocidos los intentos de establecer poblaciones europeas en las Verapaces y en la Costa Atlántica, para neutralizar la amenaza inglesa, pero las precarias condiciones de salud y de infraestructura no permitieron que estos proyectos se desarrollaran adecuadamente y fracasaron rotundamente, con una cauda importante de víctimas mortales, sobre todo en el caso de la colonia belga establecida en la bahía de Santo Tomás, en Izabal.

Así, tras el triunfo de la Revolución Liberal el Gobierno trató de retomar el tema, pero con la intención de superar los primeros errores, decidieron institucionalizar la inmigración, de forma que el Estado tuviera una participación activa para garantizar el éxito de las colonias de extranjeros que se establecieran en la república. Se involucró al Ministerio de Fomento en la planeación y ejecución de obras que encaminarían al progreso, entidad que priorizó la contratación de extranjeros sobre los nacionales, no solo por cuestiones de capacidad y conocimiento tecnológico, sino también bajo la creencia de que las virtudes de los extranjeros podrían transmitirse a los nacionales mediante el ejemplo. Esta posición ideológica, “…condicionaba a los gobernantes a considerar que las cosas ‘modernas’ como preferibles al equivalente local. El Ministerio de Fomento gastó miles de pesos empleando a expertos extranjeros para desarrollar nuevos productos o métodos de producción en la república. La mayoría resultaron incompetentes o abiertamente trataron explotar credulidad de los liberales…”[2], comenta McCreery, quien incluso da el ejemplo de un ciudadano estadounidense de apellido Millin, quien tuvo que refugiarse en un barco anclado en el Puerto Santo Tomás para no ser arrestado por incumplir su contrato, o el caso de Daniel Butterfield, quien haciéndose pasar por agente del Gobierno de los Estados Unidos obtuvo un contrato, demostrándose posteriormente su impostura, manteniéndosele de todas formas el contrato.

El Gobierno creía que enfrentaba un problema serio. Tenía que construir infraestructura (tender líneas de telégrafo, construir vías de ferrocarril, acondicionar puertos) y desarrollar una agricultura tecnificada que permitiera al país dar el ansiado salto adelante, y asumió que la población indígena local no contaba con las condiciones biológicas adecuadas para desempeñar estos trabajos, por lo cual decidió que la solución era importar mano de obra extranjera. Ahora las cosas parecían estar saliéndole bien al Gobierno guatemalteco, pues la situación en ciertos países de Europa contribuyó a que mucha gente abandonara sus lugares de origen y se lanzaran a la aventura en el “nuevo mundo”, arribando a las costas guatemaltecas con intención, o por casualidad, como fue el caso de la primera oleada de inmigrantes italianos. Al parecer todo fue gracias a la Sociedad de Inmigración, creada por el Ministerio de Fomento, que “…debía de redactar una ventajosa ley de inmigración liberal y proponer medidas y prácticas para atraer colonizadores. La Sociedad debería asegurar a los inmigrantes precios reducidos en la Pacific Mail y las compañías del muelle, y obtuvo exenciones de impuestos para inmigrantes agrícolas…”[3], la compañía también preparó contratos que permitían a los recién llegados adquirir tierra con opción a compra. Esta sociedad abrió oficinas en California y Nueva York y editó folletos y libros alentando la migración, ofreciendo ventajas para quienes aceptaran establecerse en el país. También se anunció constantemente en periódicos, no solo estadounidenses sino también, europeos. Esta oficina también financiaba artículos que hablaran favorablemente de Guatemala, y en uno de ellos, publicado en italiano en Marsella hacía “promesas incumplibles”, en palabras del citado historiador norteamericano.

“Sin embargo, quizás debido a esta notoriedad, llegó sin previo anuncio un barco a comienzos de 1878, a la costa del Caribe en Guatemala trayendo trescientos cuarenta inmigrantes italianos y tiroleses. Fomento ordenó que se trasladara lo más rápidamente al altiplano a estas familias, lejos de la costa insalubre mientras iban juntando los fragmentos de su historia. Un contratista marsellés había reunido el grupo originalmente con un contrato para Venezuela, pero cuando este país no pudo cumplir con el pago prometido, los encaminó hacia Guatemala.”[4]

La bahía de Santo Tomás según un grabado de 1840. Esta imagen agreste y salvaje del trópico Caribe fue la primera imagen que tuvieron los inmigrantes italianos de Guatemala, desde los barcos del fondo, claro.

La bahía de Santo Tomás según un grabado de 1840. Esta imagen agreste y salvaje del trópico Caribe fue la primera imagen que tuvieron los inmigrantes italianos de Guatemala, desde los barcos del fondo, claro.

El Gobierno dispuso instalar a las familias italianas juntas, en parcelas cercanas a la capital. Sin embargo, muchos de ellos, conocedores de oficios y no atraídos por la vida rural de la remota Guatemala, decidieron abandonar las tierras y se emplearon en ciudad de Guatemala, o bien iniciaron pequeños negocios. Al año siguiente arribó una segunda oleada de italianos, quinientos, “pero el propietario del barco tuvo que abandonar Guatemala por las deudas y quejas.” En esta segunda oleada de migrantes, vinieron varios artistas que con el tiempo dejaron su impronta en ciudad de Guatemala y en poblaciones de provincia, a los que dedicaremos la segunda parte de este texto, con ejemplos de su legado. Según Rodrigo Gutiérrez Viñuales, “…en el caso de Guatemala, el arribo a partir de la última década [del siglo XIX] de escultores como Antonio Doninelli (en 1893), Andrés Galeotti Baratini, Juan Espósito, el exitoso Francisco Durini, Bernardo Cauccino, Acchile Borghi, Luis Liutti y Desiderio Scotti…”[5] A nosotros en esta ocasión, nos interesan dos nombres particularmente, Francisco Durini y Acchile Borfhi, por sus monumentos levantados en memoria de los héroes de la revolución liberal, monumentos que pese al olvido y la negligencia históricas en Guatemala se resisten a desaparecer. Pero eso lo abordaremos en el siguiente apartado.

Los anuncios sobre oportunidades de trabajo en Guatemala en periódicos de Estados Unidos rindieron sus frutos, aunque no de la forma esperada. Comenta McCreery que una de las olas de extranjeros provino del sur de los Estados Unidos, tras una “grave depresión agrícola”, que sacudió a esta región y al medioeste. En 1884, cientos de desempleados llegaron a la ciudad de Nueva Orleáns con la intención de conseguir trabajo en las plantaciones de algodón, y tras enterarse de las ofertas guatemaltecas, “pelearon por abordar los vapores”[6] con destino a nuestro país. La llegada de doscientos hombres por mes durante los meses finales de ese año a Guatemala, no tardó en salirse de las manos. En los camarotes de los vapores viajaron delincuentes, estafadores y “malhechores de todo el valle del Mississippi”, según se afirmó en un periódico del puerto de Nueva Orleáns.

“Cuando los periódicos de Nueva Orleáns y la Marina de los Estados Unidos investigaron la situación, encontraron que reclutadores inescrupulosos, en contubernio con capitanes de barco, mintieron, estafaron e incluso secuestraron hombres, dejándolos en la playa de Puerto Barrios a un tanto por ‘cabeza’. Los salarios y las condiciones no eran las anunciadas, un sistema de trueque mantenía a los hombres endeudados. Muchos enfermaron y murieron en un ambiente pestilente y extraño. Bastante retrasados en el trabajo, los contratistas cerraron los ojos a las irregularidades en el reclutamiento y defendieron las condiciones de los campamentos.”[7]

 A pesar de que siguieron arribando extranjeros a nuestras costas para establecerse en el país, otros destinos se convirtieron en más atractivos. Grandes mercados laborales emergentes como Argentina, Brasil o el mismo Estados Unidos ya recuperado de la Guerra Civil recibieron por cientos de miles a los europeos que así pasaron desapercibida a Guatemala como destino para buscar una vida mejor.

 

 -II-

El legado artístico 

Afirma don Rigoberto Bran Azmitia que en la segunda oleada de migrantes italianos a Guatemala, vino el artista Acchile Borfhi, quien fue uno de aquellos hombres que pusieron sus conocimientos artísticos al servicio del país que los recibió, coincidiendo con un momento interesante en la historia de Guatemala y del resto de América Latina: la construcción de la Nación, y que enfrentaba una dificultad, como lo era: “…la falta de mano de obra especializada en el tratamiento del mármol, lo que se agravaba con el hecho de que en las escuelas de Artes y Oficios no se solían enseñar estos aspectos…”[8], en el caso más dramático de Guatemala, no se fundó una Escuela de Bellas Artes sino hasta 1895, gracias a la iniciativa del presidente Reina Barrios.

A propósito de ello apunta Gutiérrez Viñuales:

“…la construcción de la idea de ‘nación’, proceso en el que no faltarán como componentes ineludibles la fe en el progreso y el afán de europeización en muchos ámbitos de la vida cotidiana y de la cultura. Este factor se expresará, en la faz artística, en la intención de los gobiernos de crear urbes a imagen y semejanza de las más prestigiadas del Viejo Continente.”[9]

En esta ambición de “civilizar” al país, el entonces presidente de la república, general José María Reina Barrios planeó todo un proyecto de embellecimiento de la ciudad, con la intención de preparar el terreno para esa gran ola migratoria que se esperaba se viera atraída a establecerse en Guatemala cuando se supiera los pasos agigantados que daba hacia el progreso, gracias a esa obra magnífica que sería la corona de la presidencia de Reinita: la Exposición Centroamericana de 1897. La ciudad debía tener un rostro moderno y un aire salubre. Tenía que expandirse fuera del rígido damero colonial y buscar la amplitud de los bulevares, escapando de la estrechez de sus calles y avenidas. Tenía que buscar los bosques, la luz del sol que se colara por entre los árboles y el aire puro que se podría respirar en los bancos y brocales de las fuentes que se levantarían para ese propósito. Guatemala tenía que ofrecer a los europeos un ambiente similar al de sus grandes capitales para convencerlos de migrar. Guatemala entonces, debía tener también su Bois de Bologne.

Imponente panorámica del Paseo de la Reforma y su jardín circundante, tomada desde la terraza del Palacio de la Reforma. Fotografía de Valdeavellano.

Imponente panorámica del Paseo de la Reforma y su jardín circundante, tomada desde la terraza del Palacio de la Reforma. Fotografía de Valdeavellano.

El decreto emitido por Reinita el 1 de julio de 1892, lo explica mejor en el lenguaje de la época:

“…Considerando:

Que el ornato de toda capital civilizada hace más simpática la residencia a sus inmigrantes, a la par que proporciona ventajas para los regnícolas;

Que los jardines y parques públicos son indispensables, así para la belleza de las poblaciones como para la higiene pública, proporcionando ello no sólo un punto de recreo y distracción, sino más bien un sitio de utilidad positiva para la salud de los moradores.”

Así, Reina Barrios decretó la creación del Jardín de la Reforma, que consistía en un parque público de grandes dimensiones y una avenida arbolada con monumentos conmemorativos, que educaran a la población sobre su historia y sus héroes. El Gobierno comisionó a Francisco Durini Vasalli para diseñar y ejecutar los monumentos más sobresalientes de esta República que liberada del atraso gracias a la Revolución Liberal, festejaba sus 25 años de modernidad, según proclamaba la propaganda y el ideario liberal tan bien estudiado por la doctora Artemis Torres, a quien hemos citado antes en alguno de estos textos.

La columna dedicada al general Miguel García Granados, justo en el arranque del boulevard 30 de junio al norte, el monumento dedicado al general Justo Rufino Barrios y el Palacio de la Reforma, que terminaba el boulevard al sur fueron diseñados y ejecutados por este importante contratista, que también dejó importante obra en México, El Salvador y Costa Rica. Su hermano Lorenzo Durini, se estableció en Ecuador, en donde también se conservan sus majestuosas creaciones.

Acchile Borfhi, por su parte, de quien no se tiene mucha información, salvo los datos que arriba hemos apuntado, realizó una escultura interesante del general Justo Rufino Barrios, inaugurada en su natal San Marcos en el año de 1900, y que tiene el mérito de ser la primera escultura fundida en Guatemala, según apunta en sus notas del arte escultórico en Guatemala, el artista plástico Guillermo Grajeda Mena, contradiciendo a otros autores que afirman que la primera escultura fundida en el país es la dedicada al doctor Lorenzo Montúfar, ejecutada por el escultor Rafael Rodríguez Padilla e inaugurada en 1923, conmemorando el centenario del nacimiento del intelectual liberal. A la mano de Borfhi se debe también, el león de bronce que domina actualmente el Arco del Sexto Estado, en la ciudad de Quetzaltenango.

 

[1] McCreery, David J. La estructura del desarrollo en la Guatemala Liberal: café y clases sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, enero a diciembre de 1982. Página 219.

[2] McCreery. Op. Cit. Página 219.

[3] Ibid, página 222.

[4] Ibid, Página 222.

[5] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Italia y la Estatuaria Pública en Ibérica. Algunos Apuntes. En: Sartor, Mario (coord.). América Latina y la cultura artística italiana. Un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana. Buenos Aires, Instituto Italiano di Cultura, Buenos Aires: 2011. Página 4.

[6] Ibid. Página 220.

[7] Ibid. Página 221.

[8] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. En: Berresford, Sandra (ed.). Carrara e il Mercato della Scultura 1870-1930. Milán, Federico Motta Editore, 2007. Página 3.

[9] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. Op. Cit. Página 1.


Tirando la casa por la ventana. II parte

La celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América

A Santiago, por estar siempre.

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

En la era de la comunicación, la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América en 1992 fue todo un acontecimiento: el Premio Nobel de Literatura le fue concedido al antillano Derek Walcott y el Premio Nobel de la Paz a nuestra compatriota Rigoberta Menchú. En la colección Archivos de la UNESCO se publicaron obras de la literatura latinoamericana con profundos estudios realizados por expertos en cada uno de los autores. Toda una colección de obras de literatura se imprimieron en formato de suplemento de periódicos, los “Periolibros”, en donde se dio difusión general a Borges, Cortázar, Rulfo, Asturias, Mistral, Neruda, Roa Bastos, Amado, Darío, Pessoa, decorados con ilustraciones de artistas americanos. Se publicó durante el segundo semestre de 1992, un periódico llamado “Identidad”, que se insertaba como suplemento de los diarios de mayor circulación americanos y que recogía temas históricos y el Canal de las Américas transmitía temas de cultura de todo el continente, amén de coloquios, mesas redondas, documentales, paneles de expertos, etcétera sobre temas de la cultura y la herencia española y portuguesa en América.

Pero… ¿cómo se celebró el cuarto centenario? En esta ocasión proponemos un viaje a la Guatemala de 1892 para mezclarnos con nuestros bisabuelos y testificar cómo se celebró la conmemoración del arribo de Cristóbal Colón a América.

 

-IV-

La fiesta del Cuarto Centenario

 

Las festividades fueron programadas con bastante tiempo de anticipación, como lo demuestra la emisión del decreto 443, en junio de 1892, que cita Chinchilla en su ensayo, en el que se declara como día festivo el 12 de octubre y se convoca a concurso poesías e himnos en honor al descubridor. Siguiendo esta línea, el secretario de Estado emitió el correspondiente acuerdo, que contenía el programa de festejos y que contemplaba una procesión escolar que recorriera las principales calles de la ciudad el día 11 de octubre, terminando a los pies del monumento provisional a Cristóbal Colón, al que se realizarían ofrendas florales y decoración de estandartes de los establecimientos participantes.

Para el día 12 de octubre se programó una procesión cívica, con participación de personajes vestidos a la usanza del siglo XV, y carros alegóricos muy al gusto de la época, los cuales eran:

“…3. Carro. La galera ‘Santa María’, tripulada por Colón y sus acompañantes, procurando que el barco guardara completa semejanza, en la forma y en los instrumentos náuticos, con el que condujo a los descubridores al Nuevo Mundo (…) 5. Carro triunfal de oro y plata, estilo griego, representando a la joven América, con todas sus riquezas y hermosura (…) 7. Carro alegórico, representando a la industria, con sus trofeos, herramientas etc.; y con dos prensas de imprimir que irán funcionando y repartiendo poesías adecuadas al festival (…) 9. Carro alegórico de las Bellas Artes (…) 11. Carro alegórico de las Ciencias (…) 13. Carro alegórico a la Agricultura (…) 15. Carro representando un vapor mercante, correo, a la moderna, lo más perfecto posible, con los instrumentos náuticos de uso actual. En el pico de la mesana, la bandera de Guatemala; empavesado con las banderas de todas las naciones del mundo. En el interior, niñas y niños, figurando viajeros con los vestidos peculiares de cada país, como europeos, negros, chinos, etc. (…) 17. Carro. Apoteosis de Colón…”

 

En el desfile participarían también los empleados públicos, estudiantes de los distintos establecimientos públicos, funcionarios superiores y el ejército, que cerraría el desfile. El Gobierno incitó a la prensa para que el día 12 de octubre realizara publicaciones especiales conmemorando el descubrimiento de América. Como detalle interesante cabe mencionar que los decretos de celebración fueron firmados por el entonces secretario de Estado, Próspero Morales, el mismo que se habría de enfrentar posteriormente a un Reina Barrios que buscaba su reelección y luego moriría en 1899 vencido y enfermo tras una arriesgada invasión al país en compañía del aventurero ecuatoriano Plutarco Bowen.

El Teatro Nacional fue el escenario de la ceremonia de premiación a los trabajos líricos y de prosa dedicados al descubridor, iniciando a las 19.30 horas del día 11 de octubre, recibiendo el premio principal don Antonio Batres Jáuregui por su biografía Cristóbal Colón y el Nuevo Mundo. También se remozó dicho teatro para dar cabida a una compañía de ópera italiana, contratada por el gobierno para la temporada 1892-1893, y que de acuerdo a Chinchilla Aguilar incluía: “…una primadona dramática y una ligera; una contralto y una mediosoprano; una contraprimaria, y seis damas de coro, con maestro director de orquesta y uno, director del coro, seis cantantes varones y seis bailarines…”[1] Para que el teatro pudiera ser digno de los festejos, también se aprobó una erogación de fondos especial para el efecto, pues adicionalmente, la colonia italiana había ordenado levantar en una plazoleta al frente del edificio, un monumento al descubridor, como obsequio para la tierra que los había acogido.

Monumento a Cristóbal Colón, en mármol de Carrara, obsequio de la colonia italiana a la república de Guatemala. Se colocó la primera piedra en una plazoleta frente al Teatro Nacional, el día 12 de octubre de 1892, como parte de los festejos al Cuarto Centenario del descubrimiento de América, en presencia del presidente Reina Barrios y su gabinete de gobierno.

Monumento a Cristóbal Colón, en mármol de Carrara, obsequio de la colonia italiana a la república de Guatemala. Se colocó la primera piedra en una plazoleta frente al Teatro Nacional, el día 12 de octubre de 1892, como parte de los festejos al Cuarto Centenario del descubrimiento de América, en presencia del presidente Reina Barrios y su gabinete de gobierno

 

El Teatro Nacional fue rebautizado Teatro Colón como parte de los festejos del Cuarto Centenario, aprovechando el donativo de la Colonia Italiana. En la imagen se puede observar la estatua ya colocada en su pedestal, en la plazoleta frente al majestuoso edificio. La hermosa estatua sobrevive en el ahora llamado “Parque Infantil Colón”, frente a una biblioteca municipal, siendo lo único que persiste de los jardines del teatro.

El Teatro Nacional fue rebautizado Teatro Colón como parte de los festejos del Cuarto Centenario, aprovechando el donativo de la Colonia Italiana. En la imagen se puede observar la estatua ya colocada en su pedestal, en la plazoleta frente al majestuoso edificio. La hermosa estatua sobrevive en el ahora llamado “Parque Infantil Colón”, frente a una biblioteca municipal, siendo lo único que persiste de los jardines del teatro.

El gobierno de la república decretó el 30 de septiembre de 1892 (decreto 450):

“…Que la Colonia Italiana desea obsequiar a la República de Guatemala, en testimonio de simpatía, una estatua de Cristóbal Colón, que será colocada en la Plazuela del Teatro Nacional.

Que el gobierno al aceptar con benevolencia tan valioso donativo, no puede menos que dictar una disposición apropiada, que corresponda a la gratitud del pueblo guatemalteco hacia el marino distinguido que hizo figurar al Nuevo Mundo en el concurso de los continentes civilizados.

Por tanto, en Consejo de Ministros, decreta:

Artículo único: Desde esta fecha en adelante, el Teatro Nacional de Guatemala, se denominará Teatro Colón.”

 

La colonia española también quiso regalarle a Guatemala un monumento que conmemorara el descubrimiento, pero saliéndose un poco de la tónica de los festejos, ordenó al escultor español Tomás Mur, una hermosa escultura del fraile Bartolomé de las Casas, intentando quizás, suavizar el tema de la conquista, recordando que no todo el territorio guatemalteco se había ocupado con la fuerza de las armas. El lugar designado para este hermoso monumento fue una plazoleta al frente del suntuoso edificio de la Escuela Normal de Indígenas, de reciente fundación, en terrenos del parque de La Reforma. El monumento fue inaugurado por el presidente de la República en compañía de su gabinete.

 

 

Regalo de la Colonia Española a la república de Guatemala, la primera piedra fue colocada el día 12 de octubre de 1892. Estatua de Tomás Mur en memoria de Fray Bartolomé de las Casas y la conquista pacífica de las Verapaces por los frailes dominicos. Actualmente se levanta en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario (antiguo templo de Santo Domingo), en el Centro Histórico de ciudad de Guatemala.

Regalo de la Colonia Española a la república de Guatemala, la primera piedra fue colocada el día 12 de octubre de 1892. Estatua de Tomás Mur en memoria de Fray Bartolomé de las Casas y la conquista pacífica de las Verapaces por los frailes dominicos. Actualmente se levanta en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario (antiguo templo de Santo Domingo), en el Centro Histórico de ciudad de Guatemala.

 

El desfile cívico del día 12, recorrió las calles de la ciudad y a su fin, a los pies del monumento provisional al descubridor del Nuevo Mundo, se celebró la ceremonia de colocación de la “primera piedra”, del monumento de Guatemala a Cristóbal Colón, en presencia de autoridades de gobierno y del cuerpo diplomático acreditado en el país. Posteriormente se desplazaron a la plazoleta del Teatro para poner la primera piedra del monumento de la Colonia Italiana y luego se dirigieron al parque de La Reforma para la primera piedra del monumento de la colonia Española. Chinchilla apunta que ya para el 31 de enero de 1893, los monumentos ya habían sido terminados.

 

-V-

De la patria a Cristóbal Colón

 

El día 31 de enero de 1893, se contrató la construcción de un monumento que conmemorara el Cuarto Centenario, siendo firmado por el secretario de Gobernación, licenciado Manuel Estrada Cabrera, (por ausencia del titular de la cartera de Fomento, Próspero Morales) y don Tomás Mur, que contemplaba, “…un monumento a Cristóbal Colón, de nueve metros de altura, conforme se marca en la escala puesta al pie del plano respectivo…”, y la forma y detalles artísticos debían corresponder a los propuestos por Mur en el plano presentado al Gobierno. El monumento debería ejecutarse en bronce y “…mármoles diversos y piedra del país en todo su revestimiento, los macizos y apoyos del interior de calicanto y ladrillo…”, monumento que debería ser entregado por el artista el último día del mes de noviembre de 1893, salvo causas de fuerza mayor no atribuibles al escultor, y debería recibir: “… por valor total de la obra, la suma de diez y ocho mil pesos (…) 3,000 pesos al aprobarse este contrato por el jefe del Ejecutivo; y 1,500 pesos mensuales durante los diez meses siguientes, hasta completar la suma de 18,000 pesos…”, el contrato contemplaba la exoneración de aranceles de importación, de los materiales que ingresaran vía el Puerto de San José para la facción del monumento. Como dato interesante subrayado por Chinchilla Aguilar en su citado ensayo, figura que Reina Barrios aprobó el contrato el mismo día 31 de enero, lo que pone de manifiesto el interés del presidente en la conclusión feliz de la obra contratada.

Sin embargo, pese a la premura presidencial, el monumento no pudo inaugurarse sino hasta el 30 de junio 1896, cuando “…casi todas las obras iniciadas por Reina Barrios comenzaron a volverse realidad…”[2], lo que pone de manifiesto las dificultades técnicas y económicas que tuvo que saltar el presidente para hacer realidad su sueño de progreso y civilización, y que para poner un solo ejemplo comentado por el investigador Rodolfo Sazo, implicó la importación de maquinaria para montar una ladrillera de propiedad estatal, pero que no pudo ponerse en operación de forma inmediata pues no se contaba con personal nacional capacitado, y fue necesario enseñar a los futuros operarios toda la técnica para poder iniciar la producción de ladrillo local.

 

Inauguración del Monumento a Cristóbal Colón, en conmemoración al Cuarto Centenario de su arribo a América, el 30 de junio 1896, coincidiendo con los 25 años del triunfo de la Revolución Liberal, se inauguró el mismo día del monumento a don Miguel García Granados en el parque de La Reforma. (Fotografía de Valdeavellano, publicada en La Ilustración Española y Americana).

Inauguración del Monumento a Cristóbal Colón, en conmemoración al Cuarto Centenario de su arribo a América, el 30 de junio 1896, coincidiendo con los 25 años del triunfo de la Revolución Liberal, se inauguró el mismo día del monumento a don Miguel García Granados en el parque de La Reforma. (Fotografía de Valdeavellano, publicada en La Ilustración Española y Americana).

El monumento estuvo finalizado y listo para ser incluido en el hermoso Álbum de Joaquín Méndez,  Guatemala en 1897, preparado como obsequio de Guatemala para los asistentes a la ceremonia de inauguración de la ambiciosa Exposición Centroamericana de ese año, que resultó siendo un rotundo fracaso económico para la administración de Reina Barrios. En la biblioteca de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala se conserva un ejemplar de dicho volumen, en el que puede leerse la descripción del hermoso monumento forjado por la mano de Tomás Mur y que transcribo para que el lector, en una próxima visita a «Pasos y Pedales” en la Avenida de Las Américas se detenga unos minutos a contemplar este prodigio del arte escultórico:

“Sobre un basamento de mármoles diversamente coloreados, que forman un conjunto de severas líneas arquitectónicas, está colocado el grupo en bronce. De pie, en una semiesfera que representa el mundo conocido antes del descubrimiento de América, tres figuras atléticas representan: una, la Ciencia, que tiene rotas a sus pies las Columnas de Hércules, con la cinta ‘Non Plus ultra’ sujeta por la tradición, que simboliza el Buho aplastado por la caída de aquéllas; alza en su mano derecha un puñado de laureles, mientras con la izquierda ase el extremo de una palanca, la Fuerza, que sostiene al mundo descubierto por Colón, sirviéndole de punto de apoyo el brazo derecho de la figura de la Constancia, que en la mano izquierda tiene el cántaro del que cae la gota d agua que horada la piedra y donde se lee la inscripción: ‘Guta cava lapidam’. La tercera figura representa el Valor, sobre una barquilla casi sumergida por las olas, y que empuña el timón, desafiando la tempestad. Sobre ellas está el mundo completado, en el que destaca el escudo de los reyes católicos, sobre la faja ecuatorial, que lleva al inscripción: ‘Plus ultra, 12 de octubre de 1492’. Remata el monumento la estatua del ilustre navegante, que con la mano derecha apoyada en el pecho, señala con la izquierda el mundo que tiene a sus pies. El Quetzal simboliza a Guatemala…”

 

Otra perspectiva del hermoso monumento dedicado a Colón, en donde puede contemplarse también el resto de decoración del Parque Central, como la reja de hierro protectora del monumento, el basamento de mármol que sirve de pedestal, las bancas, las hermosas lámparas y a espaldas del almirante, el kiosco de hierro de Manuel Ayau. El monumento fue trasladado al Parque Jocotenango para darle lugar a la Fuente Luminosa de Ubico, a juego con el Palacio Nacional inaugurado en 1943. En 1964 fue ubicado por la municipalidad de forma definitiva en la Avenida de Las Américas.

Otra perspectiva del hermoso monumento dedicado a Colón, en donde puede contemplarse también el resto de decoración del Parque Central, como la reja de hierro protectora del monumento, el basamento de mármol que sirve de pedestal, las bancas, las hermosas lámparas y a espaldas del almirante, el kiosco de hierro de Manuel Ayau. El monumento fue trasladado al Parque Jocotenango para darle lugar a la Fuente Luminosa de Ubico, a juego con el Palacio Nacional inaugurado en 1943. En 1964 fue ubicado por la municipalidad de forma definitiva en la Avenida de Las Américas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Chinchilla Aguilar, Ernesto. Un monumento que honra a Guatemala. El monumento nacional a Cristóbal Colón, por Tomás Mur, 1895. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia, Tomo LXII, correspondiente a Enero a Diciembre de 1988. Página 221.

[2] Chinchilla, Op. Cit. Página 228.


Tirando la casa por la ventana. I parte.

La celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América

 

A Santiago, por estar siempre.

Rodrigo Fernández Ordóñez

En la era de la comunicación, la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América en 1992 fue todo un acontecimiento: el Premio Nobel de Literatura le fue concedido al poeta antillano Derek Walcott y el Premio Nobel de la Paz a nuestra compatriota Rigoberta Menchú. En la colección Archivos de la UNESCO se publicaron obras de la literatura latinoamericana con profundos estudios realizados por expertos en cada uno de los autores. Toda una colección de obras de literatura se imprimieron en formato de suplemento de periódicos, los “Periolibros”, en donde se dio difusión general a Borges, Cortázar, Rulfo, Asturias, Mistral, Neruda, Roa Bastos, Amado, Darío, Pessoa, decorados con ilustraciones de artistas americanos. Se publicó durante el segundo semestre de 1992, un periódico llamado “Identidad”, que se insertaba como suplemento de los diarios de mayor circulación americanos y que recogía temas históricos y el Canal de las Américas transmitía temas de cultura de todo el continente, amén de coloquios, mesas redondas, documentales, paneles de expertos, etcétera sobre temas de la cultura y la herencia española y portuguesa en América.

Pero… ¿cómo se celebró el cuarto centenario? En esta ocasión proponemos un viaje a la Guatemala de 1892 para mezclarnos con nuestros bisabuelos y testificar cómo se celebró la conmemoración del arribo de Cristóbal Colón a América.

 

Centenario1

Hermosa fotografía del monumento a Cristóbal Colón, conmemorando el Cuarto Centenario de su llegada a América, levantado en el Parque Central de la capital guatemalteca, inaugurado en 1896. Actualmente preside una plazoleta en La Avenida de Las Américas, al sur de la ciudad. (Fotografía de Valdeavellano, 1910).

 

-I-

La llegada de Reina Barrios a la presidencia

 

La ciudad de Guatemala era, a la llegada a la presidencia del General José María Reina Barrios, una ciudad que conservaba aún la impronta española tanto en su diseño como en su trazo de líneas rectas, según el patrón de la “parrilla de San Lorenzo”. Según el testimonio fotográfico que nos legó Eadward Muybridge, a su paso por el país en 1875 como fotógrafo de la Pacific Mail Steamship Company, la ciudad carecía de empedrado en algunas calles y de un alcantarillado adecuado. Algunas tenían aceras, pero la infraestructura era del todo inadecuada para la capital de un país que soñaba ya para entonces con la modernidad.

Reina Barrios era un hombre viajado. Había desempeñado cargos diplomáticos en los Estados Unidos y Alemania y conocía las principales ciudades europeas, y allí adquirió las fiebres de progreso para su patria. Así, cuando llegó a la primera magistratura, quiso revolucionar al menos el espacio urbano de la capital, ordenando las medidas necesarias para solucionar los problemas más inmediatos de la ciudad, como: “…ampliar y adoquinar algunas calles, plazas y parques, así como mejorar la apariencia de toda la ciudad”, como apunta en un interesante ensayo el historiador Ernesto Chinchilla Aguilar[1]. El mes de octubre de 1892 aparecía como una fecha idónea para “relanzar” la imagen de la ciudad de Guatemala internacionalmente, como diríamos hoy. El 12 de octubre se conmemoraba el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, y el 3 de octubre se cumplía el Primer Centenario del Nacimiento del General Francisco Morazán, y siendo que en Sevilla, se preparaban ya los festejos del arribo de Colón en el Parque María Luisa con una Feria Hispanoamericana, Reina Barrios ambicionó hacer lo propio en su terruño.

Así, además de las medidas de mejoramiento del espacio público, tomó otras medidas que no se han estudiado lo suficiente, pero que en cápsulas anteriores hemos comentado, aunque aisladamente: se fundó el Instituto de Bellas Artes, integrado por las Escuelas de Dibujo y Grabado, Pintura y Arquitectura, para lo cual se contrató a profesores extranjeros como el escultor venezolano Santiago González quien tuvo gran influencia en toda una generación de artistas guatemaltecos; se decretó el mejoramiento de la escuela de filarmónicos y del Conservatorio Nacional de Música, del cual siguen egresando en nuestra época distinguidos músicos y el remozamiento del Teatro Nacional para albergar adecuadamente a la cultura a la cual prestaría escenario.

Dentro de las medidas generales de mejoramiento de la ciudad, Chinchilla Aguilar apunta:

“…fueron tomando forma el Cementerio General, a donde fueron trasladados los restos de algunos próceres liberales y reformadores, a tumbas llenas de magnificencia; la delineación de los cantones Barrios y Barillas siguió en ese orden, y el puente de la Penitenciaría; luego vino el aderezamiento de la Plaza de Jocotenango, donde habría de colocarse la estatua de Morazán, según se ha indicado; la avenida Simeón Cañas y el Hipódromo (…); para culminar todo, con el Parque de la Reforma (…) y el Boulevard, que unió la Barranquilla, desde la calle mariscal Serapio Cruz hasta el Parque de la Reforma, con los monumentos a García Granados y Justo Rufino Barrios, y los palacios de la Exposición y de La Reforma…”

 

Aunque es cierto que muchos de los monumentos le siguieron en tiempo al de Cristóbal Colón, como la columna levantada al general Miguel García Granados y el soberbio monumento dedicado al general Justo Rufino Barrios, se puede asegurar sin mucho temor a ser inexactos, que el plan de festejos del cuarto centenario desencadenó todo el trazado y embellecimiento de la ciudad de Guatemala tal y como la conocemos hoy. Es decir, contrario sensu, que sin estos festejos y la ambiciosa Exposición Centroamericana de 1897, Guatemala sería una ciudad menos vistosa de lo que es hoy, sin trazos modernos ni espacios abiertos fuera del damero colonial. Sería más desordenada y aún menos coherente de lo que es hoy.[2]

El trazo del parque de La Reforma, a costillas de una finca de propiedad del general Manuel Lisandro Barillas, expropiada oportunamente, y el trazo de la avenida Simeón Cañas, encaminaron la expansión de la ciudad tanto al sur, en el caso del parque mencionado, como al norte, con un Hipódromo en cada extremo, favorecidas ambas expansiones en distintos períodos del siglo XIX y principios del siglo XX, como ya apuntamos en algún lugar anteriormente. También se hicieron trabajos de mejora en el Camino Real de El Calvario al Guarda Viejo (hoy avenida Bolívar), para conectar adecuadamente a la ciudad con la salida hacia la cercana Villa de Mixco y con La Antigua Guatemala.

 

-II-

Del frustrado monumento al general Francisco Morazán

 

El caso del monumento que se pretendía levantar en honor al general Francisco Morazán merece un párrafo aparte, pues de acuerdo a lo que apunta Chinchilla Aguilar en su ensayo citado: “…por el rechazo popular que recibió la idea de levantar en Guatemala un monumento a Morazán, originado por la serie de artículos que contra tal idea publicó don Agustín Mencos Franco, se procedió a decapitar la estatua del héroe de Gualcho…”[3], y se le implantó el rostro del general Reina Barrios. Al final el monumento cambió de personaje y puede admirarse hoy en la Avenida de la Reforma. Don Agustín Mencos Franco encabezó la oposición al festejo del centenario de Morazán, recordando a los guatemaltecos de la suerte que corrió ciudad de Guatemala cuando fue ocupada por el general hondureño, que la declaró plaza abierta para el saqueo. Así del monumento al centenario quedó solamente el pedestal de mármol, que ya se había instalado en el actual parque Jocotenango, (luego bautizado parque Manuel Estrada Cabrera, luego parque Morazán y en el siglo XXI, nuevamente bautizado parque Jocotenango) y como había que aprovechar la hermosa piedra, de pedestal cambió su fin para altar, y fue instalado para ese fin en el Santuario de Guadalupe, en donde reposa actualmente.

 

-III-

La transformación de la Plaza de Armas en un parque

 

La Plaza de Armas en 1875, con la Fuente de Carlos III en el centro, que fue utilizada irreflexivamente como paredón de fusilamiento en alguna ocasión . En la fotografía de Muybridge, la explanada de la plaza se encuentra libre de los “cajones” y “sombras” del mercado que la afeaban, según denuncias de José Milla, porque ya se había inaugurado el edificio del Mercado Central, justo detrás de la Catedral, en la Plazuela del Sagrario.

La Plaza de Armas en 1875, con la Fuente de Carlos III en el centro, que fue utilizada irreflexivamente como paredón de fusilamiento en alguna ocasión . En la fotografía de Muybridge, la explanada de la plaza se encuentra libre de los “cajones” y “sombras” del mercado que la afeaban, según denuncias de José Milla, porque ya se había inaugurado el edificio del Mercado Central, justo detrás de la Catedral, en la Plazuela del Sagrario. 

 

El presidente Reina Barrios escogió como lugar para levantar el monumento a Cristóbal Colón, el centro de la Plaza de Armas (hoy Plaza de la Constitución), justo en el lugar en el que se levantaba desde tiempos de la dominación española la fuente de Carlos III o “fuente del caballito”, como la bautizó José Milla en uno de los artículos de su Libro sin nombre. Para ello fue necesario contratar la remoción de la fuente, cuyo trabajo se adjudicó a don Ricardo Fischer, quien al decir de Chinchilla Aguilar:

“…básicamente se comprometió a desmontar la antigua pila, existente en el centro de la Plaza de Armas, con el debido arte y cuidado, para que quedara el material en orden, a fin de que la pila se pudiese levantar en otro lugar, con la exactitud debida. Y preparar para el efecto los dibujos necesarios para la identificación de cada una de las piezas de la obra. Pero no se indicaba nada acerca de la reconstrucción de la pila, sólo su desmantelamiento…”[5]

El señor Fischer cumplió entonces a cabalidad con los términos del contrato. Desmontó la fuente, dejando libre el espacio para las nuevas obras, y retiró todos los materiales hacia un predio en las afueras de la ciudad, contiguo a la entonces Penitenciaría Central, en los terrenos que hoy ocupan los hermosos edificios del Centro Cívico. Allí permaneció la fuente, en el completo olvido, hasta que el señor Ernesto Viteri los encontró casi por accidente durante una excursión, según contó en un escrito publicado por la Sociedad de Geografía e Historia, y luchó por su conservación y reubicación, siendo reconstruida en el sitio en el que se encuentra actualmente, en el año de 1933.

 

Fotografía de la Plaza de Armas en 1885 . Se puede observar que la explanada abierta ha sido ya transformada en parque, con jardineras siguiendo algún diseño europeo, con otras dos fuentes redondas en las esquinas frente al Palacio de Gobierno. A los pies de la Fuente Carlos III se puede ver, a la derecha un amontonamiento de adoquines, probablemente en esos momentos el parque se encontraba en obras de transformación.

Fotografía de la Plaza de Armas en 1885 . Se puede observar que la explanada abierta ha sido ya transformada en parque, con jardineras siguiendo algún diseño europeo, con otras dos fuentes redondas en las esquinas frente al Palacio de Gobierno. A los pies de la Fuente Carlos III se puede ver, a la derecha un amontonamiento de adoquines, probablemente en esos momentos el parque se encontraba en obras de transformación.

El plan de embellecimiento de la Plaza de Armas consistía básicamente en su transformación en un Parque Central, cuyas obras habían iniciado ya desde la presidencia del General Barillas, como atestigua la imagen arriba. Los trabajos pasaban entonces de transformar una desnuda explanada en un jardín con flores y árboles que pudiera servir de paseo para los citadinos. Así, aunque las obras ya habían iniciado la transformación del espacio, Reina Barrios le dio el empuje final para “europeizar” el parque, para lo cual fue necesario contratar la construcción de un kiosco, obra que fue asignada a don Manuel Ayau, hermano del entonces alcalde capitalino, don Rafael Ayau, quien firmó en su representación el contrato. Los términos del documento los explica nuevamente el señor Chinchilla, desde su interesante ensayo:

“Ayau se comprometía a construir, montar y ajustar la parte metálica del kiosco, construir la planta baja y pintarlo, conforme el plano dibujado por don Ricardo Fischer. El valor de la obra, tanto de hierro como de mampostería, se calculó en 15,995 pesos. Y todo quedaría concluido en el término de cuatro meses, después del acostumbrado pago en tres tantos, al principio, medio y fin de la obra. Los cuatro meses se contarían a partir de la fecha en la que el Ministerio de Fomento hubiese quitado la Pila, que ocupaba el lugar donde fue construido el kiosco. Posteriormente se instalarían bancas de hierro y lámparas eléctricas decorativas, para el alumbrado de todo el jardín.”[7]

Interesantísima fotografía anónima, tomada desde uno de los campanarios de la Catedral Metropolitana, a finales de la década de los 80 del siglo XIX. En ella se pueden apreciar los trabajos de embellecimiento de la plaza ya terminados, pues en las jardineras ya ha brotado la vegetación y las veredas ya están bien definidas. Al centro aún estaba la Fuente Carlos III.

Interesantísima fotografía anónima, tomada desde uno de los campanarios de la Catedral Metropolitana, a finales de la década de los 80 del siglo XIX. En ella se pueden apreciar los trabajos de embellecimiento de la plaza ya terminados, pues en las jardineras ya ha brotado la vegetación y las veredas ya están bien definidas. Al centro aún estaba la Fuente Carlos III.

Ya liberado el espacio, y con el objeto de realizar una ceremonia formal de conmemoración del Cuarto Centenario, se levantó en la Plaza un monumento provisional, que representaba a Cristóbal Colón coronado por las cinco repúblicas centroamericanas. Lastimosamente no se cuenta con fotografías de este monumento, aunque no hay que desechar que se conserven en el Archivo General de Centro América los planos o esbozos del mismo. Lo cierto es que para la ceremonia del 12 de octubre se programó una colocación de ofrenda floral a los pies de este monumento temporal, así como la colocación de la primera piedra para el levantamiento del monumento definitivo.

 

 

 

 

 

 

[1] Chinchilla Aguilar, Ernesto. Un monumento que honra a Guatemala. El monumento nacional a Cristóbal Colón, por Tomás Mur, 1895. Revisa Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LXII, Enero a Diciembre de 1988. Página 221.

[2] Otras obras se construyeron durante éste período que todavía hoy persisten, como la sede del Museo Nacional de Historia, que albergó al primer Registro de la Propiedad Inmueble en el Centro Histórico, el Cuartel de Artillería, sede actual del Ministerio de la Defensa en la Avenida Reforma, antigua sede de la Escuela Politécnica y trazo del Paseo de la Reforma y Boulevard 30 de junio. Otras lastimosamente fueron destruidas por los terremotos de 1917-1918.

[3] Chinchilla Aguilar. Op. Cit. Página 222.

[4] Acuña García, Augusto. Las calles y avenidas de mi Capital y algunos callejones. Editorial del Ejército, Guatemala: 1986. Página 12. Según anota Acuña en su libro, en esa fuente fueron fusilados los acusados de conspirar en contra del presidente Justo Rufino Barrios en el episodio conocido como la “conspiración Kopesky”.

[5] Chinchilla Aguilar. Op. Cit. Página 224.

[6] Según apunta Acuña García, la fotografía fue tomada por H. Herbruger el 6 de abril de 1885, con ocasión de la toma de posesión como Presidente de la República del general Manuel Lisandro Barillas.

[7] Chinchilla. Op. Cit. Página 224.


“Llegó la hora del Progreso…”

Rodrigo Fernández Ordóñez 

A mi querido amigo Rodrigo Arias, con quien compartí horas de charla, burlándonos del poder y la historia.

 

Nuestros abuelos también tenían sentido del humor, y no lo callaban. En la misma tónica jocosa y ofensiva de los textos que se publicaron en los periódicos estudiantiles de finales del siglo XIX, repartidos en los corredores de las facultades de Derecho y Medicina, los padres de esos estudiantes rebeldes también hicieron lo suyo, burlándose e insultando a las figuras políticas del momento en panfletos y volantes anónimos. En un fascinante texto publicado en la revista «Anales» de la Academia de Geografía e Historia, en su tomo XLIII, el historiador Enrique del Cid Fernández publicaba algunos de estos poemas satíricos, de los cuales copiamos dos, escritos entre 1871 y 1872, conmemorando así, a nuestro modo los 143 años del triunfo de la Revolución Liberal.

 

Hermosa fotografía de la columna dedicada al general Miguel García Granados al inicio del boulevard 30 de junio (hoy avenida Reforma), pintada a mano según la costumbre de la época, monumento que aún sobrevive en su sitio original.

Hermosa fotografía de la columna dedicada al general Miguel García Granados al inicio del boulevard 30 de junio (hoy avenida Reforma), pintada a mano según la costumbre de la época, monumento que aún sobrevive en su sitio original.

 

-I-

Antecedentes

El día lunes de la semana pasada se conmemoraron 143 años del triunfo de la Revolución Liberal, que terminó con la larga dominación del partido Conservador en Guatemala, iniciada con el triunfo del general Rafael Carrera sobre las fuerzas de Morazán en el ya para entonces lejano 19 de marzo de 1840. Todos hemos leído en los libros de historia y escuchado en nuestras clases de educación primaria acerca de la lucha desencadenada por un caudillo rural de la zona occidental, llamado Justo Rufino Barrios quien enfrentó a las tropas guatemaltecas en varias batallas en su ruta hacia la ciudad de Guatemala, derrotándolas definitivamente en la batalla de los llanos de San Lucas, Sacatepéquez, el 29 de junio de 1871, triunfo que le entregó la somnolienta ciudad de Guatemala en bandeja de plata. Hemos leído (o escuchado) también que Vicente Cerna “Huevo Santo”, que carecía del carisma y del liderazgo de Rafael Carrera no logró sostener el apoyo de su Gobierno, y que se enfrentó con un ejército mal entrenado y mal equipado a una fuerza pequeña y eficaz, que gracias a las gestiones realizadas por Miguel García Granados, venía equipada con armas de última generación, compradas al señor F. W. Kelly, a través de su representante Diego Meany, consistentes en 1,000 fusiles de repetición Remington y 30 carabinas Winchester modernas.

La realidad que había enfrentado Huevo Santo en el país cuyo Gobierno heredaba, en medio de acusaciones de fraude electoral, lo superó totalmente. Guatemala era para la segunda mitad del siglo XIX un país que reclamaba cambios. El cultivo del café había desplazado a la cochinilla y a diferencia de esta, su cultivo exigía más tierra, más mano de obra, mejores vías de comunicación, créditos bancarios e inversión extranjera. Aunque el primer período de la presidencia de Cerna (1865-1869) se había desarrollado sin mayores inconvenientes, su reelección agitó las aguas políticas. En estas elecciones se le enfrentó como candidato opositor, el prestigioso mariscal José Víctor Zavala, veterano de la Campaña Nacional contra los Filibusteros, apoyado por el ala moderada de los liberales, pero fue derrotado. El resultado electoral causó descontento y tras rumores de fraude electoral sucedieron disturbios en la ciudad de Guatemala hasta que se tuvo que sacar a las calles al Ejército para imponer el orden.

Mientras tanto en el interior del país, el panorama también se iba complicando. Una rebelión acaudillada por el eterno disidente general Serapio Cruz “Tata Lapo”, había estallado en la cercana población de Sanarate, tomando armas del cuartel local. Un segundo movimiento tuvo lugar en occidente, liderado por Francisco Cruz, conmocionó al país, pues terminó con la larga Pax Carreriana. Francisco Cruz fue capturado y fusilado en San Marcos. Serapio fue derrotado tras un encuentro con el general Gregorio Solares y huyó a México, volvió al país en 1869.

El general Cruz regresó al país gracias a la ayuda de un hacendado cafetalero de San Marcos, Justo Rufino Barrios, quien lo introdujo por Huehuetenango con una pequeña fuerza con la que trataron de tomar la cabecera, pero fueron rechazados. Barrios resultó herido en la refriega y regresó a su hacienda El Malacate, ubicada en el departamento de San Marcos y fronteriza con México, mientras que el general Cruz se internó en la zona central del país, aprovechando su terreno montañoso. La aventura de “Tata Lapo” terminó el 23 de enero de 1870, en la población de Palencia, en donde fue sorprendido por el general Antonino Solares, mientras desayunaba con el párroco local.En la refriega que siguió resultó muerto el general Cruz, cuando intentaba romper el cerco. Su cadáver fue decapitado y la cabeza fue despachada a ciudad de Guatemala como prueba del triunfo de Solares.[1] Su cabeza fue expuesta en la puerta del Hospital San Juan de Dios.[2]

Eliminada la amenaza del general Cruz, Cerna decidió endurecer la posición frente a los liberales y ordenó la captura de sus líderes más visibles: el mariscal Zavala y Miguel García Granados, quien era diputado de la Asamblea y que destacaba por su honradez y por las acusaciones directas que hacía desde el piso de la Asamblea de estancamiento del régimen conservador. García Granados logró huir y asilarse en la Legación de la Gran Bretaña, en donde recibió protección en todo su camino hasta el Puerto de San José, en donde fue embarcado en un vapor rumbo a los Estados Unidos primero y México después.

García Granados buscó una alianza con Barrios, el caudillo fronterizo, y le envió un parque de armas modernas, al que ya hemos hecho alusión. Las tropas rebeldes se internaron en territorio guatemalteco a finales de marzo de 1871 y ya para el 2 de abril tomaban la población de Tacaná. El 8 de mayo ocuparon San Marcos. Desde allí publicaron un manifiesto denunciando a Vicente Cerna por su campaña ilegal de represión.

Sello postal emitido por Guatemala en conmemoración del centenario del nacimiento del general Miguel García Granados, líder de la Revolución Liberal que tomó el poder el 30 de junio de 1871.

Sello postal emitido por Guatemala en conmemoración del centenario del nacimiento del general Miguel García Granados, líder de la Revolución Liberal que tomó el poder el 30 de junio de 1871.

El avance de los rebeldes resultó virtualmente imparable. Para el 3 de junio las tropas ocupaban la población de Patzicía, Chimaltenango, en donde los jefes y oficiales del ejército rebelde, reunidos en Consejo, firmaron un acta en la que desconocieron al gobierno del general Vicente Cerna y nombraron como presidente provisional al general Miguel García Granados y se le encomendó la convocatoria para una Asamblea Constituyente que decretara una Carta Fundamental. Los líderes de la revolución tomaron una medida que roza lo genial: enviaron copias del Acta de Patzicía, como se denominó al documento, a las municipalidades del país, para esperar la adhesión de las comunidades al nuevo régimen político. En un virtual golpe de Estado, las municipalidades fueron remitiendo su adhesión al plan de Patzicía, legitimando en cierta forma el movimiento liberal, y desconociendo la autoridad del general Cerna.

En uno de los escritos que publicó el historiador Del Cid Fernández en el ensayo mencionado arriba, se hace una fuerte crítica al Acta de Patzicía, en la que se leen estos interesantes versos:

 

“En un triste poblado

Que los indios llaman Patzicía,

Juntóse un gran atajo

De léperos en torno a García.

Y llamando consejo

A aquella escandalosa borrachera,

Por más pícaro y viejo

Le proclamó la turba bochinchera.

En corro nauseabundo,

Motu proprio empuñaban la limeta,

Y alzar al más inmundo

Juraron por el sable y la escopeta

De Jefes y Oficiales

Despachos se asignaron al

Capricho,

Subiendo a Generales

El vil Rufino y el malvado bicho,

Tan criminal acuerdo,

Acta de Patzicía nominado,

Con gruñidos de cerdo

Lo publicaron súbito por bando…”[3]

 

El general Miguel García Granados tenía en esos momentos 62 años, y era en concordancia con su edad y experiencia, un liberal del ala moderada, mientras que Justo Rufino Barrios, por su juventud, encabezaba lo que podríamos llamar la facción radical del movimiento. En este sentido, es esclarecedor un párrafo escrito por David J. McCreery, en el que esboza a ambos cabecillas de la Revolución Liberal:

“El presidente provisional Miguel García Granados, un anciano liberal de la época post-independiente que había actuado por largos años en la oposición legislativa, tenía una visión esencialmente política de la reforma. Su apoyo provenía principalmente de una rama liberal de la élite criolla tradicional, que concebía un régimen oligárquico ilustrado según el modelo de Portales. El líder de la facción ‘radical’, un próspero cafetalero de la frontera con México, fue Justo Rufino Barrios, principal competidor de García Granados…”[4]

Por su parte el ala radical, explica McCreery en su interesante ensayo, buscaba modificar la composición y la orientación política de la élite política nacional, es decir, que intentaban abrirse espacio en esta estructura de participación política, pero sin tratar de revolucionarla. Era más una cuestión de acceso a la toma de decisiones, razón por la cual Wyld Ospina critica acremente en su ensayo El Autócrata, que se le llame Revolución Liberal, a lo que él considera una mera “escaramuza” por el poder. Así, según el norteamericano: “…Las reformas que buscaban los radicales iban dirigidas a facilitar la producción y la exportación del café dentro del sistema existente de relaciones económicas y sociales (…) no revolucionando fundamentalmente las estructuras de clase y producción…”[5]

Impresionante fotografía de la fachada principal del Mercado Central, que antes de ser inaugurado sirvió como cuartel de las tropas liberales que ocuparon ciudad de Guatemala el día 30 de junio de 1871, tras derrotar a las fuerzas del general Vicente Cerna en la batalla de los llanos de San Lucas el día anterior.

Impresionante fotografía de la fachada principal del Mercado Central, que antes de ser inaugurado sirvió como cuartel de las tropas liberales que ocuparon ciudad de Guatemala el día 30 de junio de 1871, tras derrotar a las fuerzas del general Vicente Cerna en la batalla de los llanos de San Lucas el día anterior.

 

Esta brecha no se habría de manifestar sino hasta la llegada al poder. Los cautos movimientos del presidente provisorio causaron exasperación en la rama radical de los liberales y terminaron con la renuncia de Miguel García Granados de la primera magistratura. Pero en el momento en que nos encontramos todavía no se había escindido el movimiento, y mientras se firmaba y se hacía circular el Acta de Patzicía, el presidente provisional tomaba las primeras medidas ejecutivas de gobierno, regresando a la ciudad de Quetzaltenango que ocuparon casi sin resistencia. Allí dictó sus primeros decretos de gobierno, habilitando el Puerto de Champerico, estableciendo aduana en la ciudad de Retalhuleu y nombrando al primer Jefe Político, rompiendo con la tradicional estructura de Gobierno interior colonial que utilizaba la figura del corregidor.

Las tropas rebeldes y las leales al general Cerna se enfrentan en las batallas de Coxón y Tierra Blanca, en el altiplano y en la batalla de San Lucas, que será la última de la campaña. Cerna, tras su derrota, huye del país. Las tropas liberales ocupan la ciudad de Guatemala el día 30 de junio de 1871.

 

-II-

El poema satírico

Como cualquier otro estado centroamericano que se precie, a la llegada de García Granados, el presupuesto estaba en trapos de cucaracha, y para afrontar la crisis y empujar el plan de “progreso” de la facción triunfante era necesario obtener fondos. Se hace necesario recordar aquí que el nuevo régimen se proponía romper lazos con el pasado, y prometía asimismo un tipo de “salto hacia adelante”, un esfuerzo mediante el cual Guatemala se insertaría en el mapa del mundo, en posición de gozar de la bonanza del comercio internacional. El nuevo régimen no tuvo un plan ideológico claro, más allá de las exigencias políticas que expuso en su momento García Granados al momento de asumir la presidencia provisional. Sobre este sustento ideológico señala el citado autor McCreery:

“Su administración nunca produjo una declaración coherente de ideología liberal, sino que obtuvo sus ideas acerca del desarrollo nacional de una serie de fuentes; experiencias personales como productores y explotadores de productos agrícolas; los programas reformistas de la época de Gálvez y de la Reforma mexicana, y ciertos dogmas vulgarizados del positivismo y darwinismo social, corrientes que en esa época (prevalecían) entre la élite ilustrada de Hispanoamérica.”[6]

Sin embargo, para cumplir con la modernización del país y cumplir con los sueños de prosperidad y civilización era necesario dinero. Y sabemos todos, gracias al venerable Benjamín Franklin, que en la vida solo dos cosas son inevitables: la muerte y los impuestos.

 

Conmemoración del triunfo de la Revolución Liberal a los pies del monumento de la Patria al general Miguel García Granados, y que continúa decorando el inicio de la Avenida Reforma en nuestros días. Al fondo del boulevard se puede ver la silueta del Palacio de la Reforma, hermosa construcción totalmente destruida por los terremotos de 1917-1918. (Fotografía de Valdeavellano).

Conmemoración del triunfo de la Revolución Liberal a los pies del monumento de la Patria al general Miguel García Granados, y que continúa decorando el inicio de la Avenida Reforma en nuestros días. Al fondo del boulevard se puede ver la silueta del Palacio de la Reforma, hermosa construcción totalmente destruida por los terremotos de 1917-1918. (Fotografía de Valdeavellano).

 

Así que para financiar esos caminos adecuados, esos ferrocarriles que cruzarían de cabo a rabo el mapa patrio, esos muelles a los que llegarían innumerables vapores de todos los rincones del planeta con sus productos a intercambiarlos por los nuestros, era necesario meter las manos en los bolsillos de los buenos y pacíficos ciudadanos guatemaltecos. Así, el nuevo régimen se vio inmerso en la tarea de reformular el sistema fiscal, heredado del anacrónico sistema conservador, que aún guardaba reminiscencias coloniales. Las reformas fiscales causaron como hoy, molestia en la población que, sin poder oponerse de otra forma a las medidas respaldadas por el triunfo de las armas, tuvo que desahogarse en el papel, consignando sus protestas y sentimientos en la soledad de la hoja en blanco.

“Adelantáronse veinte y siete años a los fundadores e impulsadores del famoso ‘No nos tientes’, aparecido hasta 1898. Encerrados en grandes casonas, aprovechando el silencio de la noche, llevaron al papel íntimas situaciones y juicios que ayudan hoy a comprender mejor las conveniencias políticas sociales posteriores a la Revolución del 71…”[7]

 

De esos deseos de desahogo salieron entonces esos escritos publicados por Del Cid Fernández que rescatamos hoy, escritos en los que: “Delinearon con amenidad versificada y profundo conocimiento, las intrigas dignas de apuntarse en aquella Guatemala de hace cien años, cuyo ambiente de por sí se prestaba a ellos. Sagaces, burlescos, seguros de sus asentamientos…”

Así, sin abundar más en las justificaciones y en el trasfondo de la protesta para no agobiar al lector, ni abusar de su paciencia, transcribo el texto íntegro de uno de esos curiosos escritos, respetando la ortografía original, tal y como apareció publicado en Anales:

 

LEY DE CONTRIBUCIONES[8].

Yo don Chafandín[9] primero

Por arte de los infiernos

Coronado con dos cuernos

Símbolo de Libertad

Al pueblo Guatemalteco

Porque con servil bajeza,

Agachando la cabeza

Adora mi magestad:

Por encanto estoy investido

De Omnímodas facultades

Para hacer barbaridades

Hasta ya más no poder;

Y no alcanzando las rentas

Para tantos olgazanes

Carnívoros gavilanes

Que es forzoso mantener;

Y siendo por otra parte

Muy equitativo y justo

Que a los que les dimos gusto

Nos den ellos de cenar,

He juzgado conveniente

Decretar, y ahora decreto,

Que a todo diablo o sugeto

Algún Pellisco he de dar.

Que el dueño de tienda o casa

Afloje un cinco por ciento

Por ahora, y quede contento

De que no le arranco más.

Estando la agricultura

Tan triste y tan abatida

Le daremos su mordida

Porque no se quede atrás.

Los fanáticos y viejas

Que vayan a Catedral,

Desenbuchen medio real

Cuando entren, y uno al salir.

No habrá otra contribución

Para sostener al clero,

Ni arrancar ya el dinero

Al que a misa quiera ir.

Si antes íbamos despacio

Ahora vamos más que al trote

No ha de quedar monigote,

Ni fraile, ni sacristán.

Los sitiaremos por hambre,

El diezmo ya está abolido;

Así alzarán el volido

Y libres nos dejarán.

Llegó la hora del progreso

Y todo debe volar

Las casas se han de pintar

En hora y media o en dos.

Que los vecinos sus frentes

Los enlocen por encanto

Y que forjen cal y canto

Por un milagro de Dios.

Si acaso no encuentran piedras

Ni canteros, ni albañiles,

Los zambumbias concejiles

Tienen otra testuz.

Y si no que nos lo diga

El impolítico Jefe,

El insulso mequetrefe

Gran bribón de Antonio Cruz.

¡Oh, que leyes tan famosas

Las que pasa el Provisorio!

Tienen un tacto tan notorio

Que no le iguala el de un buey.

No hay cosa más liberal

Que obligar a un ciudadano

A que atrinchere a su hermano

Y así lo manda esta ley.

Señores Capitalistas,

Banqueros o Comerciantes,

Fotografía del monumento al General Miguel García Granados, publicada en la revista "La Ilustración Española", en 1897.

Fotografía del monumento al General Miguel García Granados, publicada en la revista «La Ilustración Española», en 1897.

No piensen irse como antes,

Que ya los ordeñaré.

Mas vivan todos seguros

Que aquellos que me mantengan

En dándome cuanto tengan

Muy felices los haré.

Verán que buenos caminos

Ferrocarriles y puentes,

Alamedas, parques y fuentes

Y cuanto quieran habrán.

Que ya todo lo está haciendo

De papel pintado y cera

Don Juliancito Rivera

Y en la pascua se verá.

Yo he de contentar a todos

Hasta el exijente Murga

Que ya lo apura la purga

Que le dimos a vever.

Y pide con mucha urgencia

Que le arrimen luego el Banco

Uno celestito y blanco

Le mandaremos hacer,

Y se lo pondrá con tiento

El Ministro de Fomento.

 

1] Santa Cruz Noriega, Pedro. El gobierno del General Miguel García Granados 1871-1873. Serviprensa, Guatemala: 1978. Página 25.

[2] Información dada por Ramiro Ordóñez en comunicación electrónica.

[3] Del Cid Fernández, Enrique. Humorismo, Sátira y Resentimiento Conservadores hacia los Jefes de la Revolución de 1871, y la Nueva Sociedad. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo XLIII. Enero a diciembre de 1970. Página 147.

[4] McCreery, David J. La estructura del desarrollo en la Guatemala Liberal: Café y Clases Sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LVI. Enero a diciembre de 1982. Página 213.

[5] McCreery. Op. Cit. Página 213.

[6] McCreery, Op. Cit. Página 213.

[7] Del Cid Fernández. Op. Cit. Página 132.

[8] Se respeta la ortografía original publicada en la revista Anales.

[9] De las notas originales de don Enrique del Cid publicadas en su ensayo:

“Chafa, Chafandín, Chafarote, Diente de Ajo y Huevo Tibio –aplicados indistintamente al Capitán General y Presidente Provisorio don Miguel García Granados.

Chafa- diminutivo de chafandín.

Chafandín- Chisgarabís, títere.

Chafarote- Ordinario, grosero en sus modales. Quien lleve sable o espada ancha. Hacia 1729 ‘alfanje’, que deriva de una variante árabe safra-, pronunciada chafa…”


El poeta incómodo. II parte

Reseña de una biografía inclasificable de Porfirio Barba Jacob

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

-V-

El segundo viaje a Guatemala

 

Aburrido del ambiente provinciano de Guatemala, el poeta colombiano parte rumbo a México nuevamente, dejando a sus amigos sumidos en la tristeza. Instalado nuevamente en México, escribe para uno de los tantos periódicos que pulularon pasada la revolución. Allí escribía artículos en contra del general Plutarco Elías Calles desde las páginas de El Demócrata y de Cronos, hasta que la paciencia de don Plutarco llegó a su límite y se ordenó la expulsión del “extranjero pernicioso”. Por tren, hacia Guatemala. Cruza a nado el Suchiate y termina su huída en la estación de Ayutla me imagino, en donde aborda un tren.

Ahora en Guatemala reinaba el general José María Orellana, “Rapadura”, luego de mandar a su casa a don Carlos Herrera, presidente provisional y electo de la República luego de un golpe de estado apenas año y meses de la semana trágica que concluyó con la renuncia de don Manuel Estrada Cabrera. Arenales no las tenía todas consigo. Desde las páginas de El Demócrata, tribuna para insultar a Calles, había lanzado también insultos contra Orellana. Vallejo rescata algunos insultos para nuestro deleite: “ese lugarteniente y procónsul de la política de Washington”; “fantoche dócil a su amo y que le pone cara de sargento a su pueblo”; “encaramado al poder por las escaleras del crimen” y “encumbrado por un crimen de media noche”. Pero Orellana estaba acostumbrado a los insultos. Por ejemplo, los valientes estudiantes universitarios, para la Huelga de Dolores de 1924 le tenían preparado un canto que decía:

“Rapadura, rapadura, rapadura,

Presidente contra el voto popular,

Esa ganga codiciada y que chichona

Consiguió tu gran Partido Liberal…

Pues tu cara es el espejo de tu alma,

Siempre sucia te la vamos a mirar,

Con razón que se murmura entre la gente,

Ahora si negra que la vamos a pasar…”

 

A pesar de los pesares, a pesar de los insultos, a pesar de las cóleras de don Chema, el 17 de julio de 1922, El Imparcial saludaba la incorporación de un nuevo periodista a la planta: Ricardo Arenales.

Así, gracias al dictado del general Plutarco Elías Calles, tenemos al poeta colombiano por segunda vez en Guatemala, trabajando para el mítico diario El Imparcial, que para las fechas en que Vallejo viene a Guatemala a insultar a la podre doña Teresita, para su sorpresa, todavía existe. Cuenta Vallejo:

“En flagrante contradicción con la ley primera de este libro según la cual al que yo busque se muere, viven cuatro de El Imparcial que conocieron a Arenales: Antonio Gándara Durán y su hermano Carlos, Rufino Guerra Cortave y David Vela, hermano éste de Arqueles Vela del ‘Palacio de la Nunciatura’ que conocí en México y que antes de que yo pudiera abrir la boca de entrada me advirtió que él era mexicano, no guatemalteco. Guatemalteco tal vez su hermano… ¿Será tanta la ventaja, o mucha la diferencia?”

 

Pues ni una ni la otra, digo yo. Sólo hay que ver la suerte que corrió en México y en Guatemala el Arqueles Vela de los estridentistas: nadie, absolutamente nadie más que yo lo ha leído y eso que me obligué a terminar su libro titulado El Café de nadie o algo así. Pero a David, al menos, he visto que en las ferias de libros que se hacen en los parques de nuestro Centro Histórico todavía se venden sus obras.

José María Orellana

General José María Orellana, el susceptible presidente guatemalteco que se indignaba ante el grito estudiantil de “¡Rapadura! ¡Rapadura!” a propósito de su tez morena. Murió en circunstancias extrañas durante unas vacaciones con su familia en Antigua Guatemala en 1926.

En fin, Arenales es contratado por don Alejandro Córdova para ser el jefe de redacción, en esa inveterada costumbre tan centroamericana de apantallarse por los extranjeros y pasar por encima de los nacionales al momento de repartir las jefaturas. Como hablaba con “acentico”, servía para jefe. Que lo digan los argentinos del exilio del corralito que inundaron el país con su acento, o los españoles o los gringos que les precedieron… Pero al menos Arenales tenía buenas ideas y no era de la corriente del bluff de los sudamericanos, nos relata Vallejo:

“…Creó también una página literaria y lanzó el primer ‘Extra’ (el primero de El Imparcial y sospecho que del periodismo centroamericano), dando cuenta en grandes titulares de los levantamientos de la noche anterior en San Lucas Sacatepéquez, que sofocados por el gobierno condujeron a la captura de su cabecilla Francisco Lorenzana, luego a su condena a muerte por un consejo de guerra, luego a su ejecución. Arenales entrevistó al prisionero en su celda y narró su fusilamiento. Es la famosa crónica sobre el último día de vida de Lorenzana y de cómo se cumplió la sentencia (…) tras el detallado, magistral, conmovedor relato de Arenales hay oculta una formidable protesta: uniendo las letras mayúsculas con que comienza cada aparte de la narración se forma esta frase: UN ASESINATO POLITICO. En el ejemplar conservado en El Imparcial alguien ha subrayado las mayúsculas implicadas con un lápiz: UN ASESINATO POLÍTICO. Y la protesta oculta la descubrió todo Guatemala…”

Otra anécdota fascinante de este personaje es necesaria citarla aquí, ante la noticia de que el libro El Mensajero cuesta conseguirlo en las librerías de usados del centro y en las de nuevos ni se diga:

“…En El Imparcial se burló de todos y les enseñó a trabajar. A su director y propietario Alejandro Córdova lo trató de ignorante y mercachifle, y un día en que le reclamó por haberle mandado al bote de la basura un artículo suyo en que destruía a un contrincante, le dijo: ‘Sus querellas personales no le interesan a nadie. Si quiere que yo haga de El Imparcial un periódico de primera me va a dejar entera libertad para elegir lo que se publique.’ ‘Formen ese artículo en el acto- le ordenó Córdova al jefe de imprenta-: saquen de la página editorial lo que sea del caso y sustitúyanlo con mi trabajo.’ Arenales se puso el chaleco, el saco, el sombrero, y sin decir una palabra tomó el bastón de la empuñadura de oro y el camino de salida. Lo llamaron para que volviera y aceptó pero exigiendo plena autoridad, y una mañana, reloj en mano, al mismo Alejandro Córdova le llamó la atención porque llegaba retrasado al diario…”

Para quien se pregunte por qué nuestro periodismo está como está, Vallejo le da la respuesta: porque desde que el mundo es mundo, en Guatemala los dueños de los diarios los usan de tribuna para arremeter en contra de sus enemigos personales y de la noticia, de la objetividad y del respeto al lector nada, que se lo traguen entero, que sin clasificados y sin deportes no camina el país.

Y todo este palabrerío desmesurado, que me sale a borbotones cada vez que releo a Vallejo, para contar que en Guatemala, en esa Guatemala sepia de los años veintes, de 1922 para ser exactos nació el inmortal Porfirio Barba Jacob, ese poeta inmenso al que lo obligan a leer a uno en cuarto bachillerato. Sucede que a raíz de ese levantamiento liderado por Lorenzana, la policía guatemalteca realiza unas pesquisas y determina que un tal Alejandro Arenales era cómplice del rebelde, y sin andar preguntando quien es quien, algún policía que quería pasarse de listo arresta a Ricardo Arenales, el poeta colombiano, jefe de redacción de El Imparcial. Alejandro Arenales era en cambio, un abogado guatemalteco que por ese entonces dirigía otro periódico, el Diario Nuevo. La receta a aplicarle a Arenales era la misma con que le curaron la rebeldía a Lorenzana: el fusilamiento y por poco se “soplan” al poeta los muchachos. Como ve usted, querido lector, ni los diarios nacionales, ni la policía ha cambiado mucho en estos casi cien años que han transcurrido desde que el poeta anduviera por estos rumbos. Arenales logra demostrarle a la policía que él es Ricardo Arenales y no Alejandro Arenales y se salva por los pelos. De esta traumática experiencia va a surgir entonces reconvertido en Porfirio Barba Jacob. Gracias a las cóleras de don Chema Orellana. La despedida, como no podía ser de otra forma, fue dramática: “Entonces Barba Jacob le leyó una sentida elegía a Ricardo Arenales en la que pintaba su cadáver con las manos atadas por un cordel, tendido sobre un túmulo bajo la luz oscilante de los cirios…”

Ya resucitado con el sonoro nombre con el que irá a ser recordado por la posteridad, nos sale al encuentro otra anécdota interesante, que transcribo para ustedes, amables lectores, por si logro que se interesen por el libro y lo saquen de alguna biblioteca o lo devuelven a la vida de algún depósito polvoriento y lleno de smog pegajoso de las librerías de nuestro Centro Histórico.

poeta6

Espectacular fotografía del presidente José María Orellana (señalado con el número 1), supervisando en 1923 los avances de la construcción de la carretera La Antigua-Escuintla. (Fuente: Prensa Libre).

“…Rodeado de un grupo de estudiantes universitarios Barba Jacob los invita a que lo insulten ofreciéndoles un premio al que mejor lo haga. Como no logran complacerlo a satisfacción los convida a una correría por la ciudad. Entran a una fonda de los arrabales, se sientan a una mesa, y a la matrona gorda y mal encarada que los atiende Barba Jacob le pide de beber. A la tercera copa le dice: ‘Traiga más licor, pero no en estos sucios vasos que nunca ha limpiado’. Y cuando ella trae lo pedido le pregunta: ‘¿Secó estos vasos con sus cochinas enaguas?’ La matrona estalla en una explosión de insultos y le pide al poeta que le pague y se marche. Barba Jacob le dice que no tiene dinero, que por favor le apunte las bebidas a su cuenta. Los insultos de la matrona llegan entonces a lo heroico. Sale ella y regresa con un policía. Frente a un caballero tan bien vestido como el poeta el policía empieza por sentir respeto, y el respeto va en aumento por lo que ve y lo que oye: ‘¿Cuánto le debo, honorable señora?’, le pregunta beatíficamente Barba Jacob a la matrona. ‘Dieciséis pesos’. Barba Jacob le paga con un billete de a cien. ‘¡Oh! –exclama ella asombrada-. No tengo vuelto’. ‘Guárdeselo –responde Barba Jacob-. Los dieciséis pesos son por los tragos, y el resto en pago de los insultos’. ‘¿Lo insultó esta pícara vieja? –le pregunta al poeta el policía-. Si quiere me la llevo presa’. ‘No –le detiene Barba Jacob-: le estoy muy agradecido. En cuanto a usted, tome por la buena intención’, y le da una generosa propina.”

 

En fin, cosas de bohemios. Pero para ya ir cerrando este escrito que se me fue de las manos, regresemos a lo que nos ocupa. A los meses de trabajar para el histórico diario guatemalteco, Barba Jacob renuncia, y decide regresar a Colombia. Pero como es un borracho empedernido, como corresponde a todo poeta talentoso, se parrandea el dinero para el pasaje y se queda varado en Puerto Barrios. Allí, para ganarse el pan “…cargó racimos de banano como bracero para los buques de la United Fruit Company…”. De ese hoyo de desesperación que tan bien describió Miguel Ángel Asturias en las páginas de El Papa Verde y recientemente otro escritor chapín, David Unger en El precio de la fuga, lo saca un colega, un periodista hondureño que lo contrata para su periódico en Tegucigalpa y le anticipa mil dólares. Craso error. Barba Jacob se parrandea el dinero con sus colegas braceros y a bordo de un barco de la frutera llega al fin a Honduras, me imagino que de polizón. A Tela. Después aparece en el infierno que es San Pedro Sula, y aparece otra vez en el Caribe, en La Ceiba, de donde regresa a Guatemala a Puerto Barrios y de allí a Quetzaltenango, “buscando un mejor clima”. Total que a Tegucigalpa no llega.

 

-VI-

El tercer viaje a Guatemala

 

La verdad es que geográficamente nunca abandonó Guatemala. Caprichos de políticos tropicales ese de andar partiendo en minúsculos pedacitos una región que históricamente había sido una sola. Para darle trabajo de guardias de fronteras a sus compinches, digo yo. La cosa es que tenemos ahora al poeta, transformado en Porfirio Barba Jacob en esta ocasión, en la fría ciudad de Quetzaltenango, en donde se hace amigo de Carlos Mérida, y este brillante artista le cuenta una anécdota a Vallejo, imagino que en ciudad de México. Cuenta que una señora chiva apesadumbrada por la marcha del poeta le pregunta a Barba Jacob qué era lo que más le había gustado de la ciudad, y el poeta, siempre sincero y ácido le espeta: “Ese caminito de salida para irme a la chingada.”

Y la chingada era ciudad de Guatemala. Otra vez. Pero ahora llega con la cabeza llena de pájaros, con la ilusión de fundar una revista de “altas letras”. Es la revista en la que trabajó mi tío abuelo Manuel, como secretario, desde cuyo escritorio atestiguó el tema de la marihuana. Vallejo describe así el proyecto:

“La gran revista ‘de altas letras’ iba a ser un semanario gráfico y a salir los sábados. Iba a tener entre cuarenta y ocho y cincuenta y seis páginas con ilustraciones en blanco y negro y a todo color de los más talentosos pintores y caricaturistas de Hispanoamérica y la madre patria, y colaboraciones de los máximos literatos de tierra firme y de allende el mar. Se iba a llamar Ideas y Noticias, y a competir, a rivalizar, con nada más y nada menos que con la Revista de Revistas de México, y El Universal Ilustrado…”

Puro papel mojado, porque durante un año y tres meses se dedica a promocionar la revista, imagino que a vender suscripciones también, tiempo durante el cual el poeta llegó a acumular deudas por seis mil quetzales, pero de la que nunca se imprimió siquiera una portada. Según su biógrafo: “Agotada su capacidad de crédito y endeudamiento se hizo expulsar de Guatemala.” Durante ese tiempo estuvo dando sablazos por todas partes: “…vendió anuncios por varios meses y subscripciones por varios más (a cuarenta pesos la serie de cuatro números), todo cobrado por anticipado, pero como lo expulsaron, ¡cómo podía pagar!”

Su camino de salida lo fue labrando con paciencia. Con premeditación. En el año 1924 pronuncia dos conferencias que lo ponen bajo la lupa. Una, en el barrio Lavarreda, las puras goteras de la ciudad, en donde insta a los obreros a la superación, a labrarse un futuro. La segunda, en el Teatro Venecia, “en la Calle Real del Guarda Viejo”, en donde pronuncia una extraña conferencia titulada “No matarás”, entresacada de uno de los viejos editoriales que en Churubusco lo obligaron a salir huyendo de México. Al parecer ambas intervenciones alteraron la tranquilidad de la somnolienta ciudad de Guatemala, llegando a inquietar a la policía. La tercera fue una conferencia pronunciada el 15 de agosto de 1924, en que supuestamente habría de hablar sobre la necesidad de la reforma monetaria, de la conveniencia de abandonar el peso y abrazar la nueva moneda, el Quetzal. Así de lejos estamos de esos tiempos. Yo me pregunto ¿Qué rayos tenía que estar hablando de reforma monetaria un poeta?, pero se me olvida que en Guatemala lo que abundan son los todólogos, esos seres sobrenaturales, regularmente venidos del extranjero o estudiados en el extranjero en donde reciben tal baño de conocimientos que pueden regresar a opinar sobre todo. Bueno, la cosa es que empieza hablando de las monedas, pasa elogiando al general Rafael Carrera y termina insultando a Justo Rufino Barrios, al que califica de “matarife y ladrón”, cosa que sabemos era don Justo en toda su magnitud, pero que Chema Orellana no estaba en condiciones de aceptar, siendo él mismo, un heredero de la revolución liberal.

Doña Teresa le contó a Vallejo que Barba Jacob le contó a su papá sus intenciones días antes, y que preocupado siempre por estar de buenas con el poder, don Rafael le advirtió que si decía eso sobre el todosanto de Barrios, lo iban a parar expulsando. La respuesta del poeta es de antología: “Es precisamente lo que quiero (…) ¿No ve que estoy preso en el fondo de este pozo de paredes lisas, de este agujero que se llama Guatemala donde nadie puede ganarse la vida de ninguna de las tres únicas maneras decentes: haciendo periodismo, política o estafando?”

Previsiblemente, leído su discurso, consumada la hazaña, en la noche misma del evento llega la policía a la pensión en que malvivía el poeta. Llevan una orden de captura y expulsión, firmada por el presidente de la república, general José María Orellana y por el Ministro de la Guerra, general Jorge Ubico, haciendo sus pinitos de dictador. Una tropa lo lleva al Puerto de San José, y allí lo montan en un vaporcito que lo deposita en El Salvador. Así terminó el tercer paso de Barba Jacob por Guatemala, dejando todo hecho un desastre, con cuentas por cobrar pendiendo sobre los amigos crédulos que le sirvieron de garantes. Después se supo que andaba por las fincas de banano de la costa atlántica de honduras, fingiéndose sacerdote, predicando los diez mandamientos en esas tierras de infierno, olvidadas de Dios y viviendo de las limosnas de los trabajadores de la frutera…

Poniendo distancia, luego de esta larga y entusiasmada reseña, sólo me queda decir que la lectura de El Mensajero vale la pena no sólo porque rescata la vida, aventuras y desventuras de un personaje fascinante como lo fue el poeta colombiano, sino porque a base de empeño, Vallejo nos logra reconstruir toda una época de las letras en lengua española, época en que la gente llenaba las salas de los teatros para escuchar a los poetas declamar sus versos, y que fue desapareciendo a base de guerras mundiales y analfabetismo funcional. Es también, sin quererlo, una especie de guía para afrontar la titánica tarea de escribir una biografía. En el camino nos va dando los secretos del oficio, para lograr que alguien nos diga lo que tanto tiempo ha callado, los chanchullos para evitar los laberintos de la burocracia, las fuentes secretas. Como virtud adicional, el libro refleja tanto los brillos de una época, (esas primeras décadas del siglo XX que tanto prometía para el continente), como sus sótanos, sus bambalinas, sus rostros demacrados y los vicios que inspiraron los más hermosos poemas de las letras hispanoamericanas, que el escritor colombiano no tiene empacho alguno en mostrar.


El poeta incómodo. I parte.

Reseña de una biografía inclasificable de Porfirio Barba Jacob

Rodrigo Fernández Ordóñez

 “…porque si los fantasmas ya no tienen recuerdos, ¿de dónde van a sacar rencores?  El rencor no se alimenta del olvido”.

Fernando Vallejo

 

En la actualidad, en el mundo de la literatura está sucediendo un fenómeno: cada vez es más difícil clasificar las obras que se publican. Así, una novela cada vez es más un cúmulo de géneros literarios que una novela en sentido estricto. Cada vez más autores como Vila Matas, Orhan Pamuk o Paul Auster, por dar sólo unos nombres de escritores vigentes, juegan con la idea de que una novela puede ser un texto total, en el que concurran la novela, la poesía y las memorias por ejemplo. En este sentido, igual de inclasificable es el libro al que en esta ocasión le dedicamos la cápsula de historia: se trata de “El Mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob”, del colombiano Fernando Vallejo, y  que en sentido estricto no es una biografía, sino una biografía-ensayo crítico- libro de viajes- memorias, en el al cerrarlo, (luego de devorarlo, por el ágil ritmo narrativo que le imprime Vallejo), sentimos que conocemos tanto de Barba Jacob, como de Fernando Vallejo. Barba Jacob, quien en su oficio que poético apenas dejó huella en el país, dejó una profunda marca en un grupo intelectual a su paso por ésta república decorativa que era la Guatemala de los años treinta, inspirando a uno de los personajes más enigmáticos y fundacionales de nuestra literatura: el señor de Aretal, el hombre que parecía un caballo…

Retrato del controversial poeta colombiano, que a su paso por Guatemala utilizó el pseudónimo de Ricardo Arenales y luego el de Porfirio Barba Jacob.

Retrato del controversial poeta colombiano, que a su paso por Guatemala utilizó el pseudónimo de Ricardo Arenales y luego el de Porfirio Barba Jacob.

Miguel Ángel Osorio Benitez, nació en Santa Rosa de Osos, Antioquia, Colombia, el 29 de julio de 1883, y estuvo de paso, entre tantos andurriales, por Guatemala en tres ocasiones. La primera y la segunda ocasión utilizando el pseudónimo de Ricardo Arenales, y la tercera como Porfirio Barba Jacob. Una de las dificultades para leer el libro de Vallejo es que el poeta colombiano utilizó varios nombres y de su identificación con cualquiera de ellos depende el año y el país en el que se encuentre.

 

 -I-

Unas necesarias palabras previas

 Antes de empezar esta reseña, tengo el deber de informarle al lector que el propio poeta Porfirio Barba Jacob era un personaje inclasificable, como ésta su biografía. Por lo tanto, los pasos de su biógrafo, maniático por el detalle, no abandona los aspectos más sórdidos de su personalidad, como lo fue su afición desmedida por la marihuana (ahora nos da risa) y el alcohol. Aunque innecesario, conviene recordar a cualquiera que se asome a estas líneas que el poeta colombiano vivió en la Latinoamérica de la primera mitad del siglo XX, con todo lo bueno y lo malo que su tiempo pudo tener, y en consecuencia no debería de sorprendernos que a cada ciertas páginas su biógrafo, para continuar alimentando la leyenda maldita del sujeto de su maravilloso libro, nos repita que Barba Jacob, “que era homosexual y marihuano”[1], y apenas cuatro líneas después se mande esta frase, a propósito de René Avilés, uno de los amigos del poeta, que al conocerlo, “ingresó aterrado al círculo de degenerados que rodeaba al poeta: borrachos, homosexuales, marihuanos”, como si su literatura fuera un asunto menor frente a la obra de su propia vida. “…Se tomaba (…) un litro de coñac y se fumaba dieciséis cigarros de marihuana como si nada…”, le afirma uno de los viejos amigos del poeta a Vallejo. Y Vallejo le cree. Es el problema del biógrafo. Se llega a admirar o a odiar tanto la figura de su interés, que el sujeto mismo se va desdibujando en su importancia relativa (la poesía en el caso de Barba Jacob) y cobrando desmedida primacía la mera existencia del individuo.

Para confirmar el rasgo más característico y más repetido por Vallejo del poeta, (su afición a la marihuana), tengo la fortuna de rescatar del olvido una anécdota, que corría el peligro de morir en los recovecos del increíble cerebro de Ramiro Ordóñez. Él me contó en una ocasión, no hace mucho y a propósito precisamente de este libro, que le contó su tío Manuel Jonama, que él trabajó para don Porfirio Barba Jacob durante su tercera estadía en el país, como secretario de una revista literaria que el poeta había fundado supuestamente con otros intelectuales guatemaltecos, entre los que destaca Rafael Arévalo Martínez. Digo que supuestamente habían fundado, porque en realidad la etérea revista nunca se concretó en un ejemplar de papel y tinta, como veremos adelante. Al parecer, el dinero de las suscripciones se lo parrandeaban y se lo bebían el poeta y sus secuaces. Pues es el caso que le contó el difunto Manuel, que la marihuana se las llevaban a estos insignes creadores, de los semilleros, nada más y nada menos, ¡que del Jardín Botánico!, pero a estas alturas se me hace imposible determinar si se refería a ese increíblemente verde y hermoso remanso de tranquilidad fundado en el remotísimo año de 1922 al inicio (o al final, según se mire) de la avenida de la Reforma, zona 10 de nuestra dinámica capital o al hermoso jardín del Guarda Viejo, que rodeaba a la estación del Ferrocarril en lo que es ahora ese pozo de fealdad de la zona 8, al que algunos también se referían como el Jardín Botánico. Pero lo importante era rescatar del olvido la anécdota, lo demás diría un cantante brasileño, “son detalles”.

 

-II-

Del particular método

 “A lo que te truje, Chencha”, solía decirme una malhumorada viejecita que atendía en un comedor en los bajos de un edificio cerca de la torre de Tribunales, en donde trabajé mientras cursaba mis estudios de derecho. Lo decía para apurarme, para que dejara de hablar con mi colega y amigo Rodrigo Arias y nos apresuráramos a ordenar, para no hacerla perder más tiempo, pues siempre andaba apurada. Y aunque el tono del libro de Vallejo me ha abierto el ánimo para estas confidencias, no quiero hacer perder más tiempo al lector y entramos de lleno al libro que nos ocupa. Por las digresiones anteriores, les pido disculpas.

El libro tiene una historia añeja. Las primeras indagaciones sobre el poeta colombiano las inicia Vallejo en la ciudad de México en 1974. Entrevista a varias personas por aquí y otras por allá, y lo deja. Viene a Guatemala en el aciago año de 1976. Luego, lo olvida para retomarlo en 1988. Sus indagaciones las reinicia en La Habana, investigando sobre la faceta de periodista del poeta, que escribiendo para Últimas Noticias de México se había convertido en “virulento y aun malintencionado pero bien pagado”, y en la capital cubana se encuentra con uno de los amigos del poeta que aún vive, José Zacarías Tallet, con noventa años, y se suelta el autor una parrafada maravillosa, cuyo tono es la impronta de toda la biografía, con todo y sus giros ácidos. Como no importa más que su tono desfachatado no hace falta contextualizar la cita, nada más que gozársela en su contundencia:

“…en el lugar donde estuvo el famoso café del mismo nombre, el café El Mundo, centro de reunión de intelectuales y bohemios, cuando aquí había intelectuales y bohemios. Y periodismo. Y Cuba tenía el periódico más antiguo de la América Española, el Diario de la Marina, y diez o más periódicos, y revistas literarias como El Fígaro que duró cuarentipico de años, y no estábamos circunscritos los cubanos, como hoy, como ahora, al pasquín del Granma: cuatro hojas de panfleto que no llegan ni a periodiquillo de secundaria. En fin…”

Este es Vallejo, aún en crudo. Pues el tono ácido y criticón lo va a llevar a la perfección en otra biografía, posterior a la de Barba Jacob, pero también de un poeta, también colombiano: la de José Asunción Silva, otro maravilloso libro al que nos referiremos tal vez, en alguna otra ocasión. Y sólo con el objeto de subrayar el carácter inclasificable de este libro, (que vale la pena leerlo, pensarlo y releerlo), les copio, a riesgo de aburrirlos, esta frase:

“…¡Con que esto es la revolución, nivelar por la miseria! Apuntalar los edificios que les dejó el capitalismo con estacas hasta que se caigan de viejos, porque la revolución es incapaz de construir nada nuevo. Y a seguirse limpiando el hocico revolucionario con las servilletas raídas de los restaurantes y hoteles de Batista, mezcladas las de unos con las de los otros, todas patrimonio nacional. Es que la revolución apenas lleva quince años, veinte años, treinta años, y treinta años no son nada compañeros porque como dice una valla inmensa a la salida del aeropuerto habanero: ‘La Revolución es eterna’.”

Vallejo no se muerde la lengua. Y toda esta queja, explosión de mal humor ante la miseria de la Cuba castrista, sólo para prepararse a subir al apartamento de Tallet, “ruinoso y triste como toda la isla”. Lo bueno de Vallejo es que no deja títere con cabeza. La misma crítica inmisericorde pasa por México, por Colombia, y por supuesto, por Guatemala, como iremos dejando constancia en esta reseña, para que no me acusen de gusano contrarrevolucionario. Transcribo otra de sus salidas: “…le escribe a Arévalo, al puritano Arévalo en Guatemala, en carta desde La Ceiba de Honduras, ‘La Ceiba de Atlántida’ como pomposamente llama a ese pueblito mierda de la Costa Norte hondureña adonde ha llegado huyendo de la nieve de Nueva York…”

La biografía del poeta se alimenta dolorosamente de los años. Tallet, por ejemplo, es un nonagenario que se acuerda apenas de su vida, y acuden a su mente los recuerdos como por ráfagas de viento, y se escurren entre las neuronas. Otro amigo de Barba Jacob, Alfonso Camín, lo conoce Vallejo en España, “…Escueto, casi incorpóreo, de unos cien años y una palidez espectral, como un fantasma lejano ni oía ni veía…”, y así es la propia vida del poeta, una figura tenue, que se diluye, como dice el hermoso verso de Borges, como el reflejo del agua en el agua. De este anciano, al que conoce en un teatro de Madrid y al que le habla a gritos, pero que no le escucha porque su mente está en blanco, y al fin, como su investigación se convierte en una carrera con la muerte, nos informa: “Algo después murió Alfonso Camín sin que pudiera volver a verlo, sin que le preguntara por Barba Jacob. Pero de lo que hubiera podido contarme de Barba Jacob no me privó su mujer ni me privó su muerte: me privó su olvido…” o este otro pasaje, que por tétrico, casi provoca risa:

“Son las diez de la noche cuando reviso las dedicatorias y encuentro ambos nombres en el directorio telefónico. Decido posponer para el día siguiente mis llamadas, y llamo en la mañana. Primero al licenciado Rueda Magro y me contesta un dependiente, de su despacho: ‘El licenciado –me dice- falleció anoche’. Cuelgo y marco el otro número, el del licenciado Romero Ortega, y contesta, llorando, una mujer: ‘Soy su hermana –me dice entre sollozos-. ¿Para qué lo quiere?’ Le explico lo de siempre, que estoy escribiendo la biografía del poeta Porfirio Barba Jacob, de quien acaso el licenciado hubiera sido amigo. ‘Mi hermano –me dice- acaba de fallecer. Estamos llamando a la funeraria.’”

Este es el drama del biógrafo. Y me permito hablar nuevamente de mí. Algo parecido me pasó cuando me metí a investigar sobre la vida de Enrique Gómez Carrillo, ¡fallecido en 1927!, imagínese usted, ya no se trató de carrera contra la muerte, ya todos sus amigos y testigos estaban muertos, sino fue más bien una guerra contra las recicladoras de papel. Me pasé quince años rescatando libros viejos y nuevos del olvido, y allí, del polvo y la polilla, recobrar al hombre, pero bueno, esa es otra historia…

Al fin que éste es el método utilizado por Vallejo. Nos va desgranando los recuerdos de sus investigaciones, de sus viajes tras la sombra del poeta, y a través de ellos, nos relata los de Barba Jacob. De esta forma logra un ritmo intenso, como de persecución, sobre todo cuando se trata de hablar con alguien que está cerca de la muerte. Así, a base de estos recuerdos y las digresiones magistrales con que se va por la tangente, convierte su libro en una obsesión, de cuyas páginas no puede uno arrancarse salvo por el cansancio de la vista.

 

-III-

El poeta, Guatemala y los guatemaltecos

Como el libro es extenso (425 páginas en la edición que tengo en mis manos), y por él se pasean cientos de personas y sus recuerdos, que giran y sitian a la inabarcable personalidad del poeta colombiano, tenemos que, con pesar, concentrarnos en lo más relevante para nuestra historia patria: la relación de este singular creador con nuestra república. Esto nos permitirá además, asomarnos al tiempo perdido e increíblemente remoto de una generación latinoamericana de escritores y poetas que compartían sueños y escritos en las ciudades del continente e incluso del otro lado del océano, décadas que nos parecen siglos antes de que alguien empezara a hablar de globalización.

Porfirio Barba Jacob según el genial caricaturista salvadoreño Toño Salazar, haciendo obvia referencia a su aspecto equino, inspirador de “El hombre que parecía un caballo”.

Porfirio Barba Jacob según el genial caricaturista salvadoreño Toño Salazar, haciendo obvia referencia a su aspecto equino, inspirador de “El hombre que parecía un caballo”.

Así, a medida que vamos avanzando en la lectura, y no siempre en orden cronológico, (porque el hilo conductor son los viajes de Vallejo y no la línea de existencia del poeta), tenemos a Ricardo Porfirio Barba Jacob instalado en La Habana, en el mes de mayo de 1930. Allí, en esa hermosa ciudad que todavía no respiraba la nostalgia por el tiempo perdido como hoy, sino que vivía a plenitud la vida de los casinos y los bailes, conoce a Luis Cardoza y Aragón, que estaba allí de paso para Europa. En el hotel Bristol, la revista 1930 le ofrece una cena de despedida a tres artistas que abandonan Cuba: Cardoza y Aragón, Federico García Lorca y Adolfo Salazar. Vallejo nos deja los recuerdos del guatemalteco:

“Federico, como siempre, centralizó la conversación. Nos hizo reír y nos encantó con su donaire y su talento. Barba Jacob callaba, seguro de que su silencio tenía más valor en aquella conversación. De vez en cuando, con su voz más lenta y ceremoniosa, después de sorber profundamente su cigarrillo nunca apagado, abandonaba palabras cáusticas, cínicas o amargas.”

 Según relata Vallejo, estos recuerdos los contó Cardoza en 1940, desde las páginas de Cuadernos Americanos, y nos suenan a palabras acartonadas, como todo lo que escribió Cardoza, salvo Fez, ciudad santa de los árabes, y este otro párrafo, muy posterior, de 1979, cuando ya todos menos él, estaban bien muertitos, y que publicó en el diario mexicano Uno más uno, en el que brilla, la espontaneidad a que fuera tan poco afecto nuestro compatriota:

“…Cuando él, García Lorca y Barba Jacob salieron del despacho de Marinello se fueron a una cervecería. El calor era intenso y Cardoza y Aragón llevaba un parche en el ojo porque al despertar se había puesto una gota de yodo en vez de colirio y le lastimaba la luz habanera. De pie, en el mostrador, pidieron tres grandes vasos de cerveza. Un mocetón gallego les atendió: de camisa de manga corta abierta, descubriendo el pecho piloso. Cuando su brazo desnudo se puso al alcance de Barba Jacob al servirle, éste, sin poderse contener, lo mordió. El mocetón apenas si se apoyó en el mostrador y se lanzó hacia ellos. Y en tanto Cardoza y Aragón le decía: ‘Me los llevo en el acto, me los llevo’ y trataba de contenerlo, el mocetón les gritaba enfurecido: ‘¡Fuera de aquí partida de maricones!’…”

Hace ya bastante tiempo, la editorial Cultura, de nuestro denostado Ministerio de Cultura y Deportes, que ya ni sé para qué existe, publicó una serie de varios libros de autores guatemaltecos en una muy bien cuidada edición. Los tomos 1, 2, 5 y 7 si mi memoria no me falla, resultaron los más interesantes. El 1 y 2 eran Las noches en el Palacio de la Nunciatura y La oficina de Paz de Orolandia, de Rafael Arévalo Martínez, el 5 Cuentos de Joyabaj de Francisco Méndez y el 7 La vida rota, de José María López Valdizón. Pues bien, los de Arévalo son los que nos interesan aquí, pues son una rareza, ya que El hombre que parecía un caballo se tragó todo lo que el pobre don Rafael escribió. Al menos en ficción, porque de su magnífico ¡Ecce Pericles! nos acordamos unos pocos que todavía lo consultamos asiduamente.

Rafael Arévalo Martínez, quien quedó tan impresionado con la personalidad del poeta Ricardo Arenales que le dedicó dos de sus obras, El hombre que parecía un caballo y Noches de paz en el Palacio de la Nunciatura.

Rafael Arévalo Martínez, quien quedó tan impresionado con la personalidad del poeta Ricardo Arenales que le dedicó dos de sus obras, El hombre que parecía un caballo y Noches de paz en el Palacio de la Nunciatura.

A pesar de las ideas que el título pueda suscitar, de lo que menos trata el libro es de noches pacíficas. Sucede que como ha venido siendo todo en esta reseña, una novela inclasificable, extraña, cargada de misterio, que don Rafael escribió seguramente a partir de las anécdotas que le contara su admirado amigo Ricardo Arenales, sobre ciertos extraños sucesos vividos en la ciudad de México, o a partir de las crónicas que el poeta publicara en 1920 en el diario El Demócrata. Al respecto, nos cuenta Vallejo:

“El ‘Palacio de la Nunciatura’ no era tal: era una casona de cuatro pisos en la quinta calle de Bucareli que pertenecía a María Ramirez, hija de un ministro del derrocado emperador de México Maximiliano de Habsburgo; la habían acondicionado para alojar al Nuncio apostólico, pero el Nuncio nunca llegó, invitado a no llegar por el gobierno anticlerical de Carranza, y la casa entonces fue rentada a varios inquilinos, entre ellos Arenales, quien la bautizó con ese pomposo nombre y ocupó los aposentos del último piso, los que iban a ser los del Nuncio: un vasto salón de altos techos, claro y sobrio, con dos balcones que daban a Bucareli, una antesala y un baño…”

El libro relata unos supuestos sucesos sobrenaturales que empiezan a suceder a partir de la llegada al lugar de un amigo de Arenales, el poeta salvadoreño Juan Cotto y de los que fueron testigos otros amigos, como el caricaturista Toño Salazar, el poeta Leopoldo de la Rosa y el escritor Arqueles Vela. Objetos voladores, espejos que se hacen añicos, ropas que vuelan en trombas, figuras que brillan en el centro de la estancia y una lluvia “caliente y salobre”, se reduce a un comentario despectivo de Arqueles Vela, testigo de los sucesos, muchos, muchos años después:

“…los extraordinarios sucesos del Palacio de la Nunciatura no fueron más que burdas orgías de homosexualismo y marihuana, en que los asistentes se orinaban y lanzaban los orines al techo, entre carcajadas estentóreas. Eso era todo: patrañas y falacias que continuaron hasta el día en que los echaron del edificio.”

Del “palacio”, lo expulsa un militar, huésped que con revólver en mano los hace refugiarse en el Hotel Nacional. Al menos a Salazar y a Arelanes, de Cotto no se supo nada más y los sucesos sobrenaturales según el poeta, se interrumpieron, misteriosamente.

Portada del libro de Arévalo Martínez en la que de adolescente descubrí los misteriosos hechos que vivió Ricardo Arenales y que recogió y relató con su particular estilo el escritor guatemalteco.

Portada del libro de Arévalo Martínez en la que de adolescente descubrí los misteriosos hechos que vivió Ricardo Arenales y que recogió y relató con su particular estilo el escritor guatemalteco.

 

-IV-

El primer viaje a Guatemala

 En el maremágnum de datos que nos suelta Vallejo en este voluminoso libro, encontramos una referencia que nos interesa rescatar para la historia de Guatemala, correspondiente a su primer viaje a Guatemala, por si alguien quisiera seguirle el hilo, investigando más: “Antecitos de que llegaran traspasó la empresa y se esfumó. Se esfumó en compañía de Carlos Wyld Ospina, su más asiduo colaborador en Churubusco, un jovencito guatemalteco con sangre colombiana que había conocido en El Independiente.”

¿Pero qué diablos hacía Carlos Wyld Ospina, ese otro gigante de mis lecturas adolescentes en la vorágine revolucionaria que asolaba México? ¿Qué escribió en el Churubusco, antes de sus recordadas obras La Gringa, La tierra de las Nahuyacas y su ensayo, leído y vuelto a leer por mí en tantos años, de El Autócrata? Apenas eso, unas frases para ubicarlo en el México convulsionado, escribiendo codo a codo con Porfirio Barba Jacob.

En el recuento de su primera estadía en Guatemala, encontramos también la frase de oro, la que nos confirma que mi tío abuelo Manuel no contaba mentiras con el asunto de la marihuana y del Jardín Botánico, para la tranquilidad de mi familia: “Lo que en realidad se llevó de México (…) fueron unas semillas de marihuana que sembró en el Jardín Botánico del vecino país, que germinaron, se convirtieron en plantas y dieron nuevas semillas que él solía dispersar, durante sus paseos y caminatas por las carreteras de Guatemala, en los campos de las orillas.”

Reinaba todavía a la llegada del poeta, interminablemente, Manuel Estrada Cabrera. En esta primera ocasión, Ricardo Arenales venía huyendo de la violencia de la revolución, que se lo quería tragar a él también por los artículos que publicaba en un diario que él dirigía, llamado Churubusco, desde cuyas páginas se burlaba de Carranza, Villa, Zapata y Obregón. El caso es que Wyld Ospina, (su colega en las batallas de palabras que también acompañaba a los balazos en la revolución mexicana), a su llegada, le organiza una velada poética en el desaparecido Teatro Colón, en donde declama versos, y le presenta a la camarilla intelectual de esa época.[2] Allí conoce a Rafael Arévalo Martínez, quien se convierte en visita asidua del Hotel España, en donde se hospeda el poeta. De esa amistad relata Vallejo:

“…Se presentaba a tempranas horas de la mañana, y allí seguía a medio día cuando acompañaba a comer a Arenales, y al caer de la tarde, cuando se disponía a marcharse. Entonces Arenales decía, a la puerta del hotel: ‘Corro por mi sombrero. Iremos hablando hasta su casa’. Caminando paso a paso sin detener la charla llegaban a la casa de Arévalo, y en la acera seguían conversando. ‘Tengo que irme a comer’, decía al fin Arenales, y regresaba a su hotel, pero acompañado del otro. ¿De qué hablaba Arenales? De literatura, de poesía, de sus proyectos. De su ‘Filosofía de lujo’ en que por entonces se empeñaba y que no llegó a escribir nunca…”

Arévalo Martínez, que tan bien cae a Arenales, no le es simpático en cambio a Vallejo. Rafael Arévalo Martínez, que tiene que dar gracias en el lugar en que se encuentre, de no poder leer la inmisericorde descripción que hace de él este irascible de Fernando Vallejo: “…Rafael Arévalo Martínez, mal poeta, mal cuentista, mal novelista, buen hombre…” y luego un zarpazo, que está tan bien escrito que vale la pena trasladarles, a pesar que lance barro a mi querido don Rafael:

“…A él le debe el momento fulgurante de su mediocre existencia: cuando escribió, como si se lo dictaran desde el cielo, ‘El Hombre que parecía un caballo’, una joya de la literatura americana, y este prosista insignificante, este poeta insulso con olor a jabón cuya obra cumbre hasta entonces había sido el soneto ‘Ropa limpia’, de la medianía literaria que era y que volvería a ser, se convirtió en lo que siempre quiso, un gran escritor, aunque sólo fuera por el breve y único instante de este relato…”

Injusto y totalitario, así es el biógrafo Vallejo, ¿pero qué se puede esperar de quien habla de doña Teresa, la hija de don Rafael, que lo atiende en ciudad de Guatemala para contarle recuerdos de su padre, como: “Teresita Arévalo es una mujer soltera, y soltera en Guatemala lo cual ya es decir: decir que ha tenido todo el tiempo de este mundo para perder…?

De esta primera estadía en el país, resulta interesante el relato sobre el origen del famoso cuento de don Rafael, inspirado en el poeta Ricardo Arenales. Cuenta Vallejo que Arévalo Martínez, le dio al poeta para que le criticara una novela autobiográfica en manuscrito, titulada Manuel Aldano, y que el colombiano guardó en una gaveta y no volvió a ver. Pasados unos días, Arévalo le pidió el manuscrito, “Arenales reaccionó violentamente y le dijo que no había acabado de leerlo y que si se lo llevaba dejaban de ser amigos en ese instante”, y el guatemalteco se lo llevó. De los días en que no se hablaron, y que el guatemalteco creyó que nunca más habría de volver a hablar con Arenales, nació el cuento, el que escribió en un episodio parecido a la iluminación. Una vez escrito, impactado por la belleza del texto, Arévalo corrió al hotel a leérselo a su amigo, quien lo recompensó con una confesión completa de todos sus vicios.

 

[1] Todas han sido tomadas de edición de Alfaguara, Colombia: 2003.

[2] Este dato nos permite ubicarlo en Guatemala entonces entre 1911 y 1917, pues ya había revolución en México y en Guatemala todavía existía el hermoso teatro, antes de los terremotos que asolaron la ciudad entre diciembre de 1917 y enero de 1918.


¡En sonora carcajada prorrumpid, ja, ja!

Una reseña literario-fotográfica de la centenaria ‘Huelga de todos los Dolores’

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Conmemorando los 40 años de la muerte de nuestro Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, proponemos la reevaluación de una de sus últimas novelas, Viernes de Dolores (1971), un texto magnífico para reflexionar sobre la historia, el humor negro chapín y ciertas tradiciones que pese a la globalización y la poca imaginación imperante, se niegan a desaparecer.

 

Cada año resurge la discusión alrededor del famoso desfile bufo que organiza el Honorable Comité de la Huelga de Dolores de la Universidad de San Carlos. Vandalismo, destrucción de propiedad pública y privada, abusos, vulgaridad innecesaria han empañado esta fiesta de denuncia política que iniciada en 1897 resurge de sus cenizas cada año, para alegrar a quienes le son fieles, “a pesar de los pesares”. El evento, declarado Patrimonio Cultural Intangible de la Nación, ha tenido sus momentos de gloria en las páginas de la literatura guatemalteca, cuando Miguel Ángel Asturias construyó a su alrededor, la trama de su novela Viernes de Dolores. De las páginas de la novela de nuestro Premio Nobel, de la novela que sobre la huelga escribió el doctor Barnoya García y de los estudios académicos de Barnoya García y Catalina Barrios y Barrios, vamos a ir construyendo la siguiente reseña de esta huelga que guste o no, desmesurada en su vulgaridad, sigue celebrándose en las calles del Centro Histórico año con año.

De su valor histórico nos habla el recordado periodista Héctor Gaitán desde las páginas del tomo cuarto de su Calle donde tu vives: “Esta manifestación jocosa al paso de más de ochenta años de tradición, ha servido para que el estudiantado universitario, consciente de la problemática del pueblo haga las denuncias correspondientes, unas en broma y la mayoría en serio. Estas denuncias, han dejado al descubierto la irresponsabilidad histórica de muchos hombres que han pasado por la cosa pública, poniendo de manifiesto su incapacidad para gobernarnos (…) Los huelguistas o sea, los estudiantes universitarios, no han dejado títere con cabeza, realizando sus respectivas denuncias a lo largo del tiempo señalado. Constituye pues, la Huelga de Dolores, un desahogo del pueblo, una forma de celebrar y gritar lo que no se puede hacer libremente por los consabidos resultados…”

Antes de continuar, debo aclarar que no soy egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala, por lo que no tengo ningún vínculo sentimental con la Huelga de Dolores, pero culturalmente hablando, me parece un evento interesante por su espontaneidad, por su desfachatez y por último, por su valiente desafío a la autoridad, en su carácter de denuncia, en un país en donde esto ha sido históricamente, mortal. Adicionalmente existen interesantes fotografías que documentan algunos desfiles, coincidiendo casi exactamente con la época de la novela de Asturias, ambientada en 1924 y esto hay que aprovecharlo, porque leer a Asturias siempre es un buen asunto.

-I-

De la huelga y sus símbolos

 La ChabelaDe la creación de La Chabela, el emblema de la Huelga de Dolores, nos relata José Barnoya en su hermoso libro Los cien años del insecto, que un grupo de estudiantes de medicina se encontraban en los jardines del Asilo Joaquina celebrando el fin de un corto internado en el hospital un día de inicios de 1921, cuando Hernán Martínez Sobral (Pan), tuvo su segundo de inspiración:

 

“-Secáte las lágrimas, Chinche  y empezá a pensar en la próxima huelga- Epaminondas empezó a dar ideas a Pan Martínez. Así fue como se le ocurrió al pintor y estudiante, el cartelón de la Chabela. Sobre una tela empezó a hacer trazos: la mano huesuda en alto; el carpo, el metacarpo y los dedos de la derecha sobre el mero pubis; los fémures, las tibias, el tarso, metatarso y los dedos en movimiento. Solo faltaban las leyendas: -No Nos lo Tientes. Aquí está tu son Chabela.

Así salió del Hospital San Juan de Dios el Viernes de Dolores de 1921, en brazos de la Chinche, el nagual de los huelgueros seguido de un grupo de estudiantes rumbo a la escuela de Derecho…”[1]

Según el mismo escritor, La Chalana, ese alegre himno estudiantil, surgió de la reconciliación de la Escuela de Derecho y de Medicina en 1922, esa fue la primera vez que el desfile abandonó el encierro de las sedes de las facultades de Derecho y Medicina y salió a las calles. Quizá por ser la primera vez, ese año el desfile fue más bien austero. El año anterior, 1921 los estudiantes de Medicina salieron del edificio de su facultad y bajaron hasta la novena avenida, en donde se encontraron con los estudiantes de derecho, “…y se fundieron en un alegre abrazo, mezcla de trago, risas, mocos y lágrimas.” De esa reunión brotó la idea de contar con un himno de combate que en sus palabras reflejara la actitud combativa de los estudiantes, desafiadora e iconoclasta. Se reunieron en un salón de la Facultad de Derecho y Notariado, David “el Gato” Vela, Alfredo “el Bolo” Valle Calvo, José Luis “Chocochique” Balcárcel y Miguel Ángel “Moyas” Asturias.

“…Vela y Valle Calvo dieron la vida a unas estrofas; el coro se debió a Chocochique y una estrofita de los fármacos de la Chinche segunda; y la última estrofa que elaboró íntegra Moyas, aquella que dice: Patria, palabrota añeja/ por los largos explotada/ hoy la patria es una vieja/ que está desacreditada… Ya con la letra en la mano se fueron los estudiantes hasta la casa de Joseph Castañeda –no sólo músico y versátil musicólogo sino que también, autor de astracanadas satíricas…”[2]

La canción de guerra, bautizada La Chalana por Epaminondas Quintana, por chalán (el que trata con caballos y otras bestias), fue publicada en la primera página del periódico estudiantil No Nos Tientes, el 7 de abril de 1922.

De la composición de la música, la investigadora Catalina Barrios y Barrios nos ofrece un relato completo e interesante:

“Más tarde, José Castañeda, sentado en la silla de la barbería (9 calle entre 8 y 9 avenidas), comenzó a leer la letra, pues aceptó por fin, componer la música. Cuando lo estaban rasurando se inspiró. Apresuró al barbero y fue a su casa (11 avenida y 8 calle), ahora Edificio Recinos. Hizo la música y la firmó con el seudónimo de JOSEH. Se comunicó por teléfono con Miguel Ángel Asturias y le dijo ‘ya nació el niño’ (…) Se cantó, por primera vez, informalmente, el jueves anterior al Viernes de Dolores, en la facultad de Medicina, con copias a mano para que la aprendieran…”[3]

 

Pero además del desfile, la desfachatez de los estudiantes, las canciones, las pantomimas y los insultos subidos de tono, la huelga tiene otro sello característico, que es la circulación del periódico No nos tientes, fundado en el año de 1898 en la Facultad de Medicina, idea de los estudiantes Guillermo Salazar, Carlos Martínez, Luis F. Obregón, Luis Gaitán y Francisco Asturias.[4] Según relata el desaparecido periodista Héctor Gaitán en su interesante artículo sobre la huelga, la Facultad de Derecho también publicaba su periódico de forma independiente, llamado Vos dirés, pero que desapareció en beneficio del No nos tientes.

La huelga sin embargo, no siempre fue bien recibida por las autoridades. Por ejemplo, en 1903, relatan tanto Barnoya como Gaitán, los estudiantes de Derecho se encontraban reunidos en el edificio de su facultad, sede actual del MUSAC, leyendo los considerandos de la declaratoria de huelga cuando la policía irrumpió por la fuerza en el edificio. Según algunos autores, el dictador Estrada Cabrera tenía la intención de llegar a la festividad estudiantil, y había enviado a los agentes como una avanzadilla, situación que fue “malinterpretada” por los estudiantes, que creyeron que las fuerzas de seguridad trataban de impedir la celebración y se opusieron con violencia a la ocupación. La policía, al parecer mal instruida de lo que hacían allí, y acostumbrada a sus trabajos de represión, abrió fuego en contra de los estudiantes, resultando muerto Bernardo Lemus. Para controlar la situación fue necesario enviar a las tropas del ejército y por supuesto, el landó presidencial siguió de largo al ver el alboroto que la curiosidad presidencial había causado.

La huelga se suspendió por cuatro años, consecuencia lógica del clima de terror y represión que imperaba en la Guatemala de Estrada Cabrera. Sin embargo, en 1907 volvió a circular el No nos tientes, pese a que las imprentas de la ciudad habían sido ocupadas por la policía. Cuenta Barnoya que los ejemplares se mandaron a imprimir, con gran riesgo, a Honduras. El periódico estudiantil fue repartido clandestinamente a media noche, de casa en casa. Gaitán nos ofrece un fragmento del acto de asombrosa valentía estudiantil:

“…Guatemala, nuestra cara y dulce patria, presa se halla en la garra de un dictador, de un déspota miserable, inmensamente cobarde y ferozmente cruel. ¡Pobre pueblo en toda la extensión de su cielo siempre hermoso, ya no queda sino un vago recuerdo, resplandor de aurora iluminando la catástrofe (…) mazmorras lúgubres aquí; asesinatos públicos allá; latrocinios por todas partes, hombres en formas de culebras arrastrándose por el inmenso lodazal; rameras levantadas a la categoría de vírgenes, bandidos encargados de la seguridad pública y de la honra nacional, palos y chicotes; premiado el vicio con medallas de oro y castigado el bien…”

 

No es de extrañar que fulminada la dictadura luego de los terribles sucesos de la Semana Trágica, la huelga resurgiera con más fuerza, gritando y exigiendo un espacio de libertad. No nos debe extrañar tampoco que sus desfachatadas canciones ya denunciaban en ese breve período de tranquilidad política los ruidos de sables. Las canciones dedicadas a Charlie Sugar (don Carlos Herrera, presidente de la República) alertándolo de un cuartelazo inminente, o la dedicada a Rapadura (general José María Orellana), de estar preparándolo, se cantaron en las calles, desnudando realidades que ya solo eran negadas por pocos incautos. Quizás por las páginas de la novela de Miguel Ángel Asturias, Viernes de dolores, esta segunda época de la huelga se nos antoja la más interesante, acuerpada por la magnífica generación de 1920, Ramón Aceña Durán, Adrián Pitz Anleu, Epaminondas Quintana, Joaquín Barnoya, Miguel Ángel Asturias, Luis Balcárcel y tantos más que han quedado rescatados del olvido gracias a otro libro imprescindible para quien estudie este período de la historia nacional, de Epaminondas Quintana.

 

-II-

Imágenes y palabras

 Estudiantes Huelga de Dolores

 

“…cuando los estudiantes dispusieron que a partir del Viernes de Dolores ya no habría clases, y como no se los concedieron se declararon en ‘huelga’, y para festejarlo asaltaron un tranvía, de esos que iban por la novena avenida a la plaza de toros…

-Fue cuando mataron…

-Sí, la policía mató a un estudiante…”

 Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

Huelga de Dolores“¿Huelga o fiesta?

Las dos cosas. Huelga y fiesta. Huelga, porque a partir del Viernes de Dolores se declaraba la huelga de Semana Santa o suspensión de clases y labores en la universidad, y fiesta porque ese último viernes de Cuaresma celebrábase el carnaval de los estudiantes, carnaval que empezó en un tranvía amarillo, tirado por dos mulas negras, a lo largo de la novena avenida, yendo como quien va para la Plaza de Toros, sin más pasajero que un muerto que se desangraba. Roque Samuel Feler guiaba el tranvía…

Un disparo. Nunca se supo quién lo hizo. Lo cierto es que como la palabra lo dice, el asesino, hace sino, y aquél tranvía adornado como una carroza de carnaval, lleno de muchachos bullangueros que cantaban, gritaban, quemaban triquitraques, se convirtió en coche fúnebre, la fiesta estudiantil en duelo anónimo y Roque Samuel de tranviario en empleado del telégrafo.

¿Quién hizo el disparo?…”

 Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

 

Huelgueros Viernes de Dolores“Las pandillas, perdón, comisiones estudiantiles encargadas de recaudar fondos se movían en la ciudad a velocidad de relámpago. Los designados por el Hache Ce de la Hache Ce (Honorable Comité de la Huelga de Dolores) y los voluntarios. El comercio, todo o casi todo en manos extranjeras, recibía, entre risas y temores, aquellos grupos de muchachos alegres e ingeniosos. Almaceneros, abarroteros, ferreteros, nadie escapaba a la guadaña de los estudiantes de Medicina, a la balanza de los estudiantes de Derecho ni al mortero de los estudiantes de Farmacia. La comisión de pelar al comercio en el centro de la ciudad (pelada a cero con muchas cifras antes), irrumpía en los negocios a la hora de mayor afluencia de compradores, cuando el almacén estaba lleno, para que fuera todo más espectacular. Del bolsillo del propietario o de la caja salían billetes o cheques. El que manejaba la guadaña, máscara de calavera, camisón blanco leche de cal de sepulcro, recibía el óbolo, en nombre de la Muerte, patrona de los estudiantes de Medicina. Luego, ceremoniosamente, lo pasaba al representante de los juristas, máscara y túnica negra, para que lo pesara en la balanza de Themis, y el de la balanza, cuando el peso lo satisfacía, lo entregaba al estudiante de Farmacia vestido de alquimista, el cual lo metía en el mortero y hacía como que lo molía…”

Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

 

Huelga o fiesta Viernes de Dolores“¿Huelga o fiesta? Las dos cosas. Huelga en la Universidad durante la Semana Santa y carnaval de los estudiantes el Viernes de Dolores, carnaval de carnavales, amargo, explosivo, mordaz, blasfematorio (escupir al cielo y abrir negras carcajadas de luto como si fueran paraguas), carnaval de todos los disfraces y todas la audacias, cara al crimen, cara al fanatismo, cara a la barbarie, la palabra convertida en guillotina, el gesto en mueca de indefenso que bromea por no tener otra arma, la risa estudiantil en carcajada de feroz concubino… ¡abajo las togas, los uniformes, las levitas, las sotanas, los ornamentos, los títulos, las condecoraciones! Toda la mecánica del improperio…”

Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

 

Huelga de Dolores, carteles“Jorge con charpa y de gala

Es un émulo de ‘Machaquito’

Y montado en una escoba

Se parece a Napoleón…

¡ay qué bonito!

 

Unos dicen que Jorge es amargo,

Otros dicen que no es más que un largo

Ya los ‘cachos’ lo supieron cuando el cinco

Los fregó con la volada…”

 

Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

 

“Rapadura, rapadura, rapadura

Huelga de Dolores

Las pancartas portan Los Diez Mandamientos de la Ley de Rapa, (dedicadas al presidente José María Orellana), y algunas son legibles a simple vista gracias a la calidad de la fotografía que publicó Gaitán en su libro: “I. Armarse de todas las cosas”, “III. Amordazar a la Prensa”, “IV. Bombear mañana y tarde”, “V. No se oye”, “VI. Que sabroso”, “VII. No me jo…sé María”, “VIII. No dejar colas al salir”, “IX. No desear la guayaba del prójimo”

Presidente contra el voto popular,

Esa ganga codiciada y que chichona

Consiguió tu gran Partido Liberal…

Pues tu cara es el espejo de tu alma,

Siempre sucia te la vamos a mirar,

Con razón que se murmura entre la gente,

Ahora si negra que la vamos a pasar…

 

Mira al Cuco de la Guerra,

Cómo le gusta el terror,

Cuando el puño de su espada

Nunca ha empuñado con honor…

 

Mira a la Resucitada

Por milagro del cuartel,

Que hasta el mismo San Rufino

Sufriría, sufriría, Rapadura,

Contemplando tu pastel…”

 

Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

 

Huelga estudiantil de Dolores“El paseo estudiantil, huelga, carnaval, vivalavirgen, acaba de iniciarse entre bombas voladoras, cohetes, vivas, aplausos, bandas, marimbas, en la Escuela de Medicina, vetusto edificio perdido en la eternidad de sus relojes sin agujas y adornado ese año a la pompeyana con lámparas votivas como sexos de mujeres, hojarasca de ojos humanos, sátiros de flautín y rabito, y falos industriales, quiméricos, de pinacoteca, decoración maestra de los futuros médicos pintores, que desfilaban bajo signos fálicos.

Adelante, los ‘Gonfalones’, grandes falos para tocar el gong, desafío de machos que predican con el ejemplo. Luego, los ‘Chacales’, malditos dienteros. En las bolsas de sus mandiles, gabachas o delantales, el arsenal de extracción de dientes más escalofriante. Punto y seguido, los ‘Chorros’. Corrían entre el público, enharinados, vestidos de payasos, nariz de rábano o remolacha, cejas enarcadas como tildes de eñes, haciendo agujeros o barrancos en las carteras o monederos de los que les daban, diz que para los gastos de la fiesta. Los ‘Chas-Gracias’, especialmente a las asistentas, por haberse molestado en venir a la huelga, lanzándoles serpentinas, puños de confeti y besos con la punta de los dedos…”

Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

 

 

Huelga de Dolores, entierro del ishto

Describe José Barnoya: “…Atrás va un ataúd con la leyenda: Entierro del ishto, que era nada menos que el director de la policía…”, en su columna Cine mudo (Siglo Veintiuno, 25 de abril de 2001) a propósito de la Huelga de Dolores de 1928.

 

“Otro cartelón. Lo traían un grupo de estudiantes disfrazados de perros.  Aullaban… aullaban…

AQUÍ, AL QUE NO ES PERRO,

SINO PATRIOTA,

SOLO LE QUEDA

ENCIERRO

DESTIERRO

O

ENTIERRO

Aullaban… aullaban… aullaban…”

Miguel Ángel Asturias. Viernes de Dolores.

Huelga de Dolores, Usac 

“Y mientras se proclamaba la Huelga de Dolores, entre detonaciones y el vitorear constante de la muchedumbre apiñada frente a la Universidad –se decretaba feriado por los dolores de todas las vírgenes (a las demás, aunque les duela)-, subía al asta principal del Alma Máter, la bandera negra de los piratas con su gran calavera, y al compás de las marimbas de Gabino, los Chávez y don Andresito, se entonaba por primera vez ‘La Chalana’, canción de guerra estudiantil[5]:

 

Mata-sanos practicantes,
del emplasto fabricantes,
güisachines del lugar,
estudiantes:
en sonora carcajada
porrumpid. Ja. Ja.

Sobre los hediondos males
de la patria, arrojad flores
ya que no sois liberales
ni menos conservadores:
malos bichos sin conciencia
que la apresan en sus dientes
y la chupan inclementes
la fuerza de su existencia.

CORO

Mata-sanos practicantes,
del emplasto fabricantes,
güisachines del lugar,
choteadores:
en sonara carcajada
porrumpid. Ja. Ja.
Reíd de los liberales
y de los conservadores.

Nuestro quetzal espantado
por un ideal que no existe
se puso las de hule al prado
más mudo, pelado y triste;
y en su lugar erigieron
cinco extinguidos volcanes,
que un cinco también se hundireron
bajo rudos ya (taganes).

CORO

Mata-sanos practicantes,
del emplasto fabricantes,
güisachines del lugar,
hermanitos:
en sonora carcajada
porrumpid. Ja. Ja.
Reíd de los volcancitos
y del choteado quetzal.

Contemplad los militares
que en la paz carrera hicieron;
vuestros jueces a millares
que la justicia vendieron;
vuestros curas monigotes
que comercian con el credo
y patrioteros con brotes
de farsa, interés y miedo.

CORO

Mata-sanos practicantes,
del emplasto fabricantes,
güisachines del lugar,
malcriadotes:
en sonora carcajada
porrumpid. Ja. Ja.
Reíd de la clerigalla,
reíd de los chafarotes.

Patria, palabrota añeja
por los largos explotada;
hoy la patria es una vieja
que está desacreditada.
No vale ni cuatro reales
en este país de traidores;
la venden los liberales
como los conservadores.

CORO

Mata-sanos practicantes,
del emplasto fabricantes,
güisachines del lugar,
muchachada:
de la patria derrengada
riamos. Ja. Ja.”

¡Hasta siempre Miguel Ángel!

 

[1] Barnoya García, José. Los cien años del Insecto. Editorial Artemis y Edinter. Guatemala: 1996. Página 33.

[2] Barnoya. Op. Cit. Página 37.

[3] Barrios y Barrios, Catalina. La Huelga de Dolores, 100 años y 1 más. Ediciones Lopdel. Guatemala: 1999. Página 23.

[4] Gaitán, Héctor. La Calle donde tú vives. Tomo IV. Litografías Modernas, Guatemala: 1984. Página 86.

[5]Los autores de la letra de la Canción de guerra de los estudiantes fueron Miguel Ángel Asturias (Moyas), Alfredo Valle Calvo (El Negro), David Vela (El Gato) y José Luis Barcárcel (Chocochique). La música es del Maestro José Castañeda .


La muerte está a las puertas. II parte

La epidemia de Cólera Morbus de 1837 en Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

Para los guatemaltecos de la época, el año de 1837 estuvo lleno de malos presagios. El primero y más ominoso, por golpear directamente a los pobladores del Estado, fue la epidemia de cólera que llegó a su capital ese año, y el segundo, más lejano pero no menos atemorizante, fue la erupción del volcán Cosigüina, en el lejano Estado de Nicaragua, cuyas cenizas llegaron transportadas por el viento, a Guatemala. Definitivamente la Iglesia tenía razón: Dios estaba muy molesto con los guatemaltecos.

 

Soldados guatemaltecos en Suchitepéquez, 1875. Fotografía atribuida a Eadward Muybridge. Una tropa parecida habrá conformado la Milicia Civil conformada cuarenta años antes por el doctor Mariano Gálvez y que reforzó sus disposiciones legales para imponer el cordón sanitario en contra del brote de Cólera.

Soldados guatemaltecos en Suchitepéquez, 1875. Fotografía atribuida a Eadward Muybridge. Una tropa parecida habrá conformado la Milicia Civil conformada cuarenta años antes por el doctor Mariano Gálvez y que reforzó sus disposiciones legales para imponer el cordón sanitario en contra del brote de Cólera.

-I-

El hombre providencial

 

Al parecer el doctor Gálvez era muy aficionado a los efectos. Le gustaba dejar en claro que era el único hombre capaz de gobernar a un país tan complicado como Guatemala, anticipándose en muchísimos años al dictador fascista italiano que en una entrevista decidió sincerarse y le espetó al periodista: “Gobernar Italia no es difícil… es imposible…”, y vaya si no pagó con creces su atrevimiento de querer dominar a la raza latina. Que lo diga Claretta Petacci. Pero bueno, a lo que nos ocupa, que es el segundo período de Mariano Gálvez en la Jefatura del Estado de Guatemala. Cuando se le notifica que ha sido electo para dicha jefatura para un segundo período, el doctor Gálvez monta una nueva escena, esperando que lo rueguen.

                “Al terminar mi período me retiro lleno de gratitud, porque no me veo lanzado por el voto público. Los sufragios del Estado me designan para otro período constitucional en el Gobierno: pero yo quiero corresponder tanta confianza y generosidad pública dejando una silla en que ningún hombre puede largo tiempo hacer el bien: pronto estoy a hacer el sacrificio de mi vida i el de mi pequeña fortuna; pero el de aceptar el mando podría confundirse con la ambición. ¡Desgraciado del Estado si en él no hubiesen otros ciudadanos que mejor que yo puedan conducir los destinos!”

 

Y en un contundente golpe de efecto, don Mariano hace sus maletas y se marcha para Escuintla, dejando el mando de forma interina al consejero Juan Antonio Martínez, esperando que tenga el impacto deseado su teatral actitud. La Asamblea, imagino que tras desvelos, gritos de desesperación y rasgado de vestiduras decide tomar la situación por los cuernos, y le manda un escrito al doctor Gálvez a las cálidas tierras del sur, en el que se leía:

“C. Gefe electo Mariano Gálvez: El cuerpo Legislativo, oído el dictamen de una comisión de su seno relativo a la tercera renuncia puesta por U. del cargo de Gefe del Estado, se ha servido declarar con esta fecha, sin lugar la citada renuncia y que se diga a U. que sin excusas ulteriores, espera que se presente a prestar juramento ordinario, y al efecto fue nombrada una comisión de su seno compuesta de los C. C. Lic. Mariano Rodríguez y Marcos Dardón, con el  objeto de que, pasando a manifestar a U. lo determinado por este Alto Cuerpo, lo conduzca a esta corte a fin de hacer efectivo aquel acuerdo.”

 

Nota audaz de un cuerpo legislativo que se impone. Se envía a una comitiva que se asegure que Gálvez se va a hacer cargo del Ejecutivo del Estado. Don Mariano Rivera Paz, don José María Alvaro, don Manuel Fagoaga y otras personalidades salen al encuentro del político reelecto, y lo esperan en Amatitlán, pues Gálvez ha anunciado que espera radicarse en Antigua. Al final, para no cansar al lector, se le entrega la oficina al doctor y todo es fiesta y promesas, nada parece augurar la ruina que caerá pronto sobre la cabeza del indiscutible líder del partido liberal.

En el país la percepción es que todo marcha bien. La paz y el orden imperan en la atribulada provincia federal. En la capital del Estado obras públicas como el traslado del Cementerio a las afueras de la ciudad, la construcción de desagües subterráneos y trazado de calles arboladas en algunos lugares hace soñar con una ciudad moderna y limpia. Un ambicioso teatro nacional empieza a elevar sus muros en el solar de la Plaza Vieja, dirigida su construcción por el capaz arquitecto don Miguel Rivera Maestre.

Pero la convivencia de las alas moderada y radical en el interior del Partido Liberal empieza a resquebrajarse. El eterno inconforme, José Francisco Barrundia empieza a exigir la radicalización de las reformas de Gálvez. La razón del rompimiento de ambos bandos no está clara, y Jorge García Granados ensaya una explicación:

“…Después de las revoluciones, todos los triunfadores se creen con derecho a disponer y aconsejar. Si no son obedecidos por el Gobernante que ellos han elevado, se tornan en sus más temibles enemigos. Y entonces le restan al mandatario dos caminos: o rompe con su partido, y no teniendo ya sostén, está expuesto a una coalición general en su contra, o bien se resigna a ser el maniquí de un grupo de intrigantes; papel desairado y muy poco digno de un hombre de honor…”[1]

 

La misma encrucijada en que se encontraron antes el presidente Arce y el doctor Pedro Molina. Y el mismo enemigo. El radicalismo de Barrundia, que lo llevó a afirmar “Que con el demonio me uniría para derribar al Gobernante [Gálvez]”, terminó por destruir toda posibilidad de gobierno por el Partido Liberal. La crítica que más resuena es la que acusa al Jefe del Estado de estar construyendo poco a poco un poder autocrático. Barrundia acusa a Gálvez de querer convertirse en un tirano. El descontento empieza a crecer, particularmente en contra de las disposiciones de los nuevos códigos que obligan a la gente común a participar en los jurados. También ha causado molestia la imposición de la capacitación de dos pesos anuales y las penas de cárcel para los que no la cubrieran. Se suma la voz de la Iglesia que critica el matrimonio civil, augurando tiempos de inmoralidad, por causa de esta “ley del perro”, como se le bautiza, y a la que nos cuenta García Granados se le tachaba de ley “inmoral y herética”. Así, el doctor Gálvez deja de ser el hombre providencial que ha llevado paz y prosperidad a la patria, y se va convirtiendo poco a poco en ese oscuro personaje que va levantando los andamios de su tiranía.

En un folleto publicado el 25 de julio de 1837, “un ciudadano”, respondía a Barrundia las acusaciones de tiranía lanzadas en contra del doctor Gálvez:

“Si los principios con que ahora el señor Barrundia combate lo que llama despotismo y arbitrariedad, hubieran sido reconocidos y prácticamente respetados desde que somos independientes, bien seguro es que nada tendríamos de qué quejarnos; porque el poder central no se habría extendido fuera de sus límites naturales, y transformándose en demagocrático; pero desgraciadamente no ha sucedido así…”[2]

 

-II-

La muerte

 

Pero las desgracias, dice el refrán popular, nunca vienen solas. Suele llover sobre mojado. A la pérdida de popularidad del jefe del Estado, que bien hubiera hecho en mantenerse firme en el tema de su renuncia, se suma un asunto terrorífico de salud pública. Terrorífico digo, porque las amenazas biológicas son invisibles. La muerte, acarreada por las epidemias, es como una sombra invisible que se va apropiando de los espacios, haciendo sentir su presencia, pero sin dejarse ver abiertamente. En ese fatídico año de 1837, la muerte adquiere dimensiones microscópicas, y aparece en el ambiente bajo un nombre de resonancias angustiantes: Cólera Morbus.

La cara de la muerte: fotografía tomada mediante microscopio electrónico del Vibrio Colerae, bacteria que causa el Cólera. (Fuente: wikipedia).

La cara de la muerte: fotografía tomada mediante microscopio electrónico del Vibrio Colerae, bacteria que causa el Cólera. (Fuente: wikipedia).

Los primeros brotes de la enfermedad se habían reportado en México, en 1833, pero gracias a la reacción casi inmediata de Gálvez, que selló la frontera, logró alejar el fantasma de la muerte por otros cuatro años. La enfermedad queda encerrada en Comitán. Ese mismo año, ante la amenaza de una epidemia que siembre la muerte en el territorio guatemalteco, una comisión médica de la Academia de Estudios, conformada por los doctores José Luna, Leonardo Pérez y José María Blanco, elaboran un informe que hacen público el 2 de octubre de 1833, en el que exponen el peligro de una contaminación por vía marítima. Concluyen que un solo hombre podría introducir la enfermedad al Estado y diseñan un mecanismo de cordones sanitarios que sellen las zonas afectadas ante un eventual brote de la enfermedad. Recomiendan también el mejoramiento de los controles migratorios, la importancia de la sanitización del agua, imposición de cuarentenas aseguradas por el ejército, adopción de medidas terapéuticas y el reforzamiento de salas de aislamiento para los pacientes en los hospitales que se designen para ese destino.[3]

Pasado el tiempo, llegan noticias de brotes de cólera en el puerto de Belice en 1836, mismo año en el que se reporta el primer caso de la enfermedad en territorio de la República Federal, en el puerto de Omoa, a donde arriba un buque negrero infectado, causando varias muertes. Pasada la cuarentena impuesta al Estado de Honduras, la enfermedad entra a Guatemala, siguiendo el rumbo del ganado. El 18 de marzo de 1837 se reporta en la población de Jilotepeque, departamento de Chiquimula, el primer caso de cólera en territorio del Estado de Guatemala. Ese mismo día, la autoridad local decreta el aislamiento de Chiquimula, y el envío de tropas para imponer el cordón sanitario. Pero la muerte evita los viejos fusiles de las milicias. El 19 de marzo se decreta la militarización de las fronteras interdepartamentales, y en uno de los batallones de milicianos presta servicio un hombre acostumbrado a los rigores  de la vida rural: el sargento Rafael Carrera Turcios, antiguo tambor del ejército, testigo de la batalla de Arrazola y nuevo vecino de Mataquescuintla.

A finales de mes, en Zacapa ya han ocurrido 200 muertes por la enfermedad. Los últimos días de marzo de 1837 verán llegar la muerte en toda la región oriental del Estado de Guatemala, acercándose cada vez más a la capital. La enfermedad se apodera de Mataquescuintla en abril de 1837. En el interesante artículo de González Quezada se ofrece el siguiente recuento:

“…El segundo decreto contenía veintidós disposiciones, donde se detallaban las obligaciones de las municipalidades, encargadas de formar Juntas de Caridad y Misericordia, que atendiesen con verdadera humanidad a todos los enfermos. Ni un solo momento descansó el Jefe del Estado en sus actividades sanitarias. Su labor constante y eficaz es digna del mayor elogio, tanto más que en Oriente creía a la par del Cólera la semilla de nuevas revoluciones…”[4]

En espera de la inevitable llegada de la epidemia a la capital del Estado, el doctor Gálvez dicta las primeras medidas sanitarias, ordenando a la tropa que vigile las fuentes públicas para alejar a personas infectadas de ellas, y la imposición de un cordón sanitario que aísle a la ciudad del resto del territorio. Esta medida en especial despertaría suspicacias en la población, sobre todo por las acusaciones lanzadas por la Iglesia de que Gálvez estaba envenenando las aguas de las fuentes públicas. No obstante las medias impuestas:

“…El 19 de abril de 1837 ingresa un indígena atacado de cólera al hospital. A los dos días muere. El 24 del mismo mes, don Tiburcio Estrada enferma súbitamente y se salva gracias a la oportuna sangría que le practica el doctor Murga. Estos dos casos inician el pánico en la capital. El temible cólera morbus va de casa en casa exigiendo la vida de familias enteras. Médicos y estudiantes, en cruzada heroica, ensayan mil remedios, y combaten enérgicamente al enemigo invencible. Las autoridades, hundidas bajo el peso de una responsabilidad abrumadora, no dejaron de cumplir celosamente todos sus deberes…”[5]

 El 21 de abril de 1837, el gobierno distribuye a los médicos en los barrios de la capital, así: barrio del Sagrario, doctor Quirino Flores; barrio Santo Domingo: doctor Buenaventura Lambur; barrio San Francisco, doctor Eusebio Murga; barrio San Sebastián, doctor Mariano Padilla; barrio La Merced, doctor Felipe Arana; barrio de la Candelaria, doctor José María Carles y Hospital y Presidios, doctor José Luna. Para recuperar de la bruma de la historia a estos héroes que se enfrentaron cara a cara con la muerte, consigno a continuación los nombres de los practicantes que asistieron a los médicos asignados: Manuel Palacios, Manuel Carvallo, José González Mora, Felipe González, Antonio Falla, José María Quiñonez Ugalde, José María Montes y Juan Gálvez.[6]

Hermosa fotografía de la Fuente de la Recolección, en el barrio del mismo nombre. Era una de las tantas fuentes públicas que abastecían a la población del preciado líquido, cuya seguridad se garantizó con su militarización, provocando aversión en los opositores a Gálvez.

Hermosa fotografía de la Fuente de la Recolección, en el barrio del mismo nombre. Era una de las tantas fuentes públicas que abastecían a la población del preciado líquido, cuya seguridad se garantizó con su militarización, provocando aversión en los opositores a Gálvez.

Como el ejercicio del poder no tiene misericordia, mientras Gálvez y su grupo de médicos trataba de controlar la crisis de salud pública, los intrigantes hacían lo posible por debilitar al Gobierno. En su esfuerzo por minar la autoridad del Jefe del Estado, sucedió lo mismo que con el presidente Arce en la Federación diez años antes. Gálvez buscó aliarse con los conservadores moderados, acercándose por ejemplo a Juan José de Aycinena, quien recién había regresado de su exilio en los Estados Unidos. Esta maniobra política terminó por sepultar a Mariano Gálvez, acusado ahora de abierto traidor al programa de reformas liberales. Con una creciente rebelión en la montaña, dirigida por el sargento Rafael Carrera, que pretendía imponer un listado de condiciones a Gálvez, el jefe del Estado solicita auxilio al presidente Federal, general Francisco Morazán, quien ya prevenido por las intrigas de Barrundia, le niega apoyo. La suerte está echada. Las tropas de Carrera toman la ciudad de Guatemala el 2 de febrero de 1838, combatiendo calle por calle. El doctor Mariano Gálvez pasa a la clandestinidad, escondiéndose con su suegro. Renuncia a la Jefatura del Estado de forma definitiva el 24 de febrero del mismo año, recayendo el cargo en el vicejefe, Pedro José Valenzuela.

Hermosa fuente pública llamada Fuente del Perú. De acuerdo a información remitida por el historiador Ramiro Ordóñez Jonama vía electrónica, el nombre que se les daba a las fuentes públicas correspondía al barrio al que abastecían. Ordóñez añade que esta fuente circular fue construida por don Juan José Rafael Joaquín Domingo González Batres y Arribillaga, deán de la Catedral Metropolitana de Guatemala desde 1779 hasta su muerte, acaecida el 15 de noviembre de 1807. “Su vida es una larga historia de servicio a la patria (…) A su munificencia debió la Nueva Guatemala la introducción del agua para el Real Hospital de San Juan de Dios y su barrio, obra en la que el doctor Batres gastó, de su peculio, 6000 pesos y también a su ‘patriotismo… debe el vecindario el beneficio de un tanque de lavaderos públicos que se fabricó con el costo de tres mil pesos junto al Calvario de la capital’”.

Hermosa fuente pública llamada Fuente del Perú. De acuerdo a información remitida por el historiador Ramiro Ordóñez Jonama vía electrónica, el nombre que se les daba a las fuentes públicas correspondía al barrio al que abastecían. Ordóñez añade que esta fuente circular fue construida por don Juan José Rafael Joaquín Domingo González Batres y Arribillaga, deán de la Catedral Metropolitana de Guatemala desde 1779 hasta su muerte, acaecida el 15 de noviembre de 1807. “Su vida es una larga historia de servicio a la patria (…) A su munificencia debió la Nueva Guatemala la introducción del agua para el Real Hospital de San Juan de Dios y su barrio, obra en la que el doctor Batres gastó, de su peculio, 6000 pesos y también a su ‘patriotismo… debe el vecindario el beneficio de un tanque de lavaderos públicos que se fabricó con el costo de tres mil pesos junto al Calvario de la capital’”.

epidemia5

 

El paso de la enfermedad por la ciudad de Guatemala reportaría un total de 3,000 casos de cólera morbus, de los cuales 1,000 resultaron mortales. En todo el territorio del Estado, el historiador Carlos Martínez Durán, reporta un total de 12,000 fallecidos. Para la población de la época, que se calcula en 3,000,000 de personas en toda la República Federal, la epidemia habrá tenido verdaderos visos de catástrofe.

Otras dos víctimas habría de llevarse la enfermedad: al doctor Mariano Gálvez que se exilia en México, en donde habrá de vivir hasta sus últimos días y el régimen liberal, que bajo el liderazgo de Morazán reacciona de forma tardía y torpe, tratando de desarmar a un Carrera que se ha convertido ya en un líder político con un poder incontestable, respaldado por las bayonetas de 2,000 fusiles que descubrió escondidos en los sótanos del Palacio Arzobispal. El gran perdedor, Barrundia, publicaría meses después en la ciudad de Quetzaltenango un penoso canto de cisne en una hoja suelta:

“La necesidad de demostrar el delirio de las actuales proscripciones, de hecho, me obligó a tocar en este reclamo la administración del Doctor Gálvez y nuestra pasada oposición. Mas el público debe ser informado solemnemente, que en el hecho mismo de ser el Doctor Gálvez proscrito y perseguido a muerte, después de traicionado por nuestros enemigos comunes, que se profesan adversarios de todo sentimiento liberal, ha cesado por siempre nuestra fatal discordia, nos ha vuelto a unir indisolublemente la patria y la libertad; y yo le protesto a la faz del público mi amistad y mis servicios en lo poco que puedan valer y se sirva aceptarlos.”[8]

Gesto inútil y patético aunque sincero, el de Barrundia. Liquidado el partido liberal, iniciaban los treinta años de autoridad absoluta del general Rafael Carrera.

 

[1] García Granados, Jorge. Ensayo sobre el gobierno del Dr. Mariano Gálvez. Tipografía Sánchez y de Guise, Guatemala: Sin fecha. Página 118.

[2] Batres Jáuregui, Antonio. El Doctor Mariano Gálvez y su época. Editorial del Ministerio de Educación Pública, Guatemala: 1957. Página 76.

[3] González Quezada, Carlos. El desastre de la salud pública de Guatemala frente al Cólera Morbus. Artículo parte de una serie sobre el cólera publicado en el año 1991 en la Revista Domingo, del diario Prensa Libre, lastimosamente no cuento con la fecha exacta de su publicación.

[4] González Quezada. Op. Cit.

[5] González Quezada. Op. Cit.

[6] González Quezada. Op. Cit.

[7] Ordoñez Jonama, Ramiro. La familia Batres y el Ayuntamiento de Guatemala. Editorial La Espina y la Seda, Guatemala: 1996. Página 29.

[8] García Granados, Op. Cit. Página 120.


La muerte está a las puertas. I parte

La epidemia de Cólera Morbus de 1837 en Guatemala

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Para los guatemaltecos de la época, el año de 1837 estuvo lleno de malos presagios. El primero y más ominoso, por golpear directamente a los pobladores del Estado, fue la epidemia de cólera que llegó a su capital ese año, y el segundo, más lejano pero no menos atemorizante, fue la erupción del volcán Cosigüina, en el lejano Estado de Nicaragua, cuyas cenizas llegaron transportadas por el viento, a Guatemala. Definitivamente la Iglesia tenía razón: Dios estaba muy molesto con los guatemaltecos.

 

-I-

La cabeza de turco

 

Retrato del doctor Mariano Gálvez, jefe del Estado de Guatemala cuando se desató la epidemia de cólera. Retrato propiedad del Museo de Historia de la Universidad San Carlos (MUSAC).

Retrato del doctor Mariano Gálvez, jefe del Estado de Guatemala cuando se desató la epidemia de cólera. Retrato propiedad del Museo de Historia de la Universidad San Carlos (MUSAC).

El doctor Mariano Gálvez asumió funciones como jefe del Estado de Guatemala el 28 de agosto de 1831, luego de hacerse de rogar por la Asamblea del Estado, la que había presidido desde el inicio de ese mismo año. Al serle comunicada su elección como jefe del Estado de Guatemala dentro de la Federación de Centro América, manifestó, según recoge Jorge Luis Arreola en su interesante libro dedicado a la figura de Gálvez:

 

“… que los votos del pueblo le eran lisonjeros, porque testimoniaban el favorable concepto que les merecía; pero que no podía aceptar el destino que se le confiaba. Dijo que las circunstancias difíciles del momento exigían un hombre de extraordinario tino nada común, dispuesto, además a sacrificar sus intereses personales en favor de la patria. Anunció entonces, casi como una profecía, que perdería el aprecio de sus conciudadanos ‘por no ser fácil marchar en la difícil senda del gobierno a entero beneplácito de todos los buenos patriotas’”.[1]

 

Su renuncia es rechazada por quienes años después han de cavar su tumba política, y decide asumir la jefatura. En seguida se pone manos a la obra para solucionar el permanente estado de zozobra que había vivido Guatemala a raíz de los enfrentamientos entre los partidos liberal y conservador. A su llegada al despacho ejecutivo del Estado, los conservadores habían sido obligados a salir al exilio, o se habían escondido para reagruparse y conspirar, así que una de las primeras medidas tomadas por Gálvez fue la organización de una milicia civil que se encargara de mantener la tranquilidad, que constaba de dos cuerpos el movible y el sedentario, al que estaban llamados a incorporarse a filas de forma “obligatoria” todos los guatemaltecos de 18 años en adelante. En paralelo, presenta una propuesta de Ley de Orden Público que le permita actuar de forma expedita y contundente en contra de la oposición. También divide el territorio del Estado en cuatro comandancias militares y nombra a cargo de cada una a un general y en consecuencia se priorizan los gastos militares. Cabe recordar que el Estado de Guatemala, al ser sede de la capital federal, había sufrido de invasiones y guerra civil desde hacía varios años, y que en consecuencia, el tema de la seguridad, la paz y la tranquilidad era prioritario para cualquier gobernante responsable.

El plan de gobierno de Gálvez, por lo tanto, se fundamentaba en tres principios básicos: democracia abierta y participativa, cimentación de las instituciones y emisión de leyes que garantizaran la igualdad de oportunidades para todos los habitantes del Estado. Y esto podría parecer una buena idea a simple vista, pero el camino para lograrlo, lleno de tortuosas negociaciones, manipulaciones y enfrentamientos, causaría un desgaste irreparable en la figura del doctor Gálvez.

Según cuenta en ciertos documentos oficiales, Frederick Chatfield, cónsul británico en Centro América, Gálvez escogía y pagaba a los diputados guatemaltecos ante el Congreso Federal, y eso le permitía controlar la representación más numerosa del Estado en dicho cuerpo legislativo. El diplomático afirmaba que gracias a sus manipulaciones, Gálvez había logrado convertirse en el virtual dueño de la Federación y del Estado de Guatemala, arrinconando a la oposición a un papel insignificante.[2] Según apunta otro testigo de la época, los manejos políticos de Gálvez convirtieron las elecciones en “…encuentros exclusivamente partidistas, agudizados por rivalidades personales caracterizadas por la absoluta falta de franqueza, dirigidas al apoyo a ciertas personas en menoscabo del interés público, todo con el único propósito de asegurar que el poder discrecional permaneciera en ciertas manos…”,[3] testigo que nos viene a confirmar que de acuerdo a la máxima del sabio Salomón, nada hay nuevo bajo el sol.

 

-II-

Las reformas

 

Pero si bien hubo sombras en el gobierno de Gálvez, y muy largas, también hubo luces, hay que decirlo. El jefe del Estado buscó formas de mejorar la situación económica, por medio de la modernización de la agricultura, introduciendo nuevas semillas para experimentar con los cultivos, importó herramientas y maquinaria agrícolas, en un claro intento de tecnificar el atrasado sistema agrícola imperante, y dio su apoyo a nuevas industrias, como la introducción al país de una fábrica de vidrio. Bajo sus auspicios se fundó una Sociedad para el Fomento de la Industria del Estado de Guatemala y una asociación de productores y se procuró la diversificación y el aumento de la producción agrícola.

En el mismo sentido, e intentando que la migración implicara la importación de tecnología no disponible en el país en la época, se buscó implementar una política de establecimiento de colonos que se instalaran en los puntos de acceso más importantes del país, para que los recién llegados compartieran con la población local sus conocimientos, habilidades y técnicas. Gálvez esperaba que los colonos desarrollaran la infraestructura necesaria para comercializar sus productos, y con esa idea se suscribe con Inglaterra un paquete de cuatro contratos en el año de 1834, otorgando a la Compañía Comercial y Agrícola de las Costas Orientales de América Central, vastas extensiones de territorio en lo que es actualmente Petén, Alta y Baja Verapaz y Chiquimula. Las concesiones incluían los títulos de propiedad y la autoridad para explotar los recursos existentes, beneficiándolos también con exenciones, derechos y privilegios amplios de todo tipo. Arreola critica benévolamente estos contratos, formalizados el 6 de agosto de 1834 y ratificados por la Asamblea Legislativa del Estado el 14 del mismo mes y sancionados por el Consejo Representativo, el día 19.

Dice Arreola:

                “…aprobó, posiblemente sin meditar en las serias consecuencias que pudo haber tenido, la inusitada concesión otorgada a la Compañía Comercial y Agrícola de las Costas Orientales de América Central, por la cual se le concedían privilegios que, de haberse aplicado totalmente el plan previsto, habrían comprometido gravemente nuestra soberanía. Al analizar dichos privilegios con juicio ecuánime, lejos de toda presión emocional, habrá de anotarse el hecho, muy importante y señalado ya, de que el jefe de Estado pensaba hacer de Guatemala un país que recibiese los beneficios inmediatos de su acción progresista, a la que él no podía dar todo el impulso requerido por estar emparedado entre la miseria y la ignorancia…”[4]

 

Al respecto, apunta el historiador Jorge Luján Muñoz:

                “…Se otorgaron inmensas concesiones en los departamentos de Chiquimula, Izabal y Petén, que afectaron a los habitantes y municipios. Semejante generosidad con extranjeros, que además en muchos casos no eran católicos, generó resistencia entre la población local, que aprovecharon los curas. Los proyectos fracasaron por su mala planificación y peor ejecución, e indican el alejamiento que existía entre la élite liberal capitalina y la realidad rural…”[5]

 

Paralelamente, y en su afán de crear las condiciones ideales para el soñado e inalcanzable progreso, dispuso que en un sitio malsano y remoto, llamado La Buga, en la desembocadura de Río Dulce, se realizaran las obras necesarias para poder recibir barcos de gran calado, para ya no depender del puerto de Belice, quien contaba con las condiciones para recibirlos, y luego transportaba los bienes en navegación de cabotaje (navegación por aguas poco profundas que sigue el contorno de las costas siempre a la vista). El lugar fue bautizado con el nombre de Livingston[6], en honor a un reformador judicial de Luisiana, pero demostró ser un sitio poco adecuado, por lo que las obras se trasladaron a la bahía de Santo Tomás, pero la escasez de fondos impidió desarrollar el proyecto.

Para solucionar la falta crónica de recursos que aquejaba históricamente al Estado, inició una reforma del sistema fiscal. Eliminó el diezmo y estableció impuestos calculados en bases fijas y no en bases anuales, para facilitar su recaudación. Se creó un impuesto directo personal anual que debían pagar todos los hombres entre 18 y 46 años y se asignó la responsabilidad de la recaudación fiscal a los Jefes Políticos de los Departamentos. El abandono de la forma tradicional de impuestos causó mucho resentimiento, pero a su vez le representó al Estado un incremento significativo de recursos, principalmente la abolición del diezmo eclesiástico, que fue sustituido por una “Contribución territorial”, mediante la cual se obligó a los propietarios a que en un plazo específico registraran los títulos de propiedad sobre sus tierras. Esta medida tenía por objeto contar con un registro que permitiera calcular las contribuciones, pero también validar los títulos de propiedad e identificar los sitios baldíos. Lastimosamente, muchas comunidades indígenas dueñas de tierra comunal, no registraron sus títulos por desconfianza a la medida, provocando problemas que se agudizarían con el tiempo, pues muchos ejidos y tierras comunales fueron ocupadas por terratenientes que pretendieron reclamarlos como propios.

En el plano de la educación se creó un programa para implementar un Sistema de Educación Seglar Pública General, con la idea de que la educación fuera la fuerza democratizadora de la sociedad, basado en cinco importantes puntos que a pesar de la distancia (casi doscientos años), algunos continúan manteniendo su vigencia: educación pública gratuita en todos los niveles y accesible para todos los habitantes; la educación privada sería permitida, únicamente, bajo la tutela del Estado; se creó una estructura institucional jerarquizada presidida por una Academia de Estudios; toda municipalidad debía tener una escuela elemental de nivel primario que podría compartirse con otro municipio, siempre que no estuviera a más de una legua de la población y cada cabecera departamental o pueblo con la suficiente capacidad, debía tener escuelas de secundaria para hombres y mujeres. El proyecto incluía escuelas para indígenas en cada cabecera departamental, en la que se “civilizara” a la población. También se implementó un sistema de escuelas departamentales para adultos. A cada parroquia se le asignó la responsabilidad de realizar campañas de alfabetización los días domingo, con material provisto por el Estado. Dentro de las filas del ejército, los oficiales debían alfabetizar a la tropa, para que este llegara a constituirse eventualmente en un “ejército de ciudadanos”.

Necesariamente este proyecto de grandes esfuerzos para la modernización del Estado provocó molestias y afectó intereses que se habían venido perpetuando gracias al régimen colonial que el nuevo sistema republicano no había entrado a modificar. El doctor Mariano Gálvez se convirtió con el tiempo, y sin deseos de martirizarlo, por supuesto, en la cabeza de turco ideal para suspender el ambicioso programa de reforma. La pérdida de influencia en ciertos sectores tradicionales levantó protestas, dentro de las que se hizo escuchar con más fuerza la iglesia, que denunció que el programa de reformas “…socavaba los valores propios del país, traería al protestantismo y copiaba modelos extranjeros. Los curas fueron los más eficientes aliados de la Rebelión de la Montaña.”[7]

 

 

Recomendación:

Para ampliar la información sobre el gobierno del doctor Mariano Gálvez se recomienda la lectura del ensayo de William J. Griffith, incluido en el tomo IV de la Historia General de Guatemala, publicada por la Asociación de Amigos del País, de donde se obtuvo la información base para la presente cápsula.

 

[1] Arriola, Jorge Luis. Gálvez en la encrucijada. Ensayo crítico en torno al humanismo político de un gobernante. Editor Costa-Amic, México: 1961. Página 87.

[2] Griffith, William J. El gobierno de Mariano Gálvez. Tomo IV, Historia General de Guatemala. Asociación Amigos del País, Guatemala: 1995. Página 76.

[3] Griffith, Op. Cit. Página 79.

[4] Arreola, Op. Cit. Página 174.

[5] Luján Muñoz, Jorge. Breve Historia Contemporánea de Guatemala. Fondo de Cultura Económica, México: 1998. Página 132.

[6] Edward Livingston, jurista estadounidense. Redactor de los Códigos de Justicia del Estado de Luisiana, un total de cinco textos. Ofreció su obra jurídica a la Federación de Centro América, y José Francisco Barrundia y José Antonio Azmitia los tradujeron y los adaptaron a la realidad guatemalteca. La Asamblea del Estado los aprobó entre abril de 1834 y agosto de 1836, y entraron en vigor el 1 de enero de 1837.

[7]Luján Muñoz, Op. Cit. Página 131.


Deme dos ruinas… y empáquelas para llevar, por favor

Del intento del Museo Británico de comprar las ruinas de Quiriguá

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Así eran las cosas en aquellos tiempos de ilustraciones a la acuarela y grabados en blanco y negro, cuando nadie hablaba de saqueo cultural y los barcos de vapor transportaban en sus panzas de hierro al Viejo Continente, edificios completos para montarlos en los ambientes artificiales de sus salas de exposición. En un documento que vale su peso en oro, publicado en el tomo XIII de la «Revista anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala», del mes de junio de 1937[1], encontramos el interesante recuento del viaje de exploración patrocinado por el Museo Británico para que dos expertos alemanes, doctor M. Wagner y doctor Carl Scherzer, por intermedio del cónsul británico en Guatemala, C. L. Wyke, evaluaran la calidad de las ruinas de Quiriguá, para comprarlas y trasladarlas a ‘la city’. Todas las fotografías que se han incluido pertenecen a la expedición de Alfred P. Maudslay realizada en 1883.

 

Fotografía de uno de los monolitos de Quiriguá, tomada por el arqueólogo Alfred P. Maudslay en 1883, e incluida en el tomo II de arqueología de la obra Biología Centrali-Americana.

Fotografía de uno de los monolitos de Quiriguá, tomada por el arqueólogo Alfred P. Maudslay en 1883, e incluida en el tomo II de arqueología de la obra Biología Centrali-Americana.

-I-

La visita a Quiriguá

Como no podía estar en otro lugar, el diario de exploración del doctor Carl Scherzer, se encontraba al momento de su publicación en la revista Anales, en el departamento de Middle American Research de la Universidad de Tulane, Nueva Orleáns. “Es éste un cuaderno estropeado y muy usado, y en sus últimas páginas escribió Scherzer, en su inglés más florido, un apunte del informe que sobre Quiriguá dio al Cónsul británico…”, al principio de sus apuntes sobre la exploración al sitio maya, apuntaba Scherzer:

“El infrascrito ha sido honrado por el Cónsul de S. M. en Guatemala, con la misión de visitar, en representación del Museo Británico, las ruinas indias más importantes de la América Central, y me permito dar a los Administradores del Museo Británico el siguiente informe sobre el resultado del primer viaje a las ruinas de Quiriguá…”

 Al parecer, quien inició la especulación para la compra-venta de las ruinas mayas fue el viajero estadounidense John Lloyd Stephens, quien en compañía de un dibujante, Frederick Catherwood anduvo por las selvas centroamericanas a finales de la década de 1830 e inicios de la de 1840. Sus gestiones estuvieron encaminadas para comprar, con el fin de embalar y despachar, las ruinas de Palenque a la ciudad de Nueva York. Así las cosas, abierto el mercado para estos disparatados fines, el Museo Británico entró también en el ruedo, y requirió la ayuda del cónsul británico en Guatemala, Wyke, con el fin de que se hicieran exploraciones para localizar las mejores ruinas para comprar y trasladar a Londres.

El viaje, por supuesto era dificultoso. Por eso es que muchos años después, Wyke volvería a sonar en los oídos de los guatemaltecos, y en esta segunda ocasión no por querer llevarse ruinas mayas a su país natal sino por engañar descaradamente a su contraparte, Pedro de Aycinena cuando firma el Tratado Aycinena-Wyke[2], inicio del calvario que Guatemala sigue arrastrando sobre el tema de Belice. Porque pese a que Wyke firmó el tratado, su majestad no habría de cumplir nunca a lo que se obligaba en dicho instrumento. Al final de cuentas, como todo era un asunto de realpolitik, en el que los países grandes hacen lo que quieren y los países pequeños lo que pueden, Guatemala lo que podía hacer era aceptar las condiciones británicas, esperanzada en que se dignaran a cumplirlas. Decepción de decepciones.

Pero bueno, ese no es el tema del que quiero ocuparme hoy, así que luego de la larga digresión regresamos al viaje emprendido por los doctores Wagner y Scherzer, que navegan por el río Motagua, “…en el tronco hueco de un cedro gigante, hasta las cercanías de las ruinas…”, notando que la navegación por este ancho río era cómoda y segura, pero que las orillas del río estaban cubiertas de una selva espesa, apenas interrumpida por esporádicos sembradíos. El viaje había durado cinco días agotadores, atravesando “diferentes sierras y altos valles (…) donde frecuentemente necesitamos de escolta militar para protegernos contra las gavillas de ladrones que merodeaban cerca…”, (qué poco ha cambiado Guatemala), hasta llegar a la población de Gualán, en donde vivía el señor Francisco Siguí, arrendatario de la hacienda Quiriguá. El señor Siguí los hace acompañar por el señor Ronaldo Desangustum, quien les serviría de guía. La justificación del por qué se escogió Quiriguá (tomando en cuenta su singular misión), es interesante:

“Como todas las antigüedades indias de la República de Guatemala, estas ruinas están situadas muy cerca de la capital, y como su corta distancia a la orilla de un río navegable, ofrece la mejor oportunidad para la adquisición de algunos de estos interesantes monumentos, pensamos que sería de la mayor importancia para la honorable misión que se nos había confiado, el encaminar nuestros pasos a esta región, en primer lugar.”

 

Hace constar también, que a su parecer, merecerían más atención las ruinas de Copán, pero que dos circunstancias le obligaron a desecharla, la primera, no se sorprenda usted, la violencia que azotaba al Estado vecino[3], por lo que se inclina por el sitio menos importante, aunque de mucho interés, Quiriguá, pues la segunda razón que lo obligó a prescindir de Copán no era en absoluto  superficial, pues:

“El envío de las partes de estas ruinas que excedan el peso de una carga de mula, será casi imposible, debido a las condiciones del terreno, quebrado y montañoso, y lo poco práctico del transporte por agua, pues el río Copán es solamente navegable en una corta distancia.”

 

Es decir que los viajeros habían priorizado Quiriguá por su conveniente ubicación cerca del río Motagua, por el que se podrían sacar los monumentos adquiridos a las aguas del Atlántico y ser embaladas para Inglaterra en el conveniente puerto de Belice, no muy lejos de allí. Es curioso hacer notar que una ruta similar siguieron ciertos dinteles de piedra que Maudslay sacaría del sitio maya de Yaxilán, cuarenta años después, con el mismo destino: el Museo Británico.

Así, el grupo llega a un punto determinado del río y desembarcan, preparándose para un día de camino hasta llegar a las ruinas, pero el camino aún es tortuoso:

“Después de numerosos trabajos y fatigas, los cuales únicamente pueden ser comprendidos con exactitud por aquellos que conocen el carácter y la naturaleza de la América tropical, conseguimos cortar con el machete, que es un cuchillo largo que se usa en los países de la América Central, una vereda desde la orilla del río hasta el lugar donde están situadas las ruinas…”

 

 

Fotografía de los alrededores del sitio de Quiriguá, ejemplificaba la espesura de la selva circundante. “Es muy raro que exploradores o cazadores penetren solos al interior de estos bosques espesos, cuya lujuriante vegetación oculta probablemente muchas reliquias no conocidas de la antigua arquitectura india.”

Fotografía de los alrededores del sitio de Quiriguá, ejemplificaba la espesura de la selva circundante. “Es muy raro que exploradores o cazadores penetren solos al interior de estos bosques espesos, cuya lujuriante vegetación oculta probablemente muchas reliquias no conocidas de la antigua arquitectura india.”

 

El doctor Scherzer informa con todo detalle que las ruinas se encuentran a un costado del camino que comunica a la ciudad de Guatemala con la costa atlántica, a los pies de la sierra del Mico, a unas doscientas millas británicas de la ciudad:

“Todos los monumentos descubiertos hasta el presente, se encuentran dispersos en los bosques, en el lado izquierdo del río, como a dos millas inglesas de la orilla, y se extienden, como informamos al señor Siguí, en una superficie de cerca de 3,000 pies cuadrados, mientras toda la propiedad, según el mismo informe [remitido al Museo Británico], se dice que ocupa un espacio igual a doce millas inglesas de largo y seis millas de ancho.”[4]

 Con ojo experto, el doctor Scherzer evalúa la posibilidad de embalar la ciudad y enviarla a la lejana Londres, concluyendo que el trabajo puede efectuarse solo escogiendo ciertas piezas, escogiendo aquellas que merezcan más interés, pues la factura de la mayoría las califica de “mediocres”, con jeroglíficos mal definidos o bien, desgastados por el tiempo hasta hacerlos borrosos. “De todos los diversos monumentos que hemos visto, solo estos dos ofrecen alguna posibilidad de ser transportados por fuerzas humanas, lo cual es completamente imposible con las otras ruinas, debido a su tamaño y peso inmensos”.

 

 -II-

Fragmentos del diario de Scherzer

 

Haciendo un ejercicio de imaginación, aún a sabiendas que el mismo es anacrónico, pues el texto del doctor Scherzer es de 1852 y las fotografías insertas pertenecen a la expedición de Maudslay de 1883, creo que es útil conjugar imágenes y texto, para darnos cuenta de la inviabilidad del proyecto del Museo Británico, que al recibir el informe de Wagner y su colega, desistieron de trasladar las ruinas a Londres.

 

 

“Los llanos del bosque, donde han sido encontrados los monumentos de Quiriguá, se levantan sólo a unos cuantos pies sobre el nivel ordinario del río Motagua. En las épocas de creciente, el río se desborda sobre el bosque. También el lugar de las ruinas parece haber sido frecuentemente inundado, como lo indica la humedad y lo pantanoso del terreno, así como la posición de varios de los monumentos. Además, es notorio que la última inundación de octubre de 1852, llegó hasta aquí, y que la mayor parte de las ruinas quedaron bajo el agua. A consecuencia de esto, varios de los ídolos que originalmente se encontraban en posición vertical, en esta época amenazaban caerse al suelo”.

“Los llanos del bosque, donde han sido encontrados los monumentos de Quiriguá, se levantan sólo a unos cuantos pies sobre el nivel ordinario del río Motagua. En las épocas de creciente, el río se desborda sobre el bosque. También el lugar de las ruinas parece haber sido frecuentemente inundado, como lo indica la humedad y lo pantanoso del terreno, así como la posición de varios de los monumentos. Además, es notorio que la última inundación de octubre de 1852, llegó hasta aquí, y que la mayor parte de las ruinas quedaron bajo el agua. A consecuencia de esto, varios de los ídolos que originalmente se encontraban en posición vertical, en esta época amenazaban caerse al suelo”.

 

 

Imágenes 4 y 5. “La contraparte de esta figura humana, en el lado Suroeste del altar, es una tortuga colosal, de cinco pies de alto, con la cabeza y las patas delanteras vueltas hacia arriba. La parte posterior de la concha, bastante trabajada, está vuelta hacia afuera (…) El intento de transportar esta escultura, la más bella y más gigantesca de todas las de Quiriguá, está fuera de discusión, debido a su gran tamaño y peso inmenso…” (Descripción del Dr. Scherzer).

Imágenes 4 y 5. “La contraparte de esta figura humana, en el lado Suroeste del altar, es una tortuga colosal, de cinco pies de alto, con la cabeza y las patas delanteras vueltas hacia arriba. La parte posterior de la concha, bastante trabajada, está vuelta hacia afuera (…) El intento de transportar esta escultura, la más bella y más gigantesca de todas las de Quiriguá, está fuera de discusión, debido a su gran tamaño y peso inmenso…” (Descripción del Dr. Scherzer).

Imagen 5

Imagen 5

“Además de los monumentos descritos, hay dos cuya existencia está probada, pero que nuestros hombres, a pesar de todos los esfuerzos, no pudieron encontrar. Al único guía de la hacienda que conoce el lugar exacto donde están situadas, no le fue posible acompañarnos, debido a que se enfermó. Don Ronaldo, que ha visitado estas ruinas anteriormente, recorrió y registró con nosotros estos bosques en diversas direcciones, pero en vano. Todos nuestros esfuerzos, a pesar de las gratificaciones que prometimos al que las descubriera primero, no tuvieron ningún resultado satisfactorio. Probablemente estos monumentos se han caído a tierra desde entonces, ya ahora están cubiertos a tal grado por la exuberante vegetación, que escapan aun a la mirada más penetrante.”

“Además de los monumentos descritos, hay dos cuya existencia está probada, pero que nuestros hombres, a pesar de todos los esfuerzos, no pudieron encontrar. Al único guía de la hacienda que conoce el lugar exacto donde están situadas, no le fue posible acompañarnos, debido a que se enfermó. Don Ronaldo, que ha visitado estas ruinas anteriormente, recorrió y registró con nosotros estos bosques en diversas direcciones, pero en vano. Todos nuestros esfuerzos, a pesar de las gratificaciones que prometimos al que las descubriera primero, no tuvieron ningún resultado satisfactorio. Probablemente estos monumentos se han caído a tierra desde entonces, ya ahora están cubiertos a tal grado por la exuberante vegetación, que escapan aun a la mirada más penetrante”.

 

“Nadie negará que las llamadas ruinas de Quiriguá, cuyo origen e historia aun permanecen en la más profunda obscuridad, merecen en alto grado, como todas las otras ruinas y antigüedades de Centro-América, la atención de los arqueólogos y etnógrafos. Sin embargo, desde el punto de vista artístico, nos parecen estas ruinas mucho menos interesantes. La laboriosidad y la perseverancia de sus constructores, que cubrieron piezas tan grandes de roca con esculturas y supieron mover muchos de estos colosales monumentos sobre un suelo blando (todas las esculturas son monolíticas), merece más admiración que la imaginación, el gusto y la habilidad de los artistas, que demuestran más bien un bajo estado de cultura…”

“Nadie negará que las llamadas ruinas de Quiriguá, cuyo origen e historia aun permanecen en la más profunda obscuridad, merecen en alto grado, como todas las otras ruinas y antigüedades de Centro-América, la atención de los arqueólogos y etnógrafos. Sin embargo, desde el punto de vista artístico, nos parecen estas ruinas mucho menos interesantes. La laboriosidad y la perseverancia de sus constructores, que cubrieron piezas tan grandes de roca con esculturas y supieron mover muchos de estos colosales monumentos sobre un suelo blando (todas las esculturas son monolíticas), merece más admiración que la imaginación, el gusto y la habilidad de los artistas, que demuestran más bien un bajo estado de cultura…”

 

“Las condiciones petrográficas del material en que están hechas todas estas esculturas, refutan completamente la creencia de que sean muy antiguas. Una atmósfera tan húmeda, que desintegra la roca, aun el granito, habría hecho desaparecer las últimas huellas de las diversas figuras de bajorrelieve si hubieran pasado mil años sobre ellas. Nuestra próxima visita a las ruinas del Petén, que se dice son más numerosas y de carácter más imponente que estas de Quiriguá, pero asimismo mucho más distantes y accesibles únicamente con grandes dificultades, tal vez nos dará más explicaciones sobre asunto de tan gran importancia para la historia antigua de la América Central”.

“Las condiciones petrográficas del material en que están hechas todas estas esculturas, refutan completamente la creencia de que sean muy antiguas. Una atmósfera tan húmeda, que desintegra la roca, aun el granito, habría hecho desaparecer las últimas huellas de las diversas figuras de bajorrelieve si hubieran pasado mil años sobre ellas. Nuestra próxima visita a las ruinas del Petén, que se dice son más numerosas y de carácter más imponente que estas de Quiriguá, pero asimismo mucho más distantes y accesibles únicamente con grandes dificultades, tal vez nos dará más explicaciones sobre asunto de tan gran importancia para la historia antigua de la América Central”.

 

 

[1] Scherzer, Carl. Una visita a Quiriguá después del año 1852. Traducción de Roberto Morgadanes. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia, Tomo XIII, Número 4. Guatemala: junio, 1937. Páginas 447 a 457. Todas las citas textuales pertenecen a esta publicación, a menos que se haga constar lo contrario.

[2] Convención entre la República de Guatemala y su Majestad Británica, relativa a los límites de Honduras Británico, firmado por los representantes plenipotenciarios, Don Pedro de Aycinena, Consejero de Estado y Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Guatemala y el señor Don Carlos Lennox Wyke, encargado de negocios de su Majestad Británica en la República de Guatemala: “…Artículo 7. Con el objeto de llevar a efecto prácticamente las miras manifestadas en el preámbulo de la presente Convención para mejorar y perpetuar las amistosas relaciones que al presente existen felizmente entre las dos Altas Partes contratantes, convienen en poner conjuntamente todo su empeño, tomando medidas adecuadas para establecer la comunicación, más fácil (sea por medio de una carretera, o empleando los ríos o ambas cosas a la vez, según la opinión de los ingenieros que deben examinar el terreno) entre el lugar más conveniente en la costa del Atlántico cerca del Establecimiento de Belice y la Capital de Guatemala, con lo cual no podrán menos que aumentarse considerablemente el comercio de Inglaterra por una parte, y la prosperidad material de la República por otra; al mismo tiempo que quedando ahora claramente definidos los límites de los dos países, todo ulterior avance de cualquiera de las dos partes en los territorios de la otra, será eficazmente impedido y evitado para lo futuro…”

[3] Expone en su diario, a manera de explicación: “…Las bandas de guerrillas volantes que amenazan las fronteras, así como el carácter agresivo de los habitantes de ambos países, hacen impracticable una expedición científica a ese lugar [Copán], mientras continúe la guerra entre esas dos Repúblicas…”

[4] En su diario el doctor Carl Scherzer hace referencia en varias ocasiones al informe rendido al Museo Británico, según el editor de la publicación de Anales, en su diario, el arqueólogo consignó notas generales sobre el informe en mención, quizás para no olvidar los datos rendidos.


La historia del país en un solo vistazo

La proeza técnica de Guillermo Grajeda Mena de

fundir ‘in situ’ el mural ‘La Conquista’

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

Las fotografías

 

Gracias a la familia del artista Guillermo Grajeda Mena, el departamento de Educación de la Universidad Francisco Marroquín tiene en su poder copia de 9 fascinantes fotografías sobre la ejecución del mural La Conquista, que ilustran a grandes rasgos el arriesgado proceso de fundición ‘in situ’ de la imponente obra. Personalmente, el contemplar estas imágenes me llenó de mucha emoción, no solo por ser un admirador de la obra de Grajeda Mena, (por su maestría en el dibujo, en los que con unos pocos trazos concentra la complejidad de una figura y su fuerza), sino también por documentar el proceso de ejecución del mural, ya que demuestra el total control de la técnica de fundición en el lugar y su impecable resultado. Emoción adicional me provoca poder poner, con autorización de la familia del gran artista, a disposición del público estas imágenes, testigos de una proeza artística que lleva contando la historia patria desde su muro de concreto por más de medio siglo.

 

Imagen 1. El artista Guillermo Grajeda Mena al pie de las obras del Palacio Municipal, Centro Cívico, 1957.

Imagen 1. El artista Guillermo Grajeda Mena al pie de las obras del Palacio Municipal, Centro Cívico, 1957.

 

Imagen 2. Detalle de la formaleta que se fundió directamente, adosada al muro poniente de la Municipalidad, en la que se puede observar con sorprendente detalle que las líneas que trazan la figura del religioso han sido formadas con varillas de hierro y los relieves más altos con madera.

Imagen 2. Detalle de la formaleta que se fundió directamente, adosada al muro poniente de la Municipalidad, en la que se puede observar con sorprendente detalle que las líneas que trazan la figura del religioso han sido formadas con varillas de hierro y los relieves más altos con madera.

Imagen 3. Detalle de la formaleta con que se fundió la imagen de la mujer indígena que acepta en actitud de sumisión, la fe cristiana del religioso recién llegado. Al igual que la anterior figura, las líneas han sido trazadas en la formaleta con varillas de hierro.

Imagen 3. Detalle de la formaleta con que se fundió la imagen de la mujer indígena que acepta en actitud de sumisión, la fe cristiana del religioso recién llegado. Al igual que la anterior figura, las líneas han sido trazadas en la formaleta con varillas de hierro.

Imágenes 4 y 5. Proceso de instalación de las formaletas directamente en la cara del muro del edificio. En la imagen de arriba pueden verse los hierros fundidos al muro en los cuales se amarran las formaletas (derecha). El proceso de amarre del “negativo” de la obra al muro para su posterior fundición en el lugar (in situ), denota el dominio de la técnica por el artista, que para reforzar y asegurar las estructuras, las encierra en una rejilla de hierro adicional, de forma que la imagen se imprima perfectamente en el cemento.

Imágenes 4 y 5. Proceso de instalación de las formaletas directamente en la cara del muro del edificio. En la imagen de arriba pueden verse los hierros fundidos al muro en los cuales se amarran las formaletas (derecha). El proceso de amarre del “negativo” de la obra al muro para su posterior fundición en el lugar (in situ), denota el dominio de la técnica por el artista, que para reforzar y asegurar las estructuras, las encierra en una rejilla de hierro adicional, de forma que la imagen se imprima perfectamente en el cemento.

Imagen 5.

Imagen 5.

Imágenes 6 y 7. Proceso de retiro de las formaletas. En ambas imágenes se puede observar ya el “positivo” de la imagen impresa directamente en el muro del edificio. En ambas imágenes puede verse claramente el proceso de instalación por fases de la formaleta, por ejemplo, se aprecia que al lado de la contundente figura del conquistador, apenas se va dibujando la del misionero, cuyo brazo ya está impreso pero falta el resto del cuerpo, sujeto aún bajo la rejilla de hierro. Se puede apreciar en estas fascinantes imágenes las imperfecciones y suciedades que quedan impregnadas en el muro, inevitables por la técnica utilizada.

Imágenes 6 y 7. Proceso de retiro de las formaletas. En ambas imágenes se puede observar ya el “positivo” de la imagen impresa directamente en el muro del edificio. En ambas imágenes puede verse claramente el proceso de instalación por fases de la formaleta, por ejemplo, se aprecia que al lado de la contundente figura del conquistador, apenas se va dibujando la del misionero, cuyo brazo ya está impreso pero falta el resto del cuerpo, sujeto aún bajo la rejilla de hierro. Se puede apreciar en estas fascinantes imágenes las imperfecciones y suciedades que quedan impregnadas en el muro, inevitables por la técnica utilizada.

Imagen 7

Imagen 7

Imágenes 8 y 9. Interesantes fotografías del antes y después de la fundición del mural La Conquista, en las que se puede apreciar las dimensiones del trabajo realizado. El intrincado andamiaje fue necesario no solamente para la fundición del mural de Grajeda Mena, sino para el resto de la cara poniente del Palacio Municipal.

Imágenes 8 y 9. Interesantes fotografías del antes y después de la fundición del mural La Conquista, en las que se puede apreciar las dimensiones del trabajo realizado. El intrincado andamiaje fue necesario no solamente para la fundición del mural de Grajeda Mena, sino para el resto de la cara poniente del Palacio Municipal.

Imagen 9

Imagen 9

 

Imagen 10. Estado actual del mural de Guillermo Grajeda Mena, que rebasa ya el medio siglo de contarnos la síntesis de la historia nacional.

Imagen 10. Estado actual del mural de Guillermo Grajeda Mena, que rebasa ya el medio siglo de contarnos la síntesis de la historia nacional.

-II-

En la primera cápsula de historia que publicamos en este espacio, gracias a la iniciativa y el interés de Claudia Marves, recorrimos las monumentales estructuras del Centro Cívico, y nos detuvimos unos párrafos para hablar del maravilloso mural de Grajeda Mena que decora el Palacio Municipal, y que junto con el mural de Dagoberto Vásquez (que decora la cara oculta de la torre del Banco de Guatemala), son personalmente, mis favoritos, tanto por su impecable ejecución, como por la audacia de la propuesta temática de ambos artistas. En esa ocasión, visitamos un texto de la historiadora Irma Lorenzana de Luján, y afirmábamos, y disculpen que me cite a mí mismo:

“El mural de Guillermo Grajeda Mena está dominado por las imponentes figuras del conquistador y del evangelizador, transmitiendo precisamente el drama de la imposición que constituye toda conquista. En el análisis que del mural realizó la licenciada Irma Lorenzana de Luján, apunta:

“Las dos figuras poseen una jerarquía plástica dentro del conjunto, ya que las percibimos como unidad, independientemente que una represente al guerrero y la otra al evangelizador. Pero las dos representan la fuerza de la represión, una por medio de la fuerza y la otra por la persuasión religiosa…” [1]

A los lados dos figuras femeninas, una en actitud de sumisión, acerca una ofrenda al conquistador. Del otro lado, otra figura femenina acepta la fe del evangelizador. Es la síntesis de la historia de Guatemala que ofrece Mena, en su obra, la primera en ser fundida in situ, en el concreto de la fachada. La característica principal de este mural según la autora citada arriba, es que el orden de la imagen y sus símbolos dominan en la composición, transmitiendo el significado completo de su idea en un solo vistazo a la obra.

El conjunto, lo explica nuevamente Lorenzana de Luján:

“Cada figura posee en sí las propiedades que salvaguardan la identidad de su papel en el mural. Para que no quede duda al respecto a la fuerza que representan, la figura frontal y agresiva del conquistador y, en segundo plano, la del evangelizador, el Maestro Grajeda Mena colocó muy claramente una J estilizada con un punto. Esta marca, según el autor, es la forma del hierro con el cual se marcaba a los indios esclavos, produciendo una clara determinación plástica lograda por la selección y ordenamiento iconográfico para tal fin, es decir, aquellos en los que los criterios de eficacia visual y emocional, actúen fuertemente sobre el espectador.”[2]

Adicionalmente, y para contar con más datos que nos permitan reconstruir la forma en que se ejecutó el hermoso mural, transcribo una noticia que me dio vía electrónica Luis Gustavo Grajeda, nieto del artista:

“…Según me contaba mi abuelo, se hizo un dibujo en tamaño real del bajorelieve, para sobre él doblar las varillas de hierro. Se hicieron en el piso de la propia Municipalidad, aprovechando los espacios vacíos. De allí se trasladaban a la fundición en el muro. O sea que hubo un dibujo tamaño real. Para hacerlo hubo que cuadricular un dibujo a escala, que es el que está en el Museo de Arte Moderno ‘Carlos Mérida’ (…) Según me comentó Guillermo Monsanto, por razones políticas, Dagoberto Vásquez fue exilado a Costa Rica, en el tiempo de la fundición del bajorelieve diseñado por él, por lo que a mi abuelo le tocó supervisar esa fundición también. El bajorelieve de Dagoberto se fundió primero…”

 

[1] Lorenzana de Luján, Irma. El Mural en Guatemala. Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Trabajo de licenciatura para optar al grado de Licenciada en Arte. Guatemala: 1994. Página 52.

[2] Lorenzana de Luján. Op. Cit. Página 52.

 


Guatemala, «anno domini», 1825

La ciudad de Guatemala a los ojos de George Alexander Thompson

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

Del libro de este viajero inglés, Narración de una Visita Oficial a Guatemala viniendo de México en el año de 1825 [1], tomamos la descripción que hace para el gobierno de su majestad británica de la ciudad de Guatemala, a tan solo cuatro años de declararse independiente. Para ese entonces, la ciudad de la Nueva Guatemala había sido la capital del Reino de Guatemala bajo el dominio español, posteriormente asiento del Gobierno provincial de Guatemala como parte del imperio mexicano y para la visita de Thompson detentaba la capital de la República Federal de Centroamérica. La sede del Gobierno del Estado de Guatemala en la federación era la Antigua Guatemala.

 

Hermosa fotografía del último cuarto del siglo XIX de la Fuente del Perú, que estuvo ubicada en la actual 18 calle y 5 avenida de la zona 1. Según explica el cronista de la ciudad Miguel Álvarez, se llamó así a la fuente pública por estar en el camino real que llevaba a ese territorio español en América del Sur.

Hermosa fotografía del último cuarto del siglo XIX de la Fuente del Perú, que estuvo ubicada en la actual 18 calle y 5 avenida de la zona 1. Según explica el cronista de la ciudad Miguel Álvarez, se llamó así a la fuente pública por estar en el camino real que llevaba a ese territorio español en América del Sur.

 

 

-II-

Transcripción del texto de Thompson

 

“Santiago de Guatemala, la capital, está en medio de una gran llanura hermosa; la rodean por todas partes sierras de moderada altura, situadas a una distancia que varía entre tres y siete leguas. Estas montañas que dan a todo el paisaje la apariencia del valle de México en miniatura, no se encuentran tan lejanas que no se alcance a ver, por las calles rectilíneas y en todas direcciones, la verdura de los árboles de que están cubiertas y que, con las praderas en declive, de diferentes matices, presentan un aspecto risueño y sirven, por decirlo así, de biombo a la pequeña ciudad asentada en el centro, cuyos blancos muros, cúpulas y campanarios enlucidos con cemento de yeso, relumbran bajo los rayos del sol de los trópicos. 

Todas las casas están construidas en cuadras de unos 120 a 160 pies, y a veces el frente de una sola casa ocupa toda una cuadra; pero ninguna pasa de 18 a 20 pies de altura. Son por supuesto de un solo piso, precaución que no se debe tanto al temor de los terremotos, como a lo que prescriben las antiguas leyes españolas. 

Las calles están bien pavimentadas con piedras y más generalmente con un mármol veteado de gris, lo que las hace muy resbaladizas y muy peligrosas para andar a caballo o en coche. Tienen una doble inclinación hacia el centro, por el cual discurre un arroyo de agua clara, cuyos bordes cubiertos de yerba dan a la ciudad un aspecto pintoresco pero desierto. En unas pocas calles hay aceras, especialmente en la plaza mayor, en la cual están cobijadas por una columnata que corre en torno de ella, excepto en el costado que ocupa la catedral. Frente por frente de ésta está el Palacio, donde se encuentran las oficinas del Gobierno. En los otros dos costados hay tiendas donde se venden al por menor mercaderías de todas las clases; el área de la plaza sirve de mercado y allí van a diario los indios a vender aves de corral, frutas y otros comestibles. En el centro hay una fuente de agua excelente, que brota de una cabeza de cocodrilo, obra de escaso mérito artístico. 

Plaza central de la ciudad de Guatemala, en donde se alzaba la Fuente de Carlos III, hoy en la zona 9 de la ciudad. Foto original de Muybridge, 1875.

Plaza central de la ciudad de Guatemala, en donde se alzaba la fuente de Carlos III, hoy en la zona 9 de la ciudad. Foto original de Muybridge, 1875.

  Muchas de las iglesias son grandes y de hermosa arquitectura. Están más limpias y mejor cuidadas que en México. Una nueva, llamada el Panteón, con espaciosas bóvedas para sepulturas, está a punto de terminarse y su fábrica cuesta mucho dinero. A cincuenta yardas de ésta se está edificando otra para el Convento de las monjas agustinas. Otra iglesia grande, recientemente construida al Oeste de la ciudad, fue abierta y dedicada a Santa Teresa, el 29 de mayo. Los demás consagrados a la religión y sus advocaciones se han mencionado ya en mi narración. 

Miradas de lejos, pocas ciudades presentan un aspecto más hermoso que la de Guatemala; y estando en ella, no hay nada que pueda provocar un completo desagrado, a no ser su tristeza. Su altura sobre el nivel del mar es de unos 1,800 pies [el traductor corrige la altura: 4,870 pies]. Las variaciones de temperatura entre la noche y el día, tan peculiares de las altiplanicies, no existen en ella. Del 1 de enero al 1 de junio, el calor es de 75º, por término medio, y de 63º durante la noche. En los meses de verano se pueden calcular unos diez grados más por término medio, lo cual es una temperatura moderada para una población que está a los 14º y 28’ de latitud Norte y a los 92º y 40’ de longitud oeste. La ciudad a que me refiero es la tercera capital que ha existido durante los últimos setenta y siete años. La primera, erigida en la falda del gran volcán, al borde de un valle frente al Pacífico, tenía 7,000 familias y fue destruida en el año 1751. Habiendo sido reedificada un poco más al norte, en el poético lugar que ahora llaman la Antigua, fue nuevamente destruida por una convulsión más tremenda todavía en 1775. A pesar de que la mayor parte de sus habitantes quedaron sepultados en las ruinas y de haber sido trasladada la ciudad, por orden del Gobierno, al asiento que ahora tiene, a 25 millas geográficas al Norte de la Antigua, ésta sigue siendo un lugar de recreo muy frecuentado; el Congreso del Estado se reúne en ella y rara vez cuenta con menos de 12,000 a 18,000 habitantes. En la presente capital se sienten a menudo temblores de tierra; pero como está tan lejos del volcán, los vecinos empiezan a perderles enteramente el miedo.”

 

El texto, con algunos “errores de bulto”, como los llama el traductor que se ve obligado a aclararlos (inexactitudes en el tema histórico de los traslados), nos regala una magnífica imagen de esa ciudad pequeña, casi bucólica, en la que se gestaban las intrigas y los conflictos que habrían de estallar al año siguiente, desencadenando una guerra civil que terminaría con la existencia de la República Federal de Centroamérica.

 

[1] Usamos para esta cápsula la versión publicada por la Academia de Geografía e Historia en su revista Anales, en el año de 1927.


Otra de exploradores. El viaje de George Alexander Thompson a Guatemala. II Parte

Interesante testigo de la república temprana

Rodrigo Fernández Ordóñez

George Alexander Thompson, súbdito inglés, exsecretario de la Comisión Mexicana de Su Majestad Británica y Comisionado para informar al gobierno británico sobre el estado de la República Central, sube al buque ‘Tartar’ en el Puerto de Acapulco. Luego de cinco días de navegación, llega al Puerto de Acajutla, puerta de entrada de la República Federal de Centroamérica, en donde desembarca el día 9 de mayo de 1825 a las 12 del día. Su relato ofrece  un esbozo fascinante de una república recién fundada que todavía no había caído en el remolino de la guerra civil y el caos. Su relato optimista, refleja las esperanzas que habían depositado en el país, tanto nacionales como extranjeros.

 

Escudo del Estado de Guatemala en la República Federal de Centro América. La pintura original se conserva actualmente en el Museo Nacional de Historia, ciudad de Guatemala.

Escudo del Estado de Guatemala en la República Federal de Centro América. La pintura original se conserva actualmente en el Museo Nacional de Historia, ciudad de Guatemala.

-I-

El 18 de mayo de 1825, un día después de haber llegado a ciudad de Guatemala, capital de la República Federal de Centro América, el señor Thompson empieza su misión pseudo oficial, pues bien señala el viajero que pese a tener instrucciones claras y precisas de su Gobierno, carecía de credenciales o nombramiento oficial que lo acreditara ante el gobierno federal. Sin embargo, el gobierno federal lo recibe cordialmente, interesados sin duda, en que su visita sea un éxito para las futuras relaciones de la naciente república con Inglaterra.

La recepción es deferente. El ministro de Relaciones Interiores y Exteriores de la Federación, Marcial Zebadúa, lo recibe en su despacho y luego de conversar sobre su país natal, en el que Zebadúa sirvió dos años, lo conduce a la presencia del presidente de la república, general Manuel José Arce. Thompson omite mencionar los detalles escabrosos de la elección de Arce, producto de una vulgar componenda en el hemiciclo del Congreso Federal, a costa de la cabeza política de José del Valle. El presidente Arce es sumamente cordial con el inglés a quien indica que a partir de ese día “debía considerarlo con el doble carácter de presidente de la República y (…) Manuel de Arce, su amigo”. Ese mismo día, luego de la entrevista presidencial, es presentado al marqués de Aycinena.

“Un tercer mapa, que se copió con permiso del Gobierno del original que está en el Congreso, era desde un punto de vista general, el que merecía más confianza.” Más adelante en su relato nos cuenta: “Por el deseo de procurarme un mapa de las delimitaciones de los cinco Estados recientemente establecidos, me fui a ver a Valle, la persona más llamada a ayudarme en este asunto; pero no fue pequeña mi decepción. Cierto es que se había hecho el deslinde por acto legislativo, pero aún no se había levantado un mapa para ilustrarlo. De suerte que tomamos uno de los de Arrowsmith que lo llevaba y trazamos en él con lápiz las divisiones.” El mapa al que hace referencia Thompson fue incluido en la edición original del libro en folio desplegable.

“Un tercer mapa, que se copió con permiso del Gobierno del original que está en el Congreso, era desde un punto de vista general, el que merecía más confianza.” Más adelante en su relato nos cuenta: “Por el deseo de procurarme un mapa de las delimitaciones de los cinco Estados recientemente establecidos, me fui a ver a Valle, la persona más llamada a ayudarme en este asunto; pero no fue pequeña mi decepción. Cierto es que se había hecho el deslinde por acto legislativo, pero aún no se había levantado un mapa para ilustrarlo. De suerte que tomamos uno de los de Arrowsmith que lo llevaba y trazamos en él con lápiz las divisiones.” El mapa al que hace referencia Thompson fue incluido en la edición original del libro en folio desplegable.

 

Thompson es un funcionario diligente. Al día siguiente, 19 de mayo, se aparece por el Congreso, que estaba en sesión. Al terminar la misma, le son presentados por otro paisano, Mr. Bailey, la mayoría de representantes. Del Congreso parte a visitar la Aduana, no solo para recabar datos de comercio sino para recoger su equipaje, el que puede retirar libre de franquicia gracias a las órdenes del ministro Zebadúa. Como ve, las influencias desde esos tempranos años de la república ya movían montañas y abrían puertas.

“La Aduana es un gran edificio cuadrado, con sótanos para el depósito de las mercaderías. El patio estaba lleno de fardos de cochinilla, índigo, cueros y otros artículos. En el comercio de aquella pequeña República había una solidez y una actividad evidentes que daban gratas esperanzas acerca de su aumento, o, como dicen los franceses, de su destino futuro. En la larga habitación, si es que así puedo llamarla, sólo estaban seis funcionarios, ‘todos activamente ocupados’…”

En algo sí ha cambiado la administración pública desde ese entonces. Muerto habría caído el señor Thompson si se asoma a cualquier ventanilla de las oficinas públicas actuales. Funcionarios haciendo corrillo, ignorando a quienes les pagan sus salarios con sus impuestos, tomando café y leyendo los periódicos o desayunando en pleno horario laboral. Dejando la crítica actual a un lado, es interesante el detalle de la conversación que tiene con el arzobispo Casaus, el mismo que estuvo a punto de ser agredido por la multitud en la mañana del 15 de septiembre de 1821, cuando salió del salón del Palacio de Gobierno, tras haber dejado manifiesta su oposición a la independencia. Es invitado a reunirse con el arzobispo por el canónigo José María Castilla, ese mismo día 19. Recibido por el arzobispo Casaus en el palacio arzobispal a un costado de la catedral, hablan de la estadía de Thompson en México y como en cualquier otra conversación de este tipo, salen a relucir los conocidos comunes. Y suelta unas frases valiosísimas, para entender el estado delicado de la situación política que vivía la recién fundada república con el asunto de la independencia: “Me enteré de que conocía a muchas de las personas con quienes yo me había relacionado en México, pertenecientes en su mayor parte a las más respetables de las antiguas familias españolas y entre las cuales había algunas cuya fidelidad a los nuevos sistemas de gobierno me inspiraban bastantes dudas.”

En su relato, Thompson deja entrever que es un hombre prudente. Un buen diplomático. Ante la duda sobre las ideas políticas del arzobispo Ramón Casaus, renuncia a su ofrecimiento de hospedarlo en el que imaginamos, era uno de los mejores lugares para establecerse: el palacio arzobispal, a un costado de la Catedral. Y renuncia con pesar, pues Casaus lo lleva a hacer el tour correspondiente por las estancias que le ofrece, y no era una oferta fácil de rechazar. Pero como es un hombre de intuición, continúa su relación con el arzobispo, pues al final, su misión es recabar la mayor cantidad de datos posibles, y es de presumir que un hombre educado como el arzobispo podría proveerle un buen paquete de ellos. De su relación termina por descubrir que la forma de pensar del arzobispo Casaus ha cambiado, adaptándose a los nuevos tiempos que soplan sobre la república, pues en una conversación el religioso le comenta:

“…había creído de su deber oponerse al principio a las medidas tomadas por el partido de la Independencia, por ser subversivas de los principios del gobierno que él estaba obligado a sostener y que protegía su autoridad; pero que a medida que fue ganando terreno la opinión pública y al ver que la mayoría del pueblo quería a todo trance un gobierno independiente, fue inducido a relajar su oposición…”

Plaza central de la ciudad de Guatemala en los años inmediatos a la independencia. Alrededor de su explanada estaban los centros de poder político y religioso a los que visita Thompson. Se puede observar que la catedral aún carecía campanarios, y que el espacio de la plaza estaba ocupado por los “cajones” y “sombras” del mercado, que criticaría casi cincuenta años después don José Milla en sus Cuadros de Costumbres y en El libro sin nombre.

Plaza central de la ciudad de Guatemala en los años inmediatos a la independencia. Alrededor de su explanada estaban los centros de poder político y religioso a los que visita Thompson. Se puede observar que la catedral aún carecía campanarios, y que el espacio de la plaza estaba ocupado por los “cajones” y “sombras” del mercado, que criticaría casi cincuenta años después don José Milla en sus Cuadros de Costumbres y en El libro sin nombre.

La ciudad de Guatemala era un caso interesante en esos años. La ciudad detentaba la capital de la república federal y se había enviado a las autoridades del Estado de Guatemala a La Antigua, para al menos poner unos kilómetros de distancia entre ellos, distancia que al año siguiente de la visita de Thompson habría de anular el jefe del Estado de Guatemala, Juan Barrundia trasladando el gobierno del Estado a la ciudad de Guatemala, iniciando las fricciones que habrían de terminar en la guerra civil.

Pero en ese año providencial de 1825, todavía hay armonía en el Gobierno. O al menos en los apuntes de Thompson eso se percibe. En sus notas se percibe la tranquilidad del ambiente. Entonces todavía se creía que la federación tenía el futuro por delante y que las visitas de estos enviados extranjeros habrían mundos de posibilidades. Lo demuestra también la sencillez con que se le recibe en todos los despachos de gobierno.

Me parece fascinante un recuento que hace de un almuerzo con el presidente Manuel José Arce, que merece una cita extensa, para gozarnos el detalle de sus palabras:

“Domingo 19. Hoy tuve la honra de comer con el Presidente en el Palacio. Los convidados eran el señor Sosa, Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores; el señor Beteta, Ministro de Hacienda; el General Milla y el señor Isidro Meléndez, ambos Senadores prominentes. Éramos en todo seis personas. La comida fue servida a las dos de la tarde. Rara vez hubo en la mesa, al mismo tiempo, más de dos o tres fuentes, sirviendo el Presidente en persona los platos, que luego se pasaba a los convidados sucesivamente. Como yo estaba enterado de que podrían tomar como falta de educación no comer siquiera un pedacito de cada cosa, seguí por supuesto la costumbre; pero era tal el número de manjares que mis fuerzas empezaron a flaquear (…) Sirvieron té y café sin alzar el mantel. Luego pasamos a un cuarto contiguo en que había una mesa con licores y cigarros y allí estuvimos otra hora en muy amena conversación. Hacia las seis de la tarde nos retiramos.”

Qué sibaritas se nos antojan nuestros antepasados. A juzgar por los recuerdos de Thompson, el banquete fue pantagruélico, más parecida a una comilona china que a un almuerzo en la Guatemala tropical. Pero es parte de sus obligaciones, enterarse de cosas, “meter pita y sacar cordel”, como decían antes, para ir armando su informe.

Otros dos párrafos creo necesarios citar por su interés tanto histórico como anecdótico. Y en ambos casos serán párrafos extensos que espero se disfruten tanto como yo me los he gozado leyendo y releyéndolos, para respirar ese ambiente de intimidad con que el viajero nos los transmite. Corresponden a visitas a dos personas de las que uno ha podido leer mucho en los libros pero ya fosilizados en el pedestal, ya tallados en el mármol de los recuentos historiográficos. Pero Thompson los conoció cuando aún eran seres humanos y no seres de papel y tinta y siendo que la obra de Thompson no la he visto en ediciones recientes, creo que es mi obligación compartir con ustedes estos párrafos:

“Sábado 5. Estuve de nuevo en casa de Valle. Lo encontré sentado en un sofá que ocupaba todo el ancho de la extremidad de un salón, conversando con tres o cuatro señores que habían ido a visitarle. Entre ellos estaban dos ingleses; uno era Mr. John Hines, que había venido a proponer un empréstito de parte de los señores Simmonds, y dos franceses. Después de que se fueron me hizo pasar a una pequeña biblioteca tan atestada de libros, no sólo a lo largo de las paredes, sino también amontonados en el piso, que con dificultad pudimos abrirnos paso. Valle se sentó ante una mesita de escribir, profusamente cubierta también de manuscritos y papeles impresos, de los cuales escogió algunos documentos que había estado formulando o reuniendo para mí con un celo, un empeño y un placer avivados por su carácter entusiasta. Entre ellos había un informe detallado sobre las rentas públicas, antes y después de la revolución, las bases de la Constitución, el plan de una factoría de tabacos en Gualán y otro para colonizar con extranjeros el territorio limítrofe del puerto y río de San Juan en Nicaragua. Estaba rodeado de todo lo que delata la manía de los que escriben: pruebas de imprenta, hacinamientos de manuscritos, libros en folio, en cuarto y en octavo, abiertos o señalados con tiras de papel anotadas, esparcidos en profusión sobre la mesa (…) Me dio papel tras papel y documento tras documento, hasta quedar yo saciado con sólo mirarlos…”.

Y otra visita hecha al vicepresidente de la República, don Mariano Beltranena, no en la frialdad del despacho, sino en la calidez de su hogar:

“Al día siguiente visité al Vicepresidente D. Mariano Beltranena y éste me presentó a su hermano, que durante cuatro años había sido gobernador de Nicaragua. Habitaba D. Mariano una casa grande en el centro de la ciudad; dos cuartos los llenaban los archivos del antiguo Gobierno y se estaba buscando en ellos cierto tratado que al fin se encontró. Era el de Versalles, de fecha 3 de septiembre de 1786, entre la Gran Bretaña y España, relativo al establecimiento de Honduras y a la facultad de cortar palo de Campeche…”

¡Qué frescura rezuman estos dos párrafos! ¿O será que mi amor por la historia patria me hace ver hermosos estos relatos que a otros provocarían la más fría indiferencia?, lo cierto es que para quien visita las páginas de los libros de historia todos los días, ¡qué placer le provoca toparse con estos fragmentos de vida cotidiana, de informalidad, de ausencia de monumento! En fin, continuemos que ya urge terminar esta reseña, por más entusiasmado que me tenga la lectura de este libro.

En sus idas y venidas, porque Thompson trabaja, pero también disfruta, aprovechó a conocer y compartir actividades y ocio con los guatemaltecos acomodados. Así, visita Amatitlán por unos días, pasando por Villa Nueva, que no le inspira ningún comentario amable, y como buen turista antiguo o moderno que se precie, visita La Antigua, hospedándose en la casa que en la localidad tenía montada el marqués de Aycinena. Cosa natural, allí se entretiene visitando ruinas, emitiendo comentarios sobre la impresión que le causó la antigua capital del reino. Y aprovecha a visitar al jefe del Estado de Guatemala, Juan Barrundia, que a diferencia de José Arce o José del Valle, no le inspira comentarios personales, apenas una referencia de carácter político:

“Miércoles 23 de junio. Visité a D. Juan de Barrundia, jefe político del Estado. Acertó a ser el día de su santo, o de su natalicio, como diríamos en Inglaterra; porque en aquellos países acostumbran poner a las gentes el nombre del santo del día en que nacen. Todas las autoridades y los vecinos más respetables habían ido a presentarle sus respetos. Estuve con él una media hora, durante la cual la conversación giró principalmente sobre la organización política del país y el sistema federal adoptado. Se me había dicho, y acontecimientos posteriores probaron la verdad de esta aserción, que D. Juan no era tan afecto al sistema federal como hubiese sido de desear para la tranquilidad de la República…”

Intuitivo el señor Thompson, que meses antes de estallar la crisis ya delinea las responsabilidades que terminaron por causar el fracaso del experimento federal, detectando el germen de la inconformidad política en uno de los hermanos Barrundia, al parecer tan intransigente y tan inconforme como su hermano José Francisco, quien para esa época era senador federal. Y es que es necesario subrayar que mucho del drama federal y nacional que ha vivido Guatemala desde entonces, se debe a la intransigencia política de las élites que han asumido de forma más que mediocre la dirección de los destinos patrios. Y es que al viajero inglés, tampoco se le escapa la pobre preparación de la gente que conformaba el grueso de la población de la República, pudiendo juzgar con bastante precisión a los dos extremos de la vida política de la República: a sus dirigentes y al pueblo que deposita en ellos sus destinos, sobre todo cuando a forma de comentario casual pinta el drama del cuerpo vivo de la comunidad política:

“…creo que son unas gentes buenas e inofensivas. De todos los habitantes de Guatemala, tal vez las tres décimas partes no se pueden considerar capaces de tener opiniones políticas, o esa noción de la autoridad temporal que hace que el hombre se interese en el gobierno del país en que vive (…) Cierto es que la humilde parte de la sociedad a la cual me refiero en particular, se encuentra tan alejada, por la situación local y los sentimientos intelectuales, del asiento del Gobierno y del resorte moral de los negocios políticos, que apenas le interesa la existencia misma del primero y rara vez obedece al impulso que se pretenda darle por medio de la vibración remota del segundo…”

Su cálculo de 3/10 partes peca ya, en 1825, de una insoportable ingenuidad… Pero en fin, a 189 años de escritas estas impresiones que es imposible agotar en este texto, (además que no queremos arruinarle la lectura a nadie), ¡qué dolorosamente actuales resultan! Pero ya nos lo advertía el rey Salomón en uno de sus hermosos versos: ¡No hay nada nuevo bajo el sol!


Otra de exploradores. El viaje de George Alexander Thompson a Guatemala. I Parte

Interesante testigo de la república temprana

Rodrigo Fernández Ordóñez

“El goce de la vida parecía consistir más bien en la indolencia que en el esfuerzo, en la comodidad que en la pompa.” – G. A. Thompson

George Alexander Thompson, súbdito inglés, exsecretario de la Comisión Mexicana de Su Majestad Británica y Comisionado para informar al Gobierno británico sobre el estado de la República Central, sube al buque ‘Tartar’ en el Puerto de Acapulco. Luego de cinco días de navegación, llega al Puerto de Acajutla, puerta de entrada de la República Federal de Centroamérica, en donde desembarca el día 9 de mayo de 1825 a las 12 del día. Su relato, publicado con el título “Narración de una Visita Oficial a Guatemala viniendo de México en el año 1825”, y publicado en español por la Academia de Geografía e Historia en su revista Anales en el año de 1926, ofrece un esbozo fascinante de una república recién fundada que todavía no había caído en el remolino de la guerra civil y el caos. Su relato optimista, refleja las esperanzas que habían depositado en el país, tanto nacionales como extranjeros.

 

Escudo de la República Federal de Centro América.

Escudo de la República Federal de Centro América.

-I-

No hay duda de que Thompson era un viajero curioso y que se había tomado muy en serio la misión que le fuera encomendada, sobre recabar la mayor cantidad de datos relativos a la recién fundada República Federal de Centro América. Apenas un año atrás, se había emitido la Constitución Federal, y tan solo tres años antes, se había proclamado la independencia de España. Ya se había tratado el esquema imperial trazado por Iturbide, y tras su desmoronamiento, se había hecho un pacto federal, dentro del cual, cinco Estados unían sus destinos. Thompson traza con mano elegante los rasgos del país que visita, y aunque no muy dado a las descripciones, podríamos decir que sí es en cambio, un maestro de las impresiones.
Es también un buen retratista, pues a lo largo de su viaje logra retratar a las personas con las que se va topando, dejando momentos interesantes, que reflejan sobre todo, la buena voluntad de las personas, en un mundo todavía no contaminado por la desconfianza. Un ejemplo:

“A las cuatro de la mañana del 7 el gran volcán de Guatemala estaba a la vista; en aquel momento nos encontrábamos a diez y ocho leguas de tierra. La costa no está muy correctamente trazada en los mapas; al menos había una diferencia entre éstos y la estima del barco en este corto viaje de setenta millas. Conseguí con Mr. James, un guardia marina, copia de un mapa mejorado que él había hecho de la costa desde Acapulco hasta Sonsonate…”

Desembarcan en el puerto de Acajutla, que el viajero aclara que más que un puerto es una rada abierta. Allí permanece hasta que su equipaje es desembarcado, y luego toma camino hacia la cercana población de Sonsonate, por un “camino carretero que va desde el Puerto hasta la ciudad, la mayor parte sobre un verde y bonito césped y por avenidas cortadas en un espeso bosque que durante el verano tiene tanta sombra que con dificultad se distingue el camino…” A su llegada a la ciudad se presenta con unas cartas de recomendación para la familia Rascón, y nos ofrece un detalle interesante para ir reconstruyendo la vida en esos años. Comenta que las cartas de recomendación de los viajeros eran sumamente apreciadas, pues abrían puertas en lugares en los que no era común la llegada de extranjeros. Apunta con delicioso detalle Thompson:

“Esas cartas no son una pura fórmula de cortesía como a menudo se les considera en Europa; se parecen más a una letra de cambio girada contra la persona a quien van dirigidas, no exactamente por tal o cual suma de dinero sino por su equivalencia, sobre todo en casa, comida y todo agasajo razonable.”

Este detalle es importante, dado que ya hemos comentado en algún texto anterior que en Guatemala por ejemplo, no había hoteles en esos años, y los hospedajes que había, llamados mesones, eran más bien alojamientos rústicos para los arrieros de los trenes de mulas, por lo que las cartas de recomendación abrían las puertas de casas de buenas familias en donde hospedarse cómodamente.

Thompson es bien recibido en Sonsonate. Incluso con un dejo de asombro comenta que lo fue a visitar para presentarse el Comandante de la ciudad, un señor de apellido Padilla, este le comenta que el Gobierno del Estado le había dado aviso de su llegada y recomendado atenderlo lo mejor posible. Mucha importancia le dieron, pues comenta también la visita de dos diputados del Estado, originarios de la ciudad, e incluso que uno de ellos, el señor Manuel Rodríguez, había prestado servicios como Embajador en los Estados Unidos. Entra en contacto para su misión de recabar datos para su majestad, con el Interventor de Aduana, señor Dionisio Mencía y con el Jefe Político, Felipe de Vega. Pareciera que el señor Thompson es recibido como una visita de Estado, dados todos los personajes locales de importancia que acuden a saludarlo. Recordemos que para esa fecha, la República Federal de Centro América buscaba apoyo y reconocimiento en el exterior, y que el informe que de la nación preparara Thompson podría tomarse la decisión de reconocerla o no en la gran potencia europea.

Embarque de pasajeros y café en el puerto de Acajutla. Aunque la imagen es de 1907, casi un siglo posterior al relato de Thompson, (un imperdonable anacronismo), las condiciones apenas habían cambiado en dicho puerto, al que se le había construido un largo muelle de hierro para el embarque de mercancías y personas sobre la rada abierta. (Fuente: http://historiayfotosdeelsalvador.blogspot.com)

Embarque de pasajeros y café en el puerto de Acajutla. Aunque la imagen es de 1907, casi un siglo posterior al relato de Thompson, (un imperdonable anacronismo), las condiciones apenas habían cambiado en dicho puerto, al que se le había construido un largo muelle de hierro para el embarque de mercancías y personas sobre la rada abierta. (Fuente: http://historiayfotosdeelsalvador.blogspot.com)

 

Como se dijo antes, Thompson no es un buen paisajista. La descripción de la ciudad que tan amablemente lo ha recibido y que un lustro después sería la capital federal por un breve período, apenas le merece unas pocas líneas: “La ciudad de Sonsonate es grande y está diseminada; pero tiene muchas casas buenas, todas construidas en el estilo español usual. Son de un solo piso con tres o cuatro cuerpos en cuadro y un patio en el centro”, nada más, y un comentario más cercano a la misión que tiene encomendada: “Las familias más respetables no creen rebajarse ejerciendo el comercio. Como no hay Bancos ni se da dinero a rédito, ésta es la única manera que tienen de emplear sus capitales”, en lo que parece una invitación a importar el sistema financiero que ya era sofisticado en la gran Londres. Toma nota de que en la ciudad viven cuatro ciudadanos británicos y que “habían estado en el Perú, en Chile y otras partes del Continente. Hacían el comercio de cabotaje y exportaban a Inglaterra cochinilla, cueros y añil y otros artículos peculiares del lugar”, sin sorpresa, estos paisanos suyos son fuente de valiosa información, tanto económica como política, que llena no pocas páginas de su paso por el estado.

 

Paisaje rural de Sonsonate a finales del siglo XIX, en las cercanías de Armenia. Con toda seguridad no habrá variado mucho desde el año en que Thompson pasó por sus caminos rumbo a la capital de la federación.

Paisaje rural de Sonsonate a finales del siglo XIX, en las cercanías de Armenia. Con toda seguridad no habrá variado mucho desde el año en que Thompson pasó por sus caminos rumbo a la capital de la federación.

 

Tras unos días en la ciudad parte para la capital de la república, ciudad de Guatemala, siguiendo un camino no muy diferente al que conecta la ciudad con el puesto fronterizo de Las Chinamas-Valle Nuevo. De su trayecto da cuenta de detalles interesantes, como el de las “armas de agua”, que habrán sido algo así como las chaparreras de cuero que aún se utilizan en ciertos espectáculos como los rodeos:

“Se me había roto uno de los estribos de la silla y yo quería que me les pusiesen una bolsa más a mis armas de agua. Consisten éstas en pieles de venado o de cualquier otro animal que se suspenden del pomo de la silla, a cada lado del caballo; y cuelgan hasta más debajo de las rodillas de la bestia, y como están sueltas y extendidas se ponen sobre los muslos del jinete, atándolas por detrás de la cintura, de manera que la parte inferior del cuerpo queda enteramente resguardada de la lluvia. Cuando se hace una parada en cualquier sitio para descansar o comer, las quitan del pomo de la silla y extendiéndolas en el suelo forman un lecho cómodo; las bolsas que tienen por dentro (la parte exterior conserva el pelo), sirven para llevar un frasco de licor, una caja de emparedados o cualquier otra cosa que se juzgue necesaria o conveniente.”

El camino cruza por Ahuachapán, pasando por el entonces caserío de Oratorio, en donde se detienen a comer, a la sombra de una pequeña barrera que parecía de portazgo, tortillas de maíz y tomates, que es casi lo único que consiguen en ese lugar. Siguiendo el camino, bajan al valle en donde corre el río Los Esclavos, a seis leguas de distancia, a donde llegan a las cinco de la tarde, “…pasando por un hermoso puente de cinco arcos puesto sobre un río que más parece una espumante catarata…” La aldea no le merece buenos comentarios, pareciéndole un lugar miserable, malsano, poblado de pobres agricultores, pero al salir del valle encuentra un camino bien hecho que le causa tan buena impresión que lo compara con los mejores de su país. Es el camino que lleva a la población de Cuajiniquilapa, hoy Cuilapa, Santa Rosa.

Thompson también se fija en las costumbres muy especiales del país. Así describe a un bullicioso grupo de viajeros con los que se encuentra en un punto del camino, los cuales viajan hasta dos en una misma bestia. El espectáculo le merece un minucioso recuento:

“Cuando van montadas dos personas en la misma mula, el caballero cabalga en las ancas en una silla de forma adecuada que tiene en la parte delantera una superficie plana y cuadrangular, en la cual se sienta su bella compañera con las piernas colgando de ambos lados de la bestia, o más bien sobre los cuartos delanteros de ésta. En este caso la dama no tiene grada ni estribos para descansar los pies; pero generalmente se sienta con las piernas cruzadas, confiando el mantenimiento de su equilibrio a los buenos oficios del caballero, quien, como es natural, le rodea el talle con el brazo izquierdo llevando la rienda en la mano derecha, que es la contraria, como lo saben todos mis lectores; pero teniendo la otra ocupada no puede valerse ni siquiera encender un cigarro; de modo que esta obligación corresponde –no es necesario decirlo- a su compañera.”

De su paso por Cuajiniquilapa nos deja otro detalle interesante (además de la esperpéntica escritura que del nombre del lugar apunta en su libro), que a la distancia nos parece pintoresco:

“…al llegar a Juaquiniquiniquilapa tomamos posesión de una casa grande y deshabitada en un costado de la plaza. Tenía al frente una ancha galería del mismo largo y de la mitad del ancho, que podía ser de unos quince pies. Era una especie de casa consistorial y servía de albergue a los viajeros…”

Es una constancia de la rústica infraestructura que existía para proveer a los viajeros que se aventuraban por los caminos de la república. Obligatoriamente comerciantes que iban de un punto a otro negociando mercancías, y transportistas que en trenes de mulas movían los productos entre plazas. Ese tipo de construcciones habrán sido las herederas de los paradores españoles o caravasares árabes, que aunque no ofrecían otros servicios como sus antepasados, al menos proveían un patio para las bestias y un techo para cubrirse de los elementos. Thompson encuentra una agradable viga de la cual colgar su hamaca y un rincón en donde instalar su cama.

De Cuilapa parten ya en la última jornada de viaje hasta la ciudad, entrando por Fraijanes por donde pasan a las cuatro de la tarde y que le impresiona bien porque el clima suave del lugar le recuerda el de “Inglaterra en un claro día de principios de junio”. El paisaje que le ofrece la ruta de entrada a la ciudad le permite extenderse en una descripción poco común, que tiene rasgos de paisaje bucólico, de nostalgia del hogar, porque apunta, (casi se puede sentir el suspiro suave que da antes de escribirlo) y esto merece una cita extensa:

“El camino subía unas veces y bajaba otras; el césped verde y tierno parecía brotar debajo de nuestros pies a medida que avanzábamos. Al frente estaba la ciudad con sus cúpulas y campanarios que brillaban al sol. Parecía más grande de lo que realmente es, por el esparcimiento de la sombra entre los follajes de los hermosos árboles que por todas partes la cortaban y rodeaban. A la derecha había arboledas llenas de sombra, laderas cultivadas y colinas que se alzaban por decirlo así, la base de la faja de color gris pálido que marcaba los lejanos perfiles de los Andes. A mano izquierda el país se extendía en una serie de altiplanicies y valles, formados por atrevidas ondulaciones, terminando en las tres montañas cubiertas de follajes hasta la cúspide, que parecían guerreros gigantes, erguidos sobre la multitud de pigmeos que los rodeaban. La vista era tan bella y tan interesante que me quedé atrás y me detuve para contemplarla solo, y a mis anchas.”

¡Qué familiar es el tono de alegría que impregna este párrafo! Es la felicidad del viajero curioso que tras un largo periplo, está por llegar a su destino, al que entrevé en la distancia y del que se empieza a deleitar más con la imaginación que los sentidos. Cuántos viajeros, desde Heródoto, han sido poseídos por esta suave alegría…

Al llegar a la ciudad, como ya hemos adelantado, se tiene que establecer en la casa de una familia. Thompson nos comenta que había pensado tomar una casa para él solo, para mayor comodidad, pero viendo que solo había ofertas de alquiler por tiempo fijo, y que era necesario hacer el bendito depósito que aún sigue torturando la relación arrendante-arrendatario, por 6,000 pesos reembolsables, desiste de la idea. “No había en la ciudad ni una hostería ni un mesón”, afirma al final del capítulo en el que narra su entrada a la ciudad, casi con desconsuelo. Ya instalado en la ciudad, el viajero está listo para poner manos a la obra en la misión encomendada, que consistía en hacer “una investigación sobre el estado de su gobierno político y el carácter del pueblo; sus recursos financieros, militares, comerciales y territoriales; el número de habitantes, el de sus poblaciones y la riqueza de éstas; sus principales medios de comunicación internos y externos”, debiendo Thompson a su regreso rendir un informe “sobre los puntos y los demás acerca de los cuales me fuera posible obtener datos relativos a Guatemala y que tuviesen interés para el Gobierno de Su Majestad…”

 

Perspectiva de la ciudad de Guatemala ejecutada por el pintor y fotógrafo Agusto de Succa en 1875, vista desde la altura de San Gaspar (aproximadamente donde se levanta el Colegio Don Bosco). Aunque no es la perspectiva correcta, una imagen muy parecida debió tener Thompson a medida que se acercaba a ciudad de Guatemala.

Perspectiva de la ciudad de Guatemala ejecutada por el pintor y fotógrafo Agusto de Succa en 1875, vista desde la altura de San Gaspar (aproximadamente donde se levanta el Colegio Don Bosco). Aunque no es la perspectiva correcta, una imagen muy parecida debió tener Thompson a medida que se acercaba a ciudad de Guatemala.


La suerte de los que se quedan…

Los hechos que siguieron al asesinato de Reina Barrios

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Disipado el humo del disparo que se llevó la vida del presidente José María Reina Barrios, la vida del país y de su familia habrían de cambiar para siempre. Edgar Zollinger yacía en el suelo asesinado también por un agente de la policía y rematado por “Matamuertos”, a pocas cuadras del sitio en donde se desplomó el presidente. ¿Qué pasó en los días inmediatos al asesinato? ¿Qué suerte corrió la familia del general Reina Barrios? ¿Cómo les cambió el destino ese crimen?

 

Interesante retrato del Presidente José María Reina Barrios publicado en la revista "La Ilustración Española". (Fotografía original de Valdeavellano).

Interesante retrato del Presidente José María Reina Barrios publicado en la revista «La Ilustración Española». (Fotografía original de Valdeavellano).

  

-I-

No tenemos información de quién llevó la noticia del asesinato de su esposo ni del impacto que esta causó en doña Algeria. Solo sabemos que perdió la razón. Don Antonio Batres Jáuregui, protagonista principal de los hechos que abordaremos aquí, relata que el cuerpo sin vida del presidente fue llevado de inmediato a la Casa Presidencial y colocado sobre la mesa de uno de sus salones. Podemos imaginar el desconcierto, el caos desatado por el crimen. Imaginamos portazos, órdenes y contraórdenes en los pasillos, pasos apresurados. Algún llanto y lamentos. Quizás no hay noticias porque al momento de su muerte, el presidente Reina llevaba diez meses de haberse separado de doña Algeria, quien además, parece que era medio enfermiza, con frecuentes viajes al extranjero para “curar su salud”, según ha documentado el investigador Rodolfo Sazo en los periódicos de la época.

Tenemos, sí, el recuento en primera persona de don Antonio, que relata:

“…Era la noche del 8 de febrero del año 1898. Me encontraba yo, a las 8, en casa de mi amigo Agustín Gómez Carrillo, cuando el doctor don José Matos, Subsecretario de Relaciones Exteriores, acompañado de mi hijo Carlos, entró diciendo en alta voz: ‘¡Don Antonio acaban de asesinar al Presidente Reyna Barrios!’ Salí al instante, embozado en una capa, sin arma alguna, y en dirección al palacio. Llegamos corriendo. La guardia estaba dispersa. El Jefe del Estado Mayor, general Toledo, se había ido al teatro; ningún otro de los ministros se encontraba aún. El cadáver del infortunado caballero, del valiente militar, del Jefe de la Nación, tendido sobre una mesa en el mayor desamparo y abandono. Tal el triste cuadro que allí se veía…”[1]    

 

Esa noche de febrero todo es confusión. Lo relata también Rafael Arévalo Martínez en su ¡Ecce Pericles! Al saberse del asesinato del mandatario se reúne en palacio el consejo de ministros, compuesto por el licenciado Mariano Cruz de Gobernación, Justicia e Instrucción Pública, el licenciado Antonio Batres Jáuregui de Relaciones Exteriores, Francisco Castañeda de Hacienda y Feliciano García de Fomento. El ministro de Guerra, Greogorio Solares, nos informa don Rafael, siempre acucioso, no estaba en la ciudad. Andaba de descanso en el Puerto San José. Los ministros discutían qué hacer con la vacante de la presidencia, sabiendo todos que el Primer Designado para cubrirla era el licenciado Manuel Estrada Cabrera, exministro de Reina Barrios y quien había pasado los últimos meses retirado de la política. Refiere don Rafael que Estrada Cabrera, al enterarse de la muerte del presidente corrió al palacio para enterarse de la situación, y cuando ingresó al salón en donde discutía el Consejo de Ministros, que supuestamente ya había llegado a un acuerdo en asumir en comité la primera magistratura. Le cedo la palabra a Arévalo Martínez:

“-No puede ser- les dijo con énfasis. Es inconstitucional. Yo soy el que en calidad de primer designado debo ser el Presidente interino. Hagan otro acuerdo.

Hubo resistencia y se elevaron las voces y con más vehemencia que nadie el que ya se creía presidente.

Saqué la pistola del pecho, los encañoné a todos y les afirmé levantando la voz:

-Estoy dispuesto a matar a todo el que no firme.

En ese mismo instante entró el Jefe del Estado Mayor de Reyna Barrios y me dijo:

-¿Llamaba usted, Señor Presidente?

Aunque a regañadientes doblemente compelidos firmaron los circunstantes…”[2]

 

Así que ya ven ustedes cómo se hacía política en aquellos años. Al parecer don Manuel era hombre de armas tomar y de no dejarlas sino hasta muchos años después. Además del impacto del asesinato, esa misma noche, nos relata el siempre sospechoso Adrián Vidaurre en su libro de memorias, se sublevaron los hombres de la comandancia de armas, pero estos no quisieron enfrentarse con los caballeros cadetes que vigilaban el palacio presidencial, por lo que rápidamente se disolvió el levantamiento, no sin cobrarse un saldo de vidas humanas. Sus cabecillas, el general José Nájera, comandante y el coronel Salvador Arévalo ante su fracaso, huyeron a El Salvador, dejando muerto al general Daniel Marroquín, fiel a Estrada Cabrera.

El nuevo presidente publicó un manifiesto a la población al día siguiente de asumir el despacho en el que aseguraba: “Llamado por ministerio de la ley a ejercer la presidencia, es su deber declarar que nunca hubiera aceptado tal designación si hubiese sabido que tendría que ejercerla; pero que no desfallecerá porque está convencido de que para gobernar a Guatemala sólo se necesita cumplir con la ley, fija la vista en un punto único: la Constitución de la República. Corta y de carácter interino será su administración”. Imagínense ustedes si 22 años se le antojan cortos, cómo les habría ido a nuestros abuelos si no se rebelan en abril de 1920.

La situación, como es fácil de imaginar era de confusión, y en la confusión sacan provecho los hábiles. ¿No se han preguntado por qué el general Reina Barrios, presidente liberal, está enterrado en las bóvedas de la Catedral Metropolitana? Don Antonio Batres Jáuregui, quien afortunadamente se sentó a escribir sus recuerdos, nos relata:

“El día 10, cuando me disponía, a las ocho de la mañana, a irme al Palacio sin saber nada de lo ocurrido, pues yo estaba durmiendo en mi casa esa noche, para reponer la anterior que había sido de angustia, trabajo y desvelo completo, recibí un bondadoso aviso de doña Isabel Arrivillaga, por medio de dos sobrinas suyas, las apreciables señoritas María Teresa Zepeda y María Arrivillaga, diciéndome que no fuera al entierro del general Reyna Barrios porque había una turba de gente armada por El Gallito, dispuesta mediante un complot a asesinar a los ministros y a arrastrar el cadáver del Presidente (…) Supuestos prosperistas. El entierro iba a ser en el Cementerio General, pero para evitar la turba, apenas dos horas antes, se decidió hacerlo en las bóvedas de la Catedral.”

 

Nos sigue relatando don Antonio que esa misma mañana un carpintero conocido suyo, llamado Juan Bejarano fue hasta su casa para advertirle:

 “Vea señor –me dijo- no vaya al entierro, porque están disponiendo una matazón. Mire, estos cinco pesos, que me acaban de dar en la fonda El Conejo, para que yo vaya entre los revoltosos; cogí el pisto, y vengo a avisarle lo que está pasando…”[3]

 

Así que alguien estaba armando una situación explosiva. Algunos acusan a don Manuel de estar detrás de éstas maquinaciones. Otros acusaron a don Próspero Morales, eterno opositor de los regímenes de Reina Barrios primero y Estrada Cabrera, después. Lo cierto es que para evitar la violencia, los pocos hombres prudentes que quedan en situaciones exaltadas como esas, decidieron darle la vuelta al plan maquiavélico y acuden a la Iglesia para salir del entuerto. Según el testigo privilegiado de don Antonio Batres, a él se le ocurrió la idea de enterrarlo en la Catedral. Para evitar un cortejo multitudinario, el asunto se debería despachar con sigilo, pues don Manuel, no se sabe con qué intención, le había informado a Batres que había puesto a disposición una tropa de cien soldados para acompañar el féretro hasta el Cementerio General. El testigo al que hemos recurrido cuenta que por su parte él había calculado que para prevenir cualquier disturbio hubiera sido necesario contar al menos con mil soldados al mando de un general.[4]

El licenciado y múltiple ministro, don Mariano Cruz, fue nombrado para realizar las gestiones y lograr la autorización del arzobispo Casanova de hacer uso de la Catedral, en donde también reposan los restos del general Rafael Carrera. “Aunque el general Reyna era masón de alto grado, no opuso dificultad el jefe de la Iglesia; porque comprendió las circunstancias, y además, porque el general Reyna no había hostilizado, en lo más mínimo, a la religión católica ni a ningún otro culto…”[5] Así las cosas, se levanta el cuerpo del mandatario de la capilla ardiente que se había montado  en el salón de recepciones del palacio. El féretro fue llevado en hombros por generales del ejército, acompañados de los ministros, autoridades superiores, cuerpo diplomático y consular. El cortejo fúnebre se dirigió hacia el Portal de Comercio y lo recorrieron paralelo, sobre la plaza hasta llegar a las bóvedas de la Catedral. Así que se despachó el entierro sin más pompa, bajo un cargado ambiente de violencia en gestación.

Así terminaba el gobierno progresista del general Reina Barrios, que por supuesto también tuvo sus sombras. Basta recordar esos locos planes de guerra con México, gigante al que pretendía derrotar, pues “…esperaba que Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica harían causa común con él. Si triunfaban, seguiría una república centroamericana, de la que él sería el primer presidente…”,[6] sin duda imitando los planes más descabellados de su difunto tío, y sin aprender de su ejemplo, abatido según parece por sus propias tropas, en los campos de Chalchuapa, en El Salvador. Según el artículo citado, Reina Barrios había logrado levantar un ejército de alrededor de cuatro mil hombres, y los concentraba cerca de la frontera, en Champerico y Quetzaltenango. Había dotado a esta tropa con uniformes alemanes y cascos blancos (imaginamos que los famosos salacots, conocidos en todas las fotografías de los dominios imperiales europeos).

El periódico reportaba que apenas un año antes habían ocurrido serios incidentes en la frontera con El Salvador, que habían provocado rumores de guerra, y que Guatemala había recibido un gran contingente de artillería. Afirma el citado diario: “La carga para Guatemala consistía en 600 toneladas de cañones de montaña Krupp. También pertrechos militares y municiones. Extrañamente, la artillería arribó a Guatemala empacada como mercadería con destino al Ministerio de Agricultura”.[7]

-II-

La viuda

Tras la muerte de su esposo doña Algeria decidió regresar a su país nativo, los Estados Unidos. Ignoramos la fecha, pero sabemos por ejemplo, que dejó asuntos sin resolver, pues su lujosa residencia ubicada sobre el Paseo 30 de junio, Villa Algeria, quedó abandonada por mucho tiempo. Hoy día es un discreto hotel. Marchó no sabemos si todavía embarazada o ya con la bebé en brazos, a quien puso por nombre Consuelo. Doña Algeria, reporta un diario de la época, era originaria de Virginia y había conocido al general Barrios en Nueva Orleáns, en donde ella actuaba de vedette. Reina Barrios se enamoró de la norteamericana y se la llevó a Nueva York, en donde se casaron, para luego viajar a Europa, en donde el general asumió el consulado de Guatemala en Hamburgo, un puesto diplomático de primera importancia en ese entonces.

Según reporta el sitio neworleanspast.com, doña Algeria regresó a Nueva Orleans, pero estuvo como alma en pena. Incluso reportan que estuvo arrestada en Londres y Nueva York, acusada de intoxicación. Al parecer se volvió drogadicta, porque para el año nuevo de 1910 la tenemos ingresando en el Asilo Touro-Shakespeare en Nueva Orleans, sin un centavo y casi ciega.

  

Asilo Touro-Shakespear en Nueva Orleans, así lucía cuando ingresó en él Algeria Benton.

Asilo Touro-Shakespear en Nueva Orleans, así lucía cuando ingresó en él Algeria Benton.

 

El Asilo Touro-Shakespeare fue construido con fondos dejados para ese propósito por el filántropo sureño Juha P. Touro, y estaba ubicado en la actual calle Daneel, entre la calle Joseph y la avenida Nashville. La propiedad fue transferida a la ciudad de Nueva Orleáns al final de la Guerra Civil. El edificio fue demolido en 1932.

Al parecer, al llegar a sus oídos la noticia del asesinato del general Barrios, su esposa perdió la razón. De lo que escribe Batres Jáuregui habrá sido del puro cargo de conciencia, pues doña Lilly, como también le decían, quedó embarazada de una relación extramarital con el general Toledo, a quien insistentemente se acusó de estar implicado en el asesinato del presidente. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que doña Algeria no quería a su hija Consuelo, y su relación fue tan distante que incluso un diario extranjero, el New Orleans Times Picayune reportó que la viuda había abandonado a su hija en las escaleras de la iglesia de la Magdalena en París. A consecuencia del estado calamitoso de la salud de la viuda, que ya sabíamos era frágil y de su drogadicción y alcoholismo, Consuelo fue ingresada en un convento en la ciudad de Londres, por órdenes del Ministro de Guatemala en Londres, quien me parece que para la época era José Tible, tío de Enrique Gómez Carrillo, quien se casó con una señora multimillonaria norteamericana de apellido Julliard, pero eso no viene al caso. Lo que sí nos importa es que al convento la iba a visitar su madre, obligada por una enfermera que la atendía. Quien nos da estos detalles es María F. Davis, en una intrigante investigación que tituló Forggie: The lost waif, en que recorre Europa y los Estados Unidos siguiendo los tenues rastros de dos hijos del general Reina Barrios: uno, supuestamente llamado René y Consuelo. Sabemos a ciencia cierta que el presidente tuvo un hijo anteriormente, José Reyna de Campos, del que no he podido conseguir mayor información. El libro de la señora Davis puede ser consultado parcialmente en línea, pero yo he ordenado el mío para buscar otros datos que nos puedan interesar y hacérselos saber en cuanto lo tenga en mis manos.

Por de pronto podemos complementar con trozos de información recogida de mil lugares que para 1911, la señorita Consuelo Barrios vivía “…en el Convento y Abadía de Santa María y Escuela Santa María, Mill Hill N. W. como estudiante en Hendon, Middlesex, England…”

Doña María Davis nos da información adicional de Consuelo. Al parecer era muy enfermiza, la aquejaba el asma y la bronquitis, ella aventura que acaso por el clima de Londres. Lo cierto es que tras once años de reclusión en el convento es enviada a Guatemala a vivir, en donde se establece por cuatro años. De allí viaja a Nueva Orleáns en donde moriría el día viernes 6 de junio 1919. Al día siguiente reportaba el Times-Picayune, en la página 6:

“La señorita Barrios muere. Hija del Presidente de Guatemala es enterrada aquí.

El funeral de la señorita Consuelo Reyna Barrios, de 21 años, hija del Presidente Barrios de Guatemala, quien murió en la Enfermería Touro el viernes por la tarde, tuvo lugar el día sábado a las 11 de la mañana, en el Cementerio Greenwood. La señorita Barrios había quedado bajo la custodia del Presidente guatemalteco Manuel Estrada Cabrera desde el asesinato de su padre. Su único familiar en la ciudad era su abuela, señora C. B. Wheeler, con residencia en el 1241 Prytania Streer, con quien vivió el pasado año y medio. La señorita Barrios había sufrido de quebrantos de salud antes de venir a los Estados Unidos, y nunca se recobró completamente de un ataque de Fiebre Española el otoño pasado. Ella se había involucrado activamente en el esfuerzo bélico, dedicando devotamente la mayor parte de su tiempo en el Club de Servicios británico, del que era miembro.”[8]

 

Puerta de entrada del Cementerio Greenwood, en la Parroquia de Orleáns, ciudad de Nueva Orleáns, en donde reposan los restos de Consuelo.

Puerta de entrada del Cementerio Greenwood, en la Parroquia de Orleáns, ciudad de Nueva Orleáns, en donde reposan los restos de Consuelo.

 

Su madre, la hermosa Algeria, (a juzgar por la fotografía iluminada que se publicó en el número 44 de la revista Galería, “Arte y Mujer”), le había precedido en el sueño eterno cuatro años antes, el 20 de abril de 1915, y también en el sur de los Estados Unidos, pero ella en la ciudad de Biloxi, Mississippi.

Su muerte fue anunciada en el Daily Herald, el 21 de abril de 1915:

 “Dos muertes ocurren en el hogar de los Hammet en pocas horas.

La señora Barrios, quien estaba de visita, murió anoche.

La señora Barrios muere. La muerte de la señora Algeria de R. Barrios, ocurrida  en Hammet Home, fue inesperada, pese a que la dama había estado enferma por varios días. La señora Barrios, viuda del presidente de Guatemala, había estado de visita en la ciudad de Nueva Orleáns. Vino a Biloxi el domingo último y cayó enferma a su arribo por tren, aunque su condición no fue calificada de seria. Fue llevada de inmediato al hogar de los Hammet, a donde iba de visita, y fue empeorando hasta morir anoche finalmente. La señora Barrios era una vieja amiga de los señores Hammet y había venido a visitar esta familia en los últimos años en diferentes épocas. Unos días antes había escrito a los señores Hammet informándoles de su intención de visitarlos y fue invitada a hacerlo. La señora Barrios tenía sólo un familiar cercano de lo que se sabe, una hija, la señorita Consuelo Barrios, que vive en Guatemala. Era nativa de Virginia, hija de una de las mejores familias del lugar. En sus años de juventud estuvo casada con el señor Barrios, quien luego fue jefe del ejecutivo de Guatemala. Tenía aproximadamente 40 años. La dama fue llevada al establecimiento de Bradford Livery & Undertaking Co. en la avenida Howard. Los arreglos del funeral no se habían logrado concretar, toda vez que ha sido sumamente difícil comunicarse con los parientes sobrevivientes. Se ha enviado telegramas a familiares en Virginia y a amigos en Nueva Orleans. Tan pronto como se obtenga respuesta se realizarán las exequias.”[9]

 

Esta información se complementa con la publicada en el Times-Picayune de la ciudad de Nueva Orleáns, quien cuenta a su lectores el día 25 de abril de 1915:

“Biloxi, Mississippi. La señora Algeria de R. Barrios, la viuda del expresidente de Guatemala, quien murió en esta ciudad la pasada noche del domingo, fue enterrada en el cementerio de Biloxi esta mañana a las 10, siguiendo las instrucciones recibidas del cónsul guatemalteco en Nueva Orleáns. El entierro será temporal mientras se arregla su embarque para Guatemala.”[10]

 

Una calle de Harrison County, Biloxi, Mississippi (1913). Probablemente por ella se paseó doña Algeria durantes sus visitas a la familia Hammet, oriunda de la ciudad.

Una calle de Harrison County, Biloxi, Mississippi (1913). Probablemente por ella se paseó doña Algeria durantes sus visitas a la familia Hammet, oriunda de la ciudad.

 

Muelle del puerto de Biloxi, por el que habrá desembarcado doña Algeria, en sus continuas visitas a la ciudad.

Muelle del puerto de Biloxi, por el que habrá desembarcado doña Algeria, en sus continuas visitas a la ciudad.

 

 

El general José María Reina Barrios supervisando maniobras militares en el Campo de Marte. (Fuente: pacayablogspot. Original de El Progreso Nacional, número 427, del 13 de noviembre de 1896).

El general José María Reina Barrios supervisando maniobras militares en el Campo de Marte.
(Fuente: pacayablogspot. Original de El Progreso Nacional, número 427, del 13 de noviembre de 1896).

 


[1] Batres Jáuregui, Antonio. La América Central ante la Historia. Ediciones del Organismo Judicial de Guatemala. Guatemala: 1993. Página 576.

[2] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Editorial Universitaria Centroamericana, San José, Costa Rica: 1983. Página 45.

[3] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 579.

[4] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 580.

[5] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 580.

[6] S/A. Trouble not improbable. Serious Strain in the Relations of México and Guatemala. The New York Times. December 23, 1894. Página 21. Traducción libre el autor.

[7] The New York Times. Op. Cit. Página 21.

[8] Esta crónica puede leerse en el interesante sitio findagrave.com, en el que se nos aporta otro dato interesante y desconcertante a la vez: “…She is listed as a male in the New Orleans Louisiana Death records.”

[9] Tomado del sitio www.findagrave.com.

[10] Tomado del sitio www.findagrave.com, en donde se informa que el cementerio de la ciudad de Biloxi se encuentra en el condado Harrison.


Crónica de una época

La Universidad Francisco Marroquín rescata la historia nacional desde el inicio de la democracia

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

Saliéndonos un poco de la tónica con la que hemos estado desarrollando el contenido de estas cápsulas, conviene hacer un alto y realizar una recomendación, pues la Universidad Francisco Marroquín –UFM-, haciendo un importante esfuerzo económico y tecnológico, ha puesto a disposición de todos en la red, la colección completa de la revista Crónica, primera época, que abarca desde 1987 hasta 1998.

Cerezo no se raja

 

-I-

El acontecer nacional

 

La revista Crónica, semanario de actualidad política, en su primera época llegó a ser referente en Guatemala como una publicación de calidad excepcional. En sus páginas se abordaron temas que iban desde la historia nacional hasta los hechos más inmediatos, con una visión crítica y un clarísimo criterio editorial que fijaba la investigación en un estándar altísimo de calidad. Francisco Pérez de Antón, cofundador de la revista, contó el origen de la publicación en una columna que tituló Ventolera de Noviembre, publicada en el primer aniversario de la revista, el 10 de noviembre de 1988: “…Basados en este conato de divagación, cierta noche de noviembre de 1986, cinco amigos nos reunimos con ánimo pentecostal y espíritu de parusía —noviembre, como se sabe, es un mes de ventoleras—, decididos a fundar un semanario que recogiera, en una crónica razonada, ordenada y concisa, la historia y la cultura de nuestro tiempo…”.

Quizás la más importante virtud de esta revista era su intención de profundizar con mirada crítica los eventos de la realidad política nacional e incluso de sus eventos históricos. Yo, interesado precozmente en la historia de nuestro país y en su vida actual, compartía la suscripción con mi papá, quien desesperaba porque yo solía –inconscientemente, lo reconozco ahora-, recortar los ejemplares que llegaban a casa, motivo de pleitos y reglas de convivencia según las cuales, yo podía disponer del ejemplar a la semana siguiente de haber llegado. Recuerdo vívidamente el impacto que me causaron los números relativos a los intentos de golpe de Estado en contra de Vinicio de Cerezo en mayo de 1988 y 1989, que no solo tuvieron la virtud de dejarnos en casa porque se suspendieron las clases, sino que en los abultados ejemplares de Prensa Libre apenas se dibujaban los hechos, pero sin análisis de profundidad, lo que sí acometió la revista Crónica, teniendo como producto varias publicaciones. Recuerdo con nitidez la sorpresa que me causó la entrevista que se publicó a un supuesto “oficial de montaña”, quien pedía que la guerra se despolitizara y se dejara al Ejército fuera de las discusiones políticas para que pudiera derrotar a las guerrillas que debilitadas, todavía realizaban atentados, sobre todo en el interior de la república.

    

Revista Crónica Los golpes de Estado

                                        

Sobre este tema de la guerra interna o conflicto armado interno, como lo quieran llamar, recuerdo también que en primicia se publicaron en las páginas del semanario, densas entrevistas a los principales comandantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca –URNG-, que agrupaba, a la fuerza sabemos hoy, a cuatro organizaciones de izquierda radical que trataban de sobrevivir hasta que ocurriera un milagro que los rescatara políticamente. Recuerdo al comandante Gaspar Ilom y al comandante Pablo Monsanto tratando de justificar los atentados a la infraestructura nacional (voladura de puentes, sabotaje de carreteras, derribo de torres de transporte de energía eléctrica), como “guerra económica”, en contra del Estado.

 

Crónica, el EGP

 

Crónica también fue la primera en publicar y contextualizar el rompimiento de las filas del Ejército Guerrillero de los Pobres –EGP-, por parte de sus más antiguos elementos, que fundaron una agrupación nueva a la que bautizaron como Octubre Revolucionario –OR-, en la que aparecía como dirigente principal el lúcido poeta y escritor Mario Payeras, y en cuyo manifiesto de fundación exponían que aprendiendo de los errores históricos, abandonaban la lucha armada y pasaban a la búsqueda del poder por la vía de la lucha política. En sus páginas se le siguió la existencia a OR, desde los miembros ejecutados por órdenes de la cúpula del EGP (denunciados en las páginas del semanario por sus propios compañeros), hasta la desaparición de la agrupación por la falta de espacio político en una Guatemala que vivía aún la guerra y que les negaba la voz a los revolucionarios de izquierda moderados, si es que se les puede llamar así.

 

 

Ya en la década de los noventa se pudo leer en sus páginas los primeros acercamientos con la guerrilla para unas futuras negociaciones de paz, la venida de miembros de organizaciones extranjeras para tender canales de comunicación, y la preparación de las rondas de negociaciones. En este período destacan las entrevistas hechas a los protagonistas, que iban desde generales y oficiales de alto rango, como el general Balconi o el general Domínguez, el general Gramajo, comandantes guerrilleros, miembros de la ONU y de la Iglesia católica, hasta grupos de presión por el respeto a los derechos humanos como lo fue durante dos décadas Nineth Montenegro, la voz y rostro visible del Grupo de Apoyo Mutuo –GAM-.

Tiempos revueltos sin duda, en los que se denunció en los artículos de investigación de Crónica, por ejemplo, que oficiales de inteligencia militar rehusaron seguir contactando con militantes guerrilleros para buscar acercamientos con miras a posibles negociaciones al margen de sus cúpulas, porque luego de entrar en contacto, estos aparecían asesinados. Unos acusaban al Ejército de identificarlos y ejecutarlos y otros (cuadros mismos de la guerrilla), acusaban a sus propios compañeros de ejecuciones sumarias por indisciplina. No sería exagerado entonces, asegurar que los números de la época de Crónica, nos pueden ayudar a comprender cómo se fue gestando el esfuerzo de la paz, en medio aún de combates y explosiones. Leer sus artículos nos dará sentido a lo que en el momento parecía una maraña de hechos que en la perspectiva de la historia empiezan a ordenarse, sobre todo ahora que muchos de sus protagonistas han empezado a llenar los vacíos con sus libros de memorias y apuntes de la época.

También despuntaba ya en sus páginas el gran drama de la posguerra. En sus portadas se destacaban investigaciones sobre la incursión del narcotráfico en nuestro país, así como la corrupción, la malversación de fondos, el desgaste de la clase política y la violencia.

 Crónica y el narcotráfico

 

En sus páginas se siguieron también los confusos sucesos de mayo de 1993, mes en el que el presidente Serrano Elías intentó seguir los pasos del dictador peruano Alberto Fujimori; disolviendo dos poderes del Estado, para acomodarse en una presidencia imperial. Como sabemos ahora, a veinte años de sucedidos y ya que nos lo explicaron con gran detalle la jurista Midori Pappadópolo y Rachel MacCleary en sendos libros sobre el que se dio en llamar el Serranazo, las crónicas de la revista tienen un aroma a inmediatez que nos dejan acercarnos a los hechos con la inseguridad con que se vivieron en esa época, y el ambiente de triunfo y alivio con que se recibió la noticia que la Corte de Constitucionalidad se había logrado imponer y reinstaurar el orden constitucional. La foto de Serrano Elías en el callejón Manchén, partiendo al exilio resume este ambiente de victoria y tragedia que arrastró a varias personalidades que de forma imprudente se involucraron en la aventura política, pero que lanzaron con justicia a la inmortalidad a otros personajes por su valentía y liderazgo, como el caso del señor Arturo Herbruger, de integridad a toda prueba.

La colección termina en 1998, año fatídico en que los enfrentamientos con el entonces presidente Álvaro Arzú llegaron a su clímax, resultando en el boicot económico que terminó con la vida de una aventura periodística de primer orden, que la UFM tuvo el buen tino de rescatar. Portadas como la de Luis XIV, con el rostro inserto de Arzú y el titular “El Estado soy yo”, marcaron un punto de no retorno en la crítica al gobierno y de represión financiera.

Crónica y Serrano Elías 

-II-

La Crónica internacional

 

Otro esfuerzo importante que realizó esta revista en los tiempos en que el Internet estaba en pañales, fue el de acercar el mundo ancho y ajeno (en el decir de Ciro Alegría), a sus lectores semana a semana. Sus lectores podían entonces visitar una ciudad de Managua sumida en el atraso y la pobreza tras años de experimento sandinista una semana, para la siguiente ser llevados a las calles de La Habana desgastadas por la eterna dictadura castrista. Así también se pudo leer la violencia de la última y desesperada ofensiva del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN-, en el que trataron de arrebatar el poder antes de que se terminara de derrumbar el bloque soviético en Europa. Vívidos relatos de los combates en las calles de la colonia Escalón, o en los alrededores del Hotel Sheraton e Intercontinental nos recuerdan a los lectores de hoy, un pasado no tan lejano, pero que a la distancia parece igual de remoto que la película San Salvador, de Oliver Stone.

                                                                        Crónica y Nicaragua 

 

También podemos recuperar los dramáticos eventos del derrumbe del bloque soviético. Las fotografías increíbles de esa noche de noviembre de 1989 en que falleció la República “Democrática” Alemana –RDA- y empezó el trauma de la reunificación, que pareciera que hasta hoy en día no se ha terminado de asimilar, pese a la contundencia del liderazgo de los políticos alemanes federales. La violencia de la Serbia de Milosevic en contra de las repúblicas separadas de la federación Yugoslava, la cobardía de occidente para detener la carnicería de Sarajevo, los terribles artículos de Julio Fuentes que reporteaba desde las mismas calles acechadas por francotiradores y las calles de una ciudad de Panamá invadida por los marines que decidieron un buen día que el “Cara de Piña” no les era útil más. De Panamá se publicaron también colaboraciones de la intrépida Maruja Torres. 

Crónica y el mundo 

                                                        

 

-III-

La crónica de la historia

 

Pero también la revista tuvo la iniciativa de ofrecer reflexión histórica. Desde sus páginas se abordaron temas históricos, en serios intentos de actualizarlos, entrevistando a intelectuales e historiadores que interpretaran los hechos. Así pasaron por sus páginas conocidos profesionales como Edelberto Cifuentes, Ramiro Ordóñez Jonama, Regina Wagner, Cal Montoya, Horacio Cabezas Carcache, los hermanos Luján, Pinto Soria y otros más que aportaron su visión para discutir detalles desconocidos de la independencia de Guatemala o bien el recorrido histórico por las ilustres familias guatemaltecas. Se revivió la construcción del mapa en Relieve, las exploraciones de John Stephens y Catherwood, el paso del tiempo en la ciudad de Guatemala, se revisitó el desaparecido Teatro Colón y un sinnúmero de temas que nos transportaron en el tiempo, aportando información novedosa sobre hechos centenarios.

También se incluyó en sus páginas dos importantes segmentos en la sección de cultura: el primero, de entrevistas a escritores, por la que pasaron desde el ruso Soljenytzin, el egipcio Naguib Mahfuz, convaleciente aún de ser apuñalado en una callejuela de El Cairo, luego de publicar El Callejón de los Milagros; el indo británico Salman Rushdie y su condena a muerte por la obra impía Los Versos Satánicos,  hasta Mario Vargas Llosa y su coqueteo con la literatura erótica en Los Cuadernos de don Rigoberto, para dar unos cuantos ejemplos. La segunda sección importante era apenas un recuadro casi al final de la publicación, a cargo del periodista cultural León Aguilera Radford, a quien tuve el gusto de conocer muchísimos años después en la atmósfera brumosa del Shakespeare Pub, en la zona viva, en la que semana a semana asumía la delicada tarea de recomendar novedades literarias a los lectores de la revista.

                                                       

Crónica, momentos 

                                                  

En fin, sería ocioso seguir recomendando una publicación que tiene un valor en sí mismo. Acérquense a sus páginas en el sitio www.cronica.ufm.edu  y dense un respiro de historia reciente y remota, escrita por los mejores periodistas de su tiempo. Solo debo agregar que el formato de consulta es cómodo y ofrece entrevistas a testigos de la época desde distintos puntos de vista, como una entrevista a don Francisco Pérez de Antón, quien cuenta los inicios de la aventura y de otros profesionales a quienes es interesante escuchar. También se incluye una red de investigadores, que busca crear una comunidad de expertos para que interactúen en este espacio electrónico y aporten y compartan información sobre la Historia reciente de nuestro país.


“…Con la imajinación aturdida…”

El descubrimiento de Tikal por Ambrosio Tut y Modesto Méndez

 

Rodrigo Fernández Ordóñez.

-I-

Todos hemos visto, en algún momento de nuestra vida, por alguno u otro motivo, las hermosas acuarelas y dibujos a tinta que realizó el arquitecto inglés Frederick Catherwood de las construcciones mayas durante el viaje en que acompañó al diplomático estadounidense John L. Stephens, por las actuales Yucatán, Guatemala y Honduras, en una aventura emocionante e increíble en busca de un gobierno ante el cual presentar credenciales y que relató con delicioso detalle en su libro ‘Incidentes de Viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán’, publicado en dos tomos por la mítica editorial EDUCA en su serie Viajeros, a la que iremos recurriendo en no pocas ocasiones en el futuro para nutrir estas cápsulas. De Stephens le llegaron noticias a nuestros abuelos de esos misteriosos templos y palacios tragados en silencio por la selva, pero acaso muy pocos de nosotros tengamos al día de hoy noticias de los descubridores de Tikal, y de su interesante peripecia, que se lee como el mejor relato de aventuras a lo Stevenson, Salgari  o Defoe. A esos dos guatemaltecos dedicamos estas agradecidas líneas.

 Tikal1

  

-II-

El coronel Modesto Méndez

Modesto Méndez, retrato de Julián Falla, 1852.

 

Modesto Méndez nació en 1801 en la población de Señora de los Remedios de Itzá, (ascendida a villa en 1825 y bautizada como ciudad de Flores en 1830), desarrollando su carrera de vida en el departamento de Petén, del que llegó a ser Corregidor. Según datos biográficos publicados por Carlos Antonio Mendoza Alvarado[1], encontrados en el Archivo General de Centro América, se tiene que en 1836, Méndez fue nombrado juez de circuito para el pueblo de Dolores, Petén (B86.2, Exp. 27276, Leg. 1160) y el 6 de septiembre de 1845 fue nombrado Corregidor del Petén en sustitución de don Manuel Pinelo (B91.1, Exp.84280, Leg. 3610, Fol. 1) y que el 5 de noviembre de ese mismo año fue nombrado administrador de la estafeta de correos del distrito de Petén (B91.1, Exp. 84282, Leg. 3610). Apunta Mendoza que en el Padrón de Flores de 1845, Modesto Méndez “…aparece como propietario de sesenta reses, cuatro bestias y veinticuatro mulas”, teniendo ya una familia de dos hijas y tres varones. Al parecer, según información que por vía electrónica recibió Mendoza, cortesía del señor Luis José Hernández, el 31 de mayo de 2011, las hijas de don Modesto fueron Juana de Dios y Damiana Felipa de Jesús. Informa Hernández que la primogénita, Juana de Dios, tuvo una niña ilegítima “… que según sus descendientes Modesto Méndez obligó a regalarla: Justiniana Valle Baños. Aunque en el bautizo de ella aparece como Niña expósita en la puerta de Felipe Valle y María Baños.»

De aquellos tiempos convulsos de revueltas y guerras civiles da fe don Modesto, cuando el 10 de noviembre de 1849, informa al Supremo Gobierno que “…grupos de bárbaros y de los pueblos de Chinchanjá y San Antonio, dirigidos por residentes en Belice, se estaban preparando para atacar aquel distrito…” (B118.17, Exp. 54962, Leg. 2487). Para el año de 1861 aparece en el censo identificado como “Coronel y Hacendado”, incluyendo en su familia a “… dos jóvenes que son ‘crianza’ y llevan su apellido: Petrona (n. 1841) y Rafael (n. 1849)…”

El coronel Modesto Méndez moría a causa de un derrame cerebral el 15 de febrero de 1863 y según informa José María Soza, citado por Mendoza, en su monografía del departamento de Petén: «La muerte del coronel Modesto Méndez, fue sumamente sentida en todo el distrito de El Petén, siendo su enterramiento un caso pocas veces visto, como manifestación de cariño y agradecimiento por sus importantes servicios. Su cadáver fue conducido en hombros por todas las principales calles de la ciudad y acompañado de la banda civil que ejecutaba sentidas marchas fúnebres, para ser depositado bajo el piso de una de las capillas de la iglesia, que con tanto empeño había trabajado por su reconstrucción; dejando a la posteridad el ejemplo de lo que puede hacer el trabajo honrado, no importando la humildad de nacimiento.»

En honor del coronel Modesto Méndez, el Gobierno de la República, mediante Acuerdo Gubernativo, de fecha 30 de octubre de 1958, designó con su nombre una aldea del municipio de Livingston, Izabal, llamada antes Puerto Cadenas, situada en la ribera del río Sarstún.

 

-III-

El descubrimiento de Tikal

 El verdadero descubridor de la ciudad maya de Tikal fue don Ambrosio Tut, a quien Méndez llama en su informe Gobernador, y del que lastimosamente no he podido conseguir más información. Tut fue quien informó de la existencia de estas estructuras al Corregidor del departamento, quien se dispuso a organizar una expedición formal para certificar su existencia y reclamarla para la república de Guatemala, pretendiendo ilusamente, evitar que: 

“…Vengan en hora buena esos viajeros con mayores posibles y facultades intelectuales, hagan excavaciones al pie de las estatuas, rompan los palacios y saquen curiosidades y tesoros que no podrán llevar sin el debido permiso; jamás podrán nulificar ni eclipsar el lugar que me corresponde al haber sido el primero que sin gravar a los fondos públicos, les abrí el camino…”[2]

Ya estaba enterado don Modesto de esos viajes de verdadero saqueo cultural que realizaban los británicos, franceses, alemanes y estadounidenses en todos los rincones del mundo, en los que desmontaban pieza a pieza construcciones enteras para embarcarlas y re ensamblarlas en amplios y artificiales salones de sus museos, como el Pérgamo de Berlín, en el Museo Británico o el de Victoria y Alberto de Londres. Recordemos que muchas piezas de nuestra herencia cultural se exponen actualmente en salones lejanos, como las puertas del Templo I de Tikal en el Museo de las Culturas de Basilea, Suiza, gracias a que Gustav Bernoulli las embarcó con ese destino con la autorización del vendepatrias de Justo Rufino Barrios.

 Pero bueno, volvamos a lo nuestro. Méndez sale de la ciudad de Flores el 23 de febrero de 1848 a la cercana población de San José, ubicada en la orilla norte del lago. Lo acompañan dos comisiones, una de cada municipalidad. Parten el día 24 a las 3 de la mañana, en canoa y se dirigen al oeste del Lago rumbo al actual sitio llamado El Remate, distante a cinco leguas.[3] Allí desembarcan e inician el camino a pie, dando cuenta don Modesto de la realidad de esa tierra de nadie, cuando comenta “…empezamos el viaje, no sin algún cuidado, pues algunas indígenas que habitan en el lugar del desembarco quedaron llorando porque sus esposos y el Gobernador, Ambrosio Tut, hacía ocho días que habían salido a explorar el camino de las citadas ruinas y temían que hubiesen sido víctimas de los salvajes…”

La primera jornada de caminata termina cuatro leguas al norte, junto a una aguada que él llama La Tinta, y que Muñoz Cosme y Vidal Lorenzo identifican como la laguna El Tintal, y que creen que es el punto más adecuado para dirigirse a Tikal porque la selva es allí menos espesa, lo que les permitiría seguir el rumbo norte con menos riesgo de desviarse. Incluye don Modesto un comentario que me parece feliz, para el lector que está a 166 años de distancia, y que nos permite reconstruir la forma de viajar en esos lejanos tiempos color sepia: “…por el buen tiempo que hacía amarramos nuestras hamacas al abrigo y frescura de la mañana…”, lo que nos da una sensación de inmediatez, provocando la envidia de quien vive rodeado de cemento y edificios.

A las cinco de la tarde de ese día, mientras la comitiva se encuentra, sin mucha prisa, haciendo el alto en la selva, los encuentra el Gobernador Tut, quien justifica su tardanza con otra de esas frases que pesan oro para la imaginación de quien quisiera haber nacido en esos tiempos: “… que la causa de su dilación había sido por una parte, la rectificación del camino, y por otra la caza de tantos animales y la busca de agua, que no encontró en parte alguna, apelando en tan aflictiva circunstancia, a dos clases de bejuco grueso que por estos lugares brinda con abundancia la naturaleza…”. Imposible no recordar con esas líneas, las tardes felices y despreocupadas de la adolescencia que gastamos leyendo las aventuras que Virgilio Rodríguez Macal nos contó en sus novelas Guayacán, Jinayá y Carazamba.

El señor Tut se pasó un buen rato contándoles de los edificios que había descubierto, hasta que cayó la noche y todos se fueron a dormir. El día 25 temprano, la comitiva de Tut se despidió y siguió su camino al sur, a San José y el Gobernador se sumó al grupo de Méndez, regresando sobre sus pasos. Comenta don Modesto que ese día la expedición sumaba 19 hombres. Caminaron todo el día, deteniéndose para acampar a las cuatro de la tarde. Apunta Méndez que llovió todo el día.

El 26 de febrero reiniciaron su camino, otra vez bajo la lluvia:

“Volvió de nuevo la lluvia con muchos truenos y rayos no comunes en el presente mes, y así, mojados como estábamos, siendo las tres de la tarde, empezamos a observar fragmentos de loza antigua y un monte algo más claro, lo cual vino a despertar la ansiedad natural de aproximarnos al objeto que buscábamos.”

La emoción del descubrimiento se las dejo en palabras de don Modesto, de quien respeto la ortografía original:

“Poco después, estando en un cerro de regular elevación, se descubrió en otra altura superior el primer palacio, cuya soberbia perspectiva no hubo uno solo de mis compañeros que no quisiese disfrutar. Desde entonces, empezé a sentir un noble orgullo al ver logrados en tan cortos días nuestros trabajos, los deseos de tantos años, con notable oprobio de mis antecesores. Nos aproximamos con mayor entusiasmo, hasta ponernos al pié de una hermosa escalera, cuyo paso nos disputábamos, subiendo por precipicios y escombros, orijinados tal vez por los temblores y elevados árboles…”

Es interesante el relato que nos hace don Modesto. No solo por su inmediatez, sino por las noticias que nos da sin querer, pues comenta que en tan solo tres jornadas se cumplen “sus deseos de tantos años”, lo que nos hace presumir que el Corregidor llevaba tiempo de estar buscando estos vestigios arqueológicos, y que don Ambrosio fue una especie de avanzadilla, enviado a localizarlas. Lastimosamente no nos da más detalles don Modesto de sus planes y expediciones anteriores, pero pasa, en compensación, a describirnos con lujo de detalle las operaciones de medición y registro de las estructuras que encuentra, invadidas totalmente por la selva.

 Tikal4

 

Suben a una estructura, que Muñoz Cosme y Vidal Lorenzo identifican como el Templo V, y desde su cima, lanza una cuerda y toma sus primeras mediciones: la pirámide mide cincuenta varas de altura y veinticinco de ancho. Miden las paredes, ingresan al recinto y ordena que copien en papel un esbozo del edificio. Podemos imaginarlo, sentado en el último peldaño de la escalinata comida por la selva, viendo el horizonte mientras apunta esta frase emocionada:

“No es posible hallar expresiones propias para significar el inmenso espacio que se presenta a la vista desde esta altura, en todas direcciones, ofreciéndose el más pintoresco panorama al Oriente del palacio; es preciso verlo para sentir los efectos que inspira una perspectiva tan encantadora…”

 A las cinco de la tarde, mientras cae la noche, descienden de la pirámide y arman campamento para comer y dormir, pero como dice don Modesto, “…con la imajinación aturdida…”, por los importantes descubrimientos. Al día siguiente, 27 de febrero continúan con la exploración de los edificios. Es un día nublado, pero sucede algo importante, descubren las primeras inscripciones: “…en distintos lugares del interior hay caracteres escritos, caras y animales desconocidos…”. También  ese día encuentran las primeras estelas, al pie del mismo edificio con las inscripciones, a las que describe como “lápidas”, encuentran once y varios altares ceremoniales a los que describe como “ruedas de una calesa”. En ese momento deben suspender los trabajos, pues los mozos que hacen el trabajo duro de desbrozar, están cansados, pues no han dejado de trabajar, salvo breves intervalos “para almorzar y comer”.

El día 28 continúan sus trabajos de exploración, pero la espesura de la selva les dificulta el avance:

“… auxiliados de las raíces de los árboles, llegamos a lo principal del edificio. Este en nada discrepa de los otros; aparecen algunas piezas completamente arruinadas, otras al destruirse por la violencia de las raíces que, a pesar de su enormidad, no penetran hasta el interior; pero no le faltan piezas útiles habitables, siendo sus paredes de tres varas de grueso…”

Pero la ciudad, vacía, invadida por la selva y el silencio de la historia, no deja de afectar el ánimo de los exploradores, pues apunta don Modesto al final de ese día 28 de febrero:

“Fatigados de subir y bajar tantos precipicios, y hundidos en tristes y melancólicas reflexiones, al ver tantos escombros y ruinas, siendo la hora de retirarnos, lo hicimos, mejorando de ideas al encontrar en nuestro dormitorio los garrafones de agua que habíamos pedido; con lo cual quedaron desocupados los mozos destinados a conducir los bejucos…”

De los edificios explorados y otros objetos interesantes deja registro el señor Eusebio Lara, a quien se le encomienda la tarea de dibujante del equipo, aunque algunas veces, su trabajo se vea dificultado por el desgaste de la piedra, la vegetación o la destrucción de la selva. Según el arqueólogo y especialista en la civilización maya de la Universidad de Pennsylvania, William Coe, el trabajo de Lara fue realizado “…caprichosamente, pero con bastante fidelidad”[4], por lo que asumimos que los dibujos de Lara fueron más bien reinterpretaciones de las tallas descubiertas, más que copias fieles. Los dibujos fueron incorporados al informe original que expidió don Modesto Méndez al regresar a Flores, cuando tiene “…el honor de comunicar al Supremo Gobierno de nuestra República, cuanto interesante y superior se encuentra en la capital de este imperio, sin miras de interés particular, únicamente satisfecho y persuadido que mi persona y cortos bienes pertenecen a la Patria, al Gobierno y a mis hijos…”.

Presumimos, (y no queremos con ello querer pecar de ilusos optimistas), que sus originales se encuentran guardados en el Archivo General de Centro América, esperando el día en que algún filántropo patrocine una edición de ambos en un solo volumen, para gloria de nuestra amada república, tan necesitada de este tipo de documentos que permitan ahondar en el conocimiento de nuestra historia. Mientras esto sucede, reproduzco una comparación que hace Coe en su libro ya citado, de un dibujo reciente hecho de la Estela 9, y a la derecha el dibujo que de la misma realizó Lara.

 

Tikal5  

El día 2 de marzo deciden levantar campamento, y cometen un acto normal en esos tiempos, tan normal que en Roma o Egipto aún se pueden leer esos grafitis históricos que han dejado los visitantes desde tiempos inmemoriales. Incluso Heródoto cuenta que en alguna de las ruinas egipcias grabó con un clavo la famosa frase “Heródoto estuvo aquí”. Relata don Modesto: “…dejamos en lo interior de sus paredes nuestros nombres y una inscripción fechada, en que, como Correjidor y Comandante, declaraba aquellas ruinas y monumentos como propiedad de la República de Guatemala, en el territorio del distrito del Petén…”

 Tikal6

Para la historia nacional, quedan los nombres de quienes participaron en dicha expedición, además de los que ya hemos mencionado, Modesto Méndez, Ambrosio Tut y Eusebio Lara: Antonio Matos, José María Garma, Vicente Díaz, Bernavé Castellanos, Antonio Moó y Eulijio Chayax. El descubrimiento fue tan importante en su momento que el informe del coronel Modesto Méndez fue traducido al alemán, y publicado como un volumen especial por la Academia de Ciencias de Berlín en 1853.[5]

 

-IV-

De las fotografías 

Las fotografías que ilustran esta cápsula son obra del arqueológo inglés Alfred Percival Maudslay Granger quien a finales del siglo XIX anduvo por la selva mexicana y petenera con su equipo fotográfico a cuestas, documentando el desbrozado de las estructuras mayas. Llegó a Tikal en compañía de otro arqueólogo y naturalista, Frank Sarg, conducidos por un guía local, Gregorio López, y permaneció allí tomando fotografías e inventariando las estructuras de  forma informal entre 1881 y 1882. Posteriormente regresaría para un trabajo más detallado. A Maudslay se debe el levantado del primer mapa y planos de las principales estructuras del sitio.

Relata William Coe:

“…Sus hombres chapearon y tajaron a diestra y siniestra en la espesa selva para liberar varios de los grandes templos. Como resultado, podemos admirar las espléndidas fotografías en su monumental contribución arqueológica a la serie de publicaciones llamada Biología Centrali-Americana…”[6]

Esta gran obra de la Inglaterra victoriana, la Biología Centrali Americana, es la misma para la que el naturalista Champion, del que hablamos hace no mucho en el espacio de estas cápsulas, realizó la recopilación de especímenes en el altiplano y costa sur guatemaltecos, aunque consta también en sus páginas que hizo recolección de algunos en las Verapaces.

Fascinante fotografía de Maudslay (autor de las fotos que ilustran esta cápsula), en el interior de un edificio de Chichén Iztá, 1889.

Fascinante fotografía de Maudslay (autor de las fotos que ilustran esta cápsula), en el interior de un edificio de Chichén Itzá, 1889.

 

 

Recomendación:

La monumental obra Biología Centrali Americana, en la que colabró George Charles Champion no sólo como recolector sino como secretario de los editores, F. Ducane Godman y Osbert Salvin, constó de un total de 58 volúmenes, publicados en Londres entre 1889 y 1902. Algunos tomos pueden descargarse en formato PDF directamente del siguiente sitio: http://archive.org/search.php?query=Biologia+Centrali-Americana; sus hermosas ilustraciones de especímenes de fauna y flora pueden consultarse en la página del Museo Smithsoniano, en esta dirección: http://www.sil.si.edu/digitalcollections/bca/explore.cfm. Por último, el volumen en el que colaboró Maudslay, dedicado completamente a la arqueología, puede consultarse en línea en la página de biblioteca de la Universidad de Harvard, en: http://pds.lib.harvard.edu/pds/view/16771060?n=4&imagesize=1200&jp2Res=.125&printThumbnails=no.



[1] En su sitio web: gw.geneanet.org se puede consultar la ficha completa de Méndez.

[2] Méndez, Modesto. Informe del Corregidor del Petén, Modesto Méndez, de 6 de marzo de 1848, publicado originalmente en la Gaceta de Guatemala, el 18 de abril y 25 de mayo de 1848. En: Luján, Luis. Apreciación de la Cultura Maya. Editorial Universitaria Centroamericana –EDUCA-. San José, Costa Rica: 1970. Página 171. De esta edición se han obtenido todas las citas textuales de don Modesto.

[3] Muñoz Cosme, Gaspar y Cristina Vidal Alonzo. Descripción del coronel Modesto Méndez del Templo V de Tikal (1848). El artículo completo puede leerse en www.mundomaya.com/2013/05/el-coronel-modesto.mendez/, en el que los autores reconstruyen el viaje de Méndez desde San José hasta Tikal, ubicando los sitios actuales por los que pudo haber pasado.

[4] Coe, William R. Tikal. Guía de las antiguas ruinas mayas. Editorial Piedra Santa para la Asociación Tikal. Guatemala: 1988. Página 12.

[5] Coe. Op. Cit. Página 12.

[6] Coe. Op. Cit. Página 13.


Unos versos dignos de un pueblo culto. (Segunda Parte)

La historia del Himno Nacional de Guatemala

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

 

En el texto anterior exploramos de forma muy general el antecedente inmediato del actual himno nacional, y de las razones por las cuales el presidente del momento, José María Reina Barrios, convocó a un concurso para que se presentaran nuevas propuestas. La razón de dicho concurso era su deseo de inaugurar la Exposición Centroamericana con las notas y los versos ganadores. La primera vez que se escucharon sus versos, acompañados de la solemne música, fue en la sala de conciertos del Teatro Colón, lamentablemente desaparecido, la noche del 14 de marzo de 1897. A 117 años de este importante acontecimiento, sea este texto un sentido reconocimiento a esos dos hombres ilustres a quienes recordamos con gratitud: José Joaquín Palma y Rafael Álvarez Ovalle.

 

Sello emitido por el Gobierno de Guatemala con ocasión de la Exposición Centroamericana de 1897. (Fuente: Asociación Filatélica de Guatemala)

Sello emitido por el Gobierno de Guatemala con ocasión de la Exposición Centroamericana de 1897.
(Fuente: Asociación Filatélica de Guatemala)

  

-II-

El concurso para los versos.

 Guatemala entonces, como dijimos antes, no carecía de himno. Tenía una canción con versos nacionalistas, pero que no llenaba los requisitos para un himno nacional, según Reina Barrios. Recordemos que él había estado en Francia. De seguro se había regodeado en los versos rotundos de la Marsellesa, y a su paso por los Estados Unidos, habrá escuchado también los insulsos versos de la canción popular que quedó, más por costumbre que por decisión oficial, como himno del coloso del norte. Así que consideró adecuado legar al país un himno con versos serios, que pudieran cantarse con la frente levantada en lo que él creía el suceso del siglo liberal: la inauguración de la Exposición Centroamericana. 

Así, Reinita, emitió el siguiente decreto:  

«Secretaria de Instrucción Pública, Concurso para un Himno, Palacio del Poder Ejecutivo: Guatemala, 24 de julio de 1896.

 

CONSIDERANDO: Que se carece en Guatemala de un Himno Nacional, pues el que hasta hoy se conoce con ese nombre no sólo adolece de notables defectos, sino que no ha sido declarado oficialmente como tal; y que es conveniente dotar al país, de un Himno que por su letra y su música responda a los elevados fines que en todo pueblo culto presta esa clase de composiciones; el Presidente de la República, 

ACUERDA: 

1o. Se convoca un concurso para premiar en público certamen el mejor Himno Nacional que se escriba y la mejor música que a él se adapte. Para el efecto, el plazo para la presentación de las obras al Ministerio de Instrucción Pública, en pliego cerrado y con la contraseña que en tales casos se estila, terminará el día 15 de octubre próximo. Un jurado compuesto de personas competentes calificará las obras presentadas, en los quince días siguientes a la citada fecha; y designada que sea la que definitivamente deba adoptarse como Himno Nacional, se hará circular impresa a fin de que sea conocida por los filarmónicos que quieran tomar parte en el concurso musical. Este se cerrará el 1o. de febrero de 1897, y otro jurado de iguales condiciones que el anterior, calificará las obras y designará la que merezca el premio. 

2o. El premio consistirá en una medalla de oro con su correspondiente diploma los autores de la letra y música que fuesen designados por los jurados respectivos, premios que se adjudicaran de una manera solemne y en la forma que se establezca, el día 15 de marzo de 1,897, día en que se romperán las plicas que contengan las firmas de los concurrentes. 

3o. En este concurso solo podrán tomar parte los guatemaltecos.

 

COMUNÍQUESE, Reyna Barrios. El Secretario de Estado en el Despacho de Instrucción Pública Manuel Cabral.»[1]

  

Para calificar los trabajos que se sometieran a concurso, se nombró a una junta conformada por José Leonard, José Joaquín Palma y Francisco Castañeda, resultando escogido por unanimidad de entre 12 trabajos presentados, un poema firmado ANÓNIMO. Dicha Comisión presentó un dictamen a la Secretaría de Instrucción Pública, dirigida en ese entonces por el señor Manuel Cabral. El informe se rindió en estos términos: 

«Guatemala, 27 de octubre de 1896.

 

Señor Ministro de Instrucción Pública.

Señor Ministro: 

En cumplimiento de la honrosa comisión con que usted se sirvió favorecernos encargándonos de la calificación de los himnos nacionales presentados a esa Secretaría, en virtud del concurso abierto por el acuerdo de 24 de julio último, hemos examinado las doce composiciones que con tal objeto tuvo usted a bien a enviarnos con fecha 15 del actual. Animados de los mejores deseos y con la mira de hacer la designación requerida por el mencionado acuerdo, nos hemos reunido varias veces y después de largo y detenido examen, tenemos la honra de manifestar a Ud., que a nuestro juicio, el himno que empieza con las palabras «Guatemala feliz» y lleva al pie la de «Anónimo», entre paréntesis, es el que mejor responde a las condiciones de la convocatoria y merece, por lo tanto, el premio ofrecido. Así tenemos la honra de emitir el informe que la Secretaría de su digno cargo nos pidió, suscribiéndonos del  señor Ministro, muy atentos y S. S. José Leonard, J. Palma. F. Castañeda”.

 

Así, con la opinión de la Comisión creada para calificar los trabajos, el Ejecutivo emitió el siguiente acuerdo:

 «Guatemala, 28 de octubre de 1896.

 

Visto el informe emitido por el jurado que se designó para examinar las composiciones literarias, presentadas al concurso abierto por el acuerdo de 24 de julio del corriente año.

 El Presidente de la República:

 

ACUERDA:

 

Que sea tenido como Himno Nacional el siguiente que mereció la primacía en la calificación:

 

HIMNO NACIONAL DE GUATEMALA

 

¡Guatemala feliz!… ya tus aras

no ensangrienta feroz el verdugo;

ni hay cobardes que laman el yugo

ni tiranos que escupan tu faz.

Si mañana a tu suelo sagrado

lo profana invasión extranjera,

tinta en sangre tu hermosa bandera

de mortaja al audaz servirá.

 

CORO

 Tinta en sangre tu hermosa bandera

de mortaja al audaz servirá;

que tu pueblo con ánima fiera

antes muerto que esclavo será.

*

 De tus viejas y duras cadenas

tú fundiste con mano iracunda

el arado que el suelo fecunda

y la espada que salva el honor.

Nuestros padres lucharon un día

encendidos en patrio ardimiento;

te arrancaron del potro sangriento

y te alzaron un trono de amor.

*

 Te arrancaron del potro sangriento

y te alzaron un trono de amor,

que de patria al enérgico acento

muere el crimen y se hunde el error.

 *

Es tu enseña pedazo de cielo

entre nubes de nítida albura,

y ¡ay de aquél que con mano perjura

sus colores se atreva a manchar!

Que tus hijos valientes y altivos

ven con gozo en la ruda pelea

el torrente de sangre que humea

del acero al vibrante chocar.

 

CORO

 

El torrente de sangre que humea

del acero al vibrante chocar,
que es tan sólo el honor su presea
y el altar de la patria su altar.

*

Recostada en el ande soberbio,
de dos mares al ruido sonoro,
bajo el ala de grana y de oro,
te adormeces del bello quetzal;
Ave indiana que vive en tu escudo,
paladión que protege tu suelo;
¡ojalá que remonte su vuelo
más que el cóndor y el águila real!

CORO

¡Ojalá que remonte su vuelo
más que el cóndor y el águila real,
y en sus alas levante hasta el cielo,
Guatemala, tu nombre inmortal!

(Anónimo)

 

Publíquese. Reyna Barrios. El Secretario de Estado en el Despacho de Instrucción Pública. Manuel Cabral.

 

Nota: Queda abierto el concurso para los señores filarmónicos, en los términos establecidos en el acuerdo de 24 de julio del corriente año».[2]

 

-III-

José Joaquín Palma.

José Joaquín Palma

José Joaquín Palma

  

Todos sabemos ahora que el autor de los versos era José Joaquín Palma, si no aprendido a coscorrón limpio en las aulas de los colegios previos a la era de la globalización y del bullying, por el monumento que le erigieron a los autores de la música y versos en el arriate central de la Avenida de la Reforma, o si no, por los desplegados de prensa de todos los 15 de septiembre. Pero en 1897 y durante los siguientes 14 años, esos versos firmados “anónimo”, realmente lo fueron, pues su autor era un poeta cubano, exiliado en Guatemala, y la convocatoria al concurso de la letra excluía a los extranjeros en el numeral tercero de su texto.

Palma, nacido el 11 de septiembre de 1844 en Bayamo, vivió parte de su vida en Cuba, ejerciendo como maestro primero y luego como periodista. En 1867 ingresó a la Logia Masónica Estrella Tropical No. 19 en donde se involucró activamente en los movimientos de independencia de su país, participando como Sargento del Ejército Libertador en el alzamiento de Máximo Gómez lo que lo llevó a exiliarse en el año de 1874, en Jamaica. Viaja posteriormente a Nueva York, pasando por La Habana, en donde no lo dejan desembarcar y en septiembre de 1876 ya se encuentra en Guatemala. No sabemos la fecha exacta de su desembarco en nuestra tierra, pero para el 15 de septiembre de 1876 publica un poema con motivo del aniversario de la independencia: “¡Oh, Guatemala! te vi,/ Y al verte de luz vestida,/ Yo respiré con tu vida,/Con tu corazón sentí/ Tus aplausos recibí/ En mágicos embelesos; / Aquí los conservo impresos,/ Y unidos a mis canciones/ por los blandos eslabones/ De una cadena de besos.”[3]

En Guatemala participa en la fundación de la sociedad El Porvenir, entidad con fines culturales, junto con otros intelectuales cubanos exiliados en el país, como José María Izaguirre, y que de acuerdo a María S. López Herrera, “Tenía como objetivo el enriquecimiento cultural del país con la organización de veladas literarias, la publicación de una revista del mismo nombre y otras actividades encaminadas a este fin.”[4]

En 1878 parte rumbo a Honduras, acompañando a Marco Aurelio Soto, Ministro de Relaciones Exteriores y de Instrucción Pública de Guatemala, íntimo colaborador de Justo Rufino Barrios, como secretario personal cuando éste es nombrado presidente de la nación vecina. Permanecerá en Honduras los siguientes cinco años, ocupando una cátedra en la Universidad de Tegucigalpa, aunque realizará varios viajes a Jamaica, continuando con su actividad conspirativa en contra de las autoridades españolas en Cuba. Luego de realizar un extenso viaje por Europa en compañía de Soto, luego que éste entregara la presidencia, regresa a establecerse a Guatemala en 1885, aunque afronta dificultades y parte a trabajar en la pesadilla que era entonces la construcción del Canal de Panamá, como contratista de obras. Al año siguiente regresa a Guatemala, en donde se establecerá definitivamente, hasta su muerte, no sin antes dejarnos, por fortuna ese hermoso canto a Guatemala.

-IV-

El concurso para la música. 

Una vez escogido el texto del himno, se dispuso un concurso para ponerle música. El jurado encargado de seleccionar la música, conformado por el italiano Miguel Ángel Disconzi, el español Manuel Soriano y el compositor guatemalteco Luis Felipe Arias, estudió las partituras sometidas a concurso y habiendo tomado su decisión, procedió a redactar el acta que dice literalmente dice: 

«Acta del jurado calificador de las composiciones musicales para el Himno Nacional. El infrascrito certifica: que el libro respectivo se encuentra el acta que literalmente dice: ‘En Guatemala, a trece de febrero de mil ochocientos noventisiete, constituidos en uno de los salones del Instituto Nacional, los señores Disconzi, Arias y Soriano Sanchís, por comisión especial del señor Ministro de Instrucción Pública, con el fin de integrar el jurado calificador de las composiciones musicales presentadas para el Himno Nacional, últimamente premiado por el Gobierno: y siendo las tres de la tarde, se dio principio al acto de la manera siguiente: 1o. Se tuvieron a la vista doce composiciones que fueron estudiadas detenidamente, sin olvidar que la más adaptable será la que reúna las condiciones que requiere esta clase de composiciones y que corresponda a la versificación del mencionado himno, cuya letra también se tuvo presente: considerando que la presentada por el profesor guatemalteco don Rafael  Alvarez,  es  sin  duda la  más ameritada porque reúne las condiciones especiales requeridas, unánimemente, se declaró como la más apropiada para el caso y que su adopción es la que conviene por encontrarse a la altura que reclaman los trabajos de esta índole; 2o. Que las otras composiciones merecen mención la que tiene por contraseña El Autor, sin embargo de ser inferior a la del señor Alvarez, y que para ser aceptada tendría que sufrir dos importantes modificaciones; 3o. Que de la presente acta se saque copia certificada por quien corresponda, para elevarla al señor Ministro del ramo, dándose así por terminado el acto. M. Angelo Disconzi. Manuel Soriano. Luis F. Arias.’ Y cumpliendo con lo mandado, para remitirla al señor Ministro de Instrucción Pública, extiendo la presente, en Guatemala, a catorce de febrero de mil ochocientos noventisiete. Luis F. Arias».

 

Como consecuencia de haberse recibido en el Ministerio de Instrucción Pública la certificación del acta levantada por el jurado calificador de los trabajos musicales,  en la que se adjudicó el primer lugar a la composición de don Rafael Alvarez, el Ejecutivo emitió el siguiente acuerdo:

  

“Guatemala, 19 de febrero de 1897.

 

Teniendo presente que por acuerdo de 24 de julio del año próximo anterior, fue convocado un concurso para premiar en público certamen el mejor Himno Nacional que se escribiera y la mejor música que a él se adaptara, fijándose para cerrar, el que a las composiciones literarias se refiere, la fecha 15 de octubre del mismo año, y señalando como término para la presentación de composiciones musicales el 1o. de febrero del año en curso.

Habiéndose adoptado como letra del Himno la que fija el acuerdo de 28 de octubre de 1896, que se hizo circular profusamente, y presentándose con posterioridad varias composiciones musicales las que fueron sometidas al examen de un jurado competente para su calificación; con vista del dictamen emitido por dicho jurado:

 

El Presidente de la República:

ACUERDA:

1o. Que sea tenida como Música del Himno Nacional la composición presentada por el profesor guatemalteco don Rafael Alvarez, que mereció la calificación preferente; y 

 2o. Que por la respectiva Secretaría se tomen las disposiciones necesarias y relativas a la adjudicación del premio que corresponde al autor de la Música, porque el autor de la letra manifestó renunciar a él deseando permanecer anónimo.

 Comuníquese. Reyna Barrios.

 

El Secretario de Estado en el Despacho de Instrucción Pública. P. Morales».[5]

 

 

-V-

Rafael Álvarez Ovalle.

 

Rafael Álvarez Ovalle

Rafael Álvarez Ovalle

 

El ganador, el compositor Rafael Álvarez Ovalle nació en San Juan Comalapa, Chimaltenango, el 24 de octubre de 1858, viviendo en dicho municipio hasta 1866, en que se trasladó con su padre, también músico, a vivir a Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla. Su padre falleció cuando don Rafael tenía apenas 15 años, y como hermano mayor, quedó encargado de sus 8 hermanos. Desde esa temprana edad, Rafael logró ocupar la plaza de director de la escuela de música de Santa Lucía Cotzumalguapa.[6] Allí lo conoció el general Justo Rufino Barrios, quien impresionado por la inteligencia y la destreza musical de Rafael le concedió una beca para ingresar a la Escuela de Sustitutos, a principios de 1879. Cuenta Francisco Méndez en su artículo sobre Álvarez Ovalle, que al poco tiempo, don Rafael ya formaba parte de la Banda Marcial, dirigida entonces por Emilio Dressner.

A lo largo de su vida, don Rafael organizó varios grupos musicales, como El Chapín, La Broma o La Tuna, en donde tocaba sin número de instrumentos, pues era diestro en la flauta, guitarra, mandolina, piano, violín y chelo. A los 39 años se sometió al concurso para darle música al Himno Nacional. Se casó con Anita Minera, con quien tuvo seis hijos, dos hombres y cuatro mujeres, pero tan sólo una de las hijas mujeres le dio nietos al compositor.

Rafael Álvarez Ovalle moría el 31 de diciembre de 1948, ya entrada la tarde, y en su honor, el gobierno declaró luto nacional. Inicialmente fue enterrado en el Cementerio General, pero a instancias de dos admiradores, Benigno Cutzal y Miguel Ángel Rayo, a inicios de 1980[7] sus restos fueron trasladados a su poblado natal y enterrados en el Centro Cultural y Deportivo que lleva su nombra, a la sombra de un busto esculpido por el maestro Rodolfo Galeotti Torres.

 

 

-VI-

Los homenajes.

 

El himno nacional fue estrenado en vela de gala en el Teatro Colón, el 14 de marzo de 1897, a las nueve de la noche, en presencia del Presidente de la República y demás autoridades e invitados especiales, constituyendo el primer acto formal de la Exposición Centroamericana.

 

“…esa noche las voces de los futuros artistas, estudiantes del Conservatorio Nacional, rompieron el místico silencio de aquel ambiente cívico para dejar grabado en los muros de la patria y en el corazón de sus hijos el canto de la amada Guatemala, que desde ese momento pasó a ocupar el lugar supremo, símbolo de nuestra nacionalidad.”[8]

  

La hermosa letra del Himno salió del anonimato hasta que el propio poeta Palma, a instancia de sus amigos, decidió revelar su autoría, cuando ya estaba enfermo. La revelación de Palma fue confirmada por Manuel Cabral, quien fuera Ministro de Instrucción Pública de Reina Barrios. En su honor el gobierno de Manuel Estrada Cabrera emitió un acuerdo con fecha 15 de septiembre de 1910, en el que se ordena: 

«Que en las minervalias del corriente año se otorgue una medalla de oro, que llevará en el anverso el escudo de la República y, en el reverso, la leyenda siguiente: El Gobierno de Guatemala, al inspirado poeta José Joaquín Palma, autor de la letra del Himno Nacional. Estrada Cabrera, Joaquín Méndez». 

El acto de exaltación y condecoración tuvo lugar el 31 de octubre de 1910 en el Salón  de Actos  de la Facultad de Medicina, con ocasión de la clausura de labores de dicha facultad, y tenía como propósito remediar la ausencia del autor al acto de premiación cuando su poema resultó electo, casi tres lustros atrás. Por la avanzada enfermedad del poeta, recibió el homenaje en dicha ocasión, su hijo, Carlos Manuel de la Cruz. En dicho acto, el Ministro de Instrucción Pública, licenciado Manuel Cabral leyó el acuerdo y el propio presidente de la República, hizo el elogio del poeta cubano, quien no pudo estar presente por motivos de su enfermedad. Así que se dispuso que, para condecorar al poeta, fueran a su casa el doctor Julián Rosales, doctor José Azurdia, licenciado Manuel Cabral y licenciado Juan Melgar. En su cama, Palma recibió la medalla y la copia del acuerdo que contenía el agradecimiento por su legado. 

A medida que el cáncer bucal de don José Joaquín iba empeorando, Manuel Valle y Vicente Martínez, amigos del poeta plantearon la necesidad de realizarle un homenaje digno de la obra que había dejado a Guatemala, y el 25 de junio de 1911 se constituyó en el Teatro Colón, la primera junta de la que saldría el Comité Ejecutivo del reconocimiento, conformado por varios periodistas de renombre de la época: licenciado Manuel Valle, licenciado Virgilio Rodríguez Beteta, Felipe Estrada Paniagua, Antonio Palomo y Francisco Castañeda. En la sesión del 16 de julio de ese año se acordó otorgar a don José Joaquín una corona de laurel simbólica, hecha de oro y plata, y que la coronación se haría en el Teatro Colón si la salud del homenajeado lo permitiera, o bien en su residencia. Se fijó el domingo 23 de julio para realizar la ceremonia de homenaje.[9]

El acto inició a las 8 de la noche del día señalado, en la residencia del poeta. Se organizó un desfile que partió del Teatro Colón, en el que participaron la Banda Marcial, los colegios públicos y privados de la capital, periodistas y escritores y representantes de sociedades intelectuales. Frente a la residencia de Palma se cantó el Himno Nacional, y luego se le coronó. El discurso central de la ceremonia fue dicho por José Rodríguez Cerna. Agradecieron el acto sus hijos Carlos Manuel y Zoila América Ana.

Homenaje apropiado y a tiempo, pues José Joaquín Palma murió el 2 de agosto de 1911 a los 66 años. Fue enterrado en el Cementerio General con el féretro envuelto en la bandera de Cuba y en 1951 sus restos fueron traslados a su ciudad natal Bayamo, en donde reposan hoy en día.

 

 

-VII-

Enmendando la plana.

 

La corrección política al parecer es más antigua de lo que parece. Recordemos lo que exclama el rey Salomón en uno de los versículos del Libro de la Eclesiastés: “¡No hay nada nuevo bajo el sol!” Corren los años 30 del siglo XX, y en Guatemala ha surgido una polémica sobre el contenido del Himno Nacional. Algunos argumentan que ciertas estrofas son demasiado agresivas con España, y como las relaciones con dicho país en ese momento eran cordiales, se planteó la necesidad de modificarlo. Otros argumentaban que el himno no debía, o no podía, modificarse.

 

Educador y filólogo José María Bonilla Ruano

Educador y filólogo José María Bonilla Ruano

 

Uno de los que seguían con interés esta polémica era el gramático José María Bonilla Ruano, quien estando en el año de 1932 en Bélgica, editando un libro de su autoría, revisó los versos, encontrando no sólo alusiones agresivas a España, sino errores propiamente dichos, que valía la pena corregir.[10] Preparó un trabajo en el que se mostraban los errores y las sugerencias para corregirlos, que fue presentado ante la Academia de la Lengua Guatemalteca, correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua. Su trabajo gustó, y se decidió presentarlo a la presidencia para su aprobación. Las enmiendas a la letra del Himno buscaban ajustarlo a la realidad histórica, por una parte, y por la otra para expresar el fervor patriótico sin la mención constante de la sangre o de la violencia. Los cambios fueron aceptados por el gobierno mediante el siguiente acuerdo:

  

«Casa del Gobierno: Guatemala, 26 de julio de 1934.

 A fin que la letra del Himno Nacional llene mejor su cometido, exponiendo con más lógica y veracidad los sentimientos que deben animar a todo buen patriota,

 

El Presidente de la República

 

ACUERDA:

 

Modificar el Acuerdo Gubernativo de fecha 28 de octubre de 1896, por el que se aprueba el Himno Nacional de Guatemala, en el sentimiento de que dicha pieza literaria quedará en la forma siguiente:

 

¡Guatemala feliz…! que tus aras

no profane jamás el verdugo;

ni haya esclavos que laman el yugo

ni tiranos que escupan tu faz.

 

Si mañana tu suelo sagrado 

lo amenaza invasión extranjera,

libre al viento tu hermosa bandera

a vencer o a morir llamará

 

CORO

 

Libre al viento tu hermosa bandera

a vencer o a morir llamará;

que tu pueblo con ánima fiera

antes muerto que esclavo será.

 

*

 

De tus viejas y duras cadenas

tú forjaste con mano iracunda,

el arado que el suelo fecunda

y la espada que salva el honor.

 

Nuestros padres lucharon un día

encendidos en patrio ardimiento

y lograron sin choque sangriento

colocarte en un trono de amor.

 

CORO

 

Y lograron sin choque sangriento

colocarte en un trono de amor,

que de Patria, en enérgico acento,

dieron vida al ideal redentor.

 

*

 

Es tu enseña pedazo de cielo

en que prende una nube su albura,

y ¡ay de aquél que con siega locura,

sus colores pretenda manchar!

 

Pues tus hijos valientes y altivos,

que veneran la paz cual presea,

nunca esquivan la ruda pelea

si defienden su tierra y su hogar.

 

CORO

 

Nunca esquivan la ruda pelea

si defienden su tierra y su hogar,

que es tan sólo el honor su alma idea

y el altar de la Patria su altar.

 

*

 

Recostada en el Ande soberbio,

de dos mares al ruido sonoro,

bajo el ala de grana y de oro

te adormeces del bello quetzal.

 

Ave indiana que vive en tu escudo,

paladión que protege tu suelo;

¡ojalá que remonte su vuelo,

más que el cóndor y el águila real!

 

CORO

 

¡Ojala que remonte su vuelo,

más que el cóndor y el águila real,

y en sus alas levante hasta el cielo,

Guatemala, tu nombre inmortal!».

 

-VIII-

Otros asuntos interesantes 

Dentro de los textos que se publicaron con motivo del primer centenario de nuestro Himno Nacional, encontramos uno publicado por Virginia del Águila en las páginas del Siglo Veintiuno, en el que nos informa: 

“El Himno Nacional está compuesto por 48 versos decasílabos (de diez sílabas), tiene 4 estrofas de dos cuartetos cada una, y cuatro coros de cuatro versos cada uno. Su estilo musical responde a las características de la primera fase del Romanticismo (que estuvo en boga entre 1850 y 1920).

Según Celso Lara, aunque en general los himnos de los países latinoamericanos tienen influencias de la ópera italiana, éstas se acentúan en el canto patrio de Guatemala. ‘A ratos, por sus cadencias y estructura armónica, nos recuerda los cantos del acto tercero de la ópera Fausto de Charles Gounod, indica’.

El Himno Nacional tiene elementos como el contraste entre dos coros (que se encuentran en varios momentos de la pieza), propuestos por la música guatemalteca del siglo XIX. La melodía más parece una marcha de soldados religiosos que una melodía guerrera, como son los himnos de otros países, agrega el antropólogo.”

  Otra periodista, periodista Nancy Avendaño[11] recogió también datos interesantes durante el centenario, los que transcribo literalmente por su interés:

 “Según un análisis elaborado por Manuel Alvarado Coronado, el Himno Nacional está dividido en cuatro etapas. La primera trata sobre el futuro incierto de Guatemala al abordar la realidad del país antes de la independencia; la segunda se refiere a los promotores de la libertad. Los símbolos patrios y el valor de los hijos de Guatemala se dibujan en la tercera etapa; en la cuarta, la posición geográfica y la promesa del futuro (…) Celso Lara opina que la intención del canto no ha variado a través del tiempo: ‘cuando el Himno fue creado, el gobierno quería conformar la identidad, la idiosincrasia y el fervor propios de Guatemala. Este cántico refleja a la sociedad de ese momento…’.” 



[1] V/A. Poesías y Notas Biográficas. José Joaquín Palma en el Centenario de su Muerte (1911-2011). Editorial Cultura. Guatemala: 2011. Página 73.

[2] V/A. Poesías y Notas Biográficas… Op. Cit. Página 75. Aunque la letra que incluye esta publicación en un acto inexplicable, incluye la letra de nuestro himno con las modificaciones que le hiciera el maestro José María Bonilla Ruano, en 1934, mezclando el texto del decreto original de fecha 28 de octubre de 1896, con el decreto de fecha 27 de junio de 1934, mediante el cual se aprueban las modificaciones.

[3] López Herrera, María del S. Cronología de la Vida y Obra de José Joaquín Palma 1844-1911. En: V/A. Poesías y Notas Biográficas. José Joaquín Palma en el Centenario de su muerte (1911-2011). Editorial Cultura. Guatemala: 2011. Páginas 294.

[4] López Herrera. Op. Cit. 295.

[5] V/A. Poesías y Notas Biográficas… Op. Cit. Página 76.

[6] Méndez, Francisco Alejandro. La nota triste del Himno Nacional. Revista Domingo. Diario Prensa Libre, 14 de septiembre de 1997.

[7] Méndez, Op. Cit.

[8] Arroyave, Nancy. Un siglo de canto cívico. Revista Crónica, número xxx. Semana del 14 de marzo de 1997.

[9] V/A. Poesías y Notas Biográficas… Op. Cit. Página 78.

[10] Choy, Lucrecia. Las modificaciones al Himno Nacional. Diario Siglo Veintiuno, Guatemala, 16 de septiembre de 1997.

[11] Avendaño, Nancy. 100 años de cantarle a la patria. Revista Domingo. Diario Prensa Libre, 16 de febrero de 1997.


Unos versos dignos de un pueblo culto. (Primera Parte)

La historia del Himno Nacional de Guatemala

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

-I-

 El actual himno nacional se lo debemos a las inquietudes nacionalistas y progresistas del presidente José María Reina Barrios, injustamente marginado en la historia nacional. Como parte de los preparativos de la Feria Centroamericana, concebida como la plataforma para lanzar al país al escenario internacional, el entonces presidente convoca en 1896 a un concurso con la intención de “…dotar al país, de un Himno que por su letra y su música responda a los elevados fines que en todo pueblo culto presta esa clase de composiciones…” Del concurso resulta ganador un texto firmado ANÓNIMO. De otro concurso para ponerle música, triunfa la solemne partitura presentada por el compositor Rafael Álvarez Ovalle, logrando una hermosa armonía de poesía y música. La letra, fue sometida a cambios en 1934, a instancias de Jorge Ubico, por el profesor José María Bonilla Ruano.

 

Fuente: Gutenberg.org.

Fuente: Gutenberg.org.

  

-I-

El contexto.

La Exposición Centroamericana.[1]

 La Feria Centroamericana constituyó un gran esfuerzo de inversión pública por lanzar a Guatemala como una república que se ofrecía al resto del mundo como líder de la región centroamericana. Pretendía ser, en un principio, un escaparate en el que se presentara al público todos aquellos productos que se fabricaban en América Central, sin embargo, al poco tiempo se cambió el objetivo, ampliándolo a la exposición de productos extranjeros también, tomando en cuenta la atrasada situación en que se encontraban las industrias nacionales de la región. Pero en esencia, la Exposición Centroamericana no era sino el intento de Guatemala de presentarse como una nación joven, sumergida en las ideas de progreso vigentes en su época y con capacidad suficiente para montar una exposición como las que se hacían en el resto del mundo civilizado. Pensemos en las Ferias Universales que se celebraban en Europa. Para la Exposición Universal de 1889, celebrada en la ciudad de París, para dar un ejemplo, y en la que Guatemala participó, (montando un pabellón en el que se daba a probar a los visitantes el excelente café que se producía en el país), Francia ordenó la construcción de la Torre Eiffel, prodigio de la técnica de construcción en hierro de la época.

 La realización Exposición Centroamericana fue aprobada por la Asamblea Nacional, mediante el decreto 253, de fecha 8 de marzo de 1894. Según relata Christian Kroll-Bryce, en el primer número del Boletín de la Exposición Centroamericana, salido de prensa el 1 de febrero de 1896, “…el gobierno de Reina Barrios sostenía que debido a la ‘benéfica tranquilidad que el país ha logrado, el Gobierno ha creído que es llegada la hora para que Guatemala exhiba los adelantos de su agricultura y las obras hijas de la inteligencia y de la imaginación de nuestros compatriotas’ en una exposición que será “una fiesta de paz en que Guatemala hará sus mejores triunfos…”[2]

 Según el citado artículo de Kroll-Bryce, los objetivos de la Exposición fueron definidos en el Reglamento de la Exposición Centroamericana, publicado en el diario El Guatemalteco, el 18 de febrero de 1896:

 “…Reunir diversos objetos para comprarlos; aprender lo que ignoramos; mejorar lo que sabemos; comunicar a otros lo que producimos; despertar el estímulo en pro del trabajo humano; borrar las mezquindades; estrechar los lazos de fraternidad universal y exhibir a Guatemala dignamente, invitando a los pueblos centroamericanos, para una fiesta de civilización y cultura; tales son, entre otros, los provechosos resultados que en general podrá ofrecer la Exposición”

Lo que constituye toda una declaración de principios y aspiraciones de un presidente que deseaba interesar al mundo de lo que pasaba en Guatemala y de su potencial. En alguna otra cápsula vimos que los gobiernos liberales guatemaltecos, sabedores de las limitaciones de mano de obra especializada de las que adolecía el país habían enfocado sus esfuerzos en establecer una amplia industria agrícola cuya mayor ventaja sería el ferrocarril, que conectaría a las fincas o ciertos centros importantes de población cercanos a las fincas, directamente con los puertos en ambos océanos. Ese al menos, era el objetivo de Justo Rufino Barrios y de su sobrino, José María.

Esa idea de promoción en tierras “civilizadas”, como se entendía que era la Europa previa a las guerras mundiales, encuentra su sostén en otro fragmento del Reglamento que Kroll-Bryce tuvo a bien transcribir en su bien documentado artículo:

“Si el certamen excita la curiosidad del extranjero, generaliza el conocimiento de cuanto forma el conjunto armonioso del trabajo guatemalteco, demuestra que al amparo de la paz y seguridad el migrante honrado encontrará una segunda patria, y propaga por el mundo culto, las benéficas condiciones de la naturaleza centro-americana; naturalmente, decimos, el Certamen contribuye directamente a que al terminar el Ferrocarril Interoceánico, éste dé desde luego los óptimos frutos que está llamado a proporcionar…”

 

Pabellón de Guatemala en la Exposición Universal de París, 1889.  (Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

Pabellón de Guatemala en la Exposición Universal de París, 1889.
(Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

 

El primer evento de este tipo se llevó a cabo en 1851, en la ciudad de Londres, y se le llamó “La Gran Exhibición de Trabajos e Industria de Todas las Naciones”, para la que el jardinero Joseph Paxton,[3] inspirándose en un invernadero, diseñó el llamado Palacio de Cristal, la primera construcción a gran escala de hierro y vidrio, que se usaría de forma extensa, principalmente para las estaciones de ferrocarril del mundo entero.

Así que la Exposición Centroamericana tampoco era en sentido estricto una idea, digamos, original, pero sí muy contemporánea y sobre todo, cosmopolita. En Guatemala obligatoriamente se habían leído las crónicas que describían, para dar otro ejemplo, a la famosa Feria Mundial de 1893, llevada a cabo en Chicago, con motivo de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América[4], en la cual, Guatemala había participado con dos pabellones. [5] Inaugurada en el verano de ese año como la World´s Columbian Exposition, por las características de su arquitectura fue llamada casi inmediatamente la “Ciudad blanca”. La Exposición fue desplegada en los terrenos del Jackson Park, y le fueron asignadas 512 hectáreas frente al Lago Michigan. Según recuentos de la época, los números de visitantes eran muy altos. Se menciona que variaban de 80,000 a 100,000 los visitantes que a diario se paseaban por los pabellones y salones de exposición.[6] Titus Marion Karlowicz, explica: “En un sentido limitado era una ciudad: una que observaba un toque de queda por las noches y que abría sus puertas durante el día. Era una ciudad artificial que no tenía una función vital genuina, y esta artificialidad estaba íntimamente ligada a su temporalidad.”[7] Una temporalidad que se reveló fugaz, un incendio consumió el campo de la feria, semanas después de terminado el verano de 1893.

 Y es que estas ferias tenían una característica importante: se invertían grandes cantidades de dinero para construir edificios que contuvieran los productos a exponer, pero no eran pensadas como edificaciones permanentes, al menos no al inmediato plazo. Por esa razón, muchas edificaciones debían ser montables y desmontables en un breve período. Tal es el caso de la famosa Torre Eiffel, la cual debía ser desmontada luego de que terminara la Feria de 1889, porque no cumplía un rol específico. Es más, a dicha torre hubo que buscarle una función útil, y por eso se instalaron en ella antenas de telégrafo y una estación meteorológica. Había sido concebida exclusivamente con una función: ser un monumento decorativo que llamara la atención de los visitantes. Lo mismo sucedió con el Palacio del Trocadero, del otro lado del río Sena. La gran construcción con sus explanadas sobre el banco del río, fue pensada inicialmente para contener salones específicos para la Exposición de París de 1867, pero no le fue planteado un fin posterior, e imagino que fue a raíz del monto de las inversiones que se optó por preservarlo.

Así que alrededor del mundo se llevaban a cabo eventos similares, y Guatemala consideraba que debía tener el propio, pues se asumía que se podrían obtener muchos beneficios. Para ilustrar las ambiciones de Reinita, que lo llevaron a embarcarse en una empresa de este tipo, encontramos en un número del diario The Washington Post[8], una nota a propósito de la Feria de 1893, que describe claramente las expectativas que levantaban este tipo de eventos: “Existe también una forma comercial de estimular los beneficios de una exposición de este tipo. Muchos miles de personas se sentirán atraídas a venir a los Estados Unidos para ver la exposición. Estas personas dejarán grandes sumas de dinero en el país, y esto estimulará el comercio y hará a esta nación, más rica…” Así que, con esto en mente, el régimen de Reina Barrios decidió no escatimar en gastos ni en publicidad. En un breve artículo del diario estadounidense The Washington Post, encontramos un ejemplo de ello:

“El Ministro de Guatemala, Lazo Arriaga, quien recientemente ha regresado de este país, declaró que la Exposición Centroamericana, a llevarse a cabo en la ciudad de Guatemala a partir del día 15 del próximo mes de marzo, promete ser un gran evento. Hermosas y masivas estructuras modeladas a semejanza de las vistas en la Exposición de Marsella, estarán listas en diciembre. Los Estados Unidos han sido invitados a la exposición, y los organizadores guatemaltecos esperan que industriales americanos, aprovechen la oportunidad de presentar sus productos ante los ojos de los centroamericanos.”[9]

Las estructuras metálicas para sostener los pabellones de la exposición, informa el diario The New York Times, arribaron al Puerto de San José a mediados del mes de junio de 1896, a bordo del vapor Beechly, habiendo partido del puerto francés de Bourdeaux. A bordo del mismo buque llegaron los mecánicos y el ingeniero encargados del montaje de los pabellones, los que serán montados “…en Ciudad Vieja en donde tendrá lugar la exposición, en las cercanías del Boulevard 30 de junio…”[10]

  

Imagen. Facha del Pabellón principal de la Exposición Centroamericana, el día de su inauguración. (Fuente: pacayablogspot.com, original de El Progreso Nacional).

Imagen. Facha del Pabellón principal de la Exposición Centroamericana, el día de su inauguración.
(Fuente: pacayablogspot.com, original de El Progreso Nacional).

 

Asimismo, en otra nota del diario The New York Times[11], se informa a sus lectores que el Cónsul General de Guatemala en esta ciudad, Doctor Joaquín Yela, quien ha sido autorizado por el gobierno guatemalteco para informar a los interesados que la Exposición Centroamericana está lista para ser inaugurada el 15 de marzo de 1897, extendiendo una cordial invitación a varios productores de manufacturas, objetos industriales, maquinaria y obras de arte a exponer en dicha feria. El artículo, aunque apenas ocupa el espacio de una columna, contiene información fascinante que no he logrado encontrar en ninguna otra parte. En ella se comenta, por ejemplo, que para el día de la publicación, ya se habían presentado en el consulado solicitudes de información de “varias conocidas firmas de manufacturas”, de Nueva York, Pennsylvania y Ohio.

El citado artículo, con obvias intenciones de propaganda, abunda en información provista por el Doctor Yela, en la que se hace saber a quienes estén interesados, que aquellos productos desconocidos o poco conocidos en la república que sean expuestos durante la Feria, y que resulten de gran utilidad para Guatemala, podrán ser importados al país dentro de un año de terminada la exposición, libres de cargo para el primer embarque, siempre que dicha importación no sea menor de los cien dólares, ni exceda de los cinco mil. Informa adicionalmente, que las compañías de ferrocarril que operan en el país, “han anunciado con gran placer”, que proyectan tarifas reducidas para transporte de carga y pasajeros que tengan como destino visitar la Exposición Centroamericana.

Por último, y para no aburrir al lector dándole lata con la importancia de este evento para entender a la Guatemala que dejó abruptamente Reina Barrios, el artículo anuncia las ramas que abarca la exposición:

“…Ciencia y literatura, educación y lectura de las artes de todas las descripciones, mecánica y construcción, agricultura, horticultura, arboricultura y técnicas especiales de cultivo, fauna y flora, ornamental y de toda clase de industrias, productos naturales, transporte, minería e inmigración. Las exhibiciones que se consideren dignas de mérito por el comité a cargo y consideradas de merecer premios, se les otorgarán los siguientes reconocimientos: Seis premios de $5,000, seis de $1,000, diez de $500, veinte de $200 y cincuenta de $100. Adicionalmente, se concederán medallas de oro, plata y bronce y diplomas que certifiquen las categorías de primera clase. También se harán menciones honoríficas. Aquellos objetos que reciban premios, podrán ser vendidos en Guatemala sin cargo de impuestos ni aranceles de ningún tipo, mientras que los objetos que no sean premiados, serán considerados como bienes en tránsito por el país y deberán ser embarcados al final del evento, o bien, ser vendidos sujetos a los impuestos que apliquen para el tipo de mercadería de que se trate.”   

  

Imagen. Vista general del corredor central del edificio principal de la exposición.
(Fuente: pacayablospot.com, original de El Progreso Nacional)

 

Gracias a Kroll-Bryce, quien tuvo a la vista los boletines oficiales de la Exposición Centroamericana, sabemos que en el número 23, de fecha 1 de enero de 1897, se publicó bajo el título de “Edificios”, la composición del campo de la feria, el cual consistía en 17 edificios para albergar las exposiciones invitadas y un salón principal con 95 metros de largo y 45 metros de ancho en el que se instalarían las exposiciones nacionales de los países centroamericanos y la de California. Se construyeron edificios menores, para restaurantes y oficinas administrativas.

  

-II-

La cuestión del himno.

El presidente Reina Barrios había pensado en todo. O al menos sus colaboradores lo habían hecho. Y se había planteado entonces, la necesidad de contar con un himno nacional digno de la categoría del evento en el que debía ser cantado. Para ese entonces, Guatemala no contaba con el solemne himno que escuchamos al final de las transmisiones de radio o televisión en horas de la madrugada, sino que contaba con unos versos cívicos que no llenaban las expectativas de nuestro ambicioso presidente de aquella época.

Se había previsto entonces que, para la ceremonia de inauguración de la Exposición Centroamericana, se estrenara un nuevo himno nacional, digno no solo de la circunstancia sino digno del pueblo que empezaba su camino hacia el futuro, según las ideas liberales de la época. Se cantaba en aquella época, los versos de un “Himno Popular”, cuyo autor era Ramón Pereira Molina, secretario de la Jefatura Política del departamento de Guatemala, y que decía así:

  

Guatemala, en tu limpia bandera

Libertad te formó un arrebol;

Libertad es tu gloria hechicera

Y de América libre es tu sol.

 

Bella patria, tu nombre cantemos

Con ardiente sublime ansiedad

Hoy que luce en tu frente la aurora

De la hermosa, feliz libertad.

 

Democracia, civismo es tu lema,

La igualdad es tu ley, tu razón;

No más sombras no más retrocesos.

Viva patria, el derecho y la unión.

CORO

 

Guatemala, en tu limpia bandera

Libertad te formó un arrebol;

Libertad es tu gloria hechicera

Y de América libre es tu sol.

 

Bajo la égida libre y fecunda

De progreso, de paz, de igualdad

Guatemala que se unan tus hijos

En abrazos de eterna amistad.

 

La más pura y feliz democracia

Que corone tu olímpica sien;

Y al amor de tus hijas divinas,

Sé de América libre el Edén.

 

CORO

 

Guatemala, en tu limpia bandera

Libertad te formó un arrebol;

Libertad es tu gloria hechicera

Y de América libre es tu sol.

 

Con tu aliento gentil de espartana

Llegaras en el mundo a lucir,

Porque marchas buscando el progreso

Y en tu idea se ve el porvenir.

 

De los libres recibe el saludo

Su entusiasta sincera ovación;

Y recibes las preces del alma,

Los efectos del fiel corazón.

 

El problema contemporáneo que nos presentan los versos de don Ramón, es que comparado con las contundentes frases del nuevo himno, este parece apenas un infantil ensayo. Pero el efecto habrá mejorado cuando el natural de San Juan Comalapa, Rafael Álvarez Ovalle, con apenas 29 años, ganó el concurso para ponerle música, en un concurso de 1887 convocado por el jefe político del departamento de Guatemala. Como dato curioso, informa el investigador Celso Lara, don Rafael, como no tenía piano en su casa, compuso la hermosa música en guitarra.[12] Los jueces que afortunadamente escogieron la partitura de Álvarez Ovalle fueron Lorenzo Morales, Leopoldo Cantinela y Axel Holm. Afortunadamente digo, porque ahorrándose el esfuerzo, la misma partitura fue sometida por su autor para el concurso de ponerle música al nuevo himno, cuando en 1896, Reina Barrios convocó a un concurso para encontrar la música con que acompañar los nuevos versos, dignos de ser cantados en su magna obra: la Feria Centroamericana.

 

Rafael Álvarez Ovalle (sentado, primero a la izquierda). Le acompañan: Ramón González (1), Francisco Gutiérrez (2), Agustín Ruano (3), Rafael González (5) y Tránsito Molina (6). (Fuente: Prensa Libre, Revista D. No. 114, 10 de septiembre de 2006).

Rafael Álvarez Ovalle (sentado, primero a la izquierda). Le acompañan: Ramón González (1), Francisco Gutiérrez (2), Agustín Ruano (3), Rafael González (5) y Tránsito Molina (6). (Fuente: Prensa Libre, Revista D. No. 114, 10 de septiembre de 2006).

  

Para terminar esta puesta en escena, y quizá jugando un poco al vidente, es necesario apuntar que lastimosamente la Exposición Centroamericana resultó ser un rotundo fracaso. La gran entrada de público visitante de Europa y los Estados Unidos, el Ferrocarril del Norte, no pudo ser finalizado, por lo que falló la conexión del puerto Atlántico con la ciudad. Así, durante los cuatro meses en que estuvo abierta la Exposición, acudieron sólo 40,000 visitantes[13], una fracción tan solo de los que el presidente Reinita habría esperado. Además, los pabellones apenas fueron terminados ya inaugurada la feria, y el gobierno no logró vender los bonos emitidos a favor de la empresa de organización del evento, ascendiendo a un capital de un millón de dólares, situación que se agravó cuando, justo ese año de 1897, el país cayó en una aguda crisis económica, causada por la irrupción de Brasil en el mercado del café con una inmensa cosecha. Como ven, las grandes desgracias, nunca vienen solas. Pero al menos nos quedó un himno nacional majestuoso…

 


[1] No es mi intención abundar demasiado en este evento clave para entender la gestión presidencial de Reina Barrios, pero es importante al menos situar dichos hechos en su contexto. Actualmente, mi colega Rodolfo Sazo, está preparando un documento con sus hallazgos sobre este interesante tema, que esperamos publicar en estas cápsulas próximamente, que sí será en cambio, exhaustivo.

[2] Kroll-Bryce, Christian. Los 115 años del Canal Interoceánico y la Exposición Centroamericana. Entrada del 1 de diciembre de 2012. Pacayablogspot.com.

[3] Bryson, Bill. At Home. A Short History of Private Life. Doubleday, USA: 2010. Página 8.

[4] Para celebrar el mismo evento, en Guatemala, Reina Barrios convocó a un concurso para una escultura en honor del descubridor, que ganaría finalmente Tomás Mur, y que actualmente decora en toda su majestad una de las plazoletas de la Avenida de Las Américas.

[5] Karlowicz, Titus Marion. The Architecture of the World’s Columbian Exposition. Tesis doctoral. Northwestern University. Illinois, 1965. Página 333 y 335. (Traducción libre del autor). En su trabajo de tesis nos ofrece un dato interesante, perdido dentro del mar de las casi 500 páginas de su trabajo: Guatemala contrató los servicios de un arquitecto identificado como J. B. Mora para que construyera el Pabellón de Guatemala y el Pabellón del Café de Guatemala. El mismo arquitecto, del que no ofrece ningún otro dato adicional, construyó también los Pabellones de las repúblicas de Colombia y Venezuela.

[6] Stroik, Adrienne Lisbeth. The World’s Columbian Exposition of 1893: The Production of Fair Performers and Fairgoers. Tesis doctoral. University of California, Riverside. California: 2007. Página 1. (Traducción libre del autor).

[7] Karlowicz. Op. Cit. Página 15.

[8] S/A. The Great Exposition. The Washington Post. Junio 9, 1889. Página 4. (Traducción libre del autor).

[9] S/A. Central Americas’s Exposition. The Washington Post. Octubre 21, 1896, página 4. (Traducción libre del autor).

[10] S/A. From Sister Republics. A big budget of Central and South American News. The New York Times. Julio 26, 1896. Página 20.

[11] S/A. A Central American Fair. The New York Times. Septiembre 27, 1896. Página 17. (Traducción libre del autor).

[12] Del Aguila, Virginia. El Himno Nacional cumple cien años. Diario Siglo Veinituno, 15 de febrero de 1997.

[13] Kroll-Bryce, Christian. Op. Cit. 


Retrato de República con cafeto y locomotora.

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Una reseña de La tempestad, de Flavio Herrera.

 

-I-

La tempestad.

 

Flavio Herrera

Flavio Herrera

Le debía a mi vicio por la lectura alimentarlo con las novelas de Flavio Herrera. Por alguna razón me lo esquivé en el bachillerato, y se fue quedando para un mañana, así que lo incluí en mis propósitos a cumplir en el año 2014, y de la lectura de su novela «La tempestad» surge este ensayo fotográfico-literario. Digamos que es un experimento. Un tipo de reseña visual por partida doble para recomendar una obra que a través de la ficción retrata a la Guatemala más amada del sueño liberal. De la novela, publicada en 1935, entresacamos varios textos, que sirven de perfectos pies de foto para imágenes que aunque en su mayoría no se corresponden cronológicamente con la época que retrata el libro, nos parecen sorprendentemente exactas con las palabras de este interesante autor.  La novela narra los pasos de un hombre que ha ido al extranjero a beber progreso y regresa a su tierra para enfrentarse a los retos del atraso de una república poblada de indígenas, esos personajes misteriosos a los que no se les entiende, se les trata como bestias de trabajo y se les desprecia, a los que en forma inconfundiblemente peyorativa se le llama a lo largo de la novela “la indiada”. Herrera ofrece un retrato exacto de una época y de sus ideas. Todos los textos de La tempestad, han sido tomados de la edición de la Tipografía Nacional, Colección Clásicos de la Literatura Guatemalteca, 2010. 

Una lectura complementaria ideal sería Café y Campesinos, de J. C. Cambranes, para entender la dimensión dramática de este intento de “salto adelante”, que inicia con la Revolución de 1871 y termina con la Revolución de 1944.”

 

-II-

Fragmentos del retrato.[1]

 

1. Puente sobre el río Motagua. Valdeavellano.

  

Puente sobre el Motagua

  

“…Las casucas de adobe a lo largo de la vía y un río, un río revoltoso, insidioso, a la zaga del tren desde ‘El Ingenio’. A la zaga del tren con falsa mansedumbre, pasándosele debajo en cada puentecillo para surgir al lado opuesto, siempre siguiéndolo, acechándolo, calculando una sorpresa, atalayando un descuido para el asalto porque el riachuelo sabe aunque muchos de estos trenes van a la mar como él va también y quisiera saltar a los estribos para ahorrarse la fatiga de un viaje irremediable…”

 

2. Amatitlán. Vendedoras esperando el tren. Valdeavellano.

 Amatitlán. Vendedoras

 Mengalas de Amatitlán. Mozas gárrulas y morenas al asalto. Llenan los vagones pregonando con son alegre y cantarín el condumio y la golosina. Mengalas. Listón en la trenza reluciente. Camisa de trapo vivo. La enagua con frufrú de almidón cogida sobre la grupa por la cinta del delantal. Mengalas con cestos chatos y repletos. La golosina alegre y el dulce castizo. Menudos rombos de pepita estriada; oblongos trocitos de toronja y matagusano, como piezas de un mosaico alborotado. Amuletos de confitura en cajetas en que trasciende el alma del pinabete fragante. Todo chico que tiene un pariente que viaja y que se estima, espera una cajeta con dulces de colación. Amatitlán…”

 

 

3. Panorámica de Amatitlán. Muybridge.

 Panorámica de Amatitlán

 Amatitlán legendario, con leyenda pródiga, ingenua y piadosa. Un pueblo hundido duerme en el buche de la laguna. Con el pueblo se hundió el templo. Con el templo se hundió el Niño Dios que allá en el fondo vela por las almas de los ahogados. Los náufragos de Amatitlán tienen, así, manido el cielo. Tapias de adobe. Techos de murallas. Bardas con chayes, astillas de botellas. Sobre montones de piedra que antaño fueron muros, la vieja lavandera hoy asolea el pingo de la muda y sestean lagartijas…”

 

4. Estación de Palín. Autor desconocido.

 Estación de Palín.

“Amatitlán es de las megalas criollas. Palín es de las indias. Cuando el tren hace agujas en Palín, sobre los rieles hay una huerta que se alborota y desparrama al pitazo de la máquina. Jardín de refajos y estridentes güipiles. Los colores gritan con rabia. En torbellino. Como si el arcoíris saltara roto en astillas. Palín rie con risa de todos colores. Ríe en el barro sucio de las indias de caras mongoloides; ríe en los güipiles, ríe en un mar de fruta que salta en toles y cestas por los estribos del vagón al asalto de los pasajeros. Y pasan caimitos episcopales. Pasan sandías crasas y apopléticas; papayas fondonas; granadillas como ratas infladas; jocotes marañones con un lobanillo en la cabeza; jocotes como ascuas; mameyes hepáticos; zapotes con lamparones; piñas empenachadas y agresivas… ¡Aquella india frescachona tenía un mamey tierno en cada teta!…”

 

5. Calle de Escuintla. Valdeavellano.

 Calle de Escuintla

“Escuintla acendra su abolengo indígena sonoro de épicas leyendas cuando la conquista. Ixcuintlán. Hoy se baña en el agua viva de sus cocos y se desparrama en un azucarado vértigo de ingenios. Escuintla, india traviesa, coqueta y bonita, sale de una chacra con las mejillas embadurnadas de mango. Virgen indolente, se tira sobre una estera tejida con bagazo de caña dulce, de espaldas a Guatemala; se abanica con una palma de coco y manda un suspiro de fiebre y de mieles al mar…”

 

6. Estación del tren. Escuintla. Someliani.

 Estación del tren

“Y, estaciones y más estaciones. Todas semejantes. Estandarizadas. Cajones grises o rojos, techados de cinc, sobre pilotes negros de alquitrán. Alerones gachos sobre andenes de tablón donde se apiña la carga. Cofres de Totonicapán, costales de yute atados con mecate, redes de iguanas, líos encamisados en sábanas chillonas. Siempre un agente en mangas de camisa desabrochada en el pecho, un lápiz-tinta tras de la oreja, papeles amarillos –las guías- en una mano y la otra en el cordón de la campana lista a dar el toque de salida mientras ratones invisibles muerden la maquinita del telégrafo. Calor.”

 

7. Paso del tren por Santa María. Valdeavellano.

 Paso del tren por Santa María

Santa María. Cruce con un tren que viene del mar; un tren, que viene del mar, cargado de azules horizontes. Una ilusión de espuma en su penacho de humo y un ritmo de barco marinero que conmueve el fatalismo y la geomántica consternación de las montañas. Visión de potreros planos al sol sin ternura. En los rodeos, bajo las ceibas centenarias, el ganado inmóvil –puñascas de alubias pintas. A veces un vaquero rubrica el aire con la reata elástica como sierpe mientras el potro, al galope, con los remos pinta un desfile de paréntesis…”

 

8. Hotel Quezaltenango. Sin autor.

 Hotel Quezaltenango

“Corredor espaciado en número siete. Garabatos con intención de números pintados en negro sobre las puertas d elos cuartos. El hotelero asignó a César el mejor. Era vasto y tenía puerta y ventana a la calle. Paredes blancas de cal. Uno de los testeros formado por un tabique de tablas sin cepillar, cuyas puntas desiguales no alcanzaban el techo. En un rincón el catre de tijera con la lona mugrienta. Cerca un trébede de hierro pintado de verde, sostenía en el arquillo la palangana y el pichel de peltre desconchado. Sobre el trébede, colgado de la pared por un clavo, un espejo cuadrado con marco de bambú y la luna manchada de neblinosa amarillez salpicada de lamparones en que faltaba el mercurio –ojos sin pupila. Ojos en que había sólo la esclerótica comida de hormigas, porque la diligencia hoteleril había tapado estos parches con papel de diario en que las letras se apiñaban con trasunto de hormigas. Junto al catre una silla de Toconicapán con fragancia de pino nuevo y otra silla negra de bejuco de Viena con el asiento de junco renegrido; en las paredes, dos cromos-litografías con el brillo vejado por el tiempo y punteado por las moscas (…) En una mesuca, junto al catre, una palmatoria chorreada de parafina y un cabo de vela con el zaino mechón aplastado. Una botella con agua y el vaso boca abajo tapándole el gollete. La mesuca tenía la hoja entreabierta y en el fondo se veía una bacinica azul…”

 

9. Mujeres paseando. Sin autor.

 Mujeres paseando

“La muchacha de familia adinerada, de buena sociedad, de ascendiente social; la muchacha ‘conocida’, para emplear el modismo al uso, vive condenada a celibato forzoso en pleno trópico, bordeando el riesgo de un desliz que la lleve al escándalo o a buscar un profesional discreto con propósito abortivo por miedo a la sanción social, y si no, condenada a la neurosis por la obsesión del deseo como síntoma de una función natural…”

10. Finca Las Nubes. Muybridge.

 Finca Las Nubes

“Quería contemplar la gloria del orto que dilapidaba una pedrería de fábula allá tras de la sierra. Abarcó de una ojeada la topografía de la finca. El casco apretado y extendido hacia el norte. Obraje. Ranchería y beneficios. Cuadros de azogue reverberante eran los techos de cinc; conos de oro mate los de paja o rombos escarlata los de barro que humeaba evaporando el zumo de la noche. Un camino bordeado de palmeras partía salvando quebradas y la toma en copantes con arco de piedra azul y se perdía entre las frondas. A oriente, en suave declive, una zona agraria. En frente, la sierra, abuela bonachona y paralítica hinchando los pulmones de cuyo perfil erizado como el lomo de un un mounstruo aterido, saltaba gozoso y codicioso el sol nahual. Y, en torno, por todos lados el formidable abrazo de la selva. Mar de copas verdes y ondulantes, desde el ingenuo verde-gay de los retoños cimeros al verde-mar de los laureles  y el verdinegro de los ceibos diez veces centenarios, culminando sobre el parejo nivel de los chalunes, madre-cacaos y laureles con señorío caciquil. A veces se desgarraba este mar verde y asomaba la entraña negra. Una faja de tierra, desnuda y bendita, salpicada de motitas blancas. Los cafetos –ora en flor- con prócer blancura de alusiones nupciales. El aire se impregnaba de suave y agria dulzaina entre azulencos vahos de humus en combustión y yerbas en fermento.”

  

11. Siembra de café. Valdeavellano.

Siembra de café 

“¡A sembrar, pues, que, para sembrar, el tiempo ni pintado! Mejor si está lloviendo. Reparto de faenas en razón de aptitudes. ¡Piloneros! Esos indios de mano suave y mañosa que meten en la tierra la cutacha cortándola sin estropear, sin lastimar una sola raicecita, y con pujo escultórico tallan un cilindro y sacan neto el pilón. Y otros, los envolvedores que, con burguesa prestancia, encamisan los pilones en hojas del bijague y hay otros indios más robustos o más toscos que a lomos y en cacaxtes acarrean estos pilones a la siembra. La matita ya está allí junto a su hueco, esperando con dura incertidumbre la solución de su destino, tiene sed, inclina su verdasca macilenta, le duele el pie y espera, espera. De pronto viene un indio, no aquel indio robusto que lo trajo, sino otro indio con un azadón, le quita a veces la camisa a su pilón y la mete en su hueco. ¡Qué fresco! Está mojado. ¡Alivio! El fondo es muelle como de plumas. Dos azadonazos de tierra en derredor, la apretujan contra el suelo y ya está. Mira en torno y ve a sus hermanos en hilera: pero más lejos…”

  

12. Cosecha de café. Valdeavellano.

Cosecha de café 

“Ahora hay que aprestarse a la cosecha. Toda cosecha se levanta sobre dos pilotes fatales, robustos, indefectibles. Dinero. Maíz, que en verdad, se confunden en uno solo: ¡Dinero! ¡Ya vienen las cuadrillas! Se avisó al habilitador. El amo espera. La finca espera. Todos esperan. Un día asomará por el camino una tropilla alegre y cromática. Prietos gabanes. Tintineo de chachales. Procesión de fatiga pausada por el sollozo de una violineta que toca un indiecito a la zaga. Cada día es una inquietud que punza en el ánimo como una espina. El amo blasfema. Ha venido una carta de tierra fría. La gente no viene aún. Siembra su trigo. Pocos días más. Nuevo plazo. Se pinta una señal con lápiz al exfoliador y en el alma un nuevo desencanto. El amo sale a otear el camino cada día. Se espera con ansia al encomendero que traerá el correo. El patrón tiene una inquietud expectante como la del reo antes fallo. Por fin… llegó la cuadrilla. ¡Ay vienen los chamarrudos! Dijo un día un colono aspaventado…”

13. Entrega de café. Valdeavellano.

Entrega de café 

“¡Fin de cosecha! Liquidación por restas. Otra liquidación: la espiritual. El habilitador ¡bellaco! No cumplió. Ni siquiera respondía a las últimas cartas. Caía el café y hubo que rescatar lo posible a precios absurdos por crecidos. Para colmo el mal tiempo. Todo en contra, conspirando como ex profeso -¡Cuando un me sin llover en estas épocas! Maduración repentina. Total, media cosecha en el suelo. El amo siente una garra en el pecho y un vaho de coraje, un vaho picante que se le sube a los ojos cuando recorre los surcos sobre una alfombra de café podrido que exhala una agria dulzaina en el aire cuajado de mosquitos. ¡Liquidación por restas! Fracaso de cuentas e ilusiones. La esperanza se embota en la fatalidad de los guarismos. Y ahora, la cosecha íntegra para el acreedor a riesgo de multas y falsas comisiones y hasta ejecución. ¿Con qué seguir trabajando entonces i hay labores perentorias, inmediatas? Poda, limpia, descombro. Y tanto esfuerzo ¿vano? Tanto sueño ¿fallido? Un año más de con la ilusión en derrota…”

 

14. Mercado de Escuintla.

Mercado de Escuintla 

“Mañana de domingo en un poblado costeño. La plaza con el vestigio colonial. La ceiba centenaria sombreando una pila con la piedra roída de lepras seculares. La linfa borbotante en la que beben animales sudados y cansinos mientras mujerucas tristes y andrajosas se doblan lavando el pingo sucio. La Iglesia, abierta para la misa dominguera que vino a oficiar el cura del pueblo vecino. Frontero a la iglesia un edificio chato de corredores con pilares carcomidos por el pie y en el cual juntan sus sedes las autoridades. Sobre las puertas, sendos rótulos: ‘Comandancia Local’, ‘Juzgado Municipal’, ‘Tesorería’. Alguaciles barren y riegan el piso de bermejos ladrillos, mientras en un banco se estiran o se expulgan otros. Vibran los caminos aldeanos, sonoros de recuas y del parejo trote de los indios. Las cuatro bocacalles escupen a la plaza racimos de indiada. Se anima la plaza en un azacaneo de vecinos y feriantes.”

 

15. Vista panorámica del Lago de Atitlán. Sin autor.

 Lago de Atitlán

“Se improvisó una excursión al lago. Dos autos rodaban por los caminos y, al medio día, almorzaban en San Lucas Tolimán. Desdeñaron el sórdido hotelucho y como era día de plaza, las muchachas compraron víveres, gallaretas, aguacates, tortillas y frutas. Tendieron los plaids y varios petates al margen, llevaron cerveza y se regalaron al aire libre. Alguien propuso un pase en bote sin itinerario ni premura y volver a la finca al fresco de la noche o pernoctar donde quisieran, ya que la corrección del paseo la afianzaba la presencia del matrimonio Castillo…”

 


[1] Las fotografías fueron obtenidas de los siguientes sitios: Muybridge.org; Delcampe.com y Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala.


En defensa del lector y otros asuntos no menos importantes

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

Con el objeto de garantizar que cada uno de los textos que se publican semanalmente en esta cápsula de historia contengan hechos verídicos e incontrovertibles en la medida de lo posible, he encomendado la tarea, (más bien impuesto), de la defensa del lector al historiador Ramiro Ordóñez Jonama, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala y otras muchas academias, para que con su agudo ojo crítico y su enciclopédica memoria corrija datos, afirmaciones o cualquier otro tipo de información inexacta que involuntariamente se me pueda escapar, aunque en todo caso, asumo personalmente toda equivocación en que pueda incurrir. Sus correcciones, observaciones y ampliaciones de información llegan a mi correo electrónico y desde allí los traslado a ustedes, para mayor deleite de la lectura de estos textos que pretenden acercarnos semanalmente a la fascinante historia nacional.

-II-

La ciudad de Arturo Morelet. 

Calle Real. Fotografía de Eadward Muybridge de la actual sexta avenida y catorce calle. A la derecha se puede observar la balaustrada del actual Parque Enrique Gómez Carrillo, entonces llamada Plaza de Las Victorias. (Fuente Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

Calle Real. Fotografía de Eadward Muybridge de la actual sexta avenida y catorce calle. A la derecha se puede observar la balaustrada del actual Parque Enrique Gómez Carrillo, entonces llamada Plaza de Las Victorias. (Fuente Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

En el texto pasado aventuré una teoría sobre el ingreso de Arturo Morelet a la ciudad de Guatemala en el año de 1847. Él apunta que ingresó a la adormecida ciudad por una ancha calle empedrada, que yo equivocadamente identifiqué con la actual Sexta Avenida, antes Calle Real, que identifiqué por las razones que dejé dichas en esa ocasión. Ramiro Ordóñez me envió a propósito de ello lo siguiente: “…La ancha avenida por la que entró Morelet no fue la actual 6a avenida sino la 14 avenida o Avenida Central. El viajero que venía del Golfo llegaba al Burgo de la Ermita, poblado cuyo centro estaba en donde hoy queda la Parroquia Vieja. Allí fue el primer Establecimiento Provisional de la Ermita. Si se sigue la 14 avenida, la cual serpentea siguiendo la forma de andar de los patachos de mulas, se llega directamente a la Plaza Vieja (actualmente Parque Infantil Colón) y allí enfrente estaba el Mesón de Eguizábal, cuya descripción publiqué hace unos 25 años (Véase «La familia Varón de Berrieza» en RAGEGHH IX). Por supuesto que había otros alojamientos, como el Mesón de la Merced, allá por San Francisco y ya pasadita la Revolución del 71 el Mesón de Oriente instalado en el expropiado beaterio de Nuestra Señora del Rosario, de las Beatas Indias (12 avenida y 9a calle.) Ciertamente, en los tales mesones se alojaban los arrieros y los pequeños comerciantes (leñadores, carboneros, comerciantes en productos de barro, jarcia, etc.), y la gente de calidad era alojada por las personas a quienes venían recomendadas, como lo testimonian Morelet, Haefkens, Thompson, Squier, Stephens y demás. Hay un bonito trabajo de Álvarez-Lobos sobre el Burgo de la Ermita publicado creo que en RAGEGHH VII, si mal no me recuerdo…”

Habiendo localizado el texto que me indica sobre los mesones, lo transcribo a continuación, pues nos servirá para reconstruir mentalmente estos lugares en los que se alojaban los viajeros en esta ciudad que a la fecha del viaje de Morelet, carecía de hoteles. A propósito del Mesón de Eguizábal, nos informa don Ramiro: “A.-Don Miguel José de Eguizábal y Gálvez (…) También fue propietario del mesón de Eguizábal, contiguo a las casas y beaterio de Indias, constante de dieciséis habitaciones, tres tiendas a la calle y otras dependencias accesorias, así como el pertinente amueblado. Esta propiedad, situada en la actual 12 avenida, entre 9 y 10 calles de la zona 1, fue vendida en $3,000 en 1811 por los herederos de don Miguel.”[1] Unas páginas atrás, encontré otra descripción de estos alojamientos, éste propiedad de doña Ana de Obregón: “E.-Doña Ana Eudocia de Obregón y Gálvez (…) En la Nueva Guatemala doña Ana fue propietaria del mesón nombrado de Dolores, sito a espaldas de su casa principal de habitación, calle de San Agustín, el cual tenía veintiún cuartos interiores, cada uno con una cama, una silla y una mesa; una tienda grande con su trastienda, dos tiendas pequeñas también con trastienda, y una tienda redonda; todas las puertas con sus llaves, pila y agua limpia corriente…”[2]

  

-III-

Puerto Barrios.

 En el texto dedicado al lamentable suicidio del pintor Carlos Valenti, en París, hicimos referencia a la construcción y bautizo de Puerto Barrios. En esa ocasión afirmé que el entonces presidente José María Reina Barrios ordenó su construcción como uno de los proyectos necesarios para ubicar a Guatemala en el mapa del comercio mundial, y que posteriormente en su honor se había bautizado a dicha instalación con su segundo apellido, extremo que Ramiro Ordóñez corrige, citando a propósito el Decreto Gubernativo 513, emitido el 19 de noviembre de 1896, en el que se ordena: “Que entre el río de El Estrecho, el río Escondido y la Bahía de Santo Tomás, se funde una ciudad con el nombre de Puerto Barrios”, y en la parte considerativa del decreto se explica que valorando el trascendental papel que ha jugado en la historia nacional el general Justo Rufino Barrios, se debe bautizar con su nombre dicha población.[3]

 

(Fuente: www.carlosvalenti.org.)

(Fuente: www.carlosvalenti.org.)

  

Como antecedente de la decisión presidencial debemos remontarnos al año de 1884, en que el entonces presidente general Justo Rufino Barrios suscribe un contrato con la compañía estadounidense Shea Cornick & Cía para la construcción de un muelle de hierro sobre las aguas del Atlántico, y a su alrededor un largo malecón de concreto.[4] La construcción de dicho muelle estaba ligada a la construcción del Ferrocarril del Norte, que pretendía conectar a la ciudad de Guatemala con su costa atlántica. Entre 1892 y 1896, durante la gestión del presidente y general Jose María Reina Barrios, se logra el tendido de cinco tramos de la línea del ferrocarril, desde Puerto Barrios hasta El Rancho.

Emitido el referido decreto que ordena la fundación de una ciudad en el punto en el que inicia el tendido del ferrocarril, el 5 de diciembre de 1895 el presidente Reina Barrios coloca la primera piedra con la que se inauguran los trabajos de construcción del nuevo puerto, aunque la villa ya tenía para entonces, 11 años de existir. Como no he encontrado información adicional sobre su existencia previa, aventuro afirmar que dicha villa había sido creada por los obreros del ferrocarril y otros trabajadores relacionados con la construcción de la infraestructura portuaria y otra población local atraída por fuentes de trabajo y posibilidades de intercambio comercial que este nuevo emplazamiento ofrecía. Así que el decreto 513 funda formalmente la población con el nombre elegido para el efecto de conmemorar no sólo la personalidad de Justo Rufino Barrios, sino con el claro intento de relacionar la construcción de nuevas obras progresistas con el legado político liberal de la Revolución de 1871.

Puerto Barrios. Interesante fotografía que permite observar el inicio de la línea del ferrocarril sobre la bahía de Amatique, cuyas aguas se observan al fondo. (Fuente: www.delcampe.net, sitio que ofrece interesantes fotografías antiguas de todo el mundo).

Puerto Barrios. Interesante fotografía que permite observar el inicio de la línea del ferrocarril sobre la bahía de Amatique, cuyas aguas se observan al fondo. (Fuente: www.delcampe.net, sitio que ofrece interesantes fotografías antiguas de todo el mundo).

 

Finalmente el muelle de Puerto Barrios fue construido por la misma empresa contratada para el tendido de las vías del ferrocarril como terminal portuaria, junto con un malecón de concreto que inicialmente tenía 354 metros de longitud y 15 de ancho, que pocos años después se amplió a 40 metros de ancho. Un año después de fundada la ciudad de Puerto Barrios, el presidente Reina Barrios emitió el Decreto Gubernativo 524, de fecha 24 de noviembre de 1896, mediante el cual la declara “…puerto mayor de la República…”[5]

 

-IV-

La Parroquia Vieja

 

Después de que los terremotos de Santa Marta destruyeran la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, la tarde del 29 de julio de 1773, a las 16 horas,[6] las autoridades dispusieron el traslado de la ciudad a un paraje que estuviera más alejado de los volcanes, a los que se les atribuía ser la causa directa de los movimientos telúricos que en no poco número habían sacudido al valle de Panchoy.

 Cuenta doña Cristina Zilbermann de Luján que las autoridades consideraron tres puntos para ser el nuevo asiento de la capital del reino, todos ubicados en Guatemala. El valle del Jumay, en la actual Jalapa, el valle de Jalapa y el valle de la Ermita, puntos a los cuales destacaron comisiones de evaluación para que emitieran opinión sobre la mejor conveniencia de cada punto para establecer la nueva ciudad. Los puntos a considerar habían sido desarrollados en su momento en la Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias sobre la fundación de las ciudades (Libro IV Título VII), que recogían las ordenanzas del rey Felipe II sobre la fundación de las ciudades, de 1573[7], y que en resumen debían considerar la cercanía del agua, y que la misma pudiera canalizarse de fácil manera, la fertilidad del suelo para agricultura y disposición de pastos para el ganado, abundancia de leña, madera y materiales de construcción y cercanía de pueblos de indios entre otras cosas. Informa doña Cristina que la comisión inspeccionó los valles referidos, y en el valle de la Ermita los parajes de El Rodeo, El Naranjo y el de La Virgen. Los valles de Jalapa fueron desaconsejados por no contar con fuentes abundantes de agua y poca disponibilidad de madera, pues la que había serviría exclusivamente para leña y “no eran adecuadas para fábricas o edificios públicos o privados”,[8] y los suelos eran áridos.

 Para la comisión, el valle de La Ermita era el que mejores condiciones ofrecía para albergar a la nueva capital, pues contaba con aires sanos, clima bueno, aguas abundantes y con caudal suficiente para instalación de molinos, tierra fértil, bosques con maderas adecuadas y pueblos de indios en las cercanías, como el de Chinautla, que podía proveer cal para la construcción.[9]

 Con tales conclusiones, se dispuso el traslado de la ciudad al Valle de La Ermita, en donde las autoridades se habían establecido provisionalmente desde el 5 de agosto de 1773, en los alrededores de la población del mismo nombre, al que circunstancialmente se le empezó a llamar Establecimiento Provisional. De acuerdo a la información publicada por el historiador Carlos Alfonso Álvarez-Lobos, el Burgo de La Ermita: “…fue antiguamente y lo es en el tiempo presente compuesto de gente española, mulatos e indios…”[10], y su iglesia parroquial databa de mediados del siglo XVII. El historiador apunta que una de las diligencias llevada a cabo por la comisión fue visitar el templo de Nuestra Señora de la Asunción y casas de las haciendas vecinas para evaluar los daños causados por el reciente terremoto, concluyendo el experto comisionado que los daños de la iglesia podían ser reparados y que obedecían en su mayoría a la pobre construcción del templo.

 Así, luego de recibirse el 1 de diciembre de 1775 la real cédula que aprobaba el traslado formal de la ciudad al llano de La Virgen, en los alrededores del Burgo de la Ermita en el referido valle, se construyeron las viviendas provisionales de los habitantes de la ciudad de Santiago, las que fueron en su mayoría ranchos y cabañas, en tanto se construía no muy lejos de allí, la Nueva Guatemala de La Asunción, nombre que recibiría por disposición contenida en Real Orden del 23 de mayo de 1776.

 “El 30 de diciembre se promulga un bando para que todos los vecinos en el término de un mes, indiquen la casa o casas que tenían en la arruinada ciudad, la calle en que la poseían y las varas de área o sitio que ocupaban, y así proceder al reparto de solares de la nueva capital, haciéndoles saber que pasado el plazo, no se les concedería sin pagar su justo valor y que además se les señalaría el término para la construcción, según las circunstancias de cada uno.”[11]

Cuesta imaginarse hoy en día lo que el traslado de una ciudad completa a otro paraje implica. Sobre todo si tomamos en cuenta que para entonces no se contaba con facilidades como los autos y las carreteras, ventajas con las que sí contó Brasil, por ejemplo, para trasladar su sede de gobierno federal a Brasilia. Pero la historiadora Zilbermann en su útil libro al que hemos recurrido en no pocas ocasiones, da cuenta que los precios de los transportes ya habían empezado a subir, “…la mula de carga que antes costaba a Villanueva o La Ermita de 3 a 4 reales, en el día valía 18 o 20…”[12]

Pero lo que sí podemos imaginarnos, dado que hemos vivido el crecimiento de la ciudad hacia todas direcciones en las últimas décadas, es que la vida de la pequeña población de La Ermita ya no habría de ser igual tras servir de sede del Establecimiento Provisional. Me atrevo a aventurar que el paisaje bucólico de la pequeña población tenía sus días contados, sobre todo con la información adicional que nos ofrece Álvarez-Lobos sobre el traslado de Pueblos de Indios a las inmediaciones, para prestar manos para la construcción de la nueva ciudad. Podemos imaginar fácilmente que los amplios potreros y espacios abiertos de las inmediaciones poco a poco fueron siendo ocupados por ranchos y otras construcciones, hasta lograrse la incorporación de La Ermita a la nueva ciudad como uno de sus barrios, al que incluso se le asignó jurisdicción de alcaldes ordinarios. De este traslado de población nos da cuenta Zilbermann de Luján:

 “Este traslado obligatorio de los pueblos de indios presenta uno de los aspectos más crueles de toda la operación del traslado. Fue una imposición injusta que motivará la huída de los indios a los montes, la despoblación de los antiguos pueblos sin que por ello lleguen a poblarse los nuevos…”[13]

 Pero construir una capital nueva no era tarea fácil. Menos aún con la activa oposición que había dado el Arzobispo Cortes y Larraz, quien había retrasado el traslado al nuevo asiento, oponiéndose sistemáticamente a las instrucciones dadas por don Martín de Mayorga, capitán general del Reino de Guatemala en esas fechas. Probablemente algunos recordemos todavía de las lecciones del colegio el enfrentamiento entre los “terronistas”, partidarios de reconstruir la ciudad de Santiago y los “traslacionistas”, partidarios de fundar una nueva ciudad en otra parte, y que sería el segundo bando el que ganaría el enfrentamiento.

 El nuevo arzobispo, don Cayetano de Francos y Monroy, nombrado en sustitución de Cortés y Larraz, narra en una interesante carta dirigida al rey, fechada el 6 de enero de 1781, su llegada al Valle de La Virgen, y que Zilbermann rescata:

 “…apenas había más casas formales que las de los ministros, y los conventos comenzados a edificar. Pero luego que lo vieron en posesión de la mitra y que movía todo lo relativo a la traslación, comenzaron a pedir sitios, abrir cimientos y continuar las obras comenzadas, de modo que a pocos meses se concluyeron las calles enteras donde no había más que campos desamparados…”[14]

La antigua iglesia de La Ermita, dañada levemente por los terremotos de Santa Marta, siguió siendo utilizada por los feligreses y fue reformada en su exterior en la segunda mitad del siglo XIX, iniciándose las obras entre los años de 1859 y 1860, siendo concluidos los mismos hasta 1884. Lastimosamente la iglesia tal y como quedó tras 24 años de obras, y que es la de la imagen de abajo, de fotógrafo anónimo, quedó completamente destruida tras los terremotos de 1917-1918, siendo la actual una reconstrucción de la misma, pero con líneas mucho más sencillas.

Parroquia Vieja de Nuestra Señora de la Asunción del Valle de la Ermita. Autor anónimo, aproximadamente de 1895. (Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

Parroquia Vieja de Nuestra Señora de la Asunción del Valle de la Ermita. Autor anónimo, aproximadamente de 1895. (Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

 

Por su interés, transcribo una descripción de la iglesia previa a los terremotos de 1917-1918, que en su momento publicó el historiador Carlos Alfonso Álvarez-Lobos en su interesante ensayo al que ya tuvimos oportunidad de referirnos. El texto original apareció publicado en el periódico La Semana Católica de don Jesús Fernández, en el año de 1897:

“En el confín noroeste del barrio y en un extremo de la irregular plaza se levanta el templo de bonito aspecto, que a la simple vista indica una reforma moderna, como fue proyectada por el arquitecto aficionado don Julián Rivera: un sencillo frontis sobre el cual se ve erguida la cruz y dos torrecillas o campanarios ligeros le dan gracioso aspecto exterior a la iglesia de forma de cruz perfecta en su planta y bastante ancha aunque pequeña, alta proporcionalmente y cubierta con techumbre de madera y teja de barro.

Los brazos de la cruz de la planta hacen las veces de capillas, la cabeza de esta cruz del edificio forma el presbiterio, en donde sobre el tabernáculo se ve una cruz de madera, la famosa Cruz del Milagro, titular del templo.

A la entrada y alrededor del atrio exteriormente siguiendo la forma de cruz hasta el costado de las capillas, hay una balaustrada de calicanto, y en ella abiertos tres arcos: sobre el central que da acceso a la puerta mayor se ve esculpida esta inscripción: Cruz del Milagro. Sobre los otros dos que dan entrada a la puerta de las capillas en el uno: Capilla de Jesús, y en el otro: Capilla de Dolores. La cruz se levanta sobre estas portadas y se repite en los muros del relieve.”[15]

Como último dato interesante y relevante para la historia de nuestro país, se debe mencionar que el general don Rafael Carrera y Turcios, fundador de la república, nació el 25 de octubre de 1814, en una casa del antiguo Burgo de La Ermita, y bautizado en la cercana Parroquia de Candelaria.[16]



[1] Ordóñez Jonama, Ramiro. La familia Varón de Berrieza. En: Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. Tipografía Nacional. Guatemala: 1987. Página 574.

[2] Ordóñez Jonama, Op. Cit. Página 572.

[3] Reyes, José Luis. Datos curiosos sobre la demarcación política de Guatemala. Tipografía Nacional. Guatemala: 1951. Página 55. El ejemplar completo puede consultarse en línea en: www.ufdc.ufl.edu/UF0007816/00001/29j.

[4]  Villanueva Sosa, María Teresa. Los servicios Portuarios Marítimos Nacionales y su incidencia en la economía. Universidad Francisco Marroquín. Guatemala: 1996. Página 6.

[5] Recopilación de Leyes de Guatemala. Tomo XV. Página 369.

[6] Zilbermann de Luján, Cristina. Aspectos Socio-Económicos del Traslado de la Ciudad de Guatemala (1773-1783). Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Guatemala: 1987. Páginas 58 y 59. La historiadora incluye tres interesantes testimonios presenciales del desastre que le dan un aire de inmediatez a su estudio.

[7] Zilbermann. Op. Cit. Página 62.

[8] Zilbermann. Ibid. Página 63.

[9] Zilbermann. Ibid. Página 63.

[10] Álvarez-Lobos, Carlos Alfonso. La Parroquia Vieja de Nuestra Señora de la Asunción del Valle de La Ermita. Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. Tipografía Nacional. Guatemala: 1983. Página 360.

[11] Zilbermann. Op. Cit. Página 74.

[12] Zilbermann. Ibid. Página 65.

[13] Zilbermann. Op. Cit. Página 81.

[14] Zilbermann. Ibid. Página 102.

[15] Álvarez-Lobos. Op. Cit. Página 381.

[16] Álvarez-Lobos. Ibid. Página 361.


“Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!”. Carlos Valenti en Paris, 1912.

“Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!”

Silvio Rodríguez.

 

Como no puede ser de otra manera, (cuando se trata de entierros de artistas en tierras extranjeras hace más de cien años), la mañana del  3 de noviembre de 1912, hacía frío y llovía. Ese día o el anterior, según el maestro Carlos Mérida[1], fue enterrado en el Cementario de Montparnasse, en la capital francesa, el pintor Carlos Mauricio Valenti, quien hacía tan sólo cinco meses había visto cumplido su sueño de establecerse en Paris para perfeccionarse en su arte. El 29 de octubre de 1912, poco antes de cumplir los 24 años, inexplicablemente, se había descerrajado dos disparos en el pecho, causándose la muerte.

Carlos Mauricio Valenti, en 1912, antes de partir a París.  (Fuente: leopl.com).

Carlos Mauricio Valenti, en 1912, antes de partir a París.
(Fuente: leopl.com).

 

 

-I-

La familia.

 

Valenti, revólver en mano, obliga a Morta, la Parca de las tijeras de oro a cortar su hilo de la vida, interrumpiendo de golpe una carrera que prometía mucho para el arte guatemalteco, como lo atestiguan las obras que de él se conservan, colgadas en las paredes del Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, en la ciudad de Guatemala. A pesar de no superar los veinticinco años, según relato de su amigo Carlos  Mérida, Valenti era un artista que desarrollaba una obra interesante:

“Para la época en que Valenti vivió, su obra era de una audacia sin límites desde que él tomó el lápiz, su trazo fue rotundo y definitivo. Si Guatemala hubiera tenido la fortuna de que este singular artista hubiera alcanzado más edad, sería en el momento una figura internacional de acusadísimos perfiles.”[2]

Carlos Mauricio Valenti Perrillat había nacido en la misma ciudad de París, el 15 de noviembre de 1888, hijo de Carlos Valenti Sorié, italiano y de Helena Perrillat-Bottonet, francesa. Ese mismo año viaja a Guatemala, según notas de la biógrafa de su hijo, por invitación del general José María Reina Barrios, a quien habría conocido durante la estancia del militar en Europa. Aunque la información que sobre la llegada a Guatemala del padre de Valenti nos ofrece Walda es un poco confusa, Luis Luján Muñoz complementa de forma importante que halló en el Archivo General de Centroamérica el Libro de Matrimonios Civiles de la ciudad de Guatemala del año 1895, en el que consta el Matrimonio Civil de los señores Valenti y Perillot, y señala: “La familia Valenti debió de llegar a Guatemala hacia abril o mayo de 1889, pues aparece Carlos Valenti colaborando en una colecta el 3 de julio de ese año, en la ciudad de Guatemala, para la viuda y los 5 huérfanos del ciudadano italiano Angel Masselli, asesinado el 25 de abril anterior.”[3]

Al parecer, si hemos de hacerle caso a doña Walda, Valenti forma parte de ese grupo de extranjeros que arribaron a Guatemala por iniciativa de quien sería luego su presidente, el general Reina Barrios, ya mencionado, sobrino de Justo Rufino Barrios, quien había hecho estudios en el extranjero, en Estados Unidos y Europa. Carlos Valenti se estableció en el país como peluquero, inaugurando su establecimiento en la 8 avenida esquina de la 10 calle. Al parecer el establecimiento rápidamente cobró prestigio en la ciudad, pues el 8 de julio de 1889 ya está solicitando en el Diario de Centro América, “…un oficial para su peluquería, es decir que ésta ya estaba funcionando prósperamente y requería ayuda para atender a su clientela”,[4] y en el mes de agosto del año siguiente ya está solicitando la contratación de dos personas adicionales. Para 1893 el negocio se había trasladado a un nuevo local en la 9 calle poniente número 6, según información del historiador Luján Muñoz. Como nota interesante, porque dice mucho de lo emprendedor que era este italiano, informa tanto doña Walda como don Luis Luján, que fue él quien trajo el primer cinematógrafo a Guatemala, y que proyectaba cintas en el interior de la Peluquería Italiana, “utilizando parte del corredor y el patio de la casa adaptada para tal fin”, según apunta Luján. Cabe mencionar también, a manera de recomendación para los amantes de la literatura, que Dante Liano en su maravillosa novela Pequeña historia de viajes, amores e italianos, utiliza a Valenti padre para darle forma a uno de sus personajes.

 

Hermosa fotografía con recuadro de detalle del negocio de don Carlos Valenti, publicada en el interesante y bien documentado sitio carlosvalenti.org, en donde se pueden encontrar documentos e imágenes de la vida del malogrado artista.

Hermosa fotografía con recuadro de detalle del negocio de don Carlos Valenti, publicada en el interesante y bien documentado sitio carlosvalenti.org, en donde se pueden encontrar documentos e imágenes de la vida del malogrado artista.

 

El señor Valenti al parecer, tenía grandes aspiraciones para su negocio, pues muy a lo italiano, para montar su peluquería viaja a Francia para comprar todo el equipamiento necesario:

“…adquirió mobiliario ad hoc para una lujosa barbería: sillones de hierro y peltre blanco, reclinables; enormes espejos venecianos, así como un laboratorio de productos químicos para el cabellos, y un gramófono para entretener a la clientela; tal aparato marca Víctor, con el famoso perrito escuchando al amo…”[5]

 

La página dedicada a su hijo, carlosvalenti.org, ofrece una interesante colección de los anuncios que publicaba don Carlos Valenti para su negocio, y de los cuales podemos ir construyendo el éxito profesional y comercial del mismo, pues recoge las necesidades que su próspero negocio iba requiriendo, así como de los nuevos servicios que este emprendedor extranjero iba incorporando. Encontramos por ejemplo, un anuncio del 19 de junio de 1891, en el que se ofrece el servicio a domicilio de Carlos Valenti, “Peluquero Coiffeur Hair Dresser. Barbiere”, e invita a llamar al teléfono número 300 para requerir el servicio. Avisa que su negocio se encuentra “Frente a la Iglesia del Cármen.” También se ofrece el servicio de afilado de tijeras, cuchillos, corta-plumas y navajas y “toda clase de instrumentos cortantes”, “a manos de profesionales en el oficio”. Se encuentran también convocatorias para la contratación de personal adicional, que abarcan de 1890 a 1895, solicitando peluqueros, oficiales de peluquería y ayudantes, dando testimonio de las manos adicionales que iba exigiendo el establecimiento. Llama la atención de la colección de anuncios que algunos de ellos están redactados en inglés, francés y alemán, lo que nos indica que don Carlos Valenti apuntada a todo el público residente.

 

Otro anuncio publicado el Diario de Centro América, el 21 de abril de 1894, anunciando los servicios del negocio de Valenti. (Fuente: carlosvalenti.org)

Otro anuncio publicado el Diario de Centro América, el 21 de abril de 1894, anunciando los servicios del negocio de Valenti.
(Fuente: carlosvalenti.org)

  

 

-II-

El contexto histórico y cultural.

 

Guatemala era para ese entonces, una promesa de futuro. La llegada a la presidencia del general José María Reina Barrios, “Tachuela”, lleva nuevos aires de progreso. Reina Barrios había estudiado en el extranjero, como quedó apuntado arriba, y al parece trae en la cabeza muchas ideas para crear condiciones atractivas para que los extranjeros acudan en oleadas al país. Recordemos que para esos mismos años, millones de personas cruzaban el atlántico desde Europa para asentarse en los Estados Unidos, Brasil y Argentina. Reinita no quería perder esta oportunidad, pues habría que recordar también, que la migración tenía para el pensamiento liberal de la época un valor casi supersticioso, de acuerdo al cual las sangres europeas insuflarían nueva vida a las adormecidas razas americanas, consideradas débiles por el mestizaje. 

En alguna otra cápsula hemos mencionado que Reinita tenía ideas muy claras sobre cómo hacer atractivo a nuestro país. Una de ellas, pretendía era hacer de la ciudad de Guatemala un lugar habitable, cómodo y excitante para que los extranjeros decidieran asentarse en esta somnolienta república. De allí que remozara el Teatro Colón, que creara un ambicioso plan para el Paseo de la Reforma, que era también un inmenso parque a imitación del Bois de Bologne de París y los Campos Elíseos, infraestructura adecuada mediante la habilitación del muelle en el Atlántico, más tarde bautizado como Puerto Barrios en su honor. Pero también entendía el presidente la necesidad apremiante de educar a la población. Y educar no solamente en el sentido de formación básica, como enseñar a leer y a escribir, sino formar también el sentido estético de las personas, educar a la población (de la capital al menos) en las corrientes artísticas en boga en ese momento. Se trataba de enseñar, por ejemplo, mediante la colocación de estatuas de manufactura clásica en los jardines del paseo 30 de junio, alegorías sobre las artes, la historia y la cultura europeas.[6]

Es en ese espíritu que:

“Lo primero que el mandatario ordena es la creación de un Instituto de Bellas Artes el cual se inaugura el 15 de septiembre de 1892. En el plantel se integra un claustro de artistas dispersos en la historia entre los que se localizan arquitectos como José Bustamante, quien fue su primer director. Entre sus maestros destacan los nombres de Francisco Monterroso, el escultor Rafael Pilli, el arquitecto C. T. Wilson, Emilio González Flores y Antonio de Arcos. Todos relacionados a obras de las que ya casi no quedan registros y, probablemente, afines a la Casa Contratista de Francisco Durini Vassalli, quien estaba activo en Guatemala desde el gobierno de Justo Rufino Barrios”[7]

 Los proyectos artísticos y culturales impulsados por el presidente Reinita también incentivaron la llegada de otros artistas, como es el caso del italiano Antonio Doninelli, que era escultor, pintor y arquitecto, el español Tomás Mur (autor del hermoso monumento a Cristóbal Colón que decora actualmente la Avenida de las Américas), su compatriota Justo de Gandarias y el venezolano Santiago González, autor del magnífico grupo escultórico de inspiración clásica que decoraba el tímpano del Templo de Minerva en el Hipódromo del Norte, dinamitado por uno de los irresponsables alcaldes que han desfilado por el Palacio de la Loba y del que afortunadamente he olvidado el nombre, pero sí recuerdo que la criminal e injustificada acción se llevó a cabo durante el gobierno de Jacobo Árbenz.

Es en este ambiente en el que transcurre la infancia de Carlos Valenti, tercer hijo del migrante, quien se destaca por su dedicación en los estudios, y quien inicialmente mostraba inclinación hacia la música, estudiando, nos informa doña Walda, con el distinguido maestro Herculano Alvarado.[8] Sin embargo, uno de sus hermanos mayores Emilio, se inscribió en la Academia de Bellas Artes, quien regresaba a casa entusiasmado con las ideas que se discutían en sus aulas, impactando con fuerza en Carlos, quien a los 13 años decide abandonar sus estudios musicales y se escribe también en la referida academia, la que a la sazón, estaba dirigida por el venezolano Santiago González.[9]

 

-III-

La forja del artista. 

Afirma doña Walda que Carlos fue un aventajado estudiante de la academia, destacando por su talento para el dibujo, llamando la atención del propio Santiago González. En el ambiente artístico, inevitablemente, Carlos traba amistad con otros personajes que habrían de definir su carrera y en última instancia, su vida. Conoce por ejemplo al español Jaime Sabartés, quien había venido a Guatemala a trabajar con su tío Francisco Gual, quien era propietario de un almacén de ultramarinos llamado El Tigre, en el Portal de Comercio.[10] Alrededor de Sabartés, quien luego sería secretario privado de Pablo Picasso, a su regreso a Europa, se conforma una “peña de artistas” jóvenes, en su mayoría quezaltecos, como Carlos Wyld Ospina, Rafael Rodríguez Padilla, Rafael Arévalo Martínez, Rafael Yela Gunther, los hermanos de la Riva, Carlos Mérida y Carlos Valenti, en cuya casa solían reunirse para sus tertulias.[11] Luján cita una breve biografía de Yela Gunther, escrita por un primo hermano del escultor, de la que saca una interesante cita: “Durante este tiempo, con los pintores Carlos Valenti y Carlos Mérida, formó un grupo de acción que inició en Guatemala un movimiento de arte moderno. Se reunían en el estudio de éste, discutían, disparataban y celebraban, las noches de los sábados, fiestas de artistas con literatos poetas, pintores y músicos, todos jóvenes.”

El grupo se consolida por el año de 1910, año en el que conviene apuntar, la familia Valenti ya era dueña del Cine Valenti, ubicado en la 9 calle, entre 8ª y 9ª avenidas, en donde actualmente se encuentra la sede del Artecentro Paiz. Carlos Valenti participaba de las juergas del grupo de artistas, pero al decir de su pariente, doña Walda, el pintor “…Era sobrio en la bebida; mientras los otros se daban a la borrachera, Carlos los acompañaba divertido; mas como detestaba la vulgaridad, seleccionaba discretamente sus aventuras y las guardaba en reserva…”[12], Valenti era entonces, un hombre discreto y un artista de tiempo completo.

De la conformación de ese inquieto grupo, Carlos Mérida recuerda:

“Conocí a Valenti cuando llegué por segunda vez, desde mi tranquila Quezaltenango, a la ciudad capital, en busca de momentos mejores para algo que en mí era aún confuso y sin definición; tenía yo apenas 17 años de edad. Me encontré, entonces, con un grupo de jóvenes pintores que laboraban en gran cohesión, y que capitaneaba Jaime Sabartés, un catalán venido a Guatemala en busca de fortuna….”[13]

 

Según Mérida, la personalidad más interesante de todo el grupo la tenía Valenti. “Su personalidad era atrayente, a pesar de sus ensimismamientos y de su introspección. Todos le queríamos…”, afirma en sus recuerdos sobre su malogrado amigo. En esas mismas notas señala que Valenti, a su llegada a Europa, era preso de una aguda neurastenia, una enfermedad nerviosa, que también aquejó al escritor Gómez Carrillo y al poeta Rubén Darío, y que podría explicar su decisión final de quitarse la vida, aunque, como veremos más adelante existían otras razones externas que pudieron llevarle a esta trágica acción. Según su amigo Mérida, Valenti era un artista integral, que gustaba de la pintura al aire libre, al igual que los impresionistas, y recuerda con un dejo de nostalgia y ternura: “Conservo para mi deleite dos pequeñas telas, pintadas en un día lluvioso, allá en el viejo Potrero Corona, la luz, la delicadeza del color, la sensibilidad de la textura…”[14]

Algo habrá sucedido con los negocios de don Carlos, pues éste marcha rumbo a Italia, dejando a su familia en Guatemala. Doña Walda apenas se refiere al suceso como al “fracaso, tanto de la barbería como del cine”, pero hablar de fracaso de un negocio que ya tenía 20 años de estar funcionando nos parece, a lo sumo, inexacto. ¿Alguna inversión habrá salido mal? La salud de doña Helena nos podría dar pistas, pues fallece el 25 de febrero de 1911, luego de una larga agonía, dejando un hondo sentimiento de zozobra en su hijo. ¿Habrá sido esta enfermedad la causa de la ruina de su esposo? No lo sabemos, pero lo cierto es que para la muerte de la señora Perrillat, ella está viviendo con su hijo en otra casa, ya no en donde funcionaba el cine, sino en el Callejón de Dolores, en la 9 calle A 3-61 zona 1, según indicaciones de Walda. Asimismo, nos informa que su hermano Emilio, regentaba para esas fechas el Cine Olimpia. Pero en todo caso, la situación familiar habrá estado tan complicada que la familia Doninelli, tiene que prestar su mausoleo para que en él reposen los restos de doña Helena. Llama la atención la ausencia de datos de doña Blanca Valenti, hermana del artista, que estaba casada con un magnate de la exportación de café de la época, al decir de doña Walda, Federico von Gerlach, quien vivía en una lujosa mansión en la Finca Los Arcos, en la actual zona 14 de la capital.

La quiebra familiar y la muerte de su madre tuvo que impactar en la delicada alma de su hijo. Carlos abandona el hogar, incapaz de sostenerlo y es recibido en casa de su hermano Emilio, quien estaba casado con Ana Doninelli, y quienes le habilitan un dormitorio y un estudio en el segundo patio de la casa para que el artista continúe con su trabajo. En el actual Museo de Arte Moderno puede contemplarse la pintura titulada El Patio, que pintó Valenti y que reproduce el espacio que su hermano le acondicionó por su acceso a la luz. Ese estudio se convirtió en un rincón de bohemia, adonde acudían los amigos de Valenti para alegrarlo y sacarlo de su ánimo sombrío, pero los continuos choques de carácter con su hermano Emilio, presumimos, lo obliga a instalarse en la casa de los Gerlach-Valenti. Blanca aparece en la vida de su hermano luego de la muerte de su madre, cuando le ofrece una habitación en la mansión familiar de los Gerlach, adonde se traslada meses antes de partir a la capital francesa.

Cuenta doña Walda:

“En relación al viaje de Carlos Valenti, no se sabe cómo lo financió: si su madre había dejado algo para él (la señora poseía muy buenas alhajas); o si la hermana proporcionó los medios; sin embargo, en cierto momento comunicó a los hermanos Anita y Emilio, y a Mérida, su determinación de partir en fecha próxima y exhortó a éste último a acompañarle.”[15]

 Los dos amigos parten rumbo a Europa a barco carguero Odembalt de la Hamburg-Amerika Line, en el que se embarcan en Puerto Barrios, hasta donde los había ido a despedir la peña de artistas. Cada pasaje había costado 100 dólares, reunidos con especial dificultad por Carlos Mérida, quien tuvo que recurrir a la ayuda de su padre para que le subsidiase el pasaje. El 20 de mayo de 1912 el barco parte rumbo al Viejo Continente. 

 

-IV-

Ver París y después morir.

 

Luego de treinta días de navegación, el vapor llega al puerto francés de Le Havre llegando finalmente los artistas a París el 15 de junio de 1912.[16] En la capital francesa tuvieron contacto con los artistas más famosos del momento, con quienes incluso llegaron a convivir, como el caso de Amedeo Modigliani, se presentaron ante Pablo Picasso, gracias a una carta de presentación que les escribió Sabartés, Kees van Dongen, Georges Braque, Guillaume Apollinaire, André Bretón, Piet Mondrian y Max Jacob.[17] De sus pinturas de la época llama la atención El Dandy, de la que en alguna parte leí que bien pudo inspirarse en su compatriota Enrique Gómez Carrillo, quien para esas fechas era uno de los escritores en lengua española más leídos, y quien acababa de publicar una serie de magníficos libros relatando sus viajes por los pasajes más exóticos del mundo. En el año de 1912 precisamente, viajaba al Imperio Otomano, “El hombre enfermo de Europa”, del que escribirá luego Jerusalén y la Tierra Santa. Según los recuerdos de Miguel Ángel Asturias y Epaminondas Quintana, la casa de Gómez Carrillo era lugar acostumbrado de romería para los artistas latinoamericanos que desembarcaban en Francia, aunque no siempre fueran bien recibidos por el excéntrico escritor guatemalteco.

De esta época se conserva una carta que ha sido citada ampliamente por los que se han acercado a la vida fugaz de Valenti, y yo no puedo ser la excepción. Escrita para Agustín Iriarte, pintor guatemalteco que para esas fechas se encontraba en Roma, le comenta con abrumadora desesperanza: “…Sólo Dios puede juzgarme, vivo como un mueble, animalmente, creo que el espíritu se ha evaporado de mi cuerpo, que no tengo alma, soy un mísero animal viviente…”[18] González Goyri, en unas breves reflexiones que le dedica a su compatriota apunta, respecto al tono sombrío de su carta dirigida a Iriarte:

“…no hace falta profundizar mucho para darse cuenta del tono triste y melancólico que envolvía a Valenti. Se puede palpar la inquietud que lo consumía, su emoción desmedida, pero a la vez, cierta timidez e inseguridad producto de sus dudas y vacilaciones. Luchaba con su propio demonio, pero además, su salud física ya estaba muy deteriorada. Esa serie de conflictos, de obsesiones ya colindantes con la locura lo llevaron al final que ya todos sabemos…”[19]

 ¿Qué fantasmas atormentaban el alma de Carlos Mauricio Valenti? ¿Qué desesperación oculta lo habrá llevado a quitarse la vida, de un disparo en el corazón? Ya sabemos que el alma de Valenti es extremadamente sensible, como la de cualquier artista; le sumamos la neurastenia, enfermedad nerviosa que típicamente producía en quien la sufría, grandes dolores de cabeza que podrían provocar alucinaciones y cambios bruscos en el estado de ánimo; sumemos también la desesperación ante la quiebra económica de la familia y la desesperanza por la muerte de su madre, de quien era muy apegado, y a quien cuidó esmeradamente, junto a ella en todo momento y testigo de su dolorosa y larga agonía. Adicionalmente Valenti era tímido con el sexo femenino, inseguro con respecto al valor de su obra, y para colmo, sus facultades oculares disminuían paulatinamente.

Walda Valenti, en su aproximación biográfica nos ofrece  indicios adicionales que podrían explicar la fatal determinación de quitarse la vida. Cuenta doña Walda que los médicos guatemaltecos le habían diagnosticado a Carlos Mauricio Valenti, diabetes y un trastorno del sistema vegetativo y funcional, (lo que quiera que eso signifique), pero que se manifestaba físicamente en sus pinturas, que a veces adquirían una tonalidad sucia, producto de las retinas dañadas.[20] En un principio, Valenti había guardado esperanzas de recuperación, pero al parecer la enfermedad se habría agudizado, minando los ánimos de Valenti, quien en principio había viajado a París con el objeto de participar en el Salón de los Artistas de 1915, con la esperanza de deslumbrar con su trabajo. La enfermedad ponía en serias dudas este propósito.

Carlos Mérida, por razones de edad y por el entusiasmo que le provocaba el estar viviendo en el centro mismo del arte mundial, no se tomaba en serio la dolencia de su amigo y solía tranquilizarlo diciéndole que no se preocupara, que ya estando en París podrían consultar a los mejores médicos del mundo, para que pusieran fin a la degeneración de su vista. Ante los comentarios optimistas de Mérida, su amigo le contestaba, sombrío: “Me siento defraudado en mis propósitos; frustra el hecho de comprobar día a día la disminución de mi campo visual…”, o bien: “Cuando veo retrospectivamente me convenzo de haber perdido el tiempo; causa de mi precaria salud, la ingrata diabetes que no me abandona; del medio árido de nuestra patria y de mis sentimientos de hijo apegado a su madre…”[21] De acuerdo a la información que nos proporciona doña Walda, una recaída diabética que le provocó molestias visuales obliga a Valenti a acudir al médico, quien le receta “…descanso absoluto y abandono inmediato de la pintura a fin de evitar el más mínimo esfuerzo visual”[22], Valenti alcanzó a escribirle a su hermana Blanca en el mes de agosto de 1912 preso de la angustia, que sufría ataques de poca visión, que cuando se encontraba solo lo dejaban perdido en las calles de la ciudad, debiendo recurrir a algún transeúnte o un policía para volverse a ubicar.

Según Mérida, nada extraño anunció la fatal determinación de su amigo de quitarse la vida. Tan sólo un ensimismamiento quizás más acusado, que bien pudo atribuirlo al frío clima parisino de finales de octubre, a sus cielos plomizos y al viento gélido soplando en sus calles. De hecho, según relató Mérida a la sobrina de Valenti, Walda: “Esa mañana estábamos trabajando en la escuela todos reunidos, cuando me percaté de su ausencia al no verle a su caballete, ante el cual se había sentado una hora antes. No obstante, seguí pintando, sin recelo, porque había amanecido aparentemente tranquilo…” [23] Y es que el carácter de Valenti tendía a la melancolía, al silencio. Le cedo la palabra a Mérida otra vez, citado por Walda Valenti, quien tuvo el privilegio de entrevistar al pintor al respecto:

“Mas sucede que yo desde joven tengo presentimientos: me ocurre muy a menudo sentir reacciones extrañas en el plexo solar cuando algo va a sobrevenir, e impulsado por estos fenómenos, salí de clase y rápidamente me dirigí a casa. Llegué y tembloroso abrí la puerta, dándome cuenta de que la cortina de su cubículo estaba corrida. Su sombrero sobre el caballete, como solía dejarlo siempre que regresábamos de la calle. Se acentuó mi duda, ansia e incertidumbre, y me acerqué a indagar y a abrir la cortina esperanzado de poder aliviarlo en alguna súbita enfermedad, pero desgraciadamente ¡había llegado demasiado tarde! Horrorizado comprobé al verle tendido en la cama con un revólver en la mano, que se había disparado al corazón. ¿Cuándo adquirió el arma? (…) Cuando llegaron las autoridades y amigos, verificaron su muerte causada por dos tiros en el pecho…”[24]

Continúa relatando Mérida que inmediatamente avisó del suceso a unos amigos compatriotas, Roberto Montenegro y Tito Leguizamón, y avisaron a las autoridades, quienes tomaron posesión del estudio y “…de los contratos de la casa firmados por él, de manera que el estado cerró el taller y a mí me pusieron preso dos o tres días, hasta comprobar mi inocencia…”. Cuenta doña Walda que en una ocasión le relató Jacobo Rodríguez que su padre se encontraba en un café cercano al piso de Mérida y Valenti en compañía con Ricardo Castillo esa mañana de noviembre y que pasó Carlos Mérida corriendo, agitado, llorando y les dijo: “¡Valenti se ha matado!” y enlazo estos recuerdos con el hermoso relato imaginado por Eduardo Halfon en su novela breve, brevísima por desgracia Esto no es una pipa: “Yo no lo maté. Así les dije, esposado, en grilletes, hambriento, a los gendarmes. Pasé tres noches en la cárcel mientras ellos hacían sus averiguaciones. Me llamo Carlos Mérida, dije en un mal francés. Tengo veintiún años. Soy guatemalteco, una mezcla de español e indígena. Soy músico pero más pintor. ¿Qué hace usted en Francia?, me gritaron. Venimos juntos, él y yo, hace cinco meses…”[25]

Según el recuento periodístico que se puede consultar en la mencionada página dedicada a la memoria del pintor, la noticia llegó a Guatemala casi inmediatamente, pues la noticia impresa veía la luz el día 31 de Octubre de 1912. En las páginas del Diario de Centro América se anunciaba: “Carlos Valenti. Ayer tarde recibimos la inesperada noticia de que ha muerto en París, de resultas de rápida y violenta enfermedad, el joven don Carlos Valenti, que vivió siempre en Guatemala y que hacía poco se había ido a Europa para entrar a un Instituto de bellas artes y perfeccionar sus ya notables conocimientos e innatas aficiones a la pintura y a la escultura…” Y en el diario El Nacional, el mismo 31 de octubre encontramos una nota más informada, que transmite en toda su tristeza la sorpresa y turbación que causó la noticia en Guatemala: “El Arte de Duelo. Hay ocasiones en que quisiéramos que el cable estuviera interrumpido, que no funcionara nunca. Porque si bien las malas noticias son siempre dolorosas, comunicadas con el terrible laconismo del cable, dejan sumida el alma en una doble tortura: el dolor vivísimo, y el ansia de ‘saber más’, de saber ‘como fue’. ¡Carlos Valenti, h. ha puesto fin a su vida!…”

En los días siguientes fueron apareciendo notas con más información sobre el triste fin del artista. El 4 de noviembre uno de los artículos de portada del Diario de Centro América anunciaba a varias columnas la muerte de Valenti ilustrado con la fotografía hecha en su estudio, que encabeza este ensayo. Al día siguiente por otro artículo de portada con información adicional. Un año después, el 11 de noviembre de 1913, Alberto Aguilar conmemoraba un año del suicidio con un artículo titulado simplemente Carlos M. Valenti.

El dolor que causó la muerte del joven talentoso y carismático Valenti se concentra en todo su desconcierto en el texto que escribía uno de sus amigos, compañero de tertulias bohemias y talentoso escritor, Carlos Wyld Ospina, el 15 de noviembre de 1912, día del cumpleaños del pintor, en un sentido homenaje decía:

“Una esquela de defunción… Y, al abrirla, el nombre querido, el nombre pronunciado tantas veces en los momentos de recuerdo y que ya viene como envuelto en la sombra, trayendo un poco de eternidad. Una gran estupefacción nubla el cerebro, quizás porque la muerte siempre nos parece un hecho absurdo. Algo, como arrancado de un tirón brutal, sangra allá adentro del pecho (…) Misterio de las vidas… Uno, el amigo más lógico, tratar de explicar clara, científicamente, el desastre. El más moderado aduce razones morales. El otro se pierde en psicologías sutiles. Pero todos, al fin, -todos los íntimos- comprendemos que nuestras palabras son huecas, tristemente inexpresivas. Y concluímos por callar, y así, en silencio, es cuando sentimos la angustia, el vacío extraño, que entre uno y otro ha dejado a su paso la Intrusa…”[26]

 



[1] Valenti, Walda. Carlos Valenti. Aproximación a una biografía. Serviprensa Centroamericana. Guatemala: 1983. Página 50.

[2] Luis Luján Muñoz. Carlos Mérida, Rafael Yela Gunther, Carlos Valenti, Sabartés y la plástica contemporánea de Guatemala. Separata de la Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, Enero-diciembre, 1982. Página 281.

[3] Luján Muñoz, Op. Cit., Página 278, nota 23.

[4] Luján Muñoz, Op. Cit., Página 278, nota 24.

[5] Valenti, Op. Cit. Página 16.

[6] Rodolfo Sazo Avendaño, colega y amigo queridísimo, ha estado investigando ampliamente estos aspectos, y espero próximamente abrir el espacio de éstas cápsulas para sus hallazgos para compartir con quienes estén interesados datos exhaustivos sobre este tema.

[7] Monsanto, Guillermo. El Universo de Carlos Mérida. Catálogo de la exposición homónima realizada por la Fundación Paiz para la Educación y la Cultura. Print Studio, Guatemala: 2011. Página 15.

[8] Valenti. Op. Cit. Página 19.

[9] De Santiago González contamos con poca información para reconstruir su vida, pero en la biografía de Walda Valenti encontramos quizá la mayor cantidad de datos disponibles, gracias a los que sabemos que González fue alumno de Rodin, y que traba amistad con un joven Antonio Doninelli cuando éste llega a Paris en compañía de su padre, y que es Doninelli quien, ya instalado en Guatemala, invita a don Santiago a instalarse en el país, y le acondiciona un alojamiento en su casa y en su taller posteriormente. Aquejado por una tuberculosis, don Santiago abandona el taller de los Doninelli y se dedica a la docencia, a partir de 1908, en la Academia de Bellas Artes. Sin embargo, moriría poco después, el 3 de octubre de 1909, siendo inhumado en el panteón de los Doninelli en el Cementerio General. Ver nota número 5 de su biografía.

[10] Valenti. Op. Cit. Página 22.

[11] Luján. Op. Cit. Página 280.

[12] Valenti. Op. Cit. Página 27.

[13] Mérida, Carlos. Carlos Valenti (1958). En: Luján Muñoz, Luis. Carlos Mérida, precursor del Arte Contemporáneo Latinoamericano. Serviprensa Guatemala. Guatemala: 1985. Página 123.

[14] Luján Muñoz, Op. Cit. Página 124.

[15] Valenti. Op. Cit. Página 36.

[16] Monsanto. Op. Cit. Página 17.

[17] Cito en extenso a Walda Valenti: “Una carta de Sabartés le presentó a Picasso, que se hallaba instalado en el Bateau-Savoir, rue Ravignan, en una casucha bastante destartalada, donde docenas de lienzos, colocados por todos lados, daban fe de la incansable busca pictórica de aquel bohemio; pero conociendo Valenti, él mismo, de esa pasión, no lo sorprendió tanto afán. Mérida recuerda, a propósito, que hablaron largamente sobre el amigo Sabartés, y Picasso mostró curiosidad de saber algo relativo al medio guatemalteco y de los grupos étnicos. No se sabe si la amistad continuó, aunque el grupo de maestros y alumnos se reunía casi diariamente en el Bar Boulier, en el cual la tertulia se prolongaba hasta avanzadas horas de la noche…” (Página 47).

[18] Luján. Op. Cit. Página 283.

[19] González Goyri, Roberto. Reflexiones de un artista. Serviprensa. Guatemala, 2008. Página 213.

[20] Valenti, Op. Cit. Página 48.

[21] Valenti. Op. Cit. Página 48.

[22] Valenti. Op. Cit. Página 47.

[23] Valenti, Op. Cit. Página 49.

[24] Valenti , Op. Cit. Página 49.

[25] Halfon, Eduardo. Esto no es una pipa. Saturno. Punto de Lectura. Guatemala: 2007. Página 17.

[26] Luján. Op. Cit. Página 284. En la biografía de Walda Valenti el mismo discurso aparece fechado el 4 de noviembre de 1912, pero no cita su procedencia. Luján explica que se escribió para conmemorar su cumpleaños número 24.


Una de exploradores. El viaje de Arturo Morelet por Guatemala (1846)

-I-

Una de las formas más fascinantes que hay de asomarse a la historia de nuestro país es por medio de los libros que los viajeros escribieron tras visitarlo. Tenemos la suerte de contar con muchos de ellos. Personalmente me inclino a gozar más los escritos durante el siglo XIX, como los de James Wilson, Jacobo Haefkens, Stephens, Arturo Morelet, Caroline Salvine o el de Susan Sanborn, sin embargo, también tenemos la gran suerte de tener un relato de la vida colonial, como el viaje que realizó Thomas Gage a la Nueva España y al Reino de Guatemala. En un intento de serie de recomendación de relatos de viaje, iniciaremos una suerte de reseñas de estos maravillosos libros con la esperanza de despertar la curiosidad del lector y tras un primer vistazo salga a comprarlos a la brevedad, para perderse en las aventuras de estos intrépidos hombres y mujeres que en una época de menos comodidades y grandes dificultades abandonaron sus mullidos sillones y optaron por las botas de cuero y la silla de montar y a su regreso de los caminos de lodo y mosquitos se sentaron a dejarnos sus recuerdos. Cabe decir que si no se es amante de los libros de memorias o de la literatura de viajes, estas obras funcionan también como libros de información científica o bien como meros relatos de aventuras.  Dedico esta serie de reseñas a mi maestro, amigo, asesor, editor y papá por decisión de la vida, Ramiro Ordóñez Jonama, con quien tengo la dicha de compartir el amor por la historia y la literatura.

Paisaje de Cuba. Todos los grabados han sido tomados de la edición francesa original, (Voyage dans L’Amérique Centrale. L’ile de Cuba et le Yucatán. Gide et J. Baudry, Libraires-Editeurs. Paris: 1857), que puede descargarse en Internet Archive en el idioma original.

Paisaje de Cuba. Todos los grabados han sido tomados de la edición francesa original, (Voyage dans L’Amérique Centrale. L’ile de Cuba et le Yucatán. Gide et J. Baudry, Libraires-Editeurs. Paris: 1857), que puede descargarse en Internet Archive en el idioma original.

 

-II-

El ojo de Morelet. 

Pierre Marie Arthur Morelet, salió de El Havre, según sus propias palabras, “en una mañana fría y nebulosa del mes de noviembre de 1846”[1], a bordo del buque Sílfide, fletado hasta el puerto de La Habana. Aunque había realizado estudios en Derecho en la Universidad de Dijon pronto los abandona para dedicarse a su pasión: la naturaleza. Estudia dibujo y viaja infatigablemente, formando parte de expediciones científicas que lo llevarán a Argelia, Italia, Portugal, Córcega y Cerdeña.

A su llegada a Cuba la recorre a pie durante dos meses. Luego se embarca rumbo a Yucatán, cruza la península y parte de Tabasco, unas veces a pie, otras a lomo de mula, siguiendo el curso del Usumacinta tierra adentro. Llega al Lago Petén Itzá, visita la Isla de Flores y continúa su camino por una Guatemala que nos parece en estos días el colmo del exotismo. Una vez en Flores parte al sur, llega a Cobán, a Salamá, a ciudad de Guatemala (en donde conoce al Presidente Rafael Carrera), Amatitlán, Antigua y luego toma el camino del Golfo, rumbo al lago de Izabal, para abandonar Guatemala rumbo a Belice. Su relato, lleno de creaturas salvajes y paisajes feroces parecen salidos unas veces de las páginas de un libro desconocido de Roberto Louis Stevenson y otras de uno de Conrad. Es un retrato fascinante de una remota república ensimismada, perdida en el ombligo del mundo y cerrada al exterior por una exuberante naturaleza.

Exploradores2

Paisaje de Yucatán

 

Debo apuntar con agradable sorpresa, tras su relectura, que el libro está escrito con gran detalle. Suficiente para imaginarnos con todos sus elementos las condiciones del viaje del francés. Su suave discurrir, con una prosa clara y sorprendentemente moderna, nos permite perdernos por horas (experiencia personal) en sus apuntes y emerger de ellos con una mirada nueva, llena de sorpresa al descubrirnos en el siglo XXI y sentados en un sofá y no en el lomo de una mula. No creo en la máxima aquella de que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero vaya si me hubiera gustado conocer el mundo del siglo XIX y estrechar la mano de Morelet.

En un pasaje que haría la envidia de Defoe, nos describe su almuerzo durante su navegación de cabotaje por el Golfo de México: “…Aquí llegábamos del viaje cuando se sirvió el almuerzo: galleta, tiburón sazonado con un poco de vinagre, agua clara, una copa de ron y un cigarro para activar la digestión, tal era el alimento ordinario de la tripulación y tal fue el nuestro durante la travesía.”

El viajero es un observador cuidadoso. No siempre tiene respeto por lo que ve o escucha, pero uno llega a tomarle verdadero aprecio a su voz, así que terminamos por perdonarle sus destellos colonialistas, sus desprecios ilustrados y positivistas, su afectada modernidad. Pero su sensibilidad es la mejor virtud del libro. En otro pasaje de su viaje por Yucatán apunta:

“En mis excursiones solitarias me gustaba detenerme en las habitaciones, cuando oía sonar la campana de la oración; veía a la familia arrodillada, al padre rezando, y a la madre uniendo su voz a la de sus hijos; después todos se levantaban a un tiempo y se daban recíprocamente las buenas noches, costumbre piadosa que data de la conquista y que reviste por un momento al padre de familia de esa dignidad patriarcal de que se despoja con tanta frecuencia.”

Sus recuerdos muchas veces constituyen instantáneas íntimas de una época en que el daguerrotipo, presentado apenas en 1839 era aún una tecnología complicada y presumimos, carísima. Pero Morelet, es dueño de una prosa limpia que como se ve arriba es capaz de montarnos una escena de lo más íntimo sin parecernos chocante que esté espiando. Adicionalmente, incluyó en su libro dibujos de su mano, lo que nos ayuda a montar un escenario adecuado a las aventuras que nos va contando.

Exploradores3

Boulevard du Temple, Louis Daguerre, 1838. Esta imagen, de las más antiguas que se conservan, parece ser la primera en la que aparece un ser humano (esquina inferior izquierda), su exposición de 10 minutos hacía del daguerrotipo en su primera época un sistema complicado de tomar imágenes, que además, se fijaban en placas de vidrio, haciendolo inconveniente para los viajeros que como Morelet, sufrían incomodidades y constantes accidentes con su equipaje. (Fuente: http://fotorollo.wordpress.com/).

 

No escapa a sus ojos científicos las duras condiciones de la vida en el campo de estas repúblicas empeñadas en la agricultura, y dedica reflexiones duras al sistema de hacienda que imperaba en esos tiempos en toda la región. De una visita a una hacienda en Yucatán, se va, rumiando sus pensamientos:

“Los obreros, reunidos a sus órdenes, casi todos deudores de su patrón, trabajando por disminuir sus deudas, están rara vez animados de un ardor generoso, inclinados a la embriaguez y dispuestos en todas ocasiones a huir las miserias de su condición, tienen necesidad por interés de su amo de ser vigilados rigurosamente: el mayoral prodiga los castigos corporales, por más que la legislación del país repruebe tales violencias y las castigue arrebatando sus derechos al acreedor. Pero la ley, en estos parajes lejanos y aislados, sólo obliga a la debilidad.”

 

Para quien haya leído Tristes Trópicos de Leví-Strauss estas líneas no le parecerán extrañas. Son el contraste de un paisaje festivo, de exuberancias verdes y colores encendidos bajo un sol radiante con la vida triste de las gentes, en parajes olvidados de la mano de Dios, en donde impera la voluntad del más fuerte. En la literatura hemos de encontrar otros ejemplos al respecto, basta mencionar a Doña Bárbara o La Vorágine para encontrar párrafos similares de desencanto.

Así que el relato de Morelet tiene un poco de todo: descripción de paisajes, de personas, seguidos de largas reflexiones con mucha crítica, desde una perspectiva inevitablemente europeísta. Pero no nos da la lata quejándose de todo, es más bien un ejercicio de observación de territorios que llega a concluir, están desperdiciándose en guerras intestinas y rivalidades políticas infértiles. A su paso por Yucatán, por ejemplo será testigo de las Guerras de Castas que asolaron esa parte de México, y que de cuando en cuando surge en sus apuntes como incidentes ocasionales.

Pero en gran medida es partícipe de una visión bucólica de la vida del campo. Los espacios abiertos suelen arrancarle hermosas líneas, como las que transcribo a continuación por su poderosa evocación de suave nostalgia:

“A la hora en que renace la vida, se encuentran en el sendero de la hacienda grupos de mujeres de color bronceado y de flotante cabellera que van casi desnudas, y adornadas con joyas a coger el agua tranquila de las lagunas. Hacen oír un canto melancólico y soñoliento, inspirado sin duda por estas regiones, aunque las palabras parezcan indicar una tierra más feliz:

¡Ah que el mundo

Es bonito!

¡Lástima es

Que yo muera!

La falta de medida final mantiene en suspenso el oído y lleva consigo la repetición indefinida de la misma frase musical. El viajero que ha atravesado Tabasco, no podría olvidar la poesía lastimera de estos acentos que flotan continuamente en el aire en las cercanías de los lugares habitados.”

 

-II-

Guatemala. 

Morelet entra al territorio guatemalteco siguiendo el curso del poderoso Usumacinta, en cuyas orillas descubre montículos cubiertos por la selva y que dejan adivinar los vestigios mayas que apenas ahora van soltando sus secretos, de manos de héroes semi desconocidos como Fahsen o Demarest, que pasan temporadas enteras en la selva arrancándole trozos de historia. 

“…es preciso luchar con la navegación se hace excesivamente lenta; es preciso luchar con la rapidez de la corriente, que aumenta a medida que se aproxima a las montañas; el lecho del río es siempre profundo. Las paredes de la orilla muestran en su base una arcilla azul muy fina, coronada de diversas capas y casquijo: estos últimos elementos se agregan y solidifican en la parte superior, hasta el punto de formar una roca bastante dura y escarpada…”

 El pasaje tiene el olor dulce del río poderoso que discurre en el prolongado cañón que forma la Sierra Lacandona. Allí, navegando sus aguas, Morelet adquirirá erisipela fleginonosa,[2] una inflamación severa y enrojecimiento de la piel, producto, según él, de pasarse pescando un día bajo el sol en los pantanos de San Gerónimo, en la cuenca del río. Este padecimiento debilita su salud, limitando seriamente sus exploraciones por el desgano. Le acometieron dolores fuertes en las extremidades, entumecimiento de las manos y fiebre alta. El fin de la enfermedad merece su transcripción, aunque será mejor que deje lo que está comiendo: “…únicamente al sexto día empezaron a disminuir de intensidad, los fenómenos inflamatorios, después de haber llegado a su apogeo. Se levantó la epidermis; se estableció la supuración como después de una quemadura, y la erisipela terminó por resolución. Sin embargo, mis brazos conservaron durante un mes su color rojo y su sensibilidad.” En un libro de patología interna, escrito por un tal Joseph Frank médico del emperador de Rusia, que se puede consultar gracias a Google books, leemos el tratamiento recomendado en la época para el padecimiento que atacó a nuestro viajero: “…Nosotros empleamos la sangría como en las inflamaciones simples (…) Si se prolongase la enfermedad, y las fuerzas del enfermo, ya evidentemente quebrantadas, hiciesen dudoso el uso de la sangría, si un menor grado de la enfermedad reclamase solamente una evacuación sanguínea local, se recurrirá a las sanguijuelas. En la erisipela de la cara se pondrán diez o doce sanguijuelas detrás de las orejas alrededor del cuello. Pero si la irritación o la tumefacción impidiesen aplicar sanguijuelas cerca de la erisipela misma, se podrán poner cuatro en las encías…”  Morelet en cambio, se decide por métodos médicos menos ortodoxos como colgarse de repugnantes gusanos de la boca. Se unta las partes afectadas con lociones emolientes y se hace fricciones de manteca de cacao, que le recomendaron los locales. El tratamiento no sirvió de nada, la afección lo abandonó luego de seis días, pero sin duda don Arturo la habrá pasado mucho mejor, oliendo a cacao que haciéndose desangrar.

 

La selva de Petén

La selva de Petén

 

A su paso por la actualmente llamada Sierra Lacandona, hace gala de su conocimiento de los enigmáticos pobladores de esas esquinas remotas de la selva, hasta que don Mario Monteforte los fue a cazar como animales salvajes en la década de los años treinta de este siglo: 

“En el seno de esta cordillera inexplorada viven errantes con el nombre de lacandones o caribes los pobres restos de la nacionalidad india, pobres salvajes inofensivos, y de pacífico carácter que sólo piden a los españoles alguna tolerancia en su postrer asilo. A veces se aventuran los más atrevidos en el recinto de las poblaciones limítrofes, a fin de procurarse en ellas por medio de cambios los objetos necesarios para su consumo; pero en general, evitan el trato de los blancos…” 

Al llegar a Tenosique abandona las riberas del río Usumacinta y se introduce por la selva petenera, que se le antoja solitaria e inmensa. Pero la sensación de vacío es quizá la que más subraya cuando llega a este punto: “…de cuando en cuando una pequeña caravana se dirige desde el interior hacia el Usumacinta con tabaco, quesos, y algunos artículos procedentes de Belice, que cambia por sal y cacao; rara vez se aventura más allá de Tenosique.”

 Tras varios días de travesía abriéndose paso por la selva a filo de machete, algunos tramos bajo torrenciales lluvias, durmiendo en improvisados cobertizos que se derrumban sobre sus cabezas, superados por el peso del agua que se precipita violenta, llegan al fin a Flores. Su visión merecería ser impresa en uno de los folletos turísticos del INGUAT, que regularmente están llenos de palabrería sosa e intrascendente: 

“…la sombra de los bosques desapareció definitivamente; estábamos a orillas de un lago azul, cuya superficie era tan brillante como un espejo; un islote pedregoso, teñido de púrpura por el sol poniente, se elevaba con débil pendiente a quinientos metros de la orilla; en él se veía una porción de casitas apiñadas como colmenas, desde el nivel de las aguas hasta el punto culminante coronado de una iglesia y de un grupo de cocoteros; teníamos delante de nosotros la pequeña villa de Flores, cabeza de distrito, con una población de mil doscientas almas y construida sobre las ruinas de una antigua ciudad indígena…”

Es indudable, a juzgar por las líneas de arriba, que la visión de Flores, emergiendo de las aguas le quitó del cuerpo y la mente las penurias del viaje atravesando la selva. Casi se puede ver a Morelet bailando de la alegría en la playa del lago que, entonces límpido, se ofrecía a sus pies. Pero al llegar a Flores, una enfermedad lo tumba en una hamaca, en donde languidece, habiendo adoptado un régimen de dieta e inmovilidad absoluta para recobrar las fuerzas y “…vuelta la vista en dirección al lago, del que percibía un trozo…” O sea que hasta moribundo, don Arturo mantiene alta la poesía.

De su estadía en Flores tenemos que hacer obligadamente un alto para mencionar que fiel a su profesión de naturalista, estudia la fauna del lago. “Una mañana me trajeron un cocodrilo vivo, de tres metros aproximadamente de largo, cogido en el lago.” Al pobre cocodrilo don Arturo le administra una dosis de jabón de arsénico, que no sé yo para qué llevaba consigo (¿era quizás una herramienta de su trabajo para hacer taxidermia en estos remotos parajes?), pero que mata al formidable animal dejándolo intacto para poderlo disecar. Nos informa Morelet que dicho espécimen fue llevado al Museo de París y que “se ha reconocido en él una nueva especie, los sabios profesores de este establecimiento me han hecho el honor de darle mi nombre…” Se trata del Crocodilus Moreleti, especie endémica del Lago Petén Itzá.

 

Flores. Dibujo de Arturo Morelet.

Flores. Dibujo de Arturo Morelet.

 

Para no hacer este texto más pesado de lo necesario y como último intento de llamar la atención para su inmediata lectura, el testimonio de Morelet toca también una cuerda sensible de la vida nacional: la política. En un país extenso, en su mayor parte en estado natural puro, con un arcaico sistema de comunicaciones en el que imperaban los caminos poco apropiados, con mantas de polvo picante y enceguecedor en el verano y una cama de lodo pegajoso en el invierno, los eventos políticos de la lejana capital quedaban atrapados en la espesura hasta pasar casi desapercibidos. Comenta Morelet, recordándome algún pasaje de Cien años de Soledad:

“Las borrascas políticas que resuenan en Guatemala, producen aquí solamente un eco lejano que se debilita gradualmente por las montañas. A nadie preocupa la forma de gobierno, ni se discute el valor de sus actos; las grandes palabas de humanidad y libertad, cuyo cebo engaña tanto en América como en Europa, no vibran en estos parajes.”

 Tan poco resonaban los hechos y las ambiciones políticas que ensangrentaban a la Federación en estos tempranos años de vida política independiente que los estertores del sueño unionista morían sin pena ni gloria en un sur muy lejano. Don Arturo, atento testigo de la historia centroamericana nos regala un párrafo hermoso por su valor histórico, con el que cierro ya está enamorada reseña de un relato magnífico, imprescindible para comprender en una minúscula porción, las complejidades de nuestra Guatemala:

 “Fui testigo de esta filosófica indiferencia cuando llego a la cabeza de distrito la noticia de la ruptura del pacto federal y de la constitución del Estado en república independiente. Además, es tal la lentitud de las comunicaciones con la capital, que un acto político consumado el 21 de marzo de 1847, no fue conocido en Flores hasta el 10 de julio, tres meses y medio después…”[3]



[1] Todos los textos han sido tomados de la excelente edición en español del relato de Arturo Morelet publicada por la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Viaje a América Central (Yucatán y Guatemala). (Guatemala: 1990). El libro cuenta con un excelente prólogo del historiador Jorge Luis Arriola, miembro de número de dicha Academia, que contextualiza la vida y la obra del insigne naturalista.

[2] “Se llama erisipela a una rubicundez esparcida en toda la superficie de la piel, estando esta quemante y caliente, que se desvanece por la compresión y que vuelve a aparecer inmediatamente que cesa, que muda fácilmente de lugar, con la parte que ocupa unas veces lisa, otras hinchada y otras llena de flictenas o de pústulas, acompañada muchas veces de calentura, y que según las circunstancias toma el nombre de lisa, de flegemonosa, de flictenosa y de pustulosa…” (Frank, José. Patología Interna. Tomo III. Imprenta que fue de Fuentenebro, a cargo de Alejandro Gómez. Madrid: 1842). El libro puede leerse en Google Books.

[3] El 21 de marzo de 1847 se fundaba en la ciudad de Guatemala, nada más y nada menos que la República de Guatemala, separada del pacto federal y como Estado soberano de pleno derecho.


Disparos en la oscuridad. El asesinato del presidente José María Reina Barrios

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

-I-

Antecedentes necesarios.

 

ReynaBarrios

General de División y Presidente de la República de Guatemala, José María Reina Barrios. (Fuente Wikipedia).

 José María Reina Barrios, sobrino del general Justo Rufino Barrios, militar culto y educado en el extranjero, había llegado a la presidencia el 15 de marzo de 1892, luego de derrotar en las urnas al general Manuel Lisandro Barrillas, a la edad de 38 años[1]. Su presidencia estuvo marcada por un deseo de modernización del país, de construcción de obra pública y de enaltecimiento de la Revolución Liberal. Sin embargo, poco tiempo antes de su muerte el presidente había ido perdiendo popularidad. El endeudamiento contraído para la realización de la Exposición Centroamericana, seguido de la caída de los precios del café en 1897, con la irrupción de Brasil en el negocio del estimulante, dejó al país sumido en la crisis económica, con una deuda que ascendía al millón de dólares de aquella época. Para colmo, Reinita, como le decían quienes lo querían, había decidido quedarse en el poder, y como relatamos en alguno de los anteriores artículos convocó a una Asamblea Constituyente para modificar la Constitución de 1879 (promulgada durante el gobierno de su tío) para prorrogar su mandato presidencial hasta los primeros años del siglo XX. Para neutralizar a sus enemigos les ofrece puestos en el gobierno, sin embargo, el 7 de septiembre de 1897 estalla la revolución en Quetzaltenango, que busca derrocarlo.

De acuerdo al historiador Jorge Luján Muñoz, “…A las 15:15, de acuerdo al relato de Gramajo, ‘varios grupos de hombres’ comandados por los jóvenes coroneles Salvador Ochoa y Víctor López R., ‘y un hombre de edad madura, Timoteo Molina’, se dirigieron al cuartal de aquella población, donde había 300 soldados. Los tres, revólver en mano, conminaron al jefe de la guarda al grito, ‘Ríndase y viva la revolución’. El jefe del cuartel ‘cedió su puesto lleno de pánico…”[2]

Los rebeldes tomaron la oficina del telégrafo y conformaron un triunvirato llamado a sustituir a Reina Barrios. El Presidente se enteró del alzamiento un día después, el 8 de septiembre mientras cenaba en el recién inaugurado Hotel Gran Central, e inmediatamente se dispusieron las medidas para sofocar el levantamiento. En la madrugada del día 13 de septiembre tropas leales al Presidente Reina Barrios tomaban por asalto la ciudad de Quetzaltenango y a las 11:30 am se fusilaba sumariamente al señor Juan Aparicio Mérida y al Licenciado Sinforoso Aguilar, considerados los cabecillas de la rebelión y capturados pocos días antes. Al parecer, Manuel Estrada Cabrera, a la sazón Secretario de Gobernación, ordenó telegráficamente la ejecución.

-II-

El asesinato.

Los hechos los relataba con cierto aire de misterio el recordado periodista Héctor Gaitán en su primer tomo de La calle donde tú vives, acercando el hecho histórico a ciertas inexplicables circunstancias: “…La numerología trágica persiguió al General-Presidente, murió el 8 de febrero de 1898 a las 8 de la noche en la 8ª calle, frente a la casa número 8, nomenclatura antigua.”[3] Lo cierto es que asesinado mientras caminaba por la quinta avenida de la ciudad capital moría asesinado el Presidente de la República, luego de abandonar, cerca de las 19.30 horas, la residencia de la cantante española Josefina Roca, cerca de la iglesia de Guadalupe, con quien sostenía una relación amorosa y quien se presentaba en esos días en el majestuoso Teatro Colón.

Cuenta don Jorge Luján que al Presidente lo acompañaban esa fatídica noche dos miembros de su Estado Mayor, el coronel Julio Roldán y el capitán Ernesto Aldana, quienes lo seguían pocos pasos atrás.[4] Al parecer también le acompañaba el inspector de policía Trinidad Dardón y otro agente.

Un hombre lo esperaba en la sombra, en el vano de una puerta, y al ver que el Presidente se acercaba salió a su encuentro, muy educadamente diciéndole en inglés, “Good night Mister President”, sacando a continuación su revólver y disparándole a quemarropa. Al parecer, el Presidente había querido responderle el saludo, pues la necropsia reveló que el disparo entró por la boca abierta del caballeroso Reina Barrios. A continuación el asesino huyó por la quinta avenida sur, mientras el capitán Aldana atendía al Presidente y el coronel Roldán y los agentes de policía corrían tras el fugitivo.[5] El hombre parecía que iba a lograr escapar, pero los gritos de que se detuviera alertaron a un policía de ronda por la décima calle, quien detuvo al hombre de un garrotazo, derrumbándolo, y presa del entusiasmo por su hazaña, al parecer lo mató a golpes.

Como nunca falta quien quiera lucirse en estas tremendas circunstancias en las que se asesina a un mandatario, un oficial de policía, llamado Emilio Ubico llegó hasta donde estaba el cuerpo del asesino y desenfundando su pistola le disparó en la cabeza. A Ubico, en adelante por su ridícula acción, se le apodó con la merecida ironía, “mata muertos”[6]. Schlesinger complementa su relato con una anécdota interesante: “…por aquellos días había muerto también en El Salvador el presidente Regalado, por lo cual circularon entre la población ‘letrada’ de Guatemala de entonces los siguientes versos: Vengo muerto y embalsamado,/ por favor les suplico,/ que encierren a Emilio Ubico,/su servidor Regalado”, sin embargo, el historiador Ramiro Ordóñez Jonama mediante comunicación electrónica señala que la muerte de Regalado no fue por los días de Reina Barrios, sino ocho años después, en 1906.[7] Y amablemente, con esa memoria de prodigio que posee nos regala otra versión de los versos sobre Ubico:

El versito alusivo a don Emilio Ubico, según me lo comunicó hará unos cuarenta años don Luis Beltranena, difiere un poco de la versión de María Elena, pero en el fondo es el mismo. «Voy muerto y embalsamado / y por favor les suplico / que amarren a Emilio Ubico. / Su servidor: Regalado».

 Llama la atención que a ninguno de los agentes de la policía involucrados en la caza del asesino, haya considerado prudente ni necesario capturar vivo al asesino para obtener su declaración. Sobra decir que bajo estas circunstancias, los rumores y las más disparatadas fantasías alimentaron la imaginación de la gente para explicar el asesinato.

Uno de los contendientes políticos de Reina Barrios, quien lo acusa de hacerse con la presidencia mediante fraude electoral, es Francisco Lainfiesta, quien en sus interesantes Mis Memorias, con un dejo burlón y con cierto aire de chisme de café que raya el mal gusto, narra el acontecimiento:

“Y el 8 de febrero por la noche, cerca de las ocho, yendo el Kaiser a visitar a una de sus queridas que había sacado de entre las damas del Teatro, al doblar la esquina de la 9ª calle poniente, a cien metros de su batallón, le cayó el rayo; es decir, cayó herido por una bala que le introdujo en la boca, un extranjero desconocido, que luego se supo llamarse Oscar Zollinger. Reina marchaba envuelto en su capa, acompañado de dos ayudantes y llevando en la mano un revólver listo para hacer fuego, pero Zollinger no le dio tiempo a nada ahogándolo con un solo disparo…”[8]

 Lo interesante del recuento de Lainfiesta es que nos narra de primera mano el hecho, con los rumores y maledicencias que circulaban en esos momentos inmediatos del asesinato del Presidente, pues al haber sido testigo de los hechos, aunque no presencialmente, si nos ofrece un vistazo interesante del ambiente político enrarecido de la época, producto de las maniobras políticas de Reinita, como cuando comenta:

“Es atributo de los déspotas matar en los corazones el sentimiento compasivo, cuando de ellos se trata: la muerte de Reina fue recibida con la más glacial indiferencia y solamente lamentada por aquellos que perdían en él una fuete de explotación.”[9]

 El párrafo es interesante, aunque debe leerse con cautela, pues después de todo, Lainfiesta fue enemigo político de Reina Barrios, y en sus memorias lo retrata como a un militar pretencioso y petulante, y para colmo aprendiz de tiranuelo.

Quien no se porta tan mordaz, a pesar de que su obra es un monumento de la crítica feroz, es Rafael Arévalo Martínez, quien narra en Ecce Pericles!: “En el trayecto, vigilado por la policía, de su casa a la de la actriz, lo esperó Oscar Solinger. Ocultaba con un pañuelo el revólver; lo mató y se entregó; estaba acostumbrado a que en su país respetaban la vida de los reos que tal hacen. Los agentes de Guatemala le dieron muerte.”[10] Don Rafael, tan acucioso en unos párrafos, peca de ingenuo en otros, pues si Zollinger se entregó luego de asesinar a Reina Barrios, ¿por qué reportan los diarios de la época que el asesino fue abatido a dos cuadras del asesinato? Parece que quiere echar sombra de sospecha sobre los hombres del régimen, porque a continuación señala que el gran beneficiado del crimen fue su ex ministro de gobernación y Primer Designado a la Presidencia: el abogado Manuel Estrada Cabrera. También cita al oscuro personaje de Adrián Vidaurre, quien dice haberse enterado de la conspiración y que alertó tanto al Presidente como a Estrada Cabrera, pero que ninguno de ellos tomó acciones al respecto. Arévalo Martínez, citando a Guillermo F. Hall, hace un balance de la presidencia de Reinita en unas benévolas líneas, no exentas de crítica: “Administración civilizada hasta cierto punto la de Reyna Barrios. Durante aquel brillante período de desbarajuste, derroche y festejos oficiales, el pueblo estaba como deslumbrado por el lujo fastuoso y no parecía tener otra aspiración que la de divertirse.”[11] Líneas que suena extrañamente parecidas a las descripciones de los últimos días de reinado de Luis XVI.

-III-

Los rumores. 

El autor material del crimen era un ciudadano británico, llamado Edgar August James Zollinger, aunque él, sin mayor imaginación se había registrado en los hoteles de la ciudad como Oscar Zollinger. Al principio esto causó confusión, tanto que muchos autores siguieron llamando al asesino Oscar en vez de Edgar, como el caso de Arévalo Martínez. Pero mucha tinta corrió sobre el trasfondo del asesinato, muchos hicieron conjeturas sobre los autores intelectuales del asesinato, coincidiendo en su mayoría que los hilos conducían a la mano de Manuel Estrada Cabrera.

Para muchos, el asesinato del asesino no levantó tampoco mayores comentarios, sin embargo fueron surgiendo teorías o explicaciones de lo sinuoso del caso, como es la interesante voz del contradictorio Antonio Batres Jáuregui, quien en su América Central ante la Historia, señala sin lugar a dudas:

“…El designado a la Presidencia, Estrada Cabrera, iba a ser cambiado… Yo iba a ser nombrado. Así se comprende la premura con que el asesinato se cometió y se explica, además, la causa de que después, nadie se tomara el menor empeño en averiguar el origen, móviles y cómplices de aquel delito. Hasta vióse con indiferencia criminal, siquiera fuese elocuentemente reveladora, el hecho infame de que, a traición, un advenedizo diera muerte al Jefe de Guatemala…”[12]

 

Detalle del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10. (Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

Detalle del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10.
(Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

 

Placa colocada en el pedestal del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10. (Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

Placa colocada en el pedestal del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10.
(Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

 Otro testigo de la época, Felipe C. Pineda, elabora en el año de 1902 una teoría sobre la forma en que actuó Estrada Cabrera para hacer asesinar al Presidente Reina Barrios y así poder él ocupar la silla presidencial. La versión de Pineda toma en cuenta el que se ha considerado el verdadero móvil del asesinato, y que es el fusilamiento injusto de don Juan Aparicio en Quetzaltenango el 13 de septiembre de 1897, pero Pineda se lo atribuye al Ministro de Gobernación Estrada Cabrera, y no al Presidente. Según Pineda, en un viaje que hicieron Estrada Cabrera y el Jefe Político y Comandante de Armas de Quetzaltenango, Roque Morales, el primero ordenó asesinar a Aparicio y a Aguilar por una antigua enemistad, “…Roque Morales encarceló a Aparicio y a Aguilar, y, suponiendo órdenes telegráficas del General Reyna Barrios para pasar por las armas a tales inocentes, perpetró en ellos el más cobarde de los asesinatos…”[13], sigue el señor Pineda su elaborada teoría con hechos que quedan apuntados pero sin mayor sustento:

 “…Después de los asesinatos de Quetzaltenango que hemos referido, y cuando el Lic. Estrada Cabrera llevaba poco tiempo de estar en San José de Costa Rica, llegó a la misma ciudad Oscar Zollinger, quien, aunque hospedado en distinto hotel, visitó frecuentemente aquél. Zollinger solamente permaneció ocho días en San José de Costa Rica, y se volvió a la Capital de Guatemala. Los gastos de su permanencia en la primera de estas ciudades, los pagó el Lic. Estrada Cabrera.

Al volver de su viaje el expresado Ministro de Gobernación, ya no tomó participación alguna en los asuntos públicos, pero si celebró, durante su retraimiento diversas conferencias con el citado Zollinger, en una casa de la 11 avenida norte a las que no faltaron testigos oculares…”[14]

 Pineda, que a la sazón escribía su libro en el exilio en México, levanta el dedo acusador y concluye en una parrafada que resuena aún pese a haberse escrito hace ciento doce años: “…el que armó y dirigió el brazo de Oscar Zollinger contra el General Reyna Barrios, que el único y directamente responsable de la muerte de este mandatario, es el Lic. Manuel Estrada Cabrera…”[15]

 Rafael Arévalo Martínez, en su ya citada obra a la que nunca nos cansamos de recurrir, cita a Flavio Guillén, redactor del periódico La Ley, para darle forma a los móviles primarios del asesinato, y que nos permiten entender un poco más la intrincada teoría de Pineda:

 “…misterioso, impasible, sombrío, en la mano el revólver homicida, el triunfo en todo el ademán, se abre paso a nuestra historia por la desusada puerta del crimen heroico. En tres minutos desenlaza el intrincado drama político con un golpe de tragedia. Parece que era inglés. ¿Por qué le mató? ¿Es cierto que ante el criminal fusilamiento de Juan Aparicio juró vengar la iniquidad, cometida en su generoso patrón…? Francamente que increíble es ese caso de adhesión tan raro. ¿No es más cierto que hombres resentidos o ambiciosos, cobardes o acobardados, descubriendo en Oscar al hombre, compraron su discreción y valentía?…”[16]

 Es decir que las versiones apuntaban hacia un doble motivo: el primero, personal, el de Zollinger que venga de esta forma el asesinato de quien ha sido una persona de gran generosidad, y el segundo, el ajeno, de hombres que desde la sombra manipulan el deseo de venganza de Zollinger para obtener réditos políticos.

 Jorge Luján Muñoz en un breve artículo recopilado en el libro que hemos venido citando, comenta que Edgar Zolllinger había venido a Guatemala por razones de amistad con los hijos de Juan Aparicio, Rafael y Eduardo, a quienes conoció en el Brighton College, en Sussex, Inglaterra. Según el relato de Luján, Zollinger enfrentaba una delicada situación económica, por lo que los Aparicio lo invitaron a viajar a Guatemala y establecerse en este país como empleado de la familia, desempeñándose primero como administrador de la Finca Chuvá, ubicada en Colomba, Costa Cuca, Quetzaltenango.[17] Al momento del asesinato, Zollinger trabajaba como tenedor de libros de la Finca Palmira, también en Colomba, desde donde viaja a Quetzaltenango al enterarse de la noticia, y es la viuda doña Dolores Rivera de Aparicio quien le revela las circunstancias ilegales del fusilamiento sumario.

 Luján Muñoz apoya la teoría de la propia familia Aparicio sobre que el crimen fue una venganza solitaria por el asesinato de don Juan Aparicio. El historiador argumenta con razón que no existen pruebas de las supuestas reuniones de Zollinger con Estrada Cabrera o con el general Salvador Toledo, como tampoco se ha encontrado evidencia del viaje del inglés a Costa Rica. Señala contundente Luján: “No debe olvidarse que el viaje de Estrada Cabrera a Costa Rica fue en octubre de 1897, cuando Zollinger todavía estaba en la finca Palmira…”[18]

  

-IV-

Los muertos.

 El cuerpo del Presidente Reina Barrios fue enterrado en las bóvedas de la Catedral Metropolitana, por autorización expresa del Arzobispo Ricardo Casanova, compartiendo el recinto con otro militar, gobernante y dictador: el general Rafael Carrera. La autorización de su entierro en tal lugar se dio, pese a que, apunta Luján, Reina Barrios era un masón de alto grado.

 Por su parte, el cuerpo de Zollinger fue enterrado al día siguiente de su asesinato en el Cementerio General. Comenta Schlesinger, que cuando la policía cateó la habitación del asesino la encontró limpia. Zollinger no había dejado absolutamente ninguna pista ni seña que lo pudiera identificar.

 Un último detalle, y cedo la palabra a Schlesinger, que lo cuenta mejor que cualquiera:

 “La foto del cadáver Óscar Zollinger tendido en el anfiteatro del Hospital General de Guatemala fue reproducida y puesta a la venta pocos días después en los talleres de impresión La Ilustración del Pacífico de don Baldomero Siguere, ‘para todos los amantes de coleccionar y guardar curiosidades históricas’, rezaba en aquel esperpéntico anuncio…”[19]

 No hay duda que si la persona es lo suficientemente hábil, hasta de la muerte se puede sacar provecho…



[1] Ramiro Ordóñez Jonama, historiador y amable crítico de estos textos, amplía en correo electrónico: “…Reina Barrios, a quien apodaban «tachuela» por su pequeña estatura, se inició como tipógrafo; luego se incorporó al Ejército y supo explotar su indudable talento y su parentesco con tata Rufino. En Nueva Orléans se enamoró perdidamente de una bella vedette, Algeria Brenton, con quien se casó y a la que convirtió, en su momento, en primera dama de Guatemala y en madre de una niña”.

[2] Luján Muñoz, Jorge. Las Revoluciones de 1897, La muerte de J. M. Reina Barrios y la Elección de M. Estrada Cabrera. Editorial Artemis y Edinter. Guatemala: 2003. Página 11.

[3] Gaitán, Héctor. La calle donde tú vives. Artemis y Edinter. Guatemala: 1981. Página 43.

[4] Luján. Op. Cit. Página 29.

[5] Luján. Op. Cit. Página 29.

[6] Schlesinger, María Elena. Sobre Zollinger y el magnicidio. Diario elPeriódico, Guatemala, 15 de noviembre de 2003.

[7] No puedo dejar al margen unos datos que en su correo electrónico incluye Ramiro Ordóñez, que por su interés histórico y por su amena redacción incluyo a continuación: “…Ahora bien, la muerte del general Tomás Regalado fue en 1906 en circunstancias curiosas. Ya no era presidente de El Salvador pero si comandante general de su Ejército al frente del cual invadió Guatemala. Habían llegado hasta ‘El Entrecijo’ (Jutiapa) y dicen que al anochecer el general Regalado, achispadito (lo que no era raro en él), montó su caballo y salió a dar una vuelta. Inadvertidamente cruzó las líneas guatemaltecas y cuando le pidieron el santo y seña no supo darlos, por lo que le hicieron fuego y lo mataron. Es famoso el telegrama que el coronel Rosalío López le mando al presidente Estrada Cabrera: «A Regalado como que se lo soplaron los muchachos». Allí terminó la guerra, con este gran golpe de suerte que favoreció a Guatemala. También hubo versito, atribuido a Chascarrillo, que dice: «Los guanacos como nuevos / Regalado en escabeche / don Manuel no tendrá huevos / pero  tiene mucha leche». Regalado, el jerarca de esa familia multimillonaria de El Salvador, fue casado con la niña Concha González, hija del mariscal Santiago González, un zacapaneco que emigró a El Salvador y llegó a ser presidente de esa República. Hay una obrita de teatro, que escribió Manuel Fernández Molina, y que fue premiada en unos juegos florales en Mazatenango o en Quetzaltenango (no recuerdo bien) en la que dice que Edgar Zollinger cortejaba a doña Lolita Rivera Peláez de Aparicio, y que fue por solicitud de ella que mató a Reinita. Yo tuve en mis manos e pasaporte de Zollinger (que creo que Luján lo publicó) pues lo tenía en su colección don Edgar Apaaricio y Aparicio (hijo de don Eduardo Aparicio Mérida y de doña Julia Aparicio Rivera), marqués de Vistabella, mi inolvidable maestro.”

 

[8] Lainfiesta, Francisco. Mis Memorias. Academia de Geografía e Historia. Guatemala: 1980. Página 486.

[9] Lainfiesta. Op. Cit. Página 486.

[10] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles! Editorial Universitaria Centroamericana –EDUCA-, Costa Rica: 1983. Página 42.

[11] Arévalo Martínez, Op. Cit. Página 45.

[12] Batres Jáuregui, Antonio. La América Central ante la Historia, 1821-1921. Memorias de un Siglo. Ediciones del Organismo Judicial de Guatemala. Guatemala: 1993. Página 591. Don Antonio insinúa una sub trama de celos y traición, según la cual la esposa de Reina Barrios, doña Argelia estaba embarazada de una niña, hija del general Salvador Toledo. La niña nació tres meses después del asesinato del general Reina Barrios y “…fue educada en Europa con fondos nacionales,  por disposición de Estrada Cabrera…”. La supuesta hija producto del adulterio murió joven y enloquecida, según me informó verbalmente mi colega Rodolfo Sazo, y se encuentra enterrada en Nueva Inglaterra. Quizás en alguna ocasión futura regresemos a tratar el tema de doña Argelia, que es un personaje interesante en la vida política de Guatemala.

[13] Pineda, Felipe C. Para la Historia de Guatemala. Datos sobre el gobierno del Licenciado Manuel Estrada Cabrera. Sin Imprenta. México: 1902. Cita al 9% de la versión Kindle.

[14] Pineda. Op. Cit. Al 9% de la versión Kindle.

[15] Pineda. Op. Cit. Al 10% de la versión Kindle.

[16] Arévalo Martínez, Op. Cit. Página 43.

[17] Luján. Op. Cit. Página 33.

[18] Luján. Ibid. Página 36.

[19] Schlesinger, María Elena. Oscar Zollinger. Diario elPeriódico, Guatemala: 8 de noviembre de 2003.

 


Un país para contemplar: el mapa en relieve de la República de Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

“En la discusión de puntos políticos la palabra pueblos no significa Chinautla o Sumpango, significa Nación; y Nación es la colección de los individuos que la componen.”

                                      José Cecilio del Valle. El Amigo de la Patria. (Número 3, Folio 35,  3 de noviembre de 1820).

 

 

-I- 

Postal conmemorativa del Mapa en Relieve. Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala.Postal conmemorativa del Mapa en Relieve. Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala.

 

Puedo decirlo con seguridad: he tenido mucha suerte en cuanto a las personas a las que he conocido, muchas veces de forma inesperada. Este es el caso del señor Roberto Urrutia Evans, a quien conocí por intermedio de mi esposa, María Mercedes, por circunstancias que no viene a cuento relatar aquí, pero que me permitieron asomarme a la historia de Guatemala de una forma muy especial.

A don Roberto lo visitábamos una vez al mes en su casa ubicada en el centro histórico, cerca de la avenida Centroamérica. Nos recibía en un estudio lleno de estantes con documentos y un macizo escritorio invadido por los papeles. En esa pequeña habitación tuve el privilegio de sostener en mis manos un teodolito propiedad del ingeniero Claudio Urrutia, hojear un buen conjunto de documentos y mapas firmados por el ingeniero Urrutia y por el ingeniero Francisco Vela (en fotocopia, pues los originales los guarda una hermana en los Estados Unidos) y varias fotografías de los trabajos y viajes de don Claudio. Además, don Roberto, que a pesar de su avanzada edad tenía una mente lúcida y una memoria impecable, nos contaba anécdotas de su padre, con unos ojos que brillaban gracias a una nada disimulada admiración. El era un fiero defensor del papel protagónico de su padre en la construcción del mapa en relieve y en la elaboración de los mapas de campo que se utilizaron para levantarlo. Sumado a ello, contaba sus historias personales sobre las más de cinco décadas de trabajo en la Empresa Eléctrica de Guatemala y del país que fue cambiando con el paso de los años. Siempre tuvo un recuerdo nuevo que compartir con cada visita y siempre nos recibía con una sonrisa. La última vez que lo vi y conversé con él fue en mi boda, hace ya casi siete años y no mucho tiempo después falleció. Dedico a su memoria estos apuntes con todo el cariño y la gratitud por compartir con un desconocido sus historias familiares.

 

-II-

El Mapa en Relieve fue construido por orden del entonces presidente Manuel Estrada Cabrera, con intenciones pedagógicas, y por ello fue levantado en los terrenos del Hipódromo del Norte, justo a un costado del Templo de Minerva, en donde año con año se celebraban las Fiestas Minervalias en honor y loor del oscuro mandatario. El Hipódromo del Norte, al final de la Avenida Minerva (hoy Simeón Cañas), era el escenario de desfiles, lecturas de poemas, discursos laudatorios y apretones de manos con que todos pretendían congraciarse con el dictador, y la idea era crear un parque consagrado a la educación y al esparcimiento, que buena falta nos hace incluso ahora, a más de cien años de distancia.

Al respecto de las festividades y de su espacio físico comenta Mynor Carrera Mejía:

“El área de Minerva se fue convirtiendo en un parque recreativo y cultural para los pobladores capitalinos. Aparte del Templo de Minerva, se mandó a construir un mapa en relieve de Guatemala. Este tenía posibilidades de ser observado desde atalayas construidas para el efecto. El mapa cumplió su papel didáctico para los niños de las escuelas de la ciudad capital. Asimismo, permitió la visualización del país, sus accidentes geográficos y sus comunicaciones…”[1]

El Mapa en Relieve puede ser visto también como la materialización de una de las líneas del discurso liberal de la época: el empuje del país hacia la modernidad. Tal y como lo señala arriba Carrera Mejía, gracias a esta obra los estudiantes podían observar con todo detalle y de un solo vistazo las complejidades topográficas de nuestro país y aprender de él. El solo hecho de levantar los planos de ingeniería para poder reproducir el país en un espacio de limitadas extensiones era un ejercicio de modernidad y tecnología para los visitantes. Pero no solo se representaron los accidentes geográficos: también se señaló en el mapa los campos de explotación minera, de petróleo, las líneas férreas tendidas, las carreteras principales y secundarias, puentes tendidos (pintados en rojo, para darles realce) y los muelles de los principales puertos, señalados con orgullosamene con un rótulo decorado con un ancla: Champerico, Ocos y Puerto de San José en el Pacífico y Puerto Barrios en el Atlántico. También corría agua por los ríos y lagos señalados en el mapa, así como en los océanos, implicando una moderna y esmerada estructura hidráulica invisible, denotando avanzadas técnicas de construcción.  Adicionalmente, señala Carrera, el mapa era “Otra manera de procurarle identidad al espacio liberal que concebía a Guatemala como república y, aunque ligada históricamente, se encontraba separada del resto de las repúblicas centroamericanas…”[2], es decir que por su medio, se pretendía crear una imagen concreta de  identidad nacional para quien lo visitara.

No puedo dejar de mencionar que en uno de los artículos más conocidos del brillante intelectual José Cecilio del Valle publicado en su periódico El Amigo de la Patria, había urgido a las autoridades sobre la necesidad de llevar estadísticas y levantar mapas adecuados de la naciente república, resumiendo sus razones en una frase concisa, lúcida y luminosa: “Un gobierno que no conoce las tierras de la nación que rige, ni los frutos que producen, ni los hombres que las pueblan es un ciego que no ve la casa que habita…”[3], frase que en su belleza resume toda esa ansia de conocimiento que embargaba a los hombres de la ilustración, del que nuestro compatriota fue dignísimo representante. Así, el gobierno de Estrada Cabrera, consciente o inconscientemente hacía suya, mediante la hermosa obra del mapa, una máxima de la ilustración: “No se puede gobernar lo que no se conoce”.

De acuerdo a la escritora María Elena Schlesinger, la idea del mapa fue del ingeniero Francisco Vela, a quien Estrada Cabrera había encomendado en mayo de 1903, el diseño y construcción de los jardines que decoraran el terreno del Hipódromo del Norte. De acuerdo a esta autora, Vela propuso entonces la construcción de un mapa de la República a escala, pues el militar había recorrido su territorio a lomos de mula, recopilando numerosos datos topográficos. “Dos meses después el Presidente tenía ante sí una bella maqueta de un metro cuadrado, en donde se podía apreciar la belleza del proyecto.”[4]

  

-III-

El Presidente Estrada Cabrera se entusiasmó con la propuesta del ingeniero Vela, “…y el acuerdo para dar inicio a la obra quedó firmado el 30 de julio de 1903.”[5]  La construcción inició el 17 de abril de 1904, siendo finalizada 18 meses después.

“Junto a Vela colaboraron los ingenieros Claudio Urrutia y Ernesto Aparicio, los dibujantes Eduardo Castellanos, Salvador Castillo y Eugenio Rosal, el artista Domingo Penedo y el maestro de obras Cruz Zaldaña, así como un grupo de obreros que hicieron posible su ejecución pero cuyos nombres quedaron perdidos en el tiempo.”[6]

 

La obra fue entregada por el ingeniero Vela el 28 de octubre de 1905 e inaugurada por Estrada Cabrera al día siguiente, como parte del programa de las Fiestas Minervalias de 1905, celebradas del 29 al 31 de octubre de ese año. Estas fiestas tuvieron varios puntos especiales en su programa, siendo el primero y más importante la inauguración del Mapa en Relieve. Otro punto de importancia adicional fue la filmación de las festividades y su proyección al público el 7 de noviembre[7] de ese año y la introducción del militarismo en unas festividades en las que hasta ese año había destacado el civismo.

Sin embargo, es importante señalar que el ingeniero Francisco Vela, quien fuera comisionado por el presidente para la construcción de la obra, subcontrató al ingeniero Claudio Urrutia para su realización, de acuerdo a un contrato firmado por ambos el 5 de julio de 1903. Este era un punto que don Roberto me señalaba con énfasis cada vez que salía el mapa en nuestras conversaciones, y que según él en la historia nacional no se le hacía justicia a los esfuerzos de don Claudio Urrutia, quien incluso aportó sus propios datos y mediciones del país, realizados durante sus incontables viajes. En una ocasión, al preguntarle yo la razón por la que se había querido desplazar al ingeniero Urrutia de la coautoría del hermoso proyecto, su hijo me explicó que fue más por celos profesionales que por alguna decisión personal de Vela, quien era amigo de su padre. De acuerdo con don Roberto, el ejército era muy celoso de su prestigio, y dado que don Francisco Vela era ingeniero y militar, fue convertido en la imagen de ese ejército moderno y tecnificado, capaz de ejecutar la más difícil obra. Habría que recordar que don Franciso Vela no sólo fue director de la Escuela Politécnica, máxima institución para la instrucción de la oficialidad de la fuerza armada, sino que también fue decano de la Facultad de Ingeniería de 1898 a 1900, es decir, que llegó a la cabeza de las dos instituciones que en su época representaban el progreso y la modernidad.

El contrato lo pude leer en fotocopia en más de una ocasión, y más por vergüenza que por otra cosa nunca le solicité a don Roberto una reproducción de ése y otros documentos interesantes, como unas cartas enviadas por el ingeniero Urrutia a su colega Vela. Siempre me arrepentí de esta pena injustificada frente al gran beneficio intelectual que suponía, además que era un trozo valioso de la historia nacional, pero afortunadamente en mis investigaciones hemerográficas, pude encontrar una reproducción literal del mismo, publicado en el diario Prensa Libre el 4 de julio de 1996 por un periodista que firma la nota lastimosamente únicamente con sus iniciales: JAP. Por el interés de dicho documento y con la intención de sacarlo de las cenizas del tiempo y el olvido lo transcribo a continuación tal y como apareció publicado por el periódico:

“Francisco Vela por una parte, en concepto de contratista para desarrollar la idea del presidente Estrada Cabrera, sobre representar en relieve el territorio de la República, y por otra parte Claudio Urrutia, han celebrado el contrato siguiente:

  1. El señor Urrutia se compromete y obliga a coadyuvar a dicha obra con el carácter de primer ingeniero subdirector.
  2. Al suplir al señor Vela en su ausencia y en su carácter de director, haciéndose responsable del orden y de satisfacer las dudas técnicas que ocurran en este asunto.
  3. Tendrá a su cargo el replanteo topográfico del mapa de la República, revisión y corrección de los dibujos y la segunda inspección de los trabajos, correspondiéndole la primera en ausencia del director.
  4. A trabajar todo el tiempo necesario a fin de poder terminar la obra el 30 de octubre del presente año de 1903.
  5. A proporcionar los datos geográficos e hidrográficos necesarios a la ejecución del presente contrato, cooperando con el director a la redacción de un folleto sobre la descripción de la República.
  6. A pagar por su cuenta [tachado se lee: si lo necesitara] un ayudante de ingeniero y en caso de enfermedad a dar un sustituto que pueda hacer sus veces a satisfacción.
  7. A no traspasar el presente contrato.
  8. A pagar por su cuenta cualquier trabajo relacionado con su cargo y que no quiera hacerlo personalmente.
  9. El señor Vela se compromete y obliga a pagar al señor Urrutia para el desempeño de su cargo con quien figura en el presente contrato la suma de $2,000 o sean $5,000 por el término de 4 meses.
  10.  A computar el presente mes así como el de octubre próximo como si fueran completos.
  11.  A dar por vía de anticipo la suma de $2,000 y el resto hasta completar $5,000, por quincenas proporcionales vencidas y devengadas a razón de $500 cada una.   

13. Y último, cualquiera dificultad o interpretación de este contrato será resuelto por árbitros  nombrados uno por cada parte y en caso de discordia los mismos árbitros nombrarán un tercero cuya desición (sic) será resolutiva. Firmándose uno de este tenor con tres fojas útiles que se depositarán en la Secretaría de esta Empresa. Guatemala, 5 de julio de 1903.

Se adiciona la cláusula No. 12: 12. Si el tiempo de entrega de la obra se prorrogase por caso fortuito o fuerza mayor, el Ing. Urrutia continuará trabajando hasta dar cumplimiento al compromiso que le marca este contrato.”[8]

 

Sin embargo, las obras no pudieron empezar inmediatamente después de firmado el contrato, pues de acuerdo a la información que nos proporciona JAP, el presidente se tardó 10 meses en elegir el terreno para levantar tan importante monumento, y transcribe, de forma afortunada una carta que el ingeniero Vela le dirige a su colaborador Claudio Urrutia:

“F.C. Abril de 1904. Muy estimado Claudio: Te saludo con el cariño de siempre y te participo que ayer fuimos a elegir el terreno. Es tiempo pues de arreglar nuestro contrato y te suplico busques al notario que nos amarre, pues el Presidente desea comenzar esta semana y yo le dije que estaba todo arreglado para ello. Por muy urgente trabajo hoy, y tener que ir al ministerio no voy a verte, pero si tú vienes yo iré mañana en la mañana. Tu amigo y Servidor Franco: Vela.”[9]

mapa_en_relieve_2

El ingeniero Claudio Urrutia (al pie de la escalera) con sus colaboradores durante uno de sus recorridos por el país. Urrutia fue presidente de varias comisiones geográficas y de establecimiento de límites entre la República de Guatemala y sus vecinos.(Fuente: Revista D, Prensa Libre, número 69, 30 de octubre de 2005, versión electrónica).

 

-IV-

El terreno sobre el que se levantó el monumento, ubicado en el lado oeste del Templo de Minerva, cubría un área de 2,500 metros cudrados. El mapa tiene 52 metros por lado y para efectos de encajar el mapa en el espacio designado para el monumento, el mapa en relieve fue elaborado a una escala horizontal 1/10,000 y con una escala vertical 1/2000. De acuerdo a Schlesinger, en su interesante y ameno artículo que ya hemos citado: “La utilización de esta escala vertical, cinco veces mayor que la horizontal, se siguió con el propósito de que se pudieran apreciar mejor las pendientes, y poder así proyectar una idea más clara de la topografía del país.” 

Vista de las obras de cimentación del Mapa en Relieve, con los trabajadores en segundo plano, y el Templo de Minerva al fondo. (Fuente Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

Vista de las obras de cimentación del Mapa en Relieve, con los trabajadores en segundo plano, y el Templo de Minerva al fondo. (Fuente Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

 

La totalidad del mapa está rodeada por una sólida balaustrada de cemento de 90 centímetros de altura y un perímetro aproximado de 215 metros, que ostenta una serie de 6 medallones decorativos que se repiten de forma intercalada. Estos medallones son ovalados bajo relieves en el anverso, que representan alegorías y símbolos de la historia de Guatemala. La balaustrada fue construida en el taller artístico industrial A. Doninelli & Cía. Don Antonio Doninelli también efectuó el acabado final de la textura de la superficie del mapa, una especie de “granceado”, que simula la realidad y color verde americano. Como dato interesante adicional, cabe apuntar que el señor Doninelli también construyó el Templo de Minerva, a cuyos pies se tendía originalmente el hermoso mapa en relieve de nuestro país.

 

-V-

La historia reivindicó posteriormente al ingeniero Claudio Urrutia, pues en el monumento a la entrada del Mapa en Relieve, que contiene una escultura en bajo relieve del maestro Galeotti Torres, se levanta un pedestal doble en el que reposan los bustos de Francisco Vela y de Claudio Urrutia.

Para terminar en un plano meramente anecdótico. El busto del ingeniero Francisco Vela originalmente fue esculpido a la manera clásica, en la que aparecía con el pecho descubierto, detalle que no agradó a alguien, quien exigió que se le representara con su casaca de militar. El busto a la usanza clásica pude admirarlo en el despacho del actor e historiador del arte Guillermo Monsanto, quien tuvo la amabilidad de mostrármelo.

 

Bajo relieve del gran escultor Rodolfo Galeotti Torres que representa al ingeniero Francisco Vela realizando mediciones de campo para la realización del mapa en relieve. (Fuente: Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

Bajo relieve del gran escultor Rodolfo Galeotti Torres que representa al ingeniero Francisco Vela realizando mediciones de campo para la realización del mapa en relieve. (Fuente: Skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).

 


[1] Carrera Mejía, Mynor. Minerva en el Trópico. Fiestas Escolares durante el Gobierno de Manuel Estrada Cabrera, Guatemala 1899-1919. Editorial Caudal, Guatemala: 2005. Página 46.

[2] Carrera Mejía. Op. Cit. Página 46.

[3] Del Valle, José Cecilio. El Amigo de la Patria. Tomo Primero. Editorial José de Pineda Ibarra. Guatemala: 1969. Página 165.

[4] Schlesinger, María Elena. Mapa en relieve, una obra perpetua. Revista Crónica, Primera época, año III, 16 de febrero de 1990. Página 49.

[5] Schlesinger. Op. Cit. Página 49.

[6] Paniagua, Rosa María. Mapa en Relieve, la geografía hecha monumento. Siglo Veintiuno, 1 de julio de 1994.

[7] Carrera Mejía. Op. Cit. Página 81.

[8] JAP. Construcción del mapa en relieve se realizó en sólo 18 meses. Diario Prensa Libre, 4 de julio de 1996.

[9] JAP. Op. Cit.


De algo hay qué vivir o Gómez Carrillo y el tirano Estrada Cabrera

“Imposible hallar gentes más reservadas que los chapines. Hasta los borrachos son prudentes aquí.”

 Enrique Guzmán,

 Diario Íntimo

  

estradacabreraEn Guatemala un dicho popular dice que: “Más vale un chaquetazo a tiempo, que diez años de servicio”, refrán que más bien pareciera una filosofía de vida para muchos compatriotas. Traducido al español castizo significa que más vale una sobada de leva oportuna que una vida de trabajo y esfuerzo. O lo que es lo mismo: sacar ganancia aplicando la ley del mínimo esfuerzo. Este dicho, tan común en esta tropical tierra, crea entonces un verbo propio: chaquetear, que significa adular, y quien chaquetea es un chaquetero, un adulador.

Pues a esta original especie de chaqueteros, pertenecieron muchos intelectuales del siglo XIX y XX. En Guatemala, al parecer un imán poderoso para ellos, se concentraron varios, que no escatimaron esfuerzos en echarse a la bolsa al gobernante de turno para obtener privilegios. Máximo Soto-Hall, Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, José Joaquín Palma y José Santos Chocano, entre otros, son buenos ejemplos. Y es que imagínese usted ser un intelectual ambicioso en estos tristes trópicos a inicios del siglo XX, cuando la tiranía era la forma de gobierno imperante en las Américas, mano divina que da y quita favores y hasta la vida…

Sobre este aspecto poco digno de nuestra reducida intelectualidad se refiere William Clary, en su ensayo Iconos culturales y orígenes de una conciencia revolucionaria en Nicaragua, citando a Ángel Rama y Julio Ramos, quienes “…han documentado ampliamente el nexo que existía entre las esferas políticas y los escritores modernistas en la primera época, en particular la manera que esta relación daba lugar tanto a la producción de los discursos panegíricos como a los puestos diplomáticos a los que fueron nombrados un gran número de poetas”[1], no es de extrañar entonces que Darío, a su regreso triunfal a Nicaragua, echara flores a mansalva sobre el dictadorcillo de turno a cambio de la representación diplomática de su país, arrancándosela de las garras al intrigante de Crisanto Medina, como vimos en otra parte de estos textos.

Pablo Yankelevich, dibuja claramente el perfil de estos intelectuales nacidos en la aridez americana de aquellos lejanos años:

 

“Para aquellos profesionales de las letras, integrarse al servicio exterior resultaba atractivo. La seguridad de una remuneración mensual, la tranquilidad de una vida diplomática, en suma, gozar de un mecenazgo que lo mismo permitía alternar con jefes de Estado, que participar en la bohemia literaria ensanchando vínculos con escritores, editores y hombres de la cultura de otras latitudes.”[2]

 

De acuerdo a Clary, Rama y Ramos han señalado:

 

“…que los equipos intelectuales que apoyan a las fuerzas dominantes (las dictaduras) se apropian de la modalidad estética del modernismo para embellecer y realzar los discursos panegíricos con funciones estatales. Según Ramos, la primera etapa del modernismo es crítica y ‘antiburguesa’, mientras la segunda, en cambio, ‘se convertía en estética de los grupos dominantes’”

 

Es decir que se confirma la máxima bíblica de que no hay nada nuevo bajo el sol. Ni Stalin ni Castro fueron innovadores al poner a la cultura al servicio de la opresión dictatorial. Basta ver la famosa pintura en que Minerva conduce del brazo a Estrada Cabrera hacia un horizonte luminoso mientras le exclama “¡Contemplad tu obra!”, o las patéticas escenas de los rusos rogándole a los soldados que rodean el tren de Stalin que le cuenten de sus penurias, porque “papá no lo sabe”[3], para convencerse que el poder obnubila y destroza la humanidad de quien lo detenta. El arte es otra de las víctimas del poder absoluto, una más.

Epaminondas Quintana, cuyos hermosos recuerdos de la generación de 1920 ya hemos consultado para otros temas en estos ensayos comenta también:

 

“…Desgraciadamente los intelectuales de la época eran poco escrupulosos en el manejo de la adulación, casi de la cual vivían. Muchos de ellos se paseaban por el continente y por España, loando dictadores y lograban así, darse la gran vida. Don Manuel Estrada Cabrera, se la llevaba de protector de la inteligencia y así gustaba de rodearse de altos personajes de la literatura y el pensamiento mundiales, para explotar su prestigio. Así acogió a Rubén Darío –ya para morir el aedo- a Santiago Arguello, a José Joaquín Palma y a otros que no recordamos…”[4]

 

En el caso de Enrique Gómez Carrillo la mano dictatorial le benefició a la distancia, pues todas las zalamerías y adulaciones que escribió y pronunció sobre el sangriento dictador guatemalteco las hizo desde el otro continente, océano de por medio y con la única intención de permanecer allí. De acuerdo a Horwinski, a quien ya hemos citado extensamente en otras partes, el pacto con el dictador se selló en 1898:

 

“The year of 1898 also marked the beginning of Gómez Carrillo’s relationship with Manuel Estrada Cabrera, who governed Guatemala from 1898 to 1920. Although financially profitable in the short run, Gomez Carrillo’s alliance with the prototype for Miguel Angel Asturias’s diabolical dictator in El señor presidente proved his virtual undoing in much of Latin America, particularly in his own country…”[5]

 

Ulner confirma que Gómez Carrillo se hizo partidario de Estrada Cabrera a partir de su campaña electoral en 1898. En un escrito de esta primera campaña electoral, es arrastrado e ignorante del tema político de Gómez Carrillo apuntó que Cabrera era “un hombre convencido, de buena voluntad y de fe entera.”[6] Durante los años electorales, el cronista elaboró toda una serie de escritos elogiando al tirano. En 1910, por ejemplo escribió:

 

Estrada Cabrera, en efecto, es en Centro-América el mandatario ideal. ¡Cuántas veces lo hemos dicho!… Porque  realmente si hay un hombre lleno de grandes, de nobles, de inquebrantables cualidades, es éste… la gloria de Estrada Cabrera en la historia estribará en haber sido el único que ha sabido reunir la energía de un militar a la inteligencia de un filósofo y a la bondad de un apóstol”.[7]

 

Y cuando no era época electoral, cuenta Horwinski, el cronista se dedicaba a editar en la capital francesa, revistas y panfletos dedicados a los avances del desarrollo en Guatemala, haciendo resonancia a la supuesta vasta obra del dictador, sobre todo en los primeros años del régimen. Según Miguel Marsicovétere Durán, “…se las arreglaba para imprimir sólo unos pocos ejemplares, los necesarios para enviar a Guatemala y cobrar por ello.”[8]

Como los bombos y platillos debían llegar a los propios oídos del dictador de la forma más clara y directa, Carrillo, pese a un miedo irracional de hablar en público, pronuncia una conferencia (nada más y nada menos) en la Sorbona, el 23 de abril de 1902. Al parecer, según Ulner, de estas páginas surgiría la que sería posteriormente, su Historia del gobierno de D. Manuel Estrada, que aparece sin año de edición y que llena 237 páginas de loas inmerecidas y sin fundamento a uno de los períodos más oscuros de la historia nacional (que vaya si ha tenido momentos oscuros).

 

“La conferencia se publicó bajo el título Guatemala y su gobierno liberal: Conferencia leída en la Sorbona de París (23 de abril de 1902) (Barcelona, 1902). Aquí repasó la historia de Guatemala después de ganada la independencia y acabó por loar a Estrada Cabrera por instituir en Guatemala ‘la fiesta de Minerva’. Interesa notar que Gómez Carrillo informó más tarde a Camille Pitollet que ‘je n’ai jamais parlé en public’”.[9]

 

Lo que resulta más lamentable aún, más que la adulación interesada, es que inevitablemente, las loas forzosamente tenían que ser mentiras, pues el gobierno de Cabrera fue esencialmente una cleptocracia. Explica Horwinski:

 

“…In Arévalo Martínez’s assessment, “la administración de Estrada Cabrera se caracterizó antes que todo por el estancamiento de todo progreso”. On the contrary, according to Gómez Carrillo, through Estrada Cabrera Guatemala became the Athens of the New World, with Minerva, goddess of wisdom and the arts,  reigning supreme. Gómez Carrillo was, when it suited his purposes, an undeniably able propagandist…”[10]

 

Es un lambiscón consumado, pero no hacía sino seguir la corriente. Ese mismo año de 1902, apunta Oscar Peláez Almengor: “…la Municipalidad de Guatemala (…), aún con la negativa de Estrada Cabrera de celebrar su natalicio, mandó ‘iluminar y adornar el portal de su edificio pues no era posible dejar pasar desapercibida aquella fecha.’”[11] Así que el escritor no tenía por qué quedarse atrás, y su delirio poético lo lleva a hacer afirmaciones que rayan en lo ridículo. Recurro a Horwinski otra vez, a quien cito en extenso:

 

 “…In Zelaya y su libro, for example, he gushes: “Estrada Cabrera, en efecto, es en Centro-América el mandatario ideal. ¡Cuántas veces lo hemos dicho!… Porque realmente si hay hombre lleno de grandes, de nobles, de inquebrantables cualidades, es éste… La gloria de Estrada Cabrera en la historia estribará en haber sido el único que ha sabido reunir la energía de un militar a la inteligencia de un filósofo y a la bondad de un apostol…” (Zelaya y su libro (1910) was written in response to a book by José Santos Zelaya, expresident of Nicaragua, in which he blamed the coup which removed him from power on a conspiracy between Estrada Cabrera and the United States government (…) Here Gómez Carrillo responds to Zelaya’s boast that he brought only peace and advancement to his country: “Mas ¡ay! Frente a ese cuadro fantástico, la realidad  se alza siniestra. Lo que el ex presidente nos pinta cual un edén, es, en verdad, un infierno. El pueblo oprimido no puede vivir; los monopolios arruinan al país; el estado de perpetua alarma, paraliza la agricultura” (…) “Si hay países que no han tenido hasta hoy quejas de los Estados Unidos y que en cambio tienen mucho que agradecerle, son los países de la América Central, cuya independencia moral y –aun material. No tiene baluarte tan fuerte como la Doctrina Monroe…”[12]

 

Subraya atinadamente Horwinski que la adulación al poder por parte de nuestro cronista se debía a su deseo de asegurar su permanencia en París, de ser posible logrando una posición estable. Los esfuerzos propagandísticos del escritor a favor del brutal dictador en su campaña electoral de 1898 fueron recompensados con el nombramiento de Cónsul General en París. En un arranque de politiquería populista, gritaba el cronista en un panfleto del Partido Liberal: “Votaré en fin, a favor de Estrada Cabrera, para votar con el Pueblo y por el Pueblo”. Lo que no previó don Enrique, es que el dictador era un político habilísimo, aventajándolo por mucho en el campo del juego político, pues conocedor de las más bajas pasiones del hombre, conocedor de las ambiciones y de los miedos íntimos de sus gobernados, este conocimiento le serviría para asegurarse la aparente fidelidad de nuestro vanidoso escritor durante su larga y despiadada tiranía. Prueba de ello es que en 1902 es nombrado Cónsul General de Guatemala en Hamburgo y encargado de negocios en Berlín, lo que implicaba el traslado de residencia del cronista a Alemania; circunstancia que éste trató de evitar hábilmente mediante ardides de todo tipo. Cabrera sabía jugar con la inestabilidad económica de Carrillo y sacaba partida de ella.

Y cuando al fin lo consigue, su trabajo a la cabeza de la representación diplomática habrá dejado mucho que desear, puesto que comenta su biógrafo Mendoza, quien además fue amigo del escritor, que “El consulado no siempre trabajaba. Se calcula que seis meses por año estaba cerrado, aunque solía abrirse por las noches a horas imposibles.”[13]

No obstante a que sueña con un puesto diplomático que le otorgue estabilidad y le sufrague su ritmo de vida, en una carta fechada en 1896 que Carrillo le escribe a su amigo Rubén Darío, se queja, ignoramos si por costumbre o sinceramente:

 

“No crea usted que los consulados, como el mío, son minas. Lo que el mío me produce me basta apenas para vivir, y, si no fuera porque dos periódicos de Caracas y uno de Santo Domingo me pagan mis crónicas a treinta francos y me toman (entre los tres) seis al mes, estaría tan mal como antes.”[14]

 

Por eso el pacto cada vez se estrecha más. Es necesario adular más, para conseguir más favores. Si antes era poner al presidente Lisandro Barillas, en el cielo, ahora será al candidatillo de turno. En un folleto que escribió a favor de la candidatura de 1898 a la presidencia de Estrada Cabrera, Carrillo, con imprudencia esboza su retrato en estos poéticos términos:

 

“Los que sólo han visto a Estrada Cabrera en los días de lucha electoral, de manifestaciones callejeras, de gritos contradictorios y de rudas polémicas, no le conocen, pues. Pero le conocen, en cambio, y le conocen a fondo, los que le han visto más tarde.

Durante los días de solemne silencio, cuando la prensa dejó de vocear, cuando todo el mundo pedía más silencio aún (…) cuando dejó de pensarse en las personas para soñar en la Patria, la silueta del mandatario liberal destacóse claramente. Y el pueblo le pudo ver, entonces, en la grave serenidad de su gabinete de estudio, siempre sereno, siempre enérgico, siempre preocupado por el bien del país.”[15]

 

A cambio de su alma, Enrique Gómez Carrillo esperaba cobrar un salario mensual y cumplir su sueño de vivir en la capital parisina con un trabajo estable, además de prestigioso, pues la diplomacia le permitiría conocer y rozarse con sus pares extranjeros, logrando negocios, recomendaciones, aventurillas… Esas ambiciones lo llevan a cometer los más grandes excesos intelectuales, como el que sigue:

 

“Conversador agradable y profundo. Estrada Cabrera sabe seducir a sus auditores sin buscar efectos de frases. Todo lo que sale de sus labios, está impregnado de cierta gravedad sonriente, melancólica y discreta. Es un hombre sincero. También es un hombre convencido, de buena voluntad y de fé entera…”[16]

 

      Parece mentira que ese bonachón personaje que dibuja la pluma enamorada de Gómez Carrillo sea el mismo brutal dictador que la máquina de escribir de Arévalo Martínez y Wyld Ospina nos esbozan en El Señor Presidente o en El Autócrata. Parece mentira que ese señor de “buena voluntad y de fé entera” ordene la tortura y fusilamiento de cientos de opositores, firme órdenes de prisión sin respaldo alguno, que esa voz “melancólica y discreta” haya ordenado que dos jovenzuelos de 18 años apuñalaran en una calle transitada de Ciudad de México a un Manuel Lisandro Barillas de 66 años, el 7 de abril de 1907,[17] calle que por esta razón se llama Guatemala. Ese señor al que nuestro cronista lastimosamente califica de “pensador”, sólo tuvo talento para corromper el sistema político y judicial de Guatemala por veintidós años, dejando daños irreparables para la institucionalidad de la joven república.

De sus tácticas electorales da cuenta Rafael Arévalo Martínez en su monumental ¡Ecce Pericles!, cuando relata los incidentes de la primera contienda electoral, en la misma en la que Carrillo cantaba loas celebrando al gobernante-filósofo:

 

“…en Tactic se está haciendo un corral en donde como animales encerrarán a los votantes, para no sacarlos hasta que den su voto voluntario a favor de la imposición; en las manifestaciones cabreristas de los domingos asisten como paisanos varias compañías de milicianos; las agrupaciones cabreristas de los pueblos paran en borracheras de padre y muy señor mío; se prepara una manifestación escandalosa en que se romperán puertas y ventanas y se vitoreará al candidato independiente…”[18]

 

Del texto citado de Arévalo, estimado lector, pueden sacarse en limpio dos verdades tan claras como el cielo visto desde la cumbre de los Cuchumatanes: primero, que no hay nada nuevo bajo el sol, y segundo, que Gómez Carrillo era un pendejo a la hora de escoger sus fidelidades políticas. O a lo sumo un miope descomunal. Le sigo dando ejemplos, tomados del libro mencionado, que señala al “candidato del progreso” de estar “abusando del poder de presidente interino, distrae los fondos públicos en comprarse votos, fundar periódicos, clubes, etc…” ¡Si Guatemala no ha cambiado nadita! En edificios de hierro y vidrio nomás, pero la vida política sigue inalterable. Y que no le vengan con cuentos que en la “Primavera democrática” todo fue mejor. Villagrán Kramer[19] desnudó el pacto del barranco, en donde la elección democrática para suceder a Arévalo se decidió en un vulgar pacto del poder, o Ramiro Ordóñez Jonama[20] que nos describió a un joven candidato Jacobo Árbenz surcando los cielos nacionales en alas de la empresa nacional de aviación, Aviateca, rodando los polvorientos caminos nacionales en vehículos de la Dirección General de Caminos, y llenando las ondas etéreas de la radio de TGW (radio nacional) con sus incendiarios discursos. ¡Si la ralea política es la misma! Póngale el color que sea, el partido que sea, el dibujito que sea en la papeleta, no se salva ni uno…

Así que mientras Carrillo soñaba con que el tirano era “portaestandarte de las generaciones liberales, como iniciador de la era del Progreso”, el fiero tirano entregaba al país al soborno, a la trampa, al abuso del poder en todos y cada uno de los niveles de la arcaica burocracia. Ese “raro ejemplar del estadista profundo reclamado por todos y por todos deseado”, era temido por lo salvaje y primitivo de su carácter, por su violenta venganza (la familia Aparicio lo experimentaría en carne propia), por su injusticia y por su sistema de delaciones y traiciones.

      Y es que la mano asesina no respetaba fronteras. Felipe Pineda[21] en sus apuntes para la historia de Guatemala relata el caso del general ecuatoriano Plutarco Bowen, quien participó en una invasión de 1898 a territorio guatemalteco acompañando al general Próspero Morales al inicio del régimen:

 

“…[Bowen] fijó su residencia en la ciudad de Tapachula, Estado de Chiapas, donde vivía tranquila y pacíficamente. Agentes del mandatario de Guatemala, llamados Hipólito Lambert, anarquista francés, Juan Urzúa, Vicente Albores y Mateo Ramírez, de nacionalidad mexicana, lo secuestraron de aquella ciudad y lo entregaron a una escolta de la guarnición de Ocós, que de antemano lo esperaba cerca de la línea divisoria. De este puerto fue conducido en un remolcador, maniatado, al de Champerico, y de aquí a Retalhuleu donde se le quitaron las ligaduras. Llevado in continente a Quetzaltenango, y de esta ciudad a la de San Marcos, fue pasado por las armas el 23 de julio, dos meses después del asesinato de Rosendo Santa Cruz[22]. Las señoras de mayor significación de la culta sociedad de San Marcos elevaron una solicitud por telégrafo en que pedían gracia para el General Bowen al Lic. Estrada Cabrera pero éste (…) fue sordo a todo ruego…”

 

La voluntad del dictador se imponía incluso ante la naturaleza, llevando al extremo del ridículo sus decisiones, sino fuera por lo terrible de su verdad hasta podríamos doblarnos a carcajadas. Un evento en particular me impactó desde la lejana primera lectura del ¡Ecce Pericles!, en que cita información que da Manuel Valladares y que por su interés para refrendar mi opinión del ridículo transcribo a continuación:

 

“El 24 de octubre de 1902 despertó inquieta la capital por el confuso y pavoroso estruendo del volcán Santa María. Se estaba en víspera de las fiestas de Minerva, que eran la apoteosis del presidente y urgía calmar la agitación. Para ello, el periódico oficial aseguró que el retumbar ensordecedor era debido a la erupción de un volcán lejano en la frontera de México y que el país estaba tranquilo absolutamente. Y tal afirmación se imprimió en volantes y se hizo publicar por bando en todas las poblaciones, al extremo –así era la obediencia de esclavos de los empleados públicos- de leerse el bando en Quetzaltenango a las doce del día con ayuda de lámparas portátiles, porque las cenizas del inmediato volcán y los pedruscos ensombrecían el cielo y caían sobre las cabezas de los despavoridos moradores…”[23]

 

Otra escena ridícula y dolorosamente cómica. Mucho se ha hablado de la inversión pública que el dictador hizo para empujar al país al desarrollo. Sin embargo, recientes investigaciones en el Archivo General de Centro América que ha realizado mi colega y amigo Rodolfo Sazo, demuestran que las contrataciones resultaban onerosas al Estado. Materiales de baja calidad, contratos incumplidos, resultados insatisfactorios. Muchas veces la mano de obra era conseguida arbitrariamente. Esperaremos la publicación de los resultados de mi colega, entre tanto, Wyld Ospina desnuda estas circunstancias en una anécdota de El Autócrata:

 

“Marchó el fotógrafo, y ya en el pueblo, el alcalde y el comisionado político lo plantaron delante de una vieja fuente pública, que se alzaba en mitad de la plaza pueblerina. ¿Esto debo fotografiar?- preguntó el discípulo de Daguerre al ve la fuente vacía. Sí- contestáronle- pero espere usted un momentito. –A ver vos, sargento!- gritó el comisionado- ¡que echen el agua! Unos soldados trajeron tinajos con el precioso líquido, y vaciados en la taza superior de la fuente, desbordáronse dos hermosos chorros. -¡Apresúrese maistro –Suplicó el dueño de la autoridad- antes de que se acabe el agua!”[24]

 

Pero el régimen se concibe a sí mismo como un faro de seguridad, progreso y cultura. Fíjese usted en las ridículas fiestas minervalias[25]. Es como si el ignorante de Estrada Cabrera estuviera repitiendo la fiesta del hombre nuevo de Roberspierre. El hermoso friso del frontón del Templo de Minerva en el Hipódromo del Sur cantaba el discurso de lo que la patria no era. Guatemala era, como no, en palabras de Asturias, “la oscuridad del trópico”. Mientras la fantasía del tirano vive la consolidación del “liberalismo”, (así entre comillas, porque la palabra en estos trópicos se estira lo suficiente como para permitir toda clase de atropellos e injusticias), la realidad es tan violenta que llena 800 páginas de denuncias en la edición de ¡Ecce Pericles! Que tengo en mi escritorio. En su ensayo político, El Autócrata, Carlos Wyld Ospina denuncia la fachada discursiva y descorre el velo demostrando las entrañas del régimen. Apunta, a propósito de los “ideales liberales” de la época:

 

“…Se exponía en esos papeles el supremo, el único, el sempiterno argumento, de cajón en todas las autocracias de este tipo: la paz, el progreso, la seguridad interna y externa de la República, cuanto ésta era y cuanto ésta valía, obra era del gobernante, por él iniciada y por él sostenida: la falta del mandatario providencial, aunque fuese un solo día o por una sola hora, sumiría al país en un caos político, dentro el cual se vislumbraban, pavorosamente, la anarquía, la revuelta y la final intervención de los Estados Unidos del norte…”[26]

 

Por arte de magia del discurso político de sus aduladores, el dictador ya no es el hombre violento que ordena torturas y asesinatos a capricho. Ahora es un sabio gobernante, el hombre providencial que ha de salvar a la República y gracias a su sacrificio, elevarla a la altura de las naciones civilizadas.

El mismo dictador vive un sueño que lo transporta al lecho mismo del Olimpo, en donde se habrá imaginado compartir la suerte de otros grandes hombres ilustrados como Jefferson, Adams, Madison, Franklin, Rousseau, Montesquieu y Voltaire. Y poco habrá ayudado para superar su sueño esquizoide los discursos de sus allegados, como este fragmento que tomo del primer Álbum de Minerva que tengo en mis manos (“Obsequio a los alumnos de los Establecimientos de Enseñanza en la Primera Celebración de la Fiesta de Minerva establecida por el Gobierno Presidido por el Lic. Don Manuel Estrada Cabrera. Guatemala, veintinueve de octubre de mil ochocientos noventinueve”):

 

“…Celebrar los triunfos de la juventud estudiosa, ensalzar al maestro, enaltecer la educación, cosas son éstas que todos nuestros gobernantes liberales, cual más, cuál menos, han procurado siempre; pero tomar la escuela toda entera, y desdoblarla a la luz del sol sobre la resplandeciente esmeralda del campo y bajo el inmenso toldo azul del cielo, para que todos la admiren y contemplen, es cosa que sólo se le ha ocurrido y ha podido realizar con toda felicidad el Gobernante actual de Guatemala, el Licenciado Estrada Cabrera (…) Quede asimismo, esta fecha inolvidable, esculpida en letras de oro en los anales de la Patria, y con ella, el nombre del esclarecido Gobernante liberal que estableció, año con año, en toda la República, esta suntuosísima fiesta…”…”[27]

 

Eran palabras de Rafael Spínola, Secretario de Estado en el Despacho de Instrucción Pública, el de Gobernación y Justicia. En el librito que consta de 84 páginas, reproduce en las primeras el decreto número 604 mediante el cual, “Se destina el último domingo de octubre de cada año, comenzando por el presente, para la celebración de una solemne fiesta popular y general en toda la República, consagrada exclusivamente a ensalzar la educación de la juventud, festividad a la cual están obligados a concurrir los directores, profesores y alumnos de todos los establecimientos de enseñanza de la República.” También entre sus páginas hay poemas de José Joaquín Palma, Ismael Cerna, Vicenta Laparra de la Cerda y de Agustín Mencos y una alocución de don Agustín Gómez Carrillo, historiador y padre de nuestro cronista, en la que escribe puras babosadas, y que termina con esta frase de escarnio: “Acogemos con júbilo el objeto a que se dirige esta festividad, promovida por el jurisconsulto respetable señor Estrada Cabrera, Jefe Supremo de Guatemala”, ¡Jurisconsulto dice! ¡Jurisconsulto! ¿Qué admirable obra, que respetado código, qué ensayo luminoso de leyes o estudio de jurisprudencia dejó este lastimoso hijo de Los Altos? Buen ejemplo tenía Enrique para escribir las frases sin sustento que dejó para la historia y que ésta le cobró letra por letra…

Y su hijo, por supuesto, no habría de quedarse atrás, que en estos asuntos de sobar levas es el maestro. Cuenta Catherine Rendón que Gómez Carrillo, después de su partida en 1890, sólo regresó a Guatemala en dos ocasiones, y en ambas vinculado al dictador: la primera en 1898, que como ya vimos fue con miras a apoyar la candidatura de Estrada a la presidencia de la república, y la segunda, en 1901, viaje en el que “[p]articipó en las Minervalias de 1901 y editó un periódico procabrerista poco conocido [llamado] La Idea Liberal…”[28]

Wyld Ospina, que estudia la figura del dictador y la construcción de su salvaje régimen en la aquiescencia del pueblo, expresa con relación a las fiestas minervalias:

 

“Buen dinero le costaba al país, es cierto. Rufino Blanco Fombona nos cuenta cómo aprovechó Enrique Gómez Carrillo la megalomanía del autócrata chapín, quien tratándose de la adulación a su persona y a sus obras, llegó a caer en la memez y la majadería…”[29]

 

Unos incautos extranjeros cayeron en la trampa de tinta y papel que producía el régimen para legitimar su satrapía. Una comisión enviada desde el inocente Chile viaja al país para estudiar el sistema educativo nacional, con miras a implementarlo en la tierra de Diego Portales, pero “…los representantes chilenos se dieron cuenta de que la mayoría de las escuelas había sido inventada o se reducía a una piedra angular de un edificio apenas comenzado.”[30]

En un libro editado en la época, titulado lacónicamente El Liberalismo, que mi papá me regalara años hace ya, encuentro las líneas generales del pensamiento político que politicastros como Estrada Cabrera secuestraron en beneficio propio:

 

“…En nombre del liberalismo del pueblo hondureño, excitamos a las juntas patrióticas de la República para que, bajo las bases de libertad, progreso y justicia, se constituyan en clubes liberales, organizándose una gran convención en que todos los distintos círculos personalistas lleven el contingente de sus ideales por el bien y la razón, reservándose como civilizados para la hora del sufragio, el libre voto para quien mejor les plazca…”[31]

 

No pretendo desarrollar un ensayo sobre el pensamiento liberal traicionado en Guatemala ni de la dictadura y abusos de Estrada Cabrera, que esto ya lo han hecho otros antes y mejor, pero quería dejar constancia de la dictadura a la que Gómez Carrillo lamentablemente y fuera de todo cálculo responsable, prestó su pluma y sus servicios intelectuales. Pretendo, además subrayar el divorcio entre el discurso político de la época, tan inspirado en mitologías políticas clásicas y lo sórdido de su realidad. Continúo con la línea trazada al inicio, el comentar las mentes al servicio del poder, así que permítame lector, regresar a la Guatemala cabrerista y todos los hombres del presidente.

Y ya bien asentado en el poder, que con mano férrea ha de manejar durante cuatro lustros, el Hombre se deja alabar. Una muestra del carácter inclinado a la adulación de Estrada Cabrera se asoma de la anécdota que apunta Rendón en su ya citado libro:

 

“…Gómez Carrillo escribió muy poco acerca de su patria, salvo algunos artículos espurios bajo seudónimos en contra de Estrada Cabrera, para luego poder escribir artículos defendiéndolo y alabándolo bajo su propio nombre, pues descubrió que ésta era una línea lucrativa de literatura…”[32]

 

Otro ejemplo de vida a costillas de las fortuna política ajena es el poeta peruano José Santos Chocano, ejemplo de soba levas consumado y el ejemplo más extremo del vividor y oportunista. Yankelevich hace un rápido recorrido por la vida de este sudamericano en su excelente ensayo, en el que traza su presencia en la Revolución Mexicana, con sus colaboraciones con Madero, Carranza y Villa y sus oscuros y permanentes nexos con el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, que inician en el lejano 1901 durante una gira de carácter diplomático, y durante el cual “…se instala pomposamente en Guatemala, donde traba amistad con Manuel Estrada Cabrera, ‘lejos de solicitar yo la amistad de Estrada Cabrera, solicitó él la mía’, sentenciará años después.”[33]

A Guatemala habrá de regresar en 1909, “…aparece ahora vinculado a dudosos negocios mineros, pero sobre todo trata de emparentar con la heredera de una noble familia guatemalteca: Margot Batres Jáuregui…”[34], negocio éste último que no le sale tan mal, pues ya en 1912 aparece en Nueva York casándose con la incauta chapina. Apunta el mexicano que ya desde 1911 corría el rumor de que sus permanentes viajes entre Guatemala y los Estados Unidos obedecían a encargos emanados del propio Estrada Cabrera, “se dice que Santos Chocano es agente de El Señor Presidente”, rumor que se confirma con lo que apunta al respecto Rafael Arévalo Martínez.

Ese año de 1912 Chocano aparece en México. Yankelevich apunta que había sido comisionado por el dictador guatemalteco para sondear al nuevo gobierno mexicano encabezado por Madero sobre la recuperación de Chiapas y Soconusco. Poco habrá durado la mentada comisión, pues como México en esa época era un hervidero, Chocano tiene el privilegio de presenciar los tristes sucesos de la Decena Trágica desde el balcón del Hotel Sanz. Con el siniestro de Victoriano Huerta no hay quien trate, así que busca a Venustiano Carranza y se pone a su servicio. En estas andanzas conoce al monstruo intelectual José Vasconcelos (con quien muchísimos años después se peleará Gómez Carrillo el amor de Consuelo Suncín, en una remota París, de los locos años veinte), y le pide dinero para montar una empresa editorial, y dada la arcaica situación política y la sabiduría vasconcelista, se le niegan los fondos. Ya con Carranza se pone a la disposición del caudillo para agilizar un negocio de armas con Demetrio Bustamante.

 

“…Chocano hace alarde de su personal relación con Estrada Cabrera, inclusive ofrece redactar una carta de presentación para que el agente constitucionalista acuda ante el presidente de Guatemala. El propio Carranza dirige una carta a Chocano, agradeciendo cualquier gestión…”[35]

 

Resulta asesorando a Carranza en materia política. Es todo un maestro en el arte de adular, si no, estimado y fiel lector, déle una leidita a estas líneas, citadas en su ensayo por el mexicano con apellido eslavo: “No os conozco, pero os imagino. Vais a redondear la obra del apóstol Madero. Yo os veo en vuestro caballo de guerra avanzar sobre el porvenir”. En 1914 lo conoce personalmente. Sin embargo en este caso, la historia en este punto le iba a otro bando, y de la profecía de Chocano sólo se cumple la referencia a Madero, pues Carranza resultaría asesinado igual que Madero y enterrado en una polvorienta tumba dentro de un rústico ataúd de maderos mal clavados, según la perfecta descripción de la muerte del caudillo que surge de la pluma de Martín Luis Guzmán en una narración de título inmejorable: El ineluctable fin de Venustiano Carranza.

En Torreón conoce, ese mismo 1914 a Pancho Villa a quien engatusa con sus frases rimbombantes que ya rozan el delirio y el ridículo: “Decididamente hay que admirar a este hombre. Está tocado por el misterio. ¡Está vestido por el Milagro! ¡Está solicitado por la Gloria!”[36] Chocano no se está quieto. Su actividad política a favor de los rebeldes lo lleva de México, a Cuba, a los Estados Unidos y a Guatemala, en donde recoge a su mujer, Margot y se la lleva a vivir a Chihuahua en donde la chapinita conoce al Centauro del Norte, quien durante un almuerzo, sentado a su derecha le murmura, tímido: “dichosa usted que habla inglés y francés”, ganándose una frase cargada de conmiseración de nuestra paisana: “…siendo un hombre de gran inteligencia pero carente de cultura.” Pero la guerra, las rivalidades y los intereses contrapuestos enfrentan a Chocano con Villa, rompiendo sus lazos de admiración y en una carta a Manuel Bonilla, uno de los jefes villistas le dice que Villa era “una locura de fusilamientos, una borrachera de atropellos, una desesperación de fiera en medio del incendio de un bosque (…) A nadie escucha, a nadie atiende y –lo más grave- a nadie cree.” Quema las naves pues, y desaparece de México para aparecer en Honduras, desde donde anuncia haber cerrado una negociación para construir en la hirviente ciudad de San Pedro Sula una fábrica de harina de plátano. En el bando villista, en donde habrán querido rebanarle el cuello lentamente con una bayoneta oxidada lo acusan de ser un espía al servicio de Estrada Cabrera.

Regresa a Guatemala y durante la semana trágica[37] ve danzar a la muerte a sus pies. Una noticia de la época, lo describe así:

 

“Vimos al personaje extraño, vestido con excesiva elegancia; un levitón color de tabaco, con terciopelo en el cuello, pantalones de la misma tela del levitón, el cuello de la camisa alto y tieso que inmovilizaba la cabeza del dueño, una corbata ancha de lazo, unos zapatos de color y un enorme crisantemo en la solapa del levitón… unos bigotes agresivos como dos tenazas de crustáceo y una mirada llena de altivez. Se le tomara por un rastacuero, si no hubiera en aquella mirada algo de distinción, a través de la soberbia con que movía los ojos.”[38]

 

La situación política de Guatemala había cambiado desde la última vez que el poeta se paseara por las aceras de la ciudad. Una serie de terremotos[39] habían arrasado la ciudad de Guatemala y el gobierno se había mostrado completamente incapaz de asumir con orden y responsabilidad la situación. La población había abandonado sus hogares y se había concentrado en campamentos improvisados en los parques y en campos en las afueras de la ciudad,[40] viviendo en covachas a las que se llamó “tembloreras”. La reacción del gobierno fue tan lenta que hasta febrero de 1919 inician las funciones de la Empresa Nacional de Descombración, entidad que debía encargarse del traslado de los escombros de la ciudad arrasada y que terminó por obligar a los ciudadanos a limpiar las calles. Comenta Oscar Peláez Almengor en su interesante investigación sobre éstos terremotos que la dictadura siguió aplicando sus medios coercitivos, pues: “La policía era usada para que los vecinos cumplieran con quitar el ripio del frente de sus casas.”[41] El político Jorge García Granados, en sus memorias relata el aspecto de la ciudad luego de los terremotos:

 

“Días después, lo que había sido Guatemala tenía el aspecto de un enorme campamento. Pocos edificios permanecían intactos, todo lo demás eran escombros; los parques, sitios vacíos y llanos de los alrededores, habían sido invadidos por multitudes que construyeron barracas provisionales.”[42]

 

En mi opinión los terremotos de 1917 y 1918 derribaron la fachaleta del régimen, dejando a luz del día su verdadero rostro de mediocridad, incapacidad y corrupción. En consecuencia, la situación política se va poniendo cada vez más tensa con el surgimiento del Partido Unionista, hasta que en abril de 1920 la Asamblea declara al Presidente en incapacidad mental para seguir gobernando y éste en respuesta ordena el bombardeo de la ciudad desde las baterías del Fuerte de Matamoros. Estalla la guerra.

En ese peligroso mes de abril de 1920, Chocano le manda un telegrama que roza la histeria a su otrora admirado Carranza: “Peligro inminente vida, ruégole gestionar salvación siendo Legación México única que puede hacerlo.” La lucha en las calles es violenta. Basta citar a Arévalo Martínez en lo referente a la muerte de Augusto Fontaine, contratista del régimen y fiel consejero del dictador para que se tenga una impresión de la lucha. Recoge el escritor el testimonio del líder obrero Silverio Ortíz:

 

“Seguí la 15 calle y al llegar a la 4ª avenida , fui alcanzado por un sargento quien me dijo que ya se había averiguado de dónde procedían los disparos; eran Fontaine y su mujer quienes desde su casa de dos pisos que mira a la citada plazuela estaban matando a todos los transeúntes que llevaban en el sombrero el rótulo ‘Unionista’- divisa de nuestras tropas- y pasaban frente a ellos (…) Cuando los soldados unionistas quisieron capturar a los agresores, éstos les hicieron fuego, entablándose una lucha hasta caer muerto Fontaine; su esposa siguió disparando e hirió a un soldado; entonces ya no fue posible respetarla y la mataron a su vez.”[43]

 

Los unionistas logran la victoria tras una semana de lucha en las calles de la capital y de otras ciudades importantes. Tras varios días de combate en las calles de la ciudad, las tropas rebeldes confluyen en gran número (algunos aseguran que diez mil) para el asalto final de la residencia presidencial de La Palma. Desde este puesto se había bombardeado incesantemente la ciudad con unas baterías francesas de 75 milímetros. Wyld Ospina, quien tuvo la fortuna de entrevistar a Santos Chocano, describe el ambiente de la casa en esos días: “Estábamos presos en un círculo dantesco”[44]. Ante la amenaza del exterminio, el dictador se rinde, pese a que los consejos de Santos Chocano, según relataron testigos a Wyld Ospina pasaban por la autoinmolación: “Perezca usted antes que rendirse: la belleza de este gesto bien vale el sacrificio de su vida claudicante, y si es necesario de las nuestras. Usted ha vivido como un amo: no acepte seguir viviendo como un esclavo…”[45], palabras que pese a ser atractivas no convencen al tirano, mucho menos con ceso “… si es necesario de las nuestras”, que suena más a un “después de usted” desesperado. De las escenas del interior de la tenebrosa residencia da cuenta Arévalo Martínez, quien se entrevistó con un sobrino del dictador. Éste le relató que Chocano, le aconsejaba al presidente:

 

“-Aquí sólo hay dos caminos que tomar: o nos fugamos o rompemos con toda nuestra fuerza contra los unionistas, arrasando la ciudad hasta aniquilarlos; pero el camino en que vamos conduce a la ruina.

Al fin llegó la catástrofe presentida por Chocano: capitulamos; y al izarse la bandera blanca aquello parecía el caos: todos procuraban escapar como de una fortaleza sitiada. En esos momentos en que se multiplicaban los reproches y dos militares momostecos se atravesaban a balazos, Chocano, paseándose de un lado a otro con las manos a la espalda, dictaba a Andrés Larga-espada, que escribía en una maquinita portátil, un largo texto (…) don José Santos no componía un poema; dictaba los artículos de una concesión que en el Petén le concedería Cabrera, para explotar el chicle y que pensaba vender a una firma de Estados Unidos.”[46]

 

 

Después de esta escena surrealista, más propia de Stanley Kubric o de Woody Allen que de las páginas de la sufrida historia patria, las tropas rebeldes toman prisioneros a los presentes. El ministro estadounidense coordina la entrega del dictador:

 

“Solemne fue la salida de Estrada Cabrera de La Palma. Los asistentes debían vestir traje de ceremonia. McMillin pidió a todo el Cuerpo Diplomático que lo escoltaran a él y a Carlos Herrera [presidente provisional], quien fue acompañado por los licenciados García Salas, Valladares, Zelaya y ocho oficiales militares, varios marines y diez unionistas (…) cuando salió Estrada Cabrera de La Palma vestía su chaqueta de levita de siempre con una medalla que ‘brillaba sobre su solapa, una decoración que él mismo se había dado en alguna ocasión, pero cuando le quitaron el dinero y pañuelo de seda se ofendió y volvió a su habitación, de donde salió al rato usando un frac.’ Un revólver y la suma de 45 mil dólares le fueron decomisados…[47]

 

La justicia popular se abroga la custodia del poeta y lo encierra entre los temibles muros de la penitenciaría en donde habría de pasar los siguientes seis meses, encerrado en una “celda improvisada, del tipo de una pocilga, más para cerdos que para seres humanos”[48]. Los que no tuvieron tanta suerte (cuesta imaginarlo), fueron encerrados entre los altos muros del colegio San José de los Infantes, pegado a los más altos muros de la Catedral, frente a la plaza mayor. Afuera la multitud rugía, y exigía que les entregaran a los prisioneros para a lincharlos. La casa del poeta fue saqueada e incendiada. Estrada Cabrera fue llevado a la Academia Militar el 15 de abril de 1920, la residencia de La Palma, también fue saqueada, perdiéndose, quien sabe, cuántos valiosísimos documentos para reconstruir ese oscuro período de la historia nacional.

Un testigo de los linchamientos le dejó su relato a Arévalo Martínez:

 

“…Al llegar contemplaron a la multitud que agitaba miembros despedazados como enseña horrible. Sobre un montón de piedrín, llevado allí para levantar las torres de la catedral, un hombre, con aire de matón, restregaba su machete de derecha a izquierda, mientras gritaba: -¡Otro toro!

En la puerta del Colegio de Infantes alguien respondió: -Ahora les va uno bueno, mientras empujaba a un hombre acobardado que luchaba por no salir y dejaba las uñas en las baldosas de piedra…”[49]

 

Epaminondas Quintana, testigo directo de los hechos que resultaron con la expulsión de Estrada Cabrera del poder relata en sus memorias:

 

“…Para mala suerte del cóndor inca, le tocó en suerte estar en Guatemala a la hora de la gran expiación del régimen Cabreriano. Ante la embestida inteligente y formidable de los patriotas –que se amparaban en la ley-, el dictador echó mano de algunos intelectuales, por cierto nada despreciables, tales como Francisco Gálvez Portocarrero, guatemalteco; Andrés Largaespada y el estudiante Heberto Correa, ambos nicaragüenses y entre ellos, Chocano. De motu propio u obligados, ellos rodearon a don Manuel desde el momento en que su silla de dictador vacilaba. Se quedaron encerrados en La Palma durante los ochos días trágicos y, cuando cayó el amo, los intelectuales que lo rodeaban, fueron detenidos y apresados. El hermoso y talentosísimo orador de fuego, “Pocho” Gálvez Portocarrero fue hecho pedazos por la multitud linchadora en uno de los lances históricos más vergonzosos, degradantes y deplorables de la Campaña Unionista. Chocano no estaba allí en la prisión provisional –que era el Colegio de Infantes- y se salvó. Pero el pueblo le acusaba, había estado acusándolo, de instar a Cabrera a hacer una matanza descomunal de los patriotas y hasta se mencionaban poemas que incitaban a tal fin…”[50]

 

De algunos linchados también nos da noticias la historiadora Catherine Rendón en su libro al que ya hemos echado mano: “Los primeros en ser descuartizados fueron el licenciado Francisco Gálvez Portocarrero (‘Cara de Ángel’), ‘Mico’ Ponce y Miguel López ‘Milpas Altas’. El cadete ‘Mico’ Ponce era especialmente odiado porque se sabía que disparaba contra cualquiera que hablara mal del Benemérito. Cometió su último ultraje antes de morir, invadiendo el atrio de La Candelaria en un caballo para dispararle a alguien.”[51]

A Chocano se le acusa de susurrarle al oído al desalmado de Cabrera que ordene a las tropas disparar a mansalva en contra de la multitud que ha marchado a la residencia presidencial de La Palma para que renuncie. Los unionistas se debaten sobre qué hacer con este famoso prisionero.

Según Yankelevich, la solución la dio la “comunidad internacional”, pues:

 

“El rey de España Alfonso XIII, algunos presidentes latinoamericanos, y un buen número de escritores y artistas de Europa y América Latina demandaron su liberación. Finalmente, en octubre de 1920 abandonó la prisión para abordar de inmediato un tren rumbo a Nicaragua y Costa Rica. Lo acompaña Margot y los dos hijos de este matrimonio: José Antonio y Alma América.”[52]

 

Esta versión del historiador mexicano es refrendada por el señor Glicerio Villanueva Díaz, embajador de Perú en Guatemala, quien en el prólogo a una antología de Chocano apunta:

 

“…De hecho su fusilamiento es inminente, entonces sus amigos admiradores inician una gran campaña, denunciando el crimen en potencia. El primero en expresar su preocupación por la vida de Chocano es el Cardenal Gaspari en nombre del Papa; también lo hace el rey de España, Alfonso XIII; siguieron los presidentes de Argentina, Colombia y Panamá, y por cierto, del Perú. Desde Europa lo hicieron prohombres de la cultura con el siguiente texto: ‘Noticias: Guatemala hacen temer por la vida de José Santos Chocano, escritores hispanoamericanos en París, intercedemos efusivamente por la libertad del más grande poeta de América’ (…) La ola mundial de pedidos por la vida de José Santos Chocano surte efecto, siendo puesto en libertad, en forma secreta. El 16 de octubre de 1920 llega en tren a Managua…”[53]

 

Lo que me inquieta del recuento del embajador sudamericano es que haga énfasis en la intervención de Perú, con ese su “…y por cierto, del Perú”, carajo, como si fuera cosa extraordinaria que un país interceda por un nacional que peligra su vida. Suena a favor, a concesión de su majestad y no a una obligación de un Estado el velar por los nacionales, criminales o no, que están a punto de ser fusilados o linchados luego de una revolución. La diplomacia que hay que aguantar en estas regiones tropicales.

Por su parte, el memorioso Epaminondas Quintana cuenta otra versión, de quien no tenemos razones para no creerle, por haber sido líder estudiantil durante esta violenta revuelta, porque prácticamente se acuerda de absolutamente todo y porque no anda por el mundo lanzando frases de perdonavidas como el diplomático peruano citado arriba:

 

“Así, cuando los estudiantes universitarios del Uruguay pidieron a los colegas de Guatemala interceder por el gran poeta, los estudiantes salieron en su defensa y supieron arrastrar tras de sí a todos los intelectuales y clase culta, quienes gallardamente –y oponiéndose así a la expresa voluntad de todo el pueblo-, pidieron  al Gobierno la libertad de Chocano. Y el gobierno, justo y magnánimo, lo libertó…”[54]

 

Pero este fue el extremo del hombre uncido a su destino.

Su salvada de pellejo no alegró a todos sin embargo. Vargas Vila, ese colombiano de lengua de oro y veneno al que ya nos hemos referido antes en alguna parte, y que durante toda su vida fue un crítico acérrimo de las dictaduras latinoamericanas, dijo a propósito de Chocano una frase que debería labrarse en oro por lo perfecta: “Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo muriendo en el. Ahí está vivo después de haber fatigado la infamia” y para Gómez Carrillo también tuvo una frase ingeniosa, aunque menos perfecta y aún menos exacta: “va detrás de una mujer o una patria para vivir de ellas.” Por lo menos era sincero, pues siempre expresó estas opiniones y otras más violentas en las entrevistas que le hacían los periódicos de la época.[55]

Pero Vargas Vila era más bien una excepción. Otro hombre que por un tiempo se benefició de su pacto con el poder fue el poeta Rubén Darío, quien en el ocaso de su vida se encontraba en Nueva York, sin un centavo y enfermo, como leímos de él en el ensayo anterior. A instancias de Máximo Soto-Hall (otro uncido al yugo de la tiranía) es traído en 1915 a Guatemala por órdenes de Estrada Cabrera y bajo la promesa de que “…el poeta escribiría un libro elogioso para la administración cabrerista…”[56], estableciéndose en el Hotel Imperial, en donde la bondadosa mano presidencial patrocinaba al vate mientras éste pretendía preparar su apología. Pasado el tiempo sin producir ni un renglón a la gloria del cabrerismo[57], el dictador le retira la cuenta abierta y éste se traslada a Nicaragua, para morir al poco tiempo.

Chocano sería víctima de su propia lengua. En 1926 entra en una controversia con Vasconcelos, quien en un artículo publicado en marzo de 1925 en El Universal, se había expresado del poeta en términos poco halagadores: “Perdió la partida su amo reciente, y entonces Chocano, ya sin freno ni pudor, se fue a cortejar a Estrada Cabrera, la víspera de que se derrumbara. Después de aquél fracaso, Chocano recorrió otros caminos todavía más sucios, pues creo que estuvo en Venezuela y finalmente se ha ido a juntar con el verdugo de su patria…”[58] Chocano, indignado redacta una respuesta que titula Apóstoles y farsantes, en donde acusa a Vasconcelos de atribuirse una importancia que no le corresponde en la Revolución Mexicana, pero emocionado por la rabia, le pasa revista también a Amado Nervo y otros intelectuales mexicanos, a quienes acusa de ser meros bufones. Acusa a Lugones, el argentino de ser un burgués con miedo a perder sus comodidades y a Vasconcelos de escribir para imbéciles e ignorantes. Redacta otro ataque que envía para su publicación al diario El Excélsior en que se construye a sí mismo como personaje principal de la revolución por su amistad con Madero, Carranza, Villa y Álvaro Obregón. Vasconcelos critica las ideas políticas de Chocano, quien creía que las dictaduras eran sanas para países atrasados como los americanos. En la polémica se involucran los estudiantes peruanos agrupados en la Federación de Estudiantes de Perú, imbuidos del espíritu de reforma universitaria heredada de la reforma de Córdoba de 1918 y asumen la defensa del mexicano, quien sigue siendo atacado por Chocano desde las páginas de La Crónica.

La discusión se sale de las manos cuando un miembro de la Federación, Edwin Elmore, ingeniero y joven intelectual formado en conversaciones con Miguel de Unamuno, José Ingenieros, José Vasconcelos, José Ortega y Gasset y Pedro Henríquez Ureña, lee en una estación radial de Lima un alegato en contra de las tiranías y sus defensores, en clara alusión de Chocano. Elmore pone por escrito sus denuncias y las envía para su publicación a La Crónica, recibiendo insultos directos de Chocano. Yankelevich relata:

 

“Corría la tarde del 31 de octubre de 1925, Elmore colérico acudió a la redacción de El Comercio para insertar su carta contra Chocano, éste, dirigiéndose al mismo lugar se encontró con su adversario. Cambiaron insultos, el joven abofeteó al poeta, quien desenfundó un revólver y disparó. Elmore murió en  una sala de operaciones y Chocano pasó a convertirse en un reo del fuero común.”[59]

 

Chocano, protegido del presidente de turno, Leguía, es internado en el hospital militar (¿lo ve?, nada nuevo bajo el sol), en donde se instala también su segunda esposa, Margarita, de origen costarricense. Allí atiende el juicio en su contra y en junio de 1926 se dicta sentencia, condenándolo a tres años de prisión y a una indemnización a la viuda de Elmore. Otra campaña internacional y una leguleyada logran la liberación del poeta, quien es puesto en liberad el mes de abril de 1927, pero es castigado con el ostracismo por el mundo intelectual peruano. Rechazado e ignorado por sus compatriotas decide autoexiliarse en Chile a mediados de octubre de 1928. Pero como decía mi abuelita, que “a gallina a la que le gusta el huevo, aunque le quemen el pico”, en Chile pide préstamos de conocidos y adquiere deudas para echar a andar un proyecto excéntrico: la búsqueda de un supuesto tesoro que los jesuitas enterraron bajo la ciudad de Santiago cuando fueron expulsados por Carlos III. Solicita permisos para excavar en un área de cinco hectáreas y todo el año de 1932 lo ocupa en buscar en zanjones y terrenos baldíos el supuesto tesoro. Mientras tanto, y como respuesta a su complicada situación económica le pide a Alfonso Reyes ayuda para iniciar una vasta obra sobre la Revolución Mexicana. No sabe que su vida de película ya está llegando a su fin.

 

“…Una tarde de diciembre de 1934, Chocano fue asesinado a puñaladas mientras viajaba en un tranvía. El autor del crimen fue Martín Bruce Padilla, un chileno que confesó sentirse traicionado por el poeta con motivo del negocio de los tesoros jesuitas. El asesino argumentó que había suscrito un contrato con su víctima por tener conocimiento del lugar exacto de los enterramientos (…) El asesino fue declarado ‘demente’ y terminó sus días encerrado en el manicomio de Santiago.”[60]

 

El asesino se abalanzó sobre Chocano a la altura del teatro Rialto, clavándole dos veces el cortaplumas en el corazón, pero Chocano trató de ponerse de pie, y Bruce Padilla le clavó el instrumento en la espalda. Según un relato: “En el taxi que le conducía a la Asistencia Pública de su barrio, Ñuñoa, le dijo al chofer ‘Apure, por favor, que me duele mucho el corazón’”.[61]

Después de leer las loas, poemas y demás bajezas que intelectuales de la época cantaron a Estrada Cabrera (y otra lista de innumerables tiranillos), encontré en Peláez Almengor, un comentario sobre la obra de Wyld Ospina (que también hemos usado para este recuento de la dictadura), en el que apunta atinadamente un comentario que me ha dejado pensando mucho en la verdad que contiene: “…debemos preguntarnos si el autócrata se formó a sí mismo una imagen o, por el contrario, sus seguidores le forjaron una a su medida. Quizá hay en esto un camino de doble vía.”[62]

En su pacto Gómez Carrillo perdió su alma y el reconocimiento de su nación, que es igual a cambiar la eternidad por un plato de lentejas, como la historia bíblica. La verdad del olvido en el que se tiene actualmente a nuestro escritor es precisamente este lamentable pacto con el poder. Tras la caída del tirano, Gómez Carrillo fue objeto del peor de los castigos para aquellos que viven por la fama: el olvido. Guatemala entera le aplicó el ostracismo. Y este desprecio a su comportamiento sobrevivía 100 años después, cuando mi papá habiéndome recomendado la lectura de sus libros le reprochaba con amargura su decisión de cantar loas a tan siniestro personaje.

El dictador enfermó el 6 de septiembre de 1924 cuando un resfriado se le complicó. Su médico Lisandro Cabrera notó que la gripe en la condición diabética de don Manuel podía empeorar, por lo que le asignó una enfermera para que lo cuidara 24 horas.[63] El dueño y señor de Guatemala durante 22 largos y oscuros años murió a las tres de la mañana del 24 de septiembre de 1924, un mes antes de cumplir los 68, de pulmonía. Murió en la casa que se le había asignado como prisión, ubicada en la 10 calle entre 4 y 5 avenidas de la zona 1.

El cortejo fúnebre salió de su última morada a las 10.30 de la mañana, en un carruaje que con paso apresurado llegó veinticinco minutos más tarde a la Estación Central del Ferrocarril. Los restos mortales fueron colocados en el tren número 17 con rumbo a Quetzaltenango, su ciudad natal, a donde llegó a las 3 de la mañana del día siguiente.[64]

      Al final la muerte suele liquidar con equidad los saldos vitales. En mi visita a la tumba del tirano en Quetzaltenango hace unos años, encontré el mausoleo recién pintado de blanco, las rejas pintadas de anticorrosivo negro y una corona de flores recién puesta en ofrenda a su puerta. En París, años después de visitar al tirano, encontré la tumba del cronista limpia y con flores recién cortadas puestas ordenadamente en su macetero. Uno muerto en 1924 y otro en 1927, ambos parecían estar en paz con el mundo…

 

El Mirador

 

El Mirador

Inserto una supuesta fotografía de “El Mirador”, publicada en http://armenia-elsalvador.blogspot.com, un blog dedicado a los hijos de Armenia, Sonsonate, El Salvador, en el que se relata sin mucha información y con más entusiasmo familiar, la vida y aventuras de Consuelo Suncín. El pie de la fotografía explica: “La fotografía es de la Villa de Grasse, El Mirador, un minipalacio que Consuelo había heredado en 1927, del escritor guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo, llamado el “Príncipe de la Crónica” y Diplomático de Carrera. Este se jactaba de haber  conocido personalmente al joven poeta nicaragüense Rubén Darío, en el año de 1890, en el Hotel La Unión, de la capital Guatemalteca.”

De este párrafo se desprende que quien actualizó el blog en este texto no está muy familiarizado con la figura del escritor Gómez Carrillo, pues la Villa de Grasse ha de ser la casa en la que vivió y murió Consuelo ya viuda de Saint-Exúpery, pues la lápida del Cementerio Pére Lachaise, consigna que Consuelo murió en esa ciudad francesa el 28 de mayo de 1979, mientras que el chalet El Mirador, estaba ubicado en Niza, en el Chemin de Brancolar, como ya he mencionado antes. Acaso la nostálgica Consuelo, arrepentida de haberse deshecho de la propiedad de Niza haya bautizado su casa de Grasse como El Mirador, en un comprensible, pero inexcusable cargo de conciencia.

Por otra parte, Gómez Carrillo no se “jactaba”, de ser amigo de Rubén Darío, porque lo fue desde ese lejano año de 1890 en que trabajaron juntos en la redacción de El Correo de la tarde en la provinciana ciudad de Guatemala, hasta la misma muerte del poeta, en Nicaragua en 1917. Veinticinco años de tirante amistad en la que ambos intercambiaron elogios, reproches y críticas ácidas pero en la que siempre ganó la admiración y el aprecio que se profesaban ambos. Además, en la época en que ambos vivieron era imposible saber quien se jactaba de conocer a quien, tomando en cuenta que ambos eran los escritores más famosos de las letras hispanas del momento.

 


[1] En: José Juan Colín (editor). Sergio Ramírez. Acercamiento crítico a sus novelas. F&G editores, Guatemala: 2013.

[2] Pablo Yankelevich. Vendedor de palabras. José Santos Chocano y la Revolución Mexicana. Puede leerse el texto íntegro del ensayo en www.ciesas.edu.mx/desacatos/04%20Indexado/Esquinas.pdf.

[3] Robert Duvall, en el papel de Stalin en la miniserie del mismo nombre, en la que aparecen estas escenas, es supremo.

[4] Epaminondas Quintana. La Generación de 1920. Tipografía Nacional, Guatemala: 1971. Página 143 y 144.

[5] Horwinski. Op. Cit. Pág. 24.

[6] Ulner. Op. Cit. Pág. 21.

[7] Ulner. Op. Cit. Pág. 20.

[8] Horwinski. Op. Cit. Pág. 28.

[9] Ulner. Op. Cit. Pág. 218.

[10] Ibid. Pág. 24.

[11] Oscar Peláez Almengor. El Pequeño París. Universidad de San Carlos de Guatemala, Centro de Estudios Urbanos y Rurales. Guatemala: 2008. Página 73.

[12] Horwinski. Op. Cit. Pág. 27.

[13] Horwinski. Op. Cit. Pág. 28.

[14] Ulner. Op. Cit. Pág. 204.

[15] Enrique Gómez Carrillo. Manuel Estrada Cabrera. Tipografía de Arturo Siguere y Cía. Guatemala: 1898. Página 3.

[16] Gómez Carrillo. Op. Cit. Página 4.

[17] Rendón. Op. Cit. Página 192.

[18] Arévalo Martínez. Op. Cit. Pág. 59.

[19] Francisco Villagrán Kramer. Biografía Política de Guatemala. Tomo 1. FLACSO, Guatemala: 1994.

[20] Ramiro Ordóñez Jonama. Un sueño de Primavera. Editorial Entheos. Guatemala: 2012.

[21] Felipe Pineda C. Para la historia de Guatemala. Datos sobre el Gobierno del Licenciado Manuel Estrada Cabrera. S/D. México: 1902. (Versión electrónica Kindle). Este libro contiene un anexo interesante de documentos (pasquines y hojas sueltas de la época) que denuncian los tempranos crímenes de la dictadura y una lista de personas asesinadas por el régimen en sus primeros años. También acusa a Estrada Cabrera de haber contratado a Oscar Zollinger en Costa Rica, para asesinar al presidente Reyna Barrios.

[22] Asesinado por el régimen en Tactic, Alta Verapaz, el 26 de abril de 1899. Felipe Pineda consigna en su libro: “…Diputado Rosendo Santa Cruz, asesinado al estar durmiendo en la prisión del pueblo de Tactic, cuando iba preso de Cobán para la capital de Guatemala, a presentarse ante la Asamblea”

[23] Arévalo Martínez. Op. Cit. Página 91.

[24] Carlos Wyld Ospina. El Autócrata. Tipografía Sánchez y de Guise. Guatemala: 1929. Página 120. Así resume Wyld Ospina los veintidós años de dictadura: “La Administración entera no fue sino una farsa. Como un ácido maligno, la mentira lo corroyó todo, lo corrompió todo. Se vivía de la mentira. Como el armatoste de madera y lona de los listos gualanenses, la República mostraba un frontis de trapo pintarrajeado simulando un monumento de progreso. Adentro no había más que polvo, telarañas y sabandijas…” (Página 121).

[25] Julio Bianchi, en el prólogo que escribiera para la obra de Rafael Arévalo Martínez, fechado en 1941 y reproducido en la edición que de Ecce Pericles! lanzó la Tipografía Nacional en 2009, comenta que el censo de 1920 arrojó un 97% de la población analfabeta.

[26] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 149.

[27] V/A. Album de Minerva. Tipografía Nacional, Guatemala: 1899. Página VIII.

[28] Rendón. Op. Cit. Página 76.

[29] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 171.

[30] Rendón. Op. Cit. Página 65.

[31] Fernando Somoza Vivas. El Liberalismo. Su reorganización en Honduras. Estudio Histórico Político. Tipografia Nacional, Tegucigalpa, Honduras: 1906. Página 144.

[32] Rendón. Op. Cit. Página 75.

[33] Yankelevich. Op. Cit. Página 3.

[34] Ibid. Pág. 4.

[35] Yankelévich. Op. Cit. Pág. 6.

[36] Ibid. Pág. 10.

[37] Para un detallado recuento de la caída del régimen cabrerista, consultar la obra de Rafael Arévalo Martínez, Ecce Pericles!, o el más breve de Catherine Rendón, Minerva, La Palma, el enigma de don Manuel.

[38] Martin E. Erickson. Guatemala, Asilo de Escritores Hispanoamericanos. Revista Iberoamericana. Página 119. El texto completo se puede leer en: revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/indez.php/Iberoamericana/article/viewfile/975/1211.

[39] “Los temblores de tierra se iniciaron el 17 de noviembre de 1917, sin afectar a la capital: el primero a las 11:50 y el segundo media hora más tarde (…) Un mes y días más tarde, la noche del 25 de diciembre a las 9:30 se sintió en la capital guatemalteca el primer temblor, no de gran magnitud, pero sí lo suficiente para alertar a la población. Una hora y cincuenta minutos después sobrevino la catástrofe; dos fuertes movimientos de tierra uno tras otro, echaron al suelo las cornisas de las casas (…) Un segundo terremoto se produjo a las 11:45 (…) El 31 de diciembre a las 8:30 de la noche se dejó sentir otro temblor de larga duración. En los primeros días de enero de 1918 reinó la calma, pero el 3, a las 3:37 de la madrugada, nuevas conmociones terrestres abatieron la ciudad (…) Un último terremoto desplomó lo que quedaba en pie de la ciudad el 24 de enero de 1918 a las 7:30 de la noche…” (Oscar Peláez Almengor. El pequeño París. Universidad de San Carlos de Guatemala, Centro de Estudios Urbanos y Rurales. Guatemala: 2008. Págs. 28 y 33).

[40] En enero de 1918, el gobierno ordenó la formación de un catastro para regularizar el trabajo de los vecinos. Cada subcomité de campamento debía levantar un padrón registrando el nombre, edad, estado civil, ocupación y oficio de cada individuo para emplear los brazos hábiles en el trabajo cotidiano. Se obligó también a los médicos, farmacéuticos y dentistas a incorporarse a la Cruz Roja. Estos no podían dejar la ciudad sin permiso y los infractores podían ser castigados por desobedecer a la autoridad.” (Peláez Almengor, Op. Cit. Pág. 37).

Peláez Almengor apunta que mucha gente afectada por los terremotos siguió viviendo en los campamentos hasta finales de la década de los años 30, cuando para regularizarlos se crean los barrios de El Gallito, en la zona tres y La Palmita, en la zona 5 de la ciudad capital.

[41] Peláez Almengor. Op. Cit. Pág. 57.

[42] Jorge García Granados. Cuaderno de Memorias (1900-1922). Artemis y Edinter. Guatemala: 2000. Página 149.

[43] Arévalo Martínez. Op. Cit. Pág. 673.

[44] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 219.

[45] Ibid. Página 220.

[46] Ibid. Pág. 723.

[47] Rendón. Op. Cit. Pág. 301 y 303.

[48] Yankelevich. Op. Cit. Pág. 16.

[49] Arévalo Martínez. Op. Cit. Pág. 745.

[50] Quintana. Op. Cit. Pág. 145.

[51] Rendón. Op. Cit. Página 311.

[52] Yankelevich. Op. Cit. Pág. 16.

[53] S/A. Osado peregrino. Homenaje de Guatemala a José Santos Chocano. Editorial Cultura y Embajada del Perú, Guatemala: 2010.

[54] Quintana. Op. Cit. Página. 145.

[55] Consuelo Triviño Anzola. Vargas Vila injuriando a los Césares. Journal of Hispanic Modernism. Año 2010,  número 1, Página 206. (modernismodigital.org).

[56] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 172.

[57] Erickson. Op. Cit. Página 118.

[58] Yankelevich. Op. Cit. Página 21.

[59] Ibid. Página 24.

[60] Yankelevich. Op. Cit. Página 29.

“Se cumpliría inexorablemente más tarde. Ahora sí, ahora, cuando Martín Bruce Badilla, el asesino, lo ve sentado muy cerca, en el asiento posterior del tranvía número 768, de la línea 34 de Santiago de Chile. Chocano había ya dejado las cartas en el correo (…) Convocados para estudiar el caso del asesino, los médicos legalistas, doctores Volney Quiroga y Germán Grieve, certificaron el 11 de marzo de 1935 que Martín Bruce Badilla padecía de paranoia o psicosis de interpretación, una forma riesgosa de demencia. El juez dispuso el encierro del asesino en el Manicomio de Santiago. Allí murió en 1951.” (Teodoro Rivero-Aylón. José Santos Chocano y la sibila de Lexington Avenue. UMBRAL, Revista de Educación, Cultura y Sociedad. Año V, No. 9-10. Diciembre 2005. Páginas 193 y 194).

[61] Félix Romero. José Santos Chocano. La Vanguardia, Barcelona: 23 de marzo de 2011. Página 23.

[62] Peláez Almengor. Op. Cit. Página 73.

[63] Rendón. Op. Cit. Página 337.

[64] María Elena Schlesinger. Fotografías habladas de un tirano. Diario elPeriódico, Guatemala: 29 de enero de 2005.


Un nómada en la república ornamental. Los recuerdos de Paul Bowles sobre Guatemala.

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

Paul Bowles

 

Paul_Bowles

Paul Bowles en Tánger, 1952. Portada de la edición mexicana de las memorias del escritor estadounidense.

 

 El escritor estadounidense Paul Bowles, no era una persona simpática. Al menos a juzgar por sus escritos. Sus libros son fríos, impersonales. Basta hojear su famosa novela, El cielo protector, para desencantarse de la vida. Es como leer a Sartre, no apto para depresivos. Pero escribe bien, sus frases son cortas, directas, que prescinden de adornos. Sus libros Cuentos del desierto y Cabezas verdes y manos azules, son más bien instantáneas antropológicas de la vida en el Sahara o los Montes Atlas, que ejercicios de la imaginación. Pero son buenos. Y él es un escritor brillante.

“Y se le ocurrió que un paseo por el campo era una especie de epítome del paso por la vida. Uno nunca se tomaba el tiempo de saborear los detalles; uno se decía: otro día será, pero siempre con la convicción secreta de que cada día era único y definitivo, que nunca habría otra vez, otro regreso.”[1]

 

De la primera novela que mencionamos, el director italiano Bernardo Bertolucci hizo en 1989 una insuperable adaptación, con el mismo título, en el que protagonizan la aventura de la pareja de turistas estadounidenses la guapísima Debra Winger y el magnífico actor John Malkovich. La película es un ejemplo del bien quehacer fotográfico, con imágenes del desierto que por sí solas justifican ver la película. El largometraje es una historia que fluye mejor que la novela, gracias a las dos pozas azules que Winger tiene por ojos.

Pero Paul Bowles es quizás más famoso en el mundo anglosajón por sus artículos de viaje, oportunamente recopilados en un solo volumen titulado Travels. Collected Writings, 1950-1993, y por su libro de memorias, traducido al español bajo el título Memorias de un nómada, en el que hace gala de un humor finísimo, de un escepticismo desarmante y de una crítica feroz. En una de sus páginas encontramos: “Los alemanes eran amables, pero no me inspiraban ningún interés. Comprendí por qué recalcaban la palabra Kultur: no la tenían y esperaban adquirirla a fuerza de hablar de ella” (¿ven lo quiero decir?). Es además poseedor de una memoria infalible con la que recorre el mundo y su vida buscando un hogar, conociendo en su largo camino a personalidades de la alta cultura que van desde Tristán Tzara a Orson Welles, pasando por Gertrude Stein, Peggy Guggenheim, Jackson Pollock, Max Ernst, Jack Kerouac, Gore Vidal, William Burroughs y Marcel Duchamp, hasta Arthur C. Clarke. Inicia su viaje en la ciudad de Nueva York, en donde nace en 1910 y lo termina en Tánger, en donde termina por establecerse y en donde conoce al escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, de quien se hace amigo y consejero en su oficio literario. Moriría en esa ciudad marroquí en 1999. Una vida de película que hasta el chef-viajero Anthony Bourdain recoge en su magnífico programa dedicado a la ciudad de Tánger en su nueva serie Parts Unknown, transmitido la temporada pasada por la cadena noticiosa CNN.

La gran virtud de Memorias de un nómada, es que nos trasporta a un mundo en el que todavía se viajaba en trasatlánticos, con montañas de equipaje, en el que se podía llevar por los días de la travesía oceánica una vida paralela en el espacio vacío del mar. Era el mundo de los autos traqueteantes por caminos de tierra, de ferrocarriles que todavía eran símbolos de modernidad y de clase. Y como telón de fondo, el convulso siglo XX. A continuación hacemos un ensayo de contextualización histórica de los viajes que Bowles hizo por nuestro país.

 

-II-

El primer paso de Bowles.

 

Rodrigo Rey Rosa no fue el primer guatemalteco que el famoso escritor conoció en su vida. Es más, muchísimos años antes de que naciera el compatriota, Bowles ya se había paseado por nuestros caminos. Su primer viaje al país ocurrió, bien a finales de 1936 (pues páginas antes menciona el alzamiento de Franco en contra de la República), o bien a inicios de 1937. En todo caso, en su recuento de vida nos narra un interesante incidente:

“Estábamos a sólo día y medio en tren de la frontera de Guatemala y pensamos que antes de volver al norte debíamos conocer el interior. La proximidad resultó ilusoria, pues cuando llegamos a Suchiate, en la frontera, las autoridades guatemaltecas me impidieron la entrada por haber escrito la palabra ninguna junto a “religión” en el impreso de solicitud. Como les parecía sospechoso, me dijeron que tenía que presentar avales de seis hombres de negocios de Tapachula. Volvimos a aquel pueblo desolado en el que sólo habíamos estado una noche, los tres de pésimo humor, y pasamos dos días intentando en vano conseguir aunque sólo fuera uno de los avales exigidos; fue imposible (puesto que allí los pilares de la sociedad eran casi todos alemanes y no tenían la menor intención de ayudarnos ni de ser amables). Consultamos en la sede local de los sindicatos mexicanos. Al tercer día, mandaron un hombre que nos acompañó hasta Suchiate, donde esperamos y nos presentaron fuera de las horas de oficina a un funcionario que no sólo cumplimentó una nueva solicitud para mí sino que consiguió que las autoridades guatemaltecas la sellaran y nos proporcionó una embarcación en la que cruzamos el río Suchiate hasta Ayutla, del lado guatemalteco. Así que tuvimos una rápida visión de tres semanas de aquella pequeña república ornamental antes de regresar a Ciudad de México.”[2]

 

Estos recuerdos parecen tan vigentes al día de hoy, como lo fueron entonces. Fronteras perdidas de la mano de Dios, en donde el funcionario de migración es el rey y señor de las vidas y destinos de quienes quieren cruzarlas y que legisla desde su ventanilla. Eran los años de la paranoia del comunismo latinoamericano. Recordemos que apenas cuatro años antes, en 1932, habían sucedido los terribles sucesos de la rebelión campesina en El Salvador, cuya concepción falsamente se le atribuyó, y ellos también, falsamente se atribuyeron, los comunistas del pequeño partido salvadoreño. Ese mismo año había sido fusilado en Guatemala el hondureño Juan Pablo Waingwright, y otros colaboradores, acusados de querer iniciar la chispa de un movimiento comunista en estas tierras, y el general Ubico usaba la amenaza comunista para afianzar su dictadura. Por ello es que habrá generado suspicacias la declaración de Bowles de no tener religión alguna, porque los comunistas eran en esos años, sinónimo de ateísmo. Y por cierto que para ese entonces Bowles efectivamente militaba en el Partido Comunista de los Estados Unidos, aunque claro está, muy a su estilo:

“Así que nos inscribimos como Paul y Jane Bowles. Luego nos mandaron a la Escuela Obrera a una clase aburridísima de marxismo-leninismo.

-No me entero de nada- se quejó Jane cuando estudiábamos el libro de texto. Yo sí, pero era todavía peor. Procuramos compensar nuestra falta de devoción al marxismo-leninismo, yendo a ver todas las películas rusas que estrenaban en Nueva York.[3]

 

Eran también, los años en que don Lázaro Cárdenas apretaba y soltaba la mano de hierro en el vecino país, permitiendo el disenso con el partido oficial pero sin dejar que se cayera en el abierto desafío. Consultando el Mapa Oficial de vialidad de la República de Guatemala, publicado en el mes de junio de 1942, junto con la Guía Kilométrica de las 23 Rutas Nacionales de la República de Guatemala[4], podemos establecer que por esos años, existía un ramal del ferrocarril que conectaba a Tapachula con la frontera, en un puesto llamado Mariscal. Del otro lado de la frontera, tras cruzar el río Suchiate, partiendo del poblado de Ayutla, el ferrocarril llegaba a Coatepeque y Champerico.

 

-III-

El segundo paso de Bowles.

 

El segundo viaje de Bowles a Guatemala, tiene lugar en el año de 1938[5]. Sus recuerdos al respecto de esta visita tienen un claro tinte antropológico, que se concentra en su interés por la cultura indígena y que están rodeados por la bruma idílica de misterio propio de los bosques del altiplano.

“Pasamos un mes en Costa Rica, y en Puerto Limón embarcamos rumbo a Puerto Barrios. En mi primer viaje a Guatemala el año anterior no había estado en Chichicastenango y tenía muchas ganas de ir y también de hablar con el padre Rossbach, el sacerdote que animó a los quichés a continuar con sus sacrificios en los hornos de la escalinata de la catedral porque ya estaban allí antes de que se construyera la iglesia. También les había permitido enterrar un cristo de madera a casi dos metros de profundidad detrás del altar, que sacaban la mañana de Pascua. Así que, como se acercaba la Semana Santa, fuimos a Chichicastenango y hablé con el padre Rossbach de las leyendas del Popol Vuh, que él conocía muy bien, pero no se ofreció a dar explicaciones. Pasamos dos semanas en la posada Maya y luego bajamos hasta Antigua; allí se quedó el loro, en un limonero, en casa de la señora Espinoza. (No conseguimos hacerle bajar.) Por las tardes paseábamos a caballo por los cafetales; nos hicimos con una buena colección de sutes antiguos (esa tela multiuso que utilizaban las mujeres de allí como tocado, para las hamacas de los niños, como saco y toalla), que no podían encontrarse en ningún mercado ni tienda, sólo comprándoselas a las mujeres que las llevaban puestas cuando nos cruzábamos con ellas.”[6]

 

Destaca su referencia a la Antigua y su estadía en dicho lugar, por el recuerdo de sus cabalgatas entre los cafetales, que vienen a confirmar la vocación agrícola de exportación que había surgido como motor del progreso en el país desde finales del siglo anterior. Del párrafo de arriba hasta se puede percibir un lejano olor a tierra mojada por la niebla y a ancien regime. Lastimosamente no he encontrado a la fecha referencias a propósito del padre Rossbach, pero prometo consignarlas en cuanto cuente con ellas, para contar con alguna información acerca de este personaje con tras las breves líneas del escritor se nos antoja interesante por su ejemplo de tolerancia con la cultura indígena y su promoción del sincretismo religioso.

En esos años, Guatemala empezaba apenas a salir de la crisis económica producto de la “Gran Depresión”, que según el historiador económico Mario Aníbal González, golpeó fuertemente al país entre 1930 y 1937, derrumbándose el Producto Nacional Bruto.[7] A finales de 1937 la economía empezó a dar signos de mejoría. De sus recuerdos de este viaje resaltan los relacionados con los alemanes de la colonia guatemalteca:

“En todas partes había alemanes; tenían que bajar todos hasta Puerto Rico y subir a un buque alemán para votar ‘Ja’ en el referéndum propuesto por Hitler. Pero como eran nazis fervientes, aquel viaje agotador les parecía un privilegio y no una molestia. Viajamos desde la ciudad de Guatemala con más de doscientos alemanes, todos con svásticas en las solapas; el barco en el que se efectuó la votación fue precisamente el que nos llevó a Europa. En aquel entonces, la Norddeutscher Lloyd tenía dos barcos que hacían regularmente la travesía entre Hamburgo y Puerto Barrios, el Caribia y el Cordillera. Fuimos hasta allí en el Caribia y nos marchamos en el Cordillera.”[8]

 

A finales del año de 1920, los alemanes empezaron acercamientos con el gobierno de Guatemala para recuperar los bienes y empresas intervenidas a raíz del rompimiento de relaciones diplomáticas, tema que abordamos hace un par de semanas. Al respecto, comenta la historiadora Regina Wagner:

“Las gestiones para la devolución de los bienes alemanes estuvo en manos de los más interesados en el asunto, como Erwin P. Dieseldorff, quien a su regreso a la Alta Verapaz encontró sus fincas intervenidas; también Federico Koper, dueño de un almacén en la capital y otro en Quetzaltenango, y Herbert Schlubach, socio y accionista mayoritario de Shlubach, Dauch & Cía., con el gran complejo de fincas cafetaleras en la costa sur y la Compañía de Agencias y Transportes del Norte en la Alta Verapaz y Livingston.”[9]

 

Estas gestiones culminarían con un decreto de devolución de los bienes alemanes intervenidos por razones de la guerra, emitido por el presidente Carlos Herrera, el 24 de junio de 1921.[10] Adicionalmente, a finales de ese mismo año, el presidente José María Orellana, empezaba la implantación de un programa de incentivos a la agricultura, permitiendo que la situación económica del país empezara a mejorar a pesar de la inestabilidad política. Las restauradas relaciones comerciales entre Guatemala y Alemania permitirían grandes proyectos de inversión de capital germano, como la construcción de la Hidroeléctrica Santa María y la construcción del Ferrocarril de Los Altos en el departamento de Quetzaltenango y la instalación del servicio telefónico automático en la ciudad de Guatemala. Para el año de 1926, Alemania era el destino de  una gran parte de las exportaciones guatemaltecas, destacando el café en el primer lugar.[11] Esa década y la siguiente están marcadas por una nueva ola de migración alemana que busca huir de la precaria situación que vivía la República de Weimar, y que va a tener como resultado que la colonia alemana en Guatemala virtualmente se divida en dos campos: uno, tradicional y democrático, y el otro, radical y simpatizante de una estrella política en ascenso: Adolfo Hitler.

“Al llegar a Guatemala un número considerable de nuevos inmigrantes alemanes durante la década de 1920, como consecuencia de la crítica situación económica de la postguerra en Alemania y el auge del negocio del café en Guatemala entre 1924 y 1928, los antiguos miembros de la colonia alemana ya no se sintieron tan cómodos como antes por el origen heterogéneo de los nuevos. En efecto, entre los nuevos arribados había algunos miembros del partido nacionalsocialista alemán (…) quienes fundaron dicha organización político-partidaria extranjera y supieron ganar a su causa a un pequeño círculo de adeptos entre los empleados de comercio…”[12]

 

Las relaciones alcanzaron tan buen estado que impactaron positivamente en las comunicaciones entre ambas naciones, como el establecimiento del servicio regular de pasajeros de la línea Hamburgo-Amerika –HAPAG-, que mensualmente conectaba Hamburgo y Puerto Barrios por medio de sus vapores Caribia y Cordillera,[13] que son sin casualidad, los buques en los que se embarca Paul Bowles. Los recuerdos del escritor son valiosos en cuanto, nos presentan un rápido vistazo a estos datos fríos del historiador, y nos ponen en la perspectiva del testigo.

Los hechos relatados por Bowles, de su viaje en compañía de más de 200 alemanas nazis que se dirigen a Puerto Barrios, se confirman con toda exactitud con la información que nos da la doctora Wagner, a quien recurrimos una vez más gracias a su interesante investigación:

“Esta vez la participación fue de un 200% más que en la votación de 1936. Los votantes de los distritos viceconsulares de la región suroccidental debían pasar a presentarse al Viceconsulado de Retahuleu, donde se les selló su pasaporte antes de tomar el tren a Champerico para abordar el buque ‘Patricia’.  Los alemanes de la zona central salieron de la capital en tren la noche anterior con dirección a Puerto Barrios, uniéndoseles otros alemanes de las Verapaces en El Rancho, y los de Livingston y la región de Izabal en Puerto Barrios. Allí abordaron el ‘Cordillera’ y salieron al mar para alejarse de las aguas territoriales guatemaltecas.

Estando ambos buques tres millas afuera y después de degustar los pasajeros un buen desayuno a bordo, se procedió a la votación, en la que 449 alemanes residentes en Guatemala (142 del suroccidente, 255 de la capital y 52 del noreste), más de 201 de la tripulación ejercieron el derecho de sufragio, con el resultado de 646 votos a favor y dos en contra…”[14]

 

El plebiscito convocado era para votar sobre la anexión de Austria a Alemania, conocido como   Anchluss. La exactitud de los recuerdos del viajero estadounidense no dejan de causar deleite, pues ponen de manifiesto que en un lejano rincón del planeta, como lo podía ser la Guatemala previa a la Segunda Guerra Mundial, se discutían los grandes temas del momento y se votaba sobre ellos, y lo que es más fascinante, es que un escritor fuera testigo de ellos, de forma puramente circunstancial, y que además nos deja asomarnos por un instante a la historia, como un voyeaur, oteando a través del ojo de una cerradura.

 

-IV-

El tercer paso de Bowles.

 

El último viaje de Bowles a Guatemala ocurre en el año de 1942, a juzgar por la cadencia de recuerdos que rememora antes de referirse a nuestro país.

“En Guatemala viajamos en coche por las montañas hasta Alta Verapaz, esa extraña región de exuberantes paisajes que recuerdan las inverosímiles fotos de algunos calendarios de cocina. Luego bajamos en coche y en un pequeño ferrocarril absurdo que nos llevó traqueteante por la selva hasta un barco fluvial en el que fuimos, entre las legamosas orillas llenas de cocodrilos, hasta el lago de Izabal y, por último, río abajo hasta el golfo de Honduras. Fuimos a Quiriguá a examinar las estelas; los mosquitos eran espantosos. Oliver compró muchas figuras precolombinas. Pero cuando llegamos al aeropuerto para regresar a La Habana, se las quitaron todas.”[15]

 

El “absurdo” ferrocarril en el que viaja para salir de Alta Verapaz, era una inversión alemana, el Ferrocarril Verapaz –Ferropazco-, iniciada en 1896. El tramo del ferrocarril se extendió por 48 kilómetros, conectando las localidades de Panzós y Pancajché, aunque el tramo debía llegar hasta Tucurú, por problemas políticos y económicos la línea terminó allí. Del puerto fluvial de Panzós partían vapores hacia el Lago de Izabal, hasta los muelles de Livingston y Puerto Barrios. Para las fechas en que lo aborda Bowles, el tren ya había sido intervenido por disposición del gobierno del general Ubico. La Secretaría de Fomento ordenó la intervención del ferrocarril y sus servicios conexos el 19 de diciembre de 1941. Al año siguiente, el gobierno emitió el Decreto de fecha 12 de junio que dictaba: “…la intervención inmediata y eficaz por el Banco Central de Guatemala de los ingenios, beneficios, haciendas y fincas rústicas que produzcan artículos de exportación, pertenecientes a personas o entidades que figuraran en las listas proclamadas y publicadas en el Diario Oficial de la República”.[16] Las listas a que hace mención el decreto, nos explica el historiador económico Valentín Solórzano, incluían los nombres de empresas y propietarios de bienes de nacionalidad alemana. Estas medidas económicas tuvieron como resultado la intervención de bienes alemanes que posteriormente, en 1944 fueron expropiadas. En total se nacionalizaron 218 fincas y 300 establecimientos comerciales e industriales, que iban desde ingenios azucareros hasta bancos.[17]

Para terminar, y como constancia de los lejanos días en los que el escritor se paseó por nuestros caminos y se regodeó en nuestros paisajes transcribo un pasaje corto, que leído a setenta años de vivido, se nos antoja a la más cruel obra de ficción:

“Luego volamos a El Salvador, que por aquel entonces era una pequeña y deliciosa Suiza tropical, al menos para los turistas. Aterrizar en el aeropuerto de Ilopango era como aterrizar en el borde de un cántaro. Los restos de los aviones que no lo habían conseguido cubrían los grandes árboles…”[18]



[1] Bowles, Paul. El cielo protector. RBA Editores. España: 1992. Página 117.

[2] Bowles, Paul. Memorias de un Nómada. Editorial Mitos de Bolsillo. España: 2000. Página 220.

[3] Bowles, Op. Cit. Página 232.

[4] Dirección General de Caminos. Guia Kilométrica de las 23 Rutas Nacionales de la República de Guatemala. Tipografía Nacional. Guatemala: 1942.

[5] Ubicamos con toda certeza esta fecha gracias a que la doctor Regina Wagner, en su libro Los alemanes en Guatemala, 1828-1944, recoge interesantes datos sobre las elecciones de octubre de 1938 en la Alemania Nazi  y su impacto en los ciudadanos alemanes establecidos en Guatemala, que encajan perfectamente con los recuerdos que Bowles relata de su viaje a nuestro país. Al respecto ver el capítulo XIV de la obra de la doctora Wagner.

[6] Bowles, Op. Cit. Página 226.

[7] González, Mario Aníbal. Historia económica de Guatemala: Con énfasis en la crisis de los años 30. FLACSO. Guatemala: 2012. Página 71.

[8] Bowles, Op. Cit. Página 227.

[9] Wagner, Regina. Los Alemanes en Guatemala, 1828-1944. Editorial Afanes. Guatemala: 2007. Página 267.

[10] Wagner, Op. Cit. Página 267.

[11] Wagner, Op. Cit. Página 282.

[12] Wagner, Op. Cit. Página 351.

[13] Wagner, Op. Cit. Página 304.

[14] Wagner, Op. Cit. Página 366.

[15] Bowles, Op. Cit. Página 284.

[16] Solórzano, Valentín. Evolución Económica de Guatemala. Ediciones Papiro. Guatemala: 1997. Página 388.

[17] González, Op. Cit. Página 83.

[18] Bowles. Op. Cit. Página 283.


Revoluciones para la exportación: El general ecuatoriano Plutarco Bowen y su final en Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

“Aquellos que tienen el poder pueden maldecirte para toda la vida con tan solo un escupitajo en la cabeza”

Plutarco Bowen

-I-

Explicación 

Este breve ensayo fue preparado originalmente con la intención de remitirle toda la información bibliográfica encontrada en Guatemala sobre el General Plutarco Bowen a su pariente Daniel Bowen García, residente en Guayaquil; pero luego se fue convirtiendo en un diálogo e intercambio de información sobre tan singular personaje. De una simple referencia a su nombre, hecha de paso por el siniestro Adrián Vidaurre en sus memorias, fue surgiendo la interesante figura de un militar joven, inquieto, que prestó su espada en luchas por toda Centroamérica y para llevar al éxito la revolución liberal en su patria, Ecuador. Agradezco a Daniel Bowen la información que me ha proporcionado y por darme una excusa para  revisitar libros y archivos en busca de pistas sobre la vida de su familiar.

 

-II-

La manipulada dama de 1879

 

La llamada Revolución Liberal que entró triunfante en ciudad de Guatemala el 30 de junio de 1871, puso fin a cuatro décadas de dominio conservador en la vida política del país. Esta revolución puso en el poder a García Granados, quien gobernó de 1871 hasta 1873, año en que renunció argumentando su avanzada edad, siendo sustituido por el general Barrios quien gobernaría hasta su muerte en la batalla de Chalchuapa, en la vecina república de El Salvador en abril de 1885 en un intento de forzar la unión centroamericana.

 

A la muerte del “Patrón”, como se le llamaba a Barrios, le sustituyó al frente del gobierno, Alejandro M. Sinibaldi, primer designado a la presidencia, puesto que no existía la figura de la vice presidencia. Sinibaldi gobernó tres días, entregándole el poder al segundo designado, general Manuel Lisandro Barillas, quien había luchado en las filas de la revolución y ejercido desde entonces varios puestos políticos y quien se impuso en el poder durante el sepelio del general Barrios, amenazando con tomar la ciudad con unas tropas que supuestamente estaban acampadas en las afueras de la capital. Sobra decir que las fuerzas no existían y que su argucia, arriesgada, le generó frutos.

 

El general Barillas reformó la Constitución Política vigente desde 1879, modificando el período presidencial, ampliándolo a seis años. Se postuló para candidato en las elecciones de 1886 y sin mucha sorpresa resultó electo para el cargo de presidente de la república. Culminó su período el 15 de marzo de 1892 luego de una gestión desastrosa según los críticos, en materia económica.

 

Le sustituyó el general José María Reina Barrios, sobrino del general Justo Rufino Barrios era un hombre progresista que sin embargo, al acercarse el final de su gestión se resolvió a disolver la Asamblea Legislativa el 1 de junio de 1897 y convocó a una Asamblea Constituyente. El período para el que había sido electo originalmente, iniciaba el 15 de marzo de 1892 y debía finalizar el 15 de marzo de 1898. Con este golpe de Estado logró prorrogar su mandato, pues la Constitución prohibía la reelección. La Asamblea Constituyente, reunida en el mes de agosto de 1887 decretó: “El período constitucional del Señor General don José María Reina Barrios terminará el 15 de marzo de 1902.”[1]

 

El arbitrario acto de Reina Barrios puso fin a una fachada democrática en la que éste fingía respetar la Constitución y los comicios electorales. Ya para el año de 1896 habían surgido “partidos” alrededor de ciertas figuras, personalidades que en su mayoría se debían al régimen del propio Reina Barrios. Luján menciona como candidatos para esas elecciones al General Daniel Fuentes Barrios (pariente del Presidente), el Coronel y Abogado Próspero Morales, quien había sido Ministro de la Guerra y luego Ministro de Fomento y el Coronel José León Castillo. Frustrado el evento electoral, el presidente decidió comprar la conformidad de los candidatos otorgándoles nombramientos en el gobierno. Fuentes Barrios fue nombrado Jefe Político del departamento de Quiché (noroccidente), Morales de San Marcos (suroccidente) y Castillo en Chiquimula (oriente).

 

Fotografías de Quetzaltenango, Ermita de San Nicolás, luego de la Revolución de 1897. En la construcción de la izquierda de ambas imágenes se pueden ver los impactos de bala producto de los combates. Fuente: Skyscrappercity, foro de la ciudad de Quezaltenango.

Fotografías de Quetzaltenango, Ermita de San Nicolás, luego de la Revolución de 1897. En la construcción de la izquierda de ambas imágenes se pueden ver los impactos de bala producto de los combates.
Fuente: Skyscrappercity, foro de la ciudad de Quezaltenango.

La imprudente decisión de romper el orden constitucional, provocó dos levantamientos en su contra, llamados en conjunto las Revoluciones de 1897, ocurriendo la primera en septiembre de ese año en el occidente de la república (San Marcos y Quetzaltenango) y la segunda en el oriente del país, fronterizo con El Salvador, en octubre, en los departamentos de Jutiapa, Chiquimula y Zacapa. Ambos levantamientos fracasaron.[2]

 

 

 

 

 

 

Fotografía de Quetzaltenango, Ermita de San Nicolás, luego de la Revolución de 1897. En la construcción de la izquierda de ambas imágenes se pueden ver los impactos de bala producto de los combates. Fuente: Skyscrappercity, foro de la ciudad de Quezaltenango.

Fotografía de Quetzaltenango, Ermita de San Nicolás, luego de la Revolución de 1897. En la construcción de la izquierda de ambas imágenes se pueden ver los impactos de bala producto de los combates.
Fuente: Skyscrappercity, foro de la ciudad de Quezaltenango.

 

 

 

 

 

El 7 de septiembre estalló la revolución en el departamento de San Marcos, en donde se creó un triunvirato para dirigir la revolución, integrado por el General Fuentes Barrios, el Coronel Próspero Morales y el Licenciado Feliciano Aguilar, ex presidente de la Asamblea Legislativa disuelta por Reina Barrios. La revolución fue derrotada tras la batalla de Tierra Blanca, el 3 de octubre y sus integrantes huyeron cruzando la frontera, refugiándose en Tapachula, México.

 

Un año después, en la noche del 8 de febrero de 1898, moría asesinado el presidente Reina Barrios antes de iniciar su segundo período presidencial. Su asesino, un súbdito británico llamado Edgar Zollinger, fue abatido en el acto y se barajaron varias versiones sobre su asesinato. Unos decían que el primer designado de la presidencia, el abogado Manuel Estrada Cabrera, había contratado a Zollinger durante un viaje que el primero realizó a Costa Rica, para hacerse del poder. Otra versión sostenía que Zollinger, empleado de una familia importante en Quetzaltenango, se había vengado de esta forma de la orden de fusilamiento que en contra de su jefe, don Juan Aparicio había firmado el presidente durante la revolución de occidente de 1897. El historiador Luján, citado en este escrito refrenda esta versión, habiendo consultado los archivos de la mencionada familia, según afirma en su trabajo al que nos hemos referido líneas arriba.

 

Como consecuencia del asesinato, asumió la presidencia provisional el abogado Manuel Estrada Cabrera, primer designado, quien tuvo que afrontar un levantamiento militar que fue rápidamente dominado. Adrián Vidaurre narra generalidades de este movimiento y fue en su libro sobre la vida política de Guatemala en donde encontré la primera referencia, (apenas su nombre), sobre el general Plutarco Bowen, sin dar absolutamente ningún detalle adicional, más que calificarlo como “aventurero”.

 

-III-

El general Plutarco Bowen

 Plutarco_Bowen

 

 El presidente Estrada Cabrera emitió el 10 de febrero de 1898 el decreto 571 en el que se convocó a elecciones presidenciales a celebrarse durante 7 días, a partir del 1 de agosto. Como consecuencia volvieron a surgir aspirantes a la primera magistratura, manifestándose como candidatos Próspero Morales, José León Castillo y Daniel Fuentes Barrios, entre los conocidos y otros rostros nuevos, entre los cuales se contaba al del presidente provisional, Manuel Estrada Cabrera, quien echó a andar la maquinaria gubernamental para garantizarse el triunfo electoral. El enrarecido ambiente electoral fue depurando la lista de candidatos, quedando únicamente Castillo y Estrada Cabrera para enfrentarse en los comicios.

 

Próspero Morales que desde el fracaso de la revolución del año anterior se había establecido en Tapachula, viajó a ciudad de México con el fin de organizar una invasión al país. En Tapachula recibió el apoyo de los coroneles Rodrigo Castilla y Víctor López, quienes vivían del lado guatemalteco de la frontera, en San Marcos. La aventura militar inició la madrugada del 22 de julio, cuando las tropas rebeldes cruzan el río Suchiate, en las cercanías al volcán Tacaná:

 

“Iba como jefe militar el ecuatoriano General Plutarco Bowen, y se incluían algunos mexicanos, entre los que Gramajo mencionó, sin dar nombres propios, a un Licenciado Barrón y a un Doctor Treviño.”[3]

 

El General Plutarco Bowen tenía experiencia militar previa, pues de muy joven había participado en las luchas intestinas que infestaron Centroamérica durante el siglo XIX, combatiendo en Honduras, Nicaragua y El Salvador, país en donde obtuvo el grado militar de General.[4] Luego regresó a su patria, en donde se alzó en contra del régimen conservador y tras haber comandado la Primera División del Ejército Patriota que impulsó a José Eloy Alfaro Delgado al poder en Ecuador.[5] Sin embargo, rencillas internas, producto propio de las turbulencias políticas enemistaron a Eloy Alfaro con quien lo catapultara al poder. El periodista e historiador Clemente Marroquín Rojas describe con inmejorable claridad lo sucedido entre Bowen y Alfaro:

 

“Pero como siempre sucede, los mejores elementos se ven desplazados en el aprecio de los jefes, por los oportunistas que los rodean y secuestran para que no lleguen a ellos las observaciones de sus buenos amigos. Los oportunistas de Ecuador rodearon a Alfaro y los iniciadores del movimiento se vieron desplazados y hasta perseguidos…”[6]

 

Marroquín Rojas hace referencia a lamentables hechos que se ventilaron en su oportunidad llegando a resonar hasta Nueva York, en donde The New York Times informaba a sus lectores de una supuesta conspiración que en contra Eloy Alfaro estaban tramando sus colaboradores más cercanos, Bowen y Triviño:

 

“A conspiracy against Alfaro, led by Gen. Plutarco Bowen and by Gen. Frevino has been discovered. These two officers have been degraded and expelled from the army (…) Gen. Plutarco Bowen has served Alfaro well, but this is his second treachery. He is young, and it is supposed that his vanity has been excited by false friends…”[7]

 

Las acusaciones en contra de Bowen y Treviño (a quien se le llama también Triviño o Frevino, dependiendo del documento, pero de quien Daniel Bowen aclara que el nombre correcto era Juan M. Triviño), los llevaron a enfrentar juicio ante Corte Marcial, acusados de traición, de acuerdo a la información del diario estadounidense: “Plutarco Bowen and Trivino, officers of Alfaro during the battles of the Patriots for La Honra Nacional, accused of treason (…) are undergoing trial by court-martial at Quito.”[8] Según informa Avilés Pino en su entrada de Bowen en su Enciclopedia del Ecuador, Bowen y Triviño fueron juzgados por un Consejo de Guerra que los condenó a muerte. Quizá tratando de honrar la antigua amistad y la posición que detentaba gracias al sudor y esfuerzo de sus antiguos colegas, Alfaro indultó a los condenados, quienes salieron al exilio.

Infanteria_ecuatoriana_1

Tropas ecuatorianas partidarias del general Eloy Alfaro (1895).
Fuente: Wikipedia, entrada de Belisario Torres.

  

Ambos compañeros de armas buscaron establecerse en Costa Rica, pero nos informa Clemente Marroquín que de allí fueron expulsados, al igual que de Nicaragua y Guatemala, “…teniendo que forzosamente que asilarse en territorio mexicano. Aquí se separaron los amigos y Bowen en Chiapas se juntó con Próspero Morales que estaba emigrado y alistándose para invadir [Guatemala] por Occidente.”[9] Se puede inferir entonces sin mucho riesgo, que Luján equivocadamente le cambia la nacionalidad a Triviño por mexicano, y le varía la escritura al apellido, pues menciona a un Treviño. Tomando en cuenta que ambos militares habían combatido juntos en Ecuador, que fueron perseguidos juntos y se exilaron juntos, podemos deducir sin peligro que Triviño se incorporó a la expedición guatemalteca.

 

Las fuerzas rebeldes que invaden el país ese lejano 22 de julio de 1898, sumaban aproximadamente unos 1,500 hombres, “armados con rifles Máuser último modelo”[10], y estaban apoyados supuestamente por el General Porfirio Díaz, según informa Rendón. La suerte de la invasión queda sellada por dos hechos incontestables para una fuerza militar tan pequeña: Estrada Cabrera moviliza una tropa de doce mil hombres, suspende las Garantías Constitucionales (esto suena a ironía) y solicita el auxilio de un buque militar inglés que muy servicial bombardea el Puerto de Ocós y luego lo ocupa.[11] El comandante nombrado para combatir la invasión el ex presidente Manuel Lisandro Barillas[12], quien en poco tiempo logró controlar la situación, derrotando a los rebeldes en Vado Ancho el 5 de agosto. En ese momento los seguidores de Morales se dividieron en dos bandos, los que decidieron retirarse a México y los que se quedaron con el líder, sumido en una profunda depresión.[13] Próspero Morales anduvo deambulando por los Cuchumatanes durante varios días, hasta que el 14 de agosto decidió rendirse. De acuerdo al relato de Luján, Morales, “…llegó vivo hasta la aldea de San Sebastián, donde falleció, el 17 de ese mes. Según unos, él mismo se envenenó, según otros murió de inanición y hasta se dijo que lo asesinaron.”[14] Así se logró consolidar la dictadura, quien extremó las medidas para aislar la rebelión y derrotarla:

 

“Durante las tres semanas que duró esta revolución entrecomillada, la prensa tuvo prohibido publicar cualquier noticia acerca de las escaramuzas o cualquier otro detalle acerca del levantamiento. Todos los telégrafos fueron intervenidos…”[15]

 

Por su parte, los militares ecuatorianos, Bowen y Triviño lograron cruzar la frontera con México. El primero, en compañía del coronel Felipe Pineda a Tapachula en donde se estableció. El segundo se pierde en la bruma de la historia y no contamos con datos que nos den luz sobre su destino. Cuenta Clemente Marroquín que el general Isidro Valdés y otros emigrados de esa época le relataron el triste destino de Bowen. Cuenta que el otro candidato presidencial exiliado, José León Castillo pasó por Tapachula rumbo a California y en compañía de un ex ministro guatemalteco, Antonio Barrios fueron a visitar a Bowen y a Pineda. Este encuentro de amigos fue seguido de cerca por un espía enviado por el cónsul de Guatemala en la ciudad, quien informó posteriormente al dictador guatemalteco que en Tapachula los exiliados habían sostenido una entrevista con “dos famosos artilleros ecuatorianos.” Estrada Cabrera asumió que se trataba de Bowen y Triviño y puso en marcha un operativo para capturar a los dos aventureros. Un anarquista francés, Hipólito Lambert fue comisionado por el tirano para ejecutar la orden.

 

“Lambert fue e invitó a Bowen y a Pineda Castañeda para una cena, pero el segundo no asistió; Bowen, que tenía mucho valor, llegó con la alegría de siempre, sin sospechar lo que le tenían preparado. Efectivamente, poco después de la comida, el militar ecuatoriano quedó narcotizado y así fácilmente, fue traído al territorio guatemalteco y conducido a la ciudad de San Marcos…”[16]

 

La historiadora Catherine Rendón, en el ensayo que preparó sobre la dictadura cabrerista para la Historia General de Guatemala, menciona en forma muy general al General Bowen, pero deja una pista importante sobre quien pudiera darnos más información:

 

«…el General Plutarco Bowen, un aventurero ecuatoriano radical, fue secuestrado y drogado en Tapachula, por Hipólito Lambert, un agente francés de Estrada Cabrera, y conducido a San Marcos, donde fue fusilado. Según Lizardo Díaz, Bowen acompañó a Próspero Morales en su fracasada invasión a Guatemala desde Chiapas, pero fue hecho prisionero en Vado Ancho y fusilado en San Marcos…»[17]

 

La pista que Rendón nos deja es el nombre de Lizardo Díaz, autor de una obra criticada por Luján Muñoz, De la democracia a la dictadura. La Revolución de Septiembre de 1897 en Occidente, Sus motivos, sus hombres, su fracaso, publicado en 1946, libro que según Luján contiene muchas fotografías de la ciudad de Quetzaltenango luego de la toma por fuerzas del gobierno “lamentablemente reproducidas con mala calidad”.

 

Pero retomando el relato de la captura de Bowen, un importante testigo de la época, Felipe Pineda[18], quien se exiliara en Tapachula con el general ecuatoriano, relata en sus apuntes para la historia de Guatemala a manera de denuncia, el final del general Bowen:

 

“…[Bowen] fijó su residencia en la ciudad de Tapachula, Estado de Chiapas, donde vivía tranquila y pacíficamente. Agentes del mandatario de Guatemala, llamados Hipólito Lambert, anarquista francés, Juan Urzúa, Vicente Albores y Mateo Ramírez, de nacionalidad mexicana, lo secuestraron de aquella ciudad y lo entregaron a una escolta de la guarnición de Ocós, que de antemano lo esperaba cerca de la línea divisoria. De este puerto fue conducido en un remolcador, maniatado, al de Champerico, y de aquí a Retalhuleu donde se le quitaron las ligaduras. Llevado in continente a Quetzaltenango, y de esta ciudad a la de San Marcos, fue pasado por las armas el 23 de julio, dos meses después del asesinato de Rosendo Santa Cruz[19]. Las señoras de mayor significación de la culta sociedad de San Marcos elevaron una solicitud por telégrafo en que pedían gracia para el General Bowen al Lic. Estrada Cabrera pero éste (…) fue sordo a todo ruego…”

               

Apunta Clemente Marroquín que junto con Bowen fue capturado otro personaje de nacionalidad mexicana, de apellidos Garzona Blanco, quien fue remitido a la capital guatemalteca y a quien el gobierno mexicano reclamó posteriormente y fue extraditado. Adelantándose a posteriores reclamos, Estrada Cabrera ordenó el fusilamiento de Bowen, con tanta diligencia que los reclamos por su liberación que hicieron los presidentes de Nicaragua y Honduras llegaron tarde ya.

 

“Muchas influencias se movieron alrededor de Estrada Cabrera para lograr el perdón de la vida de Bowen, hasta las mujeres migueleñas y especialmente una señorita Lola Galindo, muy popular y querida por su ilustración, intervinieron, pero era trabajo perdido; Estrada Cabrera había hecho una presa y era imposible que la soltara.”[20]

 

Lambert, como un moderno Judas, nos cuenta don Clemente, cobró con cinco mil pesos de plata los servicios prestados al tirano, y recibió como pago adicional “…algunas concesiones, entre otras, la cantina del Hipódromo, con sus licores libres de derecho…”[21], Lambert era al parecer, un anarquista poco ortodoxo.

 

Daniel Bowen, pariente del General, me envía desde Ecuador, (cortesía de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días), fotografía del libro de defunciones en donde fue inscrito el deceso del aventurero, y que por su interés, transcribo de forma íntegra, respetando la ortografía de la época:

 

“Número 57. Plutarco Bowen (al margen). En Sn. Marcos a veintiséis de junio de mil ochocientos noventa y nueve, el Infrascrito Encargado del Registro Civil i Testigos certifican que de la Mayoría de Plaza Departamental se recibió el oficio que literalmente dice =San Marcos 26 de junio de 1899= Sr. Encargado del Registro Civil= Pte= Según lo prescrito por el art. 469 del C.C. manifiesto a ud. que a las 7’35 a.m. del día 23 del corriente por disposición superior i por los delitos de sedición, rebelión i conspiración en contra el orden público comprobado legalmente en un proceso, al Sur de esta plaza fue pasado por las armas el reo Plutarco Bowen, de veintisiete años de edad, soltero, originario del Ecuador, se ignora el padre el nombre del padre así como el de la madre, testó ante el Notario Público don Adolfo Altamirano= de su ATT= S. Ochoa. Hai un sello de la Mayoría. Testado= padre= no corre. J. Benito Soto.”

 

De la inscripción de defunción llama la atención la fórmula “por disposición superior”, denunciada por Gail Martin en su interesante ensayo Manuel Estrada Cabrera 1898-1902: El Señor Presidente[22], en el que citando a Guillermo Rodríguez, autor de un interesante libro de recuerdos, Guatemala en 1919: “…La odiosa fórmula de orden superior se emplea en todos los casos. De orden superior se mata, se encarcela, se apalea, se expropia, se veja, y se ejecuta toda clase de arbitrariedades e injusticias”, al parecer, a juzgar por lo temprano del asesinato del general Bowen en la larga historia de crímenes de la dictadura, la desafortunada fórmula empezaba a calzar ya las ejecuciones de las órdenes presidenciales.

 

La noticia del asesinato de Bowen no pasó desapercibida, en el Diario El Ariete, de Tapachula, México, se publicó el 17 de agosto de 1899, el breve artículo Ante una tumba, que reproduce Felipe Pineda en su libro, y que por su interés transcribo íntegro a continuación:

 

“Trazamos estas líneas embargados por el dolor y bajo el peso de santa indignación. Cuando se holla la libertad, cuando se pisotea el derecho, la pluma debe verter toda la hiel para amargar la existencia de los tiranos, y enseñar a la juventud que hoy se levanta, a amar la libertad, demostrando que hay todavía hombres que, aunque tachados de visionarios, tienen fe en un porvenir venturoso.

Plutarco Bowen, aquel simpático caudillo que estaba destinado a llevar doquiera un reguero de luz, acaba de terminar en San Marcos su gloriosa carrera, en el cadalzo, asesinado por orden del gobierno constitucional que preside en Guatemala el Lic. Manuel Estrada Cabrera.

Aquí es público y notorio, que cuatro emisarios del Presidente Estrada Cabrera, que responden a los nombres de Hipólito Lambert, Juan Urzúa, Vicente Albores y Mateo Ramírez, extrajeron de la vecina ciudad de Tapachula, al infortunado Bowen, y trayéndolo por caminos extraviados, lo entregaron a las fuerzas del gobierno que de antemano lo esperaban en “La Blanca”, hacienda inmediata a Ocós.

A la una de la mañana del trece, Bowen, atado de pies y manos, fue conducido a un remolcador, el cual se encargó de llevarlo a Champerico: de aquí se le remitió a Retalhuleu, y después de hacerlo dar vuelta por Quetzaltenango, se le trajo a ésta, en donde por mandato especial del Presidente Estrada Cabrera, se le juzgó en consejo de Guerra, consejo que como era de esperarse, lo condenó a muerte.

Los tiranos pasan como nuevos Atilas dejando por huellas desolación, lágrimas y sangre; pero también es cierto que solo la sangre puede fecundar el árbol de la Libertad. Habrá también para Estrada Cabrera un Carlos Martel que lo detenga en su carrera funesta; y cuando descienda al Averno, envuelto en el Sudario de sus crímenes, todavía perseguirá su nombre eternamente la maldición tremenda de la historia.”

 

Pero es la muerte de Eloy Alfaro la que nos da una verdadera lección de vida, que pareciera imaginada por el propio Dante, para aquellos que cometen traición, pues moriría en 1912 en circunstancias aterradoras, luego de regresar de su exilio panameño, para dirigir una nueva revolución en su país. El 25 de enero en horas de la tarde fue capturado en Guayaquil y despachado con otros oficiales del ejército rebelde a Puerto Durán, rumbo a Quito, primero en una pequeña embarcación y luego en el ferrocarril, que irónicamente él mismo ordenara construir años atrás. Los prisioneros llegaron a la capital al filo del medio día del 26 de enero, precedidos por los soldados muertos y heridos del gobierno, encontrándose en un ambiente caldeado los ánimos de los pobladores de la ciudad. Fueron encerrados en la penitenciaría de donde serían arrancados por una turba. Relata Avilés Pino que el día 28 de enero, unos hombres subieron a la celda de Eloy Alfaro de donde fue sacado a la fuerza y atacado inmediatamente por un cochero, quien luego de insultarlo le pegó un garrotazo en la cabeza, rematándolo en el suelo con un tiro de fusil. El cuerpo fue lanzado a la muchedumbre, rodándolo por las escaleras entre patadas y gritos.[23] Sigue relatando Avilés el destino de los otros prisioneros:

“Uno a uno todos fueron asesinados, y sus cuerpos, mutilados y ensangrentados, precedidos por prostitutas, matarifes, clérigos y cocheros, fueron arrastrados por las calles de Quito hasta El Ejido. Ahí estaban tomando parte del festín: José Cevallos, José Chulco, la Pacache, la Piedras Negras y Las Potrancas; los hampones y los canallas; mientras en algún rincón de la casa de gobierno, Freile Zaldumbide simulaba ignorar lo que estaba sucediendo.”[24]

 

Los cuerpos de los linchados son amontonados en una pira en un páramo a las afueras de la capital e incinerados con gasolina. La culminación del crimen es realmente escalofriante, pues mientras los cadáveres ardían una multitud danzó a su alrededor, en lo que pasó a llamarse en la historia ecuatoriana como “La hoguera bárbara”.



[1] Corte de Constitucionalidad. Digesto Constitucional. Guatemala: 2000.

[2] Jorge Luján Muñoz. Las Revoluciones de 1897, La Muerte de J. M. Reina Barrios y la Elección de M. Estrada Cabrera. Editorial Artemis Edinter, Guatemala: 2003. Página v de la introducción.

[3] Luján Muñoz. Op. Cit. Página 58.

[4] Efrén Avilés Pino. Plutarco Bowen. Enciclopedia del Ecuador: www.enciclopediadelecuador.com.

[5]S/A. Gen. Alfaro to attack Riobamba. Sarasti’s Attention to be diverted from Impregnable Chimbo- Only to Complete Triumph. The New York Times: 25 de julio de 1895. Página 1. En esta nota periodística de la época se consigna que Bowen comandaba la Tercera División, error que se suma a la deformación del apellido de Triviño, detalles que Daniel Bowen aclara.

[6] Clemente Marroquín Rojas. La Bomba. Los Cadetes. Historia de los atentados contra Estrada Cabrera. Tipografía Nacional, Guatemala: 1974. Página 20.

[7] S/A. Conspirators Against Alfaro. His trusted Generals, Plutarco Bowen and Frevino, Plot Against Him, Are Discovered and Will be Banished. The New York Times: 20 de septiembre de 1895. Página 5.

[8] S/A. Court-Martial Trial At Quito. Plutarco  Bowen, and Trivino, Officers of Alfaro, Accused of Treason to the Supreme Chief of Ecuador. The New York Times: 28 de septiembre de 1895. Página 1.

[9] Marroquín Rojas. Op. Cit. Pág. 21.

[10] Catherine Rendón. Minerva y La Palma. El enigma de Don Manuel. Artemis y Edinter, Guatemala: 2000. Página 27.

[11] Felipe Pineda. Para la historia de Guatemala. Datos sobre el Gobierno de Manuel Estrada Cabrera. (Sin impresor), México: 1902. Página 12. Para su consulta ver Internet Archive, disponible para leer en línea. Este libro contiene un anexo interesante de documentos (pasquines y hojas sueltas de la época) que denuncian los tempranos crímenes de la dictadura y una lista de personas asesinadas por el régimen en sus primeros años. También acusa a Estrada Cabrera de haber contratado a Edgar Zollinger en Costa Rica, para asesinar al presidente Reina Barrios.

[12] Mal le pagaría sus servicios el dictador a Barillas. Fue asesinado a puñaladas en México el 7 de abril de 1907, en manos de Florencio Mora y Bernardo Mora en la calle El Seminario, que corre a un costado de la Catedral mexicana, hoy en día llamada Guatemala. El comisionado para eliminar a Barillas fue el general José María Lima, quien contrató a los sicarios y quien en 1920 aparece como Comandante de una Sección de tropas unionistas durante la Semana Trágica, que derrocó a Estrada Cabrera. Un año después formaría parte del triunvirato militar que le dio golpe de Estado al presidente Carlos Herrera. (Oscar Enrique Alvaro. Estudiando al Presidente Manuel Lisandro Barillas. Diario La Hora, Guatemala, 19 de septiembre de 2007).

[13] Luján. Op. Cit. Página 59.

[14] Luján. Op. Cit. Página 59.

[15] Rendón. Op. Cit. Página 27.

[16] Marroquín. Op. Cit. Pág. 22.

[17] Catherine Rendón. El gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Historia General de Guatemala. Tomo V. Página 17. Asociación Amigos del País, Guatemala: 1998. La misma referencia se encuentra en la obra de Rendón citada en páginas anteriores, Minerva y La Palma. El enigma de don Manuel, en donde a la página 96 consigna: “…Hacia 1900 habían sido asesinados Rosendo Santa Cruz, José María Urbizo y Próspero Morales. Ese mismo año, el aventurero radical ecuatoriano, el general Plutarco Bowen, fue secuestrado en Tapachula, donde lo drogó el agente Hipólito Lambert; Bowen fue trasladado a San Marcos y ejecutado.”

[18] Felipe Pineda. Op. Cit. Página 12.

[19] Asesinado por el régimen en Tactic, Alta Verapaz, el 26 de abril de 1899. Felipe Pineda consigna en su libro: “…Diputado Rosendo Santa Cruz, asesinado al estar durmiendo en la prisión del pueblo de Tactic, cuando iba preso de Cobán para la capital de Guatemala, a presentarse ante la Asamblea.” Tanto el asesinato de Santa Cruz, como la ejecución de Bowen se realizaron en 1899 según apunta Felipe Pineda.

[20] Marroquín. Op. Cit. Página 22.

[21] Marroquín. Op. Cit. Página 22.

[22] Gail Martin. Manuel Estrada Cabrera 1898-1920: El Señor Presidente, págs. 535-565. En: Miguel Ángel Asturias. El Señor Presidente. Edición Crítica de Gerald Martin. Colección Archivos, Fondo de Cultura Económica. México: 2000. 

[23] Efrén Avilés Pino. Diccionario del Ecuador. Citado en: www.efemerides.ec

[24] Avilés. Op. Cit.


Los días luminosos, o de vacaciones en Niza con Gómez Carrillo

Rodrigo Fernández Ordóñez

A Martín

Aunque usted no lo crea, estimado lector, Enrique Gómez Carrillo también se tomaba sus períodos de descanso.  Y, ¿cómo es eso?, se preguntará más de alguno, si este señor se mantenía viajando por el mundo, matando el tiempo en cafés y bares o salas de redacción de periódicos o documentándose en bibliotecas para sus viajes. Pues bien, le explico: para nuestro cronista la mayoría de los viajes que realizó eran puras cuestiones de trabajo. Cuando viaja a Rusia, a investigar las razones de la decadencia del vasto imperio Romanov, puestas en evidencia al ser derrotado en la guerra Ruso-Japonesa, lo hace por comisión del periódico para el que trabajaba, El Liberal. En su ruta pasa por Alemania, aprovechando a darse una vuelta por Hamburgo, Munich y Stuttgart, dejando crónicas sobre estas ciudades. También pasa por Hungría, y deja crónicas sobre Pest.[1] Pero siempre está trabajando, lo hace de paso, para cumplir algún encargo o para hacerse de algún dinerito extra, que a nadie le cae mal. Y como son crónicas de lugares remotos para el público americano o español pega justo en el clavo. Se toma una cerveza en El Cairo, asiste a un concierto en Budapest y aprovecha a darse una caminadita por sus calles entre cambio de trenes. Y vende. Y publica. Otra prueba de esta explotación del exotismo se obtiene de revisar sus crónicas producto del viaje al Japón en 1905, en que nos deja escritos sobre Port Said, del cruce del Canal de Suez, un baile en Colombo (Sri Lanka), una visita a Shanghai y un paseo por un fumadero de opio en la recién adquirida posesión colonial de Indochina.[2] Pero es trabajo al final. Por eso, para descansar de verdad, para darle tregua a sus hastiados nervios, busca un lugar más cercano a su amada París, pero más soleado: Niza.

nizaEsta ciudad, capital histórica del condado de Niza, recién se integró a la república francesa en 1860 gracias al Tratado de Turín, poniendo fin a 5 siglos de dominación de los Saboya. La ciudad, devenida en símbolo de la Costa Azul, está ubicada entre dos ciudades que también derrochan glamour por sus espectaculares veranos como son los de Cannes (sede del famosísimo festival de cine) y Montecarlo, la capital del juego y epítome del lujo europeo. ¿No se le viene a la mente la hermosa princesa Grace Kelly?

En esta ciudad, ejemplo de lujo y glamour, se habrá de comprar una casa nuestro querido escritor, y aunque no sabemos a ciencia cierta la fecha del primer viaje de Gómez Carrillo a la solariega ciudad, la primera referencia a la misma la encontramos en su crónica titulada El encanto de Niza. Durante esta visita, la ciudad está sumergida en una atmósfera más bien somnolienta. Niza había suspendido su cotidiana alegría y despreocupación para solidarizarse con su país en guerra, que combatía encarnizadamente a centenares de kilómetros de las pacíficas playas y silenciosas colinas. En su crónica de este viaje al Mediterráneo, nos cuenta:

 

“…Muchos de sus hoteles y muchos de sus palacios están cerrados. Su casino también está cerrado. Su carnaval, que era la fiesta clásica de estos días, no existe. No hay desfile de coches adornados de rosas. No hay cortejos de damas iguales en lujo a la reina de Saba… No importa. En su relativa  modestia, en su discreto silencio de tiempo de guerra, la divina ciudad conserva siempre su belleza paradisíaca, su gracia áurea, su encanto regocijado…”[3]

 

Imaginamos que el viaje hecho a esta ciudad tan lejos de París habrá obedecido a la necesidad de descansar los nervios que tenía el escritor, que se había pasado los últimos cuatro años yendo y viniendo del frente occidental, reporteando el desarrollo de la guerra. El tono de la crónica de su visita inicia con la intención de relacionar la larga y terrible guerra con ese momento de descanso pues abre con las siguientes líneas:

 

“Me habían dicho que estaba muerta y quería verla en su sudario de luz, callada y abandonada, sin Casino, sin carnaval, sin derroches fabulosos de perlas, sin cascadas de champaña. ¡Niza la muerta!…”[4]

 

El tono del anterior extracto refleja la intención de hacerle pensar a los lectores del momento que a pesar de la guerra, Francia sigue viva, así como sus hermosos paisajes, y que terminado el enfrentamiento la vida volverá a fluir, y la hermosa Niza, volverá a recibir a las marejadas de veraneantes, por lo que también podemos aventurar, es que la crónica habrá pretendido, recrear para los lectores de los diarios a los que contribuía, un fresco completo de la Francia de la Gran Guerra, en la que se lucha en todos los frentes, y en la que hasta las fiestas y los derroches se suspenden para apoyar el esfuerzo bélico. Creemos que nuestro admirado cronista habrá pretendido hacer una panorámica total de la Francia comprometida en el esfuerzo bélico, y de paso, cómo no, descansar un poco y vagar por ese jardín lleno de “… Beaumettes floridas de mimosas y murmurantes enjambres…”, y tomar el sol en la terraza morisca de su amigo belga Maurice Maeterlinck. Basta recordar, para apoyar esta impresión, que Negrescu, el rumano dueño del Hotel Negresco, centro de la vida y diversión en Niza convirtió su lujoso hotel en hospital de retaguardia para las tropas, arrastrándolo a la bancarrota.

El viaje a esta tranquila ciudad habrá servido también de alivio a su aguda neurastenia, pues el tono de la crónica es suave, como si  pretendiera reconstruir sus caminatas por las empinadas calles de las colinas o como si nos hiciera rememorar, casi imperceptiblemente, como en sueños, sus paseos por la explanada que abraza la playa de la bahía. Sus palabras fluyen suavemente, como si estuviera escribiendo tumbado cómodamente en una camilla en la playa de cara al sol. En la crónica nos dice:

 

“Y es que, verdaderamente, no hay nada en el mundo entero, ni Venecia, ni la ribera de Génova, ni la playa de Argel, que tenga la gracia y la belleza de la costa de azul…”[5] 

 

La paz y la tranquilidad halladas en esta ciudad sumida de pronto en el silencio de la austeridad, bien pudieron ser las razones que llevaron a Carrillo a comprarse una casita de veraneo en Niza y cuya intención ya se prefigura en este viaje de 1918, del cual dejó testimonio en su crónica, incluida en su libro Vistas de Europa. En su recuento encontramos la siguiente declaración:

 

“Yo mismo, que no he sentido nunca, en ninguna parte, el deseo de arraigarme para vivir y morir en el mismo logis, aquí noto, muy a menudo que mis instintos errantes se calman, y que si una de las casitas blancas que trepan por las colinas fuera mía, me sería muy penoso abandonarla. ¡Ah! ¡Las veces que he hecho ese sueño! ¡Las veces que he pensado aquí en tener un jardín, en cuidar mis olivares, en dormir a la sombra de mis cipreses!…”[6]

 

Estos pensamientos los deja por escrito, de acuerdo a la propia referencia de su crónica, mientras está tomando un descanso en “la terraza árabe de Maeterlinck, en las alturas de los Beaumettes”, mientras observa, “la inmensa playa que extiende su curva armoniosa hasta la roca de Monte Carlo”. En las páginas de la Vida Errante, había escrito sobre su sueño de tener un refugio del ajetreo diario:

 

“Mil veces, ante una casita blanca, en medio de las flores de un jardín, en cualquier rinconcillo tibio del mundo, los que no tenemos ni lares ni raíces, hemos soñado en crearnos un nido eterno para descansar de los tormentos de la vida nómada.”[7]

 

En este viaje de “tiempo de guerra” como lo califica el cronista en que encuentra los casinos, cafés y restaurantes cerrados, visita a su amigo escritor Maurice Maeterlinck, premio Nobel de Literatura de 1911 y quien a la sazón tenía un palacete de estilo árabe en una de las colinas de la famosa ciudad. Con su amigo se pasea por la atmósfera triste de las alamedas de la ciudad que se ha forzado guardar silencio en respeto a una guerra que sigue consumiendo hombres y enlutando familias en un frente no demasiado lejos de sus aguas azules. Al finalizar su viaje, casi proféticamente nos dice Carrillo:

 

“¡Ah! La casita blanca en la falda de una colina, el mirador frente al mar, el jardín poblado de rosas y de laureles, el nido, el paraíso soñado… Como un personaje de la novela balzaciana de aquellos que, al llegar a París, le decían a la gran ciudad: ‘He de poseerte’, yo le murmuro ahora a un jardincillo que me sonríe a pocos pasos: ‘Tú serás mío un día’…”

 

La diosa fortuna, que bendice a quienes les son fieles, decide soplar el cuerno de la abundancia y concederle a nuestro escritor tan caro sueño, ese que tan anhelante escribiera en su crónica de tiempos de guerra. Como dije al principio, no sabemos del momento en que adquiere la propiedad, pero habrá sido necesariamente entre la crónica de los tiempos de la guerra (asumiendo que cuando la visitó Europa todavía estaba en guerra), publicada en formato de libro en 1919, por lo que podríamos presumir que habrá datado de 1917 o 1918 al menos, publicada previamente en los periódicos para los que colaboraba y antes de la llegada a París de Toño Salazar en 1922, quien en sus recuerdos evoca sus viajes a la casa y porque en ese mismo año de 1922 el cronista le envía una carta a su ex esposa, Aurora Cáceres (escupo en su tumba), en la que le dice: “…Yo llego de Niza para pasar aquí unos quince o veinte días”,[8] lo que nos hace presumir que ya contaba con un lugar propio en el cual pasar temporadas en Niza, (o bien que era uno de esos pesados que se llegan de visita a los amigos “por unos días” y se instalan por temporadas enteras). Pero lo que sí es cierto, es que a partir de este año, son varias las cartas que le envía a la señora esa, cuyo nombre no quiero volver a pronunciar, en que hace referencia a sus viajes y estadías en la Costa Azul. En el apartado de su “diario” del año 1922, de la vieja arpía, encontramos también esta carta: “…Cuando te decidas a ir a Niza, dímelo. No te ofrezco la hospitalidad de mi casa por lo que diría la gente. Yo estaré allá hasta mediados de julio, a menos que los mosquitos me piquen y me hagan huir…”[9], por lo que ya podemos asegurar que se había comprado la casita para 1922, (lo que hace que tengamos que deshacernos de la teoría del Gómez Carrillo gorrón). En la siguiente carta transcrita, identificada sencillamente como Carta tercera, sin fecha, pero siempre dentro del capítulo correspondiente al año 1922 se lee: “El Mirador. -Chemin de Brancolar, Nice. Mi querida Aurora: Esto es el paraíso: un tiempo, un cielo, una alegría fina, suave… Y mientras tanto, en Lima matando estudiantes en nombre de Jesús… Vaya. Le he dicho a mi amigo X, que me sirve de chaufeur, que hoy, cuando salga, vea un hotel para ti. Dime si te gustaría un lugar con música, cerca del mar, en pleno centro del chic veraniego, que es muy discreto; creo que sería lo mejor; y las tarifas de verano son muy económicas; lo mejor me parece un hotel en la Promenade des Anglais, en que por la noche, en el gran jardín que da al mar, hay orquesta, luces venecianas, gente agradable; allí va Manuel Ugarte. Lo mejor es que escribas tú misma, pues tienen mucho empeño en todos los hoteles de Niza en atraer gente de París…” Ese amigo X, ¿habrá sido Toño Salazar?, porque en sus recuerdos cuenta de las estadías que en casa del guatemalteco disfrutaba de la ciudad veraniega.

En la identificada como carta cuarta[10], también transcrita íntegramente, nos deleita con detalles más personales de su vida en la solariega casita: “El Mirador.- Chemin de Brancolar, Nice. Mi querida Aurora: Aquí me tienes, en mi casita de Niza. Llevando la vida apacible de la soledad y el trabajo. Estoy haciendo una novela, de la que estoy muy contento. Si sigue como va, será trés bien. Debo decirte que estoy en la décima página. No faltan, pues, más que doscientas cuarenta… Pero todo se arreglará si Dios quiere. Ayer pasé mi examen de chauffeur y obtuve mi diploma, que me da derecho a aplastar a todo el que se atraviese en mi camino. Todos los días paso por tu boulevard Joseph Garnier y veo las ventanas para tratar de adivinar cuál es tu casa. Aquí el tiempo está precioso. No tenemos calor. A veces, a la madrugada, hasta tenemos que cerrar la ventana, por el frío. Y los días son de un esplendor oriental…” La novela en la que tan dedicado se encuentra trabajando es, presumiblemente, El Evangelio del Amor, que sería publicada un año después, como veremos más adelante. Aurora ocupaba para esas fechas, un apartamento en Niza, porque a continuación de la carta inserta, ella comenta: “…Estoy en mi departamento de Niza; prefiero esperar aquí los trámites del juicio de nulidad…”[11], lastimosamente la entrada del diario no está fechada, pero comenta párrafos adelante: “…Enrique viene a verme en las mañanas. Una tarde que fui a su casa encontré a Ibels, quien, sin ser oído de Enrique, me preguntó si es cierto que voy a volver a vivir con Enrique, por lo que deduzco que es él quien se lo ha dicho; le respondí, en reserva, que no. Ibels se encuentra actualmente en ‘El Mirador’, donde está pintando un cuadro…” y a continuación una verdadera gema de información para enriquecer este escrito y reconstruir aunque sea un milímetro de la dichosa casita de Niza, nos dice la fastidiosa de Aurora: “…Enrique me cuenta detalladamente, y con la franqueza que siempre tuvo conmigo, las más intensas páginas de su vida, principalmente en lo que se refiere a las críticas que el público le hace y a lo que de sus amores se cuenta atribuyéndosele lo que carece de verdad. Según él, las mujeres que han pasado a su lado sólo han significado una compañía contra la soledad, y me enseña su dormitorio, que parece una celda, donde no tiene sino la cama. Como le pregunto si se ha vuelto monje, me responde que casi lo es, porque a esa habitación no ha entrado ninguna mujer. No lo dudo; aunque de inmediato, hay otro dormitorio que no siempre ocupa Ibels…”[12] 

La intrigante y malintencionada de Aurora incluye también otro dato interesante que nos permite aclarar por lo menos, la fuente del dinero que le permitió a Gómez Carrillo procurarse el lujo de una casita en la Costa Azul. Comenta: “Un día me habló extensamente de su situación económica, que era holgada; no necesitaba de nada, y aún tenía algunas economías en el Banco. Su único anhelo era que el Consulado de la República Argentina en París se le cambiasen por el de Niza, para no tener la obligación de ir con frecuencia a París…”

 También en unas cartas publicadas por Jorge Carro en la Revista Cultura de Guatemala, dirigidas a su amigo el doctor Federico Murga, lo tenemos escribiendo en hojas con el mismo membrete que dice “El Mirador. Chemin de Brancolar. Nice.” Lastimosamente, don Enrique no pone fecha en ninguna de estas sus cartas, pero por fortuna algunas tienen un encabezado en formato para llenar que incluyen: “Nice, _____ 192___”, por lo que la asunción es obvia. En una de las cartas, la contenida en la página 29 de la revista mencionada, le relata a su amigo Murga: “Aquí un tiempo ideal. La tornade de que han hablado todos los periódicos, aquí no la notamos: fue una lluvia de una tarde y nada más”. Lo fascinante de estas cartas no es sólo que su tono es ligero, despreocupado, fuera de toda afectación literaria, sino que además las escribe todas desde Niza e incluye valiosos detalles de la casa que se ha comprado. Así, un 11 de noviembre le comenta a Murga: “…Por fortuna creo que todos acabarán por venir a vivir a este paraíso. Piense usted que le estoy escribiendo con las ventanas abiertas en una habitación llena de sol, mientras en París debe usted ya tener sus lámparas encendidas a las 4 de la tarde…” Otros detalles nos permiten imaginar la ubicación de la casita, como cuando comenta, en la misma carta del 11 de noviembre: “…Estoy para vender mis dos autos, ganando en el Peugeot y perdiendo 2.000 frs en el citrón. El citrón no sube el Chemin de Brancolar sino con dificultad…”

hotel-excelsior-regina-palace-cimiez-nice-france-framedAhora el Chemin de Brancolar es la Avenida de Brancolar, una empinada ruta a la espalda del imponente Hotel Regina Palace y no muy lejos del Jardín de Cimiez, un parque de olivos plateados y caminillos de grava y, como si el destino se ensañara en contra de nuestro cronista, muy cerca del Hostal Saint-Exúpery, una hermosa construcción estilo renacimiento rodeada de soberbios cipreses romanos. El paisaje apenas adivinado por esta referencia a la empinada calle, la confirma Carrillo en la maravillosa crónica Mi casita de Niza, en la que relata:

 

“¡Cómo me acuerdo del día ya lejano en que por vez primera mi alma se embriagó en esta copa de luz! No fue aquí, en la colina de Brancolar, sino enfrente, en las Beaumettes floridas de mimosas y murmurantes de enjambres, en el jardín de Maeterlinck…”[13]

 

En otra carta de las cartas al doctor Murga, fechada el 10 de septiembre, que podemos establecer casi con seguridad que es del año 1923, pues contiene una referencia a lo bien que va de ventas la traducción al francés de su novela El Evangelio del amor, libro que de acuerdo al minucioso catálogo de Juan Manuel González Martel[14], ya citado, se publicó ese año, con una dedicatoria a Madame Sélyssette Maeterlinck, firmada el 15 de mayo de 1923 en Niza. En esa carta le comenta a su amigo Murga: “He hecho mil mejoras en el Mirador. Las habitaciones de usted están ahora muy bien. Y además le he hecho un salón abajo, para recibir a los que vengan a verle. Solo el garaje, no sé cómo hacerlo. Me va a costar un ojo de la cara.”

Lastimosamente no sabemos nada más de la mentada casita de Niza de lo que nos cuenta Gómez Carrillo en su crónica. No sabemos cuando la compró, cómo la compró o a quien se la compró. Pero contamos con una hermosa descripción de la propiedad de mano de su dueño, que la describe con tal delicadeza que bien podría estar hablando de una mujer hermosa:

 

“Mi casa, justamente, fue edificada por un erudito genovés que venía en la primavera para leer las Geórgicas a la sombra de un olivo centenario. ‘Villeta Virgiliana’ reza aún una inscripción borrosa en uno de los postigos del huerto (…) ‘El Mirador’ le he puesto. Y eso es en efecto: un balcón ante la línea azul del Mediterráneo, una terraza a pleno sol, una ventana desde la cual se ven, a lo lejos, los caseríos almenados de la costa…”

 

      Sobre el origen aristocrático de la casa nos comentará Toño Salazar en la larga conversación que tuvo con Luis Gallegos[15], aunque no sepamos si tomarlo en serio o no:

 

“…De seguro aquél texto íntimo suyo, dedicado a su ‘villa’, fue traducido por algún amigo del escritor o por su traductor, acaso el mismo traductor que tradujo a Gómez Carrillo para el editor Fayard. En aquel texto Carrillo decía que la ‘villa’ había sido hecha por una condesa italiana, la condesa Grimaldi, para disfrutarla con alguno de sus amantes. Esto, sin embargo, pudo ser mera invención del gran cronista guatemalteco que, a menudo, incorpora en sus escritos elementos novelescos, citando hechos y personajes imaginarios.”

 

Y es que no sabemos si tomarnos en serio este argumento de Toño Salazar porque el texto “íntimo suyo”, dedicado a su villa es del que hemos venido tomando fragmentos a medida que hemos reconstruido el asunto éste de la casita de Niza. Y por muchas vueltas que le dé al breve texto, (apenas 10 páginas en la edición del Gobierno de Guatemala), no encuentro por ninguna parte la referencia a la condesa Grimaldi y sus amantes. O puede Salazar haya estado evocando algún otro texto del que aún no tenemos noticias… puede ser, en todo caso, seguiremos buscando hasta agotar esta posibilidad. O bien, en algo más habrá estado pensando el genial caricaturista, o simplemente nos quiso tomar el pelo reconstruyendo un texto ya alterado por los años y los recuerdos, una treta borgiana. ¿Ve usted? Eso es lo malo de citar las cosas de memoria…[16]

      Pocas noticias más nos ofrece el cronista de esta su soñada propiedad, apenas insinuaciones, como protegiendo su privacidad de esos “fastidiosos americanos” que en París no lo dejan en paz con sus visitas a la rue de la Castellane o al Café Napolitain y que buscan aunque sea estrecharle la mano, elogiarle algún libro o pedirle algún consejo. En un acento despreocupado, deja caer la siguiente noticia, en su crónica de su casita:

 

“Hoy al fin, después de muchas vanas romerías, he buscado y he encontrado la casita ‘reveé’ en uno de los sitios más pintorescos de Niza, entre los boscajes suntuosos de un parque que le pertenece al millonario boliviano Patiño, y las principescas escalinatas de otro parque que pertenece al millonario belga, tan popular en Madrid, Marquet. Pero no es blanca mi casita. Es roja como los palacios venecianos (…) Cuatro olivos seculares, tapizados de hiedra, marcan los modestos linderos de mi dominio. Mi huerto se compone de media docena de naranjos que florecen alrededor de una palmera solitaria. Mi único lujo, lujo platónico e ilusorio, es mi terraza, mi mirador que domina los contornos, y en el cual, sentado en un banco de piedra, puedo figurarme cuando quiero, embriagándome de belleza, que todo lo que veo es mío…”

 

Así que la casa roja que se compra está ubicada en un barrio relativamente nuevo de la ciudad, al norte de la misma, el Brancolar, cuyo desarrollo abarcó de 1867 a 1914, y que coincide casi con el surgimiento a la fama de Niza como centro de veraneo a partir de 1864, tras la extensión de la línea ferroviaria de la ruta París-Lyon-Marsella, que se conecta a la ciudad. Casi de forma inmediata la localidad se convierte en el destino favorito de los vacacionistas ingleses. Comenta Laurent Gauci[17] que entre 1864 y 1874 el número de visitantes subió de 106,000 a 310,000, triplicándose en una sola década. El estallido del turismo lo resume Gauci, citando una carta de León Pilatte, antiguo cónsul en Niza a Alphonse Karr, un republicano exiliado en la localidad, tras la proclamación del Segundo Imperio por Napoleón II: “Allez á Nice! Allez-y par le télégraphe électrique si vous pouvez! Climat charmant, situation délicieuse dans une baie nommée non sans raison la baie des Anges, le soleil d’Italie, á une demi-heure de marche la fraîcheur de la Suisse, et des soirées, des nuits plus belles que celles de Naples! Véritable Paradis…”

Comenta Gauci que la urbanización de la localidad siguió la lógica de las ciudades portuarias: el partido más pequeño y antiguo, el corazón histórico de la ciudad, el puerto, comprendido por los barrios populares establecidos en media luna siguiendo el contorno de la bahía, barrios incómodos e insalubres y la región de las colinas, que fue adoptada por la aristocracia local y los extranjeros residentes, que fueron ocupando las estibaciones: Cimiez-Brancolar al centro, el monte Boron al este, la planicie de Piol al noroeste y la colina de Baumettes al oeste, colina en la que tenía su palacio árabe Maeterlinck. Gauci apunta que con el tiempo, la colina de Cimiez se convertiría, a partir de 1882, en la localidad favorita de la alta burguesía y la aristocracia europea, mientras que el sector de Brancolar quedaría un poco relegado; como prueba de su marginalidad, estaba cruzado por varios caminos rurales que desembocaban en las propiedades desperdigadas por la misma.[18] Las rutas principales que cruzaban el sector eran: el chamin de Brancolar y el chemin de Valrose. Brancolar no se integraría totalmente a la ciudad sino hasta inicios del siglo XX, cuando en 1906 se le incluye como barrio de la villa de Niza, que ya para 1914 albergaría alrededor de 210 mansiones según un censo consultado por el ya citado Gauci.

La casita del escritor guatemalteco, a juzgar por los encabezados de las cartas que escribe y de las que hemos venido haciendo mención, rezan: “El Mirador. Chemin de Brancolar. Nice”, estaba establecida en la ruta principal de este barrio en expansión y refinamiento, pues en la zona entre el boulevard de Cimiez y el chemin de Brancolar, se encontraban las construcciones más lujosas de la zona, clasificada por la municipalidad como “zona de lujo”, a saber: el hotel Pensión Vitali, establecido en 1893, el Gran Hotel de Cimiez, en 1893 también y en 1897, el más lujoso de ellos, el Hotel Regina. De la importancia que estaba adquiriendo la zona dan testimonio dos circunstancias: la primera, que en 1893 se inaugura la primera central eléctrica en la zona y la segunda, que gracias a estas instalaciones en 1895 ya se cuenta con alumbrado público en el boulevard de Cimiez, se pone en operación un tranvía y se instala un elevador en el Hotel Regina.  

Pues es en esta aristocrática zona en la que nuestro escritor se compra una “casita”, que de acuerdo a los apuntes de Jaime Barrios Carrillo, era una mansión con más de diecisiete habitaciones.

La compra de la propiedad causa acres comentarios de la vieja desalmada de su ex esposa, Aurora Cáceres, contra quien ya hemos tenido el gusto de despotricar antes en otro escrito. La vieja intrigante comenta que el gusto burgués de Gómez Carrillo le había permitido adquirir una propiedad en Niza, traicionando los valores de la bohemia a la que se había arrojado durante tantos años parisinos, incluso cuando estuvieron casados. Sin embargo, olvida la poco amable señora, que Gómez Carrillo ya para los años en que se compra la casita, había abandonado la vida bohemia y era un periodista serio y respetado, gracias a la oportuna intervención del doctor Miguel Moya, quien lo contrata para trabajar en el diario El Liberal, circunstancia sobre la que hemos de volver, si no en este texto quizás más adelante…

¿Y qué tenía de extraordinario Niza? Digo, aparte de estar ubicada en la Costa Azul, gozar de un clima suave la mayor parte del año, y tener construcciones impresionantes de villas y palacetes del jet-set internacional frente a un mar de sueño. Pues nuestro escritor nos contesta desde ese lejano 1918 que hemos asumido como inicio de la ilusión de poseer algo en la soleada ciudad, sentado en la terraza de la residencia de su amigo Maeterlinck:

 

“…la bella Niza tiene el encanto de ser a la vez Paris y el campo, la paz y la vida intensa, la soledad y la sociedad… No hay nada más aristocrático, nada más mundano, nada más lujoso, que el centro. No hay nada más tranquilo, más azul, más florido que la playa y las laderas. Es la villa ideal, en el clima ideal, bajo el cielo ideal (…) Una brisa ligera y tibia me acaricia las sienes. Y, en medio de mi bienestar algo egoísta, pienso que a doce horas de distancia, en la formidable París, mis amigos no ven el sol sino de vez en cuando, entre nubes plomizas…”

 

      Otra razón que hace que Niza sea un destino favorito para quienes andan huyendo del ruido, del frío, del ajetreo, de la falta de sonrisas de la febril capital francesa:

 

“Por todas partes, en efecto, a todas horas, aunque las alas del viento permanezcan inmóviles, una lluvia de flores cae, lenta y continua (…) En los parques de las villas, en los senderos de las colinas, en los boscajes de los jardines, los pétalos, impasibles, implacables, siguen lloviendo sin prisa, sin misericordia, sobre las cabezas de las parejas galantes, para embriagar los corazones y palidecer los rostros. El espectáculo es sublime…”

 

Estos encantos habían atraído ya en su momento a Maeterlinck, de quien ya hemos comentado que tenía un palacio árabe en el centro mismo de la ciudad, o a Manuel Ugarte, abanderando del antiimperialismo estadounidense y prócer del americanismo, quien tenía una propiedad con terraza en la misma “Promenade des Anglais”, a la orilla misma de la playa y otro amigo del círculo, el español Blasco Ibáñez, que tenía una hermosa propiedad en Menton. Sobre su propiedad dirá Blasco Ibañez: “Una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estoy sentado en un banco de mi jardín de Mentón. Arboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces…”[19]

Y es que para esa fecha, Niza era el centro del veraneo de la Europa chic. Le pongo un ejemplo: Patiño, el multimillonario boliviano dueño de minas en su país, tenía una amplia propiedad, parecida a un palacio (riquezas que perderá gracias a la nacionalización de la minería por la revolución de 1952, pero esto ya es harina de otro costal). También tienen en estas escarpadas colinas bañadas por el Mediterráneo propiedades Singer, el dueño de las máquinas de coser y otros intelectuales famosos. Blasco Ibáñez nos habla de sus atractivos, en un diálogo con su otro yo con que abre su libro de crónica de su vuelta al mundo:

 

“…Perderás también las fiestas invernales de la Costa Azul, que atraen a los felices de la tierra: el Carnaval de Niza, las óperas y conciertos en Monte-Carlos, las regatas, los bailes en hoteles enormes como alcázares de leyenda, las batallas de flores…”

 

Así que a pesar que la ciudad vive una forzada tranquilidad, el ambiente, el suave clima conquista el corazón del escritor guatemalteco. Comenta: “Todo aquí nos acaricia, nos halaga, nos sugiere ensueños tiernos de amor y de dicha, de paz interior de buenaventuranza tibia…”[20]

      ¿Necesita el lector otra razón para quedarse a vivir en Niza? Si es así, querido y respetado lector, usted no tiene corazón, o no tiene gusto, que es peor. ¿Qué otro lugar de descanso mejor se le ocurre a usted, fuera de esta terraza a la sombra de naranjos desde la cual puede ver el mar, azul y brillante, colinas verdes y una continua lluvia de flores?

      ¡Ah! Pero no vaya a creer que nuestro cronista sólo se la pasa  sentado en una banca embriagado por la vista de flores que caen… eso sería un desperdicio del paisaje. También se sale, se camina por la Promenade des Anglais, que es una elegante calzada que bordea el mar y hacia la cual aún abre sus ventanas el imponente Hotel Negresco[21] hoy en día. También se pasea por los parques, aprovechando a ver a las mujeres que pasean en ropas de verano (que en esa época no enseñaba mucho, dicho sea de paso). Nuestro intelectual tiene otro pasatiempo: “…todas las tardes me doy unos largos paseos por Niza en un pequeño Citroën que es una preciosidad por lo suave…” Niza es una ciudad elegante en la que se gasta el dinero a manos llenas. Allí se puede ver al millonario Singer, por ejemplo, jugarse grandes sumas en el casino. Es una ciudad para ver y ser visto.

      Pero eso de meterse uno a remodelar casas, lejos de ser un placer, como inocentemente lo pinta Frances Mayes en su libro Bajo el sol de la Toscana o Sir Vidia Naipaul en Una casa para Mister Bishwas, es una verdadera pesadilla en la que el dinero se escurre a raudales entre los dedos. Hasta de estas banalidades nos pone al tanto Gómez Carrillo gracias a su amistad con el doctor Federico Murga. En otra de sus cartas sin fechar, pero con membrete de El Mirador, le relata:

 

“…La empresa de la casita está resultando terrible e interminable. Aún no dormimos aquí sino en un hotel al lado; estamos llenos de pintores, empapeladores, albañiles, parqueteros, etc. Estoy haciéndole poner el piso de madera de encino a todo el primer etage. Eso me arruina…”

 

      Pero Gómez Carrillo es un quejicas, porque nadie que no tenga el dinero se mete primero, a comprar casa en Niza, y segundo, a remodelarla con piso de encino. Además, a este escritor desde hacía años, le iba bien económicamente, con todos los libros que vendía y artículos que publicaba semanalmente en diarios de América y España. Además tiene un sueldo del gobierno argentino, detalle que nos cuenta en otra carta breve a su amigo habitual: “Mil gracias por el cheque que me llega cuando ya he recibido mi trimestre de la Argentina, de modo que siento que, se haya molestado enviándomelo”, y de esta noticia podemos sacar dos cosas en claro: que el doctor Murga, cuyo consultorio nos cuenta Jorge Carro, quedaba nada más y nada menos que en la Place Vêndome, no tenía empacho en prestarle 2,000 francos a su amigo el intelectual, y que el gobierno Argentino, como cualquier otro gobierno latinoamericano que se precie, es impuntual a la hora de pagarle a sus burócratas.

      Con todo y quejas y apretujones de billetera, el resultado de la remodelación de la casa habrá resultado en todo un éxito, a juzgar por la brillante crónica que le dedica y que hemos venido reseñando y que cierra con estas memorables frases:

 

“…más que tanto esplendor, lo que me atrae, lo que me hace tomar el tren de París cada vez que tengo algunas semanas libres para refugiarme en mi Mirador, es la exquisita, la suave belleza de las colinas que miran en el mar sus boscajes de rosas, y el azul diáfano del cielo que muy raras veces se nubla ¡Ah! Y tal vez también la atmósfera, en donde el perfume de las flores parece estar impregnado de sutiles emanaciones de opio…”

 

En su casa de descanso también hacen peregrinaje sus amigos, aprovechando los meses de la temporada de verano que iniciaba en noviembre y se extendía hasta el mes de abril del siguiente año, mientras en el norte era invierno. Sabemos que Toño Salazar solía descolgarse a Niza y hospedarse en “El Mirador”, por su correspondencia sabemos también que allí se hospedó el pintor Ibels, en cuya casa habría de sufrir un primer ataque cerebral nuestro querido cronista y el aristocrático doctor Murga. También el genial poeta Manuel Machado solía tomar el sol en la terraza sobre la bahía:

 

“…He hankered after the pleasures of Paris and was invited to ‘El Mirador’, the villa Gómez Carrillo kept in Nice with Blasco Ibáñez, Maeterlinck and Max Regis as neighbours and wich he described as: ‘Una casita de canónigo italiano, con un jardín de naranjos y una habitación amueblada con regalos de Maeterlinck y Max Regis’. Manuel enjoy the luxury of a country house himself; during his weekends there he wrote of the delights of summer evenings, of the eucalyptus at his window, the garden stream, the pine woods, the wheat fields and the place of the countryside in poems like ‘Paisaje’ and ‘Regreso’.[22]

 

Pero el goce de la casita en la Riviera Francesa le duró poco a nuestro compatriota, pues moriría en París un lejano y asumo que brumoso mes de noviembre de 1927, justamente un par de días después de manejar ininterrumpidamente desde Niza[23], en donde se encontraba descansando con su tercera esposa, la salvadoreña Consuelo Suncín, luego que lo convocara la Sociedad Internacional de Prensa para una reunión urgente[24] y sobre lo cual volveremos a tratar con extenso detalle más adelante. Cuenta Abigaíl que su tía fue nombrada heredera universal, adquiriendo: “…los bienes y su gloria, que incluían propiedades en Argentina, una villa en Niza, Francia, jugosas cuentas bancarias y todas sus obras…”, riqueza que la propia Consuelo desmiente cuando uno de los biógrafos de nuestro cronista, Mendoza, la entrevista durante una visita que la viuda hizo a ciudad de Guatemala. ¿A quién creerle entonces? Continúa relatando Abigaíl que como consecuencia del golpe de Estado que el general José Félix Uriburu le da a Hipólito Yrigoyen, le confiscan a Consuelo las propiedades de Gómez Carrillo en Argentina, supuestamente por que el cronista se había afiliado al Partido Radical, de Yrigoyen.[25]

También la casita de Niza tendría un irrevocable final, pues nos relata Abigaíl:

 

“…Fue también en 1933 cuando Consuelo vende su villa de Niza, para pagar la indemnización de un accidente automovilístico que ella misma había causado, dos años antes, pero el tribunal recién había fallado la sentencia de pago…”[26]

 

Del destino de esta tan querida propiedad nos cuenta Toño Salazar, paisano de Suncín, quien le cuenta a Luis Gallegos Valdés en Caricaturas Verbales, que el cronista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez publicó un artículo oportunamente titulado Pobre Gómez Carrillo, la siguiente noticia:

 

“En su carta (Manuel Ugarte), entre otras cosas me habla de El Mirador, de aquella Casita Blanca de Gómez Carrillo que está en plena decadencia; ¡Qué digo! Que casi ha desaparecido, y que en los tiempos del maestro guatemalteco abría sus jardines y sus anchos ventanales sobre la perspectiva pregriega y azul del mediterráneo (…) Según la prosa epistolar de Ugarte, Consuelo Suncín, la viuda de Gómez Carrillo, que andando los días debía llegar a ser también viuda de Saint-Exúpery, vendió El Mirador con todo lo que contenía, libros, tapices, cuadros, estatuas y recuerdos de viajes, desde antes de la guerra. Lo sabíamos así todos los amigos del maestro y de ella misma, y por ello andábamos alicaídos y melancólicos…”

 

De este texto suavemente evocador y teñido de nostalgia podemos sacar dos cosas en claro: primero, que Toño Salazar tenía una memoria vasta, como el Océano Pacífico que besa las costas de su patria, capaz de recordar detalles mínimos de su vida y que va desgranando a lo largo del libro de Gallegos, pero que debía sufrir algún tipo de daltonismo histórico, pues décadas después de haberse alojado en El Mirador la recuerda blanca, cuando el cronista, su dueño, a la saciedad citado en este ensayo, afirma que es “roja, como los palacios venecianos”, y segundo: que nadie sabe para quien trabaja, como afirma la sabiduría popular, porque la tal Consuelo apenas estuvo casada con don Enrique unos once meses y a su muerte le hizo piñata la fortuna que tanto le costó a su esposo, vendiendo la casita de tantos sueños y dinero a cualquiera, con todas las pertenencias personales de su marido incluidas, como queriendo enterrar también la memoria de él[27], una vez enterrado el cuerpo en el frío París:

 

“Lo que ignorábamos”- retomamos el relato de Salazar- “es que, por causa de la guerra, sin duda los propietarios de El Mirador se sucedieron en forma de cascada. Este símil no es un símil cualquiera, sino que tiene su doble intención: quiero decir con él que si los primeros propietarios tenían buen gusto y dinero, los otros de menos en menos, y el último nada del todo; imaginaos que la persona que habita ‘la casita blanca’ en estos momentos es un modestísimo maquinista del ferrocarril, y que el sitio que ocupaba en la casa la espaciosa y maravillosa biblioteca es hoy… ¡un gallinero!”

 

¡Orgullosa has de estar Consuelo Suncín! Sobre tu tumba escupo y deseo te pesen cual plomo estas últimas frases en el infierno en el que mereces estar consumiéndote. No quisiste guardar la memoria de Enrique, pero te hiciste enterrar en su mismo sepulcro. No quisiste hacer de El Mirador un monumento a tan alto escritor, pero torturaste a Saint-Exúpery con tus comparaciones con la hombría de Gómez Carrillo. ¿Por qué no pensaste en un museo Suncín? No quisiste cuidar sus naranjos ni sus olivos, pero cuando de asuntos de fiestas y reconocimientos en honor al escritor, poco tardaste en correr a Buenos Aires a reclamar los honores.[28] Y para mayor incordio a nuestro escritor, reclamando estos reconocimientos como su viuda en la capital bonaerense conociste a este piloto de la Aeroposta Argentina, Antoine de Saint-Exúpery, con quien te casaste y en quien te habrás gastado no poco dinero del sufrido Carrillo en publicarle sus libros, que son maravillosos y que esto, tan sólo esto salvará quizás, tu desmerecida alma…

¿Y a qué viene ese exabrupto tan violento? Se preguntará sorprendido el lector que hasta este momento había estado pensando en flores, naranjales y mar azul. Pues le explico, citando a la periodista Marta Sandoval, quien nos regala una joya de información:

 

“Más tarde, cuando Consuelo enviudó, se quedó con los derechos de todas las obras de Gómez Carrillo y de Saint-Exúpery, y cuando ella murió, el heredero fue José Martínez, un jardinero español al que Consuelo llegó a tener mucho cariño. El gestor cultural guatemalteco Ángel Arturo González viajó a Francia, a Grasse, la ciudad en donde vive actualmente José Martínez, para pedirle que donara o vendiera a Guatemala los papeles de Gómez Carrillo, su sombrero y cuantas cosas más pudiera tener del cronista. José contestó que no estaba interesado. El sombrero, dijo, lo usan sus nietos para jugar.”[29]

 

De acuerdo a la sobrina de Consuelo, Abigaíl, de cuyo libro hemos echado mano para detalles interesantes, sabemos que el tal José Martínez Fructuoso, a quien ella apoda Pepe, era en realidad secretario y heredero universal de Consuelo, y cuenta también que Alain Vircondelet lo convenció de publicar Memorias de la Rosa, y así poder “llevar a la luz pública los archivos encontrados de las memorias de Suncín. Trabajaron juntos en estrecha colaboración hasta sacarla al mercado el año 2000 coincidiendo con el centenario del nacimiento de Saint-Exúpery…”[30]

¡Consuelo! ¡Consuelo! Le pido a Dios y a Dante que las llamas del infierno en que te encuentras en verdad sean eternas.



[1] Las crónicas sobre estas ciudades europeas las publica en su libro Desfile de Visiones, dedicado a su colega Vicente Blasco Ibañez. (Ver: Enrique Gómez Carrillo. Obra Literaria y Producción Periodística en libro. Juan Manuel González Martel. Volumen 3 de la Biblioteca Guatemala, Tipografía Nacional, Guatemala: 2000).

[2] En su libro, Por tierras lejanas, encontramos una antología de sus crónicas, les doy una probadita: Una bailarina mora, El tirano de Venecia, El Sultán de Marruecos, Por las calles de San Petersburgo, La casa de Gorki, El paraíso de los chinos, En la India. ¿Se puede usted imaginar, amable lector, el placer que encontraban nuestros bisabuelos (en un mundo sin televisión y sin internet) los sábados o domingos por la mañana al abrir las páginas del diario y encontrar estas crónicas sobre un mundo remoto, repentinamente al alcance de la mano, gracias a un escritor centroamericano?

[3] Enrique Gómez Carrillo. Vistas de Europa. Tomo IV de las Obras Completas. Editorial Mundo Latino. Madrid: S/F. (Aunque la dedicatoria del libro a Don Miguel Moya está fecha en octubre de 1919). Pág. 17.

[4] Op. Cit. Pág. 17.

[5] Ibid. Pág. 20.

[6] Enrique Gómez Carrillo. Vistas de Europa. Tomo IV de las Obras Completas. Editorial Mundo Latino, Madrid s/f. Aunque el libro no tiene fecha, abre con una dedicatoria a su amigo y protector don Miguel Moya, dueño del diario para el que trabajara tanto tiempo, El Liberal, fechada en octubre de 1919. Por referencias a la guerra en curso dentro de la propia crónica de Niza, presumimos que hizo esa visita durante 1918.

[7] Citado en Horwinski. Op. Cit. Página 106.

[8] Aurora Cáceres. Mi vida con Enrique Gómez Carrillo. Editorial Renacimiento, Madrid: 1929. Pág. 274.

[9] Aurora Cáceres. Op. Cit. Pág. 277.

[10] Ibíd., Pag. 278.

[11] Que dicho sea de paso es el juicio de nulidad de su matrimonio con Enrique Gómez Carrillo y que dentro de sus quejas y recriminaciones nos irá dando los detalles del avance del mismo en su libro de memorias tendenciosas y chismosas…

[12] Ibíd. Pág. 279.

[13] Enrique Gómez Carrillo. Páginas escogidas. Tomo II. Impresiones de Viaje. Editorial del Ministerio de Educación Pública. Guatemala: 1954. Todas las referencias a la crónica de Mi casita de Niza se han tomado de esta edición. La crónica fue publicada originalmente en su libro En el reino de la frivolidad.

[14] González Martel. Op. Cit. Pág. 87.

[15] Luis Gallegos Valdés. Caricaturas Verbales. Conversaciones con Toño Salazar. Dirección de Publicaciones e Impresos, Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, San Salvador, El Salvador: 1997.

[16] Mucho cariño y agradecimiento le tenía Toño Salazar al maestro Gómez Carrillo, pues según cuenta Luis Gallegos en el libro citado: “Las colaboraciones artísticas de Toño Salazar en los importantes diarios parisinos Le Matin y L’Intransigeant van dando a conocer su nombre entre los años de 1922 a 1926. Enrique Gómez Carrillo y Ventura García Calderón lo recomiendan respectivamente en cada uno de esos diarios (…) En 1926 Gómez Carrillo publica en el ABC de Madrid, diario en el cual acababa de inaugurar su colaboración, a la par de Azorín, Pérez de Ayala y otros renombrados literatos, un artículo consagratorio sobre Toño Salazar titulado ‘Toño Salazar, príncipe de los caricaturistas’…” Op. Cit. Pág. 151.

Ventura García Calderón (1886-1959): fue un escritor y periodista peruano, que vivió la mayor parte de su vida en París, y la mayoría de sus escritos fueron en francés. Destacó al igual que Gómez Carrillo como antologista de la literatura latinoamericana para el público francoparalante.

[17] Laurent Gauci. Brancolar. Un quartier a geometrie variable (1867-1914). Résume d´un mémoire de maitrise sostenu á la Faculté des Lettres de Nice sous la direction de M. Schor. Pág. 2.

[18] Gauci. Op. Cit. Pág. 4.

[19] Vicente Blasco Ibáñez. Vuelta al mundo de un novelista. Editorial Prometeo, México: 1947. Tomo I. Pág. 8.

[20] Gómez Carrillo. Vistas de Europa. Pág. 20.

[21] Hotel Negresco, abierto al público el 8 de enero de 1913. Fundado por el rumano Henri Negrescu, que cambió su apellido a Negresco al obtener la ciudadanía francesa. El proyecto del hotel de lujo fue tan ambicioso que el domo del gran salón fue diseñado por el archiconocido ingeniero Gustave Eiffel. Negresco fue condecorado al finalizar la Primera Guerra Mundial como “Caballero de la Legión de Honor”, (al igual que Enrique Gómez Carrillo, dicho sea de paso), por haber abierto su lujoso hotel como hospital temporal para los soldados franceses heridos. En 1920 moriría Negresco, en la bancarrota por las pérdidas sufridas como consecuencia de la Gran Guerra.

[22] Gordon Brotharston. Manuel Machado: a Revaluation. Cambridge University Press, UK: 1968. Pág. 45. Al respect de la casita de descanso de Machado comenta Brotharston a página 46: “…I have been unable to discover where Machado had his house but there can be no doubt that he had it, despite Pérez Ferrero’s silence on the matter, for [Enrique Gómez] Carrillo referred to it in his letter and offered to send something to adorn the study: ‘¿Cómo va esa casita de campo? Algo tengo yo que mandar para adornar su despacho’…” (carta sin fecha y con encabezado: ‘Redacción de El Liberal).

[23] Aurora Cáceres nos ofrece en su libro un vistazo rápido a esos viajes París-Niza que hacía Gómez Carrillo cuando se iba al sur en su automóvil cuando en el apartado correspondiente al año de 1925 trascribe una carta de su ex esposo: “…Hoy me marcho a Niza en auto. Pondré cuatro días en llegar, pues no llevo prisa y no quiero hacer más de doscientos kilómetros al día. Voy solo. Si quieres que me ocupe de tu casa escríbele a la portera diciéndole que me entregue las llaves. Yo no pienso moverme de Niza en todo el invierno…” (Op. Cit. Pág. 288).

[24] Del matrimonio de Gómez Carrillo con Consuelo Suncín nos relata su sobrina: “…en diciembre de 1926 se casaron. Fue una boda sencilla, donde asistieron sus más íntimos amigos, que incluían famosos intelectuales y artistas europeos de la época, como Salvador Dalí, Pablo Picasso, Albert Camus, Gabrielle D’Annunzio, etc…”, lastimosamente Abigaíl Suncín no nos dice de dónde sacó la lista de tan importantes invitados. También nos cuenta la pedida de mano: “…Gómez Carrillo le declaró su amor a Consuelo en el precioso parque ‘Jardín de Luxemburgo’, en París, allí se arrodilló ante ella y le pidió casamiento. Ella siempre recordó ese momento y les decía a sus amigos: ‘Aquí cambió mi vida’”. (Abigaíl Suncín, Op. Cit. Pág. 54).

[25] Abigaíl Suncín. Op. Cit. Pág. 64.

[26] Abigaíl Suncín. Op. Cit. Pág. 77.

[27] Juan M. Mendoza, biógrafo y amigo de Gómez Carrillo, al final de sus investigaciones para su obra de la vida del escritor guatemalteco, se entrevistó en la ciudad de Guatemala en abril de 1938, con su última esposa, Consuelo Suncín, quien lo recibió en el restaurant del Hotel Palace. Rescato aquí un interesante y revelador fragmento de dicho encuentro: “…Escogiendo mesa, dos veces nos invitó a cambiar de sitio, llevándonos de extremo a extremo, y en donde al fin pudimos, como Quevedo, sentarnos y ser vistos pero no oídos por otros. Con una pierna cruzada, Consuelo mostraba sus movibles y diminutos pies arqueados, cubiertos por transparentes medias y luciendo hebillas y lazos en sus bonitas zapatillas (…) Mientras tanto, la condesa me invitaba a tomar whisky; y, entre sorbo y sorbo, me refería páginas entrecortadas de su vida social y de aventuras, de muy poca importancia para mí. Más, como yo no quitaba el dedo del renglón –en mi deseo de sacarle algo más del arsenal de sus recuerdos- entre párrafo y párrafo suyo introducíale yo un paréntesis con alguna de mis preguntas. Yendo yo siempre al grano, la insté para que me hablara de la consabida herencia y de los últimos instantes de Enrique. -Capital efectivo- me contestó- ni un centavo. Nada más que libros. Casas, dos: una en Niza, para mí, otra en París, para su hija Elena, que escribe versos y ahora tiene treinta años. Yo estaba en Niza cuando Enrique cayó enfermo, atacado de hemorragia cerebral. Regresé a París, alarmada por la gravedad. Llegué a tiempo de prestarle mis cuidados… ¡Quince días en cama y cuarenta y ocho horas de agonía tuvo el  pobre…”  (Op. Cit. Pág. 246).

¡Nada más que libros!, dice la viuda, como si le pesara que sólo la biblioteca heredara, peo su sobrina Abigaíl corrige la plana en este tema y nos cuenta: “…Ella heredó de Gómez Carrillo su enorme biblioteca que Saint-Exúpery leía con gran avidez…”, imagínese usted mi estimado lector, a este archifamoso escritor, de cuyo cerebro salieron obras monumentales como Vuelo Nocturno y Tierra de hombres, sentado en Niza leyendo los libros comprados y leídos con veneración por nuestro compatriota… ¿qué mas aporte a la cultura mundial puede hacerse, que heredar una biblioteca de la que sacará ganancia otro brillante escritor? ¡Y Consuelo reprochádole a Carrillo sólo haberle heredado libros!(cita de Abigaíl: Op. Cit. Página 158).

[28] Del artículo titulado Los amores de Gómez Carrillo, de la periodista Marta Sandoval tomamos literal la siguiente información: “Dos años después de que Gómez Carrillo falleciera, el Gobierno argentino decidió rendirle un homenaje. Consuelo fue invitada de honor. Se hospedó en uno de los hoteles más lujosos de Buenos Aires, donde también estaba instalado Antoine de Saint-Exúpery, el célebre escritor de El Principito. Dicen que fue toparse con ella en el vestíbulo del hotel y enloquecerse…” Diario elPeriódico, Guatemala, 7 de junio de 2009. Al respecto de lo afirmado por Sandoval queremos matizar un poco la información que nos ofrece, pues Saint-Exúpery aún no era “el célebre escritor de El Principito”, que no sería publicado hasta el 6 de abril de 1943. A la fecha de conocer a la belleza salvadoreña (1929) había publicado únicamente El aviador (1926) y Correo del Sur (1928), ni siquiera había publicado aún su obra más celebrada previa a El Principito, la inmejorable Vuelo Nocturno (1931), aunque no podemos descartar que ya fuera famoso en forma incipiente para el momento de conocerse, poco probable, por el tipo de trabajo que desempeñaba para entonces. Y para reforzar este punto, cito al biógrafo de Carrillo, señor Mendoza, quien de su entrevista con Suncín hemos hablado arriba comenta: “…esta dama, ahora condesa de Saint-Exúpery, por virtud de un nuevo matrimonio que contrajo –hace de esto años- con un aviador francés…”, vea usted, que para 1938, Saint-Exúpery no era aún un famoso escritor, sino simplemente “un aviador francés”.

[29] Marta Sandoval. Op. Cit.

[30] Suncín. Op. Cit. Página 142.


Dos fotógrafos en el país de las maravillas

Muybridge y Someliani en Guatemala.

Rodrigo Fernández Ordóñez

                                             

La Revolución Liberal que alcanza el poder el 30 de junio de 1871, tenía como ambición impulsar a Guatemala al futuro, romper con los últimos rescoldos coloniales y convertirla en una pujante nación que participara, junto con otras potencias del momento, en la escena internacional. Como cualquier evento histórico, tiene sus luces y sus sombras. Sus sombras, largas, han sido denunciadas con minucioso detalle por el historiador J. C. Cambranes en sus obras, entre las que destaca Café y Campesinos. Pero como dijera el poeta Ismael Cerna en su famoso poema ante la tumba de Barrios: “…No olvido que en un instante en tu abandono/ quisiste engrandecer la Patria mía,/ ¡Y en nombre de esa Patria te perdono!” Y en ese espíritu del poeta, también es justo señalar esa ambición, nunca concretada, de convertir a Guatemala en un país moderno, tocado por el Progreso y la Prosperidad, y para ello, qué mejor excusa que revisitar cuatro hermosas fotografías, escaparate de nuestro país en un lejano siglo XIX, y explorar su contexto.

-I-

La Revolución Liberal.

 

La campaña llevada a cabo por las tropas liberales luego de invadir el territorio guatemalteco desde la frontera con México, es resumida por un testigo de la época, Francisco Lainfiesta, y su contundencia no deja mucho espacio para la mitología, pues: “En 52 días de campaña, habían librado cinco combates, habían obtenido cinco victorias y habían convertido en una realidad el derrumbe completo y vergonzoso de un gobierno que contaba con 30 años de existencia…”.[1]

La historia de esa invasión, dirigida por don Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, puede resumirse como el choque de dos tiempos históricos: un régimen avejentado, tradicional, de espaldas al mundo y aquejado por la crisis económica,[2] soportado en un ejército que ha quedado obsoleto, sin preparación ni equipo para hacerle frente a la nueva forma de hacer la guerra que se encuentra desafiado por un pequeño grupo de aventureros, encabezado por dos caudillos, uno viejo y prudente, con carisma y otro joven, impetuoso y tosco, que gracias al armamento moderno, recién adquirido en los Estados Unidos tienen una superioridad de fuego avasalladora. Los fusiles de repetición Remington, se enfrentan a los viejos mosquetones y fusiles de disparo único con que las tropas nacionales tratan de hacerles frente.

Carlos Wyld Ospina, lúcido y olvidado escritor guatemalteco, autor de un ensayo sesudo en el que disecciona la vocación de fábrica de tiranos que fue Guatemala durante siglo y medio, ácido crítico del poder autocrático, expresó, a propósito de la revolución de 1871, estas frase lapidarias: “…Las revoluciones han de operarse sobre las conciencias mediante las ideas. Nosotros damos con frecuencia el nombre de revolucionarios a simples conquistadores del Poder a puño armado”[3]y cáustico comentario sobre el mismo evento: “…movimiento político que, pretendiendo ser una revolución de ideas, fue más bien una revuelta de ambiciones.”[4]

Regresando a Lainfiesta, invaluable testigo de esta época fascinante, narra en sus memorias la entrada de las tropas liberales a la pequeña y provinciana ciudad de Guatemala, luego de la campaña relámpago que inició en el occidente del país hacía apenas dos meses atrás. La tropa entra en una ciudad engalanada para la ocasión, bajo un cielo brillante y despejado. Tres mil hombres y sus dirigentes pisan su empedrado:

                   “García Granados verificó su entrada en carruaje descubierto en compañía de su esposa doña Cristina, que quiso llevar su parte en aquella entusiasta ovación y parte no mal merecida si se atiende a la importancia de la que tomó para desesperar a los gobernantes con su viveza y atrevimiento, para hacer prosélitos a la causa, para hacer adulterar el parque que debía servir a las tropas del Gobierno y para infundir a éstas aquél pánico, que tan funestos efectos produjo en los combates (…) El general Barrios se había dirigido al Palacio Nacional en donde habiendo tomado hospedaje en el salón de recepciones y despachos ministeriales, allí mismo hizo acomodar a sus ayudantes, asistentes, aliños de guerra y de montar, todo a montón y en el desorden propio de un campamento momentáneo, en el estado más activo de campaña…”[5]

 La pareja de caudillos a su vez, es también un reflejo de dos generaciones que se necesitan mutuamente para lograr su cometido pero que a la larga se estorban. El general Garcia Granados asume la presidencia el 5 de julio y la ejerce de forma moderada, durante tres años, mientras que a su alrededor, la revolución se va radicalizando, dejándolo atrás. Su compañero del poder, Barrios de 35 años, se exaspera ante la prudencia del líder y socava poco a poco su poder (como la expulsión de los jesuitas), hasta que por fin, logra desembarazarse de quien ya le parece un viejo que lo obstaculiza para los radicales cambios que desea hacer en el país.

García Granados había concentrado sus esfuerzos en dos tareas que consideraba fundamentales para el desarrollo: la fundación de escuelas públicas en toda la república y la obtención de fuentes de ingresos fiscales con cuales pagar las obras de inversión. Según Paul Burgess, biógrafo de Barrios, durante el gobierno de García Granados: “Se fundaron escuelas en todos los departamentos y el dinero se empleó a manos llenas para equiparlas y mantenerlas.”[6]

Para Barrios en cambio, la prioridad era el desarrollo económico, y en consecuencia la construcción de infraestructura. No es que García Granados no le prestara atención a estos aspectos, pues la obtención de ingresos fiscales pasaba necesariamente por la modernización de la administración de puertos y aduanas, como da cuenta la puesta en funciones del puerto de Champerico, y la habilitación de la Aduana en Retalhuleu, por orden firmada el 10 de junio [7], es decir, incluso antes de hacerse del poder.

Sin embargo, Barrios, ya presidente en 1873 decide acelerar la reforma, y de esta cuenta emite el decreto que ordena la construcción de una línea férrea que conectara a la ciudad capital con el Puerto de San José. La ley preveía que si la obra no lograba extenderse hasta la ciudad, debía procurarse al menos que llegara a la ciudad de Escuintla. Otro decreto importante es el emitido en 1874 y que ordena a todos los Jefes Políticos, “sembrar mil libras de semilla de café y hacer almácigos que, al estar listos para el trasplante, se vendieran a precio de costo a quienes quisieran comprarlos o se dieran gratuitamente a quienes no pudieran pagarlos”[8], en un intento de impulsar la modernización de la agricultura con un producto que cotizaba alto en los mercados internacionales, pero lastimosamente, sin salir del esquema de monocultivo que se venía arrastrando desde la época colonial. La importancia que se le da al café es tal, que en un decreto del 25 de septiembre de 1876, se emite una ley que protege con prerrogativas especiales a  los que cultiven la planta y castiga con severidad a quienes destruyan los almácigos y semilleros.[9]

La búsqueda de modernización del país, por medio de la industrialización de la agricultura (o al menos de sus medios de colocación en los mercados extranjeros), pasaba por unas consideraciones que aunque escritas para explicar el modelo liberal hondureño, por sus características, también aplican para la Guatemala del régimen de Barrios: “Por largo tiempo, Honduras no podrá ser un país manufacturero; tiene que ser, por sus elementos y por las aptitudes de sus habitantes, un país esencialmente agrícola. Se necesita pues, a todo trance, proteger y desarrollar la agricultura.”[10]

El cultivo del café creó un tipo de mitología, como de cultivo milagroso que habría de germinar riqueza, prosperidad y felicidad en nuestros países. Al respecto, el historiador Valentín Solórzano, recoge las impresiones que Matías Romero, autor mexicano, escribió en 1875 sobre Guatemala y su fórmula de desarrollo:

                “… basta recordar lo que era Guatemala hace veinte años, y ver lo que es ahora. Terrenos del todo despoblados se han convertido súbitamente en campiñas bien cultivadas; pueblos y ciudades en decadencia se han levantado, y se enriquecen en proporción creciente; todos los días se constituyen caminos nuevos que facilitan la exportación; el comercio aumenta sus transacciones; hay trabajo para todos; el crédito del gobierno se establece y lo que hace poco era un pueblo decadente, pobre y casi arruinado, se ha convertido merced a los benéficos resultados del cultivo del café: en un Estado rico y próspero.”[11]

Pero el impulso de la agricultura, mediante la revolución de la propiedad de la tierra (sobre la que Cambranes, ya hemos dicho, ha abundado bastante en sus aspectos más tristes), tenía que estar acompañada de otras medidas de desarrollo tecnológico y por supuesto, de orden público interno. Por eso, Barrios, no sólo invierte dinero en obras de tendido de ferrocarriles (símbolo humeante del progreso de ésta época), sino también de otros medios de comunicación como el telégrafo, que puede poner noticias de las esquinas más distantes de la república en ojos del caudillo en apenas unas horas, maravilla de maravillas para esa época de rústicos e inapropiados caminos. Así, en 1872 ya se cuenta con tendido de hilos telegráficos entre las ciudades de Guatemala y Quezaltenango, San Marcos, Huehuetenango, Quiché, Jalapa e Izabal. En 1875 también se ordena la construcción de una carretera entre Quezaltenango, San Felipe, Retalhuleu y el Puerto de Champerico, repitiendo sin sorpresa, la ruta que a la inversa hacía Muybridge precisamente ese mismo año.

Pareciera que de pronto, Guatemala entra en un vertiginoso remolino de modernidad. Que repentinamente el dedo de Mercurio toca la montañosa república, insuflándola de progreso. Es sin embargo, el espíritu de una época, que sopla sobre el continente gracias a la rapidez con que se desarrolla la tecnología pensada décadas antes por nombres ilustres como Robert Fulton, James Watt, Tesla o Marconi, en Europa o en los Estados Unidos, pero que hacen que el mundo se torne cada vez, más pequeño. Además, según expresa la historiadora Artemis Torres, la idea de la libertad, que durante la primera mitad del siglo XIX estuvo revestida de la mayor importancia, con la corriente de pensamiento liberal se le agregaron, “con la misma intensidad e importancia, la idea de orden y la idea de progreso”[12], de tal cuenta que las obras de infraestructura y la conformación de un ejército profesional se entendieran como dos aspectos necesarios e imprescindibles del desarrollo de una nación. El lema inscrito en la bandera de Brasil, que en un listón blanco proclama Ordem e Progreso, es entonces, bajo esta perspectiva, una declaración de intención de la poderosa federación del sur, surgida de la guerra intestina por la tierra.

Sin apartarnos de la interesante obra de la historiadora Artemis Torres, nos explica que las ideas de Barrios se insertaban en un esquema bien definido de la época, de acuerdo al cual:

                “El desarrollo del mercado interno y externo necesitaba de la construcción de vías de comunicación que facilitaran el transporte de la producción, la implantación de líneas férreas, la creación de puertos a los que con gran movimiento marítimo mercantil llegaban barcas, vapores, buques y goletas provenientes de todas partes del mundo. Así, Guatemala ingresó en la Unión Postal Universal, inauguró la línea telegráfica, se instaló el servicio telefónico y la comuniacion a través del cable submarino que se logró sin intermediarios.”[13]

Disculpándome antes por volver a recurrir a la cita extensa, creo útil transcribir otro párrafo de la obra de la doctora Torres, para subrayar las ideas que permeaban en la mente de las personas que contra viento y marea intentaban profundizar la reforma liberal en Guatemala, México y demás países de la región:

                “Un periódico publicado por poco tiempo, transmite los deseos liberales de pacificación indicando: ‘Deseamos sinceramente que nuestro país adelante en el camino de la civilización i del progreso; pero creemos que esto no es posible, mientras haya la funesta costumbre de preferir la razón a la fuerza, a la fuerza de la razón; de abandonar las armas legales por ir en busca del rifle; i de esquivar el campo de la pública discusión para encerrarse en el de secretas conspiraciones i misteriosos proyectos de gabinete.”[14]

 

Otras obras importantes que alientan ese sueño de futuro próspero[15] son la firma del contrato para proveer energía eléctrica a la ciudad de Guatemala, del 13 de marzo de 1883; la creación de una administración de aguas para la capital en manos privadas; la conclusión del ramal del ferrocarril, el 4 de julio de 1883 ,que une al Puerto de Champerico con la ciudad de Retalhuleu; la inclusión del Puerto de Ocós como puerta de importación y exportación de mercaderías el 16 de agosto de 1884; la concesión del ramal ferroviario de Cobán a Panzós, sobre el río Polochic, y el arribo de la primera locomotora a la ciudad de Guatemala, en 1884, con ocasión del fin de la construcción de la línea de Escuintla a la Capital, con gran pompa el 19 de julio.[16]

Sin embargo, y pese a la nobleza de los ideales, no es posible olvidarnos del costo de esta empresa, que atinadamente señala Wyld Ospina, cuando recoge las impresiones del escritor nicaragüense Enrique Guzmán en su Diario íntimo, el que expresara: “Imposible hallar gentes más reservadas que los chapines. Hasta los borrachos son prudentes aquí”, nos deja una reflexión de su viaje por estas tierras, en la época en que “El Patrón”, era presidente:

                “…La prensa guatemalteca repite hasta la saciedad las palabras progreso, reforma, libertad, pueblo y democracia; pero no hay que olvidar que el autor del progreso es el General Barrios; el iniciador y propagador de la reforma, el General Barrios; el sustentáculo de la libertad, el General Barrios; el hijo del pueblo, el padre del pueblo, el abuelo del pueblo, el General Barrios; el hombre de la democracia, en fin, el mismísimo General Barrios. Si el General Barrios llegara a morir, ya no habría aquí progreso, reforma libertad, pueblo ni democracia.”[17]

 

-II-

Eadweard Muybridge.

 Muybridge1

 

Muybridge2

Debemos la fortuna de contemplar estas hermosas fotografías y todas las que tomó Eadweard Muybridge en Guatemala (alrededor de 113 según su propio recuento), a las tormentas del espíritu humano. Sucede que el talentoso fotógrafo desembarca en las costas del Pacífico guatemalteco a principios de mayo de 1875, huyendo de su pasado. Estando en San Francisco, California, en donde trabajaba para el gobierno estadounidense y para una empresa de vapores, descubre que su esposa le es infiel y decide tomar cartas en el asunto, asesinando al amante y entregándose inmediatamente después a las autoridades. Es juzgado y declarado inocente porque su defensa, consistente en tres talentosos abogados, argumenta, sin que nos cause mayor sorpresa, “locura transitoria” y con eso logran librarlo del mal paso.

                         “A pesar del resultado, Stanford consideró prudente que el fotógrafo desapareciera durante algún tiempo y lo mandó en uno de sus barcos, el Montana, de la Pacific Mail, que paraba a lo largo de la costa de Centro América una o dos veces al mes. Muybridge zarpó en febrero de 1875 (…) [muchas de las fotografías] fueron tomadas en Las Nubes, una finca de café perteneciente a William Nelson, el representante local de Stanford…”[18]

En el documentado ensayo de Arturo Taracena Arriola, que se incluye en el catálogo Imaginando Guatemala[19] se nos provee de información valiosa para contextualizar la visita de Muybridge:

                         “Muybridge había sido contratado por la Pacif Mail Steamship Company para hacer un muestrario de fotografías sobre Guatemala y Centroamérica que fuese capaz de atraer capitales, debido a que ésta trataba de recuperarse financieramente luego de surgir el Ferrocarril Intercontinental en Estados Unidos. Eran fotografías que buscaban atraer al capitalista y al turista extranjero hacia una ‘región pacífica, ordenada y progresista’, de acuerdo al mensaje del nuevo ideario liberal imperante en el istmo a raíz de la revolución de 1871.”

 

Así que gracias a la oportuna intervención del señor Leland Stanford, presidente de la Pacific Mail Steamship Company, y ex gobernador de California[20], tenemos a Muybridge en Guatemala, tomando fotografías. Stanford encomienda a Muybridge recorrer Guatemala para capturar en imágenes la hermosura de sus paisajes y de su pujante economía para incluirlas en los folletos promocionales de su empresa, a manera de brochures turísticos y ejecutivos. Durante su viaje, recorre los puntos más importantes de la naciente agroindustria del café y sus puertas de salida a los mercados internacionales, y para ello cuenta con el apoyo de las autoridades locales. De esta cuenta desembarca en Champerico, (en donde obtiene las fotografías que arriba se insertan) y sigue su camino subiendo al macizo occidental recorriendo la bocacosta, del puerto a Retalhuleu, luego a Mazatenango, al valle de Almolonga, continuando luego hasta Quezaltenango y Totonicapán, luego Sololá, Panajachel, Chimaltenango, Antigua Guatemala, Santa María de Jesús, ciudad de Guatemala, Escuintla y el Puerto de San José, en donde tomará el vapor el 1 de noviembre rumbo a Panamá, para regresar a San Francisco y retomar su vida. De acuerdo a Luján: “…visitó Retalhuleu, Mazatenango y algunas fincas de café en la bocacosta, como San Isidro y Las Nubes, para fotografiar el proceso del cultivo del café desde su siembra hasta su embarque en Champerico”[21], pero no se limita a este proceso la colección de imágenes, pues también se lleva fotografías de paisajes, como los imponentes del Lago de Atitlán, a cuyo horizonte le agrega más volcanes, logrando imágenes de gran dramatismo, así como de los espacios urbanos que visita en su periplo y fotografías de grupos de indígenas.

De su desembarco en Champerico no tenemos mayor noticia, como tampoco de su estadía en el país, más que los fragmentos que fue recogiendo Luján en el libro que para esbozar este ensayo hemos consultado, pero de una interesante viajera encuentro un pasaje (que pertenece a su desembarco en Amapala), pero que puede ilustrar las condiciones de los viajes en la Centroamérica del siglo XIX:

                         “Cuando finalmente desembarcamos, estaba muy oscuro. El negro bajó el equipaje del bote, vadeando con la carga hasta la playa porque no pudo llegar hasta el desembarcadero mismo. Una vez hecho esto, me levantó como si yo fuese un gato, sin decirme una palabra o hacer un gesto, y de sus fuertes brazos fui depositada sobre Amapala.”[22]

 

Debemos tomar en cuenta que los fotógrafos de aquellos lejanos tiempos color sepia, no les bastaba colgarse la cámara del cuello y ponerse un chaleco lleno de rollos de película o de memorias digitales. La impedimenta consistía en cámaras de caja de madera, trípodes, los negativos eran placas de vidrio transportados en pesados cajones de madera recubiertos de terciopelo para su protección,  y litros de químicos necesarios para tratar las placas, y que había que llevar consigo a todas partes, pues el revelado se solía hacer sobre la marcha, en el campo, al amparo de una tienda de campaña oscura o en la ciudad en algún laboratorio amigo, como el de Herbruger. Luján hace un inventario interesante en su citado libro, contabilizando al menos 17 elementos necesarios para hacer el trabajo, en un país carente de carreteras y transportes adecuados. Muybridge, para cumplir con su encargo, habría tenido que recurrir para su  trasporte y el de su laboratorio errante, a los lomos de mulas, el medio de transporte más confiable de la época.

Como dato interesante que rescata Luján de la bruma del tiempo, es que Muybridge expone sus imágenes guatemaltecas en San Francisco y obtiene por ellas la medalla de oro en la XI Exposición Industrial de San Francisco en 1876, por “seleccionar cuidadosamente los temas, el gusto artístico y el hábil manejo técnico”.[23]

 

-III-

Fotografías de Agostino Someliani.

Someliani1

Someliani2 

Las imágenes de este fotógrafo italiano eran denominadas, (junto con otras de autores desconocidos en los fondos de la colección fotográfica de CIRMA), con el nombre general de “Álbum Alcain”. Incluso en la edición anterior del catálogo Imaginando Guatemala, las fotografías aparecían con un pie de referencia que rezaba: Anónimo. Sin embargo, en la nueva edición, que data de 2007, se corrige la información, confirmando que al menos 69 de las imágenes pertenecen a Agostino Someliani, pues de acuerdo a Taracena Arriola, “…poseen las mismas características y están reveladas en papel de la misma forma.”[24]

Debemos abundar en la información que nos provee Taracena Arriola, pues de lo investigado por el que esto escribe, es el único que ha escrito sobre Someliani, y nos indica que viene a Guatemala aproximadamente en 1877, para trabajar para el Ministro de Fomento, Manuel María Herrera y sus imágenes parten de ese año hasta 1883. Al decir de Taracena, muchas imágenes del fotógrafo, fueron expuestas en el pabellón de Guatemala en la Exposición Universal de París del año 1878, ocasión para la cual se editaría el referido álbum, “ricamente forrado de seda con los colores de la bandera nacional, azul, blanco y azul…”[25], y la intención del álbum se traduce en la contratación de Someliani por el gobierno liberal, “…para que recorriera el país tomando vistas de edificios, de tipos de indígenas, de poblaciones, de fincas y de cuanto cooperase a dar una idea del país…”[26], es decir, para vender la idea de la pujante nación que se impone en el camino del progreso. Afirma Taracena que la obra de Someliani proyecta una mirada tecnológica y de poder, pero desde la perspectiva del Estado y la población beneficiada con el cambio de régimen y la creciente bonanza del café.

 

 

-IV-

El “caballo de hierro”, la locomotora, se convirtió en el símbolo del progreso por excelencia. Sus columnas de vapor y su traqueteante rugir eran la viva imagen del país pujando hacia el futuro de paz y prosperidad. Así, el ferrocarril que conecta el Puerto de San José con la ciudad de Escuintla, aunque estaba en funciones desde el 18 de junio de 1880, “…se propuso su inauguración formal hasta el 19 de julio, en honor del onomástico del presidente constitucional a cuya energía y empresa se debía primordialmente aquella obra”[27], fundiendo al caudillo con el destino mismo de la nación. Gracias a aquél prodigio tecnológico, el viajero ya podía viajar cómodamente hasta el borde mismo del muelle, junto con su equipaje y mercancías de exportación, como lo reflejan las fotografías de Someliani, desapareciendo para siempre esas incomodidades y peligros de embarcar en lanchones, bajados en una bamboleante jaula y cruzar en ellos la línea de “reventazón” de las olas.

Las fotografías del italiano también representan otras obras modernas del régimen liberal: los edificios de aduana y guardianía del puerto, la estación del ferrocarril de Escuintla, las grandes extensiones de cafetos  que son inspeccionadas por hombres en indumentaria colonial, las amplias bodegas de los almacenes de exportación en los que ordenadamente reposan estibados los sacos del precioso grano, fundamento de la bonanza de la república, listos para el embarque y los buques que anclados en las cercanías del muelle, esperan su turno para ser cargados. El sueño gira alrededor del grano aromático.

La importancia dada al proceso del café se debe a que, en palabras de la historiadora Artemis Torres: “La agricultura se concretó fundamentalmente en la producción del café, este cultivo simbolizaba civilización, aumentaba la producción, el comercio, y sobre él se levantaron las artes y la ilustración”[28], convirtiendo a éste cultivo en una especie de símbolo de modernidad que haría que Guatemala se volviera en la tierra soñada, un tipo de paraíso para el extranjero trabajador, que con sus virtudes haría mejorar la vocación del trabajo de la población nativa y atraería la fortuna de los inversionistas, que quedarían maravillados ante el pujante empuje de esta pequeña república en su camino hacia el progreso.

Los barcos anclados frente al muelle, representan también el punto de contacto con el mundo exterior, que tan sólo unos años antes parecía tan remoto. Guatemala ya jugaba en el campo de las grandes potencias. En octubre de 1881, por ejemplo, Justo Rufino Barrios firma en la ciudad de Nueva York, un contrato con el ex presidente Ulises S. Grant para la construcción de un ferrocarril que habría de conectar a Guatemala con México. La primera cláusula del documento establece: “El general Ulises S. Grant y sus asociados formarán una compañía, que se conocerá como Compañía del Ferrocarril de Guatemala, para construir ferrocarriles y líneas telegráficas en el territorio de Guatemala sobre rutas elegidas por la compañía”, y Guatemala se obligaba a conceder a la compañía “… privilegio exclusivo de la Compañía del Ferrocarril de Guatemala…”[29] por veinticinco años. La firma Grant y Ward cayó en bancarrota en 1884, llevándose al suelo este nuevo sueño.

El gran valor de las fotografías que ilustran el presente escrito, radica en que reflejan el sueño de modernidad que líderes liberales tuvieron para nuestro país. Que ese sueño se basaran en la explotación inmisericorde de los campesinos, que eran tratados como propiedad de los grandes finqueros es quizá, una de las explicaciones por las que el modelo al final no resultara en esa explosión de bonanza a la que se aspiraba. A la larga, no se podía crear riqueza prescindiendo de la libertad de los trabajadores, ni obviando la existencia del mercado interno. El modelo se agotaría décadas después, cuando la emergente clase media decidiera participar en el movimiento de liberación del país, bajo los discursos de libertad de Churchill y Roosevelt, pero la rápida radicalización del movimiento llevaría a que la clase media le diera la espalda al joven caudillo Árbenz, pero esa ya es otra historia.

A manera de colofón, traigo a colación una cita más, de Paul Burgess, que cierra contundente las presentes reflexiones:

             “El gran error de Barrios y de tantos estadistas latinoamericanos ha sido la creencia de que el progreso y la civilización son algo que puede imponerse desde arriba por medio de decretos. El resultado inevitable es la tiranía, y la tiranía es esencialmente desmoralizadora.”[30]



[1] Francisco Lainfiesta. Apuntamientos para la historia de Guatemala. Editorial José de Pineda Ibarra. Guatemala: 1975.

[2] Se debe señalar que el régimen conservador no estaba sumido en la inacción. Había iniciado el cultivo del café como sustituto de la grana y en 1869, durante la gestión de Vicente Cerna, se tendía la primera línea de telégrafo de Guatemala a Amatitlán.

[3] Wyld Ospina, Carlos. El Autócrata. Ensayo Político-Social. Tipografía Sánchez & De Guise. Guatemala: 1929. Página 39.

[4] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 64.

[5] Lainfiesta. Op. Cit.

[6] Burgess, Paul. Justo Rufino Barrios. Editorial Universitaria de Guatemala y EDUCA. Costa Rica: 1972. Página 171.

[7]Burgess. Op. Cit. Página 121.

[8] Burgess. Op. Cit. Página 226.

[9] Burgess. Op. Cit. Página 247.

[10] Molina Chocano, Guillermo. Estado Liberal y Desarrollo Capitalista en Honduras. Edición del Banco Central de Honduras. Honduras: 1976. Página 20.

[11] Solórzano Fernández, Valentín. Evolución Económica de Guatemala. Ediciones Papiro. Guatemala: 1997. Página 290.

[12] Torres, Artemis. El pensamiento positivista en la historia de Guatemala (1871-1900). Editorial Caudal. Guatemala: 2000. Página 91.

[13] Torres. Op. Cit. Página 82.

[14] Torres. Op. Cit. Página 95.

[15] Para un listado exhaustivo de estas disposiciones ver: Jorge Mario García Laguardia. La Reforma Liberal en Guatemala. Tipografía Nacional. Guatemala: 2011. Página 48.

[16] Sobre las medidas económicas del régimen liberal es interesante consultar la obra de Roberto Díaz Castillo. Legislación Económica de Guatemala durante la Reforma Liberal. Editorial Universitaria de Guatemala y EDUCA. Guatemala: 1973.

[17] Wyld. Op. Cit. 50.

[18] Sánchez, Guillermo. Introducción de Un invierno en Guatemala y México. Diario de viaje de Helen Sanborn (1886). Museo Popol Vuh, Universidad Francisco Marroquín. Guatemala: 1996. En ese hermoso libro se publican un buen número de las fotografías que tomara Muybridge en su viaje al país.

[19] Imaginando Guatemala (1850-2006). Fotografías de la Colección CIRMA. Editado por Tani Marilena Adams. CIRMA. Guatemala: 2007. Página 30.

[20] Luján Muñoz, Luis. Fotografías de Eduardo Santiago Muybridge en Guatemala (1875). CENALTEX. Guatemala: 1984. Página 23.

[21] Luján. Op. Cit. Pág. 25.

[22] Lester, Mary. Un viaje por Honduras. Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA). Costa Rica: 1971. Página 64. Sobre las difíciles condiciones de viaje que afrontaron nuestros bisabuelos centroamericanos se ha explorado anteriormente en el ensayo “Ese peligroso asunto de viajar”, de la serie de escritos sobre Gómez Carrillo, publicados en la sección de ensayos del portal del Departamento de Educación de la UFM.

[23] Luján. Op. Cit. Página 27.

[24] Taracena. Op. Cit. Página 31.

[25] Íbid. Página 31.

[26] Ibid. Página 32.

[27] Burgess. Op. Cit. Página 297.

[28] Torres. Op. Cit. Página 198.

[29] Burgess. Op. Cit. Página 328.

[30] Burgess. Op. Cit. Página 204.


Ese peligroso asunto de viajar o el jardín del vecino siempre se ve más verde

Rodrigo Fernández Ordóñez

  

 

Si alguien sabía de viajar en su época, ése fue Enrique Gómez Carrillo. Era un viajero de esos que podríamos llamar “profesional”. Viajó de Guatemala a París, de París a Madrid, a Bélgica, Italia, Suiza, Marruecos, de París a Tokio, pasando por Egipto, Tierra Santa, Grecia, la India, Indochina, América del Sur y el agonizante Imperio Ruso y un par de veces a Guatemala.

 Pero, claro está, a principios del siglo XX la cosa de viajar no era nomás de subirse a un avión con el pasaporte en un bolsillo y en cuestión de horas estar en su destino. Las cosas eran más lentas. No había aviones a reacción, por lo tanto no había jetlag. El medio masivo de transporte era el barco de tecnología a vapor[1]. Olvídese de los puestos de registro en los que hay que quitarse el cincho y los zapatos, la angustia de hacer una cola inmensa bajo riesgo de perder la conexión. Olvídese de las colas fastidiosas y las preguntas impertinentes de los agentes de fronteras.

 Además, los viajes de nuestro cronista coincidieron con una de las épocas de mayor movilidad de migrantes de la historia. De acuerdo a los historiadores las décadas transcurridas entre 1890 y 1920, millones de personas abandonaron sus países de origen buscando mejores condiciones de vida en otros. La mayoría escogió los Estados Unidos y otra mayoría, nada despreciable, escogió a la Argentina. Otra gran mayoría desembarcaba en Brasil, México, o Venezuela, y otro número, más accidental que intencionalmente, al istmo centroamericano.

 Piense que nuestro bisabuelos como nosotros, vivían bombardeados por la publicidad, tal vez menos efectiva que la de hoy en día, pero publicidad al fin, que vendía los viajes como algo chic, si usted no era un migrante forzoso, claro está. El mundo estaba cambiando. La revolución industrial estaba en su apogeo y las grandes fortunas se construían sobre las industrias pesadas del acero, del hierro, del carbón, de los astilleros, de los tendidos de ferrocarriles. Piense en Andrew Carnegie, John D. Rockefeller o el Comodoro Vanderbilt. Todos forjaron sus fortunas con los espacios de oportunidad que abría la industria pesada y los monopolios. Los trenes y buques a vapor instaban a viajar, por placer, por negocios, por amor, por trabajo, por lo que se le antoje. Es la época de la movilidad y Gómez Carrillo vive de lleno sus oportunidades. El viaje en algunas mentes inquietas se convierte en  una necesidad, y para ellos también hay una oportunidad de riqueza: contar sus aventuras. Por lo tanto surge una nueva rama de servicios: los agentes de viaje y su precursor, la Agencia Cook, que empezó organizando viajes dominicales de verano:         

 

“…tour organizers furnished information about travel. They made it possible for voyagers to imagine and foresee (and pay for) their journey before making it, thereby enhancing the anticipation while minimizing the risk. Cook´s brochures, booklets, and advisory guides –advising travelers on where to go, what to expect, what to wear, what to say, and how to say it- were marketed above all in the new railway station outlets opened by newsagents and booksellers. By 1914 Cook had gone to the logical next step of opening branch offices in or next to railway stations and hotels, publishing railway timetables and even underwriting the train cars and facilities provided en route…”[2]

 Todo esto está muy bien. La infraestructura está montada, el viajero es invitado a viajar, le venden el boleto, le venden hospedaje, pero… ¿cómo era viajar en esa época en que las prisas no existían? ¿Cómo viajaba la gente en Primera Clase y la gente de Tercera? En este ensayo, tomando un poco como excusa a nuestro admirado escritor, vamos a tratar de recrear esa mágica época inmortalizada por el drama del Titanic: la era de los viajes trasatlánticos a vapor. Y es que el trabajo de Gómez Carrillo era en cierta forma facilitar estos viajes a aquellos que o no pudieran hacerlos, o bien invitar a aquellos que guardaban aun sus dudas sobre salir de la comodidad del hogar.

 Para empezar, si me lo permiten, vamos a cederle la voz al experto Gómez Carrillo, quien nos describe la vida a bordo del trasatlántico Reina Victoria Eugenia[3], en su viaje París a Buenos Aires en los párrafos que abren El encanto de Buenos Aires, nos relata de su estresante viaje:

  

victoriaeugenia“…El inmenso barco apenas se mueve. A no ser por la palpitación lejana de las máquinas, en los salones del centro ni siquiera se daría uno cuenta de que está en el mar. Por una absurda fantasía, los arquitectos navales se proponen, desde hace algunos años, hacer olvidar a los que se embarcan que se han embarcado. Nada de lo que constituye la antigua forma marina se descubre en los bien llamados palacios flotantes. El famoso comedor de Des Esseintes, con sus ventanillas redondas y su techo bajo, con sus maderas lucientes y su olor de brea, hay que buscarlo ahora en aguas de segunda clase, allá muy lejos, en el pacífico ó en el océano Indico; pero no en rutas de lujo, como esta que va de París a Buenos Aires, ni como la otra que va de Nueva York a Londres. Aquí, en efecto, comemos entre columnatas de mármol, bajo altísimos artesonados (…) Amplias mamparas de cristal ponen en comunicación los salones de música con los salones de lectura, los jardines de invierno pavimentados de mosaico, con las galerías artísticas, llenas de objetos preciosos (…) Que todo esto contribuya al confort y hasta al placer de los viajes modernos nadie puede negarlo. Ir en un trasatlántico de 200 metros de largo, y en el cual hay cafés, restaurants, bazares, salas de juego, salas de concierto y salas de baile, y hasta un periódico, es casi continuar la vida que se lleva en una playa, entre el Hotel-Palace y el Palace-Casino (…) La cena es una ceremonia suntuosa, durante la cual las damas ostentan cada noche un nuevo traje. El smoking es de rigor para los hombres. Una orquesta pone a los manjares la indispensable salsa de vales lentos…”[4]

  

Ahora sigo yo. Estos trasatlánticos eran verdaderas ciudades flotantes, con todo tipo de comodidades, claro está, para quienes podían pagar la tarifa especial de la primera clase. En un artículo de la revista La Ilustración Artística, publicado en Barcelona la semana del 25 de abril de 1887, que trata sobre la botadura de cuatro nuevos trasatlánticos, el Champagne, el Bretagne, el Borgoña y el Gascuña, (todos barcos franceses, construidos por ingenieros franceses y en astilleros franceses, según el propio artículo), nos comenta el anónimo reportero que el buque ejemplo, el Gascuña, contaba con 106 cámaras de primera clase, con capacidad de 300 pasajeros, 20 cámaras de segunda clase para acomodar 100 pasajeros y “camarotes para albergar a 700 emigrantes”, o sea, la tercera clase. La capacidad total del buque era de 1,100 pasajeros, sin contar con la numerosa tripulación. 

 La cámara de primera clase era de día un gabinete, o sea, una especie de oficina en el mar, con un canapé (diván) de lectura que al voltearse se convertía en cama (ni a la gigante mueblería Kalea se le hubiera ocurrido mejor). En todos los ángulos y recodos del camarote había incrustado todo tipo de utensilios para el viaje (gabinetes, ventilación, lamparillas, estantes, etc.).

 El artículo nos da una interesante pero lastimosamente breve descripción de las áreas sociales del buque. Empieza por el comedor, que era una amplia sala ricamente alfombrada, con columnatas de madera a la manera de iglesia, que dividía el ambiente en tres naves, y en cada nave una mesa para acomodar a cierto número de pasajeros. Las columnas de madera sostenían las lámparas de la estancia. Sillas giratorias fijas al suelo, al igual que la mesa. Introducen novedades tecnológicas: bases ajustables para poner botellas que sorteen los bamboleos violentos de alta mar, una máquina de hielo portátil que se llevaba a cada mesa y se fijaba al suelo y un dispensador de agua pura, también para cada una de las mesas.

 Otra estancia al parecer imprescindible en esos lejanos y viciosos tiempos era una llamada “el fumadero”, que era una sala elegante, con amplios y acolchados divanes y con un sistema de ventilación que sacaba el exceso de humo para envenenar, quien sabe, a las sanas ballenas o delfines que nadaran bajo el barco. O quizás a una imprudente gaviota que pasara volando por allí. El barco también contaba con un gabinete de lectura, “bien provisto de diarios y libros”, al decir del periodista.

 Todos estos lujos hacían más llevadera la vida a bordo, en una travesía que de Nueva York a Le Havre duraba un total de 7 días y 15 horas, con una línea de ferrocarril que llegaba al mismo muelle de embarque o desembarque. Ahora piense usted en cuántas comodidades se cuenta en un avión comercial en clase turista… ¿eh?

 Otra descripción de esta lejana y cómoda época nos la ofrece Vicente Blasco Ibáñez, escritor español, contemporáneo de Gómez Carrillo y viajero infatigable igual que aquél. Ibáñez se lanzó a la aventura y nos cuenta en su crónica La vuelta al mundo de un novelista:

  

“…En lo más profundo de la nave [el Franconia en este caso], e iluminado noche y día por lámparas encerradas en tazones de alabastro, están el gimnasio, con sus aparatos complicados y sus corceles y camellos de madera que trotan al impulso de fuerzas eléctricas; los salones de paredes blancas, que parecen de porcelana, donde señoritas y caballeros juegan a la pelota o se entregan a otros deportes modernos, y a la famosa piscina, una piscina pompeyana de varios metros de profundidad, en la que pueden bracear los nadadores como en un lago…”[5]

 

 El gigantesco buque Franconia, perteneciente a la gigante compañía trasatlántica Cunard, fue construido, ex profeso, según relata don Blasco, para hacer una travesía alrededor del mundo. Por esta razón este trasatlántico de una sola chimenea, no era el más grande de su tipo. Era mayor por ejemplo otro coloso, el Mauritania, que contaba con tres chimeneas. Pero el Franconia contaba con la última tecnología de su época para hacerle la vida más llevadera a sus pasajeros.

 

      Continúa la voz de don Vicente:

 

 “Varios ascensores ponen en comunicación esta profundidad, siempre iluminada por una luz de veladuras lácteas, con los pisos superiores en pleno aire, donde están los salones de conversación, de danza, de escritura y lectura, de conferencias y de proyecciones cinematográficas, así como los dedicados al juego y al consumo de bebidas. Dos comedores iguales a los de un hotel tienen en su centro una cúpula, que triplica la capacidad del ambiente respirable, y en esta cúpula hay balconajes donde se instala la orquesta, dividida en dos secciones, a las horas de la nutrición…”

 

      Como puede apreciar nuestro amable lector, estos gigantes del mar no daban lugar para el aburrimiento, un caso similar a los buques de recreo de hoy en día, como la línea de cruceros Royal Caribean. Pero la diferencia radica principalmente, en que estos barcos de antaño eran el medio de transporte único para aquél que quisiera ir de un continente a otro, especialmente de Europa a América o los lejanos puertos africanos o de Asia.

       El tercer capítulo de la obra de Blasco Ibáñez es sumamente interesante para nosotros en este caso pues abunda en la descripción más o menos detallada del barco en el que vivirá los siguientes meses de su viaje. Se ocupa de los servicios de a bordo, de la tripulación (que calcula en 500 personas), en la capacidad de sus turbinas, etc. Como es natural, también ofrece una descripción interesante de su camarote:

 “…Vivo en un camarote amplio, situado en el centro del Franconia. Los hay a docenas más lujosos que el mío en este paquebote donde van tantas gentes ricas. Muchos ostentan sus paredes tapizadas de seda y muebles excesivamente mullidos: una decoración dulzona y tierna de bombonera. Los tabiques de mi celda son simplemente barnizados de blanco, pero tiene unas dimensiones superiores a las normales en las viviendas marítimas, y puedo pasearme por ella en momentos de meditación. Además, en esta parte del buque gozo de un silencio y una paz conventuales. Dos ventanos redondos y de extraordinaria abertura dan entrada a un doble chorro de luz azul y rojiza, que en alta mar irisa la blancura del camarote, como si fuese el interior de una concha perla (…) Entre las dos aberturas tengo una mesa que resulta enorme para un buque, y procede de una oficina de la última cubierta. Una butaca lujosa, arrebatada de un salón, me sirve de asiento de trabajo. En la pared de acero hay  una cavidad rectangular que, gracias a unas tablas, se ha convertido en biblioteca…”

 El interesante artículo de los historiadores Mark Resella y Whitney Walton citado páginas arriba ofrece otras descripciones, tomadas de documentos de la época, entre los diarios de viaje, cartas y otros comentarios de los pasajeros. Una de ellas, de nombre Marian Sage comenta, en una carta fechada en 1927 comenta:

 

“The meals are a scream. Everything is served as a different course and they keep giving you clean plates and forks all the time… We always have cheese with every meal. They give you a lot to eat, but you never can eat more than a third of it because the other two thirds are so very strange…”

  

      ¡Ah! Pero estos lujos se encuentran dentro del buque, cuando uno ya ha sorteado todo tipo de incidentes para llegar al puerto de donde zarpará el buque. Las comodidades del ferrocarril hasta la rampa de subida las encontraría el viajero en los grandes puertos del mundo, digamos en Nueva York, el Havre, Marsella, Génova o Buenos Aires. Pero en estos olvidados eriales del trópico, olvidados por la mano de Dios, la cosa no era tan sencilla.

       Me disculpo por jalonear al lector de un lado a otro, costumbre que no he podido quitarme a lo largo de todos los escritos de éste volumen, pero a veces las ideas me saltan así, mientras tecleo y mandan al diablo el plan de trabajo que ordenadamente he estructurado antes de sentarme a escribir. Excusas solicitadas. Otorgadas o no, allá usted, le doy la palabra a otro viajero, anterior por un par de décadas a los viajeros con los que iniciamos este viaje, pero se trata de un viajero experimentado que también tiene algo que decirnos y compatriota de Carrillo para más señas. Se trata de José Milla, a quien cedo la palabra:

 

 “…Pero ¡ay! el día de mi salida de Guatemala, en vez de aquella nave milagrosa, tenía yo únicamente para salvarme del diluvio, una menguada diligencia, que hizo esfuerzos inútiles para defenderme. Sus tablas no eran impermeables, y el constructor del vehículo debió haber sido poco amigo de la opresión, pues en vez de ajustarlas una contra otra, las dejó desahogadas y con espacio bastante para moverse en todas direcciones. Aprovechando la liberalidad del fabricante de ómnibus, el agua se entró sin ceremonia, como suele hacerse por mi tierra, donde por derecha y por izquierda penetraron los chorros, y aunque desde luego se me ocurrió abrir el paraguas, hube de renunciar a este medio de defensa por insuficiente, y porque estuve a pique de sacar un ojo a mi vecino de diligencia con la punta de una de las varillas…”[6]

  

Como la ciudad de Guatemala reposa sobre las estribaciones de la Sierra Madre, muy por encima del nivel del mar y muy lejos de él, el viajero de la era anterior del ferrocarril en Guatemala debía tomar una diligencia que lo llevara hasta el muelle del Puerto de San José. Cabe mencionar que el viaje de don José Milla, en 1871, ocurre en fechas en que por la llegada de la Revolución Liberal, nuestro escritor decide salir al exilio. Es el régimen liberal el que llevará el ferrocarril de la ciudad de Guatemala hasta el muelle del Puerto, pero no será sino hasta más de una década después.[7] A pesar de los aspectos negativos que tendría la implementación del régimen liberal, fue durante estos años que Guatemala dejó de mirarse el ombligo y empezó a abrirse al mundo, buscando en donde colocar sus productos e insertarse, en la economía mundial.[8]

 

      Así que bien podría irse olvidando del Waldorff Astoria y sus salones dorados, de sus altas habitaciones con ventanales al Central Park, o los otros legendarios hoteles que pueblan los recuerdos de quienes viajaran de Europa a los puertos americanos.

 

      Relata José Milla, otra vez:

  “…En las posadas de nuestros caminos de Centroamérica, nunca falta que comer, variado y abundante. Un día hay huevos, tortillas y frijoles; otro día, frijoles, tortillas y huevos; y así se va variando durante toda la caminata. El que no se contente con eso, tiene que llevar una acémila con municiones de boca y guerra, o ensayarse a no comer, como el caballito del fraile. Las camas están a la altura de las circunstancias. Tienen regularmente un enrejado de cuerdas o correas sobre el cual se tiende el caminante y que se estampan en las carnes, con lo cual amanece uno al día siguiente encajuelado, como pañuelo de Madrás. Miríadas de insectos abandonan las cuevas que habitan desde tiempo inmemorial y se extienden por el cuerpo del pasajero, como cubren las hormigas el cadáver de una lombriz…”

  Bueno, una vez salvadas las diferencias de llegada al barco, retomemos pues el plan original, que ahora nos llevará al preciso momento del embarque de los pasajeros. Ya que hemos visto cómo son estos colosos por dentro, conviene saber cómo diablos subirnos a ellos.

   Para los pasajeros de primera clase, algunos buque reservaban una pasarela metálica, con barandas a ambos lados y que terminaba en una puerta a un costa del barco, del lado que los entendidos llaman estribor, que disculpe el torrente de palabras, viene de estribo, el de la silla de los caballos. La banda derecha del barco (viéndolo de popa a proa,) se llama así porque precisamente por ese lado suben los pasajeros a bordo, como un jinete sube por el estribo a su montura. Aprovecho para aclara que popa es la parte trasera del barco y la proa es la parte frontal.

       Para los pasajeros de tercera, como dio cuenta en su momento Edmundo de Amicis, el ingreso se hacía por medio de una rampa sencilla de madera, terminando en la misma puerta, pero después que abordaran los pasajeros de primera. Don Edmundo relata el abordaje de los pasajeros de tercera:

  

“Cuando llegué, hacia el atardecer, el embarque de los emigrantes había empezado hacía una hora y el Galileo, unido al muelle por una pequeña planchada, seguía engullendo miseria: una procesión interminable de gente que salía en grupos del edificio de enfrente, donde un delegado de la comisaría examinaba los pasaportes (…) Obreros, campesinos, mujeres con bebés al pecho, niños que aún llevaban colgada del cuello la chapita de lata del asilo infantil pasaban, llevando casi todos una sillita plegable bajo el brazo, sacos y valijas de todas formas en la mano o sobre la cabeza, brazadas de colchones y colchas, y el pasaje con el número de la cucheta apretado entre los labios (…) Por la escotilla abierta de par en par vi a una mujer que sollozaba fuerte, con la cara contra la cucheta: creí entender que pocas horas antes de embarcarse se le había muerto imprevistamente una hijita, y que su marido había tenido que dejar el cadáver en la Oficina de Seguridad Pública del puerto, para que lo mandaran al hospital (…) Finalmente se oyó gritar a los marineros a popa y a proa, todos a un tiempo: -¡Los que no viajan, a tierra!

 Estas palabras hicieron correr un estremecimiento de un lado a otro del Galileo. En pocos minutos todos los extraños bajaron, se quitó la planchada, también los gruesos cables de soga para amarrar, se levantó la escala de gato: se oyó un silbido y el barco empezó a moverse…”[9]

 

 El caso de don Edmundo es interesante y tendremos que recurrir a él en otras ocasiones posteriores. Llevado por el afán periodístico de buscar siempre la verdad, el escritor italiano se embarca en Génova, en un buque de nombre Galileo, en el que arribará al puerto de Buenos Aires un lejano 1 de abril de 1884. Deja como testimonio de su viaje un interesante libro, En el Océano, del que hemos sacado este largo fragmento. Su obra deja testimonio también de la gran oleada de piamonteses, en el caso específico del Galileo, que viajaron a la Argentina en busca de mejor suerte.

 Para suerte de algunos países, éstos contaban con largos muelles que se adentraban a aguas profundas para poder atracar los barcos, o bien contaban con diques profundos para el mismo caso. Pero, en la Centroamérica del siglo XIX e inicios del XX no todos los países contaban con estas ventajas, como el caso de Guatemala, que por no contar con muelle largo en el Puerto de San José, el embarque y desembarco de personas y bienes se debía hacer por medio de lanchones y sobre borda.

 La experiencia completa de desembarcar en las costas guatemaltecas a finales del siglo XIX, la relata con agradecido detalle la viajera británica Caroline Salvin, quien relata:

 

“…Desembarcamos en ‘lanchas’ de fondo plano, grandes y pesadas. El oleaje era tan fuerte que mecía las lanchas de forma muy peligrosa. El capitán Dow, al pasar de una a otra en el muelle, se resbaló y se cayó al agua, hasta la cintura, y por poco queda prensado entre las dos. Nunca había experimentado nada que fuera tan difícil como desembarcar. Nos ataron con correas a una silla y nos bajaron a la lancha, en cuyo fondo nos sentamos; y cuando llegamos al muelle a golpe de remo, esperamos nuestro turno hasta que otra lancha fuera cargada con mercadería (…) Mientras esperábamos, nos balanceábamos; yo en agonía. A veces nos elevábamos a veinte pies de altura y poco después nos encontrábamos en las profundidades de la ola que retrocedía. Finalmente nos llegó nuestro turno, cuando ya hacía tiempo que había dejado de importarme. Nos metimos a una jaula de hierro, nos subieron y nos dejaron sobre el muelle, lejos de la turbulencia castigante de abajo…”[10]

  

Por su parte, don José Milla nos cuenta de su embarque en el puerto salvadoreño de Acajutla:

 “Para subir desde la lancha al muelle, hay que colocarse en una silla, pendiente de una gruesa cadena de hierro, por medio de la cual lo van a uno izando hasta ponerlo en tierra.

 –A lo menos aquí no nos enjaulan, como en San José –dijo Chapín. Todo está en agarrarse de la cadena y en no ver para abajo, porque se iría la cabeza y Dios sabe lo que podría suceder.

 Nada cómoda y no muy segura es la operación del embarque y desembarque por los muelles que se han colocado en nuestros puertos…”

   

El caso de los puertos nicaragüenses no era la excepción, pues nos cuenta Sergio Ramírez en su fascinante Margarita, está linda la mar, una de mis novelas favoritas:

 “…las barcas maniobran para colocarse de costado junto al casco del steamer carcomido a lamparazos por la broma marina. Los marineros de cubierta, despreocupados de los cañonazos  de griterío, disponen la jaula metálica sujeta por un cable, y una vez que el pasajero ha entrado en ella la hacen descender, manipulando a brazo el torno de la polea. La jaula, suspendida del brazo de la grúa, gira en vueltas completas mientras él aprieta los ojos y se agarra desvalido a los barrotes…”

 Este fragmento relata la llegada de Rubén Darío a Nicaragua, ya enfermo, en busca de, según sus palabras escritas en una carta a su entrañable amigo, Enrique Gómez Carrillo: “una tumba en mi patria”. La novela, formidablemente investigada y magistralmente relatada, es el recuento de los últimos días del gran poeta centroamericano al regreso de su patria, enredada con intriga política en la Nicaragua de 1956.

 Pues bien, ya vimos que las comodidades europeas[11] le habrán permitido a Carrillo sin fatiga alguna salir caminando tranquilamente de su apartamento en el número 10 de la Rue Castelane, andar unas pocas cuadras hasta la estación de ferrocarril de la Gare Saint Lazare y de allí a cualquier puerto francés, ya fuera Cherburgo o El Havre en el norte o Marsella al sur, y pasar sin dificultad alguna del tren a la cubierta del barco, la cosa se habrá puesto complicada si su destino era Guatemala, en donde habría tenido que bajar en lancha hasta el muelle, suponiendo que Guatemala no hubiera estrenado ya el muelle de Puerto Barrios o que hubiese venido en un barco de calado superior a la profundidad de las aguas de nuestro puerto caribeño. En la costa del Pacífico también se inauguraría un nuevo muelle largo, en el Puerto de Champerico. 

 De las comodidades del viaje en primer mundo nos cuenta Harold E. McCarthy, estudiante de la Universidad de California, que visitó Francia gracias a una beca otorgada por su universidad en 1937. Él se embarca en el buque Normandie, propiedad de la French Line y relata, citado por Rennella y Walton:

 

“From the beginning to the end, from the first day aboard the Normandie until the last, when the train got under way at the St. Lazare station, all has been like a dream (…) [The Normandie was] the essence of modern art, the last word in modern science (…) Treated like kings, eating the most exquisite food served by capable maitres d’s whose courtesy seemed typically French. We where invited to lunches and to teas, to gatherings where we met the most distinguished French persons…”

 

 Una vez superadas las dificultades de subirse al barco, la vida a bordo no dejaba lugar al aburrimiento, y aquí debo recurrir nuevamente a Gómez Carrillo, que nos relata de su viaje a Buenos Aires: 

“…¡Ojalá nos divirtiéramos algo menos!… ¡Ojalá tuviéramos un poco menos de tranquilidad de espíritu! (…) lo último que aún nos queda de tradicional en los viajes actuales es el poder constructor que nos permite formarnos, en las dos semanas que pasamos sobre las tablas de los puentes, un universo nuevo y una familia improvisada. Riendo, bailando, flirteando, charlando, llegamos poco a poco a crearnos, lejos de todo lo que dejamos en nuestra patria, un grupo de amigos…”[12]

  Pero si el viajero se fatigaba de tanta fiesta, de tanto champagne, ya estaba aburrido de subir al fumadero y su espalda ya no aguantaba las sillas reclinables del salón de lectura y sus suaves cojines, siempre le quedaba la opción más antigua de los viajes por mar: subir a cubierta y abandonarse a la contemplación del mar. Relata Gómez Carrillo en su viaje a la capital argentina que el momento favorito para admirar el cielo y el mar marinos y dejarse bañar por la brisa era el atardecer. El sol enrojecido sumergiéndose en el mar habrá ofrecido a los pasajeros un espectáculo silencioso y pacífico. Para esto sólo bastaba: “…asomarse al mirador que da al Poniente y sentir, sin darse cuenta de ello, que existe una cosa deliciosa, casi divina, que se llama melancolía…”

 Rennella y Walton comentan de la vida a bordo de los gigantes buques: “They placed shuffleboard, ping pong, deck tennis, and watched ship board ‘horse racing’. They sat in deck chairs, read talked, wrote letters, and danced.”

       ¿Y qué hacían los demás pasajeros o la tripulación para matar las largas horas muertas del día a bordo? Porque recordemos que del relato de su travesía, Carrillo sólo nos ha contado del destino de los pasajeros de primera clase. Para ello es necesario buscar la respuesta en otro relato de viajes de nuestro admirado periodista, esta vez en las páginas de su De Marsella a Tokio, en donde lo encontramos a bordo del vapor Sydney[13]:

 “Todas las noches, después de la cena, al mismo tiempo que en el piano del salón una mano blanca despierta elegantes nostalgias parisienses, allá en el otro extremo del barco, en la lejana proa poblada de marineros, un acordeón muy viejo se estira entre las manos negras de carbón…”

 

      Hastiado quizás de las conversaciones superficiales, de las interminables partidas de pocker en el salón de juegos y en busca de algo diferente, don Enrique habrá vagabundeado por las tablas de cubierta buscando matar el tiempo. A estos vagabundeos de a bordo se entregó también don Edmundo de Amicis, quien en su libro citado no nos dejó duda de sus deseos de huir de la pesadez del ambiente de la primera clase y la necesidad de salirse de su atmósfera de vez en cuando, entregado a su papel de periodista. En calidad de cronista buscando la verdad de sus compatriotas se convierte en un obstinado observador de la clase migrante. Nos cuenta:

 

“Y lo peor estaba abajo, en el gran dormitorio, cuya escotilla se abría cerca del castillo de popa: al asomarse se veían envueltos en la semipenumbra cuerpos sobre cuerpos, como en las naves que regresan a la patria los despojos de los emigrantes chinos; y desde allí subía, como desde un hospital subterráneo, un concierto de lamentos, de ronquidos y de toses, que daban ganas de desembarcar en Marsella.”

 

  Para quien hacía la travesía trasatlántica por negocios o por placer, para quien no se jugaba la vida emigrando a otro lejano país para encontrar un modo de subsistencia el viaje era algo monótono en cierto sentido. A pesar que las compañías navieras se quebraban la cabeza buscando nuevas innovaciones, inventando nuevos entretenimientos, llenando los salones de músicos, de periódicos, de libros o revistas, llega el momento del día de viaje en que todo es hastío. Aún nosotros los viajeros de la reacción a chorro, con nuestros viajes de apenas horas nos vemos invadidos por el hastío del viaje. Para unos son minutos, para otros son horas eternas en que la cabina está en la penumbra, se ha visto ya la película de turno, se ha consultado el periódico, hojeado la revista, abandonado el libro que traíamos precisamente para matar estas horas de fatiga. A bordo, con días enteros de navegación al poco tiempo de viaje todo es rutina. En palabras de Amicis: “…luego se esparcieron por la popa, fueron al salón de fumar o se dirigieron a los camarotes, mostrando ya en la cara el aburrimiento de las seis eternas horas que los separaban de la comida.”

       Para otras personas largarse del país de origen para buscar otras oportunidades era cuestión de vida o muerte. Los chinos por ejemplo, abandonaban su país por miles, mientras el milenario imperio celeste se sumía en un torbellino de guerras civiles y sus consecuentes hambrunas. De esa cuenta oleadas de obreros de este país resultaron en las selvas centroamericanas tendiendo rieles de ferrocarril o soldando estructuras para muelles. El esfuerzo estadounidense de unir sus dos costas por redes de ferrocarril no hubiera sido posible sin estas oleadas de obreros asiáticos.

       La Europa del siglo XIX, ese siglo de reacomodamientos necesarios luego de las guerras napoleónicas y de la restauración del orden soñado por la Conferencia de Viena tampoco fue excepción para el hambre y el colapso político. En sus paseos por el puerto de Marsella antes de embarcarse en el Sydney rumbo a Tokio, Gómez Carrillo fue testigo de otra de las plagas de este siglo de violencia: el antisemitismo. Nos cuenta el cronista:

 “¡Cuánta alegría en el aire! ¡Cuánto ruido! ¡Cuánta animación! Pero ¡ay! de pronto entre la multitud gesticuladora y vocinglera de mercaderes ambulantes, surge, andando despacio, sin hacer un ademán ni pronunciar media palabra, un grupo de miserables que parecen escapados del infierno de Dante. Son los judíos rusos que emigran…”

 

Son las víctimas de los pogromos, esos castigos colectivos que aplica el estado ruso en contra de los judíos ante cualquier desafío, real o supuesto a su débil orden. En las páginas de la Rusia Actual volveremos a encontrar estas tristes descripciones de judíos perseguidos, torturados, que son obligados a abandonar sus casas y buscar tierras lejanas para que los dejen en paz. Es apenas el preámbulo de la violencia que se desatará sobre ellos apenas tres décadas después.

       Este pueblo perseguido ofrece, para el observador crítico que se percata de ellos entre el bullicio del puerto un espectáculo que obliga a la reflexión:

 “Los más lamentables seres del mundo; los que muertos de hambre, recorren las calles de Constantinopla pidiendo limosna; los que, en Londres, en los inviernos crudos, se caen de inanición en las calles de White Chapel; los armenios que huyen despavoridos por las rutas de Oriente, no son tan impresionantes cual estos israelitas que vienen a bordo de buques carboneros, amontonados en la proa del puente, comiendo Jehová sabe qué y durmiendo a la intemperie. Sus rostros no sólo dicen el hambre y el dolor, sino también el miedo y la desesperanza. En la tierra en que nacieron se les trata peor mil veces que a las más feroces bestias. Se les encierra en barrios hediondos y se les prohíbe trabajar para comer. Y de vez en cuando, para que no puedan acostumbrarse a la paz dolorosa de la miseria, se organizan cacerías, en las cuales ellos sirven de piezas humanas…”

   Como es periodista de vocación, Gómez Carrillo no puede evitar incrustar este tipo de párrafos en sus libros, generalmente dedicados al goce del viaje y a la búsqueda del exotismo. Pero ojo, el cronista es frívolo, pero no es ciego a las grandes tragedias de su tiempo, por eso lo tendremos durante cuatro años yendo y viniendo del frente occidental durante la Gran Guerra, o viajando a Rusia para retratar al putrefacto imperio con todas sus injusticias. Como también es periodista Amicis, a éste le sucede lo mismo en su viaje. No puede abstraerse de la miseria que le rodea, de las tristes historias del migrante que deja todo tras de sí en busca de una quimera:

 

“…dos cosechas malas desde el comienzo: en suma, que se había roto el lomo durante cinco años sin lograr salir de apuros. Y eso que la mujer trabajaba a la par del hombre; pero eran cinco bocas y tres no ayudaban. Romperse el alma, estar siempre endeudados, y polenta, siempre polenta, y ver a sus hijos que día a día perdían la salud no era cosa que pudiera durar. Después una larga enfermedad de la niña. Por último un rayo le había matado una vaca, y entonces buenas noches. Había vendido todo, quería ver si en América había forma de ir tirando…”

  Don Edmundo nos trae una historia individual en una época repleta de experiencias de este tipo. El que habla, un campesino piamontés, se convierte en ese momento en el símbolo individual de una nación que emigra y se desparrama por el continente americano. Para dimensionar el número de historias que se habrán respirado en los barcos similares al Génova, le comento que durante el período de 1895 a 1946 emigraron 1,476,725 italianos a la Argentina, seguidos de 1,364,321 españoles durante el mismo período. En el caso de italianos emigrados a Brasil, durante el período de 1876 a 1920, el número asciende a 1,243,633 según cifras del Instituto Brasileiro de Geografía e Estadística (IBGE). Imagínese usted a cuatro millones de personas dejando todo, cruzando el inmenso océano en buques que en la dimensión del mar se nos antojan frágiles estructuras… y eso sin contar con la migración que tenía por destino los puertos de los Estados Unidos y que de acuerdo a la U.S. Office of Immigration Statistics, tuvo su pico más alto en el período de 1901 a 1910, con 10.5 millones de personas venidas de todo el mundo, oleadas que no bajaron significativamente desde 1850 hasta 1930.

 Frente a estos impresionantes números de pasajeros no sorprende que las condiciones de viaje no fueran las idóneas. El masivo número de migrantes, sumado a la baja consideración que se tenía por este tipo de pasajeros, íntimamente ligados al precio de su pasaje, explica por qué se les apretujaba en camarotes generales bajo cubierta, con espacios mínimos de movimiento y siempre alejados, dentro de lo posible, de los ojos de los más distinguidos pasajeros de segunda y primera clase.

 De otras condiciones de viaje para los pasajeros de tercera clase traigo a colación el relato de mi abuelo, Ramiro Ordóñez Paniagua, quien un día 8 de abril de 1931 se embarcó en Puerto Barrios en el vapor Grunewald, de la Hamburg-Amerika Linie, rumbo a Panamá, escala en su primer exilio a Sudamérica. Del trayecto de Guatemala a Puerto Limón, Costa Rica, dejó escrito:

 

 “En este puerto desembarcamos todos deseosos de poner pie en tierra y cambiar de condiciones, pues nuestro cómodo camarote consistió en una carpa de lona colocada sobre cubierta; teniendo por compañeros de viaje un matrimonio de artistas que viajaban acompañados de varias jaulas conteniendo 10 o 12 perros amaestrados y tres o cuatro negritos que se dirigían a su tierra, el pueblo de Siquirres, en Costa Rica. Nuestra alimentación por 3 días fue, sin duda, los sobrantes de los viajeros en primera, servidos en un pollo de peltre, todo revuelto, lo cual algunos obligados por el hambre comíamos…”[14]

 Pero como dice el libro de la Eclesiastés, que no hay nada nuevo bajo el sol, en aquellos tiempos de luz sepia también ya se tenía el problema de la inmigración ilegal, sobre todo porque la pobreza es más antigua que la propia historia, así que conviene darle la voz a uno de aquellos campesinos europeos que en calidad de polizonte, por no tener dinero suficiente para el pasaje, se vino escondido en un vapor para América. Es el caso del campesino asturiano Pedro Fernández Fernández, quien en 1899, con 19 años viajó sin billete en el buque alemán Corrientes, y cuyo testimonio recoge el periodista Ángel Rojas Penalva en su artículo El naufragio del Sirio, publicado electrónicamente en diciembre de 2001:

 “Apenas habíamos entrado a la lancha los nueve compañeros de la taberna vemos llegar por todas partes grupos de jóvenes que como nosotros se proponían a embarcar para esta República [Chile], llegando a reunirnos unos veintinueve. Después de habernos contado principiaron a remar los marineros y al momento después alumbraron con una linterna una pareja de carabineros por junto a los cuales habíamos embarcado en la lancha, pues con este cumplimiento obedecían a la consigna de vigilancia que tenían, gracias a los 75 u 80 pesos que cada uno de nosotros había dado para que se le permitiese embarcar. La travesía desde el muelle al vapor duró como unos 10 minutos que a mí me parecieron 10 años pues mi corazón latía tan fuertemente que parecía querer salirse de su sitio temiendo ser detenido antes de transbordar, pero todo estaba convinado (sic) hasta el punto de que un vapor junto al cual pasamos apagó sus luces (…) Por fin llegamos junto al Corrientes y después de una señal nos bajaron una escalera por la que subimos a bordo y en cuya parte superior se hallaba el mayordomo del vapor, hombre robusto y valiente, pues con una mano nos empuñaba por la solapa de la chaqueta y nos levantaba en aire desde el medio de la escalera. A medida que íbamos entrando éramos conducidos por unos pasillos y escalones hasta bajar al depósito de carbón con el objeto de que al día siguiente cuando la autoridad revisara el vapor no fuésemos descubiertos…”

  

Y como existía ya la migración ilegal, también existía, sin que nos cause sorpresa alguna, la corrupción. Pues esos 80 pesos que pagaba cada ilegal por subirse al vapor subrepticiamente iba a parar a los bolsillos del capitán y su tripulación, que así lograban redondear sus suelditos. Y también, como no podría ser de otra forma, el dinero en parte también iba a caer a las autoridades del puerto, como esos carabineros que se hacen de la vista gorda.

 Por el número de pasajeros y la cantidad de millas a recorrer, los grandes trasatlánticos tuvieron que ir mejorando sus sistemas de seguridad para evitar tragedias como la del famosísimo Titanic, no obstante que sus dos hermanos trillizos, el Oceanic y el Olimpic, todos de la naviera británica White Star, no tuvieron destinos semejantes.

       En un artículo promocional de La Ilustración Artística, citado al inicio se ofrece un repaso a las medidas más innovadoras para la época (1887) anteriores, claro está a la catástrofe referida anteriormente. El repórter, como se decía entonces apunta en su artículo:

 

 “…la parte inferior del buque está dividida en compartimientos aislados completamente unos de otros, de tal modo que si una vía de agua se declara, el resto del buque no corre ningún riesgo. Y sólo hay que atender al compartimiento inundado. Grandes capacidades que contienen agua (water vallast) permiten aumentar o disminuir el peso del barco; lo que es un lastre variable de peso y de posición. Un rompeolas poderoso lucha victoriosamente contra ellas y les impide invadir el puente, cuando hace mal tiempo. Tres inmensos fanales eléctricos, verdaderos faros móviles, atraviesan las densas nieblas y advierten a lo lejos a los barcos que hacen la misma derrota, a la vez que una la poderosa sirena hace oír su gran voz, en cuya comparación parece débil el silbido producido por la caldera de vapor (…) Botes de emergencia. Sistema Bretón, se doblan como centeras para ocupar menos espacio e instalar más en el buque…”[15]

 

 Aunque las medidas de seguridad tomadas en estos buques eran las más avanzadas de su tiempo, las catástrofes no pueden evitarse, pues sus hilos penden de los dedos de los dioses. Este fue el caso del mencionado Titanic, en cuyo accidente confluyeron varias circunstancias que aisladas no hubieran provocado más que unos rasguñitos al casco del inmenso barco, pero que juntas todas llevaron a una pesadilla la media noche del 14 de abril de 1912.[16]

 El tema de los naufragios viene al caso de este ensayo no sólo porque fuera un riesgo que todo pasajero debía tomar en cuenta previo a embarcarse, sino porque nuestro objeto de investigación, el escritor Enrique Gómez Carrillo sufrió al menos tres naufragios, siendo el más conocido y documentado el ocurrido por el buque Amérique[17], frente a las costas colombianas.

 Enrique Gómez Carrillo recordaría, la travesía y naufragio del buque en el Quinto Libro de las Crónicas, sin poder evitar adecuar su relato:

 “Por mi parte, yo pienso en una tragedia marítima muy lejana, de la que fui actor hace veinte años en las costas de Colombia, a bordo del Amérique. Entonces no había minas, sin embargo, no había guerra, ni había submarinos. En compañía de un gran poeta que ha muerto ya, y que se llamó José Asunción Silva, iba yo de Saint-Nazaire a Panamá en busca de visiones nuevas, y no llevaba en mi alma adolescente sino esperanzas de goces, de amor, de gloria, de vida intensa. Mi compañero habíame recitado, a la luz de la luna del trópico, sus hoy famosos Nocturnos, llenos de presentimientos patéticos y de amarguras precoces. Luego, con su voz doliente, había hablado de la muerte, que ya llevada dentro del alma, del dolor de vivir, de la vanidad de todas las voluptuosidades, de la mentira de todas las ternuras, de la tragedia de cada existencia. Yo había oído, distraído, aquel lenguaje para mí incomprensible, pensando, más que en misterios metafísicos, en el misterio de dos ojos verdes que iluminaban el barco (…) ‘Este hombre –pensé- está loco’. Y me dormí con mis ilusiones, para despertarme, algunas horas más tarde, con el agua que ya me llegaba a la cintura. ¡Qué espectáculo, Dios mío! Por la primera vez en mi vida sentí pasar junto a mis sienes el soplo de la muerte…”[18]

 Y aquí vemos la mano maestra que trata de recomponer los recuerdos. Como Aurorita, pues. El cronista ya no iba a Guatemala a buscar un trabajo estable, aunque fuera ponerse a las órdenes del dictador Estrada Cabrera como su mercenario intelectual, sino que, en su inocente recuerdo: “…iba yo de Saint-Nazaire a Panamá en busca de visiones nuevas, y no llevaba en mi alma adolescente sino esperanzas de goces, de amor, de gloria, de vida intensa…”, el dinero a la distancia, es un tema tan ordinario que no vale la pena traerlo a colación, como tampoco que nunca se sentó a oírle a Silva los versos del Nocturno, como si fueran dos confidentes a la luz de la luna, porque en confesión de Asunción Silva, “la única vez que he sentido el deseo de matar fue al atardecer del segundo de aquellos espantosos días. Estaba yo recostado en una silla, descorazonado, inquieto, pensando en la cercanía de la noche, cuando oí que alguien gritaba mi nombre desde el puente. Al incorporarme vi a Gómez Carrillo, quien con la mano extendida en actitud teatral me decía: -¡Mire amigo, esas lejanías opalinas! Me provocó estrangularlo”,[19] o sea que cómplices literarios no fueron, ni mucho menos. No anduvieron tomados de la mano, cual adolescentes, leyéndose poemas mutuamente en interminables paseaos por el puente del barco. Uno era un pedante incurable, y el otro quería matarlo. Eso nos lleva a desechar el resto del relato del naufragio que a su conveniencia, y frente a la muerte de su único testigo, nos pretendía legar el cronista guatemalteco.

 Este naufragio se ha vuelto relativamente famoso porque en él el escritor colombiano José Asunción Silva, pasajero del mismo también, perdió el manuscrito de su novela De sobremesa, al parecer su obra mejor lograda, escrita en Europa y que su pérdida afectó tanto al poeta modernista que lo llevó a suicidarse la madrugada del 24 de mayo de 1896.[20]

 Pues bien, el Amérique, propiedad de la Compañía Trasatlántica Francesa, hacía la ruta La Guaira-Sabanilla-Cartagena-Panamá-Europa, era un moderno vapor de lujo comandado por el capitán William Holey, un experimentado marino, su segundo era el capitán Clemente María Ayer, primer teniente, Alphonse Dausi, y segundo teniente, Francois Debordeaux. El barco llevaba 50 pasajeros más la tripulación.

 

De acuerdo al relato de un náufrago anónimo[21], el segundo teniente, Francois Debordeaux estaba de guardia la noche del 27 al 28 de enero de 1895, en medio de mar grueso y vientos fuertes. El barco se acercaba a un sitio nada esperanzador llamado Puerta de Caimanes, en la desembocadura del río Magdalena, frente a otra localidad de nombre dantesco: las Bocas de Ceniza, cerca de Puerto Colombia, a donde se dirigía. El barco se precipitó sobre un banco de arena y chocó contra las rocas de la isla deshabitada de Mayorkín, a las 3:30 de la madrugada. El oficial dio la orden de retroceder a todo vapor, buscando el fondo del mar, pero la hélice y el timón del buque se habían despedazado con el impacto. El barco encalló en el banco de arena, escorando peligrosamente en toda su longitud. “La ventisca arreciaba, la mar rugía amenazas ininteligibles, y varias olas piratas se preparaban para el abordaje violento del Amérique, encallado en un banco de arena, cerca de las Bocas de Ceniza, a pocos kilómetros de Sabanilla, donde, preocupados por la revolución que estalló en Colombia ocho días antes, no repararon en el retraso del Amérique…” continúa el relato nuestro testigo anónimo. A las ocho de la mañana del funesto día del naufragio, el vigía del vapor divisó a la distancia un buque colombiano, La Popa, enviado para auxiliar al Amérique, luego que unos pescadores dieran aviso a las autoridades del accidente del barco francés. Lo sucedido a continuación, a la distancia se nos antoja divertido:

 “…Los pasajeros se abrazaron unos a otros, y gritaron ¡estamos salvados!; se izaron las banderas roja, que señalaba el máximo peligro, y blanca y roja en clamor de auxilio; se colocaron a media asta las banderas colombianas y francesa, y se dispararon cinco cañonazos… que espantaron al vapor La Popa. Su capitán se creyó víctima de una trampa, imaginó que lo atacaba un buque de los revolucionarios liberales, y huyó presuroso…”

 

 

 

De tal forma que Enrique Gómez Carrillo y los demás pasajeros del vapor fueron víctimas de una de las quinientas mil guerras civiles que han azotado a la pobre Colombia. Luego de la huída del La Popa, quedaron abandonados a su suerte, no sin intentar vanamente el envío de marinos a la costa, que a sólo doscientos metros les ofrecía sus sonrisas tropicales, pero para llegar a ella había que atravesar un canal de olas embravecidas y tiburones…

 

      Así que el capitán decide enviar una lancha con un grupo de hombres para que intentara llegar a una goleta colombiana procedente de Cartagena que trataba de abarloar al buque. El capitán Holley está organizando a la batida de salvamento y ya cuando está lista la lancha, “…un médico salvadoreño, doctor Padilla, empuñó un revólver y amenazó con matar al capitán Holley si no lo mandaba en la lancha. Tras sortear las olas saboteadoras, la lancha pudo alcanzar la goleta; pero los auxilios para los náufragos del Amérique no llegarían…” ¡ah! Estos centroamericanos siempre tan colaboradores y dispuestos a cualquier sacrificio. Hay que ver al sacrificado doctor Padilla, quien en un arranque de generosidad amenaza la vida del capitán para que le permitan sacrificar la suya… menudo doctorcillo éste, ¿y el juramento hipocrático no aplica en los naufragios? Después preguntan por qué la gente desprecia a los doctores y a los abogados…

 

      Pero lo que cuenta el testigo a continuación no tiene comparación, sorprende, indigna, pero al final hasta da risa: “A las doce del día, el capitán Holley, con el pretexto de ir en persona a buscar socorro, abordó una lancha, acompañado de sus mejores marineros, y abandonó a su suerte la nave, los pasajeros y el resto de la tripulación…” ¡Pero es que ni el capitán Nemo o Ahab en uno de sus arranques de mala leche llegaron a ser tan ruines!¡Pero si el capitán Holley nos salió todo un desgraciado! Pero es que no hay capitán que se precie de serlo que no abandone a su barco… el que actúe en contrario es un cobarde que no ama la vida, y el capitán Holley, según las malas lenguas, amaba al licor más que a su propio buque… ¿Cómo va a confiar uno en los capitanes de barco? ¿No ha visto usted cómo son esos bribones? El capitán del Exxon Valdés, del Titanic o el hijo de mala madre del Costa Concordia, ese irresponsable de Francesco Schettino que por querer impresionar a una noviecita rusa estrella su crucero frente a la costa italiana… todos pertenecen a una misma raza maldita, marcados a fuego por su profesión…

 

      Al fin, al despuntar el sexto día de naufragado el barco, los que permanecen deciden arriesgarse a todo por el todo.[22] Tiran al mar una lancha de salvamento y se suben todos, a riesgo de naufragar y ser cenados por tiburones. La lancha estuvo en el mar por espacio de un par de horas lograron llegar a la costa en Puerto Camacho a las diez de la mañana. El resto de la tripulación fue puesta a salvo gracias a la valentía de otro capitán, mil veces más hombre que Holley, que para esas horas habrá estado hartándose de ron en alguna cantina de Sabanilla, Guillermo Egea Mier, quien “consiguió avecinar hasta el Amérique una lancha bien equipada, forrada con brea y calafateada con alquitrán, y así salvó las treinta y seis vidas que, en una hora más, se habrían hundido con el Amérique…” Lo último gracias a un marinero anónimo que saltó del barco y cruzó a nado los doscientos violentos metros que lo separaba de la costa y dio la voz de alarma del naufragio al cónsul francés  en Barranquilla, señor M. O. Berne que plantó la bandera francesa en el desierto islote de Mayorkín y regresó a Barranquilla a coordinar un salvamento.

 

      Lamento haber aburrido al lector con un relato tan detallado y fastidioso del asunto del tal Amérique, pero fíjese que se me antojó como buen ejemplo para ilustrar los peligros a los que se veían expuestos nuestros abuelos en la ahora lejana época de la navegación a vapor. El final de los náufragos no pudo ser más feliz, concluye nuestro testigo: “…El ferrocarril condujo a los náufragos a Barranquilla, los alojaron en una casa dispuesta por el gobierno, José Asunción se acostó como estaba y durmió dos días seguidos.” En el caso de Gómez Carrillo, muy aristócrata él, rechazó las atenciones del gobierno colombiano y se fue a alojar a casa de un amigo también de Barranquilla, como ya relaté en alguna parte antes. Abraham López Penha que lo recibió en Barranquilla lo encontró “flaco y aterrado”[23]. Llegaría por fin a su casa en Guatemala a los brazos de su familia hasta mayo de ese año.

 

 Al parecer ese año de 1895 fue negro para la Compañía General Trasatlántica Francesa, que ofrecía sus servicios de vapores para conectar al Havre con Nueva York y otros destinos. A los pocos días de abandonado el Amérique, naufragó en aguas americanas el Ville du Havre y semanas más tarde naufragó también el L’Europe.[24]

 

Y para terminar con todo de una buena vez ya que este texto se nos ha vuelto pesado, culmino con su perdón citando a quien provocó todo este embrollo de idas y venidas por el mar, Enrique Gómez Carrillo, quien años después de sucedido recordaría con ligereza el asunto del naufragio y rememoró en dicha ocasión:

 

 

 

“-Aquí no se salva nadie- decían los marinos. Casi todos nos salvamos no obstante. Yo me embarqué al lado de José Asunción Silva en una lancha que fue recogida veinte horas más tarde por un velero español. Al encontrarme de nuevo en tierra, recordando sin duda que durante el drama yo había siempre tratado de sonreir, el poeta me dijo:

 

-Decididamente el optimismo es tan incurable como el pesimismo…

 

-Y menos incómodo- le contesté.”

 

 

 

Sea pues esta la despedida…

 



[1] Del origen de las grandes navieras: “During the Civil War, the need of the North to send military supplies to places as far apart as Washington and New Orleans, to move troops quickly from one battlefield to another, and to produce ever more deadly engines of war provided the impetus for rapid changes in travel technology and in the nation’s infrastructure. After 1865 ships clad in iron and steel, following the prototype of the battleships Monitor and Merrimac developed to batter their fragile hulls of wooden sailing ships, grew in size, strength, and safety to transport ever-increasing numbers of goods, immigrants, and tourists between America and Europe, as well as other distant parts of the world. In the early 1870s leaders in the shipping industry, such as the Cunard Line, began to expand their passenger capacity significantly (…) The Holland America Line, the French Line, the Hamburg American Line, and the English White Star Line were just a few of many transatlantic shipping companies that emerged after 1865.” Mark Rennella y Whitney Walton. Planned Serendipity: American travelers and the trasatlantic voyage in the nineteenth and twentieth centuries. Journal of Social History, Winter 2004, 38, 2.

[2] Judt. Op. Cit. Página 7.

[3] El buque de 10,137 toneladas, Reina Victoria Eugenia, propiedad de la Compañía Trasatlántica Española, fue construido en 1913 (apenas un año antes del viaje de nuestro cronista) fue rebautizado en 1931 como el Argentina. En 1939 fue bombardeado y hundido cerca del final de la Guerra Civil española. Fue reflotado ese mismo año, para finalmente ser barrenado (scrapped) y hundido definitivamente en 1945.

Para un interesante recuento de la historia de la Compañía Trasatlántica Española y su papel en las guerras del 98 y del Norte de África véase: José Luis Asúnsolo García. La Compañía Trasatlántica Española en las Guerras Coloniales del 98. Militaria, revista de Cultura Militar, Madrid, número 13, año 1999.

Sobre este tema el escritor Vicente Blasco Ibáñez comentaba en una entrevista que en París le hiciera un jovencísimo Miguel Ángel Asturias, el 1 de enero de 1925: “Al hablar de esta guerra, no debe olvidarse que el rey es accionista de la Compañía Transmediterránea, que hace los transportes de tropas. La guerra de Marruecos, para nosotros los españoles, no tiene explicación alguna, es decir, sí tiene, interesa a Alfonso XIII…” (Miguel Ángel Asturias. París 1924-1933. Periodismo y creación literaria. ALLCA XX, Madrid: 1997. Pág. 7). Cabe mencionar que Gómez Carrillo fue enviado por su periódico, El Liberal, para cubrir la guerra de Marruecos en 1923, resultando un maravilloso libro del desvío genial que se permitió: Fez, la andaluza. En cambio no he encontrado aún artículo alguno en el que hable de la guerra del Rift.

[4] Enrique Gómez Carrillo. El encanto de Buenos Aires. Editorial Perlado, Paez & Cía. Madrid: 1914.

[5] Vicente Blasco Ibáñez. La vuelta al mundo de un novelista. Tomo I. Editorial Prometeo, México: 1947. (Todos los fragmentos citados en el presente ensayo pertenecen a esta edición).

[6] José Milla. Un viaje al otro mundo pasando por otras partes. Tomo I. Editorial Piedra Santa, Guatemala: 1981. (Todos los fragmentos de esta obra han sido tomadas de la edición citada).

[7] “…El 21 de abril de 1873 se firmó el primer contrato de construcción para un ferrocarril entre la capital y el Puerto de San José, pero el concesionario no cumplió y se rescindió el contrato. En abril de 1877 se firmó otro con el señor Henry F. W. Nanne, de origen alemán y con experiencia ferrocarrilera en Costa Rica, para construir el tramo de Escuintla a San José, el cual entró en operación en julio de 1880 (…) Ese año presentó la Sociedad Económica de Guatemala un proyecto para construir el resto del sistema ferroviario por medio de una sociedad nacional por acciones. Desafortunadamente se argumentó que la propuesta era tardía y se suscribió otro contrato con el señor Nanne y Luis Schlesinger (…) para construir el tramo de Escuintla a la capital, el cual fue inaugurado el 15 de septiembre de 1884, aunque posteriormente se le tuvieron que hacer mejoras. En 1893 se inauguró el ferrocarril de Retalhuleu a Champerico…” (Jorge Luján Muñoz. Breve Historia Contemporánea de Guatemala. Fondo de Cultura Económica, México: 1998).

[8] Un interesante y detallado análisis del nuevo sistema económico de la plantación cafetalera la ofrece Julio Castellanos Cambranes en su libro Café y Campesinos (1853-1897), Editorial Universitaria de Guatemala, Universidad de San Carlos de Guatemala, Guatemala: 1985.

[9] Edmundo de Amicis. En el Océano. Librería Histórica, Buenos Aires: 2001.

[10] Caroline Salvin. Un paraíso. Diarios guatemaltecos (1873-1874). Plumsock Mesoamerican Studies, United States: 2000.

[11] Sobre las facilidades del viaje en la era industrial comenta Wolfgang Schivelbusch, The Railway Journey: The industrialization of Time and Space in 19th Century (Berkeley 1986), citado por Rennella y Whitney y que me parece interesante incluir: “…the railroad, the industrial process in transportation, did become an actual industrial experience for the bourgeois, who saw and felt his own body being transformed into an object of production.”

[12] Sobre las impresiones de Carrillo a bordo encontré esta curiosa interpretación: “Many people who have commented on traveling have noticed in passing that, in traveling for an extended period of time on a ship, ocean voyages enter a unique space. Melvin Maddocks has commented that in ‘Speeding between two worlds, the great liner became a third world in itself.’ But few people have tried to make sense of this ‘world between worlds’ and how it might affect those who enter it (…) In ‘The Philosophy of Travel, written around 1912 and posthumously published, [George] Santayana considers the stimulating effects of travel, specifically ocean travel: ‘(…) The most prosaic objects, the most common people and incidents, seen as a panorama of ordered motions, of perpetual journeys by nights and day, through a hundred storms, over a thousand bridges and tunnels, take on an epic grandeur, and the mechanism moves so nimbly that it seems to live. It has the fascination, to me at least inexhaustible, of prows cleaving the water, wheels turning, planes ascending and descending the skies; things not alive in themselves but friendly to life, promising us security in motion, power in art, novelty in necessity.’” (En Rennella y Walton, Op. Cit.).  

[13] El Sydney, buque propiedad de la Compagnie des Messageries Maritimes. Según un panfleto de 1914 de la compañía cubría en su itinerario los siguientes puertos: Mauricio, Reunión, Tamatave, Sainte Marie, Diego Suárez, Mahé, Adén, Djibuti, Suez, Port Said y Marsella.

[14] Ramiro Ordóñez Paniagua. Cuatro Destierros (Memorias). En manuscrito.

[15] S/A. La ilustración artística. Número 278, año VI. Barcelona, 25 de abril de 1887. “Regalo a los señores suscriptores de la Biblioteca Universal Ilustrada”.

[16] De acuerdo a lo establecido por el investigador y descubridor de los restos del Titanic, Robert Ballard y testimonios de los pasajeros, a la medianoche un vigía desde la cofa del barco distingue un iceberg frente al barco y da la alarma. El Titanic gira el timón demasiado tarde para evitar la colisión con el témpano que tras el impacto rompe el costado de estribor del barco, por debajo de la línea de flotación. El tipo de daño vuelve inútil el sistema de mamparos aislados herméticamente, pues como el rasguño del casco es a lo largo del barco, los mamparos se inundan uno tras otro, hundiendo la proa al llenarse de agua. Mientras el barco se va a pique, la estructura se rompe en sus secciones más débiles, cerca de la tercera chimenea. Al final, la parte delantera del barco se desprende y se precipita hacia el fondo. La popa se mantiene a flote durante un momento y luego se sumerge también. El Titanic se llevó consigo a 1,500 personas. (Ver el artículo de Robert Ballard, Vuelve a morir el Titanic, en National Geographic Magazine, número correspondiente al mes de diciembre de 2004). Ver también el interesante libro de Tom Kuntz, The Titanic Disaster Hearings: the official transcripts of the 1912 Senate Investigation, Pocket Books, New York: 1998.

De acuerdo a la investigación del Senado, el capitán del buque Edward J. Smith había ordenado la navegación a toda velocidad, a pesar de estar atravesando una zona peligrosa por témpanos de hielo a la deriva, velocidad que no dio tiempo para una apropiada maniobra para evitar el impacto. Por otra parte, investigaciones posteriores sobre los restos del barco, determinó que la aleación de hierro de las planchas exteriores del barco eran de una tecnología nueva y poco probada para la época, que tenían una alta concentración de carbono, lo que debilitaba la resistencia de la estructura para impactos indirectos como el rasgón que sufrió bajo la línea de flotación.

La velocidad se había convertido en una obsesión para los capitanes de los vapores a raíz de un premio denominado “Cinta Azul” que se otorgaba al navío más rápido en cubrir la travesía entre Europa y América.

[17] Buque propiedad de la Compagnie General Trasatlantique. Fue botado en 1870 con el nombre de Emperatriz Eugenia y luego rebautizado como Atlantique imaginamos que debido a los cambios políticos franceses del momento. En 1873 es reconstruido y ampliado a 4585 toneladas y rebautizado como Amérique. Con las innovaciones era un buque de lujo, de 6,000 toneladas y 8,000 caballos de fuerza.

[18] Citado en Ulner. Op. Cit. Pág. 13.

[19] Ibid. Pág. 11.

[20] Fernando Vallejo. Almas en pena, chapolas negras. Suma de Letras, Bogotá: 2002.

[21] El relato del naufragio puede leerse completo en: Enrique Santos Molano. El Corazón del Poeta, capítulo 15, (versión electrónica). Este autor colombiano refiere que obtuvo el relato hecho por un náufrago anónimo al El Esfuerzo, semanario de Medellín, y publicado por entregas los días 8, 15, 22 y 29 de marzo y 5, 16, 19 y 23 de abril de 1895, números 83-87 y 89-91.

[22] El testigo anónimo nos da una detallada lista de los arriesgados náufragos abandonados a su suerte: “…el doctor Marco A. Pabón, médico, Gómez Carrillo, literato; José Asunción Silva, Secretario de la Legación en Venezuela; señora Elena Franco y su niña de ocho años de edad; Pugliesi, italiano, rico comerciante establecido en Barranquilla; un señor N. N., rico comerciante establecido en Lima (este creyó tan poco en su salvación que arrojó de la lancha al mar un paquete de joyas por valor de 8 a 10,000 francos); un joven cubano desterrado de Venezuela por escritos contra aquel gobierno; un tipo de Ocaña, también desterrado de Venezuela por ladrón; otra señora de la martinica, con una niña de 8 años de edad; señor Meynarés Priso, propietario del Hotel Suizo de Barranquilla; Riera y Nadinyá, jóvenes muy simpáticos, españoles establecidos en Guayaquil; Mr. Bimberg y su señora, interesante y simpático matrimonio (…) el Jefe de Postas del Buque; primer comisario a bordo; un cubano, con una pierna averiada; otro suizo, con una úlcera maligna en la pierna; otra señora de la Martinica con el mal de San Lázaro en un período avanzado; una madre con su hija, bastante hermosa ésta, a la cual había ido a buscar por haber sido robada por un saltimbanqui de una compañía de equitación y quien la dejó abandonada en Venezuela; un matrimonio francés (…) y varios otros que apenas conocimos de vista sin saber siquiera su nacionalidad…” 

[23] Ulner. Op. Cit. Pág. 12.

[24] De este buque L’Europe sabemos que era un buque de hélice a vapor, dotado con una máquina de 1350 caballos. Zarpó del Havre el 26 de marzo bajo el mando del capitán Lemarié, con 218 pasajeros y 2,500 toneladas de carga. Su tripulación y pasajeros son rescatados en alta mar por el vapor inglés Greece, al mando de un capitán Thomas.

 


Carlos Mérida a mano alzada

 Rodrigo Fernández Ordóñez

 

“…Lo que me interesa es el juego y el goce que el trabajo me ofrece. Una vez realizado, lo olvido por completo; una función de digestión, como decía Picasso. Pero en una u otra forma, el arte que cultivo, si así puede llamarse, me ha proporcionado muchas satisfacciones; el dulce dolor de crear algo y la fortuna inapreciable de hacer amistades donde quiera que paso…”

Carlos Mérida.

-I-

PEl pintor y escultor Carlos Mérida ocupa el lugar de mayor importancia en la historia del arte guatemalteco. Sus obras no sólo pueden contemplarse en las calles de ciudad de Guatemala y en las paredes del Museo de Arte Moderno, bautizado precisamente con su nombre, sino en otras ciudades latinoamericanas, principalmente en la ciudad de México.

Mérida nació en la ciudad de Guatemala el 2 de diciembre de 1891, en un interesante momento político que atravesaba el país. El general Manuel Lisandro Barrillas, veterano combatiente de las filas de la revolución liberal encabezada por el general Miguel García Granados y el general Justo Rufino Barrios, terminaba su período presidencial y asumía la presidencia un hombre refinado, formado profesionalmente en los Estados Unidos y en Europa: el general José María Reyna Barrios. Reyna Barrios tenía una ambición: sacar al país de su aire provinciano y rústico y embellecerlo, inundándolo de progreso, aunque de momento sólo fuera estético. Quería atraer inversiones extranjeras, migración y desarrollo. Fuera del ridículo esnobismo que muchos historiadores le atribuyen, Reyna Barrios es el primer presidente que se preocupa del espacio físico de los ciudadanos, expandiendo planificadamente la ciudad fuera de sus lindes originales hacia el sur, buscando espacios abiertos y verdes que rompieran la monotonía del cuadriculado árido de las calles empedradas de la capital.[1]

El proyecto del boulevard 30 de junio y su inmenso parque,[2] buscaba no solo darle un espacio abierto a los ciudadanos para que pudieran pasear fuera de las estrechas calles originales del casco urbano, sino inculcar lo que para él, eran buenas costumbres de los países europeos: hacer vida fuera de los altos muros de las casas, pasear, hacer deportes, comer en el campo. La consecuencia inmediata de estas obras tendría impacto no solo en la vida de los habitantes  de la ciudad sino también daría fama a la ciudad de Guatemala de una ciudad moderna, con costumbres cosmopolitas, en la que los extranjeros podrían encajar de forma perfecta, sin extrañar demasiado sus ciudades de origen. De allí ese intento de darle a los habitantes una versión tropical de los Campos Elíseos y del Bois de Bologne, de la que muchos se han burlado y que de forma sorpresiva el alcalde actual ha logrado rescatar al menos los días domingos, de la intención original, con su programa de “pasos y pedales”, pero confundiendo los arriates y las avenidas con parques. Las esculturas de animales impresionantes, compradas a la casa fundidora del Val d’Oisne, y otras esculturas de figuras alegóricas tenían por objeto, según los cánones artísticos de la época, embellecer el paseo dándole cierto aire clásico de jardín.

Este visionario presidente funda el Instituto de Bellas Artes, que se inaugura el 15 de septiembre de 1892, atrayendo consigo a artistas de gran calidad como maestros. Guillermo Monsanto cita a los más conocidos, como Francisco Monterroso, el escultor Rafael Pilli, el arquitecto C. T. Wilson, Emilio Gómez Flores y Antonio de Arcos, a los que relaciona a manera de hipótesis, con la Casa Contratista de Francisco Durini Vasalli, quien había venido trabajando en el país desde el gobierno de Justo Rufino Barrios.[3] Naturalmente estos artistas habrán enseñado según los cánones europeos de belleza de la época, influenciando a los círculos artísticos con las nuevas tendencias dominantes para esos años.

Asimismo, Reyna Barrios contrató a Francisco Durini en ese mismo año de 1892, para trabajar en el desarrollo de los pabellones de su Gran Exposición Centroamericana de 1897.[4] La llegada de Durini implicó también que se asentara en el país el venezolano Santiago González, autor del hermoso busto de Pepe Batres Montúfar que ahora preside la plazoleta frente al Conservatorio Nacional y el conjunto escultórico que decoraba el tímpano del Templo de Minerva en el Hipódromo del Norte. Monsanto pone en duda que González haya tenido contacto personal con Carlos Mérida, pero creo que sí se puede aventurar que sus ideas y su estilo pudieron impactar en cualquiera que observara su obra.

Carlos Mérida se educa principalmente en la ciudad de Quetzaltenango, en donde se establece su familia en el año de 1907. En esta ciudad estudia en el Instituto y Escuela Práctica para Varones de Occidente, en donde entra en contacto con el profesor de dibujo Santiago Vichi y recibe clases de música con los maestros Miguel Espinoza y Jesús Castillo.[5]

La primera exposición de Carlos Mérida se lleva a cabo en la ciudad de Quetzaltenango, en 1910, a instancias de su amigo el catalán Jaime Sabartés, en donde destaca que Mérida “era un artista formado dentro de las más estrictas reglas académicas”, a juicio de Guillermo Monsanto. Para esa época ya se había conformado un círculo artístico en la ciudad altense, en el que participaban Sabartés, Mérida, Carlos Wyld Ospina, Rafael Rodríguez Padilla, Rafael Arévalo Martínez, Rafael Yela Gunther y los hermanos de la Riva.

 

-II-

Para continuar con su educación artística, Carlos Mérida, en compañía de su amigo Carlos Mauricio Valenti Perillot, parte rumbo a París. Al parecer, Mérida tenía la intención de continuar sus estudios en música, pero se le diagnostica esclerosis auditiva, lo que lo encamina exclusivamente a la pintura.[6] Mérida, sin embargo, nunca perderá su amor por la música. Se embarcan el 20 de mayo de 1912 en Puerto Barrios en el buque Odembalt, que era un carguero con capacidad de unos 12 o 15 pasajeros, y llegan a la capital francesa el 15 de junio del mismo año.[7] París hervía de creatividad. Allí se exponía a los impresionistas, a los fauvistas, a los futuristas. En sus salas de exposición se podían contemplar los furiosos cuadros de Gaugin, de Marinetti, de Kandinsky, de Klee, los intentos cubistas de Picasso, en fin, de los grandes nombres del arte. En ese ambiente bullendo de creatividad se asentaron Mérida y Valenti. Pero cuatro meses después el desastre: Carlos Valenti se descerraja un tiro en el pecho. Es el 29 de octubre de 1912. Valenti estaba por cumplir 24 años.

El fabuloso escritor guatemalteco Eduardo Halfon nos narra con pericia la confusión de Mérida, en su novela, lastimosamente corta Esto no es una pipa:

“Yo no lo maté. Así les dije, esposado, en grilletes, hambriento, a los gendarmes. Pasé tres noches en la cárcel mientras ellos hacían sus averiguaciones. Me llamo Carlos Mérida, dije en un mal francés. Tengo veintiún años. Soy guatemalteco, una mezcla de español e indígena. Soy músico pero más pintor. ¿Qué hace usted en Francia?, me gritaron. Venimos juntos, él y yo, hace cinco meses, el 15 de junio, 1912, en un barco carguero llamado Odembalt. Pagamos cien dólares cada uno…”[8]

 

Valenti fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, el 2 o 3 de noviembre de 1912, bajo la lluvia, en compañía de cuatro o cinco amigos. Carlos Mérida, queda devastado con el suicidio de su amigo. Abandona Francia y viaja por algunos países de Europa; en España, por consejo de Picasso se inscribe en la academia de Anglada Camarasa, en donde aprende diseño geométrico[9], luego regresa a París, estudia con Van Dongen y Modigliani para finalmente, retornar a Guatemala, a mediados de 1914, en plena tensión previa al estallido de la Primera Guerra Mundial. A su llegada visita a Sabartés en Quetzaltenango y realiza una exposición en dicha ciudad en 1915. Aquí empieza la estrella a ascender. En 1917 realiza un viaje a los Estados Unidos, con objetivo la ciudad de Nueva York, en 1919 expone en París, en el Nuevo Salón de los Independientes, mientras expone también en ciudad de Guatemala y Quetzaltenango. Ese año de 1919 Mérida parte hacia México, viaje que consagrará su carrera como artista internacional. Los motivos de su partida los resume Guillermo Monsanto:

“[primero] la falta de oportunidades para sobrevivir como artista visual; segundo, la depresión económica causada por el declive de las facultades administrativas del gobierno de Manuel Estrada Cabrera que empeoraron con los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918; tercero, la epidemia de gripe española, fiebre tifoidea y otros males que asolaron a la población por la inanición en la que había caído el gobierno…”[10]

 

Pero el sello característico de la obra de Carlos Mérida, que es la abstracción al extremo de los elementos indígenas, buscando una esencia pura de la cultura nacional, ya se prefiguraba en el año de 1916, cuando con Yela Gunther realiza una serie de pinturas con temas folclóricos, ajenos a la corriente pictórica imperante en el país en esa época. Este intento de fijar en el arte las raíces más remotas de la cultura latinoamericana merecería elogios por parte del gran muralista mexicano Diego Rivera, quien llega a asegurar que: “Mérida ha realizado, de algunos años a esta parte, una labor de americanismo extremadamente interesante: él fue el primero en hace entrar dentro la verdadera pintura, el pinturesco americano.”[11]

 

-III-

J161630006En una de las libreras de mi papá había un libro con un título contundente: Habla el artista, de una tal Katharine Kuh. Alguna vez, huyendo de las lecturas de Pío Baroja, Miguel Delibes o Juan Valera, que mi papá insistía debía leer para completar mi educación libresca, lo tomé y fue mi primer acercamiento con el arte moderno. Tendría unos catorce o quince años, y conocí de pronto, de a montón, a Isamu Noguchi, a Alexander Calder, a Georgia O’Keefe y a Edward Hopper, dentro de los que puedo recordar. A los que más agradezco que me haya presentado en esas fantásticas entrevistas, fue a Calder y a Hopper, mis artistas norteamericanos favoritos.

Años después, me topé con la misma Katharine Kuh en un estante de la librería del Fondo de Cultura Económica de la UFM. Se trataba de su libro de memorias Mi historia de amor con el arte moderno. Secretos de una vida entre artistas, y ¡vaya secretos los que devela la señora ésta! Sucede que fue amante de Carlos Mérida, y nos relata unos cuadros vivos del artista que creo justo transcribir para ustedes, para que corran a la librería para adquirir un ejemplar de esta obra magnífica, salvo cuando la Kuh se nos pone pesada y da la lata queriendo sentar cátedra sobre los artistas que conoció, pero vale la pena el mal rato.

Para empezar, nos cuenta la autora del documentado prólogo y editora de la obra, Avis Berman:

“En 1938, inició un apasionado romance con el pintor Carlos Mérida, cuyos cuadros exponía en su galería. El artista, que estaba casado, residía en México. Se enamoraron en el transcurso de aquella exposición. Para poder verse más a menudo, ella decidió alquilar una casa en San Miguel de Allende y enseñar en la misma escuela que él durante los veranos. Vivían juntos durante los meses de verano, y también cuando él acudía a Chicago. Era una relación seria. Mérida, que la llamaba ‘Kata’, le dedicó un buen número de cuadros, dibujos y acuarelas…”[12]

 

Esta explicación que hace la prologuista de la relación que unía a Mérida con Kuh se hace necesaria toda vez que en el transcurso del libro, Kuh se refiere a su amante con la distancia de una galerista que expone a un cliente. Por respeto a su propia intimidad como a la de Carlos Mérida, nunca habló o escribió sobre su relación con el artista guatemalteco. Lo describe en estos términos:

 

merida

 

“Carlos, hombre encantador y meticuloso que vivió más de noventa años, se había quedado sordo de joven, lo que no le impidió comunicarse con una habilidad admirable. Contemplativo y algo ausente, sin duda debido a su discapacidad, tenía no obstante mucho mundo a sus espaldas. Había vivido una temporada, compartiendo piso con Modigliani, en París, ciudad en la que trabó amistad con otros importantes artistas europeos…”[13]

 

La crítica cuenta también que Mérida nunca perdió su amor por la música, y que le gustaba mucho el jazzista Duke Ellington. Cuenta que Mérida pegaba el oído al radio para sentir las vibraciones y así poder seguir el ritmo de la música. Alguna vez comenta, asistió al consultorio de un especialista que le habló de una operación para corregir su sordera, pero que Mérida, tras pensarlo largamente declinó, “…decidió no someterse a la operación: la sordera protegía su intimidad y le permitía vivir en un mundo onírico e idealizado. Veía su anomalía como algo positivo, que aceptaba de buen grado.”[14]

De sus estancias de verano en San Miguel Allende, cuenta Kuh que impartían clases en la escuela artistas de la talla de Rufino Tamayo, y cómo no, de Carlos Mérida, pero que de cualquier modo pasaban más tiempo en las cantinas que en las aulas de clase. Como se puede observar, esa escuela de verano era igual que las escuelas de español que pululan entre buganvilias en la ciudad de Antigua Guatemala hoy en día, e igual que en esos lejanos años, lo que menos se hace en ellas es impartir clases.

Kuh cuenta que de Mérida aprendió muchísimo de México, y que durante sus estadías, dice ella muy educadamente, muy discreta, que el artista guatemalteco fue su cicerone o guía de la vida cotidiana mexicana. Relata: “Una mañana en que estábamos sentados en la plaza de la ciudad, pasó lentamente por delante de nosotros un carromato tirado por un caballo. Transportaba el cadáver de un niño indio que había sido sorprendido al parecer robando un pollo. Carlos me explicó: ‘En tu país, la muerte es accidental. En el mío, es incidental’…”[15]

No cuenta mucho más del artista guatemalteco, pero sirven estas líneas para terminar de dibujar una biografía más completa del creador, que se nos antoja así de pronto, algo más humano, más vulnerable que sus inmensas obras.



[1] Estas ideas las hemos discutido ampliamente con mi amigo y compañero de aventuras intelectuales, Rodolfo Sazo, quien además ha encontrado detalles muy interesantes de la obra artística que legó el período del general Reyna Barrios y que ojalá pueda publicar para goce de todos los guatemaltecos interesados en el tema.

[2] El parque se proyectó en los terrenos de la finca La Aurora, expropiada al ex presidente Manuel Lisandro Barillas, ya sabemos que en política, no queda títere con cabeza.

[3] Monsanto, Guillermo. El universo de Carlos Mérida. Catálogo de la Exposición dedicada a Carlos Mérida por la Fundación Paiz para la educación y la cultura. Guatemala: s/f. Página 15.

[4] El ambicioso proyecto de la Exposición Centroamericana fracasó estrepitosamente, dejando al país con una deuda que ascendía al millón de dólares en el peor momento: los precios del café se derrumban con la intromisión de Brasil en el mercado y el país se sume en una aguda crisis económica. Al respecto, la doctora Regina Wagner escribió un interesante ensayo.

[5] Monsanto, Op. Cit. Página 16.

[6] Luján Muñoz, Luis. Carlos Mérida, Rafael Yela Gunther, Carlos Valenti, Sabartés y la Plástica Contemporánea de Guatemala. Separata de la Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, tomo LVI, Enero-diciembre de 1982. Página 268.

[7] Valenti, Walda. Carlos Valenti. Aproximación a una biografía. Talleres gráficos Serviprensa. Guatemala: 1983. Página 37.

[8] Halfon, Eduardo. Esto no es una pipa, Saturno. Editorial Santillana, Guatemala: 2003. Página 17.

[9] Monsanto. Op. Cit. Página 17.

[10] Ibid. Página 18.

[11] Monsanto, Op. Cit. Página 18.

[12] Kuh, Katharine. Mi historia de amor con el arte moderno. Secretos de una vida entre artistas. Editado y completado por Avis Berman. Fondo de Cultura Económica. México: 2010. Página 22.

[13] Kuh, Op. Cit. Página 36.

[14] Ibid. Página 36.

[15] Ibid. Página 40.


Departamento de Educación
Calle Manuel F. Ayau (6 Calle final), zona 10
Edificio Académico, oficina A-210
Guatemala, Guatemala 01010