Un día de estos Luis, un día de estos… O el escritor que quería ser Gómez Carrillo

Por: Rodrigo Fernández Ordóñez

Enrique Gomez Carrillo     Mientras lo iba leyendo, en el techo de lámina del lento ferry que conecta a Santiago Atitlán con Panajachel, me felicitaba a mí mismo por la elección. Había escogido, entre otros, como compañero de viaje un interesante y breve libro: Fez, ciudad santa de los árabes, de Luis Cardoza y Aragón.[1]

     Y aunque parezca increíble me pareció maravilloso. En este libro, de apenas 70 páginas en la edición de la Editorial Universitaria de la USAC, se condensa todo un cúmulo de emociones, impresiones, visiones, además del calor, los olores y la opresión de las estrechas callejuelas de esta antigua ciudad marroquí.

     Digo «increíble» por dos cosas: uno, no soy, ni de lejos admirador de la obra de Cardoza y Aragón, que me parece un pesado y segundo, lo detesto con todas mis fuerzas por haber escrito un «ensayo» lleno de ponzoña en contra de mi bien amado Enrique Gómez Carrillo. Así que lo que sigue no es, en lo absoluto, objetivo, está contaminado por el rencor, y busca demostrar que el odio de Cardoza por Gómez Carrillo estaba fundamentado en una gran admiración, admiración rencorosa o bien, por una inconmensurable miopía contaminada de política.

     Alguna vez intenté leer El río, y me pasó lo que me había pasado anteriormente cuando leí, a marchas forzadas, Guatemala: las líneas de su mano.[2] A las pocas páginas la lectura se torna densa y confusa, las imágenes se entrelazan hasta formar apretados nudos que ni el gordiano. Si se persevera y se lee otro tanto se abandona todo deseo por seguirle el pensamiento y todo se torna un largo y desordenado blablablablabla en el que hasta él mismo se contradice. Así que, siguiendo el consejo de Mario Vargas Llosa, que dice que ningún libro se ha de leer por obligación por ser pecado de «lesa literatura»; lo terminé por cerrar, devolverlo al estante y olvidarlo para siempre.

     Como dije, esto en el caso de El río, porque a manera que iba luchando contra el sueño, avanzando página tras página tortuosamente, en Guatemala: las líneas de su mano, me iba acercando a la peor jugarreta de todas: un mefistofélico «ensayo» sobre Gómez Carrillo, en el apartado segundo, titulado Las huellas de la voz. Lo leí con ira creciente y de allí salió este escrito, inclasificable tal vez, pero oportuno para desenmascarar a este pedante escritor con ínfulas de diosecillo.

     ¿Y por qué tanta rabia? Se preguntará usted con toda razón. Paciencia, amable amigo, que no por madrugar amanece más temprano, ya vamos a llegar al punto y juzgará por usted mismo.

     En uno de los primeros párrafos de ese escrito venenoso, Cardoza afirma: 

«Rubén Darío tenía genio, Gómez Carrillo sólo talento. Mientras Rubén como una raíz ciega se hundió en la tierra para llegar hasta la estrella, Gómez Carrillo se detuvo y entretuvo en lo cosmopolita y no en lo universal, de espaldas a la esencia de nuestra cultura y tradición españolas…».

      «Sólo talento» le concede Cardoza a nuestro cronista, conocido en todos los rincones de América y en su momento el escritor en español más leído del mundo. «Sólo talento», para un hombre que escribió más de 80 libros que versan sobre todos, o casi todos, los temas. El conocía, gozaba y se movía en los círculos frívolos del París de principios de siglo como en las trincheras del frente occidental durante la Gran Guerra o en los oscuros pasillos de las cárceles de la Rusia pre revolucionaria y fue esta forma de ser camaleónica la que le valió un reconocimiento mundial y un éxito literario tanto como económico.

     Si no hubiese tenido «genio», no nos creeríamos estar paseando por entre la derruida columnata del Partenón mientras leemos su Oración en la Acrópolis, o no nos sentiríamos transportados a una esquina oscura y húmeda de un remotísimo Buenos Aires, viendo bailar a un chulo y su protegida un cadencioso y violento baile en su crónica dedicada al tango. Si eso no es genio, no puedo pensar a qué se refiere el pajarraco envidioso de Luis.

     Continúan sus sinsentidos hasta que nos vemos forzados a detenernos en otra parte: ”No ejerció mayor influencia en los prosistas del idioma…» ¿Pero qué carajos le pasa a Cardoza? ¿En dónde diablos habrá vivido los últimos cincuenta años de su vida? Frases irresponsables como ésta pretendían, creo yo, tapar el sol con un dedo. El mismo no se pudo escapar de esa influencia que niega. Hasta su defendido Darío alabó su prosa mágica y su influencia en toda una generación de escritores y periodistas. Germán Arciniegas, el prolífico creador colombiano se deleitaba con sus crónicas, soñando algún día conocerlo al igual que el guatemalteco Epaminondas Quintana, el autor de la imprescindible La Generación de 1920. Hasta Miguel Angel Asturias, en sus artículos de prensa enviados a El Imparcial desde la fría París[3] a inicios de los años 20 lo convierte en referencia: en una entrevista a Unamuno éste conversa un rato sobre «la tierra de Carrillo». En otra entrevista, esta vez con León Pacheco, escritor costarricense aclamado por Carpentier, expresa, hablando de su inmensa fe en Centroamérica: «Han dado al mundo (los países del istmo) del arte dos de los más grandes espíritus del habla castellana: Rubén Darío y Gómez Carrillo…».

     Por su parte, Asturias comenta en una crónica fechada el 11 de enero de 1927 y titulada «Mediodía nocturno»: 

«Al pie de los árboles la evocación encuentra a Rubén Darío y lo seduce con la seda de sus medias, como en las crónicas de Gómez Carrillo seducen las mujeres del bulevard a los tropicales que vienen en busca de complicaciones amorosas».

 

     ¿Queda claro? Las plumas más talentosas de «habla castellana», como a algunos les gusta llamar al español, no podían alejarse de la suave y sensual influencia de Gómez Carrillo. Hasta Asturias, como se puede comprobar fácilmente leyendo París 1924-1933. Periodismo y creación literaria, una magnífica recopilación editada en la colección Archivos y coordinada por Amos Segala, intentó en varias ocasiones imitar la grácil prosa de su compatriota y tratando, igual que aquél, que sus escritos fueran más «impresiones» que «descripciones». Esta influencia en los textos asturianos, explica Segala en una de las numerosas notas al texto, se extendería aproximadamente hasta 1926, una año antes de la muerte de Carrillo.

     Y luego de pensarlo despacio, tranquilamente, nos asalta una duda: ¿si lo escrito por Gómez Carrillo no dejó mella alguna en nadie, a qué se debía que su casa en París fuera peregrinaje obligado para los artistas noveles latinoamericanos que arribaban a la capital francesa? ¡Sólo hubiera faltado que Cardoza y Aragón negara haberlo visitado! Garavito, Mérida, Quintana, Asturias, fueron en su busca y tocaron a su puerta. Que Gómez Carrillo los haya atendido es otra canción, porque como expliqué en otra parte, su aguda neurastenia no garantizaba un recibimiento amable.

     ¿Será que a Cardoza lo habrá recibido de mala manera, o aún peor, se habrá negado a recibirlo?, es posible, pero aún en 1927, año de la muerte del cronista, Cardoza aún se expresa de su compatriota en buenos términos, elogiosos en su Fez, ciudad santa de los árabes: «…Y cómo lo recuerda Gómez Carrillo- que es profundamente místico…»(p.45).Lejos está la posterior diatriba venenosa en contra del escritor, llena de reproches como el siguiente: 

«Tenía que cumplir una tarea fija y vital para diarios argentinos y españoles, y esta obligación de galeote de la pluma que ha de hablar del libro de moda y del pequeño o del sonado escándalo, le impedía disponer de tiempo y perspectiva para una investigación de fondo y una recapacitación de su tarea: vivía sensualmente en alas del éxito, y duramente, tal una cantante».

 

     Y como Cardoza es puro chapín, es incapaz de decir las cosas directamente, sin ambages, en cambio disfraza furiosa crítica con palabras suaves. Porque como buen matalascayando, ese suave «tal una cantante», puesto como al descuido es en realidad un insulto. No es difícil leer entrelíneas que la verdadera palabra que aflora tras la hipocresía es «tal una cabaretera». Cardoza no se atreve a insultar de frente, contundente, decirle: como una puta. Por otro lado, ¿qué diablos tenía que recapacitar Gómez Carrillo? ¿Para Cardoza, qué tarea era esa a la que don Enrique no le prestaba atención?

     Cuando estalló la Primera Guerra Mundial se lanzó a las trincheras abandonando la comodidad de su piso parisino, y recorrió cientos de kilómetros de frente en los cuatro años siguientes. Años antes cuando estalló la guerra Ruso-Japonesa, se fue a toda prisa a Rusia para que el público lector conociera a esa inmensa y débil nación. Fue también a Japón para darles a sus contemporáneos un retrato de primera mano de esta pequeña pero fortísima nación que derribaría el mito de invencibilidad de los zares. Si esto no es «investigación a fondo» me rindo, no sé qué es eso.

¡Si hasta una vez en Moscú para evitarse el fastidio de explicar en donde quedaba Guatemala, o quizá en un arranque inexplicable de vergüenza Cardoza dijo que era Mexicano! ¡Muy patriota, pues! ¡Igual que Arqueles Vela que se pasó media vida aclarando que él era mexicano, que el guatemalteco era su hermano, David Vela! ¡Afortunadamente, el genio de David nunca negó sus orígenes!

Pero bueno…, el genial caricaturista Toño Salazar, amigo de Carrillo desde su llegada a París en 1922 hasta su sentida muerte acaecida en 1927, en una larga conversación sobre su vida con su compatriota salvadoreño Luis Gallegos Valdéz comenta contundente:

 

“…Sabía Carrillo muchas cosas y las sabía bien. Cuando escribía se había antes documentado a fondo, como un erudito, pero detestaba la pedantería y amaba la ligereza, que los tontos han confundido por superficialidad…” (el énfasis para gozo de mi espíritu es propio).[4]

 

     El problema con don Luis es que cuando la política le entró a la vida, le jodió la literatura. A partir de su compromiso político ya no escribiría nada digno de perdurar, a partir del comunismo sólo vendría verborrea sin sentido y a borbotones como una mala imitación de Henry Miller, que a su favor tiene la espontaneidad. Cardoza en cambio, es acartonado, como si el Partido no lo dejara hablar (escribir) a sus anchas y toda línea tuviera que tener justificación ideológica. O como si a cada letra se detuviera a pensar qué opinión le merecería a cada uno de sus lectores lo recién escrito. Por lo anterior sus libros resultan almidonados, rígidos por el discurso. Como dije, a Cardoza lo jodió la política, extremo que se deja entrever en las últimas páginas de su crónica de viaje a Fez.

     ¿Qué tiene de malo vivir sensualmente en las alas del éxito? Cardoza limita sospechosamente las actividades del cronista; éste no sólo escribía para esos dos países, sus compromisos abarcaban a diarios en Cuba, Venezuela, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y quién sabe qué más países. (Como dato curioso: un investigador venezolano descubrió crónicas de Gómez Carrillo en un pequeño periódico que se publicaba, a inicios del siglo XX, en un mísero pueblo de la costa de su país).

     Pareciera pecado tener éxito y vivir en sus alas. Y es que para la perspectiva comunista tener éxito individual sí que es pecado. No conozco la terminología comunista, pero ha de ser una traición al proletariado ser un escritor que vive de su arte, y que para mayor insulto, viva bien, como terminó viviendo el mismo Cardoza y Aragón. Aquí aporto una prueba de lo que digo, un fragmento lamentable, que no debió haber sido escrito por nadie, nunca: 

«Un gran periodista, refinado y decadente, con las limitaciones de su falta de formación política en años decisivos en que para ser gran periodista casi era imposible no tenerla: los terremotos históricos asoman leves y contadas veces en sus crónicas y en sus libros de viajes. Fue un esteta, de prosa grácil y flexible, sin sensibilidad para lo social, apasionado por los perfumes raros y efímeros».

 

     ¡Pero si es Dios el que habla! Parece que cuando escribió lo anterior aún no se había sacudido el estalinismo y sus purgas. Me he tratado de contener pero no puedo más: ¡Puta! ¿Y quién es éste quejitas para decir lo que DEBE tener un periodista? ¿Desde cuándo el talento se mide por el compromiso político?

      Afortunadamente estudiosos serios de la literatura guatemalteca, como don Francisco Albizúres Palma, comenta en su ponencia Escarceos estilísticos en Gómez Carrillo, pronunciada durante el I Congreso Internacional Reencuentro con Enrique Gómez Carrillo, organizado y celebrado en la Universidad Rafael Landívar: 

“En cuanto al cosmopolitismo modernista, no significa desinteresarse de América, sino nutrirse con las realizaciones de los grandes centros de poder intelectual, pues se percatan de la mediocridad y el atraso de nuestra cultura…”[5]

 

     Así que a don Luis se le escapa todo, como según él uno tiene que estarse viendo el ombligo toda la vida…

Encima de envidioso, injusto y pendejo, Cardoza y Aragón se nos revela ciego. ¿No se tomó la molestia de leer los libros de su criticado antes de escribir semejante tontería? Para prueba de su conciencia histórica está La Rusia actual, viaje exhaustivo y minucioso a las entrañas del imperio ruso que se cae en pedazos. Durísima crítica al poder omnipotente del zar y su inconsciencia, libro que descubrió el velo y desnudó el imperio mostrándolo en toda su miseria y probredumbre. Viaja a las cárceles, habla con los represores, visita células revolucionarias, entrevista príncipes, soldados, y un largo etcétera que será elogiado por el ya mencionado Arciniegas. Claro, tendrá que ser un colombiano el que lo valorice; es él quien nos contará que su obra fue capital para que Europa conociera la barbarie del zarismo.

     Cuando Cardoza fue a la URSS, ¿visitó las cárceles repletas de opositores? ¿Entrevistó al demoniaco Laurenti Beria? ¿Habló con alguien de los desmanes del GPU, predecesor de la siniestra KGB? No. Como disciplinado soldadito no hizo nada de esto, llegó, se dejó mangonear, agasajar y se fue. Fue él quien carecía de «sensibilidad para lo social», sólo así se explica la suprema ingenuidad de escribir un libro miope, titulado Viaje de retorno del futuro o alguna ñoñada similar, alabando los supuestos adelantos de la sociedad soviética que devoraba miles de personas diarias en sus campos de concentración. Pero claro, para el “políticamente formado”, como Cardoza o Julio Cortázar, 250 millones de muertos son meros “accidentes del comunismo”, como los definiera el creador argentino. Otro ejemplo: en las páginas de Jerusalén y la Tierra Santa, cuando el cronista pasea por las olvidadas y polvorientas callejuelas de Cafarnaúm se encuentra con una prostituta que vende su exiguo cuerpo bajo la columnata de una sinagoga ruinosa. ¡Cuánta compasión resuma de los párrafos que Carrillo le dedica, cuando la observa, la ausculta, se impregna de la tristeza de su oficio y uno creería que hasta renunciará por siempre a visitar a las prostitutas parisinas. Pero es mucho pedir…

Apunta en su crónica marroquí Cardoza: «Las noches que recorriera el «Barrio Reservado» de Fez, con aviadores franceses amigos míos, no las olvidaré jamás». ¡Ah! que deliciosa nostalgia desprende esta frase, evocadora de quién sabe qué placeres gozados entre las mujeres de la vida alegre. Pero no es de Gómez Carrillo, es frase de Cardoza y Aragón, ese revolucionario de moral intachable, en su libro sobre Fez. Cuando se lee por primera vez, hasta se descubre un ligero estremecimiento de placer y orgullo. ¿Se habrá avergonzado, años más tarde, de haber incurrido en tamaña irresponsabilidad política? ¿Marx habrá evocado en alguna parte sus noches de placer con alguna «servidora del sexo» londinense?

     Para ser justos, rescato este otro fragmento de Fez, ciudad santa de los árabes (fugaz, único e inútil intento de imparcialidad): 

«Vi con una gran tristeza, muchachas de quince años tal vez, ajadas ya por la crápula, manejadas como muñecas por los gigantescos negros del Senegal, tatuados y con aretes de cobre o plata en las orejas». 

     Es la misma tristeza fugaz que atrapó a don Enrique ante la sinagoga, tristeza que no obstante, no habría de quitarle las ganas de regresar a los brazos cálidos y perfumados del amor rápido y pagado.

     Pero regresemos al lastimoso ensayo que me ha hecho rabiar tanto: 

«Advertimos, inmediatamente que, para ser universales, nuestras obras deben estar profundamente enraizadas en nuestro mundo, en el Nuevo Mundo». 

     ¿Y sólo porque lo dice él? ¿Quién diablos se cree? A veces se me olvida que se cree Dios. Su obra está enraizada en el Nuevo Mundo y eso no lo hace universal, la de Octavio Paz está enraizada en el Nuevo Mundo y eso no lo hace universal. No, los hace aburridos. ¿Quién ha podido leer con total atención a Paz, o a Cardoza? Hasta un cardoziano confeso, Maurice Echeverría, confiesa lo trabajoso que es leer al viejo éste… En cambio Neruda, Amado sí son universales, hablan con tal seguridad de la Isla Negra como de Rangún uno y de Praga como Salvador de Bahía el otro.

    Cardoza y Aragón es un viejo envidioso. Era feo y de un talento encorsetado que nunca se atrevió a liberar. Y lo que es más triste, ni siquiera cuando rompió con la izquierda mexicana y estuvo a punto de ser linchado políticamente. Siguió, quizá ya acomodado al corsé, con el esquema rígido de quien opina sin arriesgarse demasiado.  En un momento de su carrera habrá creído que el talento, la inteligencia y el genio del artista se podrían suplantar con una formación política sólida, y por eso sus textos son tan predecibles. El es uno de esos escritores de los que habiéndose leído un libro de él, se han leído todos. ¿Quién necesita leer La revolución guatemalteca, para saber lo que dice? Estos libros tienen como finalidad afianzar una «formación política», más que aportar algo al debate histórico, político o incluso literario.

     En el recuento de su viaje a Fez, Cardoza y Aragón deja caer ciertos datos, información sucinta, que pretende darle a su historia cierto toque exótico, lejano. Es un recurso de todo buen escritor de viajes que busca darle al lector el dato que hace de su relato algo diferente, emocionante: 

«La campanita de cobre del vendedor de agua, un negro inmenso, semi desnudo, descendiente de los antiguos esclavos del Sudán, erra con su piel de cerdo repleta, chorreándole sobre su cuerpo el agua. He caído en una esquina de la Tierra en donde el tiempo se detuvo.» 

     ¿Se habrá arrepentido alguna vez de haber escrito «ensayo» tan lamentable? Ojalá, pues además de tendencioso es parcial, y lo que es peor, injusto. Injusto porque no deja entrever en ninguna parte que en algún momento de su juventud quiso ser como su deleznado cronista. Es por eso que el pequeño gran libro Fez, ciudad santa de los árabes, es tan importante. Porque está lleno de referencias carrillanas, además que a lo largo de su relato se da aires de erudito, igual que su maestro. En tan sólo 70 páginas menciona a Gómez Carrillo 5 veces. Además, al leer su crónica marroquí, se nota que había leído, por lo menos Fez, la andaluza, La sonrisa de la Esfinge y Desfile de visiones: «…No recuerdo si es en la obra de Loti o de Gómez Carrillo, que leyera cómo es el pudor en las mujeres árabes…»

       

Gómez Carrillo, en La sonrisa de la Esfinge, dejó escrito: 

«Las mujeres mismas, que tienen la obligación de pasar de prisa para no suscitar los celos de sus dueños, las mujeres veladas y sigilosas; las fantasmales apariciones que salen nadie sabe de dónde y que desaparecen de pronto sin que uno acierte a ver cómo…»

 

     Don Luis describe así su experiencia con el kif: 

«Fumamos juntos esa tarde misma, en las diminutas pipas de barro adaptadas a un largo carrizo de plata africana y así conocí, sin ser mahometano, algo de esos maravillosos paraísos de su Biblia en donde hay mujeres eternamente puras, ríos de miel…»

 

     Este pasaje se parece a otro de Gómez Carrillo, titulado En el fumadero de opio anamita, incluido en el ya citado Desfile de visiones, y en el cual se describe también la deliciosa modorra del opio y que hace que el autor tenga una especie de visión, una mujer (¿o un hombre?, en el pasaje es deliberadamente ambiguo) se le aparece entre el humo de la droga, es un ser hermoso, perfecto que le sonríe y luego se desvanece.

     La confirmación a la tesis que propuse antes de tanta palabra rabiosa se encuentra si se leen con detenimiento dos libros y luego compararlos: el relato cardociano de Fez y el viaje de Gómez Carrillo a Egipto, Tierra Santa o bien su propio relato de viaje a la misma ciudad que tituló Fez, la andaluza.

     Allí verán que algo de su negado maestro se asoma en la obra cardociana, pero, como magistralmente lo explicó Vargas Llosa alguna vez, el creador tiene la necesidad de asesinar a su padre literario, un parricidio artístico, para evolucionar y separarse de su sombra, parricidio que por desgracia, esta vez, no benefició al parricida.



[1] Luis Cardoza y Aragón. Fez, ciudad santa de los árabes. Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos de Guatemala, Guatemala: 2002.

[2] Luis Cardoza y Aragón. Guatemala: las líneas de su mano. Fondo de Cultura Económica, México: 1955. Todas los extractos del libro de Cardoza fueron tomados de esta edición.

[3] Miguel Angel Asturias. París 1924-1931. Periodismo y creación literaria. Colección Archivos. Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala, Guatemala: 1997.

[4] Luis Gallegos Valdés. Caricaturas verbales. Cien caricaturas de Toño Salazar. Dirección de Publicaciones e Impresiones. Consejo Nacional para la Cultura y el Arte. San Salvador, El Salvador: 1997.

[5] Revista Cultura de Guatemala. I Congreso Internacional, Reencuentro con Enrique Gómez Carrillo. Tercer Época: año XXVII, volumen III, septiembre-diciembre de 2006.


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