Tutmés, Busto de la reina Nefertiti, piedra caliza y yeso policromado, alrededor de 1345 AC.

Thutmose, Bust of Nefertiti, 1345 BCGran sorpresa se llevaron los excavadores de la misión arqueológica alemana que trabajaban un 6 de diciembre de 1912 en un lugar de Egipto llamado Tel-el-Amarna, al descubrir este busto casi intacto de una mujer que sorprende por la belleza estilizada de sus rasgos “modernos”. En este lugar, ubicado al oriente del Nilo, se encontraba la antigua ciudad de Ajenatón, la capital que mandó a edificar Amenofis IV o Ajenatón, el faraón místico y hereje que impuso el culto monoteísta al sol, llamado Atón, en detrimento del culto politeísta y ancestral del Egipto antiguo.

Ajenatón significa “El Horizonte de Atón” en la antigua lengua egipcia, y era una ciudad esplendorosa allá por el catorceavo siglo antes de nuestra era, cuando el faraón trasladó allí a toda su corte. Los sacerdotes de Amón, primero asombrados y llenos de rencor después, permanecieron en Tebas tratando de conspirar para deponer al hereje que les quitó las prerrogativas de que gozaban desde que este nuevo culto fue impuesto. Ajenatón prosperó apenas durante el reinado de Amenofis y su descendiente Smenkhare, para luego decaer bajo el reinado del joven Tutankamón. Ajenatón y su faraón fueron condenados al ostracismo histórico, su nombre fue borrado de las crónicas y la ciudad fue abandonada a las arenas del desierto. Así permaneció durante cerca de 3,000 años, hasta que fue redescubierta por los arqueólogos que, bajo el patrocinio del filántropo y mecenas alemán James Simon, empezaron a excavarla en 1902 para encontrarse con muchas sorpresas y reescribir la historia del antiguo Egipto.

Las excavaciones  permitieron descubrir una ciudad bien trazada, de plano ortogonal y edificios dispuestos en un orden jerárquico, en el cual el templo de Atón ocupaba el lugar preeminente. Después se encontraba el palacio de Amenofis y su familia y luego gran cantidad de edificios administrativos, viviendas e hipogeos. Más sorprendente aún fue el descubrimiento de un arte que hasta entonces había estado olvidado, un arte a todas luces muy diferente del arte tradicional egipcio, el cual disponía rígidamente de los modelos y elementos plásticos a representar. El arte de Tel-el-Amarna resultó ser de un naturalismo mucho más apegado a la realidad que las sintéticas y estilizadas representaciones tradicionales egipcias. En él domina la figura del faraón y su familia, retratados en relieves y esculturas que los muestran en escenas íntimas plenas de ternura y afecto, o bien efectuando los ritos de adoración a Atón, que derrama dulcemente sus rayos benéficos sobre los mortales. Amenofis está representado tal como era: un hombre con una cabeza grande, de rasgos poco atractivos, de gran mandíbula, gruesos labios y una nariz muy prominente; un cuerpo poco atlético, de piernas cortas y barriga saliente; unas manos rudas y desproporcionadamente grandes. Incluso se pueden advertir en sus imágenes ciertos rasgos nubios, pueblo tradicionalmente considerado como bárbaro por los civilizados egipcios. No era el arquetípico faraón heroico y sobrehumano, el dios encarnado en este mundo que se venía representando de esta forma desde el imperio antiguo. Este naturalismo se extendió también a los miembros de su familia y a los allegados de la corte. Parece como si Amenofis hubiese ordenado que las representaciones de los mortales debían encajar en sus modelos de la manera más fiel y no se podía eliminar, o al menos disfrazar, aquellos elementos que no correspondieran a la justa realidad.

Así, sorprende que en un arte que se sometía antes a la representación fiel que a la imagen idealizada, se encontrara una figura de tal belleza y armonía como la de la reina Nefertiti. ¿Serían sus representaciones la única excepción a la regla? No parece ser así, ni siquiera los hijos de la pareja se escapan al realismo de la representación; Nefertiti era bella, naturalmente bella. Pero su atractivo no está ligado únicamente a su apariencia, a su rostro anguloso y a su figura estilizada. La belleza de Nefertiti está también en su mirada y en su expresión, que denotan una aguda y profunda inteligencia y una seguridad en sí misma que la distingue de todas las demás reinas del antiguo Egipto, aún de Hatshepsut, que gobernó como rey (reina) absoluto por mucho tiempo. Nefertiti era una reina de gran presencia en la corte, a la par de su poco agraciado marido. Presidía gran cantidad de ceremonias y algunos estudiosos han asegurado que tenía más poder que el faraón. Incluso se ha especulado que a la muerte de éste, tomó las riendas del estado y se cambió el nombre por el de Ankheperura Smenkhane y se estableció como único gobernante de Egipto.

En las excavaciones de Tel-el-Amarna se halló el taller del escultor principal de la corte, llamado Tutmés. A juzgar por las obras que se han hallado debidas a su autoría, ha debido ser uno de los artistas más grandes de la historia, pues su perfección rara vez ha sido igualada y el simple hecho de haber roto con una tradición representativa milenaria, proponiendo un realismo absoluto y magnífico, lo coloca como uno de los grandes creadores de todas las épocas. En las ruinas de su taller se encontró este maravilloso busto de piedra caliza recubierta de yeso y pintado al fresco. El  busto tiene unos 47 cms. de altura y se encontraba en un estado de excelente conservación. La postura de su cabeza, muy hacia adelante, está perfectamente balanceada por la masa de la tiara real que, aunque alta y grande, establece un equilibrio volumétrico natural y armónico. Su mirada es franca y firme hacia el frente, con el mentón en posición relajada y no elevada, lo cual hubiese supuesto una connotación de orgullo. La boca esboza una muy sutil y misteriosa sonrisa, por lo cual a este busto se le ha comparado con la Mona Lisa de Leonardo. Los ojos son grandes y almendrados, fuertemente realzados por el Khol, que así se le llamaba al maquillaje para los ojos en Egipto. Falta el iris y la pupila izquierda, los cuales parece que nunca le fueron pintados y esto ha llevado a especular que este busto tenía el propósito de servir únicamente de modelo para Tutmés y nunca fue una obra acabada. De hecho, se halló otro busto de la reina en su taller en el cual sólo estaba tallado el rostro y tampoco fue terminado. La nariz es recta, las cejas espesas y los pómulos pronunciados. El cuello, larguísimo y delgado,  hace aún más elegante la figura y la composición.

Si Nefertiti era el prototipo de la belleza femenina en los tiempos de Ajenatón, entonces seguro que estos antiguos egipcios, que están separados de nosotros por la pasmosa cantidad de 3,300 años, compartían un gusto por la figura femenina muy parecido al nuestro. En efecto, la estética y la moda del siglo XX y ahora el XXI han ensalzado la figura de la mujer esbelta, liberada y resuelta que enfrenta al mundo con gran seguridad en sí misma, que fija sus propias metas individuales sin tener que esperar el reconocimiento del varón tradicionalmente dominante y que ha roto las barreras y prejuicios que la han tenido sometida al papel exclusivo de parir hijos y criarlos. En ese sentido, esta imagen de Nefertiti resulta ser tan contemporánea como la que más y por ello nos parece a la vez tan atractiva y enigmática.

Julián González Gómez

 


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