Julián González Gómez
Thomas Gainsborough no fue artista de una sola obra como les ha pasado a tantos, pero gracias a este soberbio retrato ha pasado a formar parte de los grandes de la pintura de todos los tiempos. “El joven azul”, también conocido como “El niño azul” es, tal vez, el retrato más famoso de la pintura inglesa del siglo XVIII, a pesar de que existen numerosas obras maestras en retrato inglés de este período. Pero también esta obra de arte se convirtió en una celebridad cuando fue vendida a un coleccionista americano en 1919 y provocó una serie de protestas del público inglés, que la consideraba algo así como un patrimonio nacional. Por cierto que el precio pagado por esta pintura resultó escandaloso para la época y se supone que hasta ese entonces era el precio más alto que se había pagado por una pintura de cualquier artista. La cantidad fue de 728,000 dólares y el que la compró fue el magnate de los ferrocarriles Henry Edwards Huntington, quien años después la donó a la Biblioteca que fundó con su nombre en San Marino, California, donde se puede apreciar hoy día.
La vida y obra de Gainsborough se ubica como la de diversos artistas británicos de esa época, en la cual se podía ingresar a un rango social elevado a través del ejercicio del buen arte. Eso sí, nunca recibió un título honorario por parte de la corona inglesa, a pesar de que era el pintor favorito del rey Jorge III. Se ganó muy bien la vida como pintor de retratos y paisajes, género este último que era su favorito y amasó una gran fortuna, gracias a su trabajo y relaciones con la casa real.
Nació en Sudbury, en Suffolk, al este de Inglaterra en 1727. Era hijo de un tejedor de lana de la localidad, trabajo bastante bien remunerado en esa época, por lo que durante su niñez no padeció severas estrecheces económicas. Su madre era hermana de un pastor anglicano y Thomas fue el hijo menor de la familia. En 1740 se marchó a Londres para formarse como artista, e ingresó al taller de un antiguo discípulo de Watteau: Hubert François Gravelot, para luego trabajar junto a Willian Hogarth y después con Francis Hayman. El joven Thomas mostró una habilidad sorprendente para el dibujo y fue un aprendiz dedicado que pronto estuvo listo para iniciar su carrera en la Academia, en la que seguramente habría sido becado. Sin embargo, a los pocos años, en 1746 se casó y esta situación lo obligó a trabajar para ganarse el sustento. Por ese entonces empezó a pintar paisajes sin mucho éxito comercial y eso hizo que regresara a Sudbury en 1749, donde se dedicó a pintar retratos. Pero el ambiente provinciano no era proclive a brindar los éxitos que Gainsborough se había propuesto alcanzar y en 1752 se trasladó con su mujer y sus dos hijas a Ipswich, donde empezó a tener cierta fama como retratista.
Sin embargo su situación económica todavía estaba lejos de ser holgada, al contrario, contrajo varias deudas, dando como garantía la dote de su esposa. Por otra parte, el ambiente de Ipswich no era mucho mejor que el de Sudbury, ya que sus clientes eran por lo general los comerciantes de la localidad y algunos caballeros sin mayor fortuna. Esta situación lo hizo tomar la decisión de trasladarse a Bath, que era el balneario de moda por ese entonces, al que acudían para pasar los veranos y a veces también los inviernos los caballeros de Londres. Bath, que era un antiguo balneario, vigente desde los tiempos de la ocupación romana de Inglaterra, estaba creciendo aceleradamente y por ese entonces se estaban haciendo importantes reformas urbanas para adaptar la antigua ciudad a los lujos que los nuevos turistas reclamaban. Gainsborough y su familia se instalaron en uno de estos nuevos barrios y el artista comenzó a pintar retratos de la gente que visitaba la ciudad.
Por ese entonces comenzó a implementar una nueva técnica, producto de sus estudios de los retratos del pintor flamenco Van Dyck, quien había sido el pintor principal de la corte inglesa en tiempos de Carlos I. Adaptó el toque de Van Dyck a los retratos contemporáneos, dotándolos de una soltura sumamente innovadora para la época y así empezó a gozar de fama en Bath, donde vivió hasta 1774, es decir, hasta su madurez.
Gracias a la fama que ganó en Bath por sus retratos de la nobleza, Gainsborough pudo relacionarse con la Society of Arts en Londres, en cuya sede expuso anualmente durante mucho tiempo. También fue invitado a formar parte de la Royal Academy y exponer en su sede. Por ese entonces esta era la institución artística más importante de Inglaterra, patrocinada por el propio rey. Con el ingreso a la academia, la fama de Gainsborough se extendió a toda la nación y los encargos empezaron a ser numerosos, por lo cual se trasladó a la capital en 1774. En Londres expuso repetidamente sus retratos en la academia y empezó a competir con el retratista más importante del país por ese entonces: Joshua Reynolds. Pero la relación de Gainsboroug con la academia sufrió siempre de altibajos, ya que su técnica, producto de su aprendizaje primero y después de sus propios estudios de la naturaleza, no se adaptaba a los requerimientos que esta institución propugnaba. En cierto sentido, se podría considerar a Gainsborough como un pintor heterodoxo desde el punto de vista académico, por lo cual fue repetidamente criticado. Durante la década de 1770 empezó a pintar retratos del rey, su familia y su corte, aunque nunca fue nombrado Pintor Real, cargo que en su lugar ostentó Reynolds.
Habiendo consolidado su fama y su fortuna, Gainsborough se dedicó a pintar su tema favorito, los paisajes, dejando a veces de lado los retratos. Murió en 1788 en Londres y fue enterrado en Surrey, en la iglesia de Santa Ana.
Como señalamos antes, este retrato, llamado El joven azul, representa la cúspide del retrato de Gainsborough. Pintado en 1770, en la época en que todavía vivía en Bath, es el retrato de un adolescente, casi un niño, llamado Jonathan Buttall, hijo de un rico comerciante. La influencia de los retratos de Van Dyck es innegable, Gainsborough absorbió del maestro flamenco la soltura en la pincelada, la ligereza del color y la pose relajada del modelo. El paisaje que aparece detrás es totalmente flamenco, al igual que el cielo que sirve de fondo. Este jovencito se muestra desenvuelto y extrovertido, portador de una tenue sonrisa que denota seguridad en sí mismo y una actitud positiva ante la vida. El traje, que es en gran parte el protagonista de la obra, está trabajado con gran esmero, pero con pincelada libre y desenvuelta, lo cual se integra perfectamente con la pose del modelo y su mirada directa y alegre. Una obra de arte que es realmente encantadora.