Berthe Morisot, «Un día de verano». Óleo sobre tela, 1879

Julián González Gómez

Berthe_Morisot_-_Sommertag_-_1879.jpegDos jóvenes mujeres pasean en lancha en el remanso de un río de aguas tranquilas que reflejan el azul del cielo. Es una imagen diríamos idílica que refleja, como en una instantánea, un momento de relajamiento y abandono. La belleza de esta imagen se manifiesta de múltiples maneras, no solo por la anécdota que está presente, sino también por la gran armonía en la composición de los colores, los sutiles efectos de la luz y sobre todo por la atmósfera que impregna toda la escena, una atmósfera delicada, vaporosa, tal como solo los pintores impresionistas sabían representar en sus cuadros.

La técnica que empleó la artista es típicamente impresionista, basada en pinceladas gruesas y libres, que solo esbozan las formas, sin definirlas completamente. En este caso las pinceladas parecen descuidadas si se mira de cerca el cuadro, pero todo comienza a adquirir sentido de las formas conocidas conforme uno se va alejando y solo entonces se puede apreciar la magia del impresionismo. La escena es de tal frescura que evidentemente la pintora la realizó en el mismo lugar, tal vez poniendo su caballete y sus pinturas sobre la misma lancha en la que están sentadas las dos jóvenes. El cuadro es de pequeñas dimensiones, algo que era necesario para poder transportarlo y ejecutar la pintura al aire libre. Por motivo también de sus pequeñas dimensiones se hacen más evidentes las pinceladas, sobre todo las que definen los reflejos en el agua.

La composición no está muy estudiada, tal como corresponde a una obra ejecutada en el mismo lugar de una manera lo más espontánea posible. La joven de vestido claro ocupa el centro de la composición, mientras que el balance asimétrico lo establecen a la izquierda la otra joven y a la derecha los patos que están posados sobre el agua. El borde de la lancha marca una diagonal que rompe con el patrón simétrico y le da a la composición no solo variedad, sino también dinamismo y además sugiere la división en los diversos planos que le dan la profundidad a la imagen. Así, el primer plano es el del interior de la lancha con las dos mujeres sentadas, el segundo plano está completamente definido por el agua y sus reflejos y el tercer plano es el prado y los árboles que ocupan la parte superior de la imagen. No hay espacio para el cielo y esto seguramente fue hecho con la intención de que fueran los elementos acuáticos y vegetales los que sugiriesen y definieran las luces y la atmósfera general. El resultado es un esquema por demás simple, pero muy efectivo.

Morisot fue capaz de ejecutar con sus pinceladas básicas y rotundas la cualidad de los colores de la naturaleza en un momento único y especial. La armonía entre los azules y verdes es realmente extraordinaria y demuestra la maestría de esta pintora en lo que a combinaciones cromáticas se refiere. Como contrapunto a los azules del agua, la artista pintó la sombrilla que está sobre las piernas de la joven del centro en un color azul muy vivo, pero lo suficientemente matizado como para que no robara el protagonismo a los demás elementos cromáticos. Los colores complementarios los dan la borda de la lancha y el asiento de la misma.

Berthe Morisot fue la pintora impresionista más destacada de su época. Tuvo el coraje de dedicarse a una actividad que siempre fue patrimonio exclusivo de los varones y alcanzar el éxito. Se destacó como una sobresaliente pintora en todas las exposiciones que realizaron los impresionistas en el último tercio del siglo XIX e incluso fue quien logró que Edouard Manet se integrara al grupo de estos artistas que por ese entonces eran considerados unos renegados por la crítica. En efecto, gracias a su amistad con los miembros de este grupo logró desarrollar las técnicas del impresionismo de una manera sobresaliente y gracias a su talento ser considerada un miembro más, a pesar de su condición de mujer.

Proveniente de una familia de la alta burguesía, nació en Bourges, Francia en 1841. Sus padres fomentaron su inclinación artística, como también la de su hermana y ambas iniciaron estudios de pintura al mismo tiempo. En 1860 Berthe conoció al pintor Camille Corot quien la aceptó como discípula en su taller y al mismo tiempo la introdujo en los círculos artísticos. El gusto por el paisaje se lo debió Berthe a su formación con Corot, destacado miembro de los paisajistas de la escuela de Barbizon. Participó por primera vez en el Salón de París de 1864 con dos paisajes y siguió exponiendo en el mismo hasta 1874, año en el que se vinculó definitivamente al grupo de los impresionistas y participó en la primera exposición de estos como salón alternativo.

Los impresionistas aceptaron con gusto su participación no solo por su amistad con ella, sino sobre todo por sus grandes dotes como pintora, algo que era evidente para Monet, Renoir, Pisarro y los demás. Su amistad con Manet data de 1868, cuando este artista todavía se desenvolvía en los ámbitos del arte oficial. Poco a poco Morisot influyó en Manet, hasta que lo convenció de unirse, al menos provisionalmente, al grupo de los impresionistas. En 1874 se casó con Eugène, hermano de Manet, pero siguió con su actividad artística, al mismo tiempo que atendía sus obligaciones de esposa y madre. Manet le hizo un famoso retrato en 1872 en el que se puede ver a una joven de rasgos atractivos, grandes ojos oscuros y una mirada muy penetrante. La temática que la distinguió siempre fue no solo el paisaje, sino además las escenas de mujeres y niños representados en ambientes domésticos.

La muerte de Manet en 1883 y luego la de su esposo en 1892 hicieron que su paleta se ensombreciera, denotando una fuerte crisis emocional. Murió en París en 1895 y sus restos están enterrados en el cementerio Passy en esta misma ciudad.


Paul Signac, “El pino en Saint-Tropez”. Óleo sobre tela, 1909

Julián González Gómez

Paul Signac, 1909, The Pine Tree at Saint Tropez, oil on canvasUn cielo nublado pero luminoso, de fuerte textura pictórica, envuelve con su luz el paisaje veraniego del sur de Francia cuyo protagonista es este magnífico y antiguo pino. Dada la técnica con la que este paisaje fue pintado, si se observara de cerca no se verían más que manchas de colores muy vivos sin ninguna forma, pero cuando uno se aleja empieza a cobrar sentido y se manifiesta el esplendor de esta imagen.

Las cualidades matéricas de este cuadro se expresan claramente por medio del espesor de la pintura, que genera un marcado volumen y por los trazos breves y rotundos del pincel, que fijó el artista de una forma que parece abrupta, pero que sigue un meticuloso procedimiento en todas sus partes. Mucho de este cuadro se lo debe Signac a los impresionistas que lo antecedieron y aún más a la pintura puntillista de Seurat, que fue su amigo y maestro. En efecto, este se puede denominar con toda exactitud un cuadro puntillista, pero el autor conjuga este procedimiento de una manera muy distinta a la que hizo Seurat. En primer lugar, no utilizó los colores puros y primarios para obtener todos los tonos, sino que seleccionó una gama de colores secundarios tal como salían del tubo de pintura y los aplicó en puntos bastante grandes para que el ojo los perciba en toda su armonía. Estos puntos resultaban en Signac bastante más grandes que los de Seurat y por consiguiente la cualidad de “mancha” de los mismos se expresa mucho más que si hubiesen sido aplicados en puntos pequeños. En segundo lugar, y como elemento derivado en parte del anterior punto, los colores de Signac, secundarios y matizados, no pretenden representar la realidad objetiva de lo que sus ojos están captando, sino una gama subjetiva de colores que sirven para enfatizar determinadas partes o para crear un efecto de profundidad. Las sombras, que usualmente se utilizan para generar volumen, han desaparecido y su lugar lo han tomado los colores.

En esta obra, la sensación de profundidad, delimitada por los colores se acentúa por la posición de los elementos que la componen. Por ejemplo, los arbustos que están en primer término crean un primer plano de aproximación al interior. El espacio amplio y abierto que está en segundo término es como el tablado de un escenario en el que se asienta como protagonista el gran pino y finalmente los árboles y arbustos que delimitan el tercer plano se manifiestan no solo como marco espacial, sino como complemento cromático del follaje del árbol. El cielo, por fin, marca la “atmósfera” del cuadro brindándole además una neutralidad cromática que ensalza los colores.

No es de extrañar que Matisse y Derain, creadores del fauvismo, sintieran gran admiración por las obras de Signac, sobre todo por la viva gama de colores de sus pinturas, colores que se juntaban unos con otros siguiendo las reglas de los complementarios y de ahí su radiante luminosidad, provocada por la vibración del color y su mezcla en la retina. La gran diferencia es que Signac pretendía recrear con cierta objetividad el tema que pintaba y lo reflejaba por medio de los puntos de colores, mientras que los fauvistas se decantaron por los campos amplios de color aplicado con un criterio más ligado al sentimiento propio del artista que a la objetividad de la representación.

Por otra parte, Signac es más conocido por la gran cantidad de marinas que pintó, aprovechando los efectos lumínicos del agua para recrearlos por medio de estos grandes puntos de color que son como su marca personal. Aquí hemos elegido una obra distinta para enfatizar más que el paisaje la técnica que empleó en un tema tan difícil de tratar con ella.

Paul Signac nació en París en 1863 proveniente de una familia de comerciantes acomodados. En 1883 ingresó en la Escuela de Artes Decorativas donde aprendió a dibujar e hizo sus primeras pinturas, al mismo tiempo asistía al taller del pintor Bin en Montmartre. En esta época se dejó influenciar por el arte de los impresionistas, que estaban en apogeo en París, sobre todo Monet, Pisarro y Renoir. Esa influencia nunca la perdería a lo largo de su carrera. En 1884 conoció a Georges Seurat con quien empezó a pintar con la técnica del puntillismo, pero con una menor rigurosidad pues le interesaba más que la técnica, la expresión de la luz y el color.

En 1884 colaboró en la creación de la Société des Artistes Indépendants, de la que en 1903 fue vicepresidente y en 1909 presidente. En 1886 participó en la IX Exposición de los Impresionistas junto a Degas, Pisarro, Gauguin y Seurat. Como teórico de la pintura publicó en 1899 la obra De Eugène Delacroix al neoimpresionismo, que era una defensa de los procedimientos técnicos adoptados por los pintores postimpresionistas, sobre todo su énfasis en el color y la luminosidad.

Tras la muerte de Seurat se trasladó a Saint-Tropez, al sur de Francia con su familia, donde vivió hasta 1911 pintando los paisajes de la región. Signac fue conocido también por su afición a los viajes por mar y en varios de estos conoció gran parte de las costas y ciudades del Mediterráneo. Poco a poco su técnica fue evolucionando hasta ir dejando atrás las reglas del puntillismo y concentrándose cada vez más en los valores lumínicos de sus trabajos.

A partir de 1913 empezó largas estancias en Antibes, donde montó finalmente su estudio y siguió trabajando en sus lumínicas pinturas inspiradas en este lugar, pero manteniendo también un estudio en París, donde trabajaba durante algunas temporadas del año. Falleció en esta ciudad en 1935 y su cuerpo fue enterrado en el Cementerio de Père-Lachaise.


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