Théodore Géricault, «La Balsa de la Medusa». Óleo sobre tela, 1819

Julián González Gómez

Gericault. The Raft of the Medusa. 1818-1819Algunas personas se han visto obligadas a vivir experiencias de extremo dramatismo y desesperación como les sucedió a los infortunados pasajeros de la fragata Medusa, perteneciente a la marina francesa, durante el viaje que realizaba de Francia a la colonia de Senegal, en la costa occidental de África en junio de 1816. Esta fragata dirigía un convoy de tres naves, con el propósito de transportar a Senegal a su nuevo gobernador, quien tomaría el cargo después de aceptar la devolución de este territorio a Francia, ya que había sido invadido por los ingleses durante las guerras napoleónicas. Junto al gobernador viajaban numerosos miembros oficiales de la misión, así como todo el personal de servicio que se establecería en la colonia y también algunos emigrantes con sus familias. En el buque iba además una tripulación de 160 marineros y oficiales, entre ellos su capitán: Hugues Duroy de Chaumereys, un noble con buenos contactos en la corte, pero que carecía de experiencia para esta labor.

Después de partir del puerto de Rochefort, el convoy se dirigió por el Atlántico hacia el sur, aprovechando los vientos favorables y el buen tiempo; su destino era el puerto de Saint-Louis, al que debía llegar después de unos quince días de travesía. Aprovechando un fuerte viento de popa, la Medusa se adelantó a las otras naves, dejando el convoy atrás y se lanzó a una carrera para tratar de ganar tiempo. Por la inexperiencia e incompetencia de de Chaumereys la nave se fue al garete y se desvió de la ruta, encallando en unos bancos de arena en la bahía de Arguin, en la costa de África Occidental, cerca de la actual Mauritania. Los esfuerzos por sacar a la fragata de este atolladero fueron infructuosos y no había tierra cercana en muchas millas a la redonda, por lo que se tomó la decisión de abandonar la nave e intentar llegar a tierra en los botes salvavidas. Pero había un grave problema, los botes eran insuficientes para todos los pasajeros y los miembros de la tripulación, que en total sumaban unas 400 personas y sólo cabían unas 250. Entonces de Chaumereys, junto con el gobernador designado Julien-Désiré Schmaltz tomaron la infausta decisión de embarcar en los botes únicamente a los miembros de la misión y los oficiales del barco, dejando a los demás, mediante amenazas y bayonetas, en los restos del buque.

La marinería que tuvo que quedarse, así como el personal de servicio y los emigrantes. Entonces tomaron la decisión de construir una balsa para navegar hasta tierra, que estaba a unos 60 kilómetros de distancia. Esta balsa, de precaria construcción, fue hecha con restos del buque y debía llevar a unos 146 hombres y una mujer a tierra; en los restos del barco se quedaron 17 marineros. La balsa se hizo a la mar y de inmediato se presentaron problemas muy serios, ya que su conformación era insuficiente para contener a tanta gente, por lo que muchos se vieron en la necesidad de aferrarse a las bordas y navegar con el cuerpo flotando en las aguas del océano. En la primera noche se suicidaron unos 20 hombres, la mayoría de los cuales navegaban de esta forma. No hubo orden ni concierto y nadie se hizo cargo de dirigir la operación, por lo que las rencillas derivaron en peleas abiertas y hasta en asesinatos cuando se acabaron las pocas provisiones y el agua potable. Esta situación llevó a la desesperación a la mayoría de los náufragos, los cuales, sedientos y hambrientos, mataron a sus compañeros más débiles, incluso hubo actos de canibalismo. Después de 13 días de inanición y muerte, únicamente quedaban 15 sobrevivientes, los cuales fueron rescatados por la nave Argus por casualidad, ya que nunca hubo un intento de rescate por parte de las autoridades francesas.

La noticia se conoció con prontitud en la metrópoli y causó la vergüenza pública de las autoridades, acusadas de indolencia y de haber entregado el comando de la nave a un inexperto, el cual se mostró además inhumano. El escándalo alcanzó incluso a la monarquía, recién instaurada después del período napoleónico, que no se quiso hacer responsable por las consecuencias. Este tema, que todavía unos años después estaba en boca de los franceses y era motivo de indignación, fue representado en 1819 por un joven pintor de gran talento llamado Théodore Géricault e inmediatamente le ganó el reconocimiento de la sociedad.

Géricault era nativo de Normandía ya que había nacido en Ruan en el año de 1791 en el seno de una familia acomodada de la burguesía de la ciudad. En su adolescencia entró a estudiar arte en los estudios de varios pintores de la localidad y a los veinte años fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes de París, donde desarrolló su talento bajo la rígida disciplina de los seguidores de David y el neoclasicismo. Pero Géricault era un joven más afín al romanticismo, por lo que ya en sus primeros cuadros se puede ver la vena romántica que trata de expresarse no sólo a nivel de una paleta de colores vibrantes e intensos, sino también a través de una temática intensa y apasionada, muy lejos de la frialdad y corrección academicistas. Al no ganar el concurso del Premio de Roma viajó por su cuenta a Italia, donde entró en contacto con los maestros del renacimiento y el barroco, sobre todo Miguel Ángel y Rubens, que dejaron una importante huella en su plástica por el resto de su corta existencia.

Durante los siguientes años su temática giró en torno a temas cotidianos y retratos de locos y gente desesperada. Fue durante esta época que realizó el cuadro que aquí se presenta y que muestra de forma contundente la desesperación de los náufragos. Los temas heroicos estuvieron también presentes en su pintura, pero siempre retratados de manera apasionada. Aquejado de una dolorosa enfermedad de los huesos, Géricault tuvo que reducir el tiempo que dedicaba a su trabajo, hasta que finalmente murió en París a principios de enero de 1824, a los 33 años.

La Balsa de la Medusa es quizás su pintura más conocida y una de las más célebres del arte romántico francés. En ella se ve a los náufragos sumidos en la más absoluta desesperación, justo en el momento en el que descubren la silueta de la nave que los va a rescatar, el Argus. Así, mediante una lectura en diagonal, empezando desde abajo a la izquierda y llegando a la parte superior derecha se muestran los distintos grados de los estados psíquicos de los desgraciados balseros: desde la muerte, pasando por la desidia y la desesperación, hasta la esperanza y la alegría extrema, en una suerte de catálogo de expresiones de gran dramatismo, todas agrupadas por el genio del artista en una única obra. El colorido, al contrario que en la generalidad de su pintura, es aquí sombrío y casi monocromo, lo cual acentúa la emotividad de la escena, en un gesto eminentemente romántico. Podemos ver que el sol está saliendo de la parte central del cuadro sobre un cielo tormentoso y un mar embravecido, lo cual acentúa el gesto.

A pesar de su formación académica, Géricault no utiliza aquí las reglas de una estructura clásica, sino que las rompe, lo cual es más evidente en la inclinación de la pirámide central de figuras y su conformación a base de líneas curvas, lo cual está hecho a propósito para reforzar la impresión de inestabilidad de la balsa y sus ocupantes. Lo mismo cabe para las diversas diagonales que acompañan a la lectura y que van todas de izquierda a derecha en una continua ascensión. Delacroix, el pintor francés romántico de más fama y que perteneció a la generación siguiente a la de Géricault imitó este cuadro cuando pintó La Barca de Dante, cuadro que inició su exitosa y larga carrera, al contrario que Géricault, quien murió muy pronto y dejó una limitada obra.


Pierre-Auguste Renoir, Baile en el Moulin de La Galette. Óleo sobre tela, 1876

Julián González Gómez

Baile en el Moulin de la Galette, 1876En la época en que fue pintado este cuadro Montmartre era un pequeño lugar en las afueras de París, ubicado en un promontorio desde el que se dominaba la ciudad. No había sido tocado por las reformas de Haussman, que transformaron a la medieval París en la llamada “Ciudad Luz”, era un sitio pintoresco en el que vivían y trabajaban los artistas pobres y los bohemios y esto hizo que se convirtiera en un foco de atracción para la gente.

El lugar más famoso de Montmartre era el Moulin de La Galette, un salón de baile que abría los domingos por la tarde, en el que la gente bailaba y procuraba divertirse y pasarla bien hasta la madrugada. Se llamaba así por estar ubicado al pie de uno de los dos molinos que todavía quedaban en el lugar, antaño mucho más abundantes. Los dueños del molino, una familia de apellido Debray, decidieron techar un gran patio que estaba vacío y convertirlo en salón de baile, que tuvo de inmediato gran aceptación y se convirtió en el lugar de moda.

Pierre-Auguste Renoir nació en Limoges en 1841, en el seno de una familia humilde. Su padre era sastre y su madre costurera y la familia emigró a París en 1844 en busca de mejorar su situación económica. Renoir asistió a una escuela religiosa durante su niñez y en la adolescencia ingresó como aprendiz en un taller de pintura sobre porcelana, donde destacó por su habilidad. Su formación como artista fue irregular y pasó por varios talleres, hasta que en 1862 ingresó en el taller del pintor Charles Gleyre y aprobó el examen de ingreso a la Escuela de Bellas Artes. En el taller de Gleyre hizo amistad con otros jóvenes pintores que se convertirían en sus amigos y compañeros de aquí en adelante: Claude Monet, Alfred Sisley y Frédéric Bazille. Con ellos inició la costumbre de pintar al natural y a experimentar con la luz, dando así los primeros pasos que los llevarían más tarde al impresionismo.

Su historia lo llevó por múltiples experiencias junto a los demás pintores del grupo de los impresionistas y participó en los salones desde la primera vez que expusieron juntos. De condición muy pobre, apenas podía sostenerse de no ser por la ayuda de sus amistades y algunos marchantes que vieron en Renoir un gran portento en el campo del arte. Poco a poco logró destacar y se ganó la vida como retratista, al tiempo que sus pinturas impresionistas gustaban cada vez más. En 1872 se trasladó a Montmartre, el lugar más entrañable para él y al que estuvo ligado por el resto de su larga vida. Con el tiempo llegaron la fama y los recursos, hasta que se convirtió en uno de los artistas más venerados de Francia.

En 1890 se casó con Aline Charigot, con la que tuvo varios hijos, de los cuales el segundo, Jean, se convertiría con los años en uno de los directores de cine más importantes del siglo XX. Renoir murió de una neumonía en 1919, a los 78 años. Desde hacía tiempo la artritis le había deformado las articulaciones y esto le había impedido pintar con soltura y profusión. En un acto de profunda convicción y voluntad, se ató los pinceles a sus muñecas para seguir pintando y así trabajó los últimos años de su vida.

El Baile en el Moulin de La Galette fue pintado en 1876. Renoir, por ese entonces un pintor poco conocido fuera de los círculos impresionistas, era un asiduo asistente al Moulin, donde se animaban las tertulias de artistas y escritores al son de la música y las parejas de baile. Por ese entonces tenía 35 años y estaba en plena lucha por destacar con sus lienzos de hermoso y tierno colorido, al lado de otros artistas del impresionismo como Monet o Pisarro. Renoir vivía cerca del Moulin, en donde se divertía junto a sus amigos y, al parecer uno de éstos le sugirió pintar el lugar y la idea le gustó, por lo que se dedicó a tomar apuntes y hacer bocetos y comenzó la pintura en su estudio. Renoir realizó dos cuadros de esta escena, uno de grandes dimensiones y otro pequeño. No se sabe cuál hizo primero, aunque algunos investigadores aseguran que fue el pequeño, ya que era más fácil de transportar y por ello el artista podía llevarlo al Moulin para pintarlo in situ, como era la costumbre de los pintores impresionistas, mientras que el grande fue pintado después, ya enteramente en el estudio.

El cuadro grande fue expuesto al poco tiempo en la tercera exposición de los impresionistas en 1877, donde fue adquirido por el pintor  y coleccionista Gustave Caillebotte, que lo legó al estado francés y actualmente se encuentra en el Museo de Orsay en París. El cuadro pequeño ha tenido un periplo bastante agitado, pasando por varios coleccionistas privados. En 1990 fue vendido en Sotheby’s por un precio increíble, pagando el postor el segundo precio más elevado en la historia por una obra de arte. Luego, fue vendido otra vez y permanece oculto al público en la actualidad.

Con frecuencia se hace alusión a la sensualidad y hasta el claro erotismo que emana de este cuadro. Todos los protagonistas están enfrascados en diálogos abiertos o velados alusivos al contacto de los cuerpos y las miradas. Es un canto al goce y deleite de las personas en una soleada tarde de domingo, por lo que gran parte del atractivo del cuadro está en la representación de estas experiencias vitales. Todas las personas que aparecen en primer plano son retratos de los amigos y amigas del pintor, con los que se reunía cada domingo en el Moulin.

La estructura es simple y directa, con una superposición de planos que se genera por la perspectiva del observador, que está de pie frente a la escena. Por la parte izquierda, abajo, se abre un paso entre los respaldos de las bancas que nos permite acceder al espacio del área de baile y que se va cerrando conforme se adentra en las parejas que están evolucionando. El movimiento está representado por rápidas pinceladas que desdibujan ligeramente a las figuras, lo cual contrasta con la inmovilidad de las lámparas y los árboles, que parecieran también otros tantos observadores de la escena. Es la luz que pasa por estos uno de los elementos más sobresalientes del cuadro, matizando las figuras y proyectándose en tamiz sobre los rostros y ropajes, creando esa atmósfera tan especial que es propia de la pintura impresionista.

Sin embargo, toda esta alegría y vitalidad oculta algunos elementos oscuros que había en estos bailes y que Renoir se negó a representar. Entre estos estaba la prostitución, que era parte muy importante de la interacción entre los  hombres y mujeres que participaban en estos eventos. Detrás de la prostitución hay una serie de connotaciones bastante tristes y hasta trágicas si consideramos que estas jóvenes en su mayoría eran de condición sumamente humilde y apenas ganaban lo suficiente para sobrevivir. Debían recurrir al préstamo de sus servicios sexuales para ganar unos cuantos centavos más, ya que sus clientes eran en su mayoría artistas y bohemios pobres. Quizás en parte por ello es que otros artistas como Van Gogh, Toulouse-Lautrec y Picasso pintaron también el Moulin, pero con un carácter sombrío.

Renoir dejó estos aspectos aparte y nos legó esta maravillosa visión de las personas de su entorno inmersos en un ritual de vida y alegría. Es casi la representación más discreta de un amable rito dionisíaco que nos envuelve y nos lleva en directo a la vida idealizada del París de la Bélle Epoque.


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