Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (XII)

Julián González Gómez

La antigua Grecia (tercera parte)

Máscara funeraria de oro, que Schliemann nombró como “Máscara de Agamenón”, 1550-1500 a. C.

De acuerdo a las investigaciones arqueológicas y a las fuentes historiográficas, el apogeo de la civilización minoica terminó hacia el siglo XV a. C. y su continuidad, muy mermada por los factores que la llevaron a su decadencia, se manifestó sólo de una forma parcial en las culturas que la suplantaron. Estas culturas han sido objeto de diversos estudios desde el siglo XIX, primero por parte de románticos exploradores como  Heinrich Schliemann, quien creía haber encontrado el mundo que describió Homero en La Ilíada y La Odisea y después por parte de Arthur Evans, más sistemático, quien estudió los vestigios escritos en una lengua a la que llamó “lineal B”, por medio de los cuales pudo establecer las principales características de estas poblaciones de la edad del bronce que ocuparon el territorio continental de la península Helénica, las islas del mar Egeo y las costas de Anatolia y el Asia Menor en el período que va, aproximadamente, desde el siglo XVI al XI a. C. Sin embargo, y a pesar de las numerosas investigaciones que se han realizado en los yacimientos arqueológicos, todavía se sabe muy poco de la vida y la cultura de estos pueblos, que desaparecieron y fueron suplantados por nuevos protagonistas, dando paso al período que los antiguos griegos llamaron “la Edad Oscura”.

Se ha podido establecer que estas culturas, si bien compartían algunos rasgos comunes, eran en general bastante distintas en lo que respecta a su organización social, arte, economía y lengua. Tradicionalmente se les ha denominado con el apelativo común que les dio Schliemann de “Civilización Micénica”, pero ya desde hace bastantes años se ha determinado que este nombre no representa de ninguna forma la confirmación empírica de los rasgos comunes que sirven para determinar una procedencia y un desarrollo cultural homogéneos. El caso es que Schliemann determinó ese nombre con base en las exploraciones que llevó a cabo en Micenas y otros yacimientos arqueológicos en el Peloponeso, por medio de las cuales pudo establecer esos rasgos comunes –que en realidad eran los que estaba dispuesto a encontrar–, y dejando de lado aquellos rasgos que no correspondían a las premisas que pretendía demostrar a priori. Recordemos que Schliemann era un entusiasta de las lecturas de Homero, quien en sus obras llamó a esos pueblos con el nombre de “Aqueos” y con ello determinó una identidad común para todos ellos. Actualmente, a estos pueblos se les denomina, de forma más general y objetiva, como “Civilizaciones del Egeo”.

No nos vamos a detener en describir las características de estas civilizaciones y su arte, ya que no es el cometido de estos artículos por su necesaria extensión. Sólo vamos a describir aquellos elementos culturales que estos pueblos heredaron a la posterior civilización helénica, de la cual algunos de ellos son el origen. En primer lugar, encontramos que en algunos de estos pueblos se hablaba una lengua que era, tanto en lo formal, como en lo esencial, la misma lengua que hablaron los griegos antiguos, o, al menos, sus principales dialectos. Este es un descubrimiento que realizó Evans al analizar los textos de la escritura lineal B y que ha sido confirmado por investigadores posteriores como Michael Ventris y John Chadwick. De las conclusiones determinadas por los análisis se verifica la confirmación de la especial congruencia que existe entre los dialectos griegos, provenientes todos de una raíz común, en especial el dialecto Ático, que se convirtió en el período helenístico en la lengua general de la civilización griega y los pueblos influenciados por ella. Si tomamos a la lengua como un denominador cultural de primer orden, entonces podemos establecer gran cantidad de caracteres comunes en cuanto a la organización social, la forma de concebir los principios que rigen el universo y las expresiones propias y originales. Una lengua cuya estructura y carácter están unificados describe, entre otras cosas, la identidad de un pueblo, al igual que sus expresiones artísticas.

Entrada al túmulo funerario micénico denominado “tumba de Agamenón”, también se le denomina como “tesoro de Atreo”, Micenas, 1250 a. C.

Otro factor que, desde las civilizaciones del Egeo se heredó a los griegos, es el orden geopolítico de sus estados. Los diversos pueblos egeos se organizaron en torno a pequeños estados provistos de una sede central, donde residía el rey y donde se ejercía la administración. Esos pequeños estados no parecen haberse asociado en una especie de federación o mancomunidad política alguna.  Nunca hubo nada parecido a un reino común o un imperio, como sucedió en Egipto, China o en Mesopotamia, por ejemplo. Seguramente hubo alianzas y acuerdos comunes entre algunos de ellos, como narra Homero en la Ilíada, donde los diversos estados se asociaron con el objetivo común de someter a Troya, y todo ello acabó al haber conseguido su finalidad, tras una ardua lucha. Por supuesto, este no es un rasgo exclusivo de los pueblos egeos, pero sí es una característica que pervivió, a pesar del establecimiento de nuevos esquemas sociales, como producto de las invasiones que se iniciaron a partir del siglo XI a. C. Ya desde esos tiempos se sabe que existieron pequeños estados que luego continuarían con un orden similar, e incluso con su mismo nombre, en los tiempos del apogeo griego, como Atenas, Esparta, Tebas, Micenas y algunas de las islas del Mar Egeo, así como algunos de los estados del Asia Menor. Por cierto, los griegos de la antigüedad, si bien se reconocían todos ellos como helenos, se diferenciaban entre sí no sólo por su identidad política con relación a un estado, sino también por su etnia. La mayor parte de los pueblos de los estados griegos continentales se llamaban a sí mismos “dorios”, en relación a su origen, producto de las invasiones del pueblo de este nombre en la Edad Oscura; mientras que los habitantes de las islas del Mar Egeo, los estados del Asia Menor y también de Atenas se llamaban a sí mismos “jonios”, para diferenciarse de los otros. Se suponía que los jonios eran los legítimos herederos de los pueblos antiguos y su cultura. La pertenencia a una organización política de un tamaño modesto, permite a sus miembros establecer una identidad nacional más cercana a las instituciones y órganos de poder, participando activamente en la organización común, tal y como se ha visto a lo largo de la historia; de la cual los griegos de la antigüedad son protagonistas destacados en este aspecto, que proviene de los pueblos del Egeo. 

Otro elemento de gran importancia que proviene de la civilización egea es la cosmología y la cosmogonía griegas.  Algunos de los dioses, que se manifestaron en Grecia con el nombre de dioses olímpicos, su mitología y su cosmovisión tienen sus raíces en la religión de los pueblos egeos. Aunque se sabe muy poco de la religión y sus prácticas entre estos pueblos, se han logrado identificar algunos dioses principales, entre ellos Poseidón, quien era, al parecer, el más importante, y no estaba relacionado con el mar, sino con los terremotos y las fuerzas tectónicas en general. Otros dioses, provenientes de estas culturas eran Zeus, Hera, Ares, Hermes, Atenea, Artemisa, Dionisos, etc. Se puede decir que los dioses que se presentan en los textos de Homero y en los de Hesíodo, provienen del panteón de los dioses de los pueblos del Egeo y después pasaron a formar el núcleo de la religión griega, un factor fundamental para su identificación cultural. En relación al culto a los dioses egeos, algunos estudiosos han especulado sobre que el origen del típico templo griego proviene del Megarón, una especie de santuario interno que se encuentra en los palacios micénicos, aunque esta teoría ha sido puesta en duda numerosas veces y hasta el momento no hay un consenso generalizado sobre este particular. Es posible que los templos egeos fueran construidos con materiales perecederos, al igual que los primitivos templos griegos, y por ello no se han encontrado sus restos; por lo que los aspectos relacionados al origen de los mismos sean sólo especulativos por ahora.

En cuanto a las manifestaciones artísticas, los pueblos del Egeo mostraron desde sus orígenes una fuerte influencia del arte minoico, sobre todo en las cerámicas y las pinturas murales, así como en la orfebrería. Como manifestaciones que se apartan de esta influencia, se pueden encontrar ejemplos de arte funerario, en especial las máscaras que acompañaban al ajuar de los difuntos, muchas de ellas elaboradas en oro de gran calidad. Los pueblos egeos dedicaron especial atención a las tumbas, sobre todo a las de los gobernantes y la aristocracia dominante. El origen del Tholos, el templo circular griego, tiene probablemente su origen en las tumbas egeas, en especial las de Micenas. Algunos investigadores, refiriéndose a los rasgos del arte funerario egeo y a la importancia y características de sus tumbas, han especulado sobre el origen de la cultura de los etruscos, asociándolo a las civilizaciones egeas, un aspecto que vamos a analizar más adelante, en otro artículo. 

En el arte de los pueblos del Egeo no nos encontramos con grandes y agradables sorpresas, como sucede con el arte minoico, brillante y destacado; sino más bien con un arte de menores alcances y logros, orientado por principios estéticos de escasa trascendencia. La calidad y profundidad en la representatividad del arte no era, evidentemente, un factor de primer orden para estos pueblos, regidos por otras consideraciones y centrados en otros aspectos, sobre todo en el escaso comercio y la precariedad de la supervivencia. Aunque en las islas hubo, en algunas ocasiones, manifestaciones de un arte de gran riqueza de contenido, en general, nunca se pudo alcanzar la brillantez del arte de los minoicos, ni sus profundos alcances, producto de una civilización altamente sofisticada.

Puerta de los Leones, en las murallas de Micenas, s. XIII a. C.

Por ello, las civilizaciones del mar Egeo son importantes para considerar en un estudio de este tipo, únicamente en relación al legado que hicieron a la posterior cultura griega. No queremos con esto denostar su importancia como civilización histórica, ni sus logros culturales. Pero todavía no sabemos casi nada sobre su modo de pensar, ni sobre su actitud hacia el mundo y la vida, y por ello todavía no podemos encontrar las claves que nos indiquen el cómo y el porqué de sus manifestaciones artísticas. En tiempos modernos, Schliemann los ensalzó notablemente, como producto de su creencia de que eran los pueblos que protagonizaron las epopeyas homéricas, pero esta aseveración hoy se pone en duda. Al final de su historia, los pueblos invasores suplantaron a estas civilizaciones, aunque como hemos visto sólo parcialmente. A este período, que, como dijimos antes, los griegos lo llamaron la época oscura, le corresponde la integración de todos los factores comunes que dieron origen a la nueva identidad que forjó una de las civilizaciones más importantes de la antigüedad. A esta nueva civilización, a su pensamiento, principios, ideas y manifestaciones le dedicaremos los siguientes artículos.             


Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (XI)

Julián González Gómez

La antigua Grecia (segunda parte)

Tal como se expresó en el anterior artículo de esta serie, la cultura clásica griega tiene su origen alrededor del siglo IX a. C. como producto de una serie de factores que cristalizaron finalmente en el siglo V a. C. y fijaron una identidad cultural profunda y perdurable en Europa y el mundo. Pero estas características, como sucede siempre en el establecimiento de cualquier suma de factores históricos, tienen sus inicios en una antigüedad lejana, en civilizaciones que alcanzaron su apogeo en tiempos anteriores; en este caso, remontándose al tercer y segundo milenios antes de Cristo. Estas culturas, llamadas prehelénicas, que heredaron a la posterior civilización griega una buena parte de su identidad, son la cultura cretense o minoica y la cultura micénica. En este artículo vamos a revisar brevemente algunos aspectos que las caracterizaron en lo que se refiere a su cultura y organización social.

Fresco de la taurocatapsia, palacio de Knossos, 1450 a. C.

La más antigua de estas culturas es la cretense o minoica, llamada así por el mítico rey Minos, que supuestamente gobernó a este pueblo de acuerdo a las leyendas helénicas. Era una civilización que se asentó en la isla de Creta, desde los tiempos de la Edad del Cobre, en el III milenio a. C. Los recursos naturales de la tierra cretense eran escasos y muy pronto esta civilización se dedicó a explotar los recursos marítimos, sobre todo el comercio de bienes y materias primas. Junto al intercambio de bienes, también se da el intercambio cultural e ideológico y en este sentido, los cretenses establecieron relaciones interculturales en ese amplio espacio que ocuparon las principales civilizaciones de la antigüedad. Desde las costas de Siria y la Anatolia hacia el Este, hasta Sicilia y las costas del Adriático por el Oeste, y desde las costas del Mar Negro al Norte, hasta Egipto y las costas norteafricanas al Sur, abarcando prácticamente todo el Mediterráneo oriental.

Desde las primeras exploraciones que realizó el arqueólogo británico Arthur Evans, a principios del siglo XX, la civilización cretense no ha dejado de provocar admiración por sus alcances y logros. A partir de mediados del segundo milenio a. C. se constituyó en la civilización más avanzada de Europa, no sólo en lo que se refiere a sus rasgos culturales, como era el caso del desarrollo de un sistema complejo de escritura, un arte y arquitectura de gran refinamiento, y también un alto grado de progreso en su organización económica y social. Se ha podido establecer una cronología bastante exacta, que abarca hasta 11 períodos de desarrollo, desde el año 3100 a.C. aproximadamente, hasta el 1050 a. C. fecha en la cual los registros arqueológicos manifiestan un estado de decadencia, al final del cual los micénicos continentales conquistaron la isla. El período de mayor apogeo de esta civilización fue durante la fase denominada Minoico Neopalacial, que culmina abruptamente en el siglo XVII a. C. a causa de la erupción del volcán Thera, en la cercana isla de Santorini, la cual destruyó la mayor parte de la infraestructura citadina y portuaria y arrasó los cultivos de la isla, provocando un colapso del cual esta civilización nunca se repuso totalmente.

Fresco de los delfines, palacio de Knossos, 1450 a. C.

En cuanto al arte minoico, que es el tema principal que nos ocupa, sorprende su alto grado de naturalismo y su temática. Los cretenses se inspiraron en la naturaleza, sobre todo la marítima; también en sus vidas cotidianas, que se antojan dichosas y prósperas, y también, aunque en menor medida, en sus ritos religiosos. Sus dioses no parecen haber sido jueces castigadores y omnipotentes, que exigían grandes ritos, sacrificios y una casta sacerdotal dotada de gran poder; eran, en muchos aspectos, muy similares a los seres humanos, un aspecto doctrinal que después pasó a la religión helénica. Aunque estaban gobernados por reyes, estos no eran tampoco personajes omnipotentes y absolutos; elevados a la categoría de dioses, como era el caso en Egipto, y no destacan sus imágenes en las manifestaciones artísticas. Al parecer, las mujeres gozaban de un elevado rango social y religioso, como sacerdotisas del culto y como ciudadanas notables. Participaban a la par de los hombres en las ceremonias de todo tipo, y estaban en pie de igualdad en la vida doméstica y pública.

En las artes destaca la cerámica, casi toda policromada y de un alto grado de perfección, con combinaciones de dibujos figurativos y abstractos, y formas básicas derivadas de patrones geométricos, preestablecidos con base en la armonía de las proporciones. Estos patrones pasaron después a la cultura micénica y posteriormente a la helénica con muy pocas modificaciones, sentando las bases de una actividad artesanal y artística de primer orden en las expresiones de la Grecia clásica. La escultura no es en ningún caso monumental, sino más bien de modestas proporciones, realizada en marfil, bronce y terracota en el período de mayor apogeo, con figuras naturalistas de diosas, acróbatas y algunos temas zoomorfos. Otro arte destacado era el de la orfebrería, utilizando el oro y distintos tipos de gemas y piedras raras, con temas similares a las de las estatuillas esculpidas y modeladas. Pero sin lugar a dudas, son las expresiones pictóricas las que ocupan un lugar destacado en el arte minoico, en especial los frescos. En casi todos los casos, los frescos que se han encontrado proceden de los conjuntos que ornamentaban los palacios, especialmente en Knossos y Faistos, aunque en tiempos recientes se han encontrado unos maravillosos frescos en las casas de la extinta aldea de Akrotiri, en Thera, muy bien conservados a causa de las cenizas de la erupción volcánica que las cubrió, como sucedió muchos siglos después en la famosas Pompeya y Herculano. Es a través de la interpretación de los frescos minoicos que conocemos de las vidas, costumbres, sociedad y paisajes de esta civilización, dotados de un gran dinamismo compositivo. También manifiestan un alto grado de naturalismo, que no es ingenuo, sino producto de la alta depuración de sus escuelas representativas. Las figuras humanas y los paisajes siguen un patrón representativo muy similar al de la aspectiva egipcia; lo cual no es extraño en esa época, en la cual la civilización del antiguo Egipto ejerció una indudable influencia en el Mediterráneo Oriental. El colorido de los frescos es notable, no tanto por su gama cromática, sino más bien por el equilibrio armónico de sus combinaciones, destacando sobre todo el rojo oscuro y las gamas de colores terrosos, combinadas muchas veces con sus colores complementarios. Es sorprendente ver que las figuras de los elementos naturales, representados por medio de sinuosidades y espirales armónicas, se combinan con ornamentos a la vez acordes y contrastantes con los temas centrales. Si pudiésemos referirnos a los principios de una estética minoica, se diría que en ella prevalecen la simpleza y economía de medios, la composición dinámica, el sentido ornamental y la armonía cromática como complemento. No se advierte en los frescos minoicos ningún hieratismo representativo, ni una jerarquía de personajes, o tampoco aspectos que denoten una inmovilidad conceptual que no permita la expresión espontánea. El arte minoico está al servicio de las personas, su vida y su entorno inmediato, representados con una gran libertad.

Columnas minoicas reconstruidas en el palacio de Knossos, 2000-1450 a. C.

En cuanto a la arquitectura de los minoicos, nunca construyeron edificios grandiosos, ni tumbas monumentales, como lo hicieron los egipcios y los babilonios. Las edificaciones más grandes y complejas eran los palacios de los reyes, entre los que destaca el ya mencionado palacio de Knossos, una construcción de gran complejidad, realizada en piedra de regular labrado y organizada en torno a diversos patios internos. De acuerdo a algunos estudiosos, este palacio parece haber inspirado a los griegos la leyenda del famoso Laberinto, diseñado por Dédalo, donde estaba preso el Minotauro. Al igual que los demás palacios minoicos, como el de Faistos o Malia, es evidente que su compleja conformación se debe a las adiciones que fueron hechas sucesivamente en distintas etapas, sin un orden claro preconcebido. Las estancias son en general pequeñas y oscuras y tampoco se advierten recorridos ceremoniales suntuosos. Eran complejos residenciales donde habitaba el rey, su familia y los funcionarios administrativos. En la arquitectura de los palacios destacan las columnas, utilizadas para sostener las losas de los techos en los espacios más amplios, y en los portales alrededor de los patios principales. Estas columnas, de proporciones gruesas, pero armónicas, tienen dos características principales: su fuste, de sección redonda, es más ancho en la parte superior que en la inferior y sus capiteles son semejantes al que posteriormente implementaron los griegos en el orden dórico. Evidentemente, este diseño de columnas de piedra, deriva de las columnas más antiguas, realizadas con troncos de árboles y, aunque nada se ha aclarado de forma concluyente al respecto, su influencia en el muy posterior orden dórico no parece decisiva. Las casas de los minoicos, agrupadas en aldeas, eran pequeñas y sencillas, construidas en adobe y madera y responden a una arquitectura muy bien adaptada a las condiciones climáticas del entorno. No se han encontrado vestigios de templos o santuarios de importancia, por lo que se ha especulado que los ritos públicos de la religión minoica se llevaban a cabo al aire libre, con pequeños altares y edificios construidos con materiales perecederos. Algunas estancias en los palacios parecen estar dedicadas al culto, pero en este caso realizado en privado por el rey y los miembros de la corte.

Esta civilización, adelantada y a la vez sencilla, dedicada al comercio marítimo y por ello poseedora de gran riqueza, no manifiesta un arte complejo y grandioso, pero sí entrañable y vistoso en su sencillez. Su influencia se extendió a las islas del mar Egeo y a la península Helénica, por ese entonces ocupada por diversas tribus que intercambiaban con ellos materias primas por obras de arte. Esta influencia se manifestará en las culturas micénica y cicládica, que serán las antecesoras directas de la cultura helénica y de las que nos ocuparemos en el siguiente artículo. 


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