Mi abuelo y el dictador, de César Tejeda

Confesiones de un devorador de libros…

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

De los libros que me han impactado más, hasta el día de hoy, en cuanto a intereses, forma de pensar y de concebir a la historia y al hombre, tengo que citar a El señor presidente (del que creo haber ya agotado mis reflexiones al respecto hace unas semanas), y Ecce Pericles! de Rafael Arévalo Martínez. Este segundo lo leí en una versión de EDUCA, de papel periódico y portada sombría, en la que una fotografía de don Manuel Estrada Cabrera se difuminaba en una mancha de tinta negra, que compré, otra vez –ironías de la vida–, en un supermercado.

Creo que mi tardía y claramente trasnochada concepción hobbesiana de la humanidad (“el hombre es el lobo del hombre”) me viene de haber leído ese tomazo a la corta edad de los 13 años. Claro que muchos, muchos años más tarde me topé con el magnífico libro de Philip Zimbardo, El efecto Lucifer, que, ¡oh sorpresa!, me vino a dar la razón; matizada, claro está, pero me la dio. En fin, el libro de Arévalo Martínez me dejó tan alucinado como fascinado. Aún hoy, el período histórico nacional que me parece más interesante como inexplorado es esa larga dictadura de los 22 años. Los relatos de la mezquindad humana y de la absoluta ausencia de valores y escrúpulos de todo un pueblo, esa degradación moral a la que llevó esa dictadura me llegó a parecer incluso, cosa de ficción. Esto, hasta que fallecida mi abuela materna, con mis hermanos Martín y Santiago encontramos refundidos en un armario del costurero, el más remoto cuarto de la casa antañona del Centro Histórico, un magnífico Álbum de Minerva de 1902 y un álbum hechizo en un catálogo de modelos tipográficos, de mi tío abuelo, con muchas fotos de la época.

Lo primero que pensé es que esos dos libros llevaban metidos en ese lugar desde que en 1942 mis abuelos se mudaron a esa casa, escondidos no sé si por miedo (por la dictadura de turno) o bien por vergüenza, pues el relato fotográfico es el de un maestro rural en Salamá en el que consciente o inconscientemente va dejando muestras de su solidaridad con el régimen cabrerista, como un carné que lo acredita como miembro de la Comisión de Festejos de las Fiestas Minervalias de 1910, en la que consta que puso incluso dinero para la marimba que amenizó el evento. Ambos me devolvieron la realidad del período histórico, con sus luces y sus sombras.

Esas fotos desteñidas por el tiempo han venido a materializar en cierta forma otras nociones de la dictadura, como el magnífico trabajo de Catherine Rendón, Minerva y La Palma: el enigma de don Manuel, los relatos de muchos testigos como Felipe Cruz, las oscuras memorias de Adrián Vidaurre, asesor del dictador, los legajos del juicio llevado en contra del dictador cuando ya derrocado languidecía en su arresto domiciliario, o bien los relatos de primera mano de esa época oscura que nos dejaron Federico Hernández de León y Miguel Ángel Asturias en muchas de sus entrevistas. Por último, el coletazo de realidad y horror de esa época me vino de Ecuador, gracias a mi querido amigo Daniel Bowen, quien hará cosa de 6 años se encontraba investigando la vida de su abuelo, el general Plutarco Bowen, lider de la revolución liberal ecuatoriana y que murió fusilado en la plaza central de San Marcos, en el occidente de Guatemala. Resultó providencia que yo me topara con ese nombre en reiteradas ocasiones sin mayores datos, pero logré esbozar la figura de este hombre joven, del que consta una única fotografía, vestido con uniforme militar y brazo en cabestrillo, que se desvanece de la historia, como agua en el agua, en la hermosa frase de Borges.

Pues bien, para ilustrar el terror de esta época, Bowen me contactó y empezamos a compartir ciertos detalles y bibliografía al respecto hasta armar la gran fotografía, que publicó años más tarde en Guayaquil. Tiempo después, tuve la suerte de reunirme con él durante un viaje a Quito, en donde tuve una de las más interesantes conversaciones que haya tenido nunca, sobre historia y literatura en la terraza de un restaurante en el centro histórico de Quito, restaurante que nos vio almorzar y cenar, y del que fuimos desalojados cuando ya amenazábamos con ordenar el desayuno. Esta conversación me recordó inevitablemente las heroicas jornadas en las que con mis amigos de la universidad nos instalábamos en el patio de “La Jacaranda”, una especie de cantina estudiantil en las afueras de la universidad, en las que no pocas veces nos sacaba del sopor de la conversación de literatura, historia, música y cine doña Blanqui, la dueña, para ofrecernos panqueques con miel de desayuno luego de pasar la noche en blanco en el lugar.

Pero cerrando esta invocación: la historia de Bowen es terrible porque el general, que había participado en la revolución de 1897 en contra del general Reina Barrios, que llegó a tomar la ciudad de Quetzaltenango, se había retirado a una vida de descanso en Tapachula, con un colega de apellido Treviño, compañero de armas desde Ecuador y con quien compartió batallas en El Salvador, Honduras y Nicaragua. Bowen fue secuestrado en Tapachula, drogado fue transportado de forma clandestina en el fondo de una lancha a Ocós, registrado su arresto en Retalhuleu y despachado sin más a la plaza de San Marcos acusado de sedición. Fue fusilado un lejano 26 de junio de 1899 en la esquina occidental de la plaza mayor de San Marcos. El hombre autor de la operación, un tipo de origen francés y apellido Lambert, recibió en pago de su audaz y cobarde acción, el monopolio de las bebidas alcohólicas en el Hipódromo del Norte.

 

-II-

Como una nueva confirmación del absurdo de esta dictadura, me vino a caer en las manos el libro de César Tejeda, escritor mexicano, que en su novela Mi abuelo y el dictador, parte de una anécdota significativa para ir hilvanando no sólo las raíces del suceso anecdótico, sino la de la propia construcción de la novela, en esta nueva corriente de las novelas de no ficción que, sin querer, vino a inventar ese genial autor argentino Rodolfo Walsh.

La anécdota llevada a lo esencial, cuenta que en 1908 Antonio Tejeda fue acusado de participar en una conspiración en contra de la vida del dictador, y obligado a caminar desde Antigua Guatemala a la Ciudad de Guatemala, custodiado por un pelotón a caballo, luego del atentado de los cadetes. “Durante todo el trayecto, fueron seguidos por una mujer con un bebé en brazos: era Victoria Fonseca, la esposa de Antonio, y en los pañales del bebé llevaba escondido un revólver”, nos informa la contraportada del libro. Cabe decir que la anécdota inmediatamente me recordó la suerte de Rosendo Santa Cruz, valiente opositor del régimen cabrerista que bajo el mismo artilugio (Estrada Cabrera era autor de siniestras ideas, pero de muy poca imaginación), fue obligado a encaminarse a la capital desde Cobán, con lazo al cuello, pero en este caso, asesinado vilmente en un corral de cerdos a la salida de la población de Tactic. Era el prototipo de las ejecuciones extrajudiciales que Ubico llevaría a la perfección, bajo el nombre socarrón de ley-fuga.

El autor parte entonces de la anécdota para realizar un tipo de arqueología familiar. Viaja a Guatemala desde México, de donde es nacional, y nos lleva por su investigación visitando lugares, amigos y familiares para ir aclarando o buscando echar luz a la historia de los abuelos. El libro tiene la bondad de estar bien escrito, Tejeda es un buen narrador que no pierde el puslo de la historia, aunque la anécdota a base de ser repetida varias veces en todo el libro va perdiendo su fuerza y su significado, como cuando repetimos de forma seguida y por muchas veces una palabra; pongamos “casa”, y repítala 20 veces. Verá que el significado desaparece y la palabra se nos antoja a un mero intento gutural que trata de transmitir algo que ya se nos escapa. Otra bondad del libro es que logra reconstruir ese escenario absurdo de odios, rivalidades y envidias que fue la Guatemala de 1898 a 1920, teníamos a Asturias, claro, pero este relato viene a refrescar las trilladas ideas del tan trillado tema del dictador latinoamericano.

“…Juan Viteri padre conspiraba en contra de la vida del dictador –sin éxito, desde luego–, Estrada Cabrera esculpía en su imaginación, con el cincel entre los dedos, a un perro fiel que dormía a los pies de la puerta de su recámara para cuidarlo, y que en eso se convertía, precisamente, Juan Viteri hijo, quien fue uno de los esbirros de confianza del tirano, tiempo después de que su padre fuera mandado a fusilar”.

“Afirman que Estrada Cabrera, enemigo incluso, de sí mismo, discutió con uno de sus hijos porque el joven tenía una deuda de cuatro mil dólares en una joyería, y Estrada Cabrera, inconscientemente de que tenía el cincel de jade en la mano, deseó nunca haber tenido a ese hijo despilfarrador mientras lo insultaba, y que el hijo de nombre Francisco, caminó a su habitación, tomó el revólver y se disparó en la cabeza”.

La dictadura de Estrada Cabrera siempre ha estado fundida en hechos de violencia y sobrenaturales. Abundaban en La Palma, la residencia presidencial ubicada antaño en la barranquilla, altares mayas, por los que desfilaban sacerdotes y brujos que hacían permanecer al dictador en la silla presidencial, y que manejaban las fuerzas oscuras a su antojo, como el incidente del cincel de jade, obra de unos sacerdotes de Totonicapán, que Tejada recoge. Teosofismo, ocultismo y pactos con el diablo fueron las explicaciones que el ciudadano guatemalteco encontró para justificar la larga noche de la dictadura, omitiendo el rasero de Occam, que resulta ser la propia naturaleza del hombre. La dictadura se construyó, y subsistió porque había personas alrededor del dictador que lo adularon y construyeron los mecanismos del horror, como el mismo Adrián Vidaurre, José Santos Chocano, Enrique Gómez Carrillo o Cara de Ángel, que repite una figura histórica.

El libro nos brinda una oportunidad para acercanos a la dictadura desde el punto de vista de un extranjero, con familia radicada aún en Guatemala. Es una visión foránea que abunda en una perspectiva muy interesante sobre este periodo, que para el guatemalteco en general se le hace borroso o intrascendente cuando en la educación media se le hace leer sin mayor preparación ni contexto, El señor presidente con el objeto de llenar un requisito del pensum estudiantil. A fuerza de literatura nos arruinan la historia, y el guatemalteco sale de los establecimientos educativos sin volver a tocar un libro o a interesarse por algún evento del pasado patrio. Sin embargo, comete un error de bulto, imperdonable para la familia y amigos guatemaltecos que según el relato ayudaron al pobre Carlos en su investigación, pues nos dice el autor: 

“Llego al departamento de Sacatepéquez y leo un letrero que dice ‘Adopte un kilómetro’. Si tuviera una cuenta bancaria con quetzales, lo haría. Porque no hay otro camino que pueda resultar más importante. Lo mantendría libre de baches y con las líneas de la carretera cuidadosamente pintadas. Adoptaría un kilómetro al azar, tal vez ése en el que mi abuelo comenzó a patear una inmensa piña de pino para distraerse. Para dejar de contar los pasos que recorren 45 kilómetros en las peores condiciones…”.

Al leer este párrafo no pude ocultar mi molestia, que dejé escrita al margen de la página 83 en que Tejeda aborda el tema del camino recorrido por su abuelo. ¿Cómo es que nadie pudo explicarle al pobre César Tejeda que no estaba recorriendo la ruta que le tocó a su abuelo caminar en ese lejano 1908? ¿Cómo nadie se tomó la molestia de explicarle que la actual prolongación de la ruta Interamericana que usamos los guatemaltecos para salir de la Ciudad de Guatemala para ir a la Antigua, Chimaltenango o Panajachel no fue construida sino hasta mediados de la década de 1960? Digo, según su relato habla con gente educada, profesionales exitosos, incluso periodistas culturales en Guatemala, ¿cómo es que nadie lo sacó del error? ¿Será tan corta la memoria histórica del guatemalteco que eventos o lugares de más de 3 o 4 décadas se pierden en la niebla del tiempo?, ¿o les habrá parecido tan poca cosa la anécdota de este escritor que vino hasta aquí para explorarla, como para explicarle que esa carretera no existía en 1908?

En fin, la cuestión es que César soluciona su historia en el camino equivocado, pues hasta que se inauguró la extensión de la carretera Interamericana, el camino hacia la Antigua Guatemala era saliendo por Mixco, bordeando el cerro Alux por el lado opuesto al que lo hace actualmente la carretera, se pasaba por un hermoso paraje llamado San Rafael Las Hortencias y se salía por San Lucas Sacatepéquez, aproximadamente a la altura del crucero en donde se encuentra el monumento al caminero. En San Rafael se levantaba un hermoso hotel, que luego fue transformado en casa de retiros y que hasta allá por los años 90 en que lo conocí, mantenía y respetaba la arquitectura original y su entorno. Era un paraje hermoso a la sombra del imponente cerro y rodeado de abundante naturaleza, teniendo un impacto tranquilizador cuando se salía del caos de las callejuelas abarrotadas de gente y vehículos de Mixco. El camino que pasaba frente al hotel y que unos trescientos metros se perdía en una especie de desfiladero profusamente arbolado, habrá sido el camino que realmente recorrió el señor Antonio Tejeda cuando fue conducido “a pie por cordillera”, como se decía en ese entonces desde Antigua a la Ciudad de Guatemala.

Para hacerse una mejor idea de la belleza del paraje, he hallado en mis archivos digitales dos hermosas fotografías del lugar, la primera muy probablemente de unos veinte años después del incidente que narra César y una segunda muy probablemente de la misma época de la anécdota que fundamenta la novela de Tejeda.

           

          

 

Una segunda queja que tendría en contra de los familiares, amigos y colegas intelectuales de César afincados en Guatemala, es la poca contextualización que del país le hicieron al escritor a su llegada y en los dos o tres viajes más que logró hacer al país. Es otro párrafo que me parece desafortunado, porque trata de ser lapidario, pero creo que peca de inexacto:

“Es un acto de justicia poética que Rubén Darío sea recordado por todo lo que escribió con excepción de sus penúltimos versos, y que Estrada Cabrera no sea recordado por casi nadie, ni siquiera en Guatemala”.

Sólo basta hojear los pocos periódicos que circulan en el país para botar por tierra esta idea de César Tejeda. En las páginas de Prensa Libre, desde hace varios meses ya, circulan las columnas del historiador José Molina Calderón sobre temas económicos y políticos precisamente del período de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, incluyendo una larga serie del manejo que de la epidemia de influenza tuvo el dictador y los servicios de salud de la época, o bien en la Revista D del mismo periódico, hace apenas unos meses publicaron una serie de artículos en conmemoración de los 100 años del derrocamiento del dictador. También en el Diario de Centro América hará cosa de unas cuantas semanas, se publicó un invaluable artículo sobre el cine en la época de la dictadura de Estrada Cabrera y en las columnas de la siempre interesante María Elena Schlesinger, que publica en elPeriódico, se trae al dictador constantemente a la memoria de los lectores.

Pero así como tiene desaciertos, tiene otros filones de información invaluables, como un párrafo de oro que por sólo esas líneas vale la pena leer toda la novela, en donde rescata el nombre de uno de los dos cobardes asesinos de Brocha, el expresidente de Guatemala, general Manuel Lisandro Barillas:

“El joven se llamaba Florencio Morales y acuchilló en dos ocasiones a Barillas. Su cómplice fue un soldado de la guardia de honor del ejército guatemalteco. Una vez detenidos aceptaron que habían recibido como anticipo por el trabajo 650 dólares de las manos de un general del ejército cabrerista”.

También aportan mucho para el lector en general los dos capítulos que dedica a las relaciones entre el dictador y los dos escritores modernistas por excelencia, Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo, llenos de datos interesantes y de los que apenas haya que señalar una omisión: cita como biógrafo de Gómez Carrillo a un tal José Luis García Martín, pero se olvida de incluirlo en la bibliografía al final de su libro. Con unos pocos errores más de puro bulto, como ubicar la Antigua Guatemala al oriente de la ciudad capital o poner a Arturo Morelet unos 60 años posteriores a su verdadero viaje a Guatemala, la novela está bien documentada y resulta un verdadero placer leerla. Sus impresiones del país y de la sociedad guatemalteca resultan por demás interesantes. César Tejeda logra una novela bien acabada, de la que cuesta desprenderse y a la que invitamos se lea con ganas de disfrutarse un buen relato sobre la construcción de una novela.


Charlie Sugar al poder (II)

La breve presidencia de Carlos Herrera

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Patio de la Cervecería Centroamericana, escenario de una de las primeras huelgas que aquejaron al gobierno de don Carlos Herrera.

Patio de la Cervecería Centroamericana, escenario de una de las primeras huelgas que aquejaron al gobierno de don Carlos Herrera.

 

-I-

La Presidencia Constitucional 

Mediante Decreto 754 del 20 de abril de 1920, se convocó a elecciones populares para presidente de la república, para celebrarse durante siete días, del 23 al 29 de agosto de ese año, evento para el cual el gobierno despachó 555,000 boletas de ciudadanía; 141 libros para anotar votos; 280 libros para inscripción de ciudadanos y 335 leyes y reglamentos de elecciones. Resultó electo don Carlos Herrera con un total de 240,000 votos, en segundo lugar José León Castillo con 7,000 y en tercer lugar Francisco Fuentes, con 5,600 votos.

El 13 de septiembre de 1920, la Asamblea Nacional Legislativa proclamó a don Carlos Herrera presidente constitucional de la república, para un período de seis años que terminaría en 1927, comenzando el 15 de marzo de 1921. Como primer designado a la Presidencia fue electo el diputado José Ernesto Zelaya. Dice Del Valle: “…Hernández de León dice que la ceremonia de investidura de Don Carlos se llevó a cabo el miércoles 15 de septiembre, a las nueve de la mañana, bajo la suave lluvia de un día tristón, nebuloso y húmedo…”.

La presidencia de Herrera, tanto la provisional como la constitucional estuvieron asediadas por una aguda crisis económica, detonada por los terremotos de 1917-1918, la epidemia de escarlatina de 1919 y los hechos políticos de 1920, que llevaron a la cotización del peso frente al dólar de 32.30 por 1, en 1920, y que en diciembre de 1921 ya alcanzaba 41.50 por 1. Adicionalmente, el precio del café sufrió una fuerte caída en su cotización en el mercado internacional, llegando a los 8 dólares por quintal. El precio del azúcar también bajó, causando graves daños a la economía nacional.

No obstante los problemas económicos, el gobierno por medio de la Secretaría de Fomento, impulsó la mejora de la infraestructura en el interior del país. El 1 de febrero de 1921 se dio inicio a los trabajos de habilitación de la carretera para automóviles desde el límite del departamento de Quiché hasta Totonicapán. También se tomaron medidas para mejorar y reparar las líneas de telégrafo y teléfono en toda la república, esfuerzo considerable teniendo en cuenta que había 231 oficinas telegráficas y 1180 telefonistas y telegrafistas, mejorándose también sus salarios. Se reabrió el canal de Chiquimulilla, que estaba azolvado, vía que se consideraba de mucha importancia para el comercio y la comunicación entre el Puerto de San José y la frontera con El Salvador, para lo cual se contrató a Arturo Aparicio C, quien por la suma de $14,000 oro americano, se comprometió a poner esa vía en perfecto estado de navegación.

A principios de 1921 sonó la alarma por casos de fiebre amarilla en Puerto Barrios y en La Democracia, Escuintla, pero el gobierno tomó medidas inmediatas, lo que según el historiador Del Valle, “…había merecido la felicitación del doctor White, médico de la Institución Rockefeller”. Ese mismo año de 1921 se creó la cartera de Agricultura en el gabinete, como un intento de educar con procedimientos científicos y modernos a los agricultores en nuevos cultivos y mejorar los existentes, así como para explorar la diversificación de cultivos en el país. Se fundó la Dirección y Administración de Estadísticas Agrícolas y una Escuela Agrícola en la finca nacional La Aurora.

Para tecnificar al Ejército se contrató al Gobierno francés, que llevaría a cabo una misión militar para actualizar los conocimientos técnicos y prácticos en artillería e infantería de la institución; así como también a un instructor de aviación que planteó la fundación de una Escuela de Mecánica de Aviación el 12 de marzo de 1921, con dos aviadores franceses en su dirección.

El director general de Estadística, Diego Polanco, levantó el IV Censo General de Población, tras 28 años de no realizarse. Se determinó que la población, en agosto de 1921, alcanzaba los 2,004,900 en toda la república y que en la capital vivían 112,086 vecinos.

El 24 de junio de 1921, considerando que el estado de guerra entre Guatemala y el Imperio alemán había terminado, se acordó levantar la intervención de los bienes, derechos y acciones de personas naturales o jurídicas que se encontraban entonces bajo la administración de la Intendencia General de Gobierno.

Sin embargo, pese a los esfuerzos del gobierno de ir solucionando los problemas que aquejaban al país, el descontento dentro de las filas del Ejército continuó, estallando esporádicamente asonadas e intentonas en los distintos cuarteles de la República. Informa Del Valle: “…De poco sirvió el acuerdo de los secretarios de Estado. A finales de ese mes se produjo un levantamiento armado en Oriente. El Gobierno destacó un cuerpo de tropa al mando del comandante Marcelo Soto. El 5 de agosto de 1921 hubo un levantamiento en San Agustín Acasaguastlán (El Progreso), donde los alzados asesinaron al comandante local. Se enviaron tropas que capturaron a 130 personas, que llevaron a Zacapa para su indagatoria…”. Según apunta el biógrafo de Herrera, entre los papeles del expresidente se encontraron varias notas encontradas en la celda de Estrada Cabrera, en donde constaba que sus familiares le requerían al exdictador la entrega de US$5,000 para comprar a seis generales. No sabemos si don Manuel estuvo detrás de la inestabilidad política que asedió al gobierno de Herrera, pero es muy probable que al menos lo contactaran para asesorarse o lo buscaran para respaldar a algún grupo. El descontento del Ejército parece provenir de una fuerte desmovilización de efectivos, que redujo a la institución de 12,000 a 4,000 hombres, recorte que el presidente pensaba utilizar en adiestrar, reorganizar y mejorar los salarios de la tropa que quedó.

Adicionalmente, por razón de la crisis y de la inflación, estallaron huelgas que fueron complicándole la situación al gobierno desde el año anterior, porque el 24 de mayo de 1920 los ferrocarrileros paralizaron el servicio de trenes de la IRCA. A esta huelga le siguieron otras: en la Cervecería Centroamericana, continuaron los panaderos, los barberos, los telegrafistas de la ciudad capital y de Quetzaltenango, que llevaron a modificar ciertas condiciones laborales. La más importante fue la reducción de la jornada a 8 horas diarias.

Hermosa fotografía del Palacio del Centenario, levantado en el lugar en donde hoy se encuentra la Concha Acústica. La noche del 14 de septiembre de 1921 se realizó un baile de gala, al que asistieron casi 4,000 personas.

Hermosa fotografía del Palacio del Centenario, levantado en el lugar en donde hoy se encuentra la Concha Acústica. La noche del 14 de septiembre de 1921 se realizó un baile de gala, al que asistieron casi 4,000 personas.

Un importante evento coincidió con la presidencia de Herrera: el primer centenario de la independencia del Reino de Guatemala de España. Para realizar los festejos de la importante conmemoración, el gobierno levantó el Palacio del Centenario en la parte oriental de la Plaza de Armas, en donde originalmente se hallaba el antiguo palacio de los capitanes generales, derrumbado por los terremotos de 1917-1918. El nuevo palacio tenía espacio para albergar a 3,000 personas. Según descripción del Diario de Centro América, citado por Del Valle, el palacio “…era de admirar su arquitectura sencilla, sin los requiebros de ornamentaciones tan comunes. Un diario capitalino lo comparó con un jardín inglés, gracias a los trabajos que durante dos meses dispuso el Alcalde José Cordón Horjales. Tenía senderos enarenados que convergían al vestíbulo de mármol, con varios árboles trasplantados a este sitio, donde antes hubo escombros. Las palmeras traídas de la costa formaban abanicos. Muchas estatuas de mármol que se creían desaparecidas después de los terremotos, reaparecieron en el cercano jardín junto a surtidores con juegos de luces. En este palacio se aplicaron técnicas acústicas y fue diseñado para conciertos, teatro, bailes y ceremonias; constaba de tres ambientes, con anchos portones para salida de emergencias. El artista Iriarte pintó los murales…”.

 

Como parte de los festejos se inauguró, en la llamada plazuela Reina Barrios, la estatua ecuestre del ex presidente José María Reina Barrios en la Avenida de La Reforma, levantada sobre un pedestal realizado por Gerónimo J. Conde. La hija del militar, señora Concepción Reina Barrios de Gesser fue quien develó la estatua.

 

-II-

El golpe de Estado

Las conspiraciones en contra del gobierno de Herrera continuaron dentro de las filas del ejército, hasta crear un ambiente de zozobra política que se reflejó claramente en la Huelga de Dolores celebrada ese año. Los estudiantes universitarios escribieron una canción dedicada a estas amenazas constantes de cuartelazo, titulada Charles, con letra de José Luis Balcárcel:

“En una casa enfrente/ del cuartel general/ encerrado vive sugar/jefe constitucional// Cerradas las ventanas/ y sin poderlo ver,/ bayonetas a la entrada/ chafarotes por doquier.// Charles, te van a derrocar/ Charles, peligra tu poder/ Charles, que tu eres bueno/ pero hay perfidia en derredor.// Charles a un cachureco/ empleo concedió,/ y visto esto por los líderes,/ codicia despertó.// Charles, te van a derrocar/ Charles, peligra tu poder/ Charles, no seas tan bueno/ Charles te van a derrocar…!!”

En la noche del lunes 5 de diciembre de 1921, el presidente Herrera se reunió con su gabinete de 7 a 8 de la noche, y por la crecida tensión que imperaba en el ambiente, se decidieron declarar el estado de sitio para el día siguiente. En esa reunión, su secretario de la Guerra, general Rodolfo A. Mendoza informó al gabinete que tenía plena confianza en la jefatura de los cuarteles, y que había recorrido esa misma jornada las guarniciones, encontrándolas en absoluta tranquilidad y que todo estaba preparado en todo caso, para la defensa del Estado.

Esa misma noche, cerca de las 10, relata Hernán del Valle, llegaron a la Casa de Gobierno los líderes unionistas Emilio Escamilla y Luis Pedro Aguirre a comunicarle que el cuartel Guardia de Honor, que se encontraba a un costado del Palacio Centenerario, se había levantado en armas. Momentos después, los generales José María Orellana, Miguel Larrave y José María Lima, acompañados por el propio Ministro de la Guerra, general Mendoza, se presentaron al presidente Herrera para comunicarle que los tres primeros contaban con el respaldo de todos los cuarteles de la república y que evitar la anarquía dependía de la decisión de Herrera de renunciar. El Presidente, a sabiendas de que el golpe estaba fraguado por el Partido Liberal Federalista (antiguos miembros del cabrerismo), llamó a su Junta Directiva, que se presentó completa y habló por medio de don Adrián Recinos, quien expuso las motivaciones del alzamiento, argumentando que la disolución de la Asamblea Legislativa cabrerista había sido anómala y que en consecuencia, la nueva legislatura no era legítima, y que al haber ésta escogido a los miembros del Poder Judicial, éste también era ilegal. Tras escucharlos, Herrera redactó una escueta renuncia a la presidencia, murmurando con ofuscación: “Sé muy bien que en Guatemala todos mandan, menos yo”. Para ese momento, ya despuntaba la madrugada del día 6 de diciembre. Herrera también redactó una nota ordenando a las guarniciones fieles, entregar los cuarteles a los golpistas para evitar muertes innecesarias.

Transporte motorizado de tropa en un desfile en las calles de ciudad de Guatemala, década de 1920.

Transporte motorizado de tropa en un desfile en las calles de ciudad de Guatemala, década de 1920.

Las notas de varios testigos citados por Hernán del Valle, todos familiares de don Carlos Herrera, dan cuenta de la completa ineficiencia o completa colaboración con los golpistas de los servicios de inteligencia del Ejército, pues a las 11 de la noche de ese día 5, cuando la familia llegó a la Casa de Gobierno, “…los militares que la custodiaban lucían tranquilos y ajenos a lo que todo el mundo sabía: que pocas horas después se consumaría el golpe. Don Ernesto Rodríguez Benito dice que el Coronel Rogelio Flores, miembro del Estado Mayor Presidencial estaba tranquilo leyendo un periódico; dos choferes, de seguro militares, uno que manejaba el automóvil que utilizaba la señora Jesús Llerandi de Herrera, y otro, conversaban animadamente. En el zaguán de la casa dormían cuatro soldados…”.

Por los interesantes datos, traslado parte de las versiones citadas por don Hernán, sobre los sucesos del 5 de diciembre:

“…El cuartel de la Guardia de Honor se encontraba cerca de la casa de don Carlos, y cuando de ese cuerpo militar sacaron un cañón ‘Saint Chamond’ y se hizo obvio que había algo irregular, un soldado en la Casa Presidencial preparó su rifle, y otro, una ametralladora. Pero don Ricardo Paul les dijo que no dispararan, pues pensó que la Guardia de Honor, honrando su nombre, era leal al democrático Jefe de Estado.

Conviene puntualizar que dos miembros del Estado Mayor Presidencial, el Coronel Rogelio Flores y el general Aragón Gálvez (…), no se prestaron a la traición, pues quedaron detenidos cuando, primero uno y después el otro, salieron de Casa Presidencial a la Guardia de Honor para indagar respecto de los inusuales movimientos. El nombre del Ministro de la Guerra, general Rodolfo Mendoza, también debe quedar a salvo frente a los tres generales golpistas, José María Orellana, José María Lima y Miguel Larrave. Mendoza pidió a Don Carlos su autorización para bombardear la Guardia de Honor y otros cuarteles sublevados, desde el Fuerte de San José –leal al gobierno- (…) no aceptó la propuesta de Mendoza.

(…) Hasta hoy, un nombre ignorado era el del coronel Fernando Morales, miembro de la Plana Mayor del Estado Mayor Presidencial, quien, como tal, había jurado defender con su vida la del Jefe de Estado. Sin embargo, fue Morales quien, aprovechando su fácil ingreso a Casa Presidencial, y acompañado por una escolta de oficiales y soldados de la Guardia de Honor, llegó (…) muy demudado y nervioso y demostró una gran nerviosidad y temblaba mucho (…) –tal el peso de la traición- ante el íntegro y sereno señor Herrera, a comunicarle que él, Morales, era cómplice de tan indigno acto. Fue hasta cuando ese individuo habló que en Casa Presidencial se percataron del Golpe. Tal era la desinformación de quienes dirigían el Gobierno…”.

El primer acto de los golpistas fue convocar a la Asamblea Legislativa, disuelta tras la caída de Estrada Cabrera, para conocer la renuncia de Herrera, quien se reunió el 8 de diciembre para aceptar de inmediato la renuncia y nombró como Primer Designado al general José María Orellana. Una voz disidente, la del diputado Eugenio Silva Peña dirigente universitario dejó su voto razonado: “… La facción que se apoderó de los destinos del Pueblo en una noche saturada de traiciones, miente al afirmar que todos sus actos se han desarrollado de conformidad con los preceptos de la ley (…) Un cuartelazo no puede justificarse frente a los preceptos de la Carta Fundamental y mejor haría la Dictadura Militar en declararlo así, abiertamente, para no hacer una farsa sangrienta…”.

Consumado el golpe, hubo intentos de rebelión en contra del nuevo régimen y en apoyo a don Carlos Herrera. Del Valle cita levantamientos en el interior del país: en San Pedro Necta (Huehuetenango); San Pedro Pinula (Jalapa); San Vicente Pacaya (Amatitlán); Santa María de Jesús (Sacatepéquez), y una manifestación realizada el 16 de febrero de 1922 cuando varios municipios de Jalapa se unieron para luchar contra el golpe de Orellana, pero fueron reprimidos rápida y eficazmente. Una última intentona ocurrió en Escuintla, con saldo de varios muertos y prisioneros. Pero todos fueron al final intentos aislados.


Charlie Sugar al poder (I)

La breve presidencia de Carlos Herrera

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

Carlos Herrera asciende al poder

 

Herrera 1

Don Carlos Herrera Luna en Washington, 1915.

Luego de una multitudinaria sesión, la Asamblea Legislativa eligió como presidente interino al rimer designado a la Presidencia, don Carlos Herrera, quien estableció provisionalmente su gobierno en la residencia de su amigo José Goubaud, ubicada en la quinta calle entre quinta y sexta avenidas de la actual zona 1, junto a la sede de la Legación de México. Posteriormente, la sede del gobierno se trasladó al mismo domicilio de Herrera en la quinta avenida y doce calle.

Don Carlos Herrera, era según descripción de un contemporáneo, citado por su biógrafo Hernán del Valle:

“…hombre sin pasiones violentas, sin rencores políticos, sin antecedentes bochornosos en el arte de gobernar, caballero bien intencionado. De ahí que en cada uno de sus actos se advirtiera buen propósito, intención generosa, ideas nobles y una tendencia de invariable respeto a las leyes”.

La caída de don Manuel Estrada Cabrera se había logrado gracias a un pacto sellado entre los líderes unionistas y los diputados de la Asamblea Legislativa, todos políticos liberales y adictos al cabrerismo, quienes durante la noche del 7 de abril de 1920, en la residencia del diputado Mariano Cruz acordaron nombrar a Herrera presidente interino y repartir las plazas del gabinete entre liberales, conservadores y unionistas, en una suerte de gabinete de coalición. Sin embargo, pasadas las violentas jornadas de la semana trágica, que cargó todo su peso de violencia en el sector obrero y profesional del Partido Unionista, el pacto político no tuvo una buena acogida, pues Herrera había sido hombre de confianza del dictador. Es significativo que Silverio Ortíz, el líder obrero que había llevado a esta clase al pacto unionista en diciembre de 1919, renunciara al partido en protesta por la postulación de don Carlos para candidato presidencial y la sombría presencia de dos conocidos cabreristas en su gabinete: Adrián Vidaurre y José Beteta. De esta cuenta, la Liga Obrera Unionista se separó masivamente del partido y formaron la Unificación Obrera, el 28 de abril de 1920.

Adicionalmente y a lo interno de las filas unionistas, había fuerte descontento, pues rápidamente se marcaron dos bandos opuestos: los radicales y los moderados. Los radicales exigían una purga de cabreristas en el Gobierno, mientras que los moderados creían necesario un pacto de coalición para mantenerse en el poder y evitar el caos y la anarquía. El desorden era tal que el Partido Democrático (PD) se adelantó a la postulación presidencial de Herrera al mismo Partido Unionista (PU), por lo que Manuel Cobos Batres tuvo que pactar con el PD para apoyar la candidatura de su propio candidato, causando la protesta de varios correligionarios, como Tácito Molina Izquierdo, José Azmitia, el doctor Bianchi y los líderes obreros Silverio Ortíz y Gregorio Cardoza.

El presidente Herrera trató de tomar en sus manos los problemas que más inestabilidad e intranquilidad causaban, como la situación del ejército, institución dentro de la cual surgían insistentes alarmas de movimientos, conspiraciones e intentonas. Por acuerdo gubernativo del 2 de mayo de 1920, se clausuró la Academia Militar y se reorganizó la Escuela Politécnica, con el reglamento original de 1873, y aplicando en la reestructuración del ejército los reglamentos emitidos en 1887 y 1897. Así, el 17 de mayo de 1920 se reorganizó el Estado Mayor y fue puesto bajo el mando del general José María Orellana, siguiendo la tendencia de que en el Ministerio de la Guerra permanecieran los militares de línea y en el Estado Mayor los oficiales profesionales o de escuela. En septiembre de ese mismo año decretó el incremento de los salarios de toda la institución, desde generales de división hasta los soldados rasos.

 

-II-

Las inconformidades

Toda decisión política por definición, beneficia a uno y perjudica a otro. Así, el origen más remoto del golpe de Estado contra Herrera puede encontrarse, de acuerdo con su biógrafo Hernán del Valle, en el nombramiento del general Felipe S. Pereira como Secretario de Guerra, un hombre al parecer de carácter impulsivo. Este general recibió ciertas informaciones sobre unas reuniones sospechosas que se estaban llevando a cabo en la casa del licenciado José María Reina Andrade, a la que acudían varios oficiales de alta graduación. El general Pereira luego de identificar a los asistentes, ordenó su inmediato arresto. La lista la componían el general José María Lima, general José María Orellana, general Jorge Ubico Castañeda y Antonio Méndez Monterroso. El Director de la Policía, al recibir la orden consultó con el Jefe del Castillo de San José, quien de inmediato alertó a los liberales, quienes convencieron a Pereira que dejara sin efecto la orden. Según Epaminondas Quintana, quien entrevistó a Herrera en su exilio en París el incidente ocurrió de la siguiente forma: “… él [Herrera] estaba con fiebre el día que nombró al General Pereira, y que cuando despertó, 24 horas después, le informaron que, pasado de copas, éste había ordenado la captura de varios generales, pero que algunos funcionarios habían intervenido y la orden había quedado sin efecto…” Inmediatamente del incidente, destituyó a Pereira y nombró en su lugar al General Rodolfo A. Mendoza, Jefe del Castillo de San José y afín a los liberales cabreristas.

Pese a lo anterior, o quizás por lo anterior, la conspiración continuó y las reuniones en la residencia de Reina Andrade siguieron su marcha. Los conspiradores decidieron que el cabecilla del movimiento fuera el general José María Orellana, decisión que no deja de ser interesante, pues éste militar hasta ese momento había permanecido ajeno a la política nacional y había avanzado con paso firme y decidido por el escalafón militar, llenando una brillante hoja de servicios. Según Hernán del Valle: “Una interpretación histórica dice que los liberales querían volver a la tradición que un oficial de alta graduación debía dirigir los destinos de Guatemala. Eso explica su opción por el General Orellana para encabezar el atentado contra el Gobierno democrático presidido por el señor Herrera”. Torpeza mayúscula la de los conspiradores, pues como demostrarían los hechos posteriores, los políticos quedaron completamente fuera del poder hasta la caída total del régimen liberal, en octubre de 1944.

 

-III-

El gobierno interino de don Carlos Herrera

 

Herrera2

Tras la histórica sesión del 8 de abril de 1920, el presidente interino Carlos Herrera es recibido por la multitud abarrotada en la calle.

Mientras tanto, el gobierno de Herrera seguía su complicado desarrollo. Después de arduas negociaciones políticas con los liberales, los unionistas lograron encabezar la Policía Nacional, nombrando como su director a Miguel Ortiz Narváez, quien se había especializado en España en organización de fuerzas de seguridad. Para tecnificar ese cuerpo, trajeron al licenciado Max Shamburger, ciudadano estadounidense y miembro del Ejército de su país, quien contaba con experiencia en la sección de detectives, con el fin de establecer una organización similar en Guatemala, dirigida al combate de la delincuencia común.

 

Por acuerdo gubernativo del 25 de abril de 1920, se organizó una dependencia para resguardar y administrar los bienes nacionales intervenidos a Estrada Cabrera, a la que se llamó Intendencia General de Gobierno, encargada de administrar esas propiedades. Según Hernán del Valle: “…El Licenciado Adrián Vidaurre citó un informe del Ministro estadounidense en Guatemala, en el cual dijo que el patrimonio de Estrada Cabrera, que el gobierno guatemalteco reclamaba como propiedad de la Nación, ascendía a 5 millones de dólares”.

En el escenario internacional, el 1 de julio de 1920, el Reino Unido reconoció al nuevo Gobierno guatemalteco y en agosto se sumó Italia, Estados Unidos y otros, logrando entonces regresar al país a los caminos de la normalidad de sus relaciones internacionales.

 


La Semana Trágica (II)

La violenta caída del tirano Manuel Estrada Cabrera

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Hace 100 años, el 8 de abril de 1920, a la caída de la tarde, un estruendo sacudió la normalmente apacible ciudad de Guatemala. Las baterías del Fuerte de Matamoros tronaron, bombardeando las goteras de la ciudad al oriente, sede del Cuartel Número 3, presuntamente fiel al gobierno provisional de don Carlos Herrera. Al día siguiente, el 9 de abril, las baterías francesas, concentradas en la finca presidencial de La Palma en el suroriente de la ciudad, empezaron también su bombardeo, buscando el centro de la ciudad y la Finca El Zapote, presunto cuartel general de los unionistas. ¿Qué llevó al dictador a tomar la terrible decisión de bombardear una ciudad completamente desprotegida? ¿Qué sucedió después? Las respuestas a estas preguntas constituyen unas de las páginas más hermosas de la historia de nuestro país, y contradictoriamente, de las más desconocidas.

 

EC1

Milicianos unionistas combatiendo en las calles de ciudad de Guatemala. Probablemente los hombres se encaren hacia la finca presidencial La Palma, en donde se había atrincherado el dictador Estrada Cabrera y desde donde dirigía las operaciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-I-

Los combates

Lo sucedido durante la histórica sesión del 8 de abril en la Asamblea Legislativa, lo narra con detalle Carlos Wyld Ospina:

“Los cabecillas de la Asamblea y los jefes del unionismo persuadieron a Letona de que su deber le mandaba denunciar, ante los representantes del pueblo, la locura del presidente, manifiesta en los actos del elevado funcionario y el género de misticismo supersticioso a que vivía entregado, según informes del propio Letona. Se adobó con todo aquello una denuncia, que era a la vez una acusación, y se convino en que el ex secretario de Estrada Cabrera la leería en persona ante los diputados, presentándose en la sesión del 8 de abril con la cabeza envuelta en vendajes y en el rostro las huellas, todavía frescas, de la violencia presidencial”.[1]

 

Resulta interesante la frase “Se adobó con todo aquello una denuncia…”, que deja plasmada Wyld Ospina, y es que desde las páginas de El Autócrata, su ensayo sobre las dictaduras en Guatemala, el periodista no abandona la crítica. Debemos señalar que don Carlos se había jugado el pellejo en los meses anteriores al estallido de la Semana Trágica, junto al poeta Alberto Velásquez, publicando en Quezaltenango un periódico anti cabrerista, El Pueblo, haciendo eco a las denuncias de El Unionista, que se publicaba en la capital. Seguramente Wyld Ospina dice que se adobó la denuncia porque esta resultó de las impresiones del general Letona y otros colaboradores, pero en ningún momento se le practicó al presidente examen médico alguno que pudiera dar sustento al diagnóstico de que don Manuel ya no se encontraba en sus cabales. El fundamento para declarar demente al dictador nos lo narra nuevamente en las páginas de su ensayo, cuando años después de sucedidos le narrara personalmente el general Letona:

“…en los días en que el autócrata viera desquiciarse su poder y huir de su lado a hombres en quienes confió, sus facultades mentales sufrieron positivo quebranto, y dio en ver enemigos y traidores por todas partes. Fue entonces cuando se pasaba las horas metido en el oratorio de La Palma, de rodillas ante las imágenes de culto católico, rezando fervorosamente con la cabeza entre las manos. Salía de allí a consultar con los brujos indios, que hiciera venir desde Momostenango y Totonicapán, y encerrarse con ellos para practicar operaciones de hechicería…”.

Al parecer don Manuel se había aficionado a las artes ocultas desde los lejanos años del atentado de la bomba, y por algunas experiencias paranormales sucedidas luego de la muerte de su esposa. En fin, el diputado Adrián Vidaurre intervino en la sesión, señalando: “…Duéleme, señores diputados, tener que venir a haceros pública la seguridad en que estoy de que las facultades mentales del señor Estrada Cabrera no son ya normales. Una enfermedad tan traicionera como la que padece; una vida tan dura como la que lleva, son capaces de doblegar la salud más completa. Y hoy, por desgracia para mí, señores, tengo la firme persuasión de que mi amigo siempre querido, mi jefe severo, sí, pero respetuoso, no tiene la lucidez de un cerebro correcto; y sólo así podrían explicarse los errores, aberraciones, tonterías, monomanías y aún desmanes que comete…”. Con amigos así, ¿quién necesita enemigos?

El caso es que, como ya quedó apuntado antes, ese día 8 de abril, en horas de la tarde, empezó el bombardeo contra la ciudad, desde las baterías del Fuerte de Matamoros en contra del Cuartel Número 3, ubicado en las afueras nororientales de la ciudad, para impedir que la población se apropiara de las armas allí depositadas. Wyld Ospina relata que la situación dentro del Ejército era delicada ya que la oficialidad joven estaba a favor del movimiento unionista, mientras que los oficiales antiguos se mantenían fieles al dictador. También se bombardeó el área de la Plaza Mayor. Posteriormente, en una polémica desde las páginas del diario vespertino La Hora en 1972, uno de los hijos de don Manuel explicaría que el bombardeo se había hecho con munición sin espoleta, para que no estallara, caso contrario, la ciudad hubiera quedado pulverizada. Ignoramos si la anterior afirmación es cierta, pero la dejamos constar para que si alguien tuviera posibilidades de aclarar este aspecto de nuestra historia, contribuya con algunas líneas.

Ese 8 de abril presentaba un tenebroso panorama para el Movimiento Unionista. Vía telegráfica don Manuel puso en pie de guerra a los fuertes de San José de Buenavista y San Rafael de Matamoros, así como a las guarniciones militares de la Penitenciaría, de la Estación de Radio Inalámbrico, (ubicada al pie de la colina del fuerte de San José), de La Aurora, el Guarda Viejo, del Aceituno y la Guardia de Honor, estacionada en unos galpones de madera cerca de La Palma. Los unionistas tenían solamente el Cuartel Número 3, rendido solo por la decisión de su comandante coronel Juan López Ávila[2], al ver a los milicianos de la Liga Obrera armados con machetes, cuchillos, revólveres y garrotes. El comandante se puso a las órdenes del presidente interino y repartió seiscientos fusiles Reina Barrios[3] de cañón corto, sesenta cajas de munición y dos ametralladoras. Con estas armas tomaron por asalto la Mayoría de la Plaza y la Casa Presidencial (7 avenida y 12 calle), en donde hallaron dos ametralladoras nuevas, revólveres, espadas y fusiles sin estrenar.[4] Los oficiales mayores que se pusieron del lado del gobierno provisional aprestaron el batallón Canales y a los milicianos de Palencia para que de urgencia acudieran a defender a la capital. Los milicianos unionistas recibieron los fusiles y no tenían ni idea de su funcionamiento, así como de las ametralladoras. Según relata Arévalo Martínez, fue el príncipe Guillermo de Suecia, quien se encontraba de paso por Guatemala, quien les enseñó los rudimentos básicos para el manejo de las armas de fuego.[5] Estrada Cabrera por su parte, dispuso que la infantería al mando de los generales Reyes y Chajón ocupara las alturas de Santa Cecilia, cerrando el paso por el Guarda Viejo.

EC2

Otra de las barricadas construidas en plena calle del centro de la ciudad durante la Semana Trágica, que al disiparse el humo se establecería que se había cobrado alrededor de 1,700 vidas.

En la madrugada del 9 de abril los cañones de La Palma empezaron a rugir, así como los de San José y Matamoros. Los obuses impactaron en el Cuartel Número 3, y pasaban sobrevolando la ciudad, buscando impactar en la finca El Zapote, en donde el dictador presumía se había establecido el cuartel general de los alzados, pues don José Azmitia, uno de los mayores líderes unionistas, era gerente de la Cervecería Centroamericana. Bajo el bombardeo, los militares fieles a don Carlos Herrera conformaron un plan de ofensiva, señalando la necesidad de tomar el Fuerte de San José, estratégicamente invaluable, pues desde sus alturas se podría bombardear a La Palma. Los batallones Canales y Palencia atacarían La Palma desde el sur los primeros y desde el norte los segundos, para tratar de tomar la posición.

Al día siguiente, el 10 de abril, se supo que había desembarcado del buque de guerra estadounidense Tacoma, una compañía de marines, que marchaba hacia la capital para proteger los bienes y la seguridad de sus ciudadanos.

 

Regresamos a Carlos Wyld Ospina, quien resume:

“Por una semana, la corrida del 8 al 14 de abril de 1920, se combatió en toda la República con las armas en la mano. Cabrera se había declarado dictador, aunque sus ministros, con las únicas excepciones del licenciado Manuel Echeverría y Vidaurre y del general Miguel Larrave (sub secretario de la cartera de guerra, en desempeño del ministerio) rehusaron firmar el decreto correspondiente. Esto no impidió a Estrada Cabrera reconocer la beligerancia del nuevo gobierno y sus defensores, porque hemos de estar en que la Asamblea, al poner fuera de la presidencia a don Manuel, había nombrado para sustituirlo al ciudadano Carlos Herrera. El gobierno encabezado por este señor, a su vez declaró fuera de la ley a Estrada Cabrera y ordenó a sus tropas batirlo como rebelde.

El 8 de abril quedábale al autócrata todavía la mayor parte de los cuarteles, fuertes y efectivos militares de la capital y la totalidad de los departamentales. Herreristas y unionistas luchaban con notoria desventaja. No se comprende, sino por la falta de un mando único y de un plan coordinado, la derrota de Estrada Cabrera…”.

 

La lucha fue dispar, pero jugó en favor de los unionistas que el dictador se hubiese aislado en La Palma, aunque tuviera a su disposición modernas piezas de artillería francesa de 75mm y cerca de 800 hombres. Sin embargo, los rebeldes capturaron la central del telégrafo al pie de San José y se lanzaron a una campaña de desinformación, interceptando los mensajes que enviada el dictador a las guarniciones departamentales y sustituyéndolas por confusas contraórdenes, que terminaron por sembrar el caos en las tropas cabreristas. Así, el 12 de abril, el párroco de la iglesia El Calvario subió la cuesta hacia el Fuerte de San José con una bandera blanca y convenció a su comandante, el coronel Villagrán Ariza de que se entregara al gobierno provisional. Los unionistas encontraron en sus bodegas 1,000 fusiles nuevos y 5,000,000 de cartuchos de munición, cuatro ametralladoras y cuatro cañones.[6] Al correr la noticia, los cañones de Matamoros se enfilaron en contra de San José, sumándose luego La Palma al bombardeo. Sin embargo, la privilegiada ubicación de San José pudo dominar las posiciones de la finca presidencial.

Cuenta don Luis Beltranena que cuando los comandantes del Fuerte de San José iban a presentarse a don Carlos Herrera rodeados de soldados unionistas, un grupo quiso atacarlos, impidiéndolo Carlos Ávila Perret, gritándoles: “…¡Alto compañeros que son hombres de honor y militares bravos que se han rendido y debemos respetarlos!”. Ese mismo día, 12 de abril, los unionistas derrotaban en los altos de Santa Cecilia al general Reyes y tomaban una pieza de artillería y varios fusiles. El general Ramírez Valenzuela se dirigió luego a la Penitenciaría, en donde recibió la capitulación de la guarnición y marchó hacia el sur, ocupando la Plaza Reina Barrios, plantándole sitio a la Academia Militar y tomó La Aurora, en donde acampó con el resto de sus tropas.

Portada del diario El Unionista, órgano de difusión del Partido Unionista, en el que se denunció continuamente al gobierno de Estrada Cabrera, y en el que constan los sucesos relativos al derrocamiento del dictador.

Portada del diario El Unionista, órgano de difusión del Partido Unionista, en el que se denunció continuamente al gobierno de Estrada Cabrera, y en el que constan los sucesos relativos al derrocamiento del dictador.

Mientras tanto, marcharon sobre la capital para unirse a los unionistas, las tropas del batallón 15 de marzo, los milicianos de Amatitlán, Villa Nueva y Santa Rosita, que se sumaron al sitio de La Palma. El día anterior, el 11 de abril, algunos obuses cayeron cerca de la Legación de México y de Inglaterra, levantando airadas protestas del Cuerpo Diplomático, quien redactó un ultimátum amenazando con desconocer al gobierno de Estrada Cabrera si este continuaba con su inhumana e inútil campaña de bombardeo en contra de la ciudad. El cuerpo diplomático exponía en su nota: “…la continuación del bombardeo y ataque a la ciudad, siendo una acción inútil, sin sentido e inhumana, podrá obligarlo [al cuerpo diplomático] a romper sus relaciones diplomáticas con Vuestra Excelencia, sujetando esta decisión ad-referendum de sus respectivos gobiernos”. El dictador respondió que los bombardeos estaban dirigidos en contra de objetivos militares que atacaban a La Palma.

 

-II-

La capitulación del dictador

 

Mientras tanto, el día 9 de abril, don Carlos Herrera nombró como sus representantes a don Marcial García Salas, don José Ernesto Zelaya y Manuel Valladares Rubio para negociar en forma pacífica la salida del presidente. El dictador nombró por su parte a don Manuel Echeverría y Vidaurre (canciller) y al coronel Cristino de León, jefe de Estado Mayor. La sede de las pláticas fue la Legación de los Estados Unidos. El gobierno provisional se estableció en una residencia en la 5 calle, próxima a la Legación de México y allí se dispuso la conformación del gabinete.

Las negociaciones continuaron entre combates y ceses de fuego continuamente violados por el dictador, hasta que el 14 de abril a primeras horas de la noche se concretó un cese al fuego definitivo. Se pactó que al día siguiente se rendiría el dictador, en La Palma, ante el Cuerpo Diplomático. Ese mismo día por la mañana se firmó el documento de capitulación, que en su punto primero establecía la capitulación total de Estrada Cabrera y la entrega del gobierno a don Carlos Herrera y en el segundo, que el dictador sería trasladado “por su seguridad” a la Academia Militar para quedar bajo arresto. El documento de capitulación, recogido por don Luis Beltranena decía:

“Enrique Haeussler, Canuto Castillo y Manuel Echeverría y Vidaurre, representantes del Gobierno del señor Manuel Estrada Cabrera, por una parte, y Marcial García Salas, José Ernesto Zelaya y Manuel Valladares, representantes del Gobierno del señor don Carlos Herrera, y Saturnino González, José Azmitia, Francisco Rodríguez y J. Demetrio Ávila, en representación del Partido Unionista, han convenido lo siguiente: Primero: En que el Doctor don Manuel Estrada Cabrera capitula en lo absoluto y se entrega al Gobierno del señor don Carlos Herrera, Gobierno que lo conducirá y alojará en la Academia Militar. Segundo: En que el señor Estrada Cabrera será conducido de su residencia La Palma a dicho lugar con el acompañamiento de los Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático para su seguridad personal, y a petición del Señor Ministro de Relaciones Exteriores. Además irán seis miembros del Gabinete del señor Herrera, seis representantes del Partido Unionista y seis jefes militares del señor Herrera. El señor Cabrera podrá llevar sus ayudantes militares…”.

 

Un diario de la época, El Excelsior, publicó un relato de la capitulación de Estrada Cabrera, citado por Hernán del Valle[7]:

“…A las 9 de la mañana, representantes diplomáticos y delegados del nuevo Gobierno llegaron en varios automóviles a La Palma, que estaba sin guardia, porque el personal a su servicio había escapado casi en su totalidad. El periodista agregó que sobre una calle, hacia la derecha de la puerta de entrada y cercano a unos cipreses, estaban un grupo que a él le pareció de trágico aspecto, con señales de no haber tenido sosiego, con la ropa sucia, desgreñados, en manifiesto abandono. Allí vio a familiares de Estrada Cabrera, Jorge Galán, Rafael Yaquián y José Santos Chocano; también a los señores José Pineda Chavarría y Andrés Largaespada, así como al Coronel Juan B. Arias y otros”.

 

Histórica fotografía del momento en que don Manuel, ya habiendo capitulado, marcha hacia su prisión acompañado por el cuerpo diplomático, tras 8 días de violentos combates en la capital y principales ciudades del país.

Histórica fotografía del momento en que don Manuel, ya habiendo capitulado, marcha hacia su prisión acompañado por el cuerpo diplomático, tras 8 días de violentos combates en la capital y principales ciudades del país.

El Excélsior continúa relatando que el Cuerpo Diplomático y la comitiva se situaron en un quiosco. Estrada Cabrera apareció vestido de americana, con bastante sangre fría para la situación. Saludó y entre otras cosas dijo que se entregaba a la hidalguía del Gobierno y del pueblo de Guatemala para quien había querido hacer lo mejor. Luego los invitó a marcharse y caminó en medio de los ministros de Estados Unidos –señor Benton McMillin- y también el de España; atrás, iba el periodista Federico Hernández de León.

Otros testigos dan un detalle interesante. Don Manuel sale a un desayunador de paredes de vidrio de La Palma en donde lo espera el Cuerpo Diplomático. Viste levita y porta una llamativa condecoración. Unos hombres de las milicias unionistas detienen al dictador y lo registran. Le quitan un revólver y 71,000 dólares. El hombre murmura algo con desagrado y se retira nuevamente, para regresar vistiendo frac, y dirigiéndose a los embajadores les indica que ya está listo. Retomamos el relato de El Excélsior:

“…Al bajar la avenida que conducía a la puerta principal, Estrada Cabrera le dijo al ministro estadounidense: ‘Este año la primavera se ha retrasado. Estos árboles aún no tienen hojas’. El ministro le respondió: ‘Pronto llover’. Y continuaron caminando. Al llegar al automóvil –propiedad del Licenciado J. Eduardo Girón–, quizá por agotamiento, el ex presidente no pudo subir al vehículo, y el diplomático tuvo que ayudarlo. En ese vehículo que encabezaba la comitiva, iban los dos diplomáticos recién mencionados y un marino del barco estadounidense Tacoma; también los señores Federico Hernández de León y Rogelio Flores quienes pasaron por las silenciosas calles de San Pedrito. Atrás iban los demás autos con los prisioneros y los delegados del nuevo Gobierno. Nadie habló…”.

 

Recuerdos de la dictadura. Un empresario aventurero imprimió esta postal con los rostros más conocidos del cabrerismo, algunos muertos en los combates, otros linchados por la multitud frente al edificio de San José de Los Infantes y otros, prisioneros. Llama la atención la leyenda en la esquina inferior izquierda: “Véase la postal en que aparecen las víctimas del Cabrerismo”, que denuncia una serie de documentos gráficos.

Recuerdos de la dictadura. Un empresario aventurero imprimió esta postal con los rostros más conocidos del Cabrerismo, algunos muertos en los combates, otros linchados por la multitud frente al edificio de San José de Los Infantes y otros, prisioneros. Llama la atención la leyenda en la esquina inferior izquierda: “Véase la postal en que aparecen las víctimas del Cabrerismo”, que denuncia una serie de documentos gráficos.

 

[1] Wyld Ospina, Carlos. El Autócrata. Ensayo Político-Social. Tipografía Sánchez & De Guise, Guatemala: 1929.

[2] Arévalo Martínez, Rafael ¡Ecce Pericles!. Tipografía Nacional de Guatemala, Guatemala: 2009. Página 521.

[3] Según información adicional proporcionada por Rodolfo Sazo, querido amigo e investigador, el presidente Reina Barrios modificó el mecanismo de disparo de un fusil para mejorarlo, patentando su invento y donando la patente al Estado de Guatemala. Según Beltranena Sinibaldi, el fusil Reina Barrios era utilizado por los artilleros para portarlo cruzado en bandolera, asumo yo que por tener el cañón corto.

[4] Beltranena Sinibaldi, Luis. Cómo se produjo la caída de Estrada Cabrera. Edición privada del autor. Guatemala: 1970. Página 32.

[5] Arévalo Martínez. Op. Cit. Página 526. El príncipe había llegado a Guatemala en su yate privado el 5 de abril y subido a ciudad de Guatemala, hospedándose en el Hotel Grace. Al estallar la rebelión unionista el 8 de abril, el príncipe Guillermo quedó atrapado en la ciudad, pero simpatizando inmediatamente con los rebeldes participó entrenándolos.

[6] Beltranena Sinibaldi, Op. Cit. Página 34.

[7] Del Valle Pérez, Hernán. Carlos Herrera. Primer Presidente Democrático del Siglo XX. Fundación Pantaleón, Guatemala: 2003.


La semana trágica (I)

La violenta caída del tirano Manuel Estrada Cabrera

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Semana1

El señor presidente Manuel Estrada Cabrera en emisión postal de 1918. Aunque todavía faltaban 2 años para su caída, su régimen empezaba ya a resquebrajarse. (Fuente: http://www.123rf.com/).

Hace 100 años, el 8 de abril de 1920, a la caída de la tarde, un estruendo sacudió la normalmente apacible Ciudad de Guatemala. Las baterías del Fuerte de Matamoros tronaron, bombardeando las goteras de la ciudad al oriente, sede del cuartel Número 3, presuntamente fiel al gobierno provisional de don Carlos Herrera. Al día siguiente, el 9 de abril, las baterías francesas, concentradas en la finca presidencial de La Palma en el suroriente de la ciudad, empezaron también su bombardeo, buscando el centro de la ciudad y la Finca El Zapote, presunto cuartel general de los unionistas. ¿Qué llevó al dictador a tomar la terrible decisión de bombardear una ciudad completamente desprotegida? ¿Qué sucedió después? Las respuestas a estas preguntas constituyen unas de las páginas más hermosas de la historia de nuestro país, y contradictoriamente, de las más desconocidas.

  

 

 

-I-

El inicio de la crisis

 

La caída del dictador Manuel Estrada Cabrera no puede atribuirse a un solo hecho. El derrumbe del régimen que por 22 años había dictado los destinos de Guatemala entre un espeso clima de violencia y sospecha, puede encontrarse en los sucesos naturales acontecidos entre diciembre de 1917 y enero de 1918, cuando una serie de terremotos y sus violentas réplicas sacudieron a la ciudad, dejándola completamente arrasada. Según el arqueólogo y espía norteamericano, Silvanus Morley, el 90% de la ciudad quedó en escombros, y la totalidad de los servicios de agua y electricidad colapsaron, lo mismo que los caminos que comunicaban a la capital con el resto del país. La gente abandonó las ruinas de sus propiedades y se trasladaron a donde pudieron. Los que tenían posibilidades salieron de la ciudad a vivir en sus casas de descanso, en Escuintla, Amatitlán, Antigua Guatemala, o a sus fincas. Los que no tenían otras propiedades a las que marcharse se desperdigaron en campamentos provisionales que se establecieron en espacios abiertos en la arrasada ciudad, sus parques, plazas, atrios de las iglesias o los potreros de las afueras se acondicionaron para que la gente construyera sus “tembloreras”, champas o carpas en donde pasar el mal rato. Incluso los jardines del boulevard 30 de junio fueron transformados en un gran campamento, donado por la Legación de los Estados Unidos.

 

Semana2

Estado en el que quedó la sala de operaciones del Hospital General luego de los terremotos de 1917 y 1918.

Pero las desgracias nunca vienen solas, solían decir las abuelitas, y así el año siguiente, 1919, fue el año de la influenza, que se llevó a no pocas personas, provocando también una aguda crisis de salud, pues los hospitales destruidos unos y desbordados otros no pudieron responder adecuadamente a la epidemia. El gobierno, al parecer, no era capaz de responder con tino y celeridad a las crisis que se venían acumulando. La gente empezó a ver que el régimen hacía agua, que sus funcionarios eran corruptos e incapaces y que el omnipresente Estrada Cabrera se mantenía aislado de la población, escondido tras las alambradas y las cañas del “poste vivo”, que rodeaban a La Palma.

Algunos guatemaltecos se pusieron manos a la obra para encontrar una salida política a este régimen que daba la espalda a los habitantes del país. Así, con ayuda de la Constitución Política de 1879, se funda el Partido Unionista, en diciembre de 1919. Al mes siguiente, el jueves 15 de enero se publicaba en ciudad de Guatemala el primer número del diario El Unionista, con el lema “La palabra de un Hombre Libre vale más que la de siete mil esclavos”. Ese diario publicó en su primera edición, el Acta de Organización del Partido Unionista, que tenía como objetivo: “Dedicar todos nuestros esfuerzos para obtener por medios pacíficos y dentro de la más extricta obediencia a las leyes, el resurgimiento pronto, pero estable, justo y popular de la antigua nación Centroamericana (…) Trabajar, dentro del orden legal, porque el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones que la forma republicana democrática requiere para ser eficaz, sean efectivos y sinceros, así por parte de las autoridades como por la de los ciudadanos, pues de otra manera la Unión será imposible…”

En respuesta a esta iniciativa, el dictador llamó a la capital a los líderes de la Convención Liberal que había promovido su última reelección en 1917, y se fundó un Club nuevo, llamado Juventud Liberal. Este club invitó a la población en general a nombrar delegados de toda la república para participar en un congreso que condenara el Movimiento Unionista, ensalzando la figura del Presidente. Los delegados del interior del país llegaron, pero buscaron la Casa del Pueblo, sede del Partido Unionista, (ubicada en la doce calle entre cuarta y quinta avenidas de la actual zona 1, pared por medio con la Legación estadounidense), para enterarse de lo que estaba pasando. Las grandes marchas de adhesión al presidente no pudieron llevarse a cabo, y en cambio, las ideas unionistas se difundieron por todo el territorio nacional.

El Señor Presidente hizo un último intento por bloquear al Partido Unionista, haciendo que la Asamblea Legislativa declarara que a Estrada Cabrera, en su calidad de Presidente Constitucional de la República, era al único al que correspondía gestionar las actividades relacionadas con la unión centroamericana. Al mismo tiempo, el dictador aumentó la dotación de guardia en La Palma y concentró varias piezas de artillería (francesas de 75mm) con abundante munición, “por si las moscas”.

El clima político en ese enero de 1920 era incierto. Aunque había mucha tensión frente a este presidente parapetado en una finca en las afueras de la ciudad, el optimismo valiente con el que surgió el Movimiento Unionista hizo soñar a muchos. Todos sabían que Estrada Cabrera se había mantenido en el poder gracias a la complacencia de los Estados Unidos, pero de pronto, se dio un cambio de representante diplomático de éste país que agudizó el desconcierto. Con la llegada del nuevo Ministro, Mr. Benton McMillin, crecieron los rumores de que el cambio obedecía al apoyo de Washington al movimiento unionista, mientras que otros lo veían más bien como un espaldarazo de apoyo al dictador. El silencio de McMillin no ayudó a aclarar las cosas, silencio que rompió tan sólo al momento de presentar sus Cartas Credenciales, acto durante el cual dijo que el gobierno de los Estados Unidos se oponía a las medidas revolucionarias, y que no reconocerían un gobierno surgido de un movimiento revolucionario. Un valioso testigo de la época, don Luis Beltranena Sinibaldi explica en su interesante documento “Cómo se produjo la caída de Estrada Cabrera”, afirma que a la llegada del embajador, el Partido Unionista no tenía ningún vínculo con el diplomático. Éste testigo apunta que cuando don Luis Pedro Aguirre logró entrevistarse con el nuevo ministro y sondearlo sobre su posición frente al ideario unionista, éste se limitó a decirle que el Partido Unionista debía esperar la celebración de las nuevas elecciones, y entre tanto, Estrada Cabrera seguiría al frente del gobierno, hasta culminar su período constitucional en 1923.

 

-II-

La destitución del presidente

 

Originalmente, la Asamblea Legislativa celebraba sus sesiones en el edificio de la antigua sede de la Sociedad Económica de Amigos del País, en la 9 avenida, (en donde se levanta actualmente eel Congreso de la República), sin embargo en febrero de 1920, Estrada Cabrera les ordenó trasladarse al edificio de la Academia Militar, fuera del perímetro de la ciudad, por supuesta precariedad del edificio de la Asamblea tras los terremotos. El Presidente buscaba evitar así la presencia de la barra de asistentes a las sesiones, además de tener a los diputados en un ambiente controlado por una guardia militar.

Los diputados obedientemente se trasladaron a las nuevas instalaciones al inicio del boulevard 30 de junio (sede del actual Ministerio de la Defensa), pero el Partido Unionista llamó a una marcha en protesta contra la medida y de solidaridad con los representantes. La masiva manifestación se convocó para el 11 de marzo y recorrió toda la 7 avenida hasta el boulevard 30 de junio en apoyo a la Asamblea. Se calcula que alrededor de 30,000 personas participaron en la manifestación.

 

La manifestación del 11 de marzo avanza frente a la Penitenciaría, en las goteras de la ciudad, rumbo al edificio de la Academia Militar, a donde se había trasladado a los diputados.

La manifestación del 11 de marzo avanza frente a la Penitenciaría, en las goteras de la ciudad, rumbo al edificio de la Academia Militar, a donde se había trasladado a los diputados.

El periodista Carlos Wyld Ospina, reconstruyó en las páginas de su ensayo El Autócrata, los sucesos del 11 de marzo:

“El 11 de marzo del mismo mes y año, un inmenso desfile popular, sin precedente en la historia centroamericana como acto cívico, se desenvuelve por las calles de la capital de Guatemala. Va organizado en secciones: cada una levanta una bandera o estandarte, como los ejércitos. El temor a la muerte imprime su espantosa disciplina al escuadrón de ciudadanos.

La Asamblea se reúne en el edificio de la Academia Militar, por orden del autócrata. Quiere él que los representantes legislen en la vecindad de los cañones para que no olviden que el respeto a la fuerza en su más alto deber. A la sazón se encuentra un numeroso grupo de diputados en el edificio, en espera de la manifestación unionista.

Al discurrir el desfile por el bulevar, los esbirros del terrorismo, confundidos con el público espectador, disparan sus revólveres contra la viviente columna en marcha. Por el momento, más que herir, desean provocar: sin duda tal era la consigna recibida en La Palma. Pero una bala hiere a un ciudadano manifestante, joven y de oficio barbero. Al derrumbarse en tierra aquel hombre (Benjamín Castro), una racha de horror sacude los nervios de la multitud. La columna se rompe y arremolina en pánico. Resuenan más disparos: son descargas hechas por las tropas apostadas tras las vallas de boj del bulevar y los muros de la Academia. Dícese que los oficiales y soldados dispararon hacia lo alto, sintiéndose incapaces de fusilar a sus hermanos civiles. Debió de ser así porque ningún otro manifestante fue herido…”.

 

Continúa el relato de Wyld Ospina:

“…Pasado el primer momento de confusión, la masa humana se sobrepone al terror de la salvaje acometida. Hay escenas patéticas y un gran acto de heroísmo popular. Los compañeros han alzado en brazos al herido, como una bandera santa. Un hombre grita la consigna, dominando el tumulto: ¡Adelante, nadie se detenga, nadie conteste con la fuerza, adelante! (…) La muchedumbre comprende entonces que la salvación está en permanecer unida y pacífica ante el peligro. Para esto le basta con recurrir a su instinto (…) Es el pavor disciplinado.

(…) Al grito de ¡Adelante! Se ha reanudado el desfile. Nadie osa ya detenerlo. Frente a la Academia Militar, un grupo de diputados, con su presidente a la cabeza avanza hacia las puertas para recibir el homenaje popular, pero los centinelas cruzan los fusiles impidiendo el paso a los representantes de la ley. Entonces el licenciado José A. Beteta, uno de los cabecillas políticos de la Asamblea, tiene el gesto oportuno y magnífico de un girondino:

-¡Alto!- grita al oficial que manda la guardia- Las armas nacionales no están en vuestras manos para atacar a la representación del pueblo sino para rendirle honores. ¡Capitán: mande presentar las armas!

Y el capitán obedeció.”

 

En La Palma estaban acantonados en esos momentos alrededor de 800 soldados momostecos, conocidos por su disciplina y capacidad militar, puestos al mando del general José María Letona, diputado de la Asamblea, Subsecretario de la Guerra y hombre incondicional del régimen. La tropa en medio de la tensión que venía acumulando, mal comida y mal tratada, empezó a desertar. Al enterarse, el dictador llamó al general Letona y frente a otros oficiales lo insultó y lo golpeó con la cacha de su revólver, acusándolo de cobarde y negligente. Letona abandonó La Palma y se refugió temporalmente en la Legación de Inglaterra (13 calle y 9 avenida). En respuesta, Estrada Cabrera dispuso cambios inmediatos en su gabinete, integrando al entonces coronel Jorge Ubico y al general José María Orellana.

Entre tanto, ante la masiva manifestación popular, la Asamblea decidió regresar a su sede en el centro de la ciudad, desobedeciendo al dictador. Esta medida de abierto desafío, fue interpretada por la gente como un síntoma de la inminente caída del Estrada Cabrera.

La noche del 7 de abril, los liberales que habían apoyado al dictador se dieron cuenta de que la situación era insostenible. Liderados por un conocido colaborador del régimen, Adrián Vidaurre, llamaron a representantes del Partido Unionista y decidieron pactar. A cambio de la suma de votos para deshacerse del dictador, pidieron poner en la presidencia provisional a un hombre de confianza y varias carteras del gabinete. Esa noche dispusieron que a la mañana siguiente, a primera hora, se reuniera la Asamblea Legislativa a tratar el tema del futuro político del país.

 

Maravillosa fotografía de la mañana del 8 de abril de 1920, completamente tomada por la población, en espera de lo que decida la Asamblea Legislativa sobre el futuro del dictador atrincherado en La Palma.

Maravillosa fotografía de la mañana del 8 de abril de 1920, completamente tomada por la población, en espera de lo que decida la Asamblea Legislativa sobre el futuro del dictador atrincherado en La Palma.

El 8 de abril de 1920, amaneció con el edificio de la Asamblea Legislativa completamente abarrotado. Desbordado de gente, ocuparon los techos vecinos y calles circundantes. Algunos diputados se escondían en sus casas para no presentarse a la sesión, así que la gente organizó piquetes de ciudadanos que fueron a sus residencias y los llevaron obligados, algunos incluso, cargados. A las 8 de la mañana se abrió la sesión, procediéndose a la lectura del minucioso relato del incidente del general Letona, terminando con la solicitud del licenciado Rafael Piñol y Batres de que el presidente fuera retirado del cargo, pues su actitud errática o desorden mental comprometía los intereses de la República. En la solicitud se establecía que al Señor Presidente se le ofrecían todas las garantías necesarias para su persona y familia para salir del país, en busca de una cura en el extranjero. Horas después, a eso de las 11 de la mañana, se terminó la sesión, separando a don Manuel Estrada Cabrera del cargo y nombrando al Primer Designado, don Carlos Herrera como encargado de la presidencia interinamente. Cuando se supo el resultado de la sesión, la ciudad entera atronó con dobles de campanas y sirenas de las locomotoras del ferrocarril.

Histórica fotografía del 8 de abril de 1920, cuando el ya presidente provisional Carlos Herrera abandona la sede de la Asamblea Legislativa.

Histórica fotografía del 8 de abril de 1920, cuando el ya presidente provisional Carlos Herrera abandona la sede de la Asamblea Legislativa.


La suerte de los que se quedan…

Los hechos que siguieron al asesinato de Reina Barrios

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Disipado el humo del disparo que se llevó la vida del presidente José María Reina Barrios, la vida del país y de su familia habrían de cambiar para siempre. Edgar Zollinger yacía en el suelo asesinado también por un agente de la policía y rematado por “Matamuertos”, a pocas cuadras del sitio en donde se desplomó el presidente. ¿Qué pasó en los días inmediatos al asesinato? ¿Qué suerte corrió la familia del general Reina Barrios? ¿Cómo les cambió el destino ese crimen?

 

Interesante retrato del Presidente José María Reina Barrios publicado en la revista "La Ilustración Española". (Fotografía original de Valdeavellano).

Interesante retrato del Presidente José María Reina Barrios publicado en la revista «La Ilustración Española». (Fotografía original de Valdeavellano).

  

-I-

No tenemos información de quién llevó la noticia del asesinato de su esposo ni del impacto que esta causó en doña Algeria. Solo sabemos que perdió la razón. Don Antonio Batres Jáuregui, protagonista principal de los hechos que abordaremos aquí, relata que el cuerpo sin vida del presidente fue llevado de inmediato a la Casa Presidencial y colocado sobre la mesa de uno de sus salones. Podemos imaginar el desconcierto, el caos desatado por el crimen. Imaginamos portazos, órdenes y contraórdenes en los pasillos, pasos apresurados. Algún llanto y lamentos. Quizás no hay noticias porque al momento de su muerte, el presidente Reina llevaba diez meses de haberse separado de doña Algeria, quien además, parece que era medio enfermiza, con frecuentes viajes al extranjero para “curar su salud”, según ha documentado el investigador Rodolfo Sazo en los periódicos de la época.

Tenemos, sí, el recuento en primera persona de don Antonio, que relata:

“…Era la noche del 8 de febrero del año 1898. Me encontraba yo, a las 8, en casa de mi amigo Agustín Gómez Carrillo, cuando el doctor don José Matos, Subsecretario de Relaciones Exteriores, acompañado de mi hijo Carlos, entró diciendo en alta voz: ‘¡Don Antonio acaban de asesinar al Presidente Reyna Barrios!’ Salí al instante, embozado en una capa, sin arma alguna, y en dirección al palacio. Llegamos corriendo. La guardia estaba dispersa. El Jefe del Estado Mayor, general Toledo, se había ido al teatro; ningún otro de los ministros se encontraba aún. El cadáver del infortunado caballero, del valiente militar, del Jefe de la Nación, tendido sobre una mesa en el mayor desamparo y abandono. Tal el triste cuadro que allí se veía…”[1]    

 

Esa noche de febrero todo es confusión. Lo relata también Rafael Arévalo Martínez en su ¡Ecce Pericles! Al saberse del asesinato del mandatario se reúne en palacio el consejo de ministros, compuesto por el licenciado Mariano Cruz de Gobernación, Justicia e Instrucción Pública, el licenciado Antonio Batres Jáuregui de Relaciones Exteriores, Francisco Castañeda de Hacienda y Feliciano García de Fomento. El ministro de Guerra, Greogorio Solares, nos informa don Rafael, siempre acucioso, no estaba en la ciudad. Andaba de descanso en el Puerto San José. Los ministros discutían qué hacer con la vacante de la presidencia, sabiendo todos que el Primer Designado para cubrirla era el licenciado Manuel Estrada Cabrera, exministro de Reina Barrios y quien había pasado los últimos meses retirado de la política. Refiere don Rafael que Estrada Cabrera, al enterarse de la muerte del presidente corrió al palacio para enterarse de la situación, y cuando ingresó al salón en donde discutía el Consejo de Ministros, que supuestamente ya había llegado a un acuerdo en asumir en comité la primera magistratura. Le cedo la palabra a Arévalo Martínez:

“-No puede ser- les dijo con énfasis. Es inconstitucional. Yo soy el que en calidad de primer designado debo ser el Presidente interino. Hagan otro acuerdo.

Hubo resistencia y se elevaron las voces y con más vehemencia que nadie el que ya se creía presidente.

Saqué la pistola del pecho, los encañoné a todos y les afirmé levantando la voz:

-Estoy dispuesto a matar a todo el que no firme.

En ese mismo instante entró el Jefe del Estado Mayor de Reyna Barrios y me dijo:

-¿Llamaba usted, Señor Presidente?

Aunque a regañadientes doblemente compelidos firmaron los circunstantes…”[2]

 

Así que ya ven ustedes cómo se hacía política en aquellos años. Al parecer don Manuel era hombre de armas tomar y de no dejarlas sino hasta muchos años después. Además del impacto del asesinato, esa misma noche, nos relata el siempre sospechoso Adrián Vidaurre en su libro de memorias, se sublevaron los hombres de la comandancia de armas, pero estos no quisieron enfrentarse con los caballeros cadetes que vigilaban el palacio presidencial, por lo que rápidamente se disolvió el levantamiento, no sin cobrarse un saldo de vidas humanas. Sus cabecillas, el general José Nájera, comandante y el coronel Salvador Arévalo ante su fracaso, huyeron a El Salvador, dejando muerto al general Daniel Marroquín, fiel a Estrada Cabrera.

El nuevo presidente publicó un manifiesto a la población al día siguiente de asumir el despacho en el que aseguraba: “Llamado por ministerio de la ley a ejercer la presidencia, es su deber declarar que nunca hubiera aceptado tal designación si hubiese sabido que tendría que ejercerla; pero que no desfallecerá porque está convencido de que para gobernar a Guatemala sólo se necesita cumplir con la ley, fija la vista en un punto único: la Constitución de la República. Corta y de carácter interino será su administración”. Imagínense ustedes si 22 años se le antojan cortos, cómo les habría ido a nuestros abuelos si no se rebelan en abril de 1920.

La situación, como es fácil de imaginar era de confusión, y en la confusión sacan provecho los hábiles. ¿No se han preguntado por qué el general Reina Barrios, presidente liberal, está enterrado en las bóvedas de la Catedral Metropolitana? Don Antonio Batres Jáuregui, quien afortunadamente se sentó a escribir sus recuerdos, nos relata:

“El día 10, cuando me disponía, a las ocho de la mañana, a irme al Palacio sin saber nada de lo ocurrido, pues yo estaba durmiendo en mi casa esa noche, para reponer la anterior que había sido de angustia, trabajo y desvelo completo, recibí un bondadoso aviso de doña Isabel Arrivillaga, por medio de dos sobrinas suyas, las apreciables señoritas María Teresa Zepeda y María Arrivillaga, diciéndome que no fuera al entierro del general Reyna Barrios porque había una turba de gente armada por El Gallito, dispuesta mediante un complot a asesinar a los ministros y a arrastrar el cadáver del Presidente (…) Supuestos prosperistas. El entierro iba a ser en el Cementerio General, pero para evitar la turba, apenas dos horas antes, se decidió hacerlo en las bóvedas de la Catedral.”

 

Nos sigue relatando don Antonio que esa misma mañana un carpintero conocido suyo, llamado Juan Bejarano fue hasta su casa para advertirle:

 “Vea señor –me dijo- no vaya al entierro, porque están disponiendo una matazón. Mire, estos cinco pesos, que me acaban de dar en la fonda El Conejo, para que yo vaya entre los revoltosos; cogí el pisto, y vengo a avisarle lo que está pasando…”[3]

 

Así que alguien estaba armando una situación explosiva. Algunos acusan a don Manuel de estar detrás de éstas maquinaciones. Otros acusaron a don Próspero Morales, eterno opositor de los regímenes de Reina Barrios primero y Estrada Cabrera, después. Lo cierto es que para evitar la violencia, los pocos hombres prudentes que quedan en situaciones exaltadas como esas, decidieron darle la vuelta al plan maquiavélico y acuden a la Iglesia para salir del entuerto. Según el testigo privilegiado de don Antonio Batres, a él se le ocurrió la idea de enterrarlo en la Catedral. Para evitar un cortejo multitudinario, el asunto se debería despachar con sigilo, pues don Manuel, no se sabe con qué intención, le había informado a Batres que había puesto a disposición una tropa de cien soldados para acompañar el féretro hasta el Cementerio General. El testigo al que hemos recurrido cuenta que por su parte él había calculado que para prevenir cualquier disturbio hubiera sido necesario contar al menos con mil soldados al mando de un general.[4]

El licenciado y múltiple ministro, don Mariano Cruz, fue nombrado para realizar las gestiones y lograr la autorización del arzobispo Casanova de hacer uso de la Catedral, en donde también reposan los restos del general Rafael Carrera. “Aunque el general Reyna era masón de alto grado, no opuso dificultad el jefe de la Iglesia; porque comprendió las circunstancias, y además, porque el general Reyna no había hostilizado, en lo más mínimo, a la religión católica ni a ningún otro culto…”[5] Así las cosas, se levanta el cuerpo del mandatario de la capilla ardiente que se había montado  en el salón de recepciones del palacio. El féretro fue llevado en hombros por generales del ejército, acompañados de los ministros, autoridades superiores, cuerpo diplomático y consular. El cortejo fúnebre se dirigió hacia el Portal de Comercio y lo recorrieron paralelo, sobre la plaza hasta llegar a las bóvedas de la Catedral. Así que se despachó el entierro sin más pompa, bajo un cargado ambiente de violencia en gestación.

Así terminaba el gobierno progresista del general Reina Barrios, que por supuesto también tuvo sus sombras. Basta recordar esos locos planes de guerra con México, gigante al que pretendía derrotar, pues “…esperaba que Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica harían causa común con él. Si triunfaban, seguiría una república centroamericana, de la que él sería el primer presidente…”,[6] sin duda imitando los planes más descabellados de su difunto tío, y sin aprender de su ejemplo, abatido según parece por sus propias tropas, en los campos de Chalchuapa, en El Salvador. Según el artículo citado, Reina Barrios había logrado levantar un ejército de alrededor de cuatro mil hombres, y los concentraba cerca de la frontera, en Champerico y Quetzaltenango. Había dotado a esta tropa con uniformes alemanes y cascos blancos (imaginamos que los famosos salacots, conocidos en todas las fotografías de los dominios imperiales europeos).

El periódico reportaba que apenas un año antes habían ocurrido serios incidentes en la frontera con El Salvador, que habían provocado rumores de guerra, y que Guatemala había recibido un gran contingente de artillería. Afirma el citado diario: “La carga para Guatemala consistía en 600 toneladas de cañones de montaña Krupp. También pertrechos militares y municiones. Extrañamente, la artillería arribó a Guatemala empacada como mercadería con destino al Ministerio de Agricultura”.[7]

-II-

La viuda

Tras la muerte de su esposo doña Algeria decidió regresar a su país nativo, los Estados Unidos. Ignoramos la fecha, pero sabemos por ejemplo, que dejó asuntos sin resolver, pues su lujosa residencia ubicada sobre el Paseo 30 de junio, Villa Algeria, quedó abandonada por mucho tiempo. Hoy día es un discreto hotel. Marchó no sabemos si todavía embarazada o ya con la bebé en brazos, a quien puso por nombre Consuelo. Doña Algeria, reporta un diario de la época, era originaria de Virginia y había conocido al general Barrios en Nueva Orleáns, en donde ella actuaba de vedette. Reina Barrios se enamoró de la norteamericana y se la llevó a Nueva York, en donde se casaron, para luego viajar a Europa, en donde el general asumió el consulado de Guatemala en Hamburgo, un puesto diplomático de primera importancia en ese entonces.

Según reporta el sitio neworleanspast.com, doña Algeria regresó a Nueva Orleans, pero estuvo como alma en pena. Incluso reportan que estuvo arrestada en Londres y Nueva York, acusada de intoxicación. Al parecer se volvió drogadicta, porque para el año nuevo de 1910 la tenemos ingresando en el Asilo Touro-Shakespeare en Nueva Orleans, sin un centavo y casi ciega.

  

Asilo Touro-Shakespear en Nueva Orleans, así lucía cuando ingresó en él Algeria Benton.

Asilo Touro-Shakespear en Nueva Orleans, así lucía cuando ingresó en él Algeria Benton.

 

El Asilo Touro-Shakespeare fue construido con fondos dejados para ese propósito por el filántropo sureño Juha P. Touro, y estaba ubicado en la actual calle Daneel, entre la calle Joseph y la avenida Nashville. La propiedad fue transferida a la ciudad de Nueva Orleáns al final de la Guerra Civil. El edificio fue demolido en 1932.

Al parecer, al llegar a sus oídos la noticia del asesinato del general Barrios, su esposa perdió la razón. De lo que escribe Batres Jáuregui habrá sido del puro cargo de conciencia, pues doña Lilly, como también le decían, quedó embarazada de una relación extramarital con el general Toledo, a quien insistentemente se acusó de estar implicado en el asesinato del presidente. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que doña Algeria no quería a su hija Consuelo, y su relación fue tan distante que incluso un diario extranjero, el New Orleans Times Picayune reportó que la viuda había abandonado a su hija en las escaleras de la iglesia de la Magdalena en París. A consecuencia del estado calamitoso de la salud de la viuda, que ya sabíamos era frágil y de su drogadicción y alcoholismo, Consuelo fue ingresada en un convento en la ciudad de Londres, por órdenes del Ministro de Guatemala en Londres, quien me parece que para la época era José Tible, tío de Enrique Gómez Carrillo, quien se casó con una señora multimillonaria norteamericana de apellido Julliard, pero eso no viene al caso. Lo que sí nos importa es que al convento la iba a visitar su madre, obligada por una enfermera que la atendía. Quien nos da estos detalles es María F. Davis, en una intrigante investigación que tituló Forggie: The lost waif, en que recorre Europa y los Estados Unidos siguiendo los tenues rastros de dos hijos del general Reina Barrios: uno, supuestamente llamado René y Consuelo. Sabemos a ciencia cierta que el presidente tuvo un hijo anteriormente, José Reyna de Campos, del que no he podido conseguir mayor información. El libro de la señora Davis puede ser consultado parcialmente en línea, pero yo he ordenado el mío para buscar otros datos que nos puedan interesar y hacérselos saber en cuanto lo tenga en mis manos.

Por de pronto podemos complementar con trozos de información recogida de mil lugares que para 1911, la señorita Consuelo Barrios vivía “…en el Convento y Abadía de Santa María y Escuela Santa María, Mill Hill N. W. como estudiante en Hendon, Middlesex, England…”

Doña María Davis nos da información adicional de Consuelo. Al parecer era muy enfermiza, la aquejaba el asma y la bronquitis, ella aventura que acaso por el clima de Londres. Lo cierto es que tras once años de reclusión en el convento es enviada a Guatemala a vivir, en donde se establece por cuatro años. De allí viaja a Nueva Orleáns en donde moriría el día viernes 6 de junio 1919. Al día siguiente reportaba el Times-Picayune, en la página 6:

“La señorita Barrios muere. Hija del Presidente de Guatemala es enterrada aquí.

El funeral de la señorita Consuelo Reyna Barrios, de 21 años, hija del Presidente Barrios de Guatemala, quien murió en la Enfermería Touro el viernes por la tarde, tuvo lugar el día sábado a las 11 de la mañana, en el Cementerio Greenwood. La señorita Barrios había quedado bajo la custodia del Presidente guatemalteco Manuel Estrada Cabrera desde el asesinato de su padre. Su único familiar en la ciudad era su abuela, señora C. B. Wheeler, con residencia en el 1241 Prytania Streer, con quien vivió el pasado año y medio. La señorita Barrios había sufrido de quebrantos de salud antes de venir a los Estados Unidos, y nunca se recobró completamente de un ataque de Fiebre Española el otoño pasado. Ella se había involucrado activamente en el esfuerzo bélico, dedicando devotamente la mayor parte de su tiempo en el Club de Servicios británico, del que era miembro.”[8]

 

Puerta de entrada del Cementerio Greenwood, en la Parroquia de Orleáns, ciudad de Nueva Orleáns, en donde reposan los restos de Consuelo.

Puerta de entrada del Cementerio Greenwood, en la Parroquia de Orleáns, ciudad de Nueva Orleáns, en donde reposan los restos de Consuelo.

 

Su madre, la hermosa Algeria, (a juzgar por la fotografía iluminada que se publicó en el número 44 de la revista Galería, “Arte y Mujer”), le había precedido en el sueño eterno cuatro años antes, el 20 de abril de 1915, y también en el sur de los Estados Unidos, pero ella en la ciudad de Biloxi, Mississippi.

Su muerte fue anunciada en el Daily Herald, el 21 de abril de 1915:

 “Dos muertes ocurren en el hogar de los Hammet en pocas horas.

La señora Barrios, quien estaba de visita, murió anoche.

La señora Barrios muere. La muerte de la señora Algeria de R. Barrios, ocurrida  en Hammet Home, fue inesperada, pese a que la dama había estado enferma por varios días. La señora Barrios, viuda del presidente de Guatemala, había estado de visita en la ciudad de Nueva Orleáns. Vino a Biloxi el domingo último y cayó enferma a su arribo por tren, aunque su condición no fue calificada de seria. Fue llevada de inmediato al hogar de los Hammet, a donde iba de visita, y fue empeorando hasta morir anoche finalmente. La señora Barrios era una vieja amiga de los señores Hammet y había venido a visitar esta familia en los últimos años en diferentes épocas. Unos días antes había escrito a los señores Hammet informándoles de su intención de visitarlos y fue invitada a hacerlo. La señora Barrios tenía sólo un familiar cercano de lo que se sabe, una hija, la señorita Consuelo Barrios, que vive en Guatemala. Era nativa de Virginia, hija de una de las mejores familias del lugar. En sus años de juventud estuvo casada con el señor Barrios, quien luego fue jefe del ejecutivo de Guatemala. Tenía aproximadamente 40 años. La dama fue llevada al establecimiento de Bradford Livery & Undertaking Co. en la avenida Howard. Los arreglos del funeral no se habían logrado concretar, toda vez que ha sido sumamente difícil comunicarse con los parientes sobrevivientes. Se ha enviado telegramas a familiares en Virginia y a amigos en Nueva Orleans. Tan pronto como se obtenga respuesta se realizarán las exequias.”[9]

 

Esta información se complementa con la publicada en el Times-Picayune de la ciudad de Nueva Orleáns, quien cuenta a su lectores el día 25 de abril de 1915:

“Biloxi, Mississippi. La señora Algeria de R. Barrios, la viuda del expresidente de Guatemala, quien murió en esta ciudad la pasada noche del domingo, fue enterrada en el cementerio de Biloxi esta mañana a las 10, siguiendo las instrucciones recibidas del cónsul guatemalteco en Nueva Orleáns. El entierro será temporal mientras se arregla su embarque para Guatemala.”[10]

 

Una calle de Harrison County, Biloxi, Mississippi (1913). Probablemente por ella se paseó doña Algeria durantes sus visitas a la familia Hammet, oriunda de la ciudad.

Una calle de Harrison County, Biloxi, Mississippi (1913). Probablemente por ella se paseó doña Algeria durantes sus visitas a la familia Hammet, oriunda de la ciudad.

 

Muelle del puerto de Biloxi, por el que habrá desembarcado doña Algeria, en sus continuas visitas a la ciudad.

Muelle del puerto de Biloxi, por el que habrá desembarcado doña Algeria, en sus continuas visitas a la ciudad.

 

 

El general José María Reina Barrios supervisando maniobras militares en el Campo de Marte. (Fuente: pacayablogspot. Original de El Progreso Nacional, número 427, del 13 de noviembre de 1896).

El general José María Reina Barrios supervisando maniobras militares en el Campo de Marte.
(Fuente: pacayablogspot. Original de El Progreso Nacional, número 427, del 13 de noviembre de 1896).

 


[1] Batres Jáuregui, Antonio. La América Central ante la Historia. Ediciones del Organismo Judicial de Guatemala. Guatemala: 1993. Página 576.

[2] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Editorial Universitaria Centroamericana, San José, Costa Rica: 1983. Página 45.

[3] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 579.

[4] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 580.

[5] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 580.

[6] S/A. Trouble not improbable. Serious Strain in the Relations of México and Guatemala. The New York Times. December 23, 1894. Página 21. Traducción libre el autor.

[7] The New York Times. Op. Cit. Página 21.

[8] Esta crónica puede leerse en el interesante sitio findagrave.com, en el que se nos aporta otro dato interesante y desconcertante a la vez: “…She is listed as a male in the New Orleans Louisiana Death records.”

[9] Tomado del sitio www.findagrave.com.

[10] Tomado del sitio www.findagrave.com, en donde se informa que el cementerio de la ciudad de Biloxi se encuentra en el condado Harrison.


De algo hay qué vivir o Gómez Carrillo y el tirano Estrada Cabrera

“Imposible hallar gentes más reservadas que los chapines. Hasta los borrachos son prudentes aquí.”

 Enrique Guzmán,

 Diario Íntimo

  

estradacabreraEn Guatemala un dicho popular dice que: “Más vale un chaquetazo a tiempo, que diez años de servicio”, refrán que más bien pareciera una filosofía de vida para muchos compatriotas. Traducido al español castizo significa que más vale una sobada de leva oportuna que una vida de trabajo y esfuerzo. O lo que es lo mismo: sacar ganancia aplicando la ley del mínimo esfuerzo. Este dicho, tan común en esta tropical tierra, crea entonces un verbo propio: chaquetear, que significa adular, y quien chaquetea es un chaquetero, un adulador.

Pues a esta original especie de chaqueteros, pertenecieron muchos intelectuales del siglo XIX y XX. En Guatemala, al parecer un imán poderoso para ellos, se concentraron varios, que no escatimaron esfuerzos en echarse a la bolsa al gobernante de turno para obtener privilegios. Máximo Soto-Hall, Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, José Joaquín Palma y José Santos Chocano, entre otros, son buenos ejemplos. Y es que imagínese usted ser un intelectual ambicioso en estos tristes trópicos a inicios del siglo XX, cuando la tiranía era la forma de gobierno imperante en las Américas, mano divina que da y quita favores y hasta la vida…

Sobre este aspecto poco digno de nuestra reducida intelectualidad se refiere William Clary, en su ensayo Iconos culturales y orígenes de una conciencia revolucionaria en Nicaragua, citando a Ángel Rama y Julio Ramos, quienes “…han documentado ampliamente el nexo que existía entre las esferas políticas y los escritores modernistas en la primera época, en particular la manera que esta relación daba lugar tanto a la producción de los discursos panegíricos como a los puestos diplomáticos a los que fueron nombrados un gran número de poetas”[1], no es de extrañar entonces que Darío, a su regreso triunfal a Nicaragua, echara flores a mansalva sobre el dictadorcillo de turno a cambio de la representación diplomática de su país, arrancándosela de las garras al intrigante de Crisanto Medina, como vimos en otra parte de estos textos.

Pablo Yankelevich, dibuja claramente el perfil de estos intelectuales nacidos en la aridez americana de aquellos lejanos años:

 

“Para aquellos profesionales de las letras, integrarse al servicio exterior resultaba atractivo. La seguridad de una remuneración mensual, la tranquilidad de una vida diplomática, en suma, gozar de un mecenazgo que lo mismo permitía alternar con jefes de Estado, que participar en la bohemia literaria ensanchando vínculos con escritores, editores y hombres de la cultura de otras latitudes.”[2]

 

De acuerdo a Clary, Rama y Ramos han señalado:

 

“…que los equipos intelectuales que apoyan a las fuerzas dominantes (las dictaduras) se apropian de la modalidad estética del modernismo para embellecer y realzar los discursos panegíricos con funciones estatales. Según Ramos, la primera etapa del modernismo es crítica y ‘antiburguesa’, mientras la segunda, en cambio, ‘se convertía en estética de los grupos dominantes’”

 

Es decir que se confirma la máxima bíblica de que no hay nada nuevo bajo el sol. Ni Stalin ni Castro fueron innovadores al poner a la cultura al servicio de la opresión dictatorial. Basta ver la famosa pintura en que Minerva conduce del brazo a Estrada Cabrera hacia un horizonte luminoso mientras le exclama “¡Contemplad tu obra!”, o las patéticas escenas de los rusos rogándole a los soldados que rodean el tren de Stalin que le cuenten de sus penurias, porque “papá no lo sabe”[3], para convencerse que el poder obnubila y destroza la humanidad de quien lo detenta. El arte es otra de las víctimas del poder absoluto, una más.

Epaminondas Quintana, cuyos hermosos recuerdos de la generación de 1920 ya hemos consultado para otros temas en estos ensayos comenta también:

 

“…Desgraciadamente los intelectuales de la época eran poco escrupulosos en el manejo de la adulación, casi de la cual vivían. Muchos de ellos se paseaban por el continente y por España, loando dictadores y lograban así, darse la gran vida. Don Manuel Estrada Cabrera, se la llevaba de protector de la inteligencia y así gustaba de rodearse de altos personajes de la literatura y el pensamiento mundiales, para explotar su prestigio. Así acogió a Rubén Darío –ya para morir el aedo- a Santiago Arguello, a José Joaquín Palma y a otros que no recordamos…”[4]

 

En el caso de Enrique Gómez Carrillo la mano dictatorial le benefició a la distancia, pues todas las zalamerías y adulaciones que escribió y pronunció sobre el sangriento dictador guatemalteco las hizo desde el otro continente, océano de por medio y con la única intención de permanecer allí. De acuerdo a Horwinski, a quien ya hemos citado extensamente en otras partes, el pacto con el dictador se selló en 1898:

 

“The year of 1898 also marked the beginning of Gómez Carrillo’s relationship with Manuel Estrada Cabrera, who governed Guatemala from 1898 to 1920. Although financially profitable in the short run, Gomez Carrillo’s alliance with the prototype for Miguel Angel Asturias’s diabolical dictator in El señor presidente proved his virtual undoing in much of Latin America, particularly in his own country…”[5]

 

Ulner confirma que Gómez Carrillo se hizo partidario de Estrada Cabrera a partir de su campaña electoral en 1898. En un escrito de esta primera campaña electoral, es arrastrado e ignorante del tema político de Gómez Carrillo apuntó que Cabrera era “un hombre convencido, de buena voluntad y de fe entera.”[6] Durante los años electorales, el cronista elaboró toda una serie de escritos elogiando al tirano. En 1910, por ejemplo escribió:

 

Estrada Cabrera, en efecto, es en Centro-América el mandatario ideal. ¡Cuántas veces lo hemos dicho!… Porque  realmente si hay un hombre lleno de grandes, de nobles, de inquebrantables cualidades, es éste… la gloria de Estrada Cabrera en la historia estribará en haber sido el único que ha sabido reunir la energía de un militar a la inteligencia de un filósofo y a la bondad de un apóstol”.[7]

 

Y cuando no era época electoral, cuenta Horwinski, el cronista se dedicaba a editar en la capital francesa, revistas y panfletos dedicados a los avances del desarrollo en Guatemala, haciendo resonancia a la supuesta vasta obra del dictador, sobre todo en los primeros años del régimen. Según Miguel Marsicovétere Durán, “…se las arreglaba para imprimir sólo unos pocos ejemplares, los necesarios para enviar a Guatemala y cobrar por ello.”[8]

Como los bombos y platillos debían llegar a los propios oídos del dictador de la forma más clara y directa, Carrillo, pese a un miedo irracional de hablar en público, pronuncia una conferencia (nada más y nada menos) en la Sorbona, el 23 de abril de 1902. Al parecer, según Ulner, de estas páginas surgiría la que sería posteriormente, su Historia del gobierno de D. Manuel Estrada, que aparece sin año de edición y que llena 237 páginas de loas inmerecidas y sin fundamento a uno de los períodos más oscuros de la historia nacional (que vaya si ha tenido momentos oscuros).

 

“La conferencia se publicó bajo el título Guatemala y su gobierno liberal: Conferencia leída en la Sorbona de París (23 de abril de 1902) (Barcelona, 1902). Aquí repasó la historia de Guatemala después de ganada la independencia y acabó por loar a Estrada Cabrera por instituir en Guatemala ‘la fiesta de Minerva’. Interesa notar que Gómez Carrillo informó más tarde a Camille Pitollet que ‘je n’ai jamais parlé en public’”.[9]

 

Lo que resulta más lamentable aún, más que la adulación interesada, es que inevitablemente, las loas forzosamente tenían que ser mentiras, pues el gobierno de Cabrera fue esencialmente una cleptocracia. Explica Horwinski:

 

“…In Arévalo Martínez’s assessment, “la administración de Estrada Cabrera se caracterizó antes que todo por el estancamiento de todo progreso”. On the contrary, according to Gómez Carrillo, through Estrada Cabrera Guatemala became the Athens of the New World, with Minerva, goddess of wisdom and the arts,  reigning supreme. Gómez Carrillo was, when it suited his purposes, an undeniably able propagandist…”[10]

 

Es un lambiscón consumado, pero no hacía sino seguir la corriente. Ese mismo año de 1902, apunta Oscar Peláez Almengor: “…la Municipalidad de Guatemala (…), aún con la negativa de Estrada Cabrera de celebrar su natalicio, mandó ‘iluminar y adornar el portal de su edificio pues no era posible dejar pasar desapercibida aquella fecha.’”[11] Así que el escritor no tenía por qué quedarse atrás, y su delirio poético lo lleva a hacer afirmaciones que rayan en lo ridículo. Recurro a Horwinski otra vez, a quien cito en extenso:

 

 “…In Zelaya y su libro, for example, he gushes: “Estrada Cabrera, en efecto, es en Centro-América el mandatario ideal. ¡Cuántas veces lo hemos dicho!… Porque realmente si hay hombre lleno de grandes, de nobles, de inquebrantables cualidades, es éste… La gloria de Estrada Cabrera en la historia estribará en haber sido el único que ha sabido reunir la energía de un militar a la inteligencia de un filósofo y a la bondad de un apostol…” (Zelaya y su libro (1910) was written in response to a book by José Santos Zelaya, expresident of Nicaragua, in which he blamed the coup which removed him from power on a conspiracy between Estrada Cabrera and the United States government (…) Here Gómez Carrillo responds to Zelaya’s boast that he brought only peace and advancement to his country: “Mas ¡ay! Frente a ese cuadro fantástico, la realidad  se alza siniestra. Lo que el ex presidente nos pinta cual un edén, es, en verdad, un infierno. El pueblo oprimido no puede vivir; los monopolios arruinan al país; el estado de perpetua alarma, paraliza la agricultura” (…) “Si hay países que no han tenido hasta hoy quejas de los Estados Unidos y que en cambio tienen mucho que agradecerle, son los países de la América Central, cuya independencia moral y –aun material. No tiene baluarte tan fuerte como la Doctrina Monroe…”[12]

 

Subraya atinadamente Horwinski que la adulación al poder por parte de nuestro cronista se debía a su deseo de asegurar su permanencia en París, de ser posible logrando una posición estable. Los esfuerzos propagandísticos del escritor a favor del brutal dictador en su campaña electoral de 1898 fueron recompensados con el nombramiento de Cónsul General en París. En un arranque de politiquería populista, gritaba el cronista en un panfleto del Partido Liberal: “Votaré en fin, a favor de Estrada Cabrera, para votar con el Pueblo y por el Pueblo”. Lo que no previó don Enrique, es que el dictador era un político habilísimo, aventajándolo por mucho en el campo del juego político, pues conocedor de las más bajas pasiones del hombre, conocedor de las ambiciones y de los miedos íntimos de sus gobernados, este conocimiento le serviría para asegurarse la aparente fidelidad de nuestro vanidoso escritor durante su larga y despiadada tiranía. Prueba de ello es que en 1902 es nombrado Cónsul General de Guatemala en Hamburgo y encargado de negocios en Berlín, lo que implicaba el traslado de residencia del cronista a Alemania; circunstancia que éste trató de evitar hábilmente mediante ardides de todo tipo. Cabrera sabía jugar con la inestabilidad económica de Carrillo y sacaba partida de ella.

Y cuando al fin lo consigue, su trabajo a la cabeza de la representación diplomática habrá dejado mucho que desear, puesto que comenta su biógrafo Mendoza, quien además fue amigo del escritor, que “El consulado no siempre trabajaba. Se calcula que seis meses por año estaba cerrado, aunque solía abrirse por las noches a horas imposibles.”[13]

No obstante a que sueña con un puesto diplomático que le otorgue estabilidad y le sufrague su ritmo de vida, en una carta fechada en 1896 que Carrillo le escribe a su amigo Rubén Darío, se queja, ignoramos si por costumbre o sinceramente:

 

“No crea usted que los consulados, como el mío, son minas. Lo que el mío me produce me basta apenas para vivir, y, si no fuera porque dos periódicos de Caracas y uno de Santo Domingo me pagan mis crónicas a treinta francos y me toman (entre los tres) seis al mes, estaría tan mal como antes.”[14]

 

Por eso el pacto cada vez se estrecha más. Es necesario adular más, para conseguir más favores. Si antes era poner al presidente Lisandro Barillas, en el cielo, ahora será al candidatillo de turno. En un folleto que escribió a favor de la candidatura de 1898 a la presidencia de Estrada Cabrera, Carrillo, con imprudencia esboza su retrato en estos poéticos términos:

 

“Los que sólo han visto a Estrada Cabrera en los días de lucha electoral, de manifestaciones callejeras, de gritos contradictorios y de rudas polémicas, no le conocen, pues. Pero le conocen, en cambio, y le conocen a fondo, los que le han visto más tarde.

Durante los días de solemne silencio, cuando la prensa dejó de vocear, cuando todo el mundo pedía más silencio aún (…) cuando dejó de pensarse en las personas para soñar en la Patria, la silueta del mandatario liberal destacóse claramente. Y el pueblo le pudo ver, entonces, en la grave serenidad de su gabinete de estudio, siempre sereno, siempre enérgico, siempre preocupado por el bien del país.”[15]

 

A cambio de su alma, Enrique Gómez Carrillo esperaba cobrar un salario mensual y cumplir su sueño de vivir en la capital parisina con un trabajo estable, además de prestigioso, pues la diplomacia le permitiría conocer y rozarse con sus pares extranjeros, logrando negocios, recomendaciones, aventurillas… Esas ambiciones lo llevan a cometer los más grandes excesos intelectuales, como el que sigue:

 

“Conversador agradable y profundo. Estrada Cabrera sabe seducir a sus auditores sin buscar efectos de frases. Todo lo que sale de sus labios, está impregnado de cierta gravedad sonriente, melancólica y discreta. Es un hombre sincero. También es un hombre convencido, de buena voluntad y de fé entera…”[16]

 

      Parece mentira que ese bonachón personaje que dibuja la pluma enamorada de Gómez Carrillo sea el mismo brutal dictador que la máquina de escribir de Arévalo Martínez y Wyld Ospina nos esbozan en El Señor Presidente o en El Autócrata. Parece mentira que ese señor de “buena voluntad y de fé entera” ordene la tortura y fusilamiento de cientos de opositores, firme órdenes de prisión sin respaldo alguno, que esa voz “melancólica y discreta” haya ordenado que dos jovenzuelos de 18 años apuñalaran en una calle transitada de Ciudad de México a un Manuel Lisandro Barillas de 66 años, el 7 de abril de 1907,[17] calle que por esta razón se llama Guatemala. Ese señor al que nuestro cronista lastimosamente califica de “pensador”, sólo tuvo talento para corromper el sistema político y judicial de Guatemala por veintidós años, dejando daños irreparables para la institucionalidad de la joven república.

De sus tácticas electorales da cuenta Rafael Arévalo Martínez en su monumental ¡Ecce Pericles!, cuando relata los incidentes de la primera contienda electoral, en la misma en la que Carrillo cantaba loas celebrando al gobernante-filósofo:

 

“…en Tactic se está haciendo un corral en donde como animales encerrarán a los votantes, para no sacarlos hasta que den su voto voluntario a favor de la imposición; en las manifestaciones cabreristas de los domingos asisten como paisanos varias compañías de milicianos; las agrupaciones cabreristas de los pueblos paran en borracheras de padre y muy señor mío; se prepara una manifestación escandalosa en que se romperán puertas y ventanas y se vitoreará al candidato independiente…”[18]

 

Del texto citado de Arévalo, estimado lector, pueden sacarse en limpio dos verdades tan claras como el cielo visto desde la cumbre de los Cuchumatanes: primero, que no hay nada nuevo bajo el sol, y segundo, que Gómez Carrillo era un pendejo a la hora de escoger sus fidelidades políticas. O a lo sumo un miope descomunal. Le sigo dando ejemplos, tomados del libro mencionado, que señala al “candidato del progreso” de estar “abusando del poder de presidente interino, distrae los fondos públicos en comprarse votos, fundar periódicos, clubes, etc…” ¡Si Guatemala no ha cambiado nadita! En edificios de hierro y vidrio nomás, pero la vida política sigue inalterable. Y que no le vengan con cuentos que en la “Primavera democrática” todo fue mejor. Villagrán Kramer[19] desnudó el pacto del barranco, en donde la elección democrática para suceder a Arévalo se decidió en un vulgar pacto del poder, o Ramiro Ordóñez Jonama[20] que nos describió a un joven candidato Jacobo Árbenz surcando los cielos nacionales en alas de la empresa nacional de aviación, Aviateca, rodando los polvorientos caminos nacionales en vehículos de la Dirección General de Caminos, y llenando las ondas etéreas de la radio de TGW (radio nacional) con sus incendiarios discursos. ¡Si la ralea política es la misma! Póngale el color que sea, el partido que sea, el dibujito que sea en la papeleta, no se salva ni uno…

Así que mientras Carrillo soñaba con que el tirano era “portaestandarte de las generaciones liberales, como iniciador de la era del Progreso”, el fiero tirano entregaba al país al soborno, a la trampa, al abuso del poder en todos y cada uno de los niveles de la arcaica burocracia. Ese “raro ejemplar del estadista profundo reclamado por todos y por todos deseado”, era temido por lo salvaje y primitivo de su carácter, por su violenta venganza (la familia Aparicio lo experimentaría en carne propia), por su injusticia y por su sistema de delaciones y traiciones.

      Y es que la mano asesina no respetaba fronteras. Felipe Pineda[21] en sus apuntes para la historia de Guatemala relata el caso del general ecuatoriano Plutarco Bowen, quien participó en una invasión de 1898 a territorio guatemalteco acompañando al general Próspero Morales al inicio del régimen:

 

“…[Bowen] fijó su residencia en la ciudad de Tapachula, Estado de Chiapas, donde vivía tranquila y pacíficamente. Agentes del mandatario de Guatemala, llamados Hipólito Lambert, anarquista francés, Juan Urzúa, Vicente Albores y Mateo Ramírez, de nacionalidad mexicana, lo secuestraron de aquella ciudad y lo entregaron a una escolta de la guarnición de Ocós, que de antemano lo esperaba cerca de la línea divisoria. De este puerto fue conducido en un remolcador, maniatado, al de Champerico, y de aquí a Retalhuleu donde se le quitaron las ligaduras. Llevado in continente a Quetzaltenango, y de esta ciudad a la de San Marcos, fue pasado por las armas el 23 de julio, dos meses después del asesinato de Rosendo Santa Cruz[22]. Las señoras de mayor significación de la culta sociedad de San Marcos elevaron una solicitud por telégrafo en que pedían gracia para el General Bowen al Lic. Estrada Cabrera pero éste (…) fue sordo a todo ruego…”

 

La voluntad del dictador se imponía incluso ante la naturaleza, llevando al extremo del ridículo sus decisiones, sino fuera por lo terrible de su verdad hasta podríamos doblarnos a carcajadas. Un evento en particular me impactó desde la lejana primera lectura del ¡Ecce Pericles!, en que cita información que da Manuel Valladares y que por su interés para refrendar mi opinión del ridículo transcribo a continuación:

 

“El 24 de octubre de 1902 despertó inquieta la capital por el confuso y pavoroso estruendo del volcán Santa María. Se estaba en víspera de las fiestas de Minerva, que eran la apoteosis del presidente y urgía calmar la agitación. Para ello, el periódico oficial aseguró que el retumbar ensordecedor era debido a la erupción de un volcán lejano en la frontera de México y que el país estaba tranquilo absolutamente. Y tal afirmación se imprimió en volantes y se hizo publicar por bando en todas las poblaciones, al extremo –así era la obediencia de esclavos de los empleados públicos- de leerse el bando en Quetzaltenango a las doce del día con ayuda de lámparas portátiles, porque las cenizas del inmediato volcán y los pedruscos ensombrecían el cielo y caían sobre las cabezas de los despavoridos moradores…”[23]

 

Otra escena ridícula y dolorosamente cómica. Mucho se ha hablado de la inversión pública que el dictador hizo para empujar al país al desarrollo. Sin embargo, recientes investigaciones en el Archivo General de Centro América que ha realizado mi colega y amigo Rodolfo Sazo, demuestran que las contrataciones resultaban onerosas al Estado. Materiales de baja calidad, contratos incumplidos, resultados insatisfactorios. Muchas veces la mano de obra era conseguida arbitrariamente. Esperaremos la publicación de los resultados de mi colega, entre tanto, Wyld Ospina desnuda estas circunstancias en una anécdota de El Autócrata:

 

“Marchó el fotógrafo, y ya en el pueblo, el alcalde y el comisionado político lo plantaron delante de una vieja fuente pública, que se alzaba en mitad de la plaza pueblerina. ¿Esto debo fotografiar?- preguntó el discípulo de Daguerre al ve la fuente vacía. Sí- contestáronle- pero espere usted un momentito. –A ver vos, sargento!- gritó el comisionado- ¡que echen el agua! Unos soldados trajeron tinajos con el precioso líquido, y vaciados en la taza superior de la fuente, desbordáronse dos hermosos chorros. -¡Apresúrese maistro –Suplicó el dueño de la autoridad- antes de que se acabe el agua!”[24]

 

Pero el régimen se concibe a sí mismo como un faro de seguridad, progreso y cultura. Fíjese usted en las ridículas fiestas minervalias[25]. Es como si el ignorante de Estrada Cabrera estuviera repitiendo la fiesta del hombre nuevo de Roberspierre. El hermoso friso del frontón del Templo de Minerva en el Hipódromo del Sur cantaba el discurso de lo que la patria no era. Guatemala era, como no, en palabras de Asturias, “la oscuridad del trópico”. Mientras la fantasía del tirano vive la consolidación del “liberalismo”, (así entre comillas, porque la palabra en estos trópicos se estira lo suficiente como para permitir toda clase de atropellos e injusticias), la realidad es tan violenta que llena 800 páginas de denuncias en la edición de ¡Ecce Pericles! Que tengo en mi escritorio. En su ensayo político, El Autócrata, Carlos Wyld Ospina denuncia la fachada discursiva y descorre el velo demostrando las entrañas del régimen. Apunta, a propósito de los “ideales liberales” de la época:

 

“…Se exponía en esos papeles el supremo, el único, el sempiterno argumento, de cajón en todas las autocracias de este tipo: la paz, el progreso, la seguridad interna y externa de la República, cuanto ésta era y cuanto ésta valía, obra era del gobernante, por él iniciada y por él sostenida: la falta del mandatario providencial, aunque fuese un solo día o por una sola hora, sumiría al país en un caos político, dentro el cual se vislumbraban, pavorosamente, la anarquía, la revuelta y la final intervención de los Estados Unidos del norte…”[26]

 

Por arte de magia del discurso político de sus aduladores, el dictador ya no es el hombre violento que ordena torturas y asesinatos a capricho. Ahora es un sabio gobernante, el hombre providencial que ha de salvar a la República y gracias a su sacrificio, elevarla a la altura de las naciones civilizadas.

El mismo dictador vive un sueño que lo transporta al lecho mismo del Olimpo, en donde se habrá imaginado compartir la suerte de otros grandes hombres ilustrados como Jefferson, Adams, Madison, Franklin, Rousseau, Montesquieu y Voltaire. Y poco habrá ayudado para superar su sueño esquizoide los discursos de sus allegados, como este fragmento que tomo del primer Álbum de Minerva que tengo en mis manos (“Obsequio a los alumnos de los Establecimientos de Enseñanza en la Primera Celebración de la Fiesta de Minerva establecida por el Gobierno Presidido por el Lic. Don Manuel Estrada Cabrera. Guatemala, veintinueve de octubre de mil ochocientos noventinueve”):

 

“…Celebrar los triunfos de la juventud estudiosa, ensalzar al maestro, enaltecer la educación, cosas son éstas que todos nuestros gobernantes liberales, cual más, cuál menos, han procurado siempre; pero tomar la escuela toda entera, y desdoblarla a la luz del sol sobre la resplandeciente esmeralda del campo y bajo el inmenso toldo azul del cielo, para que todos la admiren y contemplen, es cosa que sólo se le ha ocurrido y ha podido realizar con toda felicidad el Gobernante actual de Guatemala, el Licenciado Estrada Cabrera (…) Quede asimismo, esta fecha inolvidable, esculpida en letras de oro en los anales de la Patria, y con ella, el nombre del esclarecido Gobernante liberal que estableció, año con año, en toda la República, esta suntuosísima fiesta…”…”[27]

 

Eran palabras de Rafael Spínola, Secretario de Estado en el Despacho de Instrucción Pública, el de Gobernación y Justicia. En el librito que consta de 84 páginas, reproduce en las primeras el decreto número 604 mediante el cual, “Se destina el último domingo de octubre de cada año, comenzando por el presente, para la celebración de una solemne fiesta popular y general en toda la República, consagrada exclusivamente a ensalzar la educación de la juventud, festividad a la cual están obligados a concurrir los directores, profesores y alumnos de todos los establecimientos de enseñanza de la República.” También entre sus páginas hay poemas de José Joaquín Palma, Ismael Cerna, Vicenta Laparra de la Cerda y de Agustín Mencos y una alocución de don Agustín Gómez Carrillo, historiador y padre de nuestro cronista, en la que escribe puras babosadas, y que termina con esta frase de escarnio: “Acogemos con júbilo el objeto a que se dirige esta festividad, promovida por el jurisconsulto respetable señor Estrada Cabrera, Jefe Supremo de Guatemala”, ¡Jurisconsulto dice! ¡Jurisconsulto! ¿Qué admirable obra, que respetado código, qué ensayo luminoso de leyes o estudio de jurisprudencia dejó este lastimoso hijo de Los Altos? Buen ejemplo tenía Enrique para escribir las frases sin sustento que dejó para la historia y que ésta le cobró letra por letra…

Y su hijo, por supuesto, no habría de quedarse atrás, que en estos asuntos de sobar levas es el maestro. Cuenta Catherine Rendón que Gómez Carrillo, después de su partida en 1890, sólo regresó a Guatemala en dos ocasiones, y en ambas vinculado al dictador: la primera en 1898, que como ya vimos fue con miras a apoyar la candidatura de Estrada a la presidencia de la república, y la segunda, en 1901, viaje en el que “[p]articipó en las Minervalias de 1901 y editó un periódico procabrerista poco conocido [llamado] La Idea Liberal…”[28]

Wyld Ospina, que estudia la figura del dictador y la construcción de su salvaje régimen en la aquiescencia del pueblo, expresa con relación a las fiestas minervalias:

 

“Buen dinero le costaba al país, es cierto. Rufino Blanco Fombona nos cuenta cómo aprovechó Enrique Gómez Carrillo la megalomanía del autócrata chapín, quien tratándose de la adulación a su persona y a sus obras, llegó a caer en la memez y la majadería…”[29]

 

Unos incautos extranjeros cayeron en la trampa de tinta y papel que producía el régimen para legitimar su satrapía. Una comisión enviada desde el inocente Chile viaja al país para estudiar el sistema educativo nacional, con miras a implementarlo en la tierra de Diego Portales, pero “…los representantes chilenos se dieron cuenta de que la mayoría de las escuelas había sido inventada o se reducía a una piedra angular de un edificio apenas comenzado.”[30]

En un libro editado en la época, titulado lacónicamente El Liberalismo, que mi papá me regalara años hace ya, encuentro las líneas generales del pensamiento político que politicastros como Estrada Cabrera secuestraron en beneficio propio:

 

“…En nombre del liberalismo del pueblo hondureño, excitamos a las juntas patrióticas de la República para que, bajo las bases de libertad, progreso y justicia, se constituyan en clubes liberales, organizándose una gran convención en que todos los distintos círculos personalistas lleven el contingente de sus ideales por el bien y la razón, reservándose como civilizados para la hora del sufragio, el libre voto para quien mejor les plazca…”[31]

 

No pretendo desarrollar un ensayo sobre el pensamiento liberal traicionado en Guatemala ni de la dictadura y abusos de Estrada Cabrera, que esto ya lo han hecho otros antes y mejor, pero quería dejar constancia de la dictadura a la que Gómez Carrillo lamentablemente y fuera de todo cálculo responsable, prestó su pluma y sus servicios intelectuales. Pretendo, además subrayar el divorcio entre el discurso político de la época, tan inspirado en mitologías políticas clásicas y lo sórdido de su realidad. Continúo con la línea trazada al inicio, el comentar las mentes al servicio del poder, así que permítame lector, regresar a la Guatemala cabrerista y todos los hombres del presidente.

Y ya bien asentado en el poder, que con mano férrea ha de manejar durante cuatro lustros, el Hombre se deja alabar. Una muestra del carácter inclinado a la adulación de Estrada Cabrera se asoma de la anécdota que apunta Rendón en su ya citado libro:

 

“…Gómez Carrillo escribió muy poco acerca de su patria, salvo algunos artículos espurios bajo seudónimos en contra de Estrada Cabrera, para luego poder escribir artículos defendiéndolo y alabándolo bajo su propio nombre, pues descubrió que ésta era una línea lucrativa de literatura…”[32]

 

Otro ejemplo de vida a costillas de las fortuna política ajena es el poeta peruano José Santos Chocano, ejemplo de soba levas consumado y el ejemplo más extremo del vividor y oportunista. Yankelevich hace un rápido recorrido por la vida de este sudamericano en su excelente ensayo, en el que traza su presencia en la Revolución Mexicana, con sus colaboraciones con Madero, Carranza y Villa y sus oscuros y permanentes nexos con el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, que inician en el lejano 1901 durante una gira de carácter diplomático, y durante el cual “…se instala pomposamente en Guatemala, donde traba amistad con Manuel Estrada Cabrera, ‘lejos de solicitar yo la amistad de Estrada Cabrera, solicitó él la mía’, sentenciará años después.”[33]

A Guatemala habrá de regresar en 1909, “…aparece ahora vinculado a dudosos negocios mineros, pero sobre todo trata de emparentar con la heredera de una noble familia guatemalteca: Margot Batres Jáuregui…”[34], negocio éste último que no le sale tan mal, pues ya en 1912 aparece en Nueva York casándose con la incauta chapina. Apunta el mexicano que ya desde 1911 corría el rumor de que sus permanentes viajes entre Guatemala y los Estados Unidos obedecían a encargos emanados del propio Estrada Cabrera, “se dice que Santos Chocano es agente de El Señor Presidente”, rumor que se confirma con lo que apunta al respecto Rafael Arévalo Martínez.

Ese año de 1912 Chocano aparece en México. Yankelevich apunta que había sido comisionado por el dictador guatemalteco para sondear al nuevo gobierno mexicano encabezado por Madero sobre la recuperación de Chiapas y Soconusco. Poco habrá durado la mentada comisión, pues como México en esa época era un hervidero, Chocano tiene el privilegio de presenciar los tristes sucesos de la Decena Trágica desde el balcón del Hotel Sanz. Con el siniestro de Victoriano Huerta no hay quien trate, así que busca a Venustiano Carranza y se pone a su servicio. En estas andanzas conoce al monstruo intelectual José Vasconcelos (con quien muchísimos años después se peleará Gómez Carrillo el amor de Consuelo Suncín, en una remota París, de los locos años veinte), y le pide dinero para montar una empresa editorial, y dada la arcaica situación política y la sabiduría vasconcelista, se le niegan los fondos. Ya con Carranza se pone a la disposición del caudillo para agilizar un negocio de armas con Demetrio Bustamante.

 

“…Chocano hace alarde de su personal relación con Estrada Cabrera, inclusive ofrece redactar una carta de presentación para que el agente constitucionalista acuda ante el presidente de Guatemala. El propio Carranza dirige una carta a Chocano, agradeciendo cualquier gestión…”[35]

 

Resulta asesorando a Carranza en materia política. Es todo un maestro en el arte de adular, si no, estimado y fiel lector, déle una leidita a estas líneas, citadas en su ensayo por el mexicano con apellido eslavo: “No os conozco, pero os imagino. Vais a redondear la obra del apóstol Madero. Yo os veo en vuestro caballo de guerra avanzar sobre el porvenir”. En 1914 lo conoce personalmente. Sin embargo en este caso, la historia en este punto le iba a otro bando, y de la profecía de Chocano sólo se cumple la referencia a Madero, pues Carranza resultaría asesinado igual que Madero y enterrado en una polvorienta tumba dentro de un rústico ataúd de maderos mal clavados, según la perfecta descripción de la muerte del caudillo que surge de la pluma de Martín Luis Guzmán en una narración de título inmejorable: El ineluctable fin de Venustiano Carranza.

En Torreón conoce, ese mismo 1914 a Pancho Villa a quien engatusa con sus frases rimbombantes que ya rozan el delirio y el ridículo: “Decididamente hay que admirar a este hombre. Está tocado por el misterio. ¡Está vestido por el Milagro! ¡Está solicitado por la Gloria!”[36] Chocano no se está quieto. Su actividad política a favor de los rebeldes lo lleva de México, a Cuba, a los Estados Unidos y a Guatemala, en donde recoge a su mujer, Margot y se la lleva a vivir a Chihuahua en donde la chapinita conoce al Centauro del Norte, quien durante un almuerzo, sentado a su derecha le murmura, tímido: “dichosa usted que habla inglés y francés”, ganándose una frase cargada de conmiseración de nuestra paisana: “…siendo un hombre de gran inteligencia pero carente de cultura.” Pero la guerra, las rivalidades y los intereses contrapuestos enfrentan a Chocano con Villa, rompiendo sus lazos de admiración y en una carta a Manuel Bonilla, uno de los jefes villistas le dice que Villa era “una locura de fusilamientos, una borrachera de atropellos, una desesperación de fiera en medio del incendio de un bosque (…) A nadie escucha, a nadie atiende y –lo más grave- a nadie cree.” Quema las naves pues, y desaparece de México para aparecer en Honduras, desde donde anuncia haber cerrado una negociación para construir en la hirviente ciudad de San Pedro Sula una fábrica de harina de plátano. En el bando villista, en donde habrán querido rebanarle el cuello lentamente con una bayoneta oxidada lo acusan de ser un espía al servicio de Estrada Cabrera.

Regresa a Guatemala y durante la semana trágica[37] ve danzar a la muerte a sus pies. Una noticia de la época, lo describe así:

 

“Vimos al personaje extraño, vestido con excesiva elegancia; un levitón color de tabaco, con terciopelo en el cuello, pantalones de la misma tela del levitón, el cuello de la camisa alto y tieso que inmovilizaba la cabeza del dueño, una corbata ancha de lazo, unos zapatos de color y un enorme crisantemo en la solapa del levitón… unos bigotes agresivos como dos tenazas de crustáceo y una mirada llena de altivez. Se le tomara por un rastacuero, si no hubiera en aquella mirada algo de distinción, a través de la soberbia con que movía los ojos.”[38]

 

La situación política de Guatemala había cambiado desde la última vez que el poeta se paseara por las aceras de la ciudad. Una serie de terremotos[39] habían arrasado la ciudad de Guatemala y el gobierno se había mostrado completamente incapaz de asumir con orden y responsabilidad la situación. La población había abandonado sus hogares y se había concentrado en campamentos improvisados en los parques y en campos en las afueras de la ciudad,[40] viviendo en covachas a las que se llamó “tembloreras”. La reacción del gobierno fue tan lenta que hasta febrero de 1919 inician las funciones de la Empresa Nacional de Descombración, entidad que debía encargarse del traslado de los escombros de la ciudad arrasada y que terminó por obligar a los ciudadanos a limpiar las calles. Comenta Oscar Peláez Almengor en su interesante investigación sobre éstos terremotos que la dictadura siguió aplicando sus medios coercitivos, pues: “La policía era usada para que los vecinos cumplieran con quitar el ripio del frente de sus casas.”[41] El político Jorge García Granados, en sus memorias relata el aspecto de la ciudad luego de los terremotos:

 

“Días después, lo que había sido Guatemala tenía el aspecto de un enorme campamento. Pocos edificios permanecían intactos, todo lo demás eran escombros; los parques, sitios vacíos y llanos de los alrededores, habían sido invadidos por multitudes que construyeron barracas provisionales.”[42]

 

En mi opinión los terremotos de 1917 y 1918 derribaron la fachaleta del régimen, dejando a luz del día su verdadero rostro de mediocridad, incapacidad y corrupción. En consecuencia, la situación política se va poniendo cada vez más tensa con el surgimiento del Partido Unionista, hasta que en abril de 1920 la Asamblea declara al Presidente en incapacidad mental para seguir gobernando y éste en respuesta ordena el bombardeo de la ciudad desde las baterías del Fuerte de Matamoros. Estalla la guerra.

En ese peligroso mes de abril de 1920, Chocano le manda un telegrama que roza la histeria a su otrora admirado Carranza: “Peligro inminente vida, ruégole gestionar salvación siendo Legación México única que puede hacerlo.” La lucha en las calles es violenta. Basta citar a Arévalo Martínez en lo referente a la muerte de Augusto Fontaine, contratista del régimen y fiel consejero del dictador para que se tenga una impresión de la lucha. Recoge el escritor el testimonio del líder obrero Silverio Ortíz:

 

“Seguí la 15 calle y al llegar a la 4ª avenida , fui alcanzado por un sargento quien me dijo que ya se había averiguado de dónde procedían los disparos; eran Fontaine y su mujer quienes desde su casa de dos pisos que mira a la citada plazuela estaban matando a todos los transeúntes que llevaban en el sombrero el rótulo ‘Unionista’- divisa de nuestras tropas- y pasaban frente a ellos (…) Cuando los soldados unionistas quisieron capturar a los agresores, éstos les hicieron fuego, entablándose una lucha hasta caer muerto Fontaine; su esposa siguió disparando e hirió a un soldado; entonces ya no fue posible respetarla y la mataron a su vez.”[43]

 

Los unionistas logran la victoria tras una semana de lucha en las calles de la capital y de otras ciudades importantes. Tras varios días de combate en las calles de la ciudad, las tropas rebeldes confluyen en gran número (algunos aseguran que diez mil) para el asalto final de la residencia presidencial de La Palma. Desde este puesto se había bombardeado incesantemente la ciudad con unas baterías francesas de 75 milímetros. Wyld Ospina, quien tuvo la fortuna de entrevistar a Santos Chocano, describe el ambiente de la casa en esos días: “Estábamos presos en un círculo dantesco”[44]. Ante la amenaza del exterminio, el dictador se rinde, pese a que los consejos de Santos Chocano, según relataron testigos a Wyld Ospina pasaban por la autoinmolación: “Perezca usted antes que rendirse: la belleza de este gesto bien vale el sacrificio de su vida claudicante, y si es necesario de las nuestras. Usted ha vivido como un amo: no acepte seguir viviendo como un esclavo…”[45], palabras que pese a ser atractivas no convencen al tirano, mucho menos con ceso “… si es necesario de las nuestras”, que suena más a un “después de usted” desesperado. De las escenas del interior de la tenebrosa residencia da cuenta Arévalo Martínez, quien se entrevistó con un sobrino del dictador. Éste le relató que Chocano, le aconsejaba al presidente:

 

“-Aquí sólo hay dos caminos que tomar: o nos fugamos o rompemos con toda nuestra fuerza contra los unionistas, arrasando la ciudad hasta aniquilarlos; pero el camino en que vamos conduce a la ruina.

Al fin llegó la catástrofe presentida por Chocano: capitulamos; y al izarse la bandera blanca aquello parecía el caos: todos procuraban escapar como de una fortaleza sitiada. En esos momentos en que se multiplicaban los reproches y dos militares momostecos se atravesaban a balazos, Chocano, paseándose de un lado a otro con las manos a la espalda, dictaba a Andrés Larga-espada, que escribía en una maquinita portátil, un largo texto (…) don José Santos no componía un poema; dictaba los artículos de una concesión que en el Petén le concedería Cabrera, para explotar el chicle y que pensaba vender a una firma de Estados Unidos.”[46]

 

 

Después de esta escena surrealista, más propia de Stanley Kubric o de Woody Allen que de las páginas de la sufrida historia patria, las tropas rebeldes toman prisioneros a los presentes. El ministro estadounidense coordina la entrega del dictador:

 

“Solemne fue la salida de Estrada Cabrera de La Palma. Los asistentes debían vestir traje de ceremonia. McMillin pidió a todo el Cuerpo Diplomático que lo escoltaran a él y a Carlos Herrera [presidente provisional], quien fue acompañado por los licenciados García Salas, Valladares, Zelaya y ocho oficiales militares, varios marines y diez unionistas (…) cuando salió Estrada Cabrera de La Palma vestía su chaqueta de levita de siempre con una medalla que ‘brillaba sobre su solapa, una decoración que él mismo se había dado en alguna ocasión, pero cuando le quitaron el dinero y pañuelo de seda se ofendió y volvió a su habitación, de donde salió al rato usando un frac.’ Un revólver y la suma de 45 mil dólares le fueron decomisados…[47]

 

La justicia popular se abroga la custodia del poeta y lo encierra entre los temibles muros de la penitenciaría en donde habría de pasar los siguientes seis meses, encerrado en una “celda improvisada, del tipo de una pocilga, más para cerdos que para seres humanos”[48]. Los que no tuvieron tanta suerte (cuesta imaginarlo), fueron encerrados entre los altos muros del colegio San José de los Infantes, pegado a los más altos muros de la Catedral, frente a la plaza mayor. Afuera la multitud rugía, y exigía que les entregaran a los prisioneros para a lincharlos. La casa del poeta fue saqueada e incendiada. Estrada Cabrera fue llevado a la Academia Militar el 15 de abril de 1920, la residencia de La Palma, también fue saqueada, perdiéndose, quien sabe, cuántos valiosísimos documentos para reconstruir ese oscuro período de la historia nacional.

Un testigo de los linchamientos le dejó su relato a Arévalo Martínez:

 

“…Al llegar contemplaron a la multitud que agitaba miembros despedazados como enseña horrible. Sobre un montón de piedrín, llevado allí para levantar las torres de la catedral, un hombre, con aire de matón, restregaba su machete de derecha a izquierda, mientras gritaba: -¡Otro toro!

En la puerta del Colegio de Infantes alguien respondió: -Ahora les va uno bueno, mientras empujaba a un hombre acobardado que luchaba por no salir y dejaba las uñas en las baldosas de piedra…”[49]

 

Epaminondas Quintana, testigo directo de los hechos que resultaron con la expulsión de Estrada Cabrera del poder relata en sus memorias:

 

“…Para mala suerte del cóndor inca, le tocó en suerte estar en Guatemala a la hora de la gran expiación del régimen Cabreriano. Ante la embestida inteligente y formidable de los patriotas –que se amparaban en la ley-, el dictador echó mano de algunos intelectuales, por cierto nada despreciables, tales como Francisco Gálvez Portocarrero, guatemalteco; Andrés Largaespada y el estudiante Heberto Correa, ambos nicaragüenses y entre ellos, Chocano. De motu propio u obligados, ellos rodearon a don Manuel desde el momento en que su silla de dictador vacilaba. Se quedaron encerrados en La Palma durante los ochos días trágicos y, cuando cayó el amo, los intelectuales que lo rodeaban, fueron detenidos y apresados. El hermoso y talentosísimo orador de fuego, “Pocho” Gálvez Portocarrero fue hecho pedazos por la multitud linchadora en uno de los lances históricos más vergonzosos, degradantes y deplorables de la Campaña Unionista. Chocano no estaba allí en la prisión provisional –que era el Colegio de Infantes- y se salvó. Pero el pueblo le acusaba, había estado acusándolo, de instar a Cabrera a hacer una matanza descomunal de los patriotas y hasta se mencionaban poemas que incitaban a tal fin…”[50]

 

De algunos linchados también nos da noticias la historiadora Catherine Rendón en su libro al que ya hemos echado mano: “Los primeros en ser descuartizados fueron el licenciado Francisco Gálvez Portocarrero (‘Cara de Ángel’), ‘Mico’ Ponce y Miguel López ‘Milpas Altas’. El cadete ‘Mico’ Ponce era especialmente odiado porque se sabía que disparaba contra cualquiera que hablara mal del Benemérito. Cometió su último ultraje antes de morir, invadiendo el atrio de La Candelaria en un caballo para dispararle a alguien.”[51]

A Chocano se le acusa de susurrarle al oído al desalmado de Cabrera que ordene a las tropas disparar a mansalva en contra de la multitud que ha marchado a la residencia presidencial de La Palma para que renuncie. Los unionistas se debaten sobre qué hacer con este famoso prisionero.

Según Yankelevich, la solución la dio la “comunidad internacional”, pues:

 

“El rey de España Alfonso XIII, algunos presidentes latinoamericanos, y un buen número de escritores y artistas de Europa y América Latina demandaron su liberación. Finalmente, en octubre de 1920 abandonó la prisión para abordar de inmediato un tren rumbo a Nicaragua y Costa Rica. Lo acompaña Margot y los dos hijos de este matrimonio: José Antonio y Alma América.”[52]

 

Esta versión del historiador mexicano es refrendada por el señor Glicerio Villanueva Díaz, embajador de Perú en Guatemala, quien en el prólogo a una antología de Chocano apunta:

 

“…De hecho su fusilamiento es inminente, entonces sus amigos admiradores inician una gran campaña, denunciando el crimen en potencia. El primero en expresar su preocupación por la vida de Chocano es el Cardenal Gaspari en nombre del Papa; también lo hace el rey de España, Alfonso XIII; siguieron los presidentes de Argentina, Colombia y Panamá, y por cierto, del Perú. Desde Europa lo hicieron prohombres de la cultura con el siguiente texto: ‘Noticias: Guatemala hacen temer por la vida de José Santos Chocano, escritores hispanoamericanos en París, intercedemos efusivamente por la libertad del más grande poeta de América’ (…) La ola mundial de pedidos por la vida de José Santos Chocano surte efecto, siendo puesto en libertad, en forma secreta. El 16 de octubre de 1920 llega en tren a Managua…”[53]

 

Lo que me inquieta del recuento del embajador sudamericano es que haga énfasis en la intervención de Perú, con ese su “…y por cierto, del Perú”, carajo, como si fuera cosa extraordinaria que un país interceda por un nacional que peligra su vida. Suena a favor, a concesión de su majestad y no a una obligación de un Estado el velar por los nacionales, criminales o no, que están a punto de ser fusilados o linchados luego de una revolución. La diplomacia que hay que aguantar en estas regiones tropicales.

Por su parte, el memorioso Epaminondas Quintana cuenta otra versión, de quien no tenemos razones para no creerle, por haber sido líder estudiantil durante esta violenta revuelta, porque prácticamente se acuerda de absolutamente todo y porque no anda por el mundo lanzando frases de perdonavidas como el diplomático peruano citado arriba:

 

“Así, cuando los estudiantes universitarios del Uruguay pidieron a los colegas de Guatemala interceder por el gran poeta, los estudiantes salieron en su defensa y supieron arrastrar tras de sí a todos los intelectuales y clase culta, quienes gallardamente –y oponiéndose así a la expresa voluntad de todo el pueblo-, pidieron  al Gobierno la libertad de Chocano. Y el gobierno, justo y magnánimo, lo libertó…”[54]

 

Pero este fue el extremo del hombre uncido a su destino.

Su salvada de pellejo no alegró a todos sin embargo. Vargas Vila, ese colombiano de lengua de oro y veneno al que ya nos hemos referido antes en alguna parte, y que durante toda su vida fue un crítico acérrimo de las dictaduras latinoamericanas, dijo a propósito de Chocano una frase que debería labrarse en oro por lo perfecta: “Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo muriendo en el. Ahí está vivo después de haber fatigado la infamia” y para Gómez Carrillo también tuvo una frase ingeniosa, aunque menos perfecta y aún menos exacta: “va detrás de una mujer o una patria para vivir de ellas.” Por lo menos era sincero, pues siempre expresó estas opiniones y otras más violentas en las entrevistas que le hacían los periódicos de la época.[55]

Pero Vargas Vila era más bien una excepción. Otro hombre que por un tiempo se benefició de su pacto con el poder fue el poeta Rubén Darío, quien en el ocaso de su vida se encontraba en Nueva York, sin un centavo y enfermo, como leímos de él en el ensayo anterior. A instancias de Máximo Soto-Hall (otro uncido al yugo de la tiranía) es traído en 1915 a Guatemala por órdenes de Estrada Cabrera y bajo la promesa de que “…el poeta escribiría un libro elogioso para la administración cabrerista…”[56], estableciéndose en el Hotel Imperial, en donde la bondadosa mano presidencial patrocinaba al vate mientras éste pretendía preparar su apología. Pasado el tiempo sin producir ni un renglón a la gloria del cabrerismo[57], el dictador le retira la cuenta abierta y éste se traslada a Nicaragua, para morir al poco tiempo.

Chocano sería víctima de su propia lengua. En 1926 entra en una controversia con Vasconcelos, quien en un artículo publicado en marzo de 1925 en El Universal, se había expresado del poeta en términos poco halagadores: “Perdió la partida su amo reciente, y entonces Chocano, ya sin freno ni pudor, se fue a cortejar a Estrada Cabrera, la víspera de que se derrumbara. Después de aquél fracaso, Chocano recorrió otros caminos todavía más sucios, pues creo que estuvo en Venezuela y finalmente se ha ido a juntar con el verdugo de su patria…”[58] Chocano, indignado redacta una respuesta que titula Apóstoles y farsantes, en donde acusa a Vasconcelos de atribuirse una importancia que no le corresponde en la Revolución Mexicana, pero emocionado por la rabia, le pasa revista también a Amado Nervo y otros intelectuales mexicanos, a quienes acusa de ser meros bufones. Acusa a Lugones, el argentino de ser un burgués con miedo a perder sus comodidades y a Vasconcelos de escribir para imbéciles e ignorantes. Redacta otro ataque que envía para su publicación al diario El Excélsior en que se construye a sí mismo como personaje principal de la revolución por su amistad con Madero, Carranza, Villa y Álvaro Obregón. Vasconcelos critica las ideas políticas de Chocano, quien creía que las dictaduras eran sanas para países atrasados como los americanos. En la polémica se involucran los estudiantes peruanos agrupados en la Federación de Estudiantes de Perú, imbuidos del espíritu de reforma universitaria heredada de la reforma de Córdoba de 1918 y asumen la defensa del mexicano, quien sigue siendo atacado por Chocano desde las páginas de La Crónica.

La discusión se sale de las manos cuando un miembro de la Federación, Edwin Elmore, ingeniero y joven intelectual formado en conversaciones con Miguel de Unamuno, José Ingenieros, José Vasconcelos, José Ortega y Gasset y Pedro Henríquez Ureña, lee en una estación radial de Lima un alegato en contra de las tiranías y sus defensores, en clara alusión de Chocano. Elmore pone por escrito sus denuncias y las envía para su publicación a La Crónica, recibiendo insultos directos de Chocano. Yankelevich relata:

 

“Corría la tarde del 31 de octubre de 1925, Elmore colérico acudió a la redacción de El Comercio para insertar su carta contra Chocano, éste, dirigiéndose al mismo lugar se encontró con su adversario. Cambiaron insultos, el joven abofeteó al poeta, quien desenfundó un revólver y disparó. Elmore murió en  una sala de operaciones y Chocano pasó a convertirse en un reo del fuero común.”[59]

 

Chocano, protegido del presidente de turno, Leguía, es internado en el hospital militar (¿lo ve?, nada nuevo bajo el sol), en donde se instala también su segunda esposa, Margarita, de origen costarricense. Allí atiende el juicio en su contra y en junio de 1926 se dicta sentencia, condenándolo a tres años de prisión y a una indemnización a la viuda de Elmore. Otra campaña internacional y una leguleyada logran la liberación del poeta, quien es puesto en liberad el mes de abril de 1927, pero es castigado con el ostracismo por el mundo intelectual peruano. Rechazado e ignorado por sus compatriotas decide autoexiliarse en Chile a mediados de octubre de 1928. Pero como decía mi abuelita, que “a gallina a la que le gusta el huevo, aunque le quemen el pico”, en Chile pide préstamos de conocidos y adquiere deudas para echar a andar un proyecto excéntrico: la búsqueda de un supuesto tesoro que los jesuitas enterraron bajo la ciudad de Santiago cuando fueron expulsados por Carlos III. Solicita permisos para excavar en un área de cinco hectáreas y todo el año de 1932 lo ocupa en buscar en zanjones y terrenos baldíos el supuesto tesoro. Mientras tanto, y como respuesta a su complicada situación económica le pide a Alfonso Reyes ayuda para iniciar una vasta obra sobre la Revolución Mexicana. No sabe que su vida de película ya está llegando a su fin.

 

“…Una tarde de diciembre de 1934, Chocano fue asesinado a puñaladas mientras viajaba en un tranvía. El autor del crimen fue Martín Bruce Padilla, un chileno que confesó sentirse traicionado por el poeta con motivo del negocio de los tesoros jesuitas. El asesino argumentó que había suscrito un contrato con su víctima por tener conocimiento del lugar exacto de los enterramientos (…) El asesino fue declarado ‘demente’ y terminó sus días encerrado en el manicomio de Santiago.”[60]

 

El asesino se abalanzó sobre Chocano a la altura del teatro Rialto, clavándole dos veces el cortaplumas en el corazón, pero Chocano trató de ponerse de pie, y Bruce Padilla le clavó el instrumento en la espalda. Según un relato: “En el taxi que le conducía a la Asistencia Pública de su barrio, Ñuñoa, le dijo al chofer ‘Apure, por favor, que me duele mucho el corazón’”.[61]

Después de leer las loas, poemas y demás bajezas que intelectuales de la época cantaron a Estrada Cabrera (y otra lista de innumerables tiranillos), encontré en Peláez Almengor, un comentario sobre la obra de Wyld Ospina (que también hemos usado para este recuento de la dictadura), en el que apunta atinadamente un comentario que me ha dejado pensando mucho en la verdad que contiene: “…debemos preguntarnos si el autócrata se formó a sí mismo una imagen o, por el contrario, sus seguidores le forjaron una a su medida. Quizá hay en esto un camino de doble vía.”[62]

En su pacto Gómez Carrillo perdió su alma y el reconocimiento de su nación, que es igual a cambiar la eternidad por un plato de lentejas, como la historia bíblica. La verdad del olvido en el que se tiene actualmente a nuestro escritor es precisamente este lamentable pacto con el poder. Tras la caída del tirano, Gómez Carrillo fue objeto del peor de los castigos para aquellos que viven por la fama: el olvido. Guatemala entera le aplicó el ostracismo. Y este desprecio a su comportamiento sobrevivía 100 años después, cuando mi papá habiéndome recomendado la lectura de sus libros le reprochaba con amargura su decisión de cantar loas a tan siniestro personaje.

El dictador enfermó el 6 de septiembre de 1924 cuando un resfriado se le complicó. Su médico Lisandro Cabrera notó que la gripe en la condición diabética de don Manuel podía empeorar, por lo que le asignó una enfermera para que lo cuidara 24 horas.[63] El dueño y señor de Guatemala durante 22 largos y oscuros años murió a las tres de la mañana del 24 de septiembre de 1924, un mes antes de cumplir los 68, de pulmonía. Murió en la casa que se le había asignado como prisión, ubicada en la 10 calle entre 4 y 5 avenidas de la zona 1.

El cortejo fúnebre salió de su última morada a las 10.30 de la mañana, en un carruaje que con paso apresurado llegó veinticinco minutos más tarde a la Estación Central del Ferrocarril. Los restos mortales fueron colocados en el tren número 17 con rumbo a Quetzaltenango, su ciudad natal, a donde llegó a las 3 de la mañana del día siguiente.[64]

      Al final la muerte suele liquidar con equidad los saldos vitales. En mi visita a la tumba del tirano en Quetzaltenango hace unos años, encontré el mausoleo recién pintado de blanco, las rejas pintadas de anticorrosivo negro y una corona de flores recién puesta en ofrenda a su puerta. En París, años después de visitar al tirano, encontré la tumba del cronista limpia y con flores recién cortadas puestas ordenadamente en su macetero. Uno muerto en 1924 y otro en 1927, ambos parecían estar en paz con el mundo…

 

El Mirador

 

El Mirador

Inserto una supuesta fotografía de “El Mirador”, publicada en http://armenia-elsalvador.blogspot.com, un blog dedicado a los hijos de Armenia, Sonsonate, El Salvador, en el que se relata sin mucha información y con más entusiasmo familiar, la vida y aventuras de Consuelo Suncín. El pie de la fotografía explica: “La fotografía es de la Villa de Grasse, El Mirador, un minipalacio que Consuelo había heredado en 1927, del escritor guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo, llamado el “Príncipe de la Crónica” y Diplomático de Carrera. Este se jactaba de haber  conocido personalmente al joven poeta nicaragüense Rubén Darío, en el año de 1890, en el Hotel La Unión, de la capital Guatemalteca.”

De este párrafo se desprende que quien actualizó el blog en este texto no está muy familiarizado con la figura del escritor Gómez Carrillo, pues la Villa de Grasse ha de ser la casa en la que vivió y murió Consuelo ya viuda de Saint-Exúpery, pues la lápida del Cementerio Pére Lachaise, consigna que Consuelo murió en esa ciudad francesa el 28 de mayo de 1979, mientras que el chalet El Mirador, estaba ubicado en Niza, en el Chemin de Brancolar, como ya he mencionado antes. Acaso la nostálgica Consuelo, arrepentida de haberse deshecho de la propiedad de Niza haya bautizado su casa de Grasse como El Mirador, en un comprensible, pero inexcusable cargo de conciencia.

Por otra parte, Gómez Carrillo no se “jactaba”, de ser amigo de Rubén Darío, porque lo fue desde ese lejano año de 1890 en que trabajaron juntos en la redacción de El Correo de la tarde en la provinciana ciudad de Guatemala, hasta la misma muerte del poeta, en Nicaragua en 1917. Veinticinco años de tirante amistad en la que ambos intercambiaron elogios, reproches y críticas ácidas pero en la que siempre ganó la admiración y el aprecio que se profesaban ambos. Además, en la época en que ambos vivieron era imposible saber quien se jactaba de conocer a quien, tomando en cuenta que ambos eran los escritores más famosos de las letras hispanas del momento.

 


[1] En: José Juan Colín (editor). Sergio Ramírez. Acercamiento crítico a sus novelas. F&G editores, Guatemala: 2013.

[2] Pablo Yankelevich. Vendedor de palabras. José Santos Chocano y la Revolución Mexicana. Puede leerse el texto íntegro del ensayo en www.ciesas.edu.mx/desacatos/04%20Indexado/Esquinas.pdf.

[3] Robert Duvall, en el papel de Stalin en la miniserie del mismo nombre, en la que aparecen estas escenas, es supremo.

[4] Epaminondas Quintana. La Generación de 1920. Tipografía Nacional, Guatemala: 1971. Página 143 y 144.

[5] Horwinski. Op. Cit. Pág. 24.

[6] Ulner. Op. Cit. Pág. 21.

[7] Ulner. Op. Cit. Pág. 20.

[8] Horwinski. Op. Cit. Pág. 28.

[9] Ulner. Op. Cit. Pág. 218.

[10] Ibid. Pág. 24.

[11] Oscar Peláez Almengor. El Pequeño París. Universidad de San Carlos de Guatemala, Centro de Estudios Urbanos y Rurales. Guatemala: 2008. Página 73.

[12] Horwinski. Op. Cit. Pág. 27.

[13] Horwinski. Op. Cit. Pág. 28.

[14] Ulner. Op. Cit. Pág. 204.

[15] Enrique Gómez Carrillo. Manuel Estrada Cabrera. Tipografía de Arturo Siguere y Cía. Guatemala: 1898. Página 3.

[16] Gómez Carrillo. Op. Cit. Página 4.

[17] Rendón. Op. Cit. Página 192.

[18] Arévalo Martínez. Op. Cit. Pág. 59.

[19] Francisco Villagrán Kramer. Biografía Política de Guatemala. Tomo 1. FLACSO, Guatemala: 1994.

[20] Ramiro Ordóñez Jonama. Un sueño de Primavera. Editorial Entheos. Guatemala: 2012.

[21] Felipe Pineda C. Para la historia de Guatemala. Datos sobre el Gobierno del Licenciado Manuel Estrada Cabrera. S/D. México: 1902. (Versión electrónica Kindle). Este libro contiene un anexo interesante de documentos (pasquines y hojas sueltas de la época) que denuncian los tempranos crímenes de la dictadura y una lista de personas asesinadas por el régimen en sus primeros años. También acusa a Estrada Cabrera de haber contratado a Oscar Zollinger en Costa Rica, para asesinar al presidente Reyna Barrios.

[22] Asesinado por el régimen en Tactic, Alta Verapaz, el 26 de abril de 1899. Felipe Pineda consigna en su libro: “…Diputado Rosendo Santa Cruz, asesinado al estar durmiendo en la prisión del pueblo de Tactic, cuando iba preso de Cobán para la capital de Guatemala, a presentarse ante la Asamblea”

[23] Arévalo Martínez. Op. Cit. Página 91.

[24] Carlos Wyld Ospina. El Autócrata. Tipografía Sánchez y de Guise. Guatemala: 1929. Página 120. Así resume Wyld Ospina los veintidós años de dictadura: “La Administración entera no fue sino una farsa. Como un ácido maligno, la mentira lo corroyó todo, lo corrompió todo. Se vivía de la mentira. Como el armatoste de madera y lona de los listos gualanenses, la República mostraba un frontis de trapo pintarrajeado simulando un monumento de progreso. Adentro no había más que polvo, telarañas y sabandijas…” (Página 121).

[25] Julio Bianchi, en el prólogo que escribiera para la obra de Rafael Arévalo Martínez, fechado en 1941 y reproducido en la edición que de Ecce Pericles! lanzó la Tipografía Nacional en 2009, comenta que el censo de 1920 arrojó un 97% de la población analfabeta.

[26] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 149.

[27] V/A. Album de Minerva. Tipografía Nacional, Guatemala: 1899. Página VIII.

[28] Rendón. Op. Cit. Página 76.

[29] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 171.

[30] Rendón. Op. Cit. Página 65.

[31] Fernando Somoza Vivas. El Liberalismo. Su reorganización en Honduras. Estudio Histórico Político. Tipografia Nacional, Tegucigalpa, Honduras: 1906. Página 144.

[32] Rendón. Op. Cit. Página 75.

[33] Yankelevich. Op. Cit. Página 3.

[34] Ibid. Pág. 4.

[35] Yankelévich. Op. Cit. Pág. 6.

[36] Ibid. Pág. 10.

[37] Para un detallado recuento de la caída del régimen cabrerista, consultar la obra de Rafael Arévalo Martínez, Ecce Pericles!, o el más breve de Catherine Rendón, Minerva, La Palma, el enigma de don Manuel.

[38] Martin E. Erickson. Guatemala, Asilo de Escritores Hispanoamericanos. Revista Iberoamericana. Página 119. El texto completo se puede leer en: revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/indez.php/Iberoamericana/article/viewfile/975/1211.

[39] “Los temblores de tierra se iniciaron el 17 de noviembre de 1917, sin afectar a la capital: el primero a las 11:50 y el segundo media hora más tarde (…) Un mes y días más tarde, la noche del 25 de diciembre a las 9:30 se sintió en la capital guatemalteca el primer temblor, no de gran magnitud, pero sí lo suficiente para alertar a la población. Una hora y cincuenta minutos después sobrevino la catástrofe; dos fuertes movimientos de tierra uno tras otro, echaron al suelo las cornisas de las casas (…) Un segundo terremoto se produjo a las 11:45 (…) El 31 de diciembre a las 8:30 de la noche se dejó sentir otro temblor de larga duración. En los primeros días de enero de 1918 reinó la calma, pero el 3, a las 3:37 de la madrugada, nuevas conmociones terrestres abatieron la ciudad (…) Un último terremoto desplomó lo que quedaba en pie de la ciudad el 24 de enero de 1918 a las 7:30 de la noche…” (Oscar Peláez Almengor. El pequeño París. Universidad de San Carlos de Guatemala, Centro de Estudios Urbanos y Rurales. Guatemala: 2008. Págs. 28 y 33).

[40] En enero de 1918, el gobierno ordenó la formación de un catastro para regularizar el trabajo de los vecinos. Cada subcomité de campamento debía levantar un padrón registrando el nombre, edad, estado civil, ocupación y oficio de cada individuo para emplear los brazos hábiles en el trabajo cotidiano. Se obligó también a los médicos, farmacéuticos y dentistas a incorporarse a la Cruz Roja. Estos no podían dejar la ciudad sin permiso y los infractores podían ser castigados por desobedecer a la autoridad.” (Peláez Almengor, Op. Cit. Pág. 37).

Peláez Almengor apunta que mucha gente afectada por los terremotos siguió viviendo en los campamentos hasta finales de la década de los años 30, cuando para regularizarlos se crean los barrios de El Gallito, en la zona tres y La Palmita, en la zona 5 de la ciudad capital.

[41] Peláez Almengor. Op. Cit. Pág. 57.

[42] Jorge García Granados. Cuaderno de Memorias (1900-1922). Artemis y Edinter. Guatemala: 2000. Página 149.

[43] Arévalo Martínez. Op. Cit. Pág. 673.

[44] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 219.

[45] Ibid. Página 220.

[46] Ibid. Pág. 723.

[47] Rendón. Op. Cit. Pág. 301 y 303.

[48] Yankelevich. Op. Cit. Pág. 16.

[49] Arévalo Martínez. Op. Cit. Pág. 745.

[50] Quintana. Op. Cit. Pág. 145.

[51] Rendón. Op. Cit. Página 311.

[52] Yankelevich. Op. Cit. Pág. 16.

[53] S/A. Osado peregrino. Homenaje de Guatemala a José Santos Chocano. Editorial Cultura y Embajada del Perú, Guatemala: 2010.

[54] Quintana. Op. Cit. Página. 145.

[55] Consuelo Triviño Anzola. Vargas Vila injuriando a los Césares. Journal of Hispanic Modernism. Año 2010,  número 1, Página 206. (modernismodigital.org).

[56] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 172.

[57] Erickson. Op. Cit. Página 118.

[58] Yankelevich. Op. Cit. Página 21.

[59] Ibid. Página 24.

[60] Yankelevich. Op. Cit. Página 29.

“Se cumpliría inexorablemente más tarde. Ahora sí, ahora, cuando Martín Bruce Badilla, el asesino, lo ve sentado muy cerca, en el asiento posterior del tranvía número 768, de la línea 34 de Santiago de Chile. Chocano había ya dejado las cartas en el correo (…) Convocados para estudiar el caso del asesino, los médicos legalistas, doctores Volney Quiroga y Germán Grieve, certificaron el 11 de marzo de 1935 que Martín Bruce Badilla padecía de paranoia o psicosis de interpretación, una forma riesgosa de demencia. El juez dispuso el encierro del asesino en el Manicomio de Santiago. Allí murió en 1951.” (Teodoro Rivero-Aylón. José Santos Chocano y la sibila de Lexington Avenue. UMBRAL, Revista de Educación, Cultura y Sociedad. Año V, No. 9-10. Diciembre 2005. Páginas 193 y 194).

[61] Félix Romero. José Santos Chocano. La Vanguardia, Barcelona: 23 de marzo de 2011. Página 23.

[62] Peláez Almengor. Op. Cit. Página 73.

[63] Rendón. Op. Cit. Página 337.

[64] María Elena Schlesinger. Fotografías habladas de un tirano. Diario elPeriódico, Guatemala: 29 de enero de 2005.


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