Confesiones de un devorador de libros…
Rodrigo Fernández Ordóñez
-I-
Yo me había paseado por la vida desde hace muchos años con la satisfactoria seguridad de que el mejor libro que había leído (y el que a mí me habría gustado escribir), era El Escriba, de Pedro Orgambide, novela fantástica ambientada en la Buenos Aires de 1930, y a la que en una futura entrega habremos de reseñar. Sin embargo, esa sonrisa interna de satisfacción desapareció un día que, luego de salir de una reunión en el Centro Histórico, me encaminara a mi visita reglamentaria a La Casa de Libros a platicar unos minutos con el hombre que ha leído todos los libros: don Chito.
No está de más comentar que a don Cristóbal (Chito), lo conozco desde que hace un sinfín de años me gastaba los pocos centavos extra que me caían por aquí y por allá en libros, cuando él trabajaba en la Librería Del Pensativo, en el Centro Comercial La Cúpula. Aún recuerdo esa atmósfera amarillenta que le daba a esta librería de ensueño el sol cuando se colaba por las claraboyas del techo, y ese mar de libros que tapizaban el local desde el suelo hasta el techo y que se rebalsaba por mesas, sillas, bancos y cualquier superficie plana que pudiera soportar un libro. El silencio de la librería era un gozo en sí mismo, dado que daba a pocos pasos a la séptima avenida de la zona 9, que ya saben ustedes lo ruidosa que puede ser, si es que aún recuerdan el mundo antes del coronavirus.[1]
El caso es que en la librería de don Chito, husmeando como siempre hasta debajo de las mesas, siempre alerta a la caza de cualquier buen libro agazapado en la sombra, me topé con un pequeño volumen, de pasta dura, de la editorial Anagrama. Consistía en una colección de cartas de Helene Hanff –radicada en Nueva York–, a un librero, Frank Doel, establecido en Londres.
-II-
Debo decir que pocos libros han logrado proporcionarme tanto placer. Esa mañana, tomé el libro y lo atenacé como si alguien quisiera quitármelo (¡ojalá pase algún día!, podré morir tranquilo), como si en Guatemala alguien fuera capaz de pelear por un libro. Pero ya ven, soy un ser estropeado por la literatura.
Decía que sólo Samarcanda, de Amin Malouf, El escriba de Pedro Orgambide o El coloso de Marusi de Henry Miller, me habrán dado igual placer que leer este pequeño y delgado volumen de Hanff. La historia es sencilla en apariencia: una escritora en ciernes, la misma Helene Hanff, entabla una relación epistolar con la librería Marks & Co., apenas terminada la guerra, en 1949. Digo que con la librería porque a pesar de que principalmente se dirige a Mark Doel, poco a poco, conforme pasan los años, maravillosos años de cartas y libros y lecturas que van y vienen de ida y vuelta a través del océano Atlántico, los demás dependientes de la librería se van integrando al intercambio de cartas y notas. Las cartas tratan principalmente –¡cómo no!–, de libros. Es decir, Hanff escribe para hacer pedidos de libros muy especializados y escasos, de esos que sólo ciertas librerías de viejo, con sabuesos que se recorren la ciudad entera visitando otros negocios o bibliotecas en venta, van alimentando sus anaqueles.
Hasta aquí, querido lector, probablemente usted esté pensando que me falta un tornillo o bien estará pensando si apagó la televisión o si le pondrá una o dos cucharadas de azúcar a su café. Pero ¡oh, amigo lector! No se llame a engaño, como decía Pepe Milla en sus novelas, que la historia, aparentemente sosa, como película de Hallmark, con cada carta va tomando altura hasta convertirse en su última, triste e indeseable página final, en un verdadero canto de amor al oficio del librero, de la lectura y de la caza de libros antiguos. El libro, aunque suene a cliché y yo lo use de tanto en tanto, literalmente se escurre entre los dedos; usted no podrá dejar de pensar en qué dirá la carta que sigue, y con sorpresa mezclada de culpabilidad por haber sido tan poco previsor, terminará con el libro en su página 126 y verá que no hay más. El libro lo ha terminado y deberá releerlo una vez y otra más para seguir gozándose ese intercambio inteligente de opiniones.
«Su anuncio publicado en la Saturday Review of Literature dice que están ustedes especializados en libros agotados. La expresión “libreros anticuarios” me asusta un poco. Porque asocio “antiguo” a “caro”. Digamos que soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí salvo en ediciones raras y carísimas, o bien en ejemplares de segunda mano en Barnes & Noble que, además de mugrientos, suelen estar llenos de anotaciones escolares…».
Este es el arranque del libro, el primer párrafo de la primera carta que nos promete una lectura fluida, sin complicaciones y sobre todo, sin pretensiones. Este es el tono informal que siempre mantiene Hanff a pesar, o bien por todo el tiempo que mantiene la relación epistolar, que dura veinte años. Llama la atención que tuviera que recurrir a un librero en Londres, cuando uno presume que en Nueva York siempre han existido esas monumentales librerías como la Barnes & Noble de Union Square, con sus cinco pisos de libros, o The Strand, con sus 28 kilómetros de anaqueles atiborrados de volúmenes. Pero si usted, a la par de Hanff, le da una hojeada a Yonqui, la vívida y cruda novela autobiográfica de William S. Burroughs, sabrá que la ciudad que nunca duerme es una ciudad que guarda muchos secretos, a cuales más tenebrosos.
Pero aquí estamos hablando de un libro sonriente, de esos que lo dejan a uno con la sensación de haber pasado un muy buen rato con personas que nos caen bien, de las que cuando se van dejan un halo de buena vibra, como las macetas de cola de quetzal que tenía mi abuelita colgadas en el corredor de su casa, que rebozaban de verde, en una explosión de luz y hojas que llegaban hasta el piso.
«El Newman llegó hace ya casi una semana y ahora comienzo a recuperarme de la impresión. Lo tengo junto a mí todo el día, en mi mesa de trabajo, y de vez en cuando paro de escribir a máquina y alargo la mano para tocarlo. No porque sea una primera edición, sino porque jamás he visto un libro tan bello. Saberme su propietaria me inspira un vago sentimiento de culpabilidad…».
¿Lo ve? ¿No es acaso una maravilla? Es un libro para leer en voz alta, a la luz de las 3 de la tarde de un sábado en un balcón, si es que lo tiene. Si no, espere a que pase la covid-19 y lléveselo a un parque y deletréelo tumbado en la grama, o incluso, en los jardines de la UFM. Es un absoluto goce su lectura, que merece que destape una cerveza y se tumbe en un sofá a leerlo y releerlo. Es un canto de amor de una escritora extremadamente inteligente e interesante, y su comprensivo y poco exaltado librero.
«¿Tienes el Viaje a América de De Tocqueville? Alguien tomó prestado el mío, y no me lo ha devuelto. ¿Por qué será que personas a las que jamás se les pasaría por la imaginación robar nada encuentran perfectamente lícito robar libros?».
Sea feliz: lea a Hanff. Se lo merece.
[1] Ahora que recuerdo, El Escriba lo compré en la librería De El Pensativo, junto con un título de Oswaldo Soriano, Triste, solitario y final… que derrocha felicidad desde su portada.
Rodrigo Fernández Ordóñez
Pocas veces he podido calificar de hermoso un libro. Esta es una de esas ocasiones, pues el libro de Sasha Abramsky es hermoso en un sentido estético, por la forma en que está escrito, hermoso por la historia en sí que nos narra, hermoso por el recorrido de la historia judía en el turbulento siglo XX, hermoso por el repaso a la historia de las ideas que alimentaron la violencia de ese siglo, hermoso por la historia de Londres que entrelaza con la de su familia. Hermoso por el amor y admiración que rezuma en cada página por sus abuelos, a quienes está dedicado el libro y las figuras principales de la obra.

Portada del libro, edición de la New York Review of Books.
Leerlo fue una constante lucha entre el entusiasmo y la sensación de pérdida, pues con cada página de gozo se iba agotando el libro. En pocas ocasiones he sufrido por acabar un libro al mismo tiempo que uno quiere seguir leyéndolo. Tal vez agradecería uno el prodigioso libro de arena de Borges en este caso, o quizá no, pues el saberlo finito pudo haber creado esa atmósfera de feliz descubrimiento, de una historia bien contada.
La historia no puede ser más simple en principio: Chimen Abramsky, abuelo del autor muere en Londres, en la casa en donde se estableció en 1942, con su esposa Miriam y una creciente biblioteca que termina por rebalsar los anaqueles e invadir toda la casa. Tan sólo los baños y la cocina quedan fuera de los tentáculos de papel. El libro es la historia de esa biblioteca. El recorrido lo marcan los pasos de su nieto Sasha, quien viaja desde California para despedirse del abuelo al que considera su mentor intelectual. Escoge algunos libros para llevarse a casa y preparan con su hermano los libros que se han de donar a instituciones para que los conserven. De este planteamiento simple, surge una historia monumental del siglo XX en la que se desarrollan varios hilos argumentales que, como cajas chinas o muñeca rusa, se van conteniendo uno dentro del otro, narrados con tal calidad literaria que uno no puede descubrir el artificio a menos que se empeñe en desmontar el libro, lo cual sería un crimen de lesa literatura.
El narrador, Sasha, juega hábilmente con los diferentes planos, cambiando de tema constantemente, sin permitir que nos aburramos cuando aborda, por ejemplo la historia de los judíos en la Rusia zarista, cuando narra el origen de la familia y los sufrimientos de Yehezkel, su bisabuelo y con el tiempo uno de los principales rabinos. Pero en todo caso los libros son siempre la guía, el botón que acciona cualquiera de las tramas de la historia, ya sea por su contenido, por la forma como se consiguió, el autor, sus ilustraciones, el libro sería correcto decir, es el personaje central, el verdadero protagonista de sus casi 400 páginas.
“They where Chimen’s guides through life, his search for meaning, for purpose, for structure in human existence. They were like a seed bank out of wich his world could be resurrected, or shards from an archaeological dig- the older layers buried underneath newer, fresher levels- allowing vanished histories to come back to life (…) They provided protection from madness of the world outside- or, at the very least, a road map for navigating chaos.”
El libro fue recomendado por la New York Review of Books en su boletín semanal, calificándolo de uno de los mejores del 2015, y debo decir que fue una recomendación acertada. Pocos libros leídos en los últimos tiempos podría compararlos con este, se me ocurre que la soberbia recopilación de ensayos sobre boxeo At The Fights, publicado por la Library of America, o el inclasificable libro de Phillip Hoare, Leviatán, dedicado a todo lo que tenga que ver con ballenas y que va desde su diario de viajes hasta la historia verdadera de Moby Dick y las excentricidades de Nathaniel Hawthorne.

Edición de bolsillo del libro. La biblioteca, según su nieto ofrecía a Chimen: “… words and books provided structure to his world; they staved off the chaos, the anarchy, the fearsomeness of daily existence…”
Este libro es también inclasificable, y quizá por ello es que resulta tan agradable leerlo, porque tiene un poco de historia de la religión y cultura judías, un poco de historia mundial, un poco de la historia de las ideas políticas, un poco de autobiografía, un poco de saga familiar y mucho de libros, desde las texturas del papel, hasta las más importantes casas impresoras europeas tras el boom de la imprenta.
“Paradoxically, perhaps, Hebrew printing in what would become the Ottoman capital developed centuries before Islamic printing in the city got a foothold, having been established as early as 1493 by two Portuguese brothers, David and Samuel Nahmias. In the decades that followed, the Nahmias press published more than one hundred books, in tiny editions that never exceed three hundred in number, many of them written by Sephardic refugees from Spanish Inquisition to the west…”
El personaje central y alma del relato es tanto la biblioteca, como la personalidad de Chimen Abramsky, un hombre diminuto de una estatura intelectual que le llevó a ocupar una cátedra titular de historia judía en Saint Anthony College, Oxford, pese a no tener grado académico. Militante furioso del Partido Comunista Británico, poseedor de la biblioteca privada de socialismo y marxismo más importante del hemisferio occidental, que alguna vez criticó las actividades religiosas de su propio padre como “reaccionarias”, y justificó los años que su progenitor pasó en gulags siberianos como pasos de la construcción del socialismo, rompió luego con el comunismo tras el terremoto de las denuncias de Kruschev en el X Congreso del PCUS y la invasión soviética de Hungría en 1956. Las ideas religiosas como mera teoría y la historia de los judíos fueron consuelo para su atea alma.
“When he came to write his biography for the Communist Party, on March 28, 1950, Chimen at the time a fervent Soviet apologist, explained that ‘my parents are very reactionary. For a short time my father was imprisoned in Russia’. The way it was structured, the first sentence seemed intended to justify the content of the second: ‘He was imprisoned because he was reactionary’…”
Pero la posterior renuncia al comunismo, que llevó también al rompimiento y ostracismo por parte de amigos de toda la vida lo liberó de la estrechez ideológica que imponía el estalinismo en esa época, y lo llevó a tomar contacto con personajes de la talla de Isaiah Berlin, con quien haría amistad hasta el día de la muerte de este. El camino que tomó este renegado del fundamentalismo marxista fue el liberalismo, y por extraño que pareciera, la búsqueda del sentido religioso de su identidad judía. En esta sección el libro alcanza un tono maravilloso, sobre todo cuando delinea las ideas religiosas de Maimónides y de Spinoza y se adentra en la descripción de las bibliotecas judías más importantes de Europa, una de las cuales habría de salvar, en un rocambolesco incidente del olvido de la Praga comunista en los años sesenta.
Pero no sólo hay discursos intelectuales. El libro pasa por escenas interesantísimas de la Londres durante los ocho meses del Blitz, la vida bajo los bombardeos, durante los cuales los británicos trataron a toda costa de demostrarle al mundo que no los iban a doblegar, y durante los cuales Chimen trabajó voluntariamente como vigía: “In the evenings, while the German bombers unloaded their deadly cargoes over London, he was a fire-spotter with the Metropolitan Borough of St. Pancras Fire Guard. He would stand on rooftops, scanning the blacked-out city below, looking for flames, and phoning in locations to the fire brigades…”
La visita a cada estancia de la casa de los 20,000 libros nos ofrece también una oportunidad de atisbar la vida de una comunidad judía en una ciudad occidental. Aunque oficialmente ateos, Chimen y Mimi guardaron las formas ceremoniales toda la vida, y aunque no eran excesivamente cuidadosos de seguir las prohibiciones religiosas, ciertas ceremonias las seguían al pie de la letra, aun y cuando militaban ciegamente en el Partido Comunista. Esto facilita el relato para que fluya por la historia del pueblo judío y apuntar aspectos interesantes de los judíos ortodoxos y los más modernizados, unos cuidando a ultranza las tradiciones y otros, buscando la integración de sus gentes a la nueva sociedad. En este sentido, para el lector profano, el libro es sumamente esclarecedor, importante para entender los desafíos que afronta esta religión milenaria.
Por último, vale la pena apuntar que el libro rezuma amor y admiración por cada una de sus hojas, pero sin llegar a la cursilería ni al sentimentalismo facilón. En todo momento el libro es un ejercicio de búsqueda de la verdad, y eso se debe agradece a Sasha Abramsky, porque no se muerde la lengua al momento de criticar ciertas fases de la vida de su abuelo, logrando un retrato intelectual y vital equilibrado, que nos dibuja a un hombre común y corriente, con una capacidad intelectual fuera de lo común.

Sasha Abramsky nació en Inglaterra en 1972, creció en Londres y estudió Política, Filosofía y Economía en el Balliol College, Oxford. En 1993, se mudó a Nueva York para estudiar Periodismo. Actualmente vive en Sacramento, California, con su esposa e hijos.