Mi abuelo y el dictador, de César Tejeda
Confesiones de un devorador de libros…
Rodrigo Fernández Ordóñez
De los libros que me han impactado más, hasta el día de hoy, en cuanto a intereses, forma de pensar y de concebir a la historia y al hombre, tengo que citar a El señor presidente (del que creo haber ya agotado mis reflexiones al respecto hace unas semanas), y Ecce Pericles! de Rafael Arévalo Martínez. Este segundo lo leí en una versión de EDUCA, de papel periódico y portada sombría, en la que una fotografía de don Manuel Estrada Cabrera se difuminaba en una mancha de tinta negra, que compré, otra vez –ironías de la vida–, en un supermercado.
Creo que mi tardía y claramente trasnochada concepción hobbesiana de la humanidad (“el hombre es el lobo del hombre”) me viene de haber leído ese tomazo a la corta edad de los 13 años. Claro que muchos, muchos años más tarde me topé con el magnífico libro de Philip Zimbardo, El efecto Lucifer, que, ¡oh sorpresa!, me vino a dar la razón; matizada, claro está, pero me la dio. En fin, el libro de Arévalo Martínez me dejó tan alucinado como fascinado. Aún hoy, el período histórico nacional que me parece más interesante como inexplorado es esa larga dictadura de los 22 años. Los relatos de la mezquindad humana y de la absoluta ausencia de valores y escrúpulos de todo un pueblo, esa degradación moral a la que llevó esa dictadura me llegó a parecer incluso, cosa de ficción. Esto, hasta que fallecida mi abuela materna, con mis hermanos Martín y Santiago encontramos refundidos en un armario del costurero, el más remoto cuarto de la casa antañona del Centro Histórico, un magnífico Álbum de Minerva de 1902 y un álbum hechizo en un catálogo de modelos tipográficos, de mi tío abuelo, con muchas fotos de la época.
Lo primero que pensé es que esos dos libros llevaban metidos en ese lugar desde que en 1942 mis abuelos se mudaron a esa casa, escondidos no sé si por miedo (por la dictadura de turno) o bien por vergüenza, pues el relato fotográfico es el de un maestro rural en Salamá en el que consciente o inconscientemente va dejando muestras de su solidaridad con el régimen cabrerista, como un carné que lo acredita como miembro de la Comisión de Festejos de las Fiestas Minervalias de 1910, en la que consta que puso incluso dinero para la marimba que amenizó el evento. Ambos me devolvieron la realidad del período histórico, con sus luces y sus sombras.
Esas fotos desteñidas por el tiempo han venido a materializar en cierta forma otras nociones de la dictadura, como el magnífico trabajo de Catherine Rendón, Minerva y La Palma: el enigma de don Manuel, los relatos de muchos testigos como Felipe Cruz, las oscuras memorias de Adrián Vidaurre, asesor del dictador, los legajos del juicio llevado en contra del dictador cuando ya derrocado languidecía en su arresto domiciliario, o bien los relatos de primera mano de esa época oscura que nos dejaron Federico Hernández de León y Miguel Ángel Asturias en muchas de sus entrevistas. Por último, el coletazo de realidad y horror de esa época me vino de Ecuador, gracias a mi querido amigo Daniel Bowen, quien hará cosa de 6 años se encontraba investigando la vida de su abuelo, el general Plutarco Bowen, lider de la revolución liberal ecuatoriana y que murió fusilado en la plaza central de San Marcos, en el occidente de Guatemala. Resultó providencia que yo me topara con ese nombre en reiteradas ocasiones sin mayores datos, pero logré esbozar la figura de este hombre joven, del que consta una única fotografía, vestido con uniforme militar y brazo en cabestrillo, que se desvanece de la historia, como agua en el agua, en la hermosa frase de Borges.
Pues bien, para ilustrar el terror de esta época, Bowen me contactó y empezamos a compartir ciertos detalles y bibliografía al respecto hasta armar la gran fotografía, que publicó años más tarde en Guayaquil. Tiempo después, tuve la suerte de reunirme con él durante un viaje a Quito, en donde tuve una de las más interesantes conversaciones que haya tenido nunca, sobre historia y literatura en la terraza de un restaurante en el centro histórico de Quito, restaurante que nos vio almorzar y cenar, y del que fuimos desalojados cuando ya amenazábamos con ordenar el desayuno. Esta conversación me recordó inevitablemente las heroicas jornadas en las que con mis amigos de la universidad nos instalábamos en el patio de “La Jacaranda”, una especie de cantina estudiantil en las afueras de la universidad, en las que no pocas veces nos sacaba del sopor de la conversación de literatura, historia, música y cine doña Blanqui, la dueña, para ofrecernos panqueques con miel de desayuno luego de pasar la noche en blanco en el lugar.
Pero cerrando esta invocación: la historia de Bowen es terrible porque el general, que había participado en la revolución de 1897 en contra del general Reina Barrios, que llegó a tomar la ciudad de Quetzaltenango, se había retirado a una vida de descanso en Tapachula, con un colega de apellido Treviño, compañero de armas desde Ecuador y con quien compartió batallas en El Salvador, Honduras y Nicaragua. Bowen fue secuestrado en Tapachula, drogado fue transportado de forma clandestina en el fondo de una lancha a Ocós, registrado su arresto en Retalhuleu y despachado sin más a la plaza de San Marcos acusado de sedición. Fue fusilado un lejano 26 de junio de 1899 en la esquina occidental de la plaza mayor de San Marcos. El hombre autor de la operación, un tipo de origen francés y apellido Lambert, recibió en pago de su audaz y cobarde acción, el monopolio de las bebidas alcohólicas en el Hipódromo del Norte.
-II-
Como una nueva confirmación del absurdo de esta dictadura, me vino a caer en las manos el libro de César Tejeda, escritor mexicano, que en su novela Mi abuelo y el dictador, parte de una anécdota significativa para ir hilvanando no sólo las raíces del suceso anecdótico, sino la de la propia construcción de la novela, en esta nueva corriente de las novelas de no ficción que, sin querer, vino a inventar ese genial autor argentino Rodolfo Walsh.
La anécdota llevada a lo esencial, cuenta que en 1908 Antonio Tejeda fue acusado de participar en una conspiración en contra de la vida del dictador, y obligado a caminar desde Antigua Guatemala a la Ciudad de Guatemala, custodiado por un pelotón a caballo, luego del atentado de los cadetes. “Durante todo el trayecto, fueron seguidos por una mujer con un bebé en brazos: era Victoria Fonseca, la esposa de Antonio, y en los pañales del bebé llevaba escondido un revólver”, nos informa la contraportada del libro. Cabe decir que la anécdota inmediatamente me recordó la suerte de Rosendo Santa Cruz, valiente opositor del régimen cabrerista que bajo el mismo artilugio (Estrada Cabrera era autor de siniestras ideas, pero de muy poca imaginación), fue obligado a encaminarse a la capital desde Cobán, con lazo al cuello, pero en este caso, asesinado vilmente en un corral de cerdos a la salida de la población de Tactic. Era el prototipo de las ejecuciones extrajudiciales que Ubico llevaría a la perfección, bajo el nombre socarrón de ley-fuga.
El autor parte entonces de la anécdota para realizar un tipo de arqueología familiar. Viaja a Guatemala desde México, de donde es nacional, y nos lleva por su investigación visitando lugares, amigos y familiares para ir aclarando o buscando echar luz a la historia de los abuelos. El libro tiene la bondad de estar bien escrito, Tejeda es un buen narrador que no pierde el puslo de la historia, aunque la anécdota a base de ser repetida varias veces en todo el libro va perdiendo su fuerza y su significado, como cuando repetimos de forma seguida y por muchas veces una palabra; pongamos “casa”, y repítala 20 veces. Verá que el significado desaparece y la palabra se nos antoja a un mero intento gutural que trata de transmitir algo que ya se nos escapa. Otra bondad del libro es que logra reconstruir ese escenario absurdo de odios, rivalidades y envidias que fue la Guatemala de 1898 a 1920, teníamos a Asturias, claro, pero este relato viene a refrescar las trilladas ideas del tan trillado tema del dictador latinoamericano.
“…Juan Viteri padre conspiraba en contra de la vida del dictador –sin éxito, desde luego–, Estrada Cabrera esculpía en su imaginación, con el cincel entre los dedos, a un perro fiel que dormía a los pies de la puerta de su recámara para cuidarlo, y que en eso se convertía, precisamente, Juan Viteri hijo, quien fue uno de los esbirros de confianza del tirano, tiempo después de que su padre fuera mandado a fusilar”.
“Afirman que Estrada Cabrera, enemigo incluso, de sí mismo, discutió con uno de sus hijos porque el joven tenía una deuda de cuatro mil dólares en una joyería, y Estrada Cabrera, inconscientemente de que tenía el cincel de jade en la mano, deseó nunca haber tenido a ese hijo despilfarrador mientras lo insultaba, y que el hijo de nombre Francisco, caminó a su habitación, tomó el revólver y se disparó en la cabeza”.
La dictadura de Estrada Cabrera siempre ha estado fundida en hechos de violencia y sobrenaturales. Abundaban en La Palma, la residencia presidencial ubicada antaño en la barranquilla, altares mayas, por los que desfilaban sacerdotes y brujos que hacían permanecer al dictador en la silla presidencial, y que manejaban las fuerzas oscuras a su antojo, como el incidente del cincel de jade, obra de unos sacerdotes de Totonicapán, que Tejada recoge. Teosofismo, ocultismo y pactos con el diablo fueron las explicaciones que el ciudadano guatemalteco encontró para justificar la larga noche de la dictadura, omitiendo el rasero de Occam, que resulta ser la propia naturaleza del hombre. La dictadura se construyó, y subsistió porque había personas alrededor del dictador que lo adularon y construyeron los mecanismos del horror, como el mismo Adrián Vidaurre, José Santos Chocano, Enrique Gómez Carrillo o Cara de Ángel, que repite una figura histórica.
El libro nos brinda una oportunidad para acercanos a la dictadura desde el punto de vista de un extranjero, con familia radicada aún en Guatemala. Es una visión foránea que abunda en una perspectiva muy interesante sobre este periodo, que para el guatemalteco en general se le hace borroso o intrascendente cuando en la educación media se le hace leer sin mayor preparación ni contexto, El señor presidente con el objeto de llenar un requisito del pensum estudiantil. A fuerza de literatura nos arruinan la historia, y el guatemalteco sale de los establecimientos educativos sin volver a tocar un libro o a interesarse por algún evento del pasado patrio. Sin embargo, comete un error de bulto, imperdonable para la familia y amigos guatemaltecos que según el relato ayudaron al pobre Carlos en su investigación, pues nos dice el autor:
“Llego al departamento de Sacatepéquez y leo un letrero que dice ‘Adopte un kilómetro’. Si tuviera una cuenta bancaria con quetzales, lo haría. Porque no hay otro camino que pueda resultar más importante. Lo mantendría libre de baches y con las líneas de la carretera cuidadosamente pintadas. Adoptaría un kilómetro al azar, tal vez ése en el que mi abuelo comenzó a patear una inmensa piña de pino para distraerse. Para dejar de contar los pasos que recorren 45 kilómetros en las peores condiciones…”.
Al leer este párrafo no pude ocultar mi molestia, que dejé escrita al margen de la página 83 en que Tejeda aborda el tema del camino recorrido por su abuelo. ¿Cómo es que nadie pudo explicarle al pobre César Tejeda que no estaba recorriendo la ruta que le tocó a su abuelo caminar en ese lejano 1908? ¿Cómo nadie se tomó la molestia de explicarle que la actual prolongación de la ruta Interamericana que usamos los guatemaltecos para salir de la Ciudad de Guatemala para ir a la Antigua, Chimaltenango o Panajachel no fue construida sino hasta mediados de la década de 1960? Digo, según su relato habla con gente educada, profesionales exitosos, incluso periodistas culturales en Guatemala, ¿cómo es que nadie lo sacó del error? ¿Será tan corta la memoria histórica del guatemalteco que eventos o lugares de más de 3 o 4 décadas se pierden en la niebla del tiempo?, ¿o les habrá parecido tan poca cosa la anécdota de este escritor que vino hasta aquí para explorarla, como para explicarle que esa carretera no existía en 1908?
En fin, la cuestión es que César soluciona su historia en el camino equivocado, pues hasta que se inauguró la extensión de la carretera Interamericana, el camino hacia la Antigua Guatemala era saliendo por Mixco, bordeando el cerro Alux por el lado opuesto al que lo hace actualmente la carretera, se pasaba por un hermoso paraje llamado San Rafael Las Hortencias y se salía por San Lucas Sacatepéquez, aproximadamente a la altura del crucero en donde se encuentra el monumento al caminero. En San Rafael se levantaba un hermoso hotel, que luego fue transformado en casa de retiros y que hasta allá por los años 90 en que lo conocí, mantenía y respetaba la arquitectura original y su entorno. Era un paraje hermoso a la sombra del imponente cerro y rodeado de abundante naturaleza, teniendo un impacto tranquilizador cuando se salía del caos de las callejuelas abarrotadas de gente y vehículos de Mixco. El camino que pasaba frente al hotel y que unos trescientos metros se perdía en una especie de desfiladero profusamente arbolado, habrá sido el camino que realmente recorrió el señor Antonio Tejeda cuando fue conducido “a pie por cordillera”, como se decía en ese entonces desde Antigua a la Ciudad de Guatemala.
Para hacerse una mejor idea de la belleza del paraje, he hallado en mis archivos digitales dos hermosas fotografías del lugar, la primera muy probablemente de unos veinte años después del incidente que narra César y una segunda muy probablemente de la misma época de la anécdota que fundamenta la novela de Tejeda.

Una segunda queja que tendría en contra de los familiares, amigos y colegas intelectuales de César afincados en Guatemala, es la poca contextualización que del país le hicieron al escritor a su llegada y en los dos o tres viajes más que logró hacer al país. Es otro párrafo que me parece desafortunado, porque trata de ser lapidario, pero creo que peca de inexacto:
“Es un acto de justicia poética que Rubén Darío sea recordado por todo lo que escribió con excepción de sus penúltimos versos, y que Estrada Cabrera no sea recordado por casi nadie, ni siquiera en Guatemala”.
Sólo basta hojear los pocos periódicos que circulan en el país para botar por tierra esta idea de César Tejeda. En las páginas de Prensa Libre, desde hace varios meses ya, circulan las columnas del historiador José Molina Calderón sobre temas económicos y políticos precisamente del período de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, incluyendo una larga serie del manejo que de la epidemia de influenza tuvo el dictador y los servicios de salud de la época, o bien en la Revista D del mismo periódico, hace apenas unos meses publicaron una serie de artículos en conmemoración de los 100 años del derrocamiento del dictador. También en el Diario de Centro América hará cosa de unas cuantas semanas, se publicó un invaluable artículo sobre el cine en la época de la dictadura de Estrada Cabrera y en las columnas de la siempre interesante María Elena Schlesinger, que publica en elPeriódico, se trae al dictador constantemente a la memoria de los lectores.
Pero así como tiene desaciertos, tiene otros filones de información invaluables, como un párrafo de oro que por sólo esas líneas vale la pena leer toda la novela, en donde rescata el nombre de uno de los dos cobardes asesinos de Brocha, el expresidente de Guatemala, general Manuel Lisandro Barillas:
“El joven se llamaba Florencio Morales y acuchilló en dos ocasiones a Barillas. Su cómplice fue un soldado de la guardia de honor del ejército guatemalteco. Una vez detenidos aceptaron que habían recibido como anticipo por el trabajo 650 dólares de las manos de un general del ejército cabrerista”.
También aportan mucho para el lector en general los dos capítulos que dedica a las relaciones entre el dictador y los dos escritores modernistas por excelencia, Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo, llenos de datos interesantes y de los que apenas haya que señalar una omisión: cita como biógrafo de Gómez Carrillo a un tal José Luis García Martín, pero se olvida de incluirlo en la bibliografía al final de su libro. Con unos pocos errores más de puro bulto, como ubicar la Antigua Guatemala al oriente de la ciudad capital o poner a Arturo Morelet unos 60 años posteriores a su verdadero viaje a Guatemala, la novela está bien documentada y resulta un verdadero placer leerla. Sus impresiones del país y de la sociedad guatemalteca resultan por demás interesantes. César Tejeda logra una novela bien acabada, de la que cuesta desprenderse y a la que invitamos se lea con ganas de disfrutarse un buen relato sobre la construcción de una novela.
La Semana Trágica (II)
La violenta caída del tirano Manuel Estrada Cabrera
Rodrigo Fernández Ordóñez
Hace 100 años, el 8 de abril de 1920, a la caída de la tarde, un estruendo sacudió la normalmente apacible ciudad de Guatemala. Las baterías del Fuerte de Matamoros tronaron, bombardeando las goteras de la ciudad al oriente, sede del Cuartel Número 3, presuntamente fiel al gobierno provisional de don Carlos Herrera. Al día siguiente, el 9 de abril, las baterías francesas, concentradas en la finca presidencial de La Palma en el suroriente de la ciudad, empezaron también su bombardeo, buscando el centro de la ciudad y la Finca El Zapote, presunto cuartel general de los unionistas. ¿Qué llevó al dictador a tomar la terrible decisión de bombardear una ciudad completamente desprotegida? ¿Qué sucedió después? Las respuestas a estas preguntas constituyen unas de las páginas más hermosas de la historia de nuestro país, y contradictoriamente, de las más desconocidas.

Milicianos unionistas combatiendo en las calles de ciudad de Guatemala. Probablemente los hombres se encaren hacia la finca presidencial La Palma, en donde se había atrincherado el dictador Estrada Cabrera y desde donde dirigía las operaciones.
-I-
Los combates
Lo sucedido durante la histórica sesión del 8 de abril en la Asamblea Legislativa, lo narra con detalle Carlos Wyld Ospina:
“Los cabecillas de la Asamblea y los jefes del unionismo persuadieron a Letona de que su deber le mandaba denunciar, ante los representantes del pueblo, la locura del presidente, manifiesta en los actos del elevado funcionario y el género de misticismo supersticioso a que vivía entregado, según informes del propio Letona. Se adobó con todo aquello una denuncia, que era a la vez una acusación, y se convino en que el ex secretario de Estrada Cabrera la leería en persona ante los diputados, presentándose en la sesión del 8 de abril con la cabeza envuelta en vendajes y en el rostro las huellas, todavía frescas, de la violencia presidencial”.[1]
Resulta interesante la frase “Se adobó con todo aquello una denuncia…”, que deja plasmada Wyld Ospina, y es que desde las páginas de El Autócrata, su ensayo sobre las dictaduras en Guatemala, el periodista no abandona la crítica. Debemos señalar que don Carlos se había jugado el pellejo en los meses anteriores al estallido de la Semana Trágica, junto al poeta Alberto Velásquez, publicando en Quezaltenango un periódico anti cabrerista, El Pueblo, haciendo eco a las denuncias de El Unionista, que se publicaba en la capital. Seguramente Wyld Ospina dice que se adobó la denuncia porque esta resultó de las impresiones del general Letona y otros colaboradores, pero en ningún momento se le practicó al presidente examen médico alguno que pudiera dar sustento al diagnóstico de que don Manuel ya no se encontraba en sus cabales. El fundamento para declarar demente al dictador nos lo narra nuevamente en las páginas de su ensayo, cuando años después de sucedidos le narrara personalmente el general Letona:
“…en los días en que el autócrata viera desquiciarse su poder y huir de su lado a hombres en quienes confió, sus facultades mentales sufrieron positivo quebranto, y dio en ver enemigos y traidores por todas partes. Fue entonces cuando se pasaba las horas metido en el oratorio de La Palma, de rodillas ante las imágenes de culto católico, rezando fervorosamente con la cabeza entre las manos. Salía de allí a consultar con los brujos indios, que hiciera venir desde Momostenango y Totonicapán, y encerrarse con ellos para practicar operaciones de hechicería…”.
Al parecer don Manuel se había aficionado a las artes ocultas desde los lejanos años del atentado de la bomba, y por algunas experiencias paranormales sucedidas luego de la muerte de su esposa. En fin, el diputado Adrián Vidaurre intervino en la sesión, señalando: “…Duéleme, señores diputados, tener que venir a haceros pública la seguridad en que estoy de que las facultades mentales del señor Estrada Cabrera no son ya normales. Una enfermedad tan traicionera como la que padece; una vida tan dura como la que lleva, son capaces de doblegar la salud más completa. Y hoy, por desgracia para mí, señores, tengo la firme persuasión de que mi amigo siempre querido, mi jefe severo, sí, pero respetuoso, no tiene la lucidez de un cerebro correcto; y sólo así podrían explicarse los errores, aberraciones, tonterías, monomanías y aún desmanes que comete…”. Con amigos así, ¿quién necesita enemigos?
El caso es que, como ya quedó apuntado antes, ese día 8 de abril, en horas de la tarde, empezó el bombardeo contra la ciudad, desde las baterías del Fuerte de Matamoros en contra del Cuartel Número 3, ubicado en las afueras nororientales de la ciudad, para impedir que la población se apropiara de las armas allí depositadas. Wyld Ospina relata que la situación dentro del Ejército era delicada ya que la oficialidad joven estaba a favor del movimiento unionista, mientras que los oficiales antiguos se mantenían fieles al dictador. También se bombardeó el área de la Plaza Mayor. Posteriormente, en una polémica desde las páginas del diario vespertino La Hora en 1972, uno de los hijos de don Manuel explicaría que el bombardeo se había hecho con munición sin espoleta, para que no estallara, caso contrario, la ciudad hubiera quedado pulverizada. Ignoramos si la anterior afirmación es cierta, pero la dejamos constar para que si alguien tuviera posibilidades de aclarar este aspecto de nuestra historia, contribuya con algunas líneas.
Ese 8 de abril presentaba un tenebroso panorama para el Movimiento Unionista. Vía telegráfica don Manuel puso en pie de guerra a los fuertes de San José de Buenavista y San Rafael de Matamoros, así como a las guarniciones militares de la Penitenciaría, de la Estación de Radio Inalámbrico, (ubicada al pie de la colina del fuerte de San José), de La Aurora, el Guarda Viejo, del Aceituno y la Guardia de Honor, estacionada en unos galpones de madera cerca de La Palma. Los unionistas tenían solamente el Cuartel Número 3, rendido solo por la decisión de su comandante coronel Juan López Ávila[2], al ver a los milicianos de la Liga Obrera armados con machetes, cuchillos, revólveres y garrotes. El comandante se puso a las órdenes del presidente interino y repartió seiscientos fusiles Reina Barrios[3] de cañón corto, sesenta cajas de munición y dos ametralladoras. Con estas armas tomaron por asalto la Mayoría de la Plaza y la Casa Presidencial (7 avenida y 12 calle), en donde hallaron dos ametralladoras nuevas, revólveres, espadas y fusiles sin estrenar.[4] Los oficiales mayores que se pusieron del lado del gobierno provisional aprestaron el batallón Canales y a los milicianos de Palencia para que de urgencia acudieran a defender a la capital. Los milicianos unionistas recibieron los fusiles y no tenían ni idea de su funcionamiento, así como de las ametralladoras. Según relata Arévalo Martínez, fue el príncipe Guillermo de Suecia, quien se encontraba de paso por Guatemala, quien les enseñó los rudimentos básicos para el manejo de las armas de fuego.[5] Estrada Cabrera por su parte, dispuso que la infantería al mando de los generales Reyes y Chajón ocupara las alturas de Santa Cecilia, cerrando el paso por el Guarda Viejo.

Otra de las barricadas construidas en plena calle del centro de la ciudad durante la Semana Trágica, que al disiparse el humo se establecería que se había cobrado alrededor de 1,700 vidas.
En la madrugada del 9 de abril los cañones de La Palma empezaron a rugir, así como los de San José y Matamoros. Los obuses impactaron en el Cuartel Número 3, y pasaban sobrevolando la ciudad, buscando impactar en la finca El Zapote, en donde el dictador presumía se había establecido el cuartel general de los alzados, pues don José Azmitia, uno de los mayores líderes unionistas, era gerente de la Cervecería Centroamericana. Bajo el bombardeo, los militares fieles a don Carlos Herrera conformaron un plan de ofensiva, señalando la necesidad de tomar el Fuerte de San José, estratégicamente invaluable, pues desde sus alturas se podría bombardear a La Palma. Los batallones Canales y Palencia atacarían La Palma desde el sur los primeros y desde el norte los segundos, para tratar de tomar la posición.
Al día siguiente, el 10 de abril, se supo que había desembarcado del buque de guerra estadounidense Tacoma, una compañía de marines, que marchaba hacia la capital para proteger los bienes y la seguridad de sus ciudadanos.
Regresamos a Carlos Wyld Ospina, quien resume:
“Por una semana, la corrida del 8 al 14 de abril de 1920, se combatió en toda la República con las armas en la mano. Cabrera se había declarado dictador, aunque sus ministros, con las únicas excepciones del licenciado Manuel Echeverría y Vidaurre y del general Miguel Larrave (sub secretario de la cartera de guerra, en desempeño del ministerio) rehusaron firmar el decreto correspondiente. Esto no impidió a Estrada Cabrera reconocer la beligerancia del nuevo gobierno y sus defensores, porque hemos de estar en que la Asamblea, al poner fuera de la presidencia a don Manuel, había nombrado para sustituirlo al ciudadano Carlos Herrera. El gobierno encabezado por este señor, a su vez declaró fuera de la ley a Estrada Cabrera y ordenó a sus tropas batirlo como rebelde.
El 8 de abril quedábale al autócrata todavía la mayor parte de los cuarteles, fuertes y efectivos militares de la capital y la totalidad de los departamentales. Herreristas y unionistas luchaban con notoria desventaja. No se comprende, sino por la falta de un mando único y de un plan coordinado, la derrota de Estrada Cabrera…”.
La lucha fue dispar, pero jugó en favor de los unionistas que el dictador se hubiese aislado en La Palma, aunque tuviera a su disposición modernas piezas de artillería francesa de 75mm y cerca de 800 hombres. Sin embargo, los rebeldes capturaron la central del telégrafo al pie de San José y se lanzaron a una campaña de desinformación, interceptando los mensajes que enviada el dictador a las guarniciones departamentales y sustituyéndolas por confusas contraórdenes, que terminaron por sembrar el caos en las tropas cabreristas. Así, el 12 de abril, el párroco de la iglesia El Calvario subió la cuesta hacia el Fuerte de San José con una bandera blanca y convenció a su comandante, el coronel Villagrán Ariza de que se entregara al gobierno provisional. Los unionistas encontraron en sus bodegas 1,000 fusiles nuevos y 5,000,000 de cartuchos de munición, cuatro ametralladoras y cuatro cañones.[6] Al correr la noticia, los cañones de Matamoros se enfilaron en contra de San José, sumándose luego La Palma al bombardeo. Sin embargo, la privilegiada ubicación de San José pudo dominar las posiciones de la finca presidencial.
Cuenta don Luis Beltranena que cuando los comandantes del Fuerte de San José iban a presentarse a don Carlos Herrera rodeados de soldados unionistas, un grupo quiso atacarlos, impidiéndolo Carlos Ávila Perret, gritándoles: “…¡Alto compañeros que son hombres de honor y militares bravos que se han rendido y debemos respetarlos!”. Ese mismo día, 12 de abril, los unionistas derrotaban en los altos de Santa Cecilia al general Reyes y tomaban una pieza de artillería y varios fusiles. El general Ramírez Valenzuela se dirigió luego a la Penitenciaría, en donde recibió la capitulación de la guarnición y marchó hacia el sur, ocupando la Plaza Reina Barrios, plantándole sitio a la Academia Militar y tomó La Aurora, en donde acampó con el resto de sus tropas.

Portada del diario El Unionista, órgano de difusión del Partido Unionista, en el que se denunció continuamente al gobierno de Estrada Cabrera, y en el que constan los sucesos relativos al derrocamiento del dictador.
Mientras tanto, marcharon sobre la capital para unirse a los unionistas, las tropas del batallón 15 de marzo, los milicianos de Amatitlán, Villa Nueva y Santa Rosita, que se sumaron al sitio de La Palma. El día anterior, el 11 de abril, algunos obuses cayeron cerca de la Legación de México y de Inglaterra, levantando airadas protestas del Cuerpo Diplomático, quien redactó un ultimátum amenazando con desconocer al gobierno de Estrada Cabrera si este continuaba con su inhumana e inútil campaña de bombardeo en contra de la ciudad. El cuerpo diplomático exponía en su nota: “…la continuación del bombardeo y ataque a la ciudad, siendo una acción inútil, sin sentido e inhumana, podrá obligarlo [al cuerpo diplomático] a romper sus relaciones diplomáticas con Vuestra Excelencia, sujetando esta decisión ad-referendum de sus respectivos gobiernos”. El dictador respondió que los bombardeos estaban dirigidos en contra de objetivos militares que atacaban a La Palma.
-II-
La capitulación del dictador
Mientras tanto, el día 9 de abril, don Carlos Herrera nombró como sus representantes a don Marcial García Salas, don José Ernesto Zelaya y Manuel Valladares Rubio para negociar en forma pacífica la salida del presidente. El dictador nombró por su parte a don Manuel Echeverría y Vidaurre (canciller) y al coronel Cristino de León, jefe de Estado Mayor. La sede de las pláticas fue la Legación de los Estados Unidos. El gobierno provisional se estableció en una residencia en la 5 calle, próxima a la Legación de México y allí se dispuso la conformación del gabinete.
Las negociaciones continuaron entre combates y ceses de fuego continuamente violados por el dictador, hasta que el 14 de abril a primeras horas de la noche se concretó un cese al fuego definitivo. Se pactó que al día siguiente se rendiría el dictador, en La Palma, ante el Cuerpo Diplomático. Ese mismo día por la mañana se firmó el documento de capitulación, que en su punto primero establecía la capitulación total de Estrada Cabrera y la entrega del gobierno a don Carlos Herrera y en el segundo, que el dictador sería trasladado “por su seguridad” a la Academia Militar para quedar bajo arresto. El documento de capitulación, recogido por don Luis Beltranena decía:
“Enrique Haeussler, Canuto Castillo y Manuel Echeverría y Vidaurre, representantes del Gobierno del señor Manuel Estrada Cabrera, por una parte, y Marcial García Salas, José Ernesto Zelaya y Manuel Valladares, representantes del Gobierno del señor don Carlos Herrera, y Saturnino González, José Azmitia, Francisco Rodríguez y J. Demetrio Ávila, en representación del Partido Unionista, han convenido lo siguiente: Primero: En que el Doctor don Manuel Estrada Cabrera capitula en lo absoluto y se entrega al Gobierno del señor don Carlos Herrera, Gobierno que lo conducirá y alojará en la Academia Militar. Segundo: En que el señor Estrada Cabrera será conducido de su residencia La Palma a dicho lugar con el acompañamiento de los Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático para su seguridad personal, y a petición del Señor Ministro de Relaciones Exteriores. Además irán seis miembros del Gabinete del señor Herrera, seis representantes del Partido Unionista y seis jefes militares del señor Herrera. El señor Cabrera podrá llevar sus ayudantes militares…”.
Un diario de la época, El Excelsior, publicó un relato de la capitulación de Estrada Cabrera, citado por Hernán del Valle[7]:
“…A las 9 de la mañana, representantes diplomáticos y delegados del nuevo Gobierno llegaron en varios automóviles a La Palma, que estaba sin guardia, porque el personal a su servicio había escapado casi en su totalidad. El periodista agregó que sobre una calle, hacia la derecha de la puerta de entrada y cercano a unos cipreses, estaban un grupo que a él le pareció de trágico aspecto, con señales de no haber tenido sosiego, con la ropa sucia, desgreñados, en manifiesto abandono. Allí vio a familiares de Estrada Cabrera, Jorge Galán, Rafael Yaquián y José Santos Chocano; también a los señores José Pineda Chavarría y Andrés Largaespada, así como al Coronel Juan B. Arias y otros”.

Histórica fotografía del momento en que don Manuel, ya habiendo capitulado, marcha hacia su prisión acompañado por el cuerpo diplomático, tras 8 días de violentos combates en la capital y principales ciudades del país.
El Excélsior continúa relatando que el Cuerpo Diplomático y la comitiva se situaron en un quiosco. Estrada Cabrera apareció vestido de americana, con bastante sangre fría para la situación. Saludó y entre otras cosas dijo que se entregaba a la hidalguía del Gobierno y del pueblo de Guatemala para quien había querido hacer lo mejor. Luego los invitó a marcharse y caminó en medio de los ministros de Estados Unidos –señor Benton McMillin- y también el de España; atrás, iba el periodista Federico Hernández de León.
Otros testigos dan un detalle interesante. Don Manuel sale a un desayunador de paredes de vidrio de La Palma en donde lo espera el Cuerpo Diplomático. Viste levita y porta una llamativa condecoración. Unos hombres de las milicias unionistas detienen al dictador y lo registran. Le quitan un revólver y 71,000 dólares. El hombre murmura algo con desagrado y se retira nuevamente, para regresar vistiendo frac, y dirigiéndose a los embajadores les indica que ya está listo. Retomamos el relato de El Excélsior:
“…Al bajar la avenida que conducía a la puerta principal, Estrada Cabrera le dijo al ministro estadounidense: ‘Este año la primavera se ha retrasado. Estos árboles aún no tienen hojas’. El ministro le respondió: ‘Pronto llover’. Y continuaron caminando. Al llegar al automóvil –propiedad del Licenciado J. Eduardo Girón–, quizá por agotamiento, el ex presidente no pudo subir al vehículo, y el diplomático tuvo que ayudarlo. En ese vehículo que encabezaba la comitiva, iban los dos diplomáticos recién mencionados y un marino del barco estadounidense Tacoma; también los señores Federico Hernández de León y Rogelio Flores quienes pasaron por las silenciosas calles de San Pedrito. Atrás iban los demás autos con los prisioneros y los delegados del nuevo Gobierno. Nadie habló…”.

Recuerdos de la dictadura. Un empresario aventurero imprimió esta postal con los rostros más conocidos del Cabrerismo, algunos muertos en los combates, otros linchados por la multitud frente al edificio de San José de Los Infantes y otros, prisioneros. Llama la atención la leyenda en la esquina inferior izquierda: “Véase la postal en que aparecen las víctimas del Cabrerismo”, que denuncia una serie de documentos gráficos.
[1] Wyld Ospina, Carlos. El Autócrata. Ensayo Político-Social. Tipografía Sánchez & De Guise, Guatemala: 1929.
[2] Arévalo Martínez, Rafael ¡Ecce Pericles!. Tipografía Nacional de Guatemala, Guatemala: 2009. Página 521.
[3] Según información adicional proporcionada por Rodolfo Sazo, querido amigo e investigador, el presidente Reina Barrios modificó el mecanismo de disparo de un fusil para mejorarlo, patentando su invento y donando la patente al Estado de Guatemala. Según Beltranena Sinibaldi, el fusil Reina Barrios era utilizado por los artilleros para portarlo cruzado en bandolera, asumo yo que por tener el cañón corto.
[4] Beltranena Sinibaldi, Luis. Cómo se produjo la caída de Estrada Cabrera. Edición privada del autor. Guatemala: 1970. Página 32.
[5] Arévalo Martínez. Op. Cit. Página 526. El príncipe había llegado a Guatemala en su yate privado el 5 de abril y subido a ciudad de Guatemala, hospedándose en el Hotel Grace. Al estallar la rebelión unionista el 8 de abril, el príncipe Guillermo quedó atrapado en la ciudad, pero simpatizando inmediatamente con los rebeldes participó entrenándolos.
[6] Beltranena Sinibaldi, Op. Cit. Página 34.
[7] Del Valle Pérez, Hernán. Carlos Herrera. Primer Presidente Democrático del Siglo XX. Fundación Pantaleón, Guatemala: 2003.
Un yanqui en Guatemala (I)
Las memorias de Elisha Oscar Crosby. Reminiscencias de California y Guatemala (1849-1864)
Rodrigo Fernández Ordóñez
El martes 12 de agosto de 1975 el historiador guatemalteco Francis Polo Sifontes publicó, en las páginas del diario vespertino La Hora, un fragmento de la obra del diplomático estadounidense Elisha Oscar Crosby, referente a su paso por Guatemala como embajador de su país y representante del gobierno de Abraham Lincoln. Por su importancia y relativa ausencia en las referencias históricas tradicionales, copio los fragmentos más importantes de dicho texto, para que quede a disposición de los lectores interesados las impresiones que le causó nuestro país a este interesante norteamericano, que a diferencia de la mayoría de extranjeros que pasaron por nuestro suelo, denota pocos prejuicios y resalta su visión amable frente a un país remoto y desconocido para la mayoría de sus paisanos.

En la imagen se aprecia la “jaula” de desembarque en el extremo del muelle del Puerto de San José, en el que arribaron todos los extranjeros a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El señor Crosby no habrá sido la excepción.
Presentación
De acuerdo a las notas de presentación de don Francis Polo Sifontes, Elisha Oscar Crosby nació en 1818 en el seno de una familia campesina, se graduó de abogado en 1843 y se traslada a California en donde ejercerá su profesión en plena fiebre del oro. Allí permanecerá durante 12 años, tiempo durante el cual aprendió a hablar español. Regresa a Nueva York en 1860 previo realizar un viaje de exploración por los estados del sur de la unión. Posteriormente es llamado a la capital de los Estados Unidos para incorporarlo al servicio diplomático con destino Guatemala. Permaneció en el país a la cabeza de la misión diplomática de 1861 a 1864, en compañía de su secretario, Sam J. Hilton, oriundo de Washington, y que por no estar comprendido en el presupuesto de la misión diplomática, Crosby contrató de su propia cuenta. Crosby se sienta a escribir sus memorias en 1878, cuando contaba con 60 años. Muere en 1895. Polo Sifontes traduce la parte concerniente a Guatemala con el apoyo de la Editorial Universitaria, a partir de la edición de las memorias de Crosby publicadas por el doctor Charles Albro Baker, profesor de historia, utilizando el manuscrito que quedó en poder de la Biblioteca Huntington, de San Marino California, y publicada en 1945. He insertado subtítulos que no aparecen en el texto de Polo Sifontes con el único objeto de identificar los temas, que me parecen de máxima importancia, sobre todo el carácter de la misión secreta de Crosby en Guatemala, por lo que me permito llamar la atención de los lectores sobre este aspecto particular, sin restar realce a la totalidad de impresiones que resultan fascinantes.

Retrato de Elisha Oscar Crosby, incluido en la edición de 1945 de sus memorias.
El texto, fragmentos escogidos
-I-
Testigo de un momento histórico: el triunfo electoral de Abraham Lincoln y el rompimiento de la Unión
“En 1860 regresé a Nueva York en vísperas de elecciones presidenciales. Como había estado ausente alrededor de doce años de los estados del Este, la efervescencia y charlas sobre la secesión de parte de los estados sureños eran del todo nuevas para mí y me llenaron de sorpresa y asombro. Con el propósito de saber si realmente existía una intención seria de esta categoría, viajé a Richmond, Virginia y de allí a Charleston, Carolina del Sur y a Savannah, Georgia. En todos estos lugares encontré fuerte excitación, mayor aún que la que se advertía en el norte.
Volvía a Charleston en el momento en que en la ciudad se recibían las noticias de la elección de Mr. Lincoln a la presidencia; la población entera parecía enloquecida de entusiasmo y muchos de los dirigentes políticos declararon su satisfacción por el resultado, ya que éste les daría una escusa para la inmediata separación de éste y otros estados del sur. De hecho, se convocaron reuniones inmediatas para dar los primeros pasos en la separación de aquel estado de la Unión, se hicieron repicar campanas y se quemaron fuegos artificiales, de modo que el más salvaje delirio se posesionó de ellos (…) Dos días después tomé el vapor para Nueva York que pasaba por Fort Moultrie; aquel mismo vapor fue detenido por las autoridades en su viaje de vuelta a Charleston. Yo me encontraba en Washington durante el invierno de 1860-1861 y pude escuchar todos los debates, pendiente de la separación de los Estados sureños; pude ver cuando algunos de los rebeldes distinguidos se retiraron del Senado y del Capitolio; me encontraba en Washington también cuando arribó el Sr. Lincoln. Permanecí allí hasta después de la toma de posesión, y en el arreglo de sus nombramientos para el extranjero, me ofreció el cargo de Ministro de los Estados Unidos resiente en Guatemala. Fui comisionado y confirmado el 15 de marzo de 1861 y me pidieron hacer los preparativos para salir inmediatamente hacia ese país…”.
-II-
De la llegada a Guatemala. Primeras impresiones
“Cuando llegamos a San José, en Guatemala, comenzaba la época de lluvias; la estación lluviosa principia allí en primavera y continúa a lo largo del verano, época que va en sentido inverso de la estación lluviosa en California, con el agregado de tremendas tempestades. La ciudad de Guatemala está situada 90 millas tierra adentro y debíamos llegar a ella mediante una diligencia, especie de vehículo belga bastante adecuado para transportar cargas pesadas con cierta comodidad, el coche era tirado por un tronco de caballos españoles parecidos al resto de ganado caballar que se encuentra en el país; el mencionado servicio había sido cedido por el gobierno a un ciudadano belga propietario de cuatro o cinco centenares de bestias y tenía a su cargo todo el servicio postal del país, aquella era la única ruta para el envío postal establecida entre la capital y el puerto de San José”.
“Viajamos alrededor de 40 millas por la Costa después de la lluvia, la tierra estaba tan blanda que se hacía casi imposible avanzar. Siguiendo esa ruta cortada entre la densa vegetación que cubre la costa llegamos a Escuintla. Esta población está situada en las faldas de la cadena montañosa que viniendo de México cruza Centroamérica y se eleva en los Andes de Sud-América formando un gigantesco espinazo que cruza enteramente el continente. En algunos sitios se eleva hasta alturas increíbles; dos puntos son prominentes en el conjunto por su apariencia extraordinaria: el volcán de Agua y el volcán de Fuego”.
Escuintla y ciudad de Guatemala
“A nuestro arribo a Escuintla nos encontramos con un pueblón indígena. Allí nos hospedamos en un hotel destartalado propiedad de un francés; pasamos la noche en claro, merced del sinnúmero de pulgas que compartían la habitación con nosotros (…). Una vez que nos habíamos desayunado con tortillas, frijoles, huevos fritos y café, abordamos nuevamente la diligencia, que principió a ascender por las montañas con rumbo a la capital, distante unas 50 millas de Escuintla. El camino hacia la ciudad se enrolla en las montañas, zigzagueando hasta alcanzar una elevación de 5,000 pies aproximadamente, finalmente desemboca en una gran planicie de tierras altas llamada Valle de las Vacas, en cuyo centro se encuentra actualmente la ciudad de Guatemala (…). Se trata de una bella ciudad tipo español. Durante mi permanencia allí, tenía la ciudad una población aproximada de 60,000 habitantes, aunque con un área bastante mayor que otra ciudad de la misma población en Norteamérica. Las casas son de piedra y ladrillo y están divididas por enormes paredes, de acuerdo a las reglas de construcción: el grosor debe ser de 4 pies con 2 pulgadas. Generalmente las edificaciones son de un solo piso y de un estilo posterior al colonial español; el exterior tiene el aspecto de una fortaleza, internamente tienen gran extensión y poseen de dos hasta cinco patios, dependiendo de la riqueza y posición de la familia propietaria. Estas residencias son conocidas por el nombre de las antiguas familias descendientes de los conquistadores, además de posteriores inmigrantes y colonizadores españoles que se establecieron allí”.
“Especial mención merecen los acueductos que surten de agua a la ciudad, el primero de ellos viene desde una distancia de 12 millas, proviene de la montaña que se encuentra al este del valle; el segundo viene de las montañas situadas al oeste de la ciudad, a una distancia de unas 9 millas; ambos acueductos desembocan sus caudales en un depósito común desde donde el agua se distribuye a la ciudad, la cual a su vez hace gala de la magnífica agua proveniente de las fuentes montañosas. Los tubos de distribución penetran hacia el interior de las casas y las cisternas y fuentes están constantemente rebalsando”.
Las casas
“Los interiores de estas casas resultan sumamente hermosos y atractivos, aunque su exterior no lo sea tanto; las ventanas están siempre recubiertas con rejas de hierro por la parte exterior, mientras que la parte interior está primorosamente tallada y pulida; los patios se encuentran fragantemente engalanados por todo tipo de plantas; flores aromáticas y enredaderas, todo humedecido e irrigado con abundante agua, algunas veces se encuentran en los patios hermosas fuentes recubiertas con estuco. La entrada a las casas es a través del enorme portón, resguardado por dos inmensas hojas que se doblan y en una de las cuales se halla una pequeña puerta de acceso. Generalmente los carruajes son conducidos a través de este portal hasta el primer patio. La cas que me fue asignada por la Embajada Americana ocupaba un frente de alrededor de 80 pies sobre la calle y se extendía internamente dos o trescientos pies, grandes habitaciones y corredores alrededor de los patios, además un pasadizo hacia la parte de atrás, lugar en el cual se ubicaba el establo con lugar para ocho caballos; era pues una casa verdaderamente completa, tales casas son muy acordes y adaptadas al clima. La razón de hacer los edificios tan fuertes es la prevención contra temblores de tierra, recuerdo haber experimentado esos fenómenos varias veces durante nuestra permanencia en Guatemala, uno de ellos fue particularmente violento al punto que botó las tejas del techo. El cielo raso está generalmente hecho de madera, que a veces lleva tallados complicados; otro tipo de recubrimiento, como estuco, se desprendería, razón por la cual nunca se usa”.
La plaza
“La plaza central está constituida por un gran espacio abierto en el centro de la ciudad; mostrando en un extremo la grandiosa iglesia Catedral, una estructura tan enorme como hermosa e imponente; su material de construcción es piedra y ladrillo con inmensas columnas que dividen sus cinco naves; el techo es abovedado y del mismo material, se espera que la catedral permanezca en pie por siglos y yo no pongo en duda que así será, a menos que sea destruida por un terremoto. Contiguo a esta edificación y del mismo lado de la plaza se encuentra el Palacio Arzobispal, en donde el arzobispo y su séquito habitan con gran pompa; exactamente frente a estos edificios está lo que otrora fuera el Palacio Virreinal (sic), residencia del virrey de España, Gobernador del Reino de Guatemala durante la colonia (…). Hacia el otro lado de la gran plaza está el Palacio Municipal y en frente a éste hay una cadena de edificios pertenecientes al famoso Marqués de Aycinena, uno de los “grandes” que se radicó en Guatemala, y aunque después de la independencia se abolió el Marquesado, el continúa siendo llamado en la actualidad Marqués , por cortesía”.
El libro:
Se encuentra disponible en inglés para su lectura en línea en el siguiente sitio: http://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015070236909;view=1up;seq=56
Un héroe desconocido
Los viajes de Walter Lehmann a Guatemala
Rodrigo Fernández Ordóñez
Al Canche

Walter Lehmann, a los 30 años durante su viaje a Costa Rica, 1907.
Por estos rincones pasó uno de esos hombres románticos del siglo XIX. Hermano de profesión de otras mentes científicas extraordinarias a las que ya nos hemos referido o iremos nombrando en adelante, como Maudslay, Popenoe, Stephens, Catherwood o Morley, el alemán Walter Lehmann pasó por Guatemala en el lejano año de 1909 y regresó en 1926, buscando objetos, tomando notas y fotografías de unas tierras para el europeo de entonces tan remotas como interesantes, para enriquecer la colección del Museo de Antropología de Berlín. Yo lo descubrí en un estante de una librería de la ardiente Managua.
Este breve texto es un tardío homenaje a su trabajo, hoy olvidado en Guatemala, pero que brilla en Europa, despertando la curiosidad de la gente que se pasea entre los objetos que conforman sus colecciones, soñando con ese mundo de montañas escarpadas y selvas verde esmeralda que era la Centroamérica a inicios del siglo pasado.
-I-
Breve semblanza biográfica
Walter Lehmann no era un novato. Para su primer viaje a Centroamérica iniciado en 1907, ya trabajaba en el Museo de Antropología de Berlín y era titular de la cátedra de Estudios Americanistas desde 1899, que impartía en la universidad de la ciudad. Para ampliar sus conocimientos parte de Hamburgo, en una travesía que lo llevará a Nueva York, Jamaica y desembarca en Colón, Panamá, en donde tras breve estancia se embarca rumbo a Puntarenas en noviembre de 1907, y de allí en tren a la ciudad de San José.[1] En el año de 1908 visita Nicaragua y El Salvador, llegando a Guatemala en 1909. Su viaje tenía intenciones claramente científicas, definido por su biógrafa María Dolores G. Torres: “…estudiar arqueología, la etnografía y las lenguas indígenas de Centroamérica…”.[2]
Durante su paso por Panamá visita las obras del Canal, en donde tiene la suerte de observar los monumentales trabajos del corte del paso de Culebra, que constituye el tramo más estrecho de la Cordillera Central de Panamá. Luego saldrá en barco para Costa Rica, en donde se radicará por el lapso de un año.
Lehmann nació en Berlín el 16 de septiembre de 1878, y se graduó de médico en 1901, aunque no se dedicó a la medicina por mucho tiempo. Sus inquietudes intelectuales lo llevaron a ser lingüista, arqueólogo, etnólogo y viajero infatigable. Inicialmente realizó viajes de estudio por América del Sur, pero por alguna razón sus intereses se concentraron en el istmo centroamericano, en donde realizó la mayor parte de su trabajo. Como un detalle digno de ser subrayado para su honra intelectual, luego de desempeñarse como director del Museo Real de Etnología de Munich en 1910, obtener dos doctorados (en etnología y lingüística), ser director del Instituto Etnológico de Investigación y Enseñanza de los Museos Estatales de Berlín-Dahlen y asignársele el mandato sobre las colecciones Africanas, Oceánicas y Americanas del Museo Etnológico de Berlín Dahlen, fue obligado a retirarse prematuramente (bajo excusa de recorte de personal), por sus lazos con el régimen democrático de Weimar. El nacionalsocialismo desplazó a esta mente brillante por sus simpatías políticas, siendo sustituido por Walter Kriekenberg, simpatizante del nazismo.

Ejemplo de las minuciosas notas de Lehmann. En la imagen, un dibujo de una cerámica precolombina encontrada por el alemán en El Salvador. (http://portal.iai.spk-berlin.de/Walter-Lehmann.204.0.html)
Por esas injusticias del autoritarismo, es obligado a traspasar su colección y biblioteca personal al nuevo Instituto Iberoamericano de Berlín. Lehmann, quizá para escapar del asfixiante ambiente político de la Alemania nazi, se instala en España, y durante dos años (1934-1936) se dedica a realizar investigaciones para la Universidad de Madrid, actividad académica que suspende el estallido de la Guerra Civil. Lehmann regresa a Alemania, presa de una profunda depresión, muere el 7 de febrero de 1939, ahorrándose la angustia de la Segunda Guerra Mundial que estallaría tan sólo siete meses después. Su biógrafa ya citada, invocando el testimonio de un colega, relata: “…el tener que dejar las colecciones de Dahlem –que lograra incrementar considerablemente durante sus propios viajes le afectó profundamente–, causándole un shock del que nunca se habría que reponer…”[3]
Lehmann sería otra víctima más del régimen de Hitler.
-II-
Lehmann en Guatemala (1909 y 1925)
Gracias al minucioso detalle con que Lehmann tomaba notas en sus diarios, sabemos que durante su primera estadía en Guatemala, en el año 1909, se hospedó en la residencia de la familia cafetalera Schlubach-Sapper, propietaria de la finca Chocolá, ubicada en Suchitepéquez, en la bocacosta y que se extendía por espacio de 56 caballerías. Las plantaciones de café definieron el itinerario de Lehmann, pues al encontrarse con una extensa y bien establecida colonia alemana en Alta Verapaz, fue en esa región en donde Lehmann concentró sus estudios:
“…dirigiendo su atención a las etnias y a toda la riqueza cultural del patrimonio indígena, en la cuna de la civilización maya. No descuidó la arqueología, escribió sobre los calendarios quiché, y según consta en sus manuscritos, realizó investigaciones en las bibliotecas y archivos de Guatemala. Fue, además, el único país de Centroamérica revisitado por Lehmann en 1925…”.[4]
Durante sus viajes por Guatemala, comenta su biógrafa, por las zonas de cultivo de café, Lehmann trabó estrecha amistad con la familia Sapper, especialmente con Karl Sapper, un estudioso de la cultura indígena de Guatemala y minucioso geógrafo, que recorrió el istmo centroamericano a pie, tomando notas y mediciones por la región, que dejó apuntadas en su diario y que compartió generosamente con Lehmann. Muchas de las investigaciones de Sapper fueron publicadas en las páginas de la Revista Anales, de la entonces Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, a la que recurriremos en algún momento para sacar a Sapper del olvido, tal como hacemos hoy con Lehmann.
El científico alemán recurrió al acervo fotográfico de Alberto Valdeavellano, propietario del estudio fotográfico El Arte Nuevo, para documentar su viaje por Guatemala, y anota G. Torres que a diferencia de los demás países centroamericanos en Guatemala: “… no están documentados en su recorrido por Guatemala, ni paisajes ni volcanes ni ciudades, pues Lehmann centró todo su interés en las etnias y en los grupos humanos”.[5] Razón fundamental por la que el etnógrafo regresara en una segunda oportunidad a este paraíso de diversidad cultural.
De la colección que Lehmann llevara de Guatemala para el museo de Berlín, destacan también una serie de acuarelas de las danzas tradicionales del país, ejecutadas por otro estudioso que se ha escapado al reconocimiento, otro alemán, Max Vollmerg que viajó por el ahora llamado “Triángulo Norte” centroamericano, a inicios del siglo XX. Las acuarelas están fechadas en 1912, y tituladas como Baile de la Conquista. Finca de Las Mercedes, en Colomba, Costa Cuca, Quetzaltenango.[6] Uno de sus cartones reproduzco a continuación, tomado del magnífico libro de la señora G. Torres.
El detalle que nos da la autora del estudio de la vida de Lehmann en la Finca Las Mercedes, merece una cita extensa, pues nos ubica en el tiempo y en el espacio en que el alemán realizó sus viajes de estudio:
“La Finca Las Mercedes, en la Costa Cuca, donde Vollmberg pintó sus acuarelas, ha sido famosa por la fertilidad de sus tierras, que en su mayoría pertenecieron a la comunidad indígena de San Martín de Chile Verde. Según Regina Wagner, esta propiedad, desde 1871, tuvo diversos dueños, dedicados al cultivo del café: los primeros fueron guatemaltecos, quienes la vendieron a unos colombianos, y éstos a un costarricense. Por último, en 1883, fue adquirida por el ciudadano alemán Georg I. Hockmeyer, natural de Hamburgo, y la finca fue considerada ‘una de las plantaciones de café más bellas y mejores del país por sus buenas y constantes cosechas’. En Las Mercedes, los indígenas pertenecientes a la comunidad de San Martín Chile Verde continuaron ejecutando los bailes que Vollmberg inmortalizó en sus acuarelas de 1912…”.[7]
Además del Baile de la Conquista, Lehmann se sintió atraído por la ceremonia del Palo Volador, del que tomó varias fotografías interesantes, desde el momento en que se alza el poste en Santo Tomás Chichicastenango, hasta el momento en que los ejecutantes ya se balancean en el aire. Las fotos están fechadas en 1909. En total, Lehmann recorrió gran parte del altiplano guatemalteco, visitó Suchitepéquez, Sololá, Quetzaltenango, Totonicapán, Quiché, Sacatepéquez y Alta Verapaz.

Walter Lehmann, a lomo de mula por un lugar no especificado de Guatemala, año de 1925. (Fuente: http://portal.iai.spk-berlin.de/Walter-Lehmann.204.0.html).
Del segundo viaje de Lehmann a Guatemala, durante 1925, se tienen menos noticias. Comenta su biógrafa que la escasez de notas se ve compensada con la colección de fotografías que adquirió en esa oportunidad. Documentó su visita a la finca Chocolá, y también a Belice, en donde incursionó en la zona kekchí, que comparte con Guatemala.
“En su segundo viaje, en 1925, época de gran bonanza económica para los cafetaleros alemanes, Lehmann regresa a Chocolá, y es muy probable que visitara a sus viejos amigos. Nuevamente registra la vida en las plantaciones cafetaleras, reflejando los cambios que se han operado durante más de una década, cuando a Chocolá, al igual que a otras fincas de la bocacosta, emigraron desde el altiplano los ganadores ‘que por su condición de hombres libres podían ganar mejores salarios al ofrecer su fuerza de trabajo.’ Es probable que como consecuencia de esta migración ya no trabajaran familias enteras en la recolección del café y que hubiera un predominio de actividades relacionadas con mano de obra masculina”. [8]
Este último comentario busca explicar un detalle que la autora resalta de las fotografías que Lehmann toma en la Finca Chocolá, y que es la notable ausencia de mujeres en las imágenes, contrastando notablemente con las tomadas durante el primer viaje, casi dos décadas atrás, en que las mujeres parecían tener una participación activa en la economía rural cafetalera.

Mapa elaborado por Lehmann incluido en sus diarios, en el que segmenta el istmo según la etnia. Las pequeñas notas que circundan el mapa son las ubicaciones de los objetos que recabó durante sus viajes, con el fin de ubicarlos adecuadamente para las salas de exposición del Museo de Etnología de Berlín.
En esta segunda ocasión, Lehmann visita la costa atlántica de Guatemala, dejando constancia de su paso por Livingston en un dibujo a lápiz posteriormente obtenido en Londres, en donde apunta que corresponde a un grupo vestido para protagonizar la danza del diablo y lo ubica en esta población guatemalteca. Notas lingüísticas a propósito del garífuna y del kekchí, dan testimonio de la presencia de Lehmann en este rincón particular de Guatemala.
[1] G. Torres, María Dolores. Visión de Nicaragua y Centroamérica en el legado de Walter Lehmann. El archivo fotográfico de sus viajes: 1907-1909. Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica –IHNCA-UCA-, Managua: 2009. Página 41.
[2] G. Torres. Op. Cit. Página 41.
[3] Ibid. Página 45.
[4] Ibid. Página 205.
[5] Ibid. Página 206.
[6] Ibid. Página 211.
[7] Ibid. Página 215.
[8] Ibid. Página 235.
Visita al pasado soberbio
Un nostálgico recorrido por el desaparecido Teatro Colón y una visita al hermoso Teatro Nacional de Costa Rica
Rodrigo Fernández Ordóñez
Los países americanos surgidos a raíz del colapso del Imperio español, construyeron su ideario nacional en el último cuarto del siglo XIX, luego de un largo y doloroso período de guerras y luchas intestinas para alcanzar el poder. El triunfo del partido liberal en la mayoría de estos países consolidó un discurso progresista, que buscó sus referentes en los añejos países europeos, en donde despuntaba Francia como referente político e Italia, como referente cultural. Así, como muestra de esta búsqueda de identidad occidental, en las capitales americanas surgieron construcciones inspiradas en los referentes del Viejo Mundo. Monumentos públicos, paseos al aire libre, mausoleos, teatros y palacetes fueron surgiendo en estas ciudades, sellando la identidad con Europa, con algunos tintes localistas, pero predominando poderosamente la visión del Viejo Mundo.
-I-
Antecedentes
¿Alguna vez se ha preguntado por qué en medio de la selva brasileña, a orillas del río Amazonas se levanta, imponente un majestuoso teatro, sobresaliendo entre muelles de la ciudad de Manaos? La leyenda cuenta que en su escenario llegó a actuar el gran Enrico Caruso. ¿Por qué en las remotas ciudades de Guatemala y San José, perdidas entre laberintos de arbustos de café se levantaron a su vez ambiciosos espacios del arte y la cultura, como el desaparecido Teatro Colón y el sobreviviente Teatro Nacional de Costa Rica? La respuesta mi querido lector, la dio ya hace unos años, el historiador Ralph Lee Woodward:
“Ningún país en vías de desarrollo puede resistir la tentación de imitar a países más adelantados… Pero los países latinoamericanos se sentían impelidos en esta dirección, más que otros países, debido a la alienación de sus élites. Aunque estas élites vivían en un ambiente económico y socialmente atrasado, sin la menor intención de abandonar las ventajas que les proporcionaba el mismo, eran intelectualmente parte de la sociedad del Atlántico Norte…”[1]
Recordemos también que en las escuelas americanas se enseñaba según métodos europeos y muy probablemente, según planes de estudios europeos, llenos de referencias clásicas, familiarizando al alumno a las alusiones mitológicas y a las enseñanzas morales que de esos relatos se desprendían. Se creían también que enseñando los grandes temas europeos se estaba preparando la mente del estudiante para la modernidad y el progreso, que provenían precisamente del otro lado del Atlántico. Los libros, los inventos, los grandes avances de la medicina se aprendían en París o Londres, capitales del desarrollo industrial. Así, se fue formando en la mente de los líderes políticos latinoamericanos una creencia inspirada en el darwinismo social que afirmaba: “…la presuposición ideológica de la superioridad de la ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos.”[2] Así, era inevitable que el referente estético también proviniera de Europa, influyendo y formando las mentes de los artistas nacionales en esta dirección. No nos debe de extrañar, por lo tanto, la gran presencia de temas clásicos en el arte guatemalteco del siglo XIX, el cual, si no era producido localmente, era importado con ese fin de educar el gusto y formar criterios estéticos según los cánones occidentales.
En Guatemala, la definición del espacio para las artes sufrió una lenta transformación, ofreciendo un interesante objeto de estudio que apenas esboza la historiadora Artemis Torres, y que yo transcribo por el interés del momento que aborda, hablando de la transformación de la ciudad de Guatemala durante el gobierno de los 30 años:
“Las expresiones del arte religioso empezaban a convivir cada vez más con las representaciones modernas laicas. A los atrios de iglesias y las plazas de estilo español se les unían corredores, patios y espacios de amplias casas de la capital que eran alquiladas por sus dueños a grupos teatrales ambulantes…”[3]
El costo de la modernidad era el contacto con el mundo. Este precio creo que todos en el siglo XIX lo tenían claro, y por eso la nueva religión liberal predicaba la urgente necesidad de construir caminos adecuados, puertos habilitados para recibir cualquier tipo de naves y ciudades que tuvieran las comodidades mínimas para alojara los extranjeros, incluyendo eventos para el ocio y el descanso, como el teatro. En el caso de Guatemala, el proceso político y la arcaica situación económica actuó como un importante freno para este paso de inserción al mundo exterior, pero siempre se tuvo en mente, ya gobernaran los conservadores o los liberales, que el contacto era beneficioso para la población, para que ésta se “civilizara”. Por ejemplo, en los años cercanos a la independencia, sabemos que en casas particulares se “…solía representar, sainetes, loas y entremeses, para celebrar así algún cumpleaños de algún miembro de la familia…”[4] Por ello se tienen noticias de la existencia de teatros desde época relativamente temprana en la Guatemala independiente, como el Coliseo, el Fedriani que incluso tuvo una compañía de actores aficionados allá por 1835, el Teatro Nuevo[5], Las Variedades[6] y el Teatro Oriente, que se fundó por 1853, ofreciéndose en estos escenarios espectáculos muy actuales de la época, como El barbero de Sevilla, La italiana de Argel, La Gazza Ladra, etc.[7] El teatro, tal y como lo caracteriza su origen desde la antigua Grecia, “implicaba conocer, asumir y disfrutar las nuevas concepciones del mundo moderno y la imposición de nuevos estilos de vida”[8], la modernidad, pues.
-II-
El primer Teatro Nacional

Bucólica fotografía tomada desde el Cerrito del Carmen hacia el sur, destacando la línea recta de la 12 avenida de la zona 1, en la que se puede apreciar, a la derecha, la parte trasera del desaparecido Teatro Colón.
El primer sueño de dotar a la ciudad de Guatemala con un Teatro formal y majestuoso fue del doctor Mariano Gálvez, quien ordenó el diseño del recinto en 1832, a Miguel Rivera Maestre, y construido bajo la dirección del arquitecto suizo José Vekers, edificio que por sus dimensiones y la situación política del país, extendió su construcción por décadas, siendo culminado durante el régimen conservador. Según la historiadora Artemis Torres, probablemente estuvo inspirado en la iglesia de la Magdalena, en París, que a su vez, repite las formas del Partenón. Según Torres no existe contradicción entre el fundamento religioso del régimen conservador y las formas paganas del Teatro Nacional, pues: “Estos estilos antagónicos en su fundamento teórico reflejaban los nuevos idearios de ilustrados conservadores y liberales que promovían la virtud cívica y religiosa, la rectitud moral, el patriotismo y el individualismo demás, esta sólida y equilibrada estructura transmitía la sensación de orden y autoridad.”[9]El Teatro se convirtió entonces además de un edificio para albergar el arte escénico, en una declaración política, sobre las capacidades del régimen (de construir un edificio tan masivo), pero también de la paz y la tranquilidad que el régimen había llevado, gracias a lo cual, se había podido construir el edificio.
El majestuoso teatro se inauguró la noche del 23 de octubre de 1859 con el debut de la compañía dramática del Señor Iglesias, con la obra Torcuato Tasso (con libreto de Jacopo Ferreti y música de Gaetano Donizetti), al finalizar el primer acto, se bajó el telón, pintado por un señor Letona, con una representación de las bellas, “que fue acogido con nutridos aplausos por el público que asistía a la función.”[10]


Hermosas fotografías del Teatro Nacional tomadas por Eadward Muybridge, que permiten realizar un minucioso examen de su fachada, de la decoración de su tímpano, del conjunto de la plazoleta y el bosque de naranjos.
El Teatro Carrera, como fue bautizado, por obra y gracia de los aduladores que lastimosamente sobran en nuestra historia patria, ostentaba en el tímpano de su fachada el escudo de la República de Guatemala, fundada el 21 de marzo de 1847, liquidando el asunto de la Federación. El desaparecido y extrañado periodista cultural Fernando Guillermo Poroj[11], en una de sus recordadas columnas de la revista Domingo, recupera una hermosa descripción del Teatro el día de su inauguración, tomada de la Gaceta de Guatemala, (tomo XI, No. 64, del 5 de noviembre de 1859). Según nos relata Poroj, el teatro medía 33 varas de ancho, 65 de largo y 17 de alto en los costados y 25 hasta el mojinete. Su fachada era un pórtico de orden dórico, formado por 10 columnas de 10 varas de alto cada una, sobre las cuales descansaba un triángulo obtusángulo, en cuyo centro estaba esculpido el ya referido escudo nacional, y a ambos lados, en los ocutángulos, dos liras de forma antigua enlazadas con ramas de yedra y laurel. Todo el edificio era de ladrillo cubierto de estuco pintado de amarillo pálido. Al entrar al edificio, recibía al visitante un amplio vestíbulo y tres puertas que conducían a la sala de entrada. La sala tenía en el centro cuatro columnas dóricas que sostenían el techo. El piso era de mármol de Génova, azul y blanco. El interior estaba pintado todo de color gris perla, y las barandas, antepechos de los palcos y galerías, estaban decoradas con vistosas molduras, modillones y adornos dorados de medio relieve.

Plano del interior del Teatro Colón, en el que se puede ver la división de los asientos según su ubicación.
Siguiendo la descripción rescatada por Poroj, el Teatro Carrera tenía un lunetario para 450 asientos tapizados con género de color carmesí, 14 palcos de platea con 8 y 10 asientos cada uno, 16 palcos más con 8 y 10 asientos y uno en medio para la presidencia. El techo del edificio estaba pintado de dorado y con adornos similares a los que decoraban los palcos. En la sala principal colgaban candelabros dorados con adornos de cristal de 3 luces, y en su centro, una lámpara de araña con 75 luces. Las puertas de los palcos del teatro tenían cortinas de color carmesí con cordones dorados. Tanto las lámparas como los cortinajes fueron importados de Berlín.
El exterior del edificio también funcionaba de decoración. Comenta Poroj que en la Guía de Forasteros en Guatemala para el año de 1858, se describía la plazoleta sobre la que se elevaba el hermoso teatro. La plaza estaba rodeada de una pared de piedra con respaldos que servía de banco para los que estaban en el interior del espacio y de baranda para la calle. Una verja con 5 puertas de 5 varas cada una, 2 de ellas para carruajes, daba a la fachada principal, y 3 puertas a los demás lados, cada una con escaleras de piedra para los peatones. Abrazaba al edificio una alameda de naranjos y a espaldas de la construcción una fuente y dos estatuas de 3 varas de alto representaban a las musas Calíope[12] y Talía[13].
El conjunto completo era monumental, tal y como se puede apreciar en las fotografías que por fortuna, nos legó Eadward Muybridge a su paso por el país en 1875. Sus vistas abiertas nos permiten contemplar con detenimiento la hermosura del conjunto, que el historiador Antonio Villacorta escribió en su Historia de la República de Guatemala (1821-1921), y que la historiadora Artemis Torres recoge en su obra citada sobre la ilustración del régimen conservador:
“…Se alzaba en el centro de la gran plaza y tenía en su interior todas las comodidades deseables en los teatros modernos de entonces, y en su proscenio desfilaron verdaderas notabilidades en todos los órdenes de la literatura dramática y de la música operática en general, y se verificaron magnificas veladas científicas y lírico literarias, que dejaban las más gratas impresiones. Su exterior era muy elegante, recordando su frente a Santa Genoveva de París. El principal es un pórtico de orden dórico (…) formado por diez columnas de 10 varas de alto, cada una con sus respectivos capiteles. Sobre esas columnas descansa un triángulo obtusángulo, en el centro del cual está esculpido en medio relieve, el escudo de armas de la República, y a los lados, en los octángulos, dos liras de forma antigua entrelazadas con ramas de yedra y de laurel. Sobre el escudo hay un hermoso colgante de flores, también de medio relieve, elegantemente suspendido por tres rosetas.”[14]
El tímpano fue modificado posteriormente, en la época del general Reina Barrios, quien ordenó una alegoría clásica, la cual fue elaborada por el venezolano Santiago González, en la que Apolo tañía su lira, rodeado por la tragedia y las musas, repartidas a sus pies.

Estado del Teatro Colón luego de los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918. Según el intelectual David Vela, los daños causados en el edificio no fueron de tanta gravedad como para justificar su demolición, que obedeció a móviles exclusivamente políticos.
Los terremotos que a finales de 1917 y principios de 1918, azotaron al teatro también, el que presentó importantes daños, aunque los mismos no eran tan graves, al menos, no estructurales, pues el edificio permaneció aislado con alambre de espino y láminas por mucho tiempo. La plaza que lo albergaba fue ocupado por las personas que huían de sus residencias, o que las habían perdido. Así, la llamada “Plaza Vieja”, fue invadida por las llamadas “tembloreras”, construcciones improvisadas por las personas que evitaron el peligro de las construcciones e invadieron parques, plazas y potreros para pasar los temblores. Apunta Poroj que el teatro, lastimado, se vio rodeado de tiendas de campaña y barracas hechas de esteras y mantas. Los terremotos, que destruyeron buena parte de la ciudad de Guatemala, dejaron al descubierto la corrupción del régimen cabrerista, que no fue capaz de resolver con eficiencia y rapidez la situación de emergencia que suscitó la destrucción de tantas viviendas y la interrupción de los servicios básicos. Así, el descontento fue creciendo, resultando en los hechos de la Semana Trágica, y la caía del régimen. A propósito de la reacción del régimen, el doctor Peláez Almengor publicó hace unos años un interesante libro, lastimosamente breve, titulado La Pequeña París, bajo el sello del Centro de Estudios Urbanos y Rurales (CEUR) de la Universidad de San Carlos, allí aborda detenidamente el proceso de descombrado de la ciudad y la evaluación general de los daños, que también evaluó el arqueólogo Sylvanus Morley, dejando apuntado en sus diarios de campo que la devastación era total, y los terremotos habían destruido el 90% de las construcciones de la ciudad.[15]
Los terremotos condenaron a muerte al majestuoso teatro. La rudimentaria economía nacional, agravada por la Primera Guerra Mundial, no permitió al gobierno de Estrada Cabrera realizar con la suficiente rapidez y eficiencia los trabajos de reconstrucción de los monumentos públicos. El hombre de confianza en estos menesteres, el argentino Luis Augusto Fontaine, fue comisionado por el Señor Presidente para encargarse de las obras de restauración del Teatro Colón (rebautizado en 1892, con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América), pero la falta de fondos, la rebelión unionista y la muerte de Fontaine, interrumpieron su rescate. El teatro permaneció en ruinas hasta que en el año de 1923 se ordenó su demolición, durante la presidencia del general José María Orellana, según me informa el investigador Rodolfo Sazo. Según Poroj, la orden de muerte vino inspirada más por política que por razones de seguridad. El régimen de Orellana se debatía entre la dictadura y la anarquía. La situación económica no había mejorado mucho, y el gobierno se encontraba como siempre, desfinanciado. Las fábricas y el comercio habían sufrido duramente a raíz de los terremotos y la inestabilidad política del país, y la destrucción del teatro sirvió para darle una pequeña salida al descontento. Así las cosas, el gobierno necesitaba desesperadamente ocupar a los habitantes de los campamentos, y para ello contrató a muchos de ellos para la demolición del teatro.
[1] Woodward, Ralph Lee Jr. Liberalismo, Conservadurismo, y la actitud de los campesinos de La Montaña hacia el gobierno de Guatemala, 1821-1850. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LVI, Enero a diciembre de 1982. Página 210.
[2] McCreery, David J. La Estructura del Desarrollo en la Guatemala Liberal: Café y Clases Sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LVI, Enero a diciembre de 1982. Página 219.
[3] Torres Valenzuela, Artemis. Los Conservadores Ilustrados en la República de Guatemala: 1840-1870. Editorial Serviprensa, Guatemala: 2009. Página 72.
[4] De León Pérez, Hugo Leonel. Crónicas para la historia de la danza teatral en Guatemala (1859-1918). Editorial Cultura, Guatemala: 2003. Página 28.
[5] “… Teatro Nuevo del empresario Porras, construcción provisional, ubicada en la esquina opuesta de la Plaza Mayor, antiguo edificio de ‘las carnicerías’ (hoy sexta calle y séptima avenida de la zona 1), estrenado para finales de noviembre o principio de diciembre de 1843; este era un teatro ‘de dos cuerpos, teniendo los palcos del primer piso bastante desahogo y una entrada independiente’ con capacidad para unos mil doscientos espectadores. En este teatro actuó una compañía nacional de drama y ópera dirigida por el español Francisco Pineda.” (De León Pérez. Op. Cit. Página 31-32).
[6] “…Teatro de Variedades (…) construido hacia 1857 por empeño del empresario Julián Rivera. Estaba ubicado en la llamada ‘Calle del hospital’ (hoy 10 calle de la zona 1). Según Díaz, el teatro era de formas sencillas y su interior era de muy bonito aspecto, el lunetario alojaba unas 400 personas, cincuenta y cinco palcos en los dos pisos y una galería que daba cabida a unos setenta espectadores…” (De León Pérez. Op. Cit. Página 32). El Teatro Variedades desapareció luego de la inauguración del Teatro Nacional, en 1859.
[7] Torres Valenzuela. Op. Cit. 72.
[8] Ibíd. Página 74.
[9] Ibíd. Página 73.
[10] Ibíd. Página 73.
[11] Poroj, Fernando Guillermo. Desde aquel dorado balcón del teatro. Revista Domingo, Prensa Libre, s/f. Aproximadamente de 1993.
[12] Calíope: En la mitología griega, era la musa de la hermosa voz, era la musa de la elocuencia, la belleza y de la poesía épica. Se le podía reconocer porque se le representaba con un estilete y una tabla de escritura, como redactando un poema épico. Modernamente representó al canto.
[13] Talía: En la mitología griega, era la musa de la comedia y de la poesía bucólica. Se le representaba con la máscara de la comedia y con el cayado del pastor. Modernamente representó el teatro.
[14] Torres Valenzuela. Op. Cit. Página 73.
[15] Harris, Charles H. y Louis R. Sadler. The Archaeologist was a Spy. Sylvanus G. Morley and the office of Naval Intelligence. University of New Mexico Press. Alburquerque: 2003.
La suerte de los que se quedan…
Los hechos que siguieron al asesinato de Reina Barrios
Rodrigo Fernández Ordóñez
Disipado el humo del disparo que se llevó la vida del presidente José María Reina Barrios, la vida del país y de su familia habrían de cambiar para siempre. Edgar Zollinger yacía en el suelo asesinado también por un agente de la policía y rematado por “Matamuertos”, a pocas cuadras del sitio en donde se desplomó el presidente. ¿Qué pasó en los días inmediatos al asesinato? ¿Qué suerte corrió la familia del general Reina Barrios? ¿Cómo les cambió el destino ese crimen?

Interesante retrato del Presidente José María Reina Barrios publicado en la revista «La Ilustración Española». (Fotografía original de Valdeavellano).
-I-
No tenemos información de quién llevó la noticia del asesinato de su esposo ni del impacto que esta causó en doña Algeria. Solo sabemos que perdió la razón. Don Antonio Batres Jáuregui, protagonista principal de los hechos que abordaremos aquí, relata que el cuerpo sin vida del presidente fue llevado de inmediato a la Casa Presidencial y colocado sobre la mesa de uno de sus salones. Podemos imaginar el desconcierto, el caos desatado por el crimen. Imaginamos portazos, órdenes y contraórdenes en los pasillos, pasos apresurados. Algún llanto y lamentos. Quizás no hay noticias porque al momento de su muerte, el presidente Reina llevaba diez meses de haberse separado de doña Algeria, quien además, parece que era medio enfermiza, con frecuentes viajes al extranjero para “curar su salud”, según ha documentado el investigador Rodolfo Sazo en los periódicos de la época.
Tenemos, sí, el recuento en primera persona de don Antonio, que relata:
“…Era la noche del 8 de febrero del año 1898. Me encontraba yo, a las 8, en casa de mi amigo Agustín Gómez Carrillo, cuando el doctor don José Matos, Subsecretario de Relaciones Exteriores, acompañado de mi hijo Carlos, entró diciendo en alta voz: ‘¡Don Antonio acaban de asesinar al Presidente Reyna Barrios!’ Salí al instante, embozado en una capa, sin arma alguna, y en dirección al palacio. Llegamos corriendo. La guardia estaba dispersa. El Jefe del Estado Mayor, general Toledo, se había ido al teatro; ningún otro de los ministros se encontraba aún. El cadáver del infortunado caballero, del valiente militar, del Jefe de la Nación, tendido sobre una mesa en el mayor desamparo y abandono. Tal el triste cuadro que allí se veía…”[1]
Esa noche de febrero todo es confusión. Lo relata también Rafael Arévalo Martínez en su ¡Ecce Pericles! Al saberse del asesinato del mandatario se reúne en palacio el consejo de ministros, compuesto por el licenciado Mariano Cruz de Gobernación, Justicia e Instrucción Pública, el licenciado Antonio Batres Jáuregui de Relaciones Exteriores, Francisco Castañeda de Hacienda y Feliciano García de Fomento. El ministro de Guerra, Greogorio Solares, nos informa don Rafael, siempre acucioso, no estaba en la ciudad. Andaba de descanso en el Puerto San José. Los ministros discutían qué hacer con la vacante de la presidencia, sabiendo todos que el Primer Designado para cubrirla era el licenciado Manuel Estrada Cabrera, exministro de Reina Barrios y quien había pasado los últimos meses retirado de la política. Refiere don Rafael que Estrada Cabrera, al enterarse de la muerte del presidente corrió al palacio para enterarse de la situación, y cuando ingresó al salón en donde discutía el Consejo de Ministros, que supuestamente ya había llegado a un acuerdo en asumir en comité la primera magistratura. Le cedo la palabra a Arévalo Martínez:
“-No puede ser- les dijo con énfasis. Es inconstitucional. Yo soy el que en calidad de primer designado debo ser el Presidente interino. Hagan otro acuerdo.
Hubo resistencia y se elevaron las voces y con más vehemencia que nadie el que ya se creía presidente.
Saqué la pistola del pecho, los encañoné a todos y les afirmé levantando la voz:
-Estoy dispuesto a matar a todo el que no firme.
En ese mismo instante entró el Jefe del Estado Mayor de Reyna Barrios y me dijo:
-¿Llamaba usted, Señor Presidente?
Aunque a regañadientes doblemente compelidos firmaron los circunstantes…”[2]
Así que ya ven ustedes cómo se hacía política en aquellos años. Al parecer don Manuel era hombre de armas tomar y de no dejarlas sino hasta muchos años después. Además del impacto del asesinato, esa misma noche, nos relata el siempre sospechoso Adrián Vidaurre en su libro de memorias, se sublevaron los hombres de la comandancia de armas, pero estos no quisieron enfrentarse con los caballeros cadetes que vigilaban el palacio presidencial, por lo que rápidamente se disolvió el levantamiento, no sin cobrarse un saldo de vidas humanas. Sus cabecillas, el general José Nájera, comandante y el coronel Salvador Arévalo ante su fracaso, huyeron a El Salvador, dejando muerto al general Daniel Marroquín, fiel a Estrada Cabrera.
El nuevo presidente publicó un manifiesto a la población al día siguiente de asumir el despacho en el que aseguraba: “Llamado por ministerio de la ley a ejercer la presidencia, es su deber declarar que nunca hubiera aceptado tal designación si hubiese sabido que tendría que ejercerla; pero que no desfallecerá porque está convencido de que para gobernar a Guatemala sólo se necesita cumplir con la ley, fija la vista en un punto único: la Constitución de la República. Corta y de carácter interino será su administración”. Imagínense ustedes si 22 años se le antojan cortos, cómo les habría ido a nuestros abuelos si no se rebelan en abril de 1920.
La situación, como es fácil de imaginar era de confusión, y en la confusión sacan provecho los hábiles. ¿No se han preguntado por qué el general Reina Barrios, presidente liberal, está enterrado en las bóvedas de la Catedral Metropolitana? Don Antonio Batres Jáuregui, quien afortunadamente se sentó a escribir sus recuerdos, nos relata:
“El día 10, cuando me disponía, a las ocho de la mañana, a irme al Palacio sin saber nada de lo ocurrido, pues yo estaba durmiendo en mi casa esa noche, para reponer la anterior que había sido de angustia, trabajo y desvelo completo, recibí un bondadoso aviso de doña Isabel Arrivillaga, por medio de dos sobrinas suyas, las apreciables señoritas María Teresa Zepeda y María Arrivillaga, diciéndome que no fuera al entierro del general Reyna Barrios porque había una turba de gente armada por El Gallito, dispuesta mediante un complot a asesinar a los ministros y a arrastrar el cadáver del Presidente (…) Supuestos prosperistas. El entierro iba a ser en el Cementerio General, pero para evitar la turba, apenas dos horas antes, se decidió hacerlo en las bóvedas de la Catedral.”
Nos sigue relatando don Antonio que esa misma mañana un carpintero conocido suyo, llamado Juan Bejarano fue hasta su casa para advertirle:
“Vea señor –me dijo- no vaya al entierro, porque están disponiendo una matazón. Mire, estos cinco pesos, que me acaban de dar en la fonda El Conejo, para que yo vaya entre los revoltosos; cogí el pisto, y vengo a avisarle lo que está pasando…”[3]
Así que alguien estaba armando una situación explosiva. Algunos acusan a don Manuel de estar detrás de éstas maquinaciones. Otros acusaron a don Próspero Morales, eterno opositor de los regímenes de Reina Barrios primero y Estrada Cabrera, después. Lo cierto es que para evitar la violencia, los pocos hombres prudentes que quedan en situaciones exaltadas como esas, decidieron darle la vuelta al plan maquiavélico y acuden a la Iglesia para salir del entuerto. Según el testigo privilegiado de don Antonio Batres, a él se le ocurrió la idea de enterrarlo en la Catedral. Para evitar un cortejo multitudinario, el asunto se debería despachar con sigilo, pues don Manuel, no se sabe con qué intención, le había informado a Batres que había puesto a disposición una tropa de cien soldados para acompañar el féretro hasta el Cementerio General. El testigo al que hemos recurrido cuenta que por su parte él había calculado que para prevenir cualquier disturbio hubiera sido necesario contar al menos con mil soldados al mando de un general.[4]
El licenciado y múltiple ministro, don Mariano Cruz, fue nombrado para realizar las gestiones y lograr la autorización del arzobispo Casanova de hacer uso de la Catedral, en donde también reposan los restos del general Rafael Carrera. “Aunque el general Reyna era masón de alto grado, no opuso dificultad el jefe de la Iglesia; porque comprendió las circunstancias, y además, porque el general Reyna no había hostilizado, en lo más mínimo, a la religión católica ni a ningún otro culto…”[5] Así las cosas, se levanta el cuerpo del mandatario de la capilla ardiente que se había montado en el salón de recepciones del palacio. El féretro fue llevado en hombros por generales del ejército, acompañados de los ministros, autoridades superiores, cuerpo diplomático y consular. El cortejo fúnebre se dirigió hacia el Portal de Comercio y lo recorrieron paralelo, sobre la plaza hasta llegar a las bóvedas de la Catedral. Así que se despachó el entierro sin más pompa, bajo un cargado ambiente de violencia en gestación.
Así terminaba el gobierno progresista del general Reina Barrios, que por supuesto también tuvo sus sombras. Basta recordar esos locos planes de guerra con México, gigante al que pretendía derrotar, pues “…esperaba que Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica harían causa común con él. Si triunfaban, seguiría una república centroamericana, de la que él sería el primer presidente…”,[6] sin duda imitando los planes más descabellados de su difunto tío, y sin aprender de su ejemplo, abatido según parece por sus propias tropas, en los campos de Chalchuapa, en El Salvador. Según el artículo citado, Reina Barrios había logrado levantar un ejército de alrededor de cuatro mil hombres, y los concentraba cerca de la frontera, en Champerico y Quetzaltenango. Había dotado a esta tropa con uniformes alemanes y cascos blancos (imaginamos que los famosos salacots, conocidos en todas las fotografías de los dominios imperiales europeos).
El periódico reportaba que apenas un año antes habían ocurrido serios incidentes en la frontera con El Salvador, que habían provocado rumores de guerra, y que Guatemala había recibido un gran contingente de artillería. Afirma el citado diario: “La carga para Guatemala consistía en 600 toneladas de cañones de montaña Krupp. También pertrechos militares y municiones. Extrañamente, la artillería arribó a Guatemala empacada como mercadería con destino al Ministerio de Agricultura”.[7]
-II-
La viuda
Tras la muerte de su esposo doña Algeria decidió regresar a su país nativo, los Estados Unidos. Ignoramos la fecha, pero sabemos por ejemplo, que dejó asuntos sin resolver, pues su lujosa residencia ubicada sobre el Paseo 30 de junio, Villa Algeria, quedó abandonada por mucho tiempo. Hoy día es un discreto hotel. Marchó no sabemos si todavía embarazada o ya con la bebé en brazos, a quien puso por nombre Consuelo. Doña Algeria, reporta un diario de la época, era originaria de Virginia y había conocido al general Barrios en Nueva Orleáns, en donde ella actuaba de vedette. Reina Barrios se enamoró de la norteamericana y se la llevó a Nueva York, en donde se casaron, para luego viajar a Europa, en donde el general asumió el consulado de Guatemala en Hamburgo, un puesto diplomático de primera importancia en ese entonces.
Según reporta el sitio neworleanspast.com, doña Algeria regresó a Nueva Orleans, pero estuvo como alma en pena. Incluso reportan que estuvo arrestada en Londres y Nueva York, acusada de intoxicación. Al parecer se volvió drogadicta, porque para el año nuevo de 1910 la tenemos ingresando en el Asilo Touro-Shakespeare en Nueva Orleans, sin un centavo y casi ciega.

Asilo Touro-Shakespear en Nueva Orleans, así lucía cuando ingresó en él Algeria Benton.
El Asilo Touro-Shakespeare fue construido con fondos dejados para ese propósito por el filántropo sureño Juha P. Touro, y estaba ubicado en la actual calle Daneel, entre la calle Joseph y la avenida Nashville. La propiedad fue transferida a la ciudad de Nueva Orleáns al final de la Guerra Civil. El edificio fue demolido en 1932.
Al parecer, al llegar a sus oídos la noticia del asesinato del general Barrios, su esposa perdió la razón. De lo que escribe Batres Jáuregui habrá sido del puro cargo de conciencia, pues doña Lilly, como también le decían, quedó embarazada de una relación extramarital con el general Toledo, a quien insistentemente se acusó de estar implicado en el asesinato del presidente. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que doña Algeria no quería a su hija Consuelo, y su relación fue tan distante que incluso un diario extranjero, el New Orleans Times Picayune reportó que la viuda había abandonado a su hija en las escaleras de la iglesia de la Magdalena en París. A consecuencia del estado calamitoso de la salud de la viuda, que ya sabíamos era frágil y de su drogadicción y alcoholismo, Consuelo fue ingresada en un convento en la ciudad de Londres, por órdenes del Ministro de Guatemala en Londres, quien me parece que para la época era José Tible, tío de Enrique Gómez Carrillo, quien se casó con una señora multimillonaria norteamericana de apellido Julliard, pero eso no viene al caso. Lo que sí nos importa es que al convento la iba a visitar su madre, obligada por una enfermera que la atendía. Quien nos da estos detalles es María F. Davis, en una intrigante investigación que tituló Forggie: The lost waif, en que recorre Europa y los Estados Unidos siguiendo los tenues rastros de dos hijos del general Reina Barrios: uno, supuestamente llamado René y Consuelo. Sabemos a ciencia cierta que el presidente tuvo un hijo anteriormente, José Reyna de Campos, del que no he podido conseguir mayor información. El libro de la señora Davis puede ser consultado parcialmente en línea, pero yo he ordenado el mío para buscar otros datos que nos puedan interesar y hacérselos saber en cuanto lo tenga en mis manos.
Por de pronto podemos complementar con trozos de información recogida de mil lugares que para 1911, la señorita Consuelo Barrios vivía “…en el Convento y Abadía de Santa María y Escuela Santa María, Mill Hill N. W. como estudiante en Hendon, Middlesex, England…”
Doña María Davis nos da información adicional de Consuelo. Al parecer era muy enfermiza, la aquejaba el asma y la bronquitis, ella aventura que acaso por el clima de Londres. Lo cierto es que tras once años de reclusión en el convento es enviada a Guatemala a vivir, en donde se establece por cuatro años. De allí viaja a Nueva Orleáns en donde moriría el día viernes 6 de junio 1919. Al día siguiente reportaba el Times-Picayune, en la página 6:
“La señorita Barrios muere. Hija del Presidente de Guatemala es enterrada aquí.
El funeral de la señorita Consuelo Reyna Barrios, de 21 años, hija del Presidente Barrios de Guatemala, quien murió en la Enfermería Touro el viernes por la tarde, tuvo lugar el día sábado a las 11 de la mañana, en el Cementerio Greenwood. La señorita Barrios había quedado bajo la custodia del Presidente guatemalteco Manuel Estrada Cabrera desde el asesinato de su padre. Su único familiar en la ciudad era su abuela, señora C. B. Wheeler, con residencia en el 1241 Prytania Streer, con quien vivió el pasado año y medio. La señorita Barrios había sufrido de quebrantos de salud antes de venir a los Estados Unidos, y nunca se recobró completamente de un ataque de Fiebre Española el otoño pasado. Ella se había involucrado activamente en el esfuerzo bélico, dedicando devotamente la mayor parte de su tiempo en el Club de Servicios británico, del que era miembro.”[8]

Puerta de entrada del Cementerio Greenwood, en la Parroquia de Orleáns, ciudad de Nueva Orleáns, en donde reposan los restos de Consuelo.
Su madre, la hermosa Algeria, (a juzgar por la fotografía iluminada que se publicó en el número 44 de la revista Galería, “Arte y Mujer”), le había precedido en el sueño eterno cuatro años antes, el 20 de abril de 1915, y también en el sur de los Estados Unidos, pero ella en la ciudad de Biloxi, Mississippi.
Su muerte fue anunciada en el Daily Herald, el 21 de abril de 1915:
“Dos muertes ocurren en el hogar de los Hammet en pocas horas.
La señora Barrios, quien estaba de visita, murió anoche.
La señora Barrios muere. La muerte de la señora Algeria de R. Barrios, ocurrida en Hammet Home, fue inesperada, pese a que la dama había estado enferma por varios días. La señora Barrios, viuda del presidente de Guatemala, había estado de visita en la ciudad de Nueva Orleáns. Vino a Biloxi el domingo último y cayó enferma a su arribo por tren, aunque su condición no fue calificada de seria. Fue llevada de inmediato al hogar de los Hammet, a donde iba de visita, y fue empeorando hasta morir anoche finalmente. La señora Barrios era una vieja amiga de los señores Hammet y había venido a visitar esta familia en los últimos años en diferentes épocas. Unos días antes había escrito a los señores Hammet informándoles de su intención de visitarlos y fue invitada a hacerlo. La señora Barrios tenía sólo un familiar cercano de lo que se sabe, una hija, la señorita Consuelo Barrios, que vive en Guatemala. Era nativa de Virginia, hija de una de las mejores familias del lugar. En sus años de juventud estuvo casada con el señor Barrios, quien luego fue jefe del ejecutivo de Guatemala. Tenía aproximadamente 40 años. La dama fue llevada al establecimiento de Bradford Livery & Undertaking Co. en la avenida Howard. Los arreglos del funeral no se habían logrado concretar, toda vez que ha sido sumamente difícil comunicarse con los parientes sobrevivientes. Se ha enviado telegramas a familiares en Virginia y a amigos en Nueva Orleans. Tan pronto como se obtenga respuesta se realizarán las exequias.”[9]
Esta información se complementa con la publicada en el Times-Picayune de la ciudad de Nueva Orleáns, quien cuenta a su lectores el día 25 de abril de 1915:
“Biloxi, Mississippi. La señora Algeria de R. Barrios, la viuda del expresidente de Guatemala, quien murió en esta ciudad la pasada noche del domingo, fue enterrada en el cementerio de Biloxi esta mañana a las 10, siguiendo las instrucciones recibidas del cónsul guatemalteco en Nueva Orleáns. El entierro será temporal mientras se arregla su embarque para Guatemala.”[10]

Una calle de Harrison County, Biloxi, Mississippi (1913). Probablemente por ella se paseó doña Algeria durantes sus visitas a la familia Hammet, oriunda de la ciudad.

Muelle del puerto de Biloxi, por el que habrá desembarcado doña Algeria, en sus continuas visitas a la ciudad.

El general José María Reina Barrios supervisando maniobras militares en el Campo de Marte.
(Fuente: pacayablogspot. Original de El Progreso Nacional, número 427, del 13 de noviembre de 1896).
[1] Batres Jáuregui, Antonio. La América Central ante la Historia. Ediciones del Organismo Judicial de Guatemala. Guatemala: 1993. Página 576.
[2] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Editorial Universitaria Centroamericana, San José, Costa Rica: 1983. Página 45.
[3] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 579.
[4] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 580.
[5] Batres Jáuregui. Op. Cit. Página 580.
[6] S/A. Trouble not improbable. Serious Strain in the Relations of México and Guatemala. The New York Times. December 23, 1894. Página 21. Traducción libre el autor.
[7] The New York Times. Op. Cit. Página 21.
[8] Esta crónica puede leerse en el interesante sitio findagrave.com, en el que se nos aporta otro dato interesante y desconcertante a la vez: “…She is listed as a male in the New Orleans Louisiana Death records.”
[10] Tomado del sitio www.findagrave.com, en donde se informa que el cementerio de la ciudad de Biloxi se encuentra en el condado Harrison.
“Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!”. Carlos Valenti en Paris, 1912.
“Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!”
Silvio Rodríguez.
Como no puede ser de otra manera, (cuando se trata de entierros de artistas en tierras extranjeras hace más de cien años), la mañana del 3 de noviembre de 1912, hacía frío y llovía. Ese día o el anterior, según el maestro Carlos Mérida[1], fue enterrado en el Cementario de Montparnasse, en la capital francesa, el pintor Carlos Mauricio Valenti, quien hacía tan sólo cinco meses había visto cumplido su sueño de establecerse en Paris para perfeccionarse en su arte. El 29 de octubre de 1912, poco antes de cumplir los 24 años, inexplicablemente, se había descerrajado dos disparos en el pecho, causándose la muerte.

Carlos Mauricio Valenti, en 1912, antes de partir a París.
(Fuente: leopl.com).
-I-
La familia.
Valenti, revólver en mano, obliga a Morta, la Parca de las tijeras de oro a cortar su hilo de la vida, interrumpiendo de golpe una carrera que prometía mucho para el arte guatemalteco, como lo atestiguan las obras que de él se conservan, colgadas en las paredes del Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, en la ciudad de Guatemala. A pesar de no superar los veinticinco años, según relato de su amigo Carlos Mérida, Valenti era un artista que desarrollaba una obra interesante:
“Para la época en que Valenti vivió, su obra era de una audacia sin límites desde que él tomó el lápiz, su trazo fue rotundo y definitivo. Si Guatemala hubiera tenido la fortuna de que este singular artista hubiera alcanzado más edad, sería en el momento una figura internacional de acusadísimos perfiles.”[2]
Carlos Mauricio Valenti Perrillat había nacido en la misma ciudad de París, el 15 de noviembre de 1888, hijo de Carlos Valenti Sorié, italiano y de Helena Perrillat-Bottonet, francesa. Ese mismo año viaja a Guatemala, según notas de la biógrafa de su hijo, por invitación del general José María Reina Barrios, a quien habría conocido durante la estancia del militar en Europa. Aunque la información que sobre la llegada a Guatemala del padre de Valenti nos ofrece Walda es un poco confusa, Luis Luján Muñoz complementa de forma importante que halló en el Archivo General de Centroamérica el Libro de Matrimonios Civiles de la ciudad de Guatemala del año 1895, en el que consta el Matrimonio Civil de los señores Valenti y Perillot, y señala: “La familia Valenti debió de llegar a Guatemala hacia abril o mayo de 1889, pues aparece Carlos Valenti colaborando en una colecta el 3 de julio de ese año, en la ciudad de Guatemala, para la viuda y los 5 huérfanos del ciudadano italiano Angel Masselli, asesinado el 25 de abril anterior.”[3]
Al parecer, si hemos de hacerle caso a doña Walda, Valenti forma parte de ese grupo de extranjeros que arribaron a Guatemala por iniciativa de quien sería luego su presidente, el general Reina Barrios, ya mencionado, sobrino de Justo Rufino Barrios, quien había hecho estudios en el extranjero, en Estados Unidos y Europa. Carlos Valenti se estableció en el país como peluquero, inaugurando su establecimiento en la 8 avenida esquina de la 10 calle. Al parecer el establecimiento rápidamente cobró prestigio en la ciudad, pues el 8 de julio de 1889 ya está solicitando en el Diario de Centro América, “…un oficial para su peluquería, es decir que ésta ya estaba funcionando prósperamente y requería ayuda para atender a su clientela”,[4] y en el mes de agosto del año siguiente ya está solicitando la contratación de dos personas adicionales. Para 1893 el negocio se había trasladado a un nuevo local en la 9 calle poniente número 6, según información del historiador Luján Muñoz. Como nota interesante, porque dice mucho de lo emprendedor que era este italiano, informa tanto doña Walda como don Luis Luján, que fue él quien trajo el primer cinematógrafo a Guatemala, y que proyectaba cintas en el interior de la Peluquería Italiana, “utilizando parte del corredor y el patio de la casa adaptada para tal fin”, según apunta Luján. Cabe mencionar también, a manera de recomendación para los amantes de la literatura, que Dante Liano en su maravillosa novela Pequeña historia de viajes, amores e italianos, utiliza a Valenti padre para darle forma a uno de sus personajes.

Hermosa fotografía con recuadro de detalle del negocio de don Carlos Valenti, publicada en el interesante y bien documentado sitio carlosvalenti.org, en donde se pueden encontrar documentos e imágenes de la vida del malogrado artista.
El señor Valenti al parecer, tenía grandes aspiraciones para su negocio, pues muy a lo italiano, para montar su peluquería viaja a Francia para comprar todo el equipamiento necesario:
“…adquirió mobiliario ad hoc para una lujosa barbería: sillones de hierro y peltre blanco, reclinables; enormes espejos venecianos, así como un laboratorio de productos químicos para el cabellos, y un gramófono para entretener a la clientela; tal aparato marca Víctor, con el famoso perrito escuchando al amo…”[5]
La página dedicada a su hijo, carlosvalenti.org, ofrece una interesante colección de los anuncios que publicaba don Carlos Valenti para su negocio, y de los cuales podemos ir construyendo el éxito profesional y comercial del mismo, pues recoge las necesidades que su próspero negocio iba requiriendo, así como de los nuevos servicios que este emprendedor extranjero iba incorporando. Encontramos por ejemplo, un anuncio del 19 de junio de 1891, en el que se ofrece el servicio a domicilio de Carlos Valenti, “Peluquero Coiffeur Hair Dresser. Barbiere”, e invita a llamar al teléfono número 300 para requerir el servicio. Avisa que su negocio se encuentra “Frente a la Iglesia del Cármen.” También se ofrece el servicio de afilado de tijeras, cuchillos, corta-plumas y navajas y “toda clase de instrumentos cortantes”, “a manos de profesionales en el oficio”. Se encuentran también convocatorias para la contratación de personal adicional, que abarcan de 1890 a 1895, solicitando peluqueros, oficiales de peluquería y ayudantes, dando testimonio de las manos adicionales que iba exigiendo el establecimiento. Llama la atención de la colección de anuncios que algunos de ellos están redactados en inglés, francés y alemán, lo que nos indica que don Carlos Valenti apuntada a todo el público residente.

Otro anuncio publicado el Diario de Centro América, el 21 de abril de 1894, anunciando los servicios del negocio de Valenti.
(Fuente: carlosvalenti.org)
-II-
El contexto histórico y cultural.
Guatemala era para ese entonces, una promesa de futuro. La llegada a la presidencia del general José María Reina Barrios, “Tachuela”, lleva nuevos aires de progreso. Reina Barrios había estudiado en el extranjero, como quedó apuntado arriba, y al parece trae en la cabeza muchas ideas para crear condiciones atractivas para que los extranjeros acudan en oleadas al país. Recordemos que para esos mismos años, millones de personas cruzaban el atlántico desde Europa para asentarse en los Estados Unidos, Brasil y Argentina. Reinita no quería perder esta oportunidad, pues habría que recordar también, que la migración tenía para el pensamiento liberal de la época un valor casi supersticioso, de acuerdo al cual las sangres europeas insuflarían nueva vida a las adormecidas razas americanas, consideradas débiles por el mestizaje.
En alguna otra cápsula hemos mencionado que Reinita tenía ideas muy claras sobre cómo hacer atractivo a nuestro país. Una de ellas, pretendía era hacer de la ciudad de Guatemala un lugar habitable, cómodo y excitante para que los extranjeros decidieran asentarse en esta somnolienta república. De allí que remozara el Teatro Colón, que creara un ambicioso plan para el Paseo de la Reforma, que era también un inmenso parque a imitación del Bois de Bologne de París y los Campos Elíseos, infraestructura adecuada mediante la habilitación del muelle en el Atlántico, más tarde bautizado como Puerto Barrios en su honor. Pero también entendía el presidente la necesidad apremiante de educar a la población. Y educar no solamente en el sentido de formación básica, como enseñar a leer y a escribir, sino formar también el sentido estético de las personas, educar a la población (de la capital al menos) en las corrientes artísticas en boga en ese momento. Se trataba de enseñar, por ejemplo, mediante la colocación de estatuas de manufactura clásica en los jardines del paseo 30 de junio, alegorías sobre las artes, la historia y la cultura europeas.[6]
Es en ese espíritu que:
“Lo primero que el mandatario ordena es la creación de un Instituto de Bellas Artes el cual se inaugura el 15 de septiembre de 1892. En el plantel se integra un claustro de artistas dispersos en la historia entre los que se localizan arquitectos como José Bustamante, quien fue su primer director. Entre sus maestros destacan los nombres de Francisco Monterroso, el escultor Rafael Pilli, el arquitecto C. T. Wilson, Emilio González Flores y Antonio de Arcos. Todos relacionados a obras de las que ya casi no quedan registros y, probablemente, afines a la Casa Contratista de Francisco Durini Vassalli, quien estaba activo en Guatemala desde el gobierno de Justo Rufino Barrios”[7]
Los proyectos artísticos y culturales impulsados por el presidente Reinita también incentivaron la llegada de otros artistas, como es el caso del italiano Antonio Doninelli, que era escultor, pintor y arquitecto, el español Tomás Mur (autor del hermoso monumento a Cristóbal Colón que decora actualmente la Avenida de las Américas), su compatriota Justo de Gandarias y el venezolano Santiago González, autor del magnífico grupo escultórico de inspiración clásica que decoraba el tímpano del Templo de Minerva en el Hipódromo del Norte, dinamitado por uno de los irresponsables alcaldes que han desfilado por el Palacio de la Loba y del que afortunadamente he olvidado el nombre, pero sí recuerdo que la criminal e injustificada acción se llevó a cabo durante el gobierno de Jacobo Árbenz.
Es en este ambiente en el que transcurre la infancia de Carlos Valenti, tercer hijo del migrante, quien se destaca por su dedicación en los estudios, y quien inicialmente mostraba inclinación hacia la música, estudiando, nos informa doña Walda, con el distinguido maestro Herculano Alvarado.[8] Sin embargo, uno de sus hermanos mayores Emilio, se inscribió en la Academia de Bellas Artes, quien regresaba a casa entusiasmado con las ideas que se discutían en sus aulas, impactando con fuerza en Carlos, quien a los 13 años decide abandonar sus estudios musicales y se escribe también en la referida academia, la que a la sazón, estaba dirigida por el venezolano Santiago González.[9]
-III-
La forja del artista.
Afirma doña Walda que Carlos fue un aventajado estudiante de la academia, destacando por su talento para el dibujo, llamando la atención del propio Santiago González. En el ambiente artístico, inevitablemente, Carlos traba amistad con otros personajes que habrían de definir su carrera y en última instancia, su vida. Conoce por ejemplo al español Jaime Sabartés, quien había venido a Guatemala a trabajar con su tío Francisco Gual, quien era propietario de un almacén de ultramarinos llamado El Tigre, en el Portal de Comercio.[10] Alrededor de Sabartés, quien luego sería secretario privado de Pablo Picasso, a su regreso a Europa, se conforma una “peña de artistas” jóvenes, en su mayoría quezaltecos, como Carlos Wyld Ospina, Rafael Rodríguez Padilla, Rafael Arévalo Martínez, Rafael Yela Gunther, los hermanos de la Riva, Carlos Mérida y Carlos Valenti, en cuya casa solían reunirse para sus tertulias.[11] Luján cita una breve biografía de Yela Gunther, escrita por un primo hermano del escultor, de la que saca una interesante cita: “Durante este tiempo, con los pintores Carlos Valenti y Carlos Mérida, formó un grupo de acción que inició en Guatemala un movimiento de arte moderno. Se reunían en el estudio de éste, discutían, disparataban y celebraban, las noches de los sábados, fiestas de artistas con literatos poetas, pintores y músicos, todos jóvenes.”
El grupo se consolida por el año de 1910, año en el que conviene apuntar, la familia Valenti ya era dueña del Cine Valenti, ubicado en la 9 calle, entre 8ª y 9ª avenidas, en donde actualmente se encuentra la sede del Artecentro Paiz. Carlos Valenti participaba de las juergas del grupo de artistas, pero al decir de su pariente, doña Walda, el pintor “…Era sobrio en la bebida; mientras los otros se daban a la borrachera, Carlos los acompañaba divertido; mas como detestaba la vulgaridad, seleccionaba discretamente sus aventuras y las guardaba en reserva…”[12], Valenti era entonces, un hombre discreto y un artista de tiempo completo.
De la conformación de ese inquieto grupo, Carlos Mérida recuerda:
“Conocí a Valenti cuando llegué por segunda vez, desde mi tranquila Quezaltenango, a la ciudad capital, en busca de momentos mejores para algo que en mí era aún confuso y sin definición; tenía yo apenas 17 años de edad. Me encontré, entonces, con un grupo de jóvenes pintores que laboraban en gran cohesión, y que capitaneaba Jaime Sabartés, un catalán venido a Guatemala en busca de fortuna….”[13]
Según Mérida, la personalidad más interesante de todo el grupo la tenía Valenti. “Su personalidad era atrayente, a pesar de sus ensimismamientos y de su introspección. Todos le queríamos…”, afirma en sus recuerdos sobre su malogrado amigo. En esas mismas notas señala que Valenti, a su llegada a Europa, era preso de una aguda neurastenia, una enfermedad nerviosa, que también aquejó al escritor Gómez Carrillo y al poeta Rubén Darío, y que podría explicar su decisión final de quitarse la vida, aunque, como veremos más adelante existían otras razones externas que pudieron llevarle a esta trágica acción. Según su amigo Mérida, Valenti era un artista integral, que gustaba de la pintura al aire libre, al igual que los impresionistas, y recuerda con un dejo de nostalgia y ternura: “Conservo para mi deleite dos pequeñas telas, pintadas en un día lluvioso, allá en el viejo Potrero Corona, la luz, la delicadeza del color, la sensibilidad de la textura…”[14]
Algo habrá sucedido con los negocios de don Carlos, pues éste marcha rumbo a Italia, dejando a su familia en Guatemala. Doña Walda apenas se refiere al suceso como al “fracaso, tanto de la barbería como del cine”, pero hablar de fracaso de un negocio que ya tenía 20 años de estar funcionando nos parece, a lo sumo, inexacto. ¿Alguna inversión habrá salido mal? La salud de doña Helena nos podría dar pistas, pues fallece el 25 de febrero de 1911, luego de una larga agonía, dejando un hondo sentimiento de zozobra en su hijo. ¿Habrá sido esta enfermedad la causa de la ruina de su esposo? No lo sabemos, pero lo cierto es que para la muerte de la señora Perrillat, ella está viviendo con su hijo en otra casa, ya no en donde funcionaba el cine, sino en el Callejón de Dolores, en la 9 calle A 3-61 zona 1, según indicaciones de Walda. Asimismo, nos informa que su hermano Emilio, regentaba para esas fechas el Cine Olimpia. Pero en todo caso, la situación familiar habrá estado tan complicada que la familia Doninelli, tiene que prestar su mausoleo para que en él reposen los restos de doña Helena. Llama la atención la ausencia de datos de doña Blanca Valenti, hermana del artista, que estaba casada con un magnate de la exportación de café de la época, al decir de doña Walda, Federico von Gerlach, quien vivía en una lujosa mansión en la Finca Los Arcos, en la actual zona 14 de la capital.
La quiebra familiar y la muerte de su madre tuvo que impactar en la delicada alma de su hijo. Carlos abandona el hogar, incapaz de sostenerlo y es recibido en casa de su hermano Emilio, quien estaba casado con Ana Doninelli, y quienes le habilitan un dormitorio y un estudio en el segundo patio de la casa para que el artista continúe con su trabajo. En el actual Museo de Arte Moderno puede contemplarse la pintura titulada El Patio, que pintó Valenti y que reproduce el espacio que su hermano le acondicionó por su acceso a la luz. Ese estudio se convirtió en un rincón de bohemia, adonde acudían los amigos de Valenti para alegrarlo y sacarlo de su ánimo sombrío, pero los continuos choques de carácter con su hermano Emilio, presumimos, lo obliga a instalarse en la casa de los Gerlach-Valenti. Blanca aparece en la vida de su hermano luego de la muerte de su madre, cuando le ofrece una habitación en la mansión familiar de los Gerlach, adonde se traslada meses antes de partir a la capital francesa.
Cuenta doña Walda:
“En relación al viaje de Carlos Valenti, no se sabe cómo lo financió: si su madre había dejado algo para él (la señora poseía muy buenas alhajas); o si la hermana proporcionó los medios; sin embargo, en cierto momento comunicó a los hermanos Anita y Emilio, y a Mérida, su determinación de partir en fecha próxima y exhortó a éste último a acompañarle.”[15]
Los dos amigos parten rumbo a Europa a barco carguero Odembalt de la Hamburg-Amerika Line, en el que se embarcan en Puerto Barrios, hasta donde los había ido a despedir la peña de artistas. Cada pasaje había costado 100 dólares, reunidos con especial dificultad por Carlos Mérida, quien tuvo que recurrir a la ayuda de su padre para que le subsidiase el pasaje. El 20 de mayo de 1912 el barco parte rumbo al Viejo Continente.
-IV-
Ver París y después morir.
Luego de treinta días de navegación, el vapor llega al puerto francés de Le Havre llegando finalmente los artistas a París el 15 de junio de 1912.[16] En la capital francesa tuvieron contacto con los artistas más famosos del momento, con quienes incluso llegaron a convivir, como el caso de Amedeo Modigliani, se presentaron ante Pablo Picasso, gracias a una carta de presentación que les escribió Sabartés, Kees van Dongen, Georges Braque, Guillaume Apollinaire, André Bretón, Piet Mondrian y Max Jacob.[17] De sus pinturas de la época llama la atención El Dandy, de la que en alguna parte leí que bien pudo inspirarse en su compatriota Enrique Gómez Carrillo, quien para esas fechas era uno de los escritores en lengua española más leídos, y quien acababa de publicar una serie de magníficos libros relatando sus viajes por los pasajes más exóticos del mundo. En el año de 1912 precisamente, viajaba al Imperio Otomano, “El hombre enfermo de Europa”, del que escribirá luego Jerusalén y la Tierra Santa. Según los recuerdos de Miguel Ángel Asturias y Epaminondas Quintana, la casa de Gómez Carrillo era lugar acostumbrado de romería para los artistas latinoamericanos que desembarcaban en Francia, aunque no siempre fueran bien recibidos por el excéntrico escritor guatemalteco.
De esta época se conserva una carta que ha sido citada ampliamente por los que se han acercado a la vida fugaz de Valenti, y yo no puedo ser la excepción. Escrita para Agustín Iriarte, pintor guatemalteco que para esas fechas se encontraba en Roma, le comenta con abrumadora desesperanza: “…Sólo Dios puede juzgarme, vivo como un mueble, animalmente, creo que el espíritu se ha evaporado de mi cuerpo, que no tengo alma, soy un mísero animal viviente…”[18] González Goyri, en unas breves reflexiones que le dedica a su compatriota apunta, respecto al tono sombrío de su carta dirigida a Iriarte:
“…no hace falta profundizar mucho para darse cuenta del tono triste y melancólico que envolvía a Valenti. Se puede palpar la inquietud que lo consumía, su emoción desmedida, pero a la vez, cierta timidez e inseguridad producto de sus dudas y vacilaciones. Luchaba con su propio demonio, pero además, su salud física ya estaba muy deteriorada. Esa serie de conflictos, de obsesiones ya colindantes con la locura lo llevaron al final que ya todos sabemos…”[19]
¿Qué fantasmas atormentaban el alma de Carlos Mauricio Valenti? ¿Qué desesperación oculta lo habrá llevado a quitarse la vida, de un disparo en el corazón? Ya sabemos que el alma de Valenti es extremadamente sensible, como la de cualquier artista; le sumamos la neurastenia, enfermedad nerviosa que típicamente producía en quien la sufría, grandes dolores de cabeza que podrían provocar alucinaciones y cambios bruscos en el estado de ánimo; sumemos también la desesperación ante la quiebra económica de la familia y la desesperanza por la muerte de su madre, de quien era muy apegado, y a quien cuidó esmeradamente, junto a ella en todo momento y testigo de su dolorosa y larga agonía. Adicionalmente Valenti era tímido con el sexo femenino, inseguro con respecto al valor de su obra, y para colmo, sus facultades oculares disminuían paulatinamente.
Walda Valenti, en su aproximación biográfica nos ofrece indicios adicionales que podrían explicar la fatal determinación de quitarse la vida. Cuenta doña Walda que los médicos guatemaltecos le habían diagnosticado a Carlos Mauricio Valenti, diabetes y un trastorno del sistema vegetativo y funcional, (lo que quiera que eso signifique), pero que se manifestaba físicamente en sus pinturas, que a veces adquirían una tonalidad sucia, producto de las retinas dañadas.[20] En un principio, Valenti había guardado esperanzas de recuperación, pero al parecer la enfermedad se habría agudizado, minando los ánimos de Valenti, quien en principio había viajado a París con el objeto de participar en el Salón de los Artistas de 1915, con la esperanza de deslumbrar con su trabajo. La enfermedad ponía en serias dudas este propósito.
Carlos Mérida, por razones de edad y por el entusiasmo que le provocaba el estar viviendo en el centro mismo del arte mundial, no se tomaba en serio la dolencia de su amigo y solía tranquilizarlo diciéndole que no se preocupara, que ya estando en París podrían consultar a los mejores médicos del mundo, para que pusieran fin a la degeneración de su vista. Ante los comentarios optimistas de Mérida, su amigo le contestaba, sombrío: “Me siento defraudado en mis propósitos; frustra el hecho de comprobar día a día la disminución de mi campo visual…”, o bien: “Cuando veo retrospectivamente me convenzo de haber perdido el tiempo; causa de mi precaria salud, la ingrata diabetes que no me abandona; del medio árido de nuestra patria y de mis sentimientos de hijo apegado a su madre…”[21] De acuerdo a la información que nos proporciona doña Walda, una recaída diabética que le provocó molestias visuales obliga a Valenti a acudir al médico, quien le receta “…descanso absoluto y abandono inmediato de la pintura a fin de evitar el más mínimo esfuerzo visual”[22], Valenti alcanzó a escribirle a su hermana Blanca en el mes de agosto de 1912 preso de la angustia, que sufría ataques de poca visión, que cuando se encontraba solo lo dejaban perdido en las calles de la ciudad, debiendo recurrir a algún transeúnte o un policía para volverse a ubicar.
Según Mérida, nada extraño anunció la fatal determinación de su amigo de quitarse la vida. Tan sólo un ensimismamiento quizás más acusado, que bien pudo atribuirlo al frío clima parisino de finales de octubre, a sus cielos plomizos y al viento gélido soplando en sus calles. De hecho, según relató Mérida a la sobrina de Valenti, Walda: “Esa mañana estábamos trabajando en la escuela todos reunidos, cuando me percaté de su ausencia al no verle a su caballete, ante el cual se había sentado una hora antes. No obstante, seguí pintando, sin recelo, porque había amanecido aparentemente tranquilo…” [23] Y es que el carácter de Valenti tendía a la melancolía, al silencio. Le cedo la palabra a Mérida otra vez, citado por Walda Valenti, quien tuvo el privilegio de entrevistar al pintor al respecto:
“Mas sucede que yo desde joven tengo presentimientos: me ocurre muy a menudo sentir reacciones extrañas en el plexo solar cuando algo va a sobrevenir, e impulsado por estos fenómenos, salí de clase y rápidamente me dirigí a casa. Llegué y tembloroso abrí la puerta, dándome cuenta de que la cortina de su cubículo estaba corrida. Su sombrero sobre el caballete, como solía dejarlo siempre que regresábamos de la calle. Se acentuó mi duda, ansia e incertidumbre, y me acerqué a indagar y a abrir la cortina esperanzado de poder aliviarlo en alguna súbita enfermedad, pero desgraciadamente ¡había llegado demasiado tarde! Horrorizado comprobé al verle tendido en la cama con un revólver en la mano, que se había disparado al corazón. ¿Cuándo adquirió el arma? (…) Cuando llegaron las autoridades y amigos, verificaron su muerte causada por dos tiros en el pecho…”[24]
Continúa relatando Mérida que inmediatamente avisó del suceso a unos amigos compatriotas, Roberto Montenegro y Tito Leguizamón, y avisaron a las autoridades, quienes tomaron posesión del estudio y “…de los contratos de la casa firmados por él, de manera que el estado cerró el taller y a mí me pusieron preso dos o tres días, hasta comprobar mi inocencia…”. Cuenta doña Walda que en una ocasión le relató Jacobo Rodríguez que su padre se encontraba en un café cercano al piso de Mérida y Valenti en compañía con Ricardo Castillo esa mañana de noviembre y que pasó Carlos Mérida corriendo, agitado, llorando y les dijo: “¡Valenti se ha matado!” y enlazo estos recuerdos con el hermoso relato imaginado por Eduardo Halfon en su novela breve, brevísima por desgracia Esto no es una pipa: “Yo no lo maté. Así les dije, esposado, en grilletes, hambriento, a los gendarmes. Pasé tres noches en la cárcel mientras ellos hacían sus averiguaciones. Me llamo Carlos Mérida, dije en un mal francés. Tengo veintiún años. Soy guatemalteco, una mezcla de español e indígena. Soy músico pero más pintor. ¿Qué hace usted en Francia?, me gritaron. Venimos juntos, él y yo, hace cinco meses…”[25]
Según el recuento periodístico que se puede consultar en la mencionada página dedicada a la memoria del pintor, la noticia llegó a Guatemala casi inmediatamente, pues la noticia impresa veía la luz el día 31 de Octubre de 1912. En las páginas del Diario de Centro América se anunciaba: “Carlos Valenti. Ayer tarde recibimos la inesperada noticia de que ha muerto en París, de resultas de rápida y violenta enfermedad, el joven don Carlos Valenti, que vivió siempre en Guatemala y que hacía poco se había ido a Europa para entrar a un Instituto de bellas artes y perfeccionar sus ya notables conocimientos e innatas aficiones a la pintura y a la escultura…” Y en el diario El Nacional, el mismo 31 de octubre encontramos una nota más informada, que transmite en toda su tristeza la sorpresa y turbación que causó la noticia en Guatemala: “El Arte de Duelo. Hay ocasiones en que quisiéramos que el cable estuviera interrumpido, que no funcionara nunca. Porque si bien las malas noticias son siempre dolorosas, comunicadas con el terrible laconismo del cable, dejan sumida el alma en una doble tortura: el dolor vivísimo, y el ansia de ‘saber más’, de saber ‘como fue’. ¡Carlos Valenti, h. ha puesto fin a su vida!…”
En los días siguientes fueron apareciendo notas con más información sobre el triste fin del artista. El 4 de noviembre uno de los artículos de portada del Diario de Centro América anunciaba a varias columnas la muerte de Valenti ilustrado con la fotografía hecha en su estudio, que encabeza este ensayo. Al día siguiente por otro artículo de portada con información adicional. Un año después, el 11 de noviembre de 1913, Alberto Aguilar conmemoraba un año del suicidio con un artículo titulado simplemente Carlos M. Valenti.
El dolor que causó la muerte del joven talentoso y carismático Valenti se concentra en todo su desconcierto en el texto que escribía uno de sus amigos, compañero de tertulias bohemias y talentoso escritor, Carlos Wyld Ospina, el 15 de noviembre de 1912, día del cumpleaños del pintor, en un sentido homenaje decía:
“Una esquela de defunción… Y, al abrirla, el nombre querido, el nombre pronunciado tantas veces en los momentos de recuerdo y que ya viene como envuelto en la sombra, trayendo un poco de eternidad. Una gran estupefacción nubla el cerebro, quizás porque la muerte siempre nos parece un hecho absurdo. Algo, como arrancado de un tirón brutal, sangra allá adentro del pecho (…) Misterio de las vidas… Uno, el amigo más lógico, tratar de explicar clara, científicamente, el desastre. El más moderado aduce razones morales. El otro se pierde en psicologías sutiles. Pero todos, al fin, -todos los íntimos- comprendemos que nuestras palabras son huecas, tristemente inexpresivas. Y concluímos por callar, y así, en silencio, es cuando sentimos la angustia, el vacío extraño, que entre uno y otro ha dejado a su paso la Intrusa…”[26]
[1] Valenti, Walda. Carlos Valenti. Aproximación a una biografía. Serviprensa Centroamericana. Guatemala: 1983. Página 50.
[2] Luis Luján Muñoz. Carlos Mérida, Rafael Yela Gunther, Carlos Valenti, Sabartés y la plástica contemporánea de Guatemala. Separata de la Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, Enero-diciembre, 1982. Página 281.
[3] Luján Muñoz, Op. Cit., Página 278, nota 23.
[4] Luján Muñoz, Op. Cit., Página 278, nota 24.
[5] Valenti, Op. Cit. Página 16.
[6] Rodolfo Sazo Avendaño, colega y amigo queridísimo, ha estado investigando ampliamente estos aspectos, y espero próximamente abrir el espacio de éstas cápsulas para sus hallazgos para compartir con quienes estén interesados datos exhaustivos sobre este tema.
[7] Monsanto, Guillermo. El Universo de Carlos Mérida. Catálogo de la exposición homónima realizada por la Fundación Paiz para la Educación y la Cultura. Print Studio, Guatemala: 2011. Página 15.
[8] Valenti. Op. Cit. Página 19.
[9] De Santiago González contamos con poca información para reconstruir su vida, pero en la biografía de Walda Valenti encontramos quizá la mayor cantidad de datos disponibles, gracias a los que sabemos que González fue alumno de Rodin, y que traba amistad con un joven Antonio Doninelli cuando éste llega a Paris en compañía de su padre, y que es Doninelli quien, ya instalado en Guatemala, invita a don Santiago a instalarse en el país, y le acondiciona un alojamiento en su casa y en su taller posteriormente. Aquejado por una tuberculosis, don Santiago abandona el taller de los Doninelli y se dedica a la docencia, a partir de 1908, en la Academia de Bellas Artes. Sin embargo, moriría poco después, el 3 de octubre de 1909, siendo inhumado en el panteón de los Doninelli en el Cementerio General. Ver nota número 5 de su biografía.
[10] Valenti. Op. Cit. Página 22.
[11] Luján. Op. Cit. Página 280.
[12] Valenti. Op. Cit. Página 27.
[13] Mérida, Carlos. Carlos Valenti (1958). En: Luján Muñoz, Luis. Carlos Mérida, precursor del Arte Contemporáneo Latinoamericano. Serviprensa Guatemala. Guatemala: 1985. Página 123.
[14] Luján Muñoz, Op. Cit. Página 124.
[15] Valenti. Op. Cit. Página 36.
[16] Monsanto. Op. Cit. Página 17.
[17] Cito en extenso a Walda Valenti: “Una carta de Sabartés le presentó a Picasso, que se hallaba instalado en el Bateau-Savoir, rue Ravignan, en una casucha bastante destartalada, donde docenas de lienzos, colocados por todos lados, daban fe de la incansable busca pictórica de aquel bohemio; pero conociendo Valenti, él mismo, de esa pasión, no lo sorprendió tanto afán. Mérida recuerda, a propósito, que hablaron largamente sobre el amigo Sabartés, y Picasso mostró curiosidad de saber algo relativo al medio guatemalteco y de los grupos étnicos. No se sabe si la amistad continuó, aunque el grupo de maestros y alumnos se reunía casi diariamente en el Bar Boulier, en el cual la tertulia se prolongaba hasta avanzadas horas de la noche…” (Página 47).
[18] Luján. Op. Cit. Página 283.
[19] González Goyri, Roberto. Reflexiones de un artista. Serviprensa. Guatemala, 2008. Página 213.
[20] Valenti, Op. Cit. Página 48.
[21] Valenti. Op. Cit. Página 48.
[22] Valenti. Op. Cit. Página 47.
[23] Valenti, Op. Cit. Página 49.
[24] Valenti , Op. Cit. Página 49.
[25] Halfon, Eduardo. Esto no es una pipa. Saturno. Punto de Lectura. Guatemala: 2007. Página 17.
[26] Luján. Op. Cit. Página 284. En la biografía de Walda Valenti el mismo discurso aparece fechado el 4 de noviembre de 1912, pero no cita su procedencia. Luján explica que se escribió para conmemorar su cumpleaños número 24.