Henri Matisse, «La alegría de vivir». Óleo sobre tela, 1906

Julián González Gómez

 

Matisse, la alegria de vivirHay momentos en la historia del arte, en los cuales surgen nuevos planteamientos que provocan tales cambios que desde ese momento las cosas ya no pueden volver a ser las mismas. Eso sucedió a partir de las últimas dos décadas del siglo XIX. Primero los impresionistas y luego, sus sucesores, llamados posimpresionistas revolucionaron las bases de las artes visuales mediante nuevos planteamientos conceptuales y formales y esto dio pie a que surgiesen nuevas visiones que con el tiempo serían llamadas las vanguardias. La primera de estas vanguardias surgió en Francia a principios del siglo XX por la obra de algunos pintores los cuales, influidos por las previas experiencias de Paul Gauguin y los divisionistas como Seurat y Signac, empezaron a desarrollar nuevas ideas en cuanto a la figuración y sobre todo el uso del color como elemento fundamental de comunicación.

Estos artistas se concentraron alrededor de la figura de Henri Matisse, un joven pintor que se había formado en diversas academias, algunas al margen del arte oficial. Entre los postulados que se fijaron estaba el establecimiento de un arte decorativo cuyo principal factor de comunicación debía ser el uso del color de manera provocativa, la utilización de los recursos puros de la pintura sin la mediación de los principios académicos de composición y buscar nuevas vías de representación figurativa. Tras su primera exposición en París en 1905 un crítico de arte los llamó fauves, es decir “salvajes” y desde entonces su movimiento se empezó a denominar fauvismo.

La obra que se presenta aquí, pintada en 1906 por Matisse es un buen ejemplo de los principios del fauvismo y se ha tomado como un ícono de esta vanguardia. En este cuadro está representado el mito de Arcadia, el país imaginario que estaba habitado por pastores que no se dedicaban a otras cosas más que cantar, danzar, hacer música y estarse todo el día tirados en la yerba. Matisse nos presenta una escena en la cual podemos ver a varios personajes arquetípicos que están realizando diversas tareas que les son propias como tocar instrumentos, danzar, enamorarse y otros en fin, sin hacer nada. Las figuras están todas desnudas y posan con desenfado sobre un prado rodeado de árboles frondosos con un fondo de paisaje marino. El dibujo, lineal y sintético presenta sensuales arabescos. Los colores, como corresponde al fauvismo, son intensos y expresivos. Matisse combinó varias tonalidades de amarillos y ocres que contrastan con el rosado de los cuerpos. Los árboles muestran el contraste de los verdes y rojos, colores complementarios. A pesar de que el colorido no representa objetivamente los elementos plasmados en esta obra, el conjunto está armónicamente concebido en una unidad cuya característica más sobresaliente es la expresividad intensa de las figuras y los colores.

La composición presenta un esquema bastante tradicional con un triángulo que la domina y varios planos que generan la tridimensionalidad que es necesaria para representar un espacio a la vez cerrado y que se fuga hacia el fondo, aunque no hay perspectiva. El centro de la composición está generado por el grupo de los danzantes que se encuentran en el plano posterior y de este modo se rompe el tradicional elemento de composición centralizada que se enmarca en un primer plano. Las dos mujeres recostadas más adelante cierran el primer círculo que antecede al centro de los danzantes. Con ello Matisse logra el efecto paradójico de centralización y a la vez dispersión.

Henri Matisse nació en el norte de Francia, en Le Cateau-Cambrésis en 1869. Su familia se dedicaba al comercio y desde muy joven su padre esperaba que se dedicara a la jurisprudencia para lo cual lo envió a París en 1887. Tras una enfermedad empezó a pintar y descubrió así su vocación abandonando sus estudios. Se inscribió en la Académie Julian y en 1892 ingresó en la Escuela de Bellas Artes pero empezó a frecuentar el taller del pintor simbolista Gustave Moreau. Durante estos años conoció a otros jóvenes pintores con los que más tarde fundarían el movimiento de los fauvistas. Por esos años su estilo era más bien tradicional hasta que tuvo ocasión de conocer la pintura de Signac y desde entonces el color se volvió el principal elemento de su pintura. Al mismo tiempo y luego durante toda su carrera siguió practicando el dibujo con gran virtuosismo. Los tiempos del movimiento fauvista fueron cortos y después de la disolución del grupo Matisse siguió trabajando fundamentalmente con el color.

A raíz de la influencia del cubismo sus esquemas se volvieron más geométricos. Realizó varios viajes a España y Marruecos los cuales le indujeron a experimentar con colores mediterráneos abriendo en su obra una nueva sensibilidad. En 1917 se instaló en Niza, lugar donde residiría hasta el final de su vida y desde el cual desarrolló las numerosas facetas que caracterizan su obra, llegando a ser considerado uno de los artistas más importantes del siglo XX. En las últimas etapas de su carrera trabajó con guache y papeles coloreados generando obras de un intenso colorido. También decoró la capilla del Rosario de las dominicas de Vence. Falleció en Niza en 1954.


Franz Marc, «El tigre». Óleo sobre lienzo, 1912

Julián González Gómez

AquMarc,_Franz_-_The_Tiger_-_Google_Art_Projectí nos encontramos con una escena selvática en la cual un poderoso animal está en cuclillas sobre el suelo desconfiando de las miradas de otros y por ello pretende no ser visto. Captura la esencia del depredador cuya naturaleza es el sigilo y la permanente vigilia. La vida en la selva es dura, inclemente, hay que sobrevivir a toda costa y si se falla o se comete un error todo se acaba. El animal voltea su cabeza a la izquierda como si acabara de escuchar un ruido y sus ojos miran intensamente en esa dirección con las pupilas dilatadas, todo en él es tensión. Podemos notar la flexibilidad del cuerpo del animal y su poderosa fuerza.

Su mirada es feroz, propia de su condición salvaje y solitaria. El artista supo captar la esencia de este animal y por ello cobra vida ante nuestra asombrada mirada como si de pronto nos encontráramos con él. La plástica de esta obra se puede caracterizar como cubista, producto de la tendencia que por entonces influía a Marc al igual que a innumerables artistas de su tiempo. De ahí la angulosidad que domina a todos los elementos que aparecen en el cuadro, reducidos a sus formas básicas. Los colores son elementales, reducidos casi a su mínima expresión al igual que las sombras y las penumbras. Pero a pesar del tono descriptivo y naturalista de los elementos visuales, hay algunos colores que se antojan no naturales, sobre todo los azules y los morados que responden más bien a efectos expresivos que a las consideraciones figurativas.

En efecto, esta es una pintura que se encuentra a medio camino entre el cubismo y el expresionismo que también por esa época se estaba desarrollando en Alemania de la mano de un grupo de artistas de vanguardia. Todo había empezado en 1904 en Dresde con la fundación del grupo “El Puente” que empezó a experimentar con una nueva expresión audaz y de gran contenido de color mostrando la condición humana desde una perspectiva de cierto vacío existencial y el subjetivismo del individuo dando pie al expresionismo. Posteriormente se fundó en Múnich el grupo “el Jinete Azul“ del cual surgió una expresión plástica que sentaba sus raíces en los hallazgos de el Puente, pero su trayectoria los llevó a un arte más ligado a la síntesis de las formas naturales, posiblemente bajo la influencia del cubismo en mayor o en menor medida. Algunos artistas que pertenecieron a este grupo como Kandinsky o Klee llevaron estos hallazgos a tal punto que empezaron a desarrollar un arte ya verdaderamente abstracto y con ello se separaron de la figuración.

Bajo estas premisas Franz Marc se sumergió en el mundo de la representación de animales en su entorno natural. Antes que la expresión de sus características formales intentaba captar la esencia fundamental de cada uno de los animales que pintaba, dando pie a un contenido antes espiritual que fenomenológico. En cierto modo intentaba representar el mundo no desde el punto de vista del humano que lo observa sino desde el punto de vista del animal que lo protagoniza. Marc sentía que abandonando las representaciones humanas su arte irrumpiría en nuevos horizontes que lo llevarían a una visión más integral de las condiciones del mundo natural. Lo ajeno del ser humano se volvió entonces su búsqueda, así como años antes Gauguin se alejó de la civilización para vivir en el entorno salvaje y paradisíaco de las islas de los mares del sur.

Franz Marc nació en Múnich en 1880 y era hijo de un pintor de paisajes de cierto renombre llamado Wilhelm Marc. Tras realizar sus estudios básicos e influido por su madre, una fervorosa creyente, realizó estudios de filosofía y teología. Un tiempo después ingresó en la Academia de Bellas Artes de Múnich para formarse como artista, siguiendo los pasos de su padre.

Afín al paisaje en su primera época, viajó en 1903 a París y esta circunstancia hizo que descubriera en la capital de Francia las expresiones artísticas revolucionarias que se habían empezado a manifestar por esa época, sobre todo las pinturas de Van Gogh y Gauguin. Bajo estas influencias su expresión pictórica empezó a variar y regresó a Múnich donde montó su estudio pintando diversos temas, siempre con los paisajes en primera importancia.

Realizó otros viajes a París y en 1910 descubrió el cubismo y se sintió seducido por su síntesis geométrica, empezando a experimentar en su arte esta vanguardia pero sin abandonar sus formas naturalistas. En 1912 fundó el Jinete Azul junto a los pintores Kandinsky y August Macke, con los que trabajó según el programa que se fijaron. Marc entonces se especializó en la pintura de animales y además creó un código de colores que pretendían expresar el carácter y el estado de ánimo. Así el rojo significaba violencia, mientras que el amarillo significaba la alegría y el azul significaba la austeridad y el mundo espiritual. En plena época de trabajo novedoso del grupo estalló la Primera Guerra Mundial y Marc se enroló en el ejército siendo mandado al frente. Su convicción era que la guerra purificaría el alma de Europa pero estando en el frente se desencantó de este ideal tornándose pesimista. En medio de sus tribulaciones cayó herido el 4 de marzo de 1916 luchando en la Batalla de Verdún muriendo a los pocos días.


Paul Signac, “El pino en Saint-Tropez”. Óleo sobre tela, 1909

Julián González Gómez

Paul Signac, 1909, The Pine Tree at Saint Tropez, oil on canvasUn cielo nublado pero luminoso, de fuerte textura pictórica, envuelve con su luz el paisaje veraniego del sur de Francia cuyo protagonista es este magnífico y antiguo pino. Dada la técnica con la que este paisaje fue pintado, si se observara de cerca no se verían más que manchas de colores muy vivos sin ninguna forma, pero cuando uno se aleja empieza a cobrar sentido y se manifiesta el esplendor de esta imagen.

Las cualidades matéricas de este cuadro se expresan claramente por medio del espesor de la pintura, que genera un marcado volumen y por los trazos breves y rotundos del pincel, que fijó el artista de una forma que parece abrupta, pero que sigue un meticuloso procedimiento en todas sus partes. Mucho de este cuadro se lo debe Signac a los impresionistas que lo antecedieron y aún más a la pintura puntillista de Seurat, que fue su amigo y maestro. En efecto, este se puede denominar con toda exactitud un cuadro puntillista, pero el autor conjuga este procedimiento de una manera muy distinta a la que hizo Seurat. En primer lugar, no utilizó los colores puros y primarios para obtener todos los tonos, sino que seleccionó una gama de colores secundarios tal como salían del tubo de pintura y los aplicó en puntos bastante grandes para que el ojo los perciba en toda su armonía. Estos puntos resultaban en Signac bastante más grandes que los de Seurat y por consiguiente la cualidad de “mancha” de los mismos se expresa mucho más que si hubiesen sido aplicados en puntos pequeños. En segundo lugar, y como elemento derivado en parte del anterior punto, los colores de Signac, secundarios y matizados, no pretenden representar la realidad objetiva de lo que sus ojos están captando, sino una gama subjetiva de colores que sirven para enfatizar determinadas partes o para crear un efecto de profundidad. Las sombras, que usualmente se utilizan para generar volumen, han desaparecido y su lugar lo han tomado los colores.

En esta obra, la sensación de profundidad, delimitada por los colores se acentúa por la posición de los elementos que la componen. Por ejemplo, los arbustos que están en primer término crean un primer plano de aproximación al interior. El espacio amplio y abierto que está en segundo término es como el tablado de un escenario en el que se asienta como protagonista el gran pino y finalmente los árboles y arbustos que delimitan el tercer plano se manifiestan no solo como marco espacial, sino como complemento cromático del follaje del árbol. El cielo, por fin, marca la “atmósfera” del cuadro brindándole además una neutralidad cromática que ensalza los colores.

No es de extrañar que Matisse y Derain, creadores del fauvismo, sintieran gran admiración por las obras de Signac, sobre todo por la viva gama de colores de sus pinturas, colores que se juntaban unos con otros siguiendo las reglas de los complementarios y de ahí su radiante luminosidad, provocada por la vibración del color y su mezcla en la retina. La gran diferencia es que Signac pretendía recrear con cierta objetividad el tema que pintaba y lo reflejaba por medio de los puntos de colores, mientras que los fauvistas se decantaron por los campos amplios de color aplicado con un criterio más ligado al sentimiento propio del artista que a la objetividad de la representación.

Por otra parte, Signac es más conocido por la gran cantidad de marinas que pintó, aprovechando los efectos lumínicos del agua para recrearlos por medio de estos grandes puntos de color que son como su marca personal. Aquí hemos elegido una obra distinta para enfatizar más que el paisaje la técnica que empleó en un tema tan difícil de tratar con ella.

Paul Signac nació en París en 1863 proveniente de una familia de comerciantes acomodados. En 1883 ingresó en la Escuela de Artes Decorativas donde aprendió a dibujar e hizo sus primeras pinturas, al mismo tiempo asistía al taller del pintor Bin en Montmartre. En esta época se dejó influenciar por el arte de los impresionistas, que estaban en apogeo en París, sobre todo Monet, Pisarro y Renoir. Esa influencia nunca la perdería a lo largo de su carrera. En 1884 conoció a Georges Seurat con quien empezó a pintar con la técnica del puntillismo, pero con una menor rigurosidad pues le interesaba más que la técnica, la expresión de la luz y el color.

En 1884 colaboró en la creación de la Société des Artistes Indépendants, de la que en 1903 fue vicepresidente y en 1909 presidente. En 1886 participó en la IX Exposición de los Impresionistas junto a Degas, Pisarro, Gauguin y Seurat. Como teórico de la pintura publicó en 1899 la obra De Eugène Delacroix al neoimpresionismo, que era una defensa de los procedimientos técnicos adoptados por los pintores postimpresionistas, sobre todo su énfasis en el color y la luminosidad.

Tras la muerte de Seurat se trasladó a Saint-Tropez, al sur de Francia con su familia, donde vivió hasta 1911 pintando los paisajes de la región. Signac fue conocido también por su afición a los viajes por mar y en varios de estos conoció gran parte de las costas y ciudades del Mediterráneo. Poco a poco su técnica fue evolucionando hasta ir dejando atrás las reglas del puntillismo y concentrándose cada vez más en los valores lumínicos de sus trabajos.

A partir de 1913 empezó largas estancias en Antibes, donde montó finalmente su estudio y siguió trabajando en sus lumínicas pinturas inspiradas en este lugar, pero manteniendo también un estudio en París, donde trabajaba durante algunas temporadas del año. Falleció en esta ciudad en 1935 y su cuerpo fue enterrado en el Cementerio de Père-Lachaise.


Paul Gauguin, Arearea (jovialidad o diversiones). Óleo sobre tela, 1892

Julián González Gómez

Paul_Gauguin AreareaUna escena del paraíso, seres humanos y naturaleza en comunión armoniosa, la música habita en el paisaje y en el corazón de las personas e incita la curiosidad de un perro anaranjado que se acerca. Dos mujeres de piel cobriza están sentadas a la sombra de un frondoso árbol, rodeadas de flores y plantas silvestres; una de ellas toca la flauta y la otra la escucha mientras nos mira a los ojos con una tenue sonrisa. Más atrás, otras tres mujeres danzan enfrente de un gran ídolo que parece como si las observara impasible. Un río teñido de tonos rojos se desplaza a lo largo de todo el cuadro, flanqueado por una playa arenosa y un claro en el bosque de oscuros árboles. No hay temporalidad, tampoco drama ni condición alguna que se aparte de una serena paz. Nada amenaza a este edén.

Gauguin, quien muy a su pesar era en el fondo un místico, encontró en Tahití el entorno adecuado para expandir su espíritu hacia el infinito. Cansado, decepcionado del mundo, pudo constatar que la naturaleza salvaje y primitiva se encontraba más cerca del ideal de vida que siempre había querido alcanzar, sin importar el costo que había que pagar por ello. Ese ideal pasaba por un encuentro con los aspectos más esenciales de la condición humana, con la autenticidad del ser que afronta la existencia desde una perspectiva desde la cual se sabe parte de algo que es más grande que él mismo. Consciencia de la finitud ante lo inconmensurable sin agregados de una civilización que sabe superflua e inconsistente. Armonía con la creación, sin más pretensión que la de expresar las ideas como lo haría un niño.

La construcción de Arearea es muy simple y básica, con las figuras ocupando grandes porciones del cuadro. Las figuras fueron primeramente trazadas con un color ocre oscuro, luego se trataron con colores planos, solo los cuerpos de las dos mujeres llevan ligeras sombras que les otorgan relieve. La vista es frontal y la línea del horizonte se sitúa a la altura de los ojos de la mujer que lleva vestido blanco, lo que insinúa que estamos en la posición de alguien que está sentado enfrente de ella. Los colores, densos y de una amplia gama cromática, fueron realizados con pigmentos mezclados con cera, lo cual le brinda más brillantez a la pasta. Gauguin aplicó los colores directamente sobre el grueso tejido de cáñamo, sin aplicar primero una imprimación y esto hace que cuando se contempla el cuadro se puedan ver gran cantidad de brillos que se reflejan en el relieve de la tela. En la parte inferior derecha se puede ver el título del cuadro y también la firma de Gauguin, que luego borró parcialmente.

El tratamiento del paisaje es más complejo, ya que Gauguin ha trabajado los elementos en forma de superficies coloridas y abstractas y no como la representación objetiva de un paisaje. Su pretensión era la de generar ideas en la mente del observador solamente a través de líneas, planos y superficies que no representaban absolutamente nada, pero que se podían asociar con pensamientos, tal como lo hace la música. Las dos mujeres protagonistas del cuadro han suscitado muchas preguntas por parte de los investigadores, sobre todo la que lleva vestido blanco. Está sentada en posición de flor de Loto y su mano derecha toca la tierra en un gesto simbólico de unión con la tierra. Esta posición hace que su figura se asemeje a la de algunas esculturas de Buda, sobre todo una que se encuentra en un relieve del templo de Borobudur en Indonesia, del que Gauguin tenía una fotografía. Lo que sugiere es que quizás la figura de la mujer representa la pureza. Por otra parte, el color anaranjado del perro recuerda al color del hábito de los monjes budistas, lo cual refuerza la anterior hipótesis.

Por supuesto, la cultura tahitiana que Gauguin pudo observar ya había perdido gran parte de su originalidad desde que se inició la colonización francesa a principios del siglo XIX. Se impuso la religión cristiana y se obligó a abandonar los antiguos cultos animistas. Hombres y mujeres debieron tapar su desnudez y no mostrar las partes sexuales de su anatomía. Sus danzas, de fuerte contenido erótico, fueron prohibidas por los misioneros. Su organización social también se vio desmoronada ante la imposición de un gobierno foráneo. Sin embargo, Gauguin se interesó por rescatar aquellos elementos más originales de la cultura polinesia que todavía podían rescatarse. En ese sentido, la gran escultura ante la cual bailan las tres mujeres en Arearea es la diosa lunar Ina, que se unió con Taharoa, el dios del mar y así dieron origen al universo. Esta búsqueda de las raíces culturales de los tahitianos hizo que Gauguin realizara diversas esculturas y relieves alusivos a los dioses tradicionales y que a su segundo regreso a las islas desde Francia, emigrara a un entorno más primitivo, en las islas Marquesas, donde murió.

Gauguin, nació en París en 1848, provenía de una familia de clase media y por parte de su madre era descendiente de una antigua familia de Perú. De pequeño viajó con sus padres a ese país, en el que residió durante varios años, hasta que retornó a Francia donde estudió en varias escuelas para su formación básica. Al graduarse de secundaria se enroló en la marina mercante y tres años después se unió a la marina francesa, donde sirvió durante otros dos años. Al regresar de su aventura por los mares entró a trabajar en la Bolsa de París, donde se convirtió en un empresario de gran éxito con abundantes ganancias. Se casó a los 25 años con una danesa, Mette-Sophie Gad, con la que tuvo cinco hijos. Cuando los negocios en la bolsa empezaron a ir mal, se trasladó con su familia a Copenhague, donde trató de convertirse en comerciante de lonas, pero fracasó así que fue entonces su esposa la que tuvo que llevar la carga económica dando clases de francés. Gauguin era pintor aficionado y había tenido contacto con varios artistas, especialmente Pisarro, que lo animó a pintar más y poco a poco se convenció de que debía dedicarse a vivir del arte y hacerse pintor profesional, lo cual fue rechazado por su mujer y la familia de esta, por lo que se marchó a París en 1885.

Había perdido sus contactos y pasó bastante pobreza durante este tiempo, produjo algunas pinturas sin mucho éxito. Posteriormente se marchó a Pont-Aven en Bretaña, donde había una colonia de artistas. En ese tiempo hizo gran cantidad de dibujos y cuadros de paisajes y de las gentes de la región. Gauguin regresó varias veces a Pont-Aven, donde al parecer se sentía bastante a gusto con la escuela de pintura local. En 1887 se embarcó y viajó por Panamá y Martinica, donde siguió pintando y regresó al año siguiente, agobiado por la pobreza. Fue entonces cuando conoció a Vincent van Gogh y se marchó con éste a Arlés, en el sur de Francia para pintar los paisajes de la región. Pronto hubo desavenencias entre ambos artistas y esto provocó la inestabilidad de van Gogh, quien en un arranque de locura se cortó parte de la oreja. Gauguin dejó Arlés y regresó a París, donde entabló amistad con el artista Émile Bernard, que lo introdujo a los círculos post impresionistas y Gauguin, admirador del arte primitivo y sintético, empezó a desarrollar una nueva tendencia que aunaba estas facetas con una expresión fuertemente cargada de simbolismo que lo llevó a plantear una nueva dimensión en el arte representativo de su tiempo, pero sin éxito en los círculos parisinos.

En 1891 se trasladó por primera vez a Tahití, buscando nuevas sensaciones y esperando encontrar un paraíso que para él se había perdido. Tras un regreso a Francia, donde estuvo poco menos de dos años, retornó a Tahití y luego se marchó a las islas Marquesas, viviendo en la mayor pobreza, con grandes carencias y enfrentado con las autoridades coloniales. Murió en este lugar en 1903 y fue enterrado en una sencilla tumba. Sus pinturas, dibujos y los libros que había escrito fueron trasladadas a Francia, donde el galerista y crítico Vollard las empezó a exhibir, obteniendo un gran éxito económico y también sentando las bases para la expresión de un nuevo arte que emergería bajo su influencia de la mano de artistas como Picasso y Matisse.


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