Julián González Gómez
Jean de Boulogne, conocido en Italia como Giambologna fue uno de los escultores manieristas más destacados. La obra que se presenta aquí es considerada por muchos estudiosos como su obra maestra. La escultura fue realizada en Florencia como un encargo para ser colocada en la Plaza de la Señoría, pero otros investigadores han aseverado que más bien se realizó como una prueba de virtuosismo por parte del autor. Francisco I de Médici ordenó su colocación en la Loggia dei Lanzi, cerca del Palazzo Vecchio. Es una obra de considerables dimensiones ya que tiene más de cuatro metros de altura, tallada en un solo bloque de mármol. En la actualidad, la escultura original ha sido retirada de su ubicación por los daños que ha sufrido y ha sido sustituida por una réplica.
Esta escultura representa el episodio mitológico del rapto de las mujeres sabinas por parte de los romanos. En los inicios de Roma, casi no había mujeres en la ciudad por lo que sus habitantes decidieron raptar a las mujeres de sus vecinos, los sabinos, para así poder tener descendencia. El rapto tuvo éxito y los vencidos sabinos juraron vengarse. Los romanos tuvieron hijos con las sabinas y un tiempo después los dos pueblos se volvieron a hacer la guerra, pero las mujeres intervinieron para establecer la paz y así ambos contendientes convivieron en armonía después del episodio.
La composición está dominada por la verticalidad y la línea serpentinata típica de las composiciones manieristas. El retorcimiento de las figuras es lo que establece esta línea de composición dotándola de un gran dinamismo. Las tres figuras establecen un ritmo recíprocamente continuado con la composición. Existen varios puntos de tensión encajados en puntos clave de las figuras y diversas direcciones que se proyectan hacia varias direcciones en el espacio circundante. En la parte superior se puede ver la figura de una mujer sabina, quien está siendo apresada por el romano que es en sí la figura donde descansa el equilibrio de la composición. En la parte inferior se muestra a un sabino que ha sido derrotado entre las piernas del romano y su cuerpo aparece caído. Giambologna estableció su composición con los mínimos medios para lograr una máxima expresividad que se manifiesta en las posturas, los músculos en tensión y los juegos entrantes y salientes del espacio entre las figuras. Se podría decir que en este sentido se adelantó, por bastante tiempo, al barroco. Tal vez lo único que habría que sopesar en cuanto a su realismo son las expresiones estereotipadas de los personajes, lo cual por otra parte era la norma en la época del manierismo, ese movimiento que surgió de las experiencias de un notable grupo de artistas del siglo XVI que siguieron las pautas que había trazado Miguel Ángel.
Objeto de admiración desde la época en que fue hecha, esta obra ha sido uno de los orgullos de la ciudad de Florencia que la ha atesorado como uno de sus mejores tesoros artísticos. Algo que vale la pena destacar acerca de esta obra, es que el autor la concibió y ejecutó de tal forma que puede ser percibida por el observador desde múltiples puntos de vista que son todos cambiantes. Con ello rompió la frontalidad tradicional de la escultura, proyectándola en todas direcciones y creando así una obra completamente tridimensional en cuanto a sus alcances.
Jean de Boulogne nació en Douay, en aquel tiempo posesión flamenca de Francia en 1529. En su juventud estudió en Amberes con Jacques du Broeuq, con quien se formó como escultor. En 1550 decidió emigrar a Italia para estudiar las obras de los grandes maestros y se vio influenciado sobremanera por Miguel Ángel. A partir de 1553 se estableció en Florencia, donde montó un taller y se involucró en la ejecución de varios encargos. Participó en el concurso para ejecutar una colosal estatua de Neptuno para la Plaza de la Señoría de la ciudad, pero lo perdió. Sin embargo, esta participación le valió para que el papa Pío IV lo contratara para ejecutar la fuente de Neptuno, en Bolonia. Fue así como su fama se empezó a incrementar y de esa manera recibió encargos importantes.
La familia Médici lo contrató como escultor de su corte y le pagaba un sueldo mensual a cambio de que ejecutara obras, tanto para ser exhibidas en público como para su colección privada. De esta forma desarrolló su larga y fructífera carrera enteramente en la ciudad de Florencia donde murió a los 79 años en 1608.
Julián González Gómez
Policleto realizó el original de esta escultura en bronce y se ha perdido, pero afortunadamente se conservan varias copias romanas realizadas en la antigüedad y aquí presentamos una de ellas. Representa a un joven de no más de unos 18 a 20 años en la plenitud de su belleza y poder físicos. Seguramente era un guerrero de infantería ligera, todavía demasiado joven como para pertenecer a la categoría de los hoplitas, que eran los componentes de la infantería pesada, armados con yelmo, escudo y lanza y eran el elemento central y más importante de los ejércitos griegos.
El cuerpo está ligeramente arqueado debido a la postura, ya que parece como si se hubiese detenido de pronto cuando estaba caminando. Todo el peso del cuerpo descansa sobre la pierna derecha, mientras que la izquierda, que está doblada ligeramente hacia atrás, hace de contrapeso. El brazo derecho se deja caer relajado, mientras que el izquierdo sostenía una lanza que se apoyaba en el mismo hombro (Doríforo quiere decir “el que porta la lanza”). Los hombros están completamente alineados y rectos y sobre ellos la poderosa cabeza se tuerce ligeramente hacia la derecha, como si observara algo que le llama la atención, esbozando una tenue sonrisa.
Esta escultura claramente desciende de las antiguas figuras de los kuroi griegos arcaicos, que se mostraban también con la pierna derecha adelantada respecto de la izquierda en una postura que rompía parcialmente con su hieratismo. Otro aspecto que denota lo afirmado anteriormente es la predominante frontalidad de la figura, que está hecha para verse desde delante, dejando los demás ángulos como supeditados a esta traza. Sin embargo, a través de la curvatura que describe el cuerpo, Policleto logró de una forma extraordinaria romper con la rigidez de los kuroi, dotando además a la figura de un dinamismo hasta entonces inédito en el mundo de las convenciones artísticas griegas de la época. A pesar de ello, todavía hay algunas trazas de arcaísmo en esta figura como la rigidez de las caderas, su marcada delineación y los músculos pectorales demasiado planos.
Con el Doríforo, Policleto estableció la regla proporcional que rigió los cánones del arte griego del siglo V a.C. fijando la figura con un alto total de siete cabezas. Así, la altura de la cabeza es de un séptimo de la altura total del cuerpo. Este canon no fue establecido por capricho, sino mediante una aguda observación de las proporciones del cuerpo humano, tomando como ejemplos paradigmáticos los aspectos físicos de los atletas más sobresalientes de la época y combinando estas proporciones con un modelo matemático que procurase la mayor armonía y simetría. El arte griego antiguo no era realista, sino idealista. No se representaban los defectos que todos los cuerpos podían tener, sino que se ajustaban las características a modelos armónicos predeterminados. Así, toda representación artística, aunque era esencialmente mimética, era una idealización porque no representaba la realidad tal cual es, sino tal cual debía ser, de acuerdo con los valores establecidos de antemano. Después del canon de siete cabezas que estableció Policleto, se fijó, un siglo después, un nuevo canon de ocho cabezas para el cuerpo humano, haciendo las figuras más altas, esbeltas y estilizadas, pero alejándolas aún más de la representación de la realidad.
Así, el Doríforo quedó como una escultura paradigmática del mundo antiguo, reproducida una y otra vez y gozando de una fama imperecedera que se extendió hasta el mundo romano, varios siglos después. De ella viene también la fama de su autor, Policleto, reconocido como uno de los más grandes artistas de la Grecia clásica, a la altura de otros sobresalientes escultores como Fidias, Mirón y Crésilas.
Policleto nació seguramente en Argos en el siglo V a.C. en fecha desconocida, quizás en el año 480. No se conocen los detalles particulares de su vida, pero seguramente se formó como escultor en su propia ciudad, donde existía una famosa tradición de artistas del bronce. Jenócrates escribió un catálogo en el siglo IV a.C., hoy desaparecido, donde describió la vida y las obras de los más importantes artistas helénicos y en él aparecía Policleto como un escultor de la misma importancia y fama que Fidias, aunque de una época ligeramente posterior. Este catálogo sirvió de base para algunos de los estudios históricos de Plinio, quien argumentó también sobre la fama y maestría de Policleto y gracias a estos escritos es que hoy conocemos su obra. Ninguna de sus esculturas originales ha pervivido y solo se conocen las más famosas por las copias helenísticas y romanas, casi todas realizadas en mármol.
Plinio describe como sus obras más célebres el propio Doríforo, el Diadumeo, que es otra figura de un joven atleta y la grandiosa escultura de la diosa Hera, que estaba destinada al culto en el Hereo de Argos, que era su templo particular.