Alexandre Cabanel, “Fedra”. Óleo sobre lienzo, 1880

Julián González Gómez

En la Francia del siglo XIX, durante el Segundo Imperio, el arte estaba dominado por el gusto academicista. El público se deleitaba con la contemplación de las obras de los maestros en los diferentes salones y galerías que abundaban en París y otras ciudades. Era este un arte de interpretación literal, cuyos temas, sobre todo históricos y mitológicos, eran aprobados de acuerdo a su fidelidad y el grado de idealismo con los que habían sido representados. Era un arte elitista, su público estaba compuesto sobre todo por la burguesía, cuyo grado de cultura era en general bastante alto y podían interpretar sin ninguna dificultad las historias que los artistas les contaban a través de sus obras. Los medios oficiales, con el emperador Napoleón III en primer término, patrocinaban estas manifestaciones y las imponían como el arte oficial.

La calidad de este arte era exquisita, de una enorme perfección técnica, producto de muchos años de estudio y disciplina aprendidos en la Escuela de Bellas Artes. Los referentes fundamentales de este quehacer eran las obras de David e Ingres, maestros de la Escuela cuya huella perduraba y era la guía plástica de todos aquellos artistas que se consideraran dignos y consecuentes. Por principio era un arte muy conservador, dentro del cual la disidencia no era permitida y más que eso, era proscrita. Los rígidos principios en los que se basaba su plástica, tenían su fuente en una estética cuyos orígenes hay que buscarlos en la Grecia Clásica, reinterpretada por los maestros del Renacimiento y la Ilustración.

Alexandre Cabanel fue uno de los exponentes más reconocidos de este tipo de arte en la época. Pintor de gran éxito, maestro en la Escuela de Bellas Artes y fiel defensor de sus postulados, por lo cual condenó con vehemencia todas aquellas expresiones que se apartaban de la ortodoxia. Le tocó en suerte coexistir con el impresionismo, con cuyos artistas sostuvo grandes polémicas, ya que para él su pintura no contenía las calidades necesarias para ser considerada arte. Tuvo muchas diferencias sobre todo con Manet, a quien consideraba un traidor por haber abandonado la academia y haberse decantado por la nueva tendencia. Era considerado por el público algo así como el supremo juez en asuntos artísticos por la enorme influencia que ejerció.

Esta obra que presentamos fue pintada en 1880, época de gran controversia en Francia, pues los impresionistas ya en ese entonces empezaban a dejar su impronta entre el público. En ella se representa a Fedra, la desdichada princesa cretense raptada por Teseo para casarse con ella. Fedra tuvo dos hijos con él sin amarlo y para su desgracia, se enamoró de su hijastro Hipólito quien la rechazó. Ante esto Fedra lo acusó ante Teseo de haberla violado y luego, en un arranque de desesperación se suicidó. Cabanel la pintó en las habitaciones de su encierro en el palacio, en una postura tendida, la cara circunspecta, mientras está siendo víctima de su propia desesperación y melancolía. Seguramente así la imaginó Cabanel poco antes de que se suicidara. Dos esclavas la acompañan, una está dormida mientras que la otra mira compungida a su ama. La atmósfera es fría y sombría, acorde al sentimiento que ha invadido a la yaciente Fedra. La luz, mórbida y tenue, hace resaltar los detalles de su anatomía, que además está realzada por el tenue velo que la cubre, muestra de la mejor técnica del pintor. Es una obra triste y hasta patética, creada para conmover al espectador, que inevitablemente se identifica con la infeliz Fedra.

Alexandre Cabanel nació en Montpellier, Francia, en 1823. No hay muchas noticias de su juventud y de sus primeros estudios de arte, que seguramente los hizo en su ciudad natal. En su juventud se trasladó a París, donde entró al taller del pintor academicista François-Édouard Picot. Un tiempo después fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes donde completó sus estudios. En 1845 ganó la medalla del segundo lugar en el Salón de Roma. Residió en Italia durante cinco años, específicamente en Florencia, donde perfeccionó su gusto por el clasicismo y absorbió las técnicas de los grandes maestros de la antigüedad. De vuelta a Francia abrió su estudio donde se dedicó a cumplir encargos. En 1863 le llegó la fama con su cuadro El nacimiento de Venus, expuesto en el salón y que fue adquirido por Napoleón III. Poco después fue nombrado profesor de la Escuela de Bellas Artes y un tiempo más tarde, elegido como miembro de la Academia. Desde este puesto ejerció una gran influencia en las disciplinas artísticas, llegando a ser reconocido como el maestro más importante de su tiempo.

Por su fama y méritos fue nombrado miembro del jurado del Salón de París en diecisiete ocasiones y le fueron entregadas las medallas al honor en tres oportunidades: en 1865, en 1867 y en 1878. Tras distintas controversias con los artistas más vanguardistas, murió en París en 1889. Fue enterrado con honores.


Sandro Botticelli, «El nacimiento de Venus». Temple sobre lienzo, 1482-1484

Julián González Gómez

El nacimiento de VenusEs una de las pinturas más conocidas de la historia y objeto de veneración para los admiradores del arte del renacimiento. Su autor: Sandro Botticelli fue uno de los más grandes maestros de la pintura renacentista del siglo XV y, además de esta, produjo gran cantidad de obras maestras que son hoy el orgullo de las pinacotecas en las cuales se conservan.

El nacimiento de Venus es un cuadro de grandes dimensiones (278,5 cm. de ancho por 172,5 cm. de alto) y, hasta hace un tiempo, se supuso que fue un encargo de Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, primo de Lorenzo el Magnífico, duque de Florencia, para adornar Villa di Castello. Este dato fue producto de la versión que años después de su ejecución hizo el artista e historiador Giorgio Vasari, ya que se encontraba por ese entonces en la villa señalada junto a otra gran pintura de Botticelli: La primavera. Sin embargo, recientes investigaciones han podido comprobar que El nacimiento de Venus fue encargado por otra persona, de quien se desconoce su nombre, para ser exhibida en otro lugar y solo hacia finales del siglo XV o principios del XVI se colocó en esa villa. Actualmente, se exhibe en la Galería de los Uffizi de Florencia.

En todo caso, la persona que encargó el cuadro debía ser del círculo de allegados de la familia Médici, o quizás un propio miembro de la misma, ya que por ese entonces eran los mecenas de gran cantidad de artistas de la ciudad, especialmente de Botticelli, a quien encargaron bastantes cuadros. En la época en que fue pintado El nacimiento de Venus, Botticelli se encontraba en la cúspide de su oficio, siendo uno de los mayores pintores de la ciudad y quizás el más importante.

Nacido en Florencia en 1445, su verdadero nombre fue Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi y era el hijo menor de una familia humilde. Parece que el apodo “Botticelli” se le puso porque su hermano mayor lo tuvo bajo su tutela y a este se le llamaba “botticello”, quizás por su afición a la bebida o por su gordura. Según Vasari, su primera educación fue como aprendiz de orfebre, aunque en 1464 entró como aprendiz al taller del prestigioso maestro Fray Filippo Lippi, donde se convirtió en alumno aventajado al poco tiempo. Años después ingresaría al gremio de San Lucas, patrono de los pintores y a su vez sería el maestro del hijo de fray Filippo, llamado Filippino, quien a su vez se convertiría en un destacado pintor florentino. En 1467, Botticelli entró a trabajar en el taller del pintor y escultor Andrea Verrocchio, donde conoció y trabajó junto a Leonardo da Vinci.

Debido a su relación con la familia Vespucci, quienes habían sido sus vecinos y primeros mecenas, Botticelli llamó la atención de los hermanos Lorenzo y Giuliano Médici, los que por ese entonces tenían prácticamente el gobierno de la ciudad en sus manos y lo acogieron en su círculo de allegados, a la vez que le encargaron varias obras. En este ambiente sofisticado, Botticelli entró en contacto con la Academia Platónica que los Médici fundaron en Florencia, donde descubrió las sutilezas de la filosofía del maestro ateniense. Bajo esta influencia su pintura se transformó, tornándose cada vez más esteticista e idealista, hasta el punto que abandonó casi cualquier referencia al realismo, concentrándose cada vez más en los sugerentes elementos de la perfección ideal y espiritual que provenían de la interpretación del trascendental mundo platónico. Fusionó temas cristianos y paganos dentro de un marco de armonización intelectual de los sentimientos, lo que hizo que su expresión artística fuese cada vez más distante, pero afortunadamente carente de frialdad.

En 1478 tuvo lugar la que se ha llamado “Conjura de los Pazzi”, una rebelión en Florencia contra la familia Médici y en ella murió Giuliano, quien por entonces era el principal mecenas de Botticelli. Años después, en 1492 murió Lorenzo y al poco tiempo se iniciaron las prédicas del monje dominico Girolamo Savonarola, cargadas de apasionadas peroratas en contra de los Médici y de todo lo que representaban en la ciudad. Mucha gente se adhirió al monje milenarista, quien proclamaba además el fin del mundo y la condena eterna, a menos que se extirparan las costumbres que juzgaba licenciosas y se volviera al camino de la piedad y la salvación.

Botticelli sufrió entonces una crisis espiritual, se volvió partidario de Savonarola y renegó de su anterior pintura, sus costumbres y pensamientos, volcándose a una vida ascética. Durante estos años prácticamente no produjo nada y quedó en la pobreza. En 1497 se llevó a cabo una especie de auto de fe que se llamó “la hoguera de las vanidades”, en el cual fueron quemados en la plaza pública distintos libros y objetos que representaban la perdición y el extravío de los valores cristianos, entre ellos varias pinturas de Botticelli. Ese mismo año cayó el dominio de Savonarola, quien fue quemado en la Plaza de la Señoría de Florencia el 23 de mayo. Botticelli debió entonces de entrar en una crisis más profunda, de la cual nunca se recuperó. Manteniéndose a duras penas, logró pintar algunas obras importantes cargadas de misticismo y devoción como la Natividad, pero sumido en la pobreza y la amargura murió el 17 de mayo de 1510.

Según la tradición, Venus, la diosa del amor, nació de los genitales del dios Urano, que habían sido cortados por su hijo Neptuno y arrojados al mar. El nacimiento de Venus es una representación de la diosa que, después de nacida, está montada en una concha marina y está llegando a una isla, probablemente Chipre. Dos céfiros a la izquierda soplan y producen el viento por medio del cual se impulsa la diosa, quien debido al movimiento de las olas, se presenta en una posición inestable. La recibe la Primavera, quien está a punto de ponerle un manto de color escarlata con flores. El tema, eminentemente pagano, es una muestra del platonismo ingente de Botticelli, quien se hace eco de la alegoría para mostrar una visión del mundo ideal. La plástica del cuadro está basada en una casi total negación de los valores de luz y sombra, por lo cual el volumen de los cuerpos de los dioses está realizado a base de un virtuoso dibujo ondulante, que además dota a la composición de una elegancia y sofisticación sin igual. La diosa Venus es un retrato de Simonetta Vespuzzi, dama florentina de gran belleza y amante de Lorenzo Médici, aunque algunos aseguran que lo fue también de Giuliano. El candor de su elegante pose, la magnificencia de sus largos cabellos ondulados por el viento y la armonía de sus proporciones son legendarias en la historia del arte, siendo considerada por muchos como la más bella representación de la belleza femenina que se ha realizado. Esta obra es sin duda uno de los más hermosos monumentos del renacimiento y quizás el mejor cuadro de Botticelli, pintor sublime y espiritual como pocos.


Departamento de Educación
Calle Manuel F. Ayau (6 Calle final), zona 10
Edificio Académico, oficina A-210
Guatemala, Guatemala 01010