Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (XI)

Julián González Gómez

La antigua Grecia (segunda parte)

Tal como se expresó en el anterior artículo de esta serie, la cultura clásica griega tiene su origen alrededor del siglo IX a. C. como producto de una serie de factores que cristalizaron finalmente en el siglo V a. C. y fijaron una identidad cultural profunda y perdurable en Europa y el mundo. Pero estas características, como sucede siempre en el establecimiento de cualquier suma de factores históricos, tienen sus inicios en una antigüedad lejana, en civilizaciones que alcanzaron su apogeo en tiempos anteriores; en este caso, remontándose al tercer y segundo milenios antes de Cristo. Estas culturas, llamadas prehelénicas, que heredaron a la posterior civilización griega una buena parte de su identidad, son la cultura cretense o minoica y la cultura micénica. En este artículo vamos a revisar brevemente algunos aspectos que las caracterizaron en lo que se refiere a su cultura y organización social.

Fresco de la taurocatapsia, palacio de Knossos, 1450 a. C.

La más antigua de estas culturas es la cretense o minoica, llamada así por el mítico rey Minos, que supuestamente gobernó a este pueblo de acuerdo a las leyendas helénicas. Era una civilización que se asentó en la isla de Creta, desde los tiempos de la Edad del Cobre, en el III milenio a. C. Los recursos naturales de la tierra cretense eran escasos y muy pronto esta civilización se dedicó a explotar los recursos marítimos, sobre todo el comercio de bienes y materias primas. Junto al intercambio de bienes, también se da el intercambio cultural e ideológico y en este sentido, los cretenses establecieron relaciones interculturales en ese amplio espacio que ocuparon las principales civilizaciones de la antigüedad. Desde las costas de Siria y la Anatolia hacia el Este, hasta Sicilia y las costas del Adriático por el Oeste, y desde las costas del Mar Negro al Norte, hasta Egipto y las costas norteafricanas al Sur, abarcando prácticamente todo el Mediterráneo oriental.

Desde las primeras exploraciones que realizó el arqueólogo británico Arthur Evans, a principios del siglo XX, la civilización cretense no ha dejado de provocar admiración por sus alcances y logros. A partir de mediados del segundo milenio a. C. se constituyó en la civilización más avanzada de Europa, no sólo en lo que se refiere a sus rasgos culturales, como era el caso del desarrollo de un sistema complejo de escritura, un arte y arquitectura de gran refinamiento, y también un alto grado de progreso en su organización económica y social. Se ha podido establecer una cronología bastante exacta, que abarca hasta 11 períodos de desarrollo, desde el año 3100 a.C. aproximadamente, hasta el 1050 a. C. fecha en la cual los registros arqueológicos manifiestan un estado de decadencia, al final del cual los micénicos continentales conquistaron la isla. El período de mayor apogeo de esta civilización fue durante la fase denominada Minoico Neopalacial, que culmina abruptamente en el siglo XVII a. C. a causa de la erupción del volcán Thera, en la cercana isla de Santorini, la cual destruyó la mayor parte de la infraestructura citadina y portuaria y arrasó los cultivos de la isla, provocando un colapso del cual esta civilización nunca se repuso totalmente.

Fresco de los delfines, palacio de Knossos, 1450 a. C.

En cuanto al arte minoico, que es el tema principal que nos ocupa, sorprende su alto grado de naturalismo y su temática. Los cretenses se inspiraron en la naturaleza, sobre todo la marítima; también en sus vidas cotidianas, que se antojan dichosas y prósperas, y también, aunque en menor medida, en sus ritos religiosos. Sus dioses no parecen haber sido jueces castigadores y omnipotentes, que exigían grandes ritos, sacrificios y una casta sacerdotal dotada de gran poder; eran, en muchos aspectos, muy similares a los seres humanos, un aspecto doctrinal que después pasó a la religión helénica. Aunque estaban gobernados por reyes, estos no eran tampoco personajes omnipotentes y absolutos; elevados a la categoría de dioses, como era el caso en Egipto, y no destacan sus imágenes en las manifestaciones artísticas. Al parecer, las mujeres gozaban de un elevado rango social y religioso, como sacerdotisas del culto y como ciudadanas notables. Participaban a la par de los hombres en las ceremonias de todo tipo, y estaban en pie de igualdad en la vida doméstica y pública.

En las artes destaca la cerámica, casi toda policromada y de un alto grado de perfección, con combinaciones de dibujos figurativos y abstractos, y formas básicas derivadas de patrones geométricos, preestablecidos con base en la armonía de las proporciones. Estos patrones pasaron después a la cultura micénica y posteriormente a la helénica con muy pocas modificaciones, sentando las bases de una actividad artesanal y artística de primer orden en las expresiones de la Grecia clásica. La escultura no es en ningún caso monumental, sino más bien de modestas proporciones, realizada en marfil, bronce y terracota en el período de mayor apogeo, con figuras naturalistas de diosas, acróbatas y algunos temas zoomorfos. Otro arte destacado era el de la orfebrería, utilizando el oro y distintos tipos de gemas y piedras raras, con temas similares a las de las estatuillas esculpidas y modeladas. Pero sin lugar a dudas, son las expresiones pictóricas las que ocupan un lugar destacado en el arte minoico, en especial los frescos. En casi todos los casos, los frescos que se han encontrado proceden de los conjuntos que ornamentaban los palacios, especialmente en Knossos y Faistos, aunque en tiempos recientes se han encontrado unos maravillosos frescos en las casas de la extinta aldea de Akrotiri, en Thera, muy bien conservados a causa de las cenizas de la erupción volcánica que las cubrió, como sucedió muchos siglos después en la famosas Pompeya y Herculano. Es a través de la interpretación de los frescos minoicos que conocemos de las vidas, costumbres, sociedad y paisajes de esta civilización, dotados de un gran dinamismo compositivo. También manifiestan un alto grado de naturalismo, que no es ingenuo, sino producto de la alta depuración de sus escuelas representativas. Las figuras humanas y los paisajes siguen un patrón representativo muy similar al de la aspectiva egipcia; lo cual no es extraño en esa época, en la cual la civilización del antiguo Egipto ejerció una indudable influencia en el Mediterráneo Oriental. El colorido de los frescos es notable, no tanto por su gama cromática, sino más bien por el equilibrio armónico de sus combinaciones, destacando sobre todo el rojo oscuro y las gamas de colores terrosos, combinadas muchas veces con sus colores complementarios. Es sorprendente ver que las figuras de los elementos naturales, representados por medio de sinuosidades y espirales armónicas, se combinan con ornamentos a la vez acordes y contrastantes con los temas centrales. Si pudiésemos referirnos a los principios de una estética minoica, se diría que en ella prevalecen la simpleza y economía de medios, la composición dinámica, el sentido ornamental y la armonía cromática como complemento. No se advierte en los frescos minoicos ningún hieratismo representativo, ni una jerarquía de personajes, o tampoco aspectos que denoten una inmovilidad conceptual que no permita la expresión espontánea. El arte minoico está al servicio de las personas, su vida y su entorno inmediato, representados con una gran libertad.

Columnas minoicas reconstruidas en el palacio de Knossos, 2000-1450 a. C.

En cuanto a la arquitectura de los minoicos, nunca construyeron edificios grandiosos, ni tumbas monumentales, como lo hicieron los egipcios y los babilonios. Las edificaciones más grandes y complejas eran los palacios de los reyes, entre los que destaca el ya mencionado palacio de Knossos, una construcción de gran complejidad, realizada en piedra de regular labrado y organizada en torno a diversos patios internos. De acuerdo a algunos estudiosos, este palacio parece haber inspirado a los griegos la leyenda del famoso Laberinto, diseñado por Dédalo, donde estaba preso el Minotauro. Al igual que los demás palacios minoicos, como el de Faistos o Malia, es evidente que su compleja conformación se debe a las adiciones que fueron hechas sucesivamente en distintas etapas, sin un orden claro preconcebido. Las estancias son en general pequeñas y oscuras y tampoco se advierten recorridos ceremoniales suntuosos. Eran complejos residenciales donde habitaba el rey, su familia y los funcionarios administrativos. En la arquitectura de los palacios destacan las columnas, utilizadas para sostener las losas de los techos en los espacios más amplios, y en los portales alrededor de los patios principales. Estas columnas, de proporciones gruesas, pero armónicas, tienen dos características principales: su fuste, de sección redonda, es más ancho en la parte superior que en la inferior y sus capiteles son semejantes al que posteriormente implementaron los griegos en el orden dórico. Evidentemente, este diseño de columnas de piedra, deriva de las columnas más antiguas, realizadas con troncos de árboles y, aunque nada se ha aclarado de forma concluyente al respecto, su influencia en el muy posterior orden dórico no parece decisiva. Las casas de los minoicos, agrupadas en aldeas, eran pequeñas y sencillas, construidas en adobe y madera y responden a una arquitectura muy bien adaptada a las condiciones climáticas del entorno. No se han encontrado vestigios de templos o santuarios de importancia, por lo que se ha especulado que los ritos públicos de la religión minoica se llevaban a cabo al aire libre, con pequeños altares y edificios construidos con materiales perecederos. Algunas estancias en los palacios parecen estar dedicadas al culto, pero en este caso realizado en privado por el rey y los miembros de la corte.

Esta civilización, adelantada y a la vez sencilla, dedicada al comercio marítimo y por ello poseedora de gran riqueza, no manifiesta un arte complejo y grandioso, pero sí entrañable y vistoso en su sencillez. Su influencia se extendió a las islas del mar Egeo y a la península Helénica, por ese entonces ocupada por diversas tribus que intercambiaban con ellos materias primas por obras de arte. Esta influencia se manifestará en las culturas micénica y cicládica, que serán las antecesoras directas de la cultura helénica y de las que nos ocuparemos en el siguiente artículo. 


Anónimo, «Fresco de la Tauromaquia del Palacio de Knossos». Fresco, en torno al 1500 a.C.

Julián González Gómez

Fresco_Palacio_Knossos

Desde su descubrimiento en el siglo XIX, la civilización Cretense nos ha fascinado por su frescura y originalidad, producto de su condición de civilización marinera, cuyos barcos surcaban el mediterráneo desde la más remota antigüedad, partiendo de los puertos de la isla que era su patria: Creta. Su principal centro fue el Palacio de Knossos, una espectacular estructura levantada sobre las laderas de un monte, lo que permitía a sus ocupantes divisar buena parte de la costa sin obstáculos y así ver las naves que iban y venían del puerto. Este palacio ya era famoso en la Grecia antigua, pues se le consideraba la sede del laberinto, lugar entre mágico y religioso donde vivía el mítico minotauro.

Los griegos llamaban Minos al gobernante de esta civilización, quien tenía preso al minotauro en los oscuros y estrechos pabellones del palacio, que era el propio laberinto y así no le era posible escapar de su cautiverio. Al monstruo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, se le ofrendaban periódicamente jóvenes hombres y mujeres para que se los comiera. Según la leyenda, un joven ateniense llamado Teseo se dispuso a matar al minotauro y para ello se dirigió a la isla de Creta. Al llegar conoció a Ariadna, quien era la hija de Minos y ambos se enamoraron; entonces fraguaron un plan para que Teseo pudiera salir del laberinto después de matar al Minotauro. Ariadna le entregó al héroe un ovillo de hilo y este empezó a desenrollarlo desde que entró a los pasadizos del laberinto para encontrarse con el minotauro; luego, pudo matar al monstruo y al fin logró salir siguiendo el trayecto que había dejado el hilo en su recorrido.

Leyendas aparte, la civilización Cretense, llamada también Minoica, floreció en Creta durante un largo período, cuyo mayor apogeo se ha datado del 2600 al 1400 a.C. En esta época se construyó el gran Palacio de Knossos, la sede del poder real y residencia de la corte. En el ala este del palacio fue hallado el mural que aquí se presenta. Los primeros vestigios de esta civilización datan de un período mucho más antiguo, en torno a 7000 años a.C. Se desconoce la procedencia de los habitantes de Creta, pero se supone que provienen de una rama de la cultura indoeuropea. Tampoco se sabe cuál era su lengua, pero se ha encontrado algunas inscripciones con una escritura que no se ha podido descifrar. Para los tiempos de la guerra de Troya, en torno a 1200 años a.C. el apogeo de la civilización cretense o minoica ya había desaparecido. Se desconocen las causas de su extinción, pero los investigadores han barajado algunas teorías acerca de ella, dentro de las cuales predominan algunas que aseveran que fue un cataclismo el causante de su desaparición. Desde hace ya algunos años se ha impuesto la hipótesis de que la civilización Minoica pereció a causa de la erupción de un gran volcán que se ubicaba en la isla Santorini, distante unos cientos de kilómetros de Creta. Esta erupción, datada en fecha muy cercana a la desaparición de la civilización Minoica, debió provocar un gigantesco Tsunami que devastó las costas de Creta y con ello destruyó los puertos, desde los cuales zarpaban y a los que llegaban los barcos de carga, que eran la base de la economía comercial de los cretenses. Lo cierto es que esta cultura tuvo su fin en un período muy corto de tiempo y nunca más se volvió a saber nada de ella, hasta hace poco más de un siglo, cuando el arqueólogo inglés Arthur Evans descubrió y excavó el Palacio de Knossos.

Los vestigios que se han descubierto en todos los yacimientos arqueológicos de Creta nos hablan de una civilización rica y altamente sofisticada. Dentro de estos hallazgos destacan no solo los restos de los grandes palacios, sino también un arte de muy alta calidad estética que se manifestó en su cerámica, joyería, escultura y sobre todo en los frescos pintados en las paredes, que nos muestran los aspectos cotidianos de la vida de estas personas. Gracias a ellos podemos ver los rostros y cuerpos de los cretenses, los cuales tienen en su totalidad un aire que se podría decir que es “moderno” y en el cual hombres y mujeres gozaban de igualdad de condiciones. Es notorio que en la mayoría de estos frescos, pintados de vivos colores y milagrosamente conservados en muy buen estado, los protagonistas son siempre gente joven, sana y vigorosa. Los hombres vestían apenas un pequeño faldín y su torso estaba desnudo, al igual que el de las mujeres, que mostraban abiertamente sus senos. Ambos sexos participaban por igual en los rituales y las procesiones de veneración de los dioses, con una energía manifiesta y una especie de “alegría de vivir” que se nos antoja muy poco común en comparación con la gravedad de las ceremonias de otros pueblos de esa época, como los egipcios o los babilónicos. Los cretenses se nos figuran como un pueblo feliz y próspero, de comerciantes marítimos que rendían culto a las divinidades de la naturaleza y la vida gozosa.

Este fresco del Palacio de Knossos nos muestra un ritual cretense que a la vez era una especie de deporte: el salto del toro. De acuerdo a su interpretación, este acrobático rito consistía en tres etapas bien diferenciadas: en la primera etapa, un atlético joven se ha acercado por el frente al gran toro que lo embiste y al que toma por los cuernos para impulsarse por sobre su testuz; en la segunda etapa, el atleta salta por encima del toro dando una vuelta en el aire con las piernas hacia arriba, sorteando el torso del animal y en la tercera etapa, el atleta cae de pie, en sentido inverso al que acometió al toro. Esta representación del salto del toro no es la única que se ha encontrado, ya que existen otros frescos de la misma y en algunos se puede ver que incluso las mujeres practicaban este peligroso rito.

El naturalismo de la representación nos deja asombrados y su colorido es verdaderamente encantador. Rodeado por un marco con diseños de volutas y rectángulos, su proporción muy horizontal se adaptó al espacio del muro, sobre el vano de una puerta. La plástica es sintética y estilizada, representando solamente aquellos elementos que afirman el vibrante movimiento y el dinamismo de la escena. La curva que define el perfil del cuerpo del toro es a la vez potente y elástica, confirmando las cualidades de potencia y elasticidad de este noble animal. Las figuras de los jóvenes atletas, de estrechas cinturas y brazos y piernas muy largos, nos comentan también sobre las cualidades de potencia y flexibilidad necesarias para llevar a cabo la proeza de este salto. Sirva este espacio como homenaje a esa antigua civilización, que nos legó la inconmensurable belleza de su arte, quizás ingenuo, pero colmado de una vibrante energía.


Departamento de Educación
Calle Manuel F. Ayau (6 Calle final), zona 10
Edificio Académico, oficina A-210
Guatemala, Guatemala 01010