Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (II)

Por: Julián González Gómez

El período Paleolítico

¿Podrían considerarse como arte las representaciones de animales, personas y objetos que fueron elaborados por el Homo sapiens en la prehistoria? Estas manifestaciones corresponden a diferentes períodos y culturas en sociedades primitivas, cuyos alcances no sobrepasaban más que la abstracción de una pequeña cantidad de conceptos, todos ellos relacionados con los medios de supervivencia y el entorno. La prioridad de estos individuos era evitar su extinción y, para ello, aprovechaban lo más que podían las cualidades del medioambiente en el que se desenvolvían. Las pinturas encontradas en las profundidades de las cavernas, los objetos tallados en piedra, hueso, concha o marfil y las piedras organizadas en distintas formas para crear espacios y volúmenes, son los únicos vestigios que han quedado de sus representaciones; las cuales, de acuerdo a un criterio absoluto (tal como se manejaba hace tiempo), no pueden considerarse necesariamente como arte.

Venus de Willendorf, 28,000-25,000 a.C.

Su valor, ante todo, es muy grande en cuanto a que son vestigios históricos y culturales que evidencian una parte de su pensamiento simbólico y, seguramente, también de su visión del mundo. Si ligamos los principios de la estética tradicional a estas consideraciones, podríamos afirmar que algunas de ellas manifiestan ciertas cualidades: simetría especular, armonía compositiva, armonía del color, ritmos, proporción (relativa) y una concepción bastante adelantada del naturalismo. Se puede afirmar también que los individuos que las realizaron eran, por decirlo así, artesanos que poseían conocimientos adelantados de las técnicas para su realización y también una habilidad especial para su caracterización. Indudablemente, tuvieron que pasar por un período de aprendizaje y ante todo de reflexión que les permitía alcanzar la síntesis adecuada para la representación de símbolos y la manipulación de su interpretación.

Los primeros vestigios de estas representaciones fueron estudiados y registrados a mediados del siglo XIX y en esa época no fueron considerados como obras de arte, de acuerdo a los patrones en boga por entonces, los cuales estaban enfocados exclusivamente en las Bellas Artes. Tampoco se especuló sobre sus funciones o propósitos, aunque algunos estudiosos propusieron que su función era únicamente de carácter estético, lo cual muy pronto se demostró que era falso. Hasta hoy no se sabe cuál era efectivamente el propósito de elaborar estas representaciones y se ha supuesto que formaban parte de rituales mágico-religiosos o de índole similar, pero en la mayoría de casos estas explicaciones sólo son hipótesis establecidas con mayor o menor respaldo.

Desde sus primeros hallazgos y clasificaciones hasta la actualidad, se han podido establecer distintos períodos de elaboración de estas representaciones y sus características. Algunas de ellas, las más primitivas, se remontan al final del Paleolítico inferior y al Paleolítico medio (desde hace unos 500,000 años, hasta unos 30,000 años). Por consiguiente, no provienen del Homo sapiens, sino de algunos de sus antecesores, incluyendo la especie de los Neandertales. La clasificación que se emplea más comúnmente es la que estableció Leroy Gourhan mediante un cuadro crono-estilístico del Arte Paleolítico. Los vestigios más antiguos están clasificados en la etapa llamada “Período Pre-figurativo” y consisten generalmente en incisiones realizadas en huesos o piedras y son abstractos; en esta categoría también se incluyen algunos artefactos tallados con un fino acabado que supera las necesidades prácticas, lo cual ha inducido a pensar que en esas etapas ya se había desarrollado cierto sentido estético. El siguiente período, llamado “Figurativo Geométrico”, abarca desde fines del Paleolítico medio, hasta los inicios del Paleolítico superior (desde hace unos 40,000 años, hasta unos 30,000 años) y se caracteriza por el inicio del geometrismo, algunos signos e ideomorfos y representaciones parciales y sintéticas de animales. En este caso, se ha podido comprobar que las manifestaciones provienen únicamente del Homo sapiens. En el siguiente período, llamado “Figurativo sintético elemental” (desde hace unos 27,000 años, hasta 20,000 años) ya encontramos las primeras estructuras espaciales (¿arquitectura?), figuras detalladas de animales dibujados con rasgos anatómicos y muchas de las llamadas “Venus”, que son figurillas femeninas estilizadas, con exageración de sus atributos sexuales. El cuarto período, llamado “Figurativo sintético evolucionado” (desde hace unos 20,000 años, hasta 15,000 años) es más extendido y también el más estudiado; en él aparecen representaciones de animales en tres cuartos y con microcefalia; además aparece por primera vez la representación de movimiento. El quinto y último período se llama “Figurativo analítico” (desde 15,000 hasta 12 o 10,000 años) y se caracteriza por el desarrollo masivo del arte mueble (esto es un elemento realizado sobre un objeto de dimensiones limitadas y manejables, es decir, que pueden ser transportados por el ser humano), los santuarios interiores cubiertos de losas de piedra y las representaciones más realistas. A lo anterior se suma en las pinturas rupestres el modelado en relieve, contornos difuminados, simulación de pelaje y la bicromía. Cada uno de estos períodos presenta sus propios convencionalismos y estereotipos, de acuerdo a los rasgos culturales y regionales que enmarcaron su creación.   

Bisonte de la cueva de Altamira, 16,000 a.C.

En las primeras décadas del siglo XX se acuñó el término “arte rupestre” para clasificar las pinturas de las cuevas y las figurillas talladas; otro término que se aplicó fue “arte del paleolítico”, clasificación en la que se incluyó a las representaciones pictóricas y tallas de distintas culturas primitivas. Entonces, el término “Arte” empezó a abarcar nuevas categorías, antes ajenas a esta consideración, lo que es signo de que las fronteras establecidas de acuerdo a una clasificación estricta fueron sobrepasadas y se volvieron inclusivas. Por ello es que, en los tiempos modernos, el mundo del arte ha aceptado y asimilado determinadas representaciones que están caracterizadas por cualidades o valores distintos de los tradicionales. Por esta rendija se colaron estas manifestaciones y hoy se les llama efectivamente “Arte” y nadie discute sobre su pertenencia a esta categoría.

Muchos artistas de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX y de tiempos posteriores han utilizado diversos elementos de estas representaciones prehistóricas para desarrollar su propia obra; no sólo como motivo de inspiración, sino también sus técnicas y su plástica. Otro tanto ha sucedido con el arte de los pueblos primitivos, el llamado “Arte Étnico”, que ha alcanzado un alto grado de estima en los círculos de la crítica y la academia. Son bien conocidos, entre otros, los casos de Picasso, Modigliani y Brancusi, fascinados por las tallas y máscaras de África, Oceanía o de las culturas prehistóricas de Europa.

De todo lo anterior, podemos establecer algunas distinciones en lo que respecta a la posible clasificación del concepto de “Arte”, referido a las manifestaciones del Paleolítico. En primer lugar, todo objeto o elemento al que se le adjudica esta categoría es una representación, es decir, es una imagen o idea que sustituye a la realidad; o bien, una cosa que representa a otra. Claramente, las manifestaciones del Paleolítico constituyen una representación de elementos naturales que captaron los individuos de esas culturas (el geometrismo abstracto presenta un problema en este sentido), sustituyendo la imagen real por otra ficticia, por una ideación. En esos aspectos estas manifestaciones se asocian al lenguaje y mucho tiempo después se asociarán a la escritura. En todo caso, este proceso sólo se puede llevar a cabo si se verifica el pensamiento simbólico, que es la capacidad de representar mentalmente el entorno más allá de los estímulos presentes, con base en experiencias previas. Esta capacidad ya estaba presente en algunas especies pre-neandertales y en los neandertales, siendo en el Homo sapiens ya intrínseca. Una vez superado este período, se llegará a un grado muy superior de sofisticación y especialización, en el cual los creadores establecerán una diversidad de lenguajes y códigos que identificarán socialmente a los grupos, distinguiéndose por el grado de su avance y por la profundidad de las ideas representadas. En el próximo artículo revisaremos las experiencias de las culturas del Neolítico y sus alcances para seguir avanzando en nuestra búsqueda.


Constantin Brâncuși, Evolución del vuelo de un ave. Bronce dorado. 1929.

Brancusi allways. Evolution of the Bird in FlightDicen que la verdadera belleza se encuentra en lo esencial, en aquello que se ha despojado de todo lo que se puede considerar superfluo, en la verdad de lo simple. Si esto es así, entonces esta obra de Brâncuși es la manifestación de la belleza absoluta, el paradigma de la armonía suprema que se desliza por estas sutiles líneas curvas.

Constantin Brâncuși nació un 19 de febrero de 1876 en Hobita, Rumania. La suya es la historia del pequeño niño campesino que pastoreaba ovejas, pero que tenía un don especial para la talla de figuras en madera, algo que en su región era bastante corriente y que, por suerte, fue descubierto por un buen hombre que se hizo cargo de pagarle los estudios e incentivar su arte. En términos generales me recuerda la historia de Palladio. Este bienhechor financió los estudios del joven en una escuela provincial de artes y oficios y luego lo llevó a Bucarest, donde se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes. El joven Brâncuși se empieza a darse a conocer en su país y realiza algunas pequeñas obras. En 1904 se va a Paris, la meca del arte de esa época, para perfeccionar sus estudios. Llega en un momento clave en el que los artistas están cambiando los vientos que los viejos maestros como Monet, Renoir, Rodin y Cezanne habían empezado a agitar: Picasso, Braque, Apollinaire, Matisse, Rouault y otros estaban generando nuevas ideas a través de la experimentación, lo cual no dejó de impresionar a este joven campesino rumano. En 1908 conoce a Amedeo Modigliani y se inicia una profunda amistad entre ambos motivada por intereses comunes. En esta época Modigliani pretendía ser escultor antes que pintor y junto a Brâncuși estudian el arte primitivo de África, en el cual se inspiran para tallar varias  series de cabezas muy estilizadas que llamaron poderosamente la atención de los artistas de las vanguardias que estaban experimentando con el cubismo por esas mismas épocas. Los caminos de ambos amigos se separaron algún tiempo después, pero su amistad perduró hasta la trágica muerte de Modigliani en 1920.

Brâncuși se decantó por las experiencias vanguardistas en un estilo difícilmente definible en el cual se pueden apreciar elementos primitivos y cubistas.  En todo caso, las formas puras, libres de cualquier accesorio que no fuese absolutamente necesario dejar se convirtieron en su estilo propio. Parece como si su afán fuese siempre quitar en vez de agregar; algo que va muy ligado a la talla por cierto. Aquello que describe se convierte en forma cada vez más pura y orgánica, ya que la línea recta es bastante escasa en su obra. Por ejemplo, una cabeza humana se expresa por un óvalo irregular, con sólo una especie de almendra que simboliza un ojo, la vista, la mirada que nos confronta.

En 1938, en Târgu-Jiu realizó su obra más conocida. Instaló un monumento conmemorativo a los fallecidos en la primera guerra mundial llamado la Columna del infinito, al que luego agregó la Mesa del silencio y la Puerta del beso, creando una instalación escultórica en un parque cuyo diseño también es de su autoría, al igual que el mobiliario urbano que lo complementa. De esta forma, creó un ambiente especial de gran significancia para su tierra, en vez de conformarse con la conocida fórmula conmemorativa de una escultura instalada sobre un pedestal. Posteriormente todo el conjunto se trasladó al parque principal de la ciudad.

En el caso de la obra que nos ocupa, no se trataba de remitirnos a la forma conocida de un ave en vuelo. Eso hubiese sido recurrir a un “lugar común”. Su ave está contenida en la forma de la evolución del planeo ascendente o bien descendente, el cual  se expresa por lo que podríamos considerar sus líneas guía o trazados reguladores de acuerdo a una direccionalidad. La abstracción se ha logrado por medio de la reducción, la síntesis de la evolución del vuelo, al cual nos remite el título.  Por otra parte, llaman la atención dos detalles fundamentales: la cintura que se advierte hacia la parte inferior de la forma y el remate de corte o tajada en la parte superior. Ya que es una escultura está ubicada en el espacio y es necesario que se apoye en algo, en este caso un pequeño pedestal cilíndrico de mármol, tal vez por esa razón puramente práctica la sección inferior tiene esa forma de cono truncado, para poder apoyarse mejor en el pedestal, pero en realidad no estoy muy seguro de ello. Creo que mas bien esa parte simboliza el aterrizaje, o quizás el momento en el que el ave está asentada en el suelo; de ahí que la cintura pudiera ser el momento en el que inicia el vuelo, el cual culmina en el límite superior que es también plano, aunque oblicuo. ¿Son estos los límites de la evolución del vuelo del ave? Con ello Brâncuși nos estaría comentando acerca de las fronteras, el poder o no poder, la libertad restringida o algo parecido, el mito de Ícaro, un comentario diríamos, “filosófico” acerca de la naturaleza del ser que pretende ser libre. La belleza encerrada entre dos límites claros y precisos; la libertad, expresada a través de las líneas curvas, restringida por las dos líneas rectas. En todo caso, me parece que es válida cualquier otra interpretación, tal es el poder evocativo de esta suprema obra del arte moderno.     

Julián González


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