Utagawa Hiroshige, «Nieve en Kisoji». Xilografía, 1857

Julián González Gómez

 

Hiroshige,_A_river_among_snowy_mountainsHiroshige es el último eslabón de la cadena de los grandes grabadores japoneses que cultivaron el estilo llamado ukiyo-e. Su formación y luego su trayectoria artística las desarrolló bajo la Escuela Utagawa, la cual estuvo vigente desde el siglo XVII hasta el XIX en Edo, la actual Tokio. Entre sus manifestaciones primó siempre una visión personal que se expresaba a través del grabado, recreando el paisaje y las escenas donde la gente es protagonista y su vida transcurre en medio de los sucesos naturales, como si fuese parte de los mismos. Se supone que Hiroshige nació en Edo, alrededor de finales del siglo XVIII en una familia de la casta de los samuráis. Desde su niñez recibió enseñanza en el dibujo y la pintura, ingresando en 1811 al taller del maestro Utagawa Toyohiro, de quien se convirtió en su más adelantado discípulo. Poco después recibió su nombre artístico: Hiroshige, con el cual desarrolló el resto de su carrera.

Desde un principio se especializó en el paisaje y también en la representación actores del teatro popular japonés kabuki, de los cuales realizó diversas series que le dieron cierta fama. A partir de 1834 se dedicó en exclusiva al paisaje con varias series de grabados que lo consagraron como el más importante artista del ukiyo-e de su tiempo. Se sabe que se casó en dos ocasiones y que tuvo un hijo de su primer matrimonio y en sus segundas nupcias adoptó una niña. A los sesenta años se convirtió en monje budista, pero continuó con su trabajo y el taller que había formado donde tenía gran cantidad de discípulos, algunos de los cuales continuaron su labor con el mismo nombre que su maestro. Se calcula que durante su vida realizó más de 5,400 xilografías, que son los grabados en madera, por lo cual es uno de los artistas más prolíficos que cultivaron el ukiyo-e. Hiroshige murió en 1858 de cólera, de la que se contagió debido a una epidemia que asoló Tokio por esos años. Fue enterrado con honores de samurái en el cementerio del templo de Asakusa Tōgakuji.

Como representante de la Escuela Utagawa, Hiroshige se distinguió por su subjetivismo al interpretar el paisaje, no exento de cierto carácter ideal, pero que nunca derivó en un manierismo inmovilizador. Sus interpretaciones estaban regidas por una concepción serena de la realidad, expresada a través del silencio de los elementos de la naturaleza, que interactúan con los seres humanos en un plano de igualdad y respeto mutuo.

Esta es una estética asociada con la visión interna y la meditación, cuya manifestación externa se traduce en una sugerencia expresada apenas con unos pocos elementos, los cuales sin embargo, son lo suficientemente poderosos como para estimular nuestra conciencia a darse cuenta que todo estaba siempre ahí y nuestros ojos no habían sido capaces de verlo.

Es una sugerencia, nunca una declaración; es un susurro, jamás un grito. El artista ha logrado hacer que nuestra mirada penetre en la realidad más profunda de la naturaleza, aquella que necesita al observador para expresarse. Lo mejor es que este prodigio, por su simplicidad nos seduce y al mismo tiempo por su humildad nos conmueve. Lo ha logrado con los medios más justos y no hay en esta evocación nada que esté de más o nada que le haga falta. Es una poesía de pocas palabras, aunque precisas y nunca redundantes. Es preciso haber sido educado con una severa disciplina, necesaria para contener el torrente de la voz y no decir nada que sobre, tan solo aquello que es absolutamente fundamental. Ante el pomposo declarante de contenidos vacíos el artista responde con el silencio; al que hace alarde de su supuesta virtud el artista replica con su humildad y ante el que va acumulando rotundidades el artista muestra su sencillez.

Esta obra, llamada Nieve en Kisoji, es parte de la serie cuyo nombre es Nieve, luna y flores. En realidad se trata de un tríptico cuyas partes se unen formando una composición. Es una obra casi totalmente monocroma, que refleja esta ausencia de color propia del invierno más profundo en las montañas. El paisaje invernal está perfectamente equilibrado en todas sus partes, dominadas por las poderosas masas de los montes nevados y en donde la escasa vegetación, por obra de los rigores del tiempo es no solo escasa, sino también está reducida a un planteamiento esquemático formal. Los pocos seres humanos que aparecen en esta escena, los cuales están atravesando un puente, también están representados de una manera esquemática, como si fueran parte misma del paisaje. Cuando contemplamos esta imagen, la vista salta desde un punto hacia otro de la composición, llevándonos en una especie de viaje por los diversos caminos que están sugeridos, avanzando hacia adelante y atrás, o bien dando vueltas, como si de un juego de silencios se tratara.

Para aquel que solo es capaz de ver la forma y no puede ver el contenido, este arte no tiene ningún interés. En una sociedad colmada por las distracciones y las banalidades, el arte que posee integridad no tiene cabida. Para la sociedad actual el arte es ajeno a su consciencia y nadie le hace caso y lo más que se puede esperar de ella es la emisión de un superficial juicio de valor. Quizás por eso se construyen hoy tantas declaraciones que se llaman arte, las cuales en el fondo son todas vacías y se dedican a gritar para llamar la atención. Luego, vienen otros detrás de ellas y se ponen a argumentar sobre el por qué son arte y encima contemporáneo y que por lo tanto tenemos que amarlo, aunque nos rompa los tímpanos. Por supuesto hay siempre excepciones, algunas incluso sublimes, siempre identificadas por su integridad y su humildad.

Por ello, el arte del grabado japonés es tal vez el mejor ejemplo de la poética que engloba al arte que se expresa a través del silencio, algo que hace mucha falta hoy.


Katsushika Hokusai, La gran ola de Kanagawa. Grabado, 1830

Julián González Gómez

katsushika_hokusai_-_thirty-six_views_of_mount_fuji-_the_great_wave_off_the_coast_of_kanagawa_-_google_art_projectEl arte del ukiyo-e, elaborado en Japón a partir del siglo XVII contiene una frescura y una expresión de síntesis que en occidente solo fue posible realizar hasta el siglo XX, y además bajo la influencia de este modelo oriental. Con elementos llevados a su mínima expresión y con ello a su máxima expresividad, el Ukiyo-e claramente está ligado a la pintura caligráfica japonesa. Ukiyo-e literalmente significa “estampas del mundo flotante”, pero esta expresión tiene una connotación espacial en el contexto del arte japonés. El “mundo flotante” se refiere al entorno en el que vivían las personas de baja extracción social del Japón feudal. Entre estos figuraban los artistas, los mercaderes o los  rōnin, que eran los samuráis errantes que no tenían amo. En cierto modo, eran personas libres, dueños de su destino, el cual era siempre cambiante. En este sentido eran muy distintos de los nobles samuráis, para quienes estaba reservada una vida militar bajo estrictas reglas, al igual que los monjes. El poeta  Asai Ryōi en el año de 1661 definió al movimiento del ukiyo-e en su libro Ukiyo-monogatari de la siguiente forma:

«viviendo solo para el momento, saboreando la luna, la nieve, los cerezos en flor y las hojas de arce, cantando canciones, bebiendo sake y divirtiéndose simplemente flotando, indiferente por la perspectiva de pobreza inminente, optimista y despreocupado, como una calabaza arrastrada por la corriente del río»  

La influencia del budismo zen es innegable en estas personas, que llevaban una vida ajena a la rigidez de la disciplina del bushido de los samuráis, con toda su carga moral y disciplinaria. El ukiyo-e se hizo muy popular en Edo (actualmente Tokio) y los grabados hechos bajo este modelo se produjeron en gran cantidad, hasta el punto que llegaron a occidente en el siglo XIX, donde dejaron impresionados al público y sobre todo a los artistas de finales de ese siglo. Los pintores impresionistas y sus sucesores eran ávidos coleccionistas de las estampas del ukiyo-e y en el caso de Gauguin o Tolouse-Lautrec ejercieron una fuerte influencia en su propio arte.

Los temas favoritos de estos grabadores japoneses eran la vida de la gente común en las ciudades, especialmente en los distritos del placer, el paisaje, los actores del teatro kabuki y el sexo, expresado en vistas explícitas de alto contenido erótico, llamadas Shunga.  

Para producir estos grabados, primero era necesario que el artista, llamado eshi, realizara un dibujo a pincel sobre papel o seda.  Posteriormente el artista llevaba el dibujo a un horishi, o grabador, quien pegaba el dibujo sobre un panel de madera de cerezo, y tallaba cuidadosamente el panel para formar un relieve con las líneas del dibujo. Los colores se fijaban con otros paneles, uno por cada color que llevaría el grabado final. Finalmente, un surishi, o impresor, llevaba a cabo el trabajo de impresión colocando el papel de la impresión sobre las planchas consecutivamente de acuerdo a los colores. La impresión se realizaba frotando una herramienta llamada baren sobre el dorso de las hojas. Como no se usaba una prensa que distribuyese la presión de forma pareja como en occidente, la calidad de la impresión y los tonos podían cambiar ligeramente de una estampa a otra. Generalmente se hacía una gran cantidad de copias, que luego se vendían al público a precios bajos.

Hokusai nació en el año de 1760, en Katsushika, un distrito al este de Edo. Le fue puesto el nombre de Tokitarō y era hijo de un fabricante de espejos del shogun.  Mostró habilidades para el dibujo desde niño y a los dieciséis años entró como aprendiz al taller de un grabador, al mismo tiempo que empezó a pintar. Cuando tenía dieciocho años fue aceptado como discípulo del artista Katsukawa Shunshō, uno de los más grandes artistas de ukiyo-e de su tiempo. Después de un año de trabajar con este maestro, éste le dio el nombre de Shunrō, que empleó en la firma de sus primeros trabajos. Luego, al fallecer Shunshō, se dedicó a estudiar por su cuenta y se dedicó a dibujar surimono, que eran tarjetas de año nuevo, escenas de la vida diaria y paisajes. En el año 1800 publicó sus primeras series, que fueron unas vistas de la capital del este y ocho vistas de Edo. Es durante este período cuando empezó a utilizar el nombre de Hokusai. Como dato curioso, empleó más de 30 seudónimos a lo largo de su vida para firmar sus trabajos.

En 1804 se hizo famoso al hacer un dibujo del monje budista Daruma de 240 metros cuadrados. Ante su fama, el shōgun Tokugawa Ienari  lo mandó a llamar para competir contra otro pintor, al que venció. Después empezó a ilustrar libros, pero su actividad mermó y se vio en graves apuros económicos, por lo que publicó un método de dibujo. En 1814 publicó el primero de quince volúmenes de bocetos, llamados manga, en los que mostraba aspectos de la vida y personajes que eran de su interés. Durante los últimos años de la década de 1820 publicó su famosa serie Treinta y seis vistas del monte Fuji, la más popular de sus series. Otras series que publicó posteriormente fueron vistas de puentes famosos, cataratas y una nueva serie de vistas del monte Fuji. Falleció a la edad de 89 años, en el año de 1849.

La gran ola de Kanagawa pertenece a su segunda serie de vistas del monte Fuji, realizada en 1830. Probablemente es la estampa de ukiyo-e más conocida en el mundo por sus múltiples atributos, entre los cuales está la poética traza de líneas curvas que se encuentran unas a otras, formando espacios cóncavos de gran dinamismo. Está realizada en tres colores, que se complementan magistralmente con el blanco del fondo, dando una ligereza y frescura inigualables a la composición. Muestra la escena de unos pescadores en sus barcas que están luchando contra una mar embravecida, justo en el momento en que una gran ola va a caer sobre ellos. La inmediatez de la escena no nos permite avizorar cuál va a ser el desenlace de este drama, que es contemplado por la figura impasible del monte Fuji en la lejanía, al centro de la imagen. La simpleza y gracilidad de las líneas se resuelven en gráciles rizos representados en las crestas de las olas. De acuerdo a un estudio realizado hace unos años, Hokusai dibujó estos rizos en base a un modelo único y repetitivo bajo un mismo patrón, como si fuera un fractal.

Los seres humanos que aparecen en esta escena son diminutos, están indefensos ante el embate de la gran ola que los ha alcanzado. En este grabado se puede apreciar la desdichada condición del ser humano, cuya soberbia le hace pensar que puede dominar a las fuerzas que rigen el mundo. Aquí se comprueba lo contrario, los hombres están sometidos a una fuerza que es infinitamente más poderosa que todas sus pretendidas aspiraciones. No importa si estos pobres pescadores sobrevivirán o no ante esta bella manifestación de todo el poder de la naturaleza, lo verdaderamente esencial y presente es ella misma, aquí caracterizada en dos formas: la energía y la permanencia.


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