José de Madrazo, «La muerte de Viriato». Óleo sobre lienzo, 1807

Julián González Gómez

Madrazo_Viriatus_HighResViriato fue un jefe guerrero lusitano que combatió a las tropas romanas en el último siglo antes de nuestra era. Conocido por su valor y osadía, llegó a vencer muchas veces a los invasores que querían expandirse por Hispania. Considerado un héroe nacional tanto por España como por Portugal, su figura ha sido objeto de numerosos homenajes a lo largo de muchos años y este cuadro de José de Madrazo es uno de esos homenajes rendidos al guerrero que nunca fue vencido por los invasores.

Pero aquí no se muestra al caudillo al frente de sus tropas combatiendo al enemigo, sino que se representa la trágica muerte de este personaje, apuñalado por dos traidores que pretendieron con este acto congraciarse con los romanos y cobrar una recompensa, pero ésta les fue denegada ya que el jefe romano les dijo que Roma nunca le pagaba a los traidores. Viriato murió en su lecho mientras dormía y en esta escena se puede ver a sus allegados más cercanos llorando ante el cadáver del héroe.

El cuadro y su estilo corresponden cabalmente en su plástica al neoclasicismo que estaba en boga por los tiempos cuando fue pintado. La composición neoclásica exigía un orden estricto en cuanto a la posición de los personajes, el empleo de una simetría, entendida como la relación de las partes con el todo, que ubica la escena en un marco espacial perspectivado y se ubica cada parte en su justa correspondencia con la totalidad. Por otra parte la composición exige, además de los distintos niveles de profundidad que están expresados en varios planos, un equilibrio completo de las masas que así quedan distribuidas uniformemente en el espacio. Como un recurso del artista para generar un plano extra que se fuga hacia el fondo, se representa una cortina abierta que rompe el espacio y a través de ella se puede ver una escena exterior que muestra el campamento de los lusitanos a plena luz del día. Esta luminosidad contrasta con la penumbra que inunda toda la escena principal.

El colorido es tenue y bien matizado como corresponde a la tenue luz que baña el ambiente en el que se está desarrollando el drama. No hay más que una gama atenuada de colores que sin embargo proyectan una variedad de tonos dentro de los cuales se destacan el rojo y el anaranjado de las capas y el amarillo limón que porta el personaje que está postrado encima del cadáver del héroe. La gradación tonal está lograda de una forma muy sutil y va desde la parte más luminosa, que está a la derecha, hacia una suave penumbra que se encuentra a la izquierda. Además, como lo exige la representación, la escena aparece iluminada por una luz que es frontal y es invisible, con lo cual se refuerzan los colores y tonos y además se armonizan los matices.

A menudo el arte neoclásico ha sido calificado como excesivamente formal y academicista, sobre todo por los románticos, cuyo objetivo era muy diferente y hasta opuesto en cuanto a sus fuentes y su contenido. Sin embargo, se puede decir que, a pesar de cierto alejamiento que inspira el arte neoclásico, en muchos casos nos encontramos con obras conmovedoras y de una factura totalmente impecable. Los artistas neoclásicos, regidos por la academia, estaban sometidos a estrictas reglas en lo que corresponde a prácticamente todos los aspectos que debían representar y por ello, lo que priva en este arte es sobre todo la corrección. José de Madrazo fue uno de los artistas más destacados de este período y se le deben numerosas obras de una factura impecable.

Madrazo nació en Santander en 1781 y fue el iniciador de una notable saga de artistas. En sus comienzos estudió con un artista llamado Gregorio Ferro, pintor ecléctico. Posteriormente, gracias a sus dotes y escuela logró ingresar a la Real Academia de Artes de San Fernando en Madrid donde siguió la disciplina academicista durante varios años. En 1803, gracias a sus contactos y su habilidad se marchó a París para estudiar con Jacques-Louis David, el más destacado pintor neoclasicista de su tiempo. David le enseñó todos los aspectos que dominaron la pintura academicista durante ese período y Madrazo, que era buen discípulo los tomó sin rechistar. Ganó una beca para ir a Roma a continuar sus estudios y se marchó con su amigo y también discípulo de David, Jean Auguste Dominique Ingres. En 1806 ingresó en la Academia de San Lucas en la ciudad eterna y de esa época es este cuadro que presentamos. Como opositor al gobierno de José Bonaparte fue hecho prisionero en esta ciudad. Durante su encierro conoció al rey Carlos IV, quien estaba también prisionero junto con su esposa y de esa amistad, en 1813 dentro de la corte en el exilio, fue nombrado pintor de cámara. Los acontecimientos políticos se sucedieron y la invasión de las tropas napoleónicas para tomar de nuevo Roma hizo que el rey tuviera que salir de esa ciudad y con ello Madrazo perdió su título.

Tras su regreso a España, después de las convulsiones políticas de esa época, en 1818 fue encargado de reorganizar el Museo del Prado bajo los auspicios del nuevo rey Fernando VII. Creó la catalogación de las obras que se exhibían en el museo por medio de litografías, siendo el introductor de esta técnica en España. En 1823 fue nombrado director de la Academia de Artes de San Fernando y poco tiempo después del Museo del Prado, llegando a ser por ello el artista más prominente de su época en España. Murió en Madrid en 1859 después de una exitosa y fructífera carrera dentro del mundo académico.


Jean-Antoine Watteau, «La muestra de Gersaint». Óleo sobre lienzo, 1720

La muestra de Gersaint, Watteau

Julián González Gómez

La pintura rococó casi siempre muestra temas galantes de una sociedad cuyas clases más altas disfrutaban de una vida llena de placeres, libre de faenas y de una gran superficialidad. Antoine Watteau retrató a esta sociedad en muchas de sus actitudes las cuales, desprovistas de dramas existenciales, transcurrían entre diversión y monotonía. Lo que no es aparente en su pintura es la crítica sutil que está detrás de la galantería y ligereza que representaba, mostrando sin que apenas nos demos cuenta, la sordidez de unas vidas sin sentido ni trascendencia.

Watteau trabajó en la época de transición entre el reinado de Luis XIV y el de Luis XV. En esos tiempos Francia dominaba indiscutiblemente sobre toda Europa imponiendo su supremacía en casi todos los campos. En el ámbito artístico se había desprendido parcialmente del clasicismo de los tiempos del Rey Sol y se adentraba en el rococó, un estilo que a pesar de ser principalmente decorativo se extendió a las demás artes. Se considera al rococó como la última fase del barroco en Europa, si bien hubo algunas diferencias locales. En todo caso el gusto francés se imponía y el triunfo del rococó no fue más que consecuencia de esa situación. Era un estilo que podríamos llamar superficial, carente de la profundidad conceptual que había caracterizado al barroco y su ligereza combinaba perfectamente con el gusto de la nobleza, que fue el estrato donde tuvo su mayor difusión. En cuanto a la pintura, el rococó se nutrió de varias fuentes, entre ellas la pintura de algunos maestros flamencos del siglo anterior, sobre todo de Rubens y en menor medida de Jordaens. Temáticamente su repertorio fue, si bien extenso, menor que en el barroco. Al final de cuentas, el rococó no era más que el reflejo de la sociedad aristocrática de su tiempo, con su vida relajada e ignorante de lo que acontecía a su alrededor. No olvidemos que en esta misma época se empezó a gestar la ilustración y la revolución científica que dieron paso a lo que se podría denominar como el mundo contemporáneo.

En este cuadro, que por cierto fue la última gran obra que pintó antes de su prematura muerte, Watteau muestra el interior de la tienda del marchante Gersaint, amigo suyo y vendedor de sus cuadros. El formato es excesivamente horizontal pero hoy muestra una distorsión y es que Watteau lo pintó con la parte superior en forma de arco y años después otro pintor le agregó las dos enjutas que hacían falta para que el formato quedara rectangular. La intención era que el cuadro fuese colocado en el exterior de la tienda de Gersaint protegido de la intemperie por un toldo, pero se vendió casi de inmediato al ser colocado ahí. El cuadro pasó por diversos dueños hasta que lo compró Federico II de Prusia y desde entonces quedó en las colecciones reales en Berlín.

La escena está teatralmente dispuesta abriéndose hacia el espectador. La composición está dividida en dos partes muy marcadas, articuladas por la puerta central. La perspectiva cónica presenta una conformación en la cual aparece en primer término un embaldosado a modo de vestíbulo que nos introduce en la sala. Un extraño perro nos recibe por la derecha. De las distintas paredes cuelgan cuadros de varios autores, modernos y antiguos, colocados unos encima de otros en un muestrario variopinto. Los protagonistas son diversas personas que han acudido a la tienda para ver si adquieren una pintura de la colección. Cerca del lado derecho, mostrando un cuadro de forma ovalada a unos clientes se encuentra el propio Gersaint. Enfrente de él un cliente se ha agachado para observar con atención un detalle del cuadro y junto a él se encuentra una mujer que también mira con atención. La mujer que está sentada al lado del cliente parece estar más ocupada en charlar con los personajes que se encuentran detrás de la mesa que en el cuadro. Estos personajes no están más que pasando el tiempo. Tal vez ya vieron las obras y ninguna les interesó o quizás sólo se están relajando por la tarde. Por el lado izquierdo los ayudantes de Gersaint están ocupados extrayendo dos cuadros de una caja, los cuales irán a ocupar algún espacio en las paredes. Un matrimonio está cerca de ellos, pero no parecen estar tampoco muy interesados en las obras. En fin que sólo hay dos visitantes que se muestran con interés, mientras que los demás sólo parece que han llegado de visita sin más.

Jean-Antoine Watteau nació en Valenciennes, ciudad flamenca que desde hacía poco pertenecía a Francia, en 1684. Sus primeros pasos en el arte los dio en su tierra natal, trasladándose en 1706 a París, donde continuó su formación. Al tiempo participó en el concurso del Prix de Rome con la idea de ganarlo y así recibir una beca para estudiar en Roma pero fracasó. Ante esta situación regresó a su tierra natal en 1706 donde se dedicó a pintar escenas de la soldadesca y las posadas, fuertemente influenciadas por la pintura flamenca y holandesa del siglo XVII.

En 1708 regresó a París, estableciendo numerosas relaciones con el mundo teatral, el cual empezó a representar en numerosos cuadros. En 1712 fue nombrado agregado a la Academia. De esta época provienen sus primeros cuadros galantes y rococó. Se convirtió en un pintor altamente reputado en la capital francesa por sus cuadros de la sociedad y el teatro. Enfermo de tuberculosis se instaló en 1720 en casa de su amigo y marchante Gersaint, pero en 1721 murió en la localidad de Nogent-sur-Marne.


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