Berthe Morisot, «Un día de verano». Óleo sobre tela, 1879

Julián González Gómez

Berthe_Morisot_-_Sommertag_-_1879.jpegDos jóvenes mujeres pasean en lancha en el remanso de un río de aguas tranquilas que reflejan el azul del cielo. Es una imagen diríamos idílica que refleja, como en una instantánea, un momento de relajamiento y abandono. La belleza de esta imagen se manifiesta de múltiples maneras, no solo por la anécdota que está presente, sino también por la gran armonía en la composición de los colores, los sutiles efectos de la luz y sobre todo por la atmósfera que impregna toda la escena, una atmósfera delicada, vaporosa, tal como solo los pintores impresionistas sabían representar en sus cuadros.

La técnica que empleó la artista es típicamente impresionista, basada en pinceladas gruesas y libres, que solo esbozan las formas, sin definirlas completamente. En este caso las pinceladas parecen descuidadas si se mira de cerca el cuadro, pero todo comienza a adquirir sentido de las formas conocidas conforme uno se va alejando y solo entonces se puede apreciar la magia del impresionismo. La escena es de tal frescura que evidentemente la pintora la realizó en el mismo lugar, tal vez poniendo su caballete y sus pinturas sobre la misma lancha en la que están sentadas las dos jóvenes. El cuadro es de pequeñas dimensiones, algo que era necesario para poder transportarlo y ejecutar la pintura al aire libre. Por motivo también de sus pequeñas dimensiones se hacen más evidentes las pinceladas, sobre todo las que definen los reflejos en el agua.

La composición no está muy estudiada, tal como corresponde a una obra ejecutada en el mismo lugar de una manera lo más espontánea posible. La joven de vestido claro ocupa el centro de la composición, mientras que el balance asimétrico lo establecen a la izquierda la otra joven y a la derecha los patos que están posados sobre el agua. El borde de la lancha marca una diagonal que rompe con el patrón simétrico y le da a la composición no solo variedad, sino también dinamismo y además sugiere la división en los diversos planos que le dan la profundidad a la imagen. Así, el primer plano es el del interior de la lancha con las dos mujeres sentadas, el segundo plano está completamente definido por el agua y sus reflejos y el tercer plano es el prado y los árboles que ocupan la parte superior de la imagen. No hay espacio para el cielo y esto seguramente fue hecho con la intención de que fueran los elementos acuáticos y vegetales los que sugiriesen y definieran las luces y la atmósfera general. El resultado es un esquema por demás simple, pero muy efectivo.

Morisot fue capaz de ejecutar con sus pinceladas básicas y rotundas la cualidad de los colores de la naturaleza en un momento único y especial. La armonía entre los azules y verdes es realmente extraordinaria y demuestra la maestría de esta pintora en lo que a combinaciones cromáticas se refiere. Como contrapunto a los azules del agua, la artista pintó la sombrilla que está sobre las piernas de la joven del centro en un color azul muy vivo, pero lo suficientemente matizado como para que no robara el protagonismo a los demás elementos cromáticos. Los colores complementarios los dan la borda de la lancha y el asiento de la misma.

Berthe Morisot fue la pintora impresionista más destacada de su época. Tuvo el coraje de dedicarse a una actividad que siempre fue patrimonio exclusivo de los varones y alcanzar el éxito. Se destacó como una sobresaliente pintora en todas las exposiciones que realizaron los impresionistas en el último tercio del siglo XIX e incluso fue quien logró que Edouard Manet se integrara al grupo de estos artistas que por ese entonces eran considerados unos renegados por la crítica. En efecto, gracias a su amistad con los miembros de este grupo logró desarrollar las técnicas del impresionismo de una manera sobresaliente y gracias a su talento ser considerada un miembro más, a pesar de su condición de mujer.

Proveniente de una familia de la alta burguesía, nació en Bourges, Francia en 1841. Sus padres fomentaron su inclinación artística, como también la de su hermana y ambas iniciaron estudios de pintura al mismo tiempo. En 1860 Berthe conoció al pintor Camille Corot quien la aceptó como discípula en su taller y al mismo tiempo la introdujo en los círculos artísticos. El gusto por el paisaje se lo debió Berthe a su formación con Corot, destacado miembro de los paisajistas de la escuela de Barbizon. Participó por primera vez en el Salón de París de 1864 con dos paisajes y siguió exponiendo en el mismo hasta 1874, año en el que se vinculó definitivamente al grupo de los impresionistas y participó en la primera exposición de estos como salón alternativo.

Los impresionistas aceptaron con gusto su participación no solo por su amistad con ella, sino sobre todo por sus grandes dotes como pintora, algo que era evidente para Monet, Renoir, Pisarro y los demás. Su amistad con Manet data de 1868, cuando este artista todavía se desenvolvía en los ámbitos del arte oficial. Poco a poco Morisot influyó en Manet, hasta que lo convenció de unirse, al menos provisionalmente, al grupo de los impresionistas. En 1874 se casó con Eugène, hermano de Manet, pero siguió con su actividad artística, al mismo tiempo que atendía sus obligaciones de esposa y madre. Manet le hizo un famoso retrato en 1872 en el que se puede ver a una joven de rasgos atractivos, grandes ojos oscuros y una mirada muy penetrante. La temática que la distinguió siempre fue no solo el paisaje, sino además las escenas de mujeres y niños representados en ambientes domésticos.

La muerte de Manet en 1883 y luego la de su esposo en 1892 hicieron que su paleta se ensombreciera, denotando una fuerte crisis emocional. Murió en París en 1895 y sus restos están enterrados en el cementerio Passy en esta misma ciudad.


Camille Pisarro, «Boulevard Montmartre, tarde de primavera». Óleo sobre tela, 1897

Julián González Gómez

Camille_Pissarro_-_Boulevard_Montmartre,_Spring_-_Google_Art_ProjectEn una amplia perspectiva cuya fuga se extiende hacia el infinito, la avenida parisina de Montmartre está abarrotada de carruajes y transeúntes en pleno movimiento. La escena está dotada de una gran vivacidad y parece que todo el mundo se dirige de un lado al otro, hasta los que están parados viendo a los demás muestran gran animación, la vida del París de la Belle Epoque. Contrario a lo que su nombre sugiere, esta avenida no está situada en las colinas de Montmartre, sino que es una extensión hacia el Este del Boulevard Haussmann y está ubicada en una de las secciones más céntricas de la ciudad, de ahí su gran afluencia. Producto de las reformas urbanísticas que llevó a cabo el intendente de París, el barón Haussmann, entre 1852 y 1870 por órdenes de Napoleón III. Este boulevard tiene amplias visuales, acompasadas por los edificios de entre cuatro y cinco plantas con mansardas en sus remates y su gran anchura responde a varios requerimientos entre los que se encuentran la capacidad de sostener un alto tránsito en amplias calles y capacidad de locomoción de muchos transeúntes en sus anchas aceras. Pero también se contempló el crear estas dilatadas avenidas para facilitar el transporte de tropas que respondiesen rápidamente ante cualquier sublevación y su ancho no hacía fácil la construcción de barricadas, lo cual permitiría un eficiente control por parte del ejército y la policía. Las insurrecciones de 1830 y 1848 lograron un gran éxito en buena parte porque los sublevados de París levantaron efectivas barricadas en las estrechas y tortuosas calles medievales en la ciudad, interrumpiendo el accionar de las tropas que necesitaban de más espacio para sus maniobras. Napoleón III tomó nota de esto y ordenó crear un plan en el que las avenidas fuesen ante todo anchas y rectas y Haussmann así lo hizo, demoliendo grandes zonas de la ciudad para la construcción de estas reformas.

La escena urbana está retratada en horas de una tarde de primavera, a eso de las 5:00, bajo un luminoso cielo de nubes algodonosas. La mitad derecha, que está ubicada en la sombra por la dirección de la luz vespertina, muestra numerosos detalles, sobre todo en los remates de los edificios con muchas chimeneas, aunque la mayor parte de esta sección la ocupa el follaje de los árboles, que dejan ver parcialmente la parte más cercana de la acera. Del lado opuesto y bañados por una suave luz, los edificios se encuentran en una perspectiva más cerrada debido al punto de vista desde el que fue pintado este paisaje urbano. En esta parte destacan los parasoles, que proveen de sombra a los transeúntes que contemplan los escaparates.

La paleta que utilizó Pisarro para este cuadro es más bien austera, con pocos colores, aunque los que están presentes contienen numerosas variantes tonales, todas ellas manejadas por la mano de un maestro de la pintura impresionista que resolvió con gran eficacia la dificultad más grande que muestra la escena: la de representar convincentemente el follaje de los árboles que están en la sombra y alejándose de la vista del espectador y lo logró utilizando ínfimas variaciones de verde, amarillo y gris. Debido a las cualidades de los matices de la luz vespertina, Pisarro bañó todo el panorama de un tenue amarillo, muy diluido, que tiñe los abundantes grises que de otra forma opacarían la visión general. Pese a todo, el cuadro es casi monocromático, salvo por los luminosos verdes de los árboles y algunos pequeños toques de dorados en los carruajes y los faroles. Las pinceladas son ágiles y apenas esbozan las numerosas figuras que carecen de detalle y aun así están lo suficientemente bien dispuestas como para reflejar acertadamente cada individualidad dentro del conjunto. Es un cuadro sintético y luminoso, una instantánea de un momento preciso y único en el que el artista llevó al límite las cualidades del impresionismo.

Jacob Abraham Camille Pissarro nació en Saint Thomas, isla de las Antillas que por ese entonces pertenecía a Dinamarca, en 1830. Era hijo de un próspero comerciante judío sefardí proveniente de Burdeos y de su esposa, de origen dominicano. Enviado a estudiar a Francia por sus padres, Camille retornó a Saint Thomas en 1847 para ayudar en el negocio familiar, pero ya traía el gusto por el dibujo y la pintura, que seguramente adquirió en sus años de estudio y prefirió dedicarse a cultivar su talento artístico antes que a los negocios para consternación de su padre. Debido a la oposición de su familia a que se dedicase a ser pintor como pretendía, abandonó Saint Thomas en 1852 y se trasladó a Venezuela acompañado por su profesor. Residió en Caracas y La Guaira llevando una vida de aventurero, en la que sin embargo encontró tiempo para realizar numerosos paisajes y escenas de costumbres.

En 1855 se trasladó a Francia de nuevo, esta vez a la localidad de Passy, en la Alta Saboya, donde se inscribió en la Escuela de Bellas Artes local. En esta escuela recibió una formación clásica de marcado carácter conservador en la cual los modelos eran las obras de artistas como Delacroix y sobre todo Ingres. Pisarro se adhirió más a la pintura de autores como Millet y Courbet, de marcado carácter realista, alejado de los modelos académicos y comenzó a pintar paisajes rurales al estilo de Corot. Dejó la Academia y se instaló por un tiempo en el taller de Anton Melbye y después, en 1859 se marchó a París para inscribirse en la academia del padre Suisse, donde conoció a Monet, Guillaumin y Cézanne, con quienes le unió una entrañable amistad que se prolongó a lo largo de toda su vida y con los que comenzó a pintar en comunidad. Montó un taller de humilde condición y expuso en los salones de 1864 y 1865 sin mayor resonancia. Por esta época empezó a frecuentar los círculos anarquistas, de los que se hizo partidario y después activista.

Cuando estalló la guerra franco prusiana en 1870 abandonó Francia y se instaló en Londres con Monet, pintando numerosas escenas de la ciudad y dando forma al movimiento que después se llamaría impresionismo. A su regreso a Francia participó en la primera exposición impresionista en París en 1874 y fue el único pintor que participó en todas las exposiciones de este grupo hasta 1886. Pisarro, a pesar de su amistad y trabajo conjunto con otros artistas, fue más bien un solitario anarquista al que el campo llamaba insistentemente, por lo que la mayor parte de su vida en los siguientes años la pasó en el ambiente rural pintando paisajes de varias regiones, en medio de una situación económica siempre precaria. En la década de 1880 participó por un tiempo en los experimentos puntillistas que llevaban a cabo por ese entonces Seurat y Signac, pero luego abandonó este estilo. En 1895 contrajo una enfermedad ocular, por lo que se vio obligado a vivir en París y comenzó a pintar series de paisajes urbanos, a una de las cuales pertenece la obra que presentamos aquí. Pisarro murió en París en 1903, siendo reconocido como uno de los más importantes pintores impresionistas.


Henri Rousseau, «La gitana dormida». Óleo sobre tela, 1897

Julián González Gómez

la-gitana-dormida-henri-rousseauDurante una clara noche de luna llena, en un paisaje desértico, carente de vegetación y de alguna señal de vida, bañado por un tranquilo mar, una mujer de piel oscura yace dormida, totalmente inconsciente de lo que está ocurriendo a su alrededor. La mujer, que está acostada sobre una manta de diseño a rayas y lleva un vestido con ese mismo patrón, porta un pequeño báculo, quizás un bastón, en su mano derecha y a su lado hay dos extraños y disímiles objetos: una bandola y un jarrón de cerámica. Un león macho, de cabellera muy clara, se ha colocado a su lado y parece husmear el cuerpo de la mujer. El león muestra curiosidad pero parece inofensivo, nada indica que pueda estar a punto de atacar.

La escena es de una gran paz, acentuada por el suave colorido pastel de todos los elementos que hay en el cuadro. El color azul del claro cielo invade la totalidad de la parte superior, creando un agradable contraste cromático con los tonos terrosos que abarcan la parte inferior. El león parece ser el nexo entre estas dos mitades verticales, como si perteneciera a dos mundos, el terreno y el celestial. En cambio la mujer, tendida en el suelo, parece pertenecer únicamente al ámbito terrenal. La luna parece observar y sancionar la escena, como único testigo del suceso que está aconteciendo.

Se puede asumir con relativa seguridad que la bandola pertenece a la mujer y se dedica a tocar este instrumento como razón de vida, al fin y al cabo y según lo expresa el título es una gitana. En cambio la jarra resulta más engañosa en cuanto a su simbología, bien podría contener agua o quizás una poción mágica. Con muy pocos elementos, se diría que los mínimos, el artista ha construido un universo total y centrado en sí mismo. En todo caso, la poética de la imagen es de gran intensidad, muestra un mundo que parece ser a la vez onírico y real. No es de extrañar que unos treinta años después de que este cuadro fue pintado los surrealistas lo admirasen y tuviesen a su autor como uno de los precursores de su movimiento.

En la época en que Henri Rousseau desarrolló su obra, esta era considerada como primitiva e ingenua por la crítica. Rousseau era un pintor de una tendencia que después se llamó “arte naif” o también “arte ingenuo”, ya que nunca había recibido una educación formal en artes e ignoraba el uso de las sofisticaciones que eran propias de los pintores profesionales como la perspectiva, el tratamiento de los escorzos o las adecuadas técnicas relativas al manejo del dibujo y el color entre otras. En general se consideraba al arte naif como una tendencia menor y se caracterizaba por la ingenuidad y espontaneidad con las que se afronta el hecho de pintar. En esta tendencia domina el autodidactismo, así como los colores brillantes y contrastados y la perspectiva captada por intuición. Muchos consideran que el arte naif está ubicado en una categoría similar a la del arte infantil.

Sin embargo, a lo largo del siglo XX el arte naif fue revalorizado por las vanguardias y colocado en un sitial de gran prestigio por sus innegables cualidades y también fue considerado entre algunos artistas, con Picasso a la cabeza, como el único arte auténtico, ya que estaba libre por definición de los prejuicios academicistas. Rousseau se convirtió en una celebridad en el mundo de las primeras vanguardias, que celebraron con gran entusiasmo sus obras llenas de cálidos y encantadores colores y de exóticos paisajes, muchos de ellos de densas selvas tropicales. Este cuadro en particular, fue pintado por Rousseau en 1897 y fue expuesto en el XII Salón de los artistas independientes, luego intentó vendérselo sin éxito al alcalde de su ciudad natal, Laval. El cuadro fue a parar a la colección de un comerciante de París y en 1924 fue descubierto por un crítico de arte, Louis Vauxcelles, que escribió una columna donde lo alababa por su gran poética. Ese mismo año fue adquirido por el marchante Daniel-Henry Kahnweiler y en 1939 fue adquirido por el millonario Simon Guggenheim, quien se lo llevó a Estados Unidos y luego lo cedió al Museo de Arte Moderno de Nueva York.

A todo esto, Rousseau había muerto muchos años antes, sumido en la pobreza y, salvo por el reconocimiento de los fauvistas y los cubistas, olvidado por todos. Henri Julien Félix Rousseau nació en Laval, en las cercanías del Loira, en mayo de 1844. Su padre se dedicaba a la hojalatería y al parecer tenía un negocio en el que le iba bien, pero en 1855 se vio en la quiebra y la familia se quedó prácticamente en la calle. Henri, que tenía por entonces once años y estaba en la escuela, tuvo que combinar sus estudios con diversos trabajos sencillos que realizaba para ayudar a su familia a sobrevivir. Al terminar la escuela trató de matricularse en la Facultad de Derecho de su ciudad natal, pero solo pudo estudiar durante un breve período, incapaz de hacer frente a los costos de una educación universitaria. Su primer trabajo formal fue como pasante en un bufete en la ciudad de Angers, pero al tiempo fue despedido. Más tarde, en 1863, se unió al ejército y durante los siguientes cuatro años estuvo destacado en un regimiento de infantería, donde parece que conoció a algunos de los veteranos de la expedición francesa en México, que le hablaban de los exóticos paisajes y gentes de esa tierra lejana, lo que hizo que su imaginación empezara a concebir los paisajes que después plasmó en sus cuadros.

Al salir del ejército, en 1868 se casó y formó un hogar en el que con el tiempo nacieron siete hijos, de los que solo una niña llegó a la adultez. Ese mismo año se trasladó con su esposa a París, donde consiguió un trabajo en la Oficina de Recaudación de Arbitrios, donde se convirtió en recaudador de aduanas. Fue por ese trabajo que llegó a ser conocido en el mundo del arte como “el aduanero”. Rousseau había empezado a pintar por su cuenta después de cumplir cuarenta años y se fue tomando cada vez más en serio esta ocupación, al grado de que en 1893 se retiró de su puesto en el Estado para dedicarse de lleno a la pintura. Como nunca tuvo una educación en artes, pintaba aquello que su inspiración le dictaba y utilizaba como modelos diversos elementos que veía en museos y exposiciones, entre estas animales disecados y objetos de tierras lejanas y exóticas que encendían su imaginación.

En 1888 falleció su esposa y Rousseau, en situación precaria, fue acogido en la casa del escritor Alfred Jarry. En 1899 volvió a contraer matrimonio y se fue a vivir con su nueva esposa, pero su situación económica siguió siendo difícil. Se relacionó con gran cantidad de los artistas que por ese entonces había en las calles y vecindarios de París y logró hacer algunas exhibiciones de sus cuadros, sin gran éxito. Terminó vendiendo sus obras en las calles parisinas por unos pocos francos, cuando lo descubrió Picasso, que hizo una fastuosa fiesta en su honor. Murió en París en París, a los 66 años.


Paul Gauguin, Arearea (jovialidad o diversiones). Óleo sobre tela, 1892

Julián González Gómez

Paul_Gauguin AreareaUna escena del paraíso, seres humanos y naturaleza en comunión armoniosa, la música habita en el paisaje y en el corazón de las personas e incita la curiosidad de un perro anaranjado que se acerca. Dos mujeres de piel cobriza están sentadas a la sombra de un frondoso árbol, rodeadas de flores y plantas silvestres; una de ellas toca la flauta y la otra la escucha mientras nos mira a los ojos con una tenue sonrisa. Más atrás, otras tres mujeres danzan enfrente de un gran ídolo que parece como si las observara impasible. Un río teñido de tonos rojos se desplaza a lo largo de todo el cuadro, flanqueado por una playa arenosa y un claro en el bosque de oscuros árboles. No hay temporalidad, tampoco drama ni condición alguna que se aparte de una serena paz. Nada amenaza a este edén.

Gauguin, quien muy a su pesar era en el fondo un místico, encontró en Tahití el entorno adecuado para expandir su espíritu hacia el infinito. Cansado, decepcionado del mundo, pudo constatar que la naturaleza salvaje y primitiva se encontraba más cerca del ideal de vida que siempre había querido alcanzar, sin importar el costo que había que pagar por ello. Ese ideal pasaba por un encuentro con los aspectos más esenciales de la condición humana, con la autenticidad del ser que afronta la existencia desde una perspectiva desde la cual se sabe parte de algo que es más grande que él mismo. Consciencia de la finitud ante lo inconmensurable sin agregados de una civilización que sabe superflua e inconsistente. Armonía con la creación, sin más pretensión que la de expresar las ideas como lo haría un niño.

La construcción de Arearea es muy simple y básica, con las figuras ocupando grandes porciones del cuadro. Las figuras fueron primeramente trazadas con un color ocre oscuro, luego se trataron con colores planos, solo los cuerpos de las dos mujeres llevan ligeras sombras que les otorgan relieve. La vista es frontal y la línea del horizonte se sitúa a la altura de los ojos de la mujer que lleva vestido blanco, lo que insinúa que estamos en la posición de alguien que está sentado enfrente de ella. Los colores, densos y de una amplia gama cromática, fueron realizados con pigmentos mezclados con cera, lo cual le brinda más brillantez a la pasta. Gauguin aplicó los colores directamente sobre el grueso tejido de cáñamo, sin aplicar primero una imprimación y esto hace que cuando se contempla el cuadro se puedan ver gran cantidad de brillos que se reflejan en el relieve de la tela. En la parte inferior derecha se puede ver el título del cuadro y también la firma de Gauguin, que luego borró parcialmente.

El tratamiento del paisaje es más complejo, ya que Gauguin ha trabajado los elementos en forma de superficies coloridas y abstractas y no como la representación objetiva de un paisaje. Su pretensión era la de generar ideas en la mente del observador solamente a través de líneas, planos y superficies que no representaban absolutamente nada, pero que se podían asociar con pensamientos, tal como lo hace la música. Las dos mujeres protagonistas del cuadro han suscitado muchas preguntas por parte de los investigadores, sobre todo la que lleva vestido blanco. Está sentada en posición de flor de Loto y su mano derecha toca la tierra en un gesto simbólico de unión con la tierra. Esta posición hace que su figura se asemeje a la de algunas esculturas de Buda, sobre todo una que se encuentra en un relieve del templo de Borobudur en Indonesia, del que Gauguin tenía una fotografía. Lo que sugiere es que quizás la figura de la mujer representa la pureza. Por otra parte, el color anaranjado del perro recuerda al color del hábito de los monjes budistas, lo cual refuerza la anterior hipótesis.

Por supuesto, la cultura tahitiana que Gauguin pudo observar ya había perdido gran parte de su originalidad desde que se inició la colonización francesa a principios del siglo XIX. Se impuso la religión cristiana y se obligó a abandonar los antiguos cultos animistas. Hombres y mujeres debieron tapar su desnudez y no mostrar las partes sexuales de su anatomía. Sus danzas, de fuerte contenido erótico, fueron prohibidas por los misioneros. Su organización social también se vio desmoronada ante la imposición de un gobierno foráneo. Sin embargo, Gauguin se interesó por rescatar aquellos elementos más originales de la cultura polinesia que todavía podían rescatarse. En ese sentido, la gran escultura ante la cual bailan las tres mujeres en Arearea es la diosa lunar Ina, que se unió con Taharoa, el dios del mar y así dieron origen al universo. Esta búsqueda de las raíces culturales de los tahitianos hizo que Gauguin realizara diversas esculturas y relieves alusivos a los dioses tradicionales y que a su segundo regreso a las islas desde Francia, emigrara a un entorno más primitivo, en las islas Marquesas, donde murió.

Gauguin, nació en París en 1848, provenía de una familia de clase media y por parte de su madre era descendiente de una antigua familia de Perú. De pequeño viajó con sus padres a ese país, en el que residió durante varios años, hasta que retornó a Francia donde estudió en varias escuelas para su formación básica. Al graduarse de secundaria se enroló en la marina mercante y tres años después se unió a la marina francesa, donde sirvió durante otros dos años. Al regresar de su aventura por los mares entró a trabajar en la Bolsa de París, donde se convirtió en un empresario de gran éxito con abundantes ganancias. Se casó a los 25 años con una danesa, Mette-Sophie Gad, con la que tuvo cinco hijos. Cuando los negocios en la bolsa empezaron a ir mal, se trasladó con su familia a Copenhague, donde trató de convertirse en comerciante de lonas, pero fracasó así que fue entonces su esposa la que tuvo que llevar la carga económica dando clases de francés. Gauguin era pintor aficionado y había tenido contacto con varios artistas, especialmente Pisarro, que lo animó a pintar más y poco a poco se convenció de que debía dedicarse a vivir del arte y hacerse pintor profesional, lo cual fue rechazado por su mujer y la familia de esta, por lo que se marchó a París en 1885.

Había perdido sus contactos y pasó bastante pobreza durante este tiempo, produjo algunas pinturas sin mucho éxito. Posteriormente se marchó a Pont-Aven en Bretaña, donde había una colonia de artistas. En ese tiempo hizo gran cantidad de dibujos y cuadros de paisajes y de las gentes de la región. Gauguin regresó varias veces a Pont-Aven, donde al parecer se sentía bastante a gusto con la escuela de pintura local. En 1887 se embarcó y viajó por Panamá y Martinica, donde siguió pintando y regresó al año siguiente, agobiado por la pobreza. Fue entonces cuando conoció a Vincent van Gogh y se marchó con éste a Arlés, en el sur de Francia para pintar los paisajes de la región. Pronto hubo desavenencias entre ambos artistas y esto provocó la inestabilidad de van Gogh, quien en un arranque de locura se cortó parte de la oreja. Gauguin dejó Arlés y regresó a París, donde entabló amistad con el artista Émile Bernard, que lo introdujo a los círculos post impresionistas y Gauguin, admirador del arte primitivo y sintético, empezó a desarrollar una nueva tendencia que aunaba estas facetas con una expresión fuertemente cargada de simbolismo que lo llevó a plantear una nueva dimensión en el arte representativo de su tiempo, pero sin éxito en los círculos parisinos.

En 1891 se trasladó por primera vez a Tahití, buscando nuevas sensaciones y esperando encontrar un paraíso que para él se había perdido. Tras un regreso a Francia, donde estuvo poco menos de dos años, retornó a Tahití y luego se marchó a las islas Marquesas, viviendo en la mayor pobreza, con grandes carencias y enfrentado con las autoridades coloniales. Murió en este lugar en 1903 y fue enterrado en una sencilla tumba. Sus pinturas, dibujos y los libros que había escrito fueron trasladadas a Francia, donde el galerista y crítico Vollard las empezó a exhibir, obteniendo un gran éxito económico y también sentando las bases para la expresión de un nuevo arte que emergería bajo su influencia de la mano de artistas como Picasso y Matisse.


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