Julián González Gómez
La figura de la Virgen con el niño Jesús simboliza, dejando aparte los aspectos doctrinales y teológicos, la profunda entrega que una madre hace de su amor por aquel que ha nacido de ella y lo muestra al mundo con la felicidad que emana del más entrañable de los nexos. Por su parte el niño, todavía inconsciente de su destino, nos bendice con su manita como queriendo hacernos partícipes de esta felicidad. Esta tabla, pintada por Cimabue en plena edad media, constituye una entrañable escena llena de la ternura que solo los espíritus más elevados pueden vislumbrar.
Pintada a la manera bizantina, sigue las pautas de ese arte en casi todos sus aspectos. Está representada como una Odighitria, que en griego significa “la que muestra el camino” y era una de las tres formas iconográficas de representar a la Virgen María. Las otras dos eran el ícono de la Ternura de la Madre de Dios y el ícono de la Intercesión de la Madre de Dios. La Odighitria representa a María sosteniendo al niño Jesús en sus brazos y señalándolo para indicar a los fieles que la verdad se encuentra en su persona. Muchas veces el niño porta un pergamino en su mano en el que está escrita la frase “Yo soy el camino, la verdad y la vida” del evangelio de San Juan.
En esta iconografía, María está envuelta en un clámide de color púrpura, color que se identificaba con la realeza, mientras el niño viste los colores blanco y naranja o solamente naranja, siendo el blanco el símbolo de la pureza y la luz de la Transfiguración y el naranja la Verdad y el fuego del Espíritu Santo.
Cimabue pintó la escena siguiendo casi todas las pautas de la iconografía bizantina y además agregó varios elementos novedosos como los ocho ángeles que rodean el trono divino, colocados en planos superpuestos y en la base representó una edificación que se funde en su parte superior con la base del trono. En este edificio puso a cuatro profetas de la antigüedad: Jeremías, Abraham, David e Isaías con las sagradas escrituras en sus manos. El fondo dorado no solo enriquece el cuadro, sino además pone en especial relieve a las figuras.
Pero no toda la representación está hecha a la manera bizantina, y esto lo notamos observando con cierto detenimiento. Si bien la parte superior muestra el típico hieratismo de los íconos y la yuxtaposición de planos, la parte inferior, con el trono y el edificio, muestra una tridimensionalidad y una profundidad que anticipa la perspectiva renacentista. Además, los rostros de todos los personajes carecen de la severidad característica de las representaciones bizantinas, mostrando una notable expresividad en sus rostros, manos y posturas.
Esta obra se encuentra actualmente en la Galería Uffizi de Florencia, pero en la antigüedad estaba instalada en la iglesia de la Santa Trinidad de la misma ciudad y por esa razón recibe su nombre. Algunas fuentes afirman que es una pintura característica del gótico toscano, pero en realidad se le puede considerar una obra de transición entre las formas bizantinas, presentes en Italia desde la alta Edad Media, y las nuevas corrientes que preludian el arte del siglo XIV, con su búsqueda de las tres dimensiones, el claroscuro y el naturalismo.
Las formas bizantinas están presentes en la mayor parte de las obras de Cimabue y esto no es extraño ya que en su juventud se formó con artistas de esa nacionalidad, situación muy frecuente en el arte europeo por ese entonces en que se consideraba al arte bizantino como el más elevado y digno de imitar.
Nacido con el nombre de Cenni di Pepo en Florencia en 1240, recibió más tarde el sobrenombre de Cimabue, por el que es conocido. De sus primeros años no se tiene noticia alguna ya que no existen documentos que prueben los acontecimientos de esta época. En realidad, no se sabe casi nada de su vida y lo poco que se conoce fue descrito doscientos años más tarde por Giorgio Vasari en su libro Vidas de los más famosos pintores, escultores y arquitectos, una fuente que se ha demostrado que es poco fiable. En todo caso Vasari menciona su educación con pintores bizantinos, lo cual es evidente contemplando su obra. Se sabe que estuvo en Roma en 1272 y en Pisa en el año de 1301 y, mientras pintaba un encargo en esta ciudad, murió al año siguiente.
Dante mencionó a Cimabue en la Divina Comedia y lo ensalzó como el más grande pintor de su época y como maestro de Giotto. Esta aseveración también fue hecha un siglo más tarde por Ghiberti y Antonio Billi. Vasari confirma este hecho, lo cual colocaría a Cimabue como el padre del arte florentino del siglo XIV y antecesor del Renacimiento. Al parecer fue un pintor de gran renombre y consideración y sus obras catalogadas son muy pocas. Pero en todas ellas se advierte una nueva sensibilidad y un alejamiento de las formas tradicionales que hacen de Cimabue un auténtico innovador en el arte.
Julián González Gómez

- Pantocrátor. Mosaico bizantino, 1261.
La grandiosa iglesia de Santa Sofía (Hagia Sofía) de Constantinopla, siendo ya de por sí uno de los más sublimes tesoros de la arquitectura de todos los tiempos, guarda además inestimables tesoros artísticos en su interior, que poco a poco se han ido revelando conforme se restauran sus paredes. Entre estos tesoros destacan los mosaicos, que los artistas bizantinos trabajaron con insuperable maestría empleando pequeñas piezas de piedra o vidrio llamadas Teselas.
Este Pantocrátor es la figura central del mosaico llamado de la «Deësis» (“Súplica” en griego) y data probablemente del año 1261. Durante la cuarta Cruzada, a principios del siglo XIII, Constantinopla fue invadida por las tropas de Europa occidental, encabezadas por Venecia, que derrocaron al emperador y pusieron en su lugar a un nuevo monarca que abolió la iglesia ortodoxa de Bizancio e impuso el rito católico romano. La dominación duró 57 años, hasta que se reestableció de nuevo el catolicismo ortodoxo y una nueva estirpe de emperadores. Este mosaico no sólo conmemora el restablecimiento de la fe tradicional bizantina, sino además es considerado como el comienzo de un período de renacimiento en el arte pictórico del imperio. Ubicado en una de las galerías superiores de Santa Sofía, se considera por muchos el mejor mosaico de esta iglesia. El artista que lo ejecutó, cuyo nombre no conocemos, era un maestro consumado en este arte, ya que logró efectos cromáticos y de profundidad que nunca antes habían podido representarse con esta técnica. Además, es evidente que se vio influenciado por el arte pictórico de los maestros sieneses de ese siglo, lo que se evidencia sobre todo en los difuminados de las formas. El mosaico completo contiene las figuras de la Virgen María y Juan el Bautista, que se muestran en escorzo e imploran la intercesión de Cristo Pantocrátor en el día del juicio final. Sólo se conserva la parte superior del mosaico, ya que sufrió grandes daños al ser recubierto de estuco después de la ocupación de Constantinopla por los turcos en el siglo XV, y la iglesia de santa Sofía pasó a convertirse en mezquita.
La producción artística del imperio bizantino estaba regida por rígidas normas que establecían las características iconográficas de la representación y los elementos que debían contener. El Pantocrátor, que significa “todopoderoso” en griego, era una de las representaciones más extendidas y en su iconografía se muestra a Cristo de forma mayestática, bendiciendo con su mano derecha y con el evangelio sostenido por la mano izquierda, mientras nos mira fijamente de frente con expresión severa que impone respeto. Esta imagen imponía respeto y temor, ya que la expresión de Cristo era generalmente severa y circunspecta, a pesar del gesto misericordioso de la bendición. La aureola o nimbo que rodea su cabeza está complementada por la cruz orlada, que es el símbolo de su pasión y que en el arte bizantino estaba reservada únicamente para esta representación. A los lados del nimbo se han inscrito las tres letras griegas “ómicron, omega y ny” que significa: “El que es”, es decir, el equivalente al nombre sagrado de Dios, cuya persona nos ha sido revelada, pero cuya esencia permanece inaccesible, tal como aparece en las sagradas escrituras.
El Pantocrátor bizantino siempre iba vestido con una túnica de color púrpura, que estaba listada por una franja vertical de oro y todo él se ciñe con un manto azul. La púrpura y el oro eran atributos reservados en la antigüedad al Emperador y al ser representados en la imagen de Cristo ponen de manifiesto su realeza divina. También detrás de esta simbología de los colores se presentas otro significado más profundo: el misterio de la encarnación. De esta forma, la faja se inspira en la imagen del Apocalipsis que dice textualmente:
“Al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a un Hijo de Hombre, vestido de una túnica de talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro”. – Ap. 1-13
El color azul del manto simboliza la naturaleza humana de Cristo y es además símbolo de la misericordia divina, en consonancia con el texto bíblico de los salmos:
“Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor. Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para los que le temen”. – Sal. 102-8, 11
La Patrística, que era la disciplina teológica proveniente de los padres de la primitiva iglesia cristiana, a partir de los datos de las sagradas escrituras y mediante la interpretación de diversos conceptos de la filosofía helenística, estableció el concepto de Pantocrátor, en el cual se presentan cuatro elementos fundamentales: Omnipotencia, Omniconservación, Omnicomprensión y Omnipresencia. De esta forma, Dios es Pantocrátor porque domina todo lo creado, que es parte de él, y es además conservado en su ser, al abrazarlo y contenerlo todo en sí.
Las imágenes del Pantocrátor se solían ubicar en las cúpulas o medias cúpulas de las cabeceras absidiales de las iglesias, o bien en el tímpano de la entrada principal de las mismas, sobre todo en el arte románico de Europa occidental. En este último caso se le representaba en medio de una mandorla, con forma de almendra y rodeado por el tetramorfo, que es la representación de los cuatro evangelistas. La simbología de la mandorla reviste características especiales que se discutirán en otra ocasión, ya que en la imagen que aquí se muestra no la lleva. El concepto de Pantocrátor se relaciona también, sobre todo en la Europa románica, con el de Maiestas Domini o Cristo en Majestad. Cuando se representaba esa relación, Cristo se mostraba como el glorioso juez al final de los tiempos, durante la Parusía, proclamando su justicia para juzgar a vivos y muertos.