Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (IV)

Por: Julián González Gómez

Las grandes culturas antiguas

Reconstrucción del Zigurat de Ur, Mesopotamia, tercer milenio a.C.

Las primeras grandes culturas de la antigüedad, organizadas en estados sofisticados, surgieron predominantemente en aquellas regiones en las que había cursos de grandes ríos que eran navegables. Este es el caso de los sumerios, en Mesopotamia, con los ríos Tigris y Éufrates; los egipcios, en el valle y delta del Nilo; las antiguas culturas de la China, en el valle del Yang Tsé y las culturas de la India antigua, en el curso del río Indo. En general, los orígenes de casi todas estas culturas se hallan en el período comprendido desde el cuarto milenio a.C., hasta el segundo milenio a.C. Si bien existen muchas diferencias en cuanto a las condiciones del establecimiento de cada cultura, se puede decir que en común las antiguas organizaciones neolíticas, consolidadas con base en el predominio de los clanes y luego de las tribus, pasaron a organizarse en torno a la asociación de varias tribus bajo el gobierno de una familia aristocrática dominante o un conjunto de ellas, personificadas en la figura del rey, faraón, regidor, etc. Junto a estas castas aristocráticas surgieron las castas sacerdotales, encargadas de la administración de la religión oficial y el culto; muchos de sus integrantes fueron además los burócratas que se encargaron de la administración del Estado. A estos dos estratos se sumó el de los guerreros, que fue adquiriendo cada vez más importancia en relación a la expansión territorial y cultural del Estado, y sustentaron el sistema de poder por medio de la fuerza de las armas. La sociedad que se encontraba afuera de estas castas dominantes estaba compuesta por la población de las ciudades, entre la que se encontraban los artesanos, comerciantes y burócratas de baja categoría. Finalmente se encontraban los campesinos –que se encargaban de los cultivos, cosechas y la ganadería, para mantener a la población–, y eran la mayoría. Ellos proveían la mano de obra necesaria para la edificación de las obras públicas.

Los asentamientos urbanos dejaron de ser simples aldeas para convertirse en ciudades altamente organizadas, en las cuales sobresalían siempre los templos, las viviendas regias (palacios) y las murallas para la defensa. Hacia el final del tercer milenio a.C. se creó y consolidó la escritura, que se utilizó principalmente para llevar los registros burocráticos de la administración y después para otros usos, como el registro de los anales históricos y dinásticos. La escritura pasó por una serie de etapas en su evolución que la llevaron desde sus orígenes como pictogramas, hasta un desarrollo posterior basado primordialmente en la estructura fonética, a través de las sílabas y la creación de un alfabeto.

En general, estas manifestaciones muestran un carácter estereotipado, con base en reglas y fórmulas establecidas de antemano, no tanto por parte de los artífices mismos sino por parte de los sacerdotes y miembros de las altas jerarquías sociales. Los artífices debían pasar por un largo período de aprendizaje de las reglas y las técnicas de su quehacer, entre las cuales las más importantes eran las que definían las posturas, expresiones y atributos de las representaciones de los dioses y de los gobernantes. No se puede saber si entre los conocimientos que dominaban estaban aquellos relacionados con los aspectos cosmogónicos de su cultura; probablemente no era ese el caso, ya que estos conocimientos eran en general patrimonio de los sacerdotes. Aún así, seguramente conocían las nociones más básicas sobre estos aspectos y, por lo demás, se limitaban a seguir las indicaciones que les daban los jefes y sacerdotes.  

Es notorio que la mayor parte de estas manifestaciones, en lo que se refiere a la plástica, sean de carácter predominantemente figurativo. Es una representación de la naturaleza, pero con connotaciones trascendentes en lo que respecta a las figuras de carácter religioso y de la realeza. Los atributos de los dioses se derivan de los antiguos cultos totémicos, en los que las cualidades de ciertas fuerzas naturales y las capacidades de ciertos animales se reflejan como aditamentos en las figuras antropomorfas de las deidades y los reyes. Estos adquieren un carácter de semidioses o hasta de dioses vivientes; asimilan estas cualidades en la integridad de su persona y así se representaban.

El arte religioso es el más monumental y el de mejor calidad, tanto por las cualidades de su manufactura, como por los materiales utilizados para su elaboración. Dependiendo de las características de cada cultura en particular, se representa a las deidades con una actitud imponente y un porte hierático. Para los cultos públicos se muestran como dioses poderosos y graves; figuras que imperan sobre la vida y la muerte de los hombres y nadie los va a retirar de su sitial. Esto se muestra de forma más patente en el Egipto antiguo, en el cual la figura del faraón se ubica en la misma categoría que los dioses que no viven en este mundo, pero que lo gobiernan junto con él. En el caso de las culturas mesopotámicas los dioses se representan de forma menos imponente que en Egipto y lo mismo ocurre en la China antigua. Son deidades más terrestres, y, por lo tanto, más cercanas a los hombres, con quienes tienen un contacto más estrecho.

La arquitectura religiosa es casi siempre monumental, construida según las técnicas locales que se perfeccionaron a lo largo del tiempo, al igual que su composición y escala. En Mesopotamia destacan las masivas pirámides Zigurat, de gran altura, escalonadas y dotadas de largas escalinatas para ascender al templo en la parte superior, donde sólo podían ascender los sacerdotes o el rey. En Egipto hay una muestra más amplia de arquitecturas religiosas. Por supuesto, las estructuras más conocidas son las pirámides, que son los monumentos funerarios de los faraones en el período final del Imperio Antiguo y casi todo el Imperio Medio, pero existe gran cantidad de diferentes tipologías de edificios religiosos. Son muy importantes los gigantescos templos erigidos en honor a Amón en Luxor y Karnac, los templos funerarios de las dinastías del Imperio Medio, etc. En el próximo artículo nos enfocaremos en Egipto y sus expresiones artísticas.

Una característica muy importante de la arquitectura religiosa de estas culturas era su relación, en cuanto a su trazado y ordenamiento, con los esquemas celestes que los sacerdotes trazaron con base en sus observaciones astronómicas de las constelaciones, el Sol, la Luna y los planetas. El principio hermético que establece que “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba” se puede aplicar a cabalidad en el trazado de los grandes edificios religiosos. Esto implica también el desarrollo y la aplicación de principios matemáticos-geométricos en lo que se refiere al cálculo de las medidas, orientaciones y patrones compositivos. La matemática es para esta arquitectura su lenguaje intrínseco y el generador de su espacio, circulaciones y volumetría. Pero estos mismos patrones se aplicaron también en la elaboración del arte plástico, no sólo el de escala monumental, sino también en el arte mueble, la joyería, etc., presentando así por primera vez una cualidad que hasta ese entonces no se había mostrado: la composición y la ulterior definición de la representación a través de una geometría armónica, como una analogía con el orden cósmico. De esta manera se relaciona a la expresión manifiesta (el objeto “artístico” para nosotros) con el orden natural, de una forma abstracta, no sólo simbólica, sino también esencial. El objetivo no parece ser el de obtener un producto con cualidades puramente estéticas, sino más bien esenciales y, si se quiere, ontológicas.

Como resultado, el producto que posee tales características, adquiere una categoría superior a la que tienen otros productos artesanales de uso práctico, que son propios de una jerarquía menor. Las antiguas culturas, por lo que se sabe, no dejaron escritos acerca de sus reflexiones en cuanto al conocimiento que se adquiere a través de los sentidos; tampoco sobre las impresiones que se producen por esa vía. No tenían una estética de carácter autónomo. Sus ideas acerca de la belleza y de las sensaciones estaban supeditadas a un patrón que pertenecía al orden del universo, el cual regía sobre este mundo, tal y como dispusieron los dioses.


Anónimo, «La leona herida», palacio de Asurbanipal en Nínive. Alabastro, S. VII a.C.

Julián González Gómez

Leona-Herida-Palacio-de-AsurbanipalLos asirios ejercieron su poder por medio de las armas, eran temibles guerreros y fueron los primeros en utilizar el hierro en sus lanzas y espadas, gracias a lo cual se establecieron en toda la Mesopotamia y Palestina, e incluso llegaron a dominar Egipto. El poder de los asirios se debía pues, al factor militar, pero también se convirtieron en una potencia comercial, controlando las rutas de las caravanas que acudían desde el este hacia los puertos del Mediterráneo y Egipto por el oeste. Esto permitió que la sociedad asiria gozara de una gran riqueza y tuviese gustos refinados a pesar de su vena guerrera, la cual acabó abruptamente con la toma y destrucción de Nínive por los medos en el siglo VII a.C. La ciudad de Nínive era una de las más grandes de la antigüedad, se extendía por más de 50 kilómetros en su parte más larga y unos 20 kilómetros a lo ancho de un paraje en la orilla oriental del río Tigris. Fue la última capital del reino asirio, que alcanzó su máximo esplendor entre los siglos IX y VI a.C. y cuyo postrer monarca de gran renombre fue Asurbanipal, mencionado en múltiples textos de la antigüedad, incluyendo la Biblia.

Siendo de origen bárbaro, los asirios en su expansión adoptaron muchas de las tradiciones artísticas del sofisticado imperio babilónico, al cual finalmente lograron conquistar. Estas tradiciones se manifestaban entre otras cosas por un arte escultórico de una calidad desigual, alcanzando su mejor expresión en la representación de los elementos de la naturaleza y escenas de batallas. La otra influencia notable en el arte escultórico asirio fue la del pueblo de los hititas, que eran sus vecinos hacia el noroeste y que probablemente les enseñaron la talla en piedras semiduras. Los más abundantes ejemplos del arte asirio se encuentran en las ruinas de los palacios, en especial en el palacio de Khorsabad y en el palacio de Asurbanipal, este último en Nínive. Precisamente en las ruinas de este palacio fueron hallados en el siglo XIX unos magníficos relieves en los que aparece el rey en un carro o a pie cazando leones en escenas de gran naturalismo y vitalidad. No cabe duda que el artista o el grupo de escultores que tallaron estos relieves eran maestros consumados de su oficio, creando escenas que sobrepasan por mucho lo estereotipado del arte propagandístico, que al fin y al cabo era el propósito de estas escenas. El rey caza leones, animales dotados de gran fuerza y fiereza, de espíritu noble y aguerrido, y los somete quitándoles la vida.

Hay dos escenas en especial que llamaron la atención desde que fueron expuestas por primera vez en el Museo Británico y en ellas se pueden ver únicamente a los leones, que han sido atravesados por las flechas del rey pero que todavía no han muerto. La obra que presentamos hoy es uno de esos dos paneles y fue nombrada desde su descubrimiento como “la leona herida”. En el panel se puede ver el relieve de una leona en cuyo cuerpo se han clavado tres flechas, una de ellas en el inicio del cuello y las otras dos a lo largo de su espalda. Por las heridas mana abundante sangre y evidentemente una de las flechas ha atravesado la columna vertebral del animal y le ha paralizado toda la mitad de su cuerpo. Los cuartos traseros están postrados y la leona se arrastra sin poder moverlos, sosteniéndose únicamente con las dos patas delanteras. Las heridas son fatales y seguramente la leona va a morir pronto, pero aún es capaz de alzar su cuerpo moribundo para emitir un rugido a su agresor en un postrero acto de reclamo o quizás de reto, como si se negase al sometimiento último. El dolor del animal es evidente y nos conmueve por la maestría de su ejecución. Toda la atención se centra en este cuerpo herido porque no existe en la escena ningún otro elemento que lo acompañe, tal solo la línea horizontal que es el suelo donde está a punto de caer.

Los detalles de la anatomía del animal están cuidadosamente ejecutados, como la musculatura, especialmente la tensión de los músculos de las patas delanteras que aún la sostienen y en la cabeza, las orejas echadas para atrás, los bigotes y la poderosa dentadura. Las patas traseras, paralizadas, yacen todavía con los músculos contraídos y la cola está caída y no muestra vida. Es indudable que el escultor que realizó este relieve tuvo que tomar apuntes del natural y quizás fue testigo de un hecho similar en una cacería. Nada ha escapado a su ojo crítico y observador, no sólo por la perfección y exactitud de los detalles, sino también por lo dramático del momento, que supo transmitir con maestría sin igual.

Mucho se ha discutido acerca de la simbología de este magnífico relieve, por ejemplo si la leona representa a un aguerrido pueblo que se resistió al embate de los ejércitos asirios, o bien que si la furia que muestra está asociada al valor del rey. Al final todas son especulaciones y, si bien es cierto que el conjunto de estas escenas pretenden demostrar que Asurbanipal era un rey valiente y un aguerrido cazador, todo queda desplazado por la magnificencia de este soberbio y valiente animal que se muestra aquí en el último instante de su existencia y que no se ha doblegado ante la tragedia inevitable.


Departamento de Educación
Calle Manuel F. Ayau (6 Calle final), zona 10
Edificio Académico, oficina A-210
Guatemala, Guatemala 01010