¿Qué será del arte después de la COVID-19? Radiografía de una realidad que superó a la ficción

Martín Fernández-Ordóñez, curador de Casa Popenoe, responde a esta compleja pregunta en el ensayo que les presentamos en el enlace. Fernández-Ordóñez analiza la situación de algunas de las principales instituciones del mundo del arte durante la última década, hasta llegar al contexto guatemalteco actual.

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Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (II)

Por: Julián González Gómez

El período Paleolítico

¿Podrían considerarse como arte las representaciones de animales, personas y objetos que fueron elaborados por el Homo sapiens en la prehistoria? Estas manifestaciones corresponden a diferentes períodos y culturas en sociedades primitivas, cuyos alcances no sobrepasaban más que la abstracción de una pequeña cantidad de conceptos, todos ellos relacionados con los medios de supervivencia y el entorno. La prioridad de estos individuos era evitar su extinción y, para ello, aprovechaban lo más que podían las cualidades del medioambiente en el que se desenvolvían. Las pinturas encontradas en las profundidades de las cavernas, los objetos tallados en piedra, hueso, concha o marfil y las piedras organizadas en distintas formas para crear espacios y volúmenes, son los únicos vestigios que han quedado de sus representaciones; las cuales, de acuerdo a un criterio absoluto (tal como se manejaba hace tiempo), no pueden considerarse necesariamente como arte.

Venus de Willendorf, 28,000-25,000 a.C.

Su valor, ante todo, es muy grande en cuanto a que son vestigios históricos y culturales que evidencian una parte de su pensamiento simbólico y, seguramente, también de su visión del mundo. Si ligamos los principios de la estética tradicional a estas consideraciones, podríamos afirmar que algunas de ellas manifiestan ciertas cualidades: simetría especular, armonía compositiva, armonía del color, ritmos, proporción (relativa) y una concepción bastante adelantada del naturalismo. Se puede afirmar también que los individuos que las realizaron eran, por decirlo así, artesanos que poseían conocimientos adelantados de las técnicas para su realización y también una habilidad especial para su caracterización. Indudablemente, tuvieron que pasar por un período de aprendizaje y ante todo de reflexión que les permitía alcanzar la síntesis adecuada para la representación de símbolos y la manipulación de su interpretación.

Los primeros vestigios de estas representaciones fueron estudiados y registrados a mediados del siglo XIX y en esa época no fueron considerados como obras de arte, de acuerdo a los patrones en boga por entonces, los cuales estaban enfocados exclusivamente en las Bellas Artes. Tampoco se especuló sobre sus funciones o propósitos, aunque algunos estudiosos propusieron que su función era únicamente de carácter estético, lo cual muy pronto se demostró que era falso. Hasta hoy no se sabe cuál era efectivamente el propósito de elaborar estas representaciones y se ha supuesto que formaban parte de rituales mágico-religiosos o de índole similar, pero en la mayoría de casos estas explicaciones sólo son hipótesis establecidas con mayor o menor respaldo.

Desde sus primeros hallazgos y clasificaciones hasta la actualidad, se han podido establecer distintos períodos de elaboración de estas representaciones y sus características. Algunas de ellas, las más primitivas, se remontan al final del Paleolítico inferior y al Paleolítico medio (desde hace unos 500,000 años, hasta unos 30,000 años). Por consiguiente, no provienen del Homo sapiens, sino de algunos de sus antecesores, incluyendo la especie de los Neandertales. La clasificación que se emplea más comúnmente es la que estableció Leroy Gourhan mediante un cuadro crono-estilístico del Arte Paleolítico. Los vestigios más antiguos están clasificados en la etapa llamada “Período Pre-figurativo” y consisten generalmente en incisiones realizadas en huesos o piedras y son abstractos; en esta categoría también se incluyen algunos artefactos tallados con un fino acabado que supera las necesidades prácticas, lo cual ha inducido a pensar que en esas etapas ya se había desarrollado cierto sentido estético. El siguiente período, llamado “Figurativo Geométrico”, abarca desde fines del Paleolítico medio, hasta los inicios del Paleolítico superior (desde hace unos 40,000 años, hasta unos 30,000 años) y se caracteriza por el inicio del geometrismo, algunos signos e ideomorfos y representaciones parciales y sintéticas de animales. En este caso, se ha podido comprobar que las manifestaciones provienen únicamente del Homo sapiens. En el siguiente período, llamado “Figurativo sintético elemental” (desde hace unos 27,000 años, hasta 20,000 años) ya encontramos las primeras estructuras espaciales (¿arquitectura?), figuras detalladas de animales dibujados con rasgos anatómicos y muchas de las llamadas “Venus”, que son figurillas femeninas estilizadas, con exageración de sus atributos sexuales. El cuarto período, llamado “Figurativo sintético evolucionado” (desde hace unos 20,000 años, hasta 15,000 años) es más extendido y también el más estudiado; en él aparecen representaciones de animales en tres cuartos y con microcefalia; además aparece por primera vez la representación de movimiento. El quinto y último período se llama “Figurativo analítico” (desde 15,000 hasta 12 o 10,000 años) y se caracteriza por el desarrollo masivo del arte mueble (esto es un elemento realizado sobre un objeto de dimensiones limitadas y manejables, es decir, que pueden ser transportados por el ser humano), los santuarios interiores cubiertos de losas de piedra y las representaciones más realistas. A lo anterior se suma en las pinturas rupestres el modelado en relieve, contornos difuminados, simulación de pelaje y la bicromía. Cada uno de estos períodos presenta sus propios convencionalismos y estereotipos, de acuerdo a los rasgos culturales y regionales que enmarcaron su creación.   

Bisonte de la cueva de Altamira, 16,000 a.C.

En las primeras décadas del siglo XX se acuñó el término “arte rupestre” para clasificar las pinturas de las cuevas y las figurillas talladas; otro término que se aplicó fue “arte del paleolítico”, clasificación en la que se incluyó a las representaciones pictóricas y tallas de distintas culturas primitivas. Entonces, el término “Arte” empezó a abarcar nuevas categorías, antes ajenas a esta consideración, lo que es signo de que las fronteras establecidas de acuerdo a una clasificación estricta fueron sobrepasadas y se volvieron inclusivas. Por ello es que, en los tiempos modernos, el mundo del arte ha aceptado y asimilado determinadas representaciones que están caracterizadas por cualidades o valores distintos de los tradicionales. Por esta rendija se colaron estas manifestaciones y hoy se les llama efectivamente “Arte” y nadie discute sobre su pertenencia a esta categoría.

Muchos artistas de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX y de tiempos posteriores han utilizado diversos elementos de estas representaciones prehistóricas para desarrollar su propia obra; no sólo como motivo de inspiración, sino también sus técnicas y su plástica. Otro tanto ha sucedido con el arte de los pueblos primitivos, el llamado “Arte Étnico”, que ha alcanzado un alto grado de estima en los círculos de la crítica y la academia. Son bien conocidos, entre otros, los casos de Picasso, Modigliani y Brancusi, fascinados por las tallas y máscaras de África, Oceanía o de las culturas prehistóricas de Europa.

De todo lo anterior, podemos establecer algunas distinciones en lo que respecta a la posible clasificación del concepto de “Arte”, referido a las manifestaciones del Paleolítico. En primer lugar, todo objeto o elemento al que se le adjudica esta categoría es una representación, es decir, es una imagen o idea que sustituye a la realidad; o bien, una cosa que representa a otra. Claramente, las manifestaciones del Paleolítico constituyen una representación de elementos naturales que captaron los individuos de esas culturas (el geometrismo abstracto presenta un problema en este sentido), sustituyendo la imagen real por otra ficticia, por una ideación. En esos aspectos estas manifestaciones se asocian al lenguaje y mucho tiempo después se asociarán a la escritura. En todo caso, este proceso sólo se puede llevar a cabo si se verifica el pensamiento simbólico, que es la capacidad de representar mentalmente el entorno más allá de los estímulos presentes, con base en experiencias previas. Esta capacidad ya estaba presente en algunas especies pre-neandertales y en los neandertales, siendo en el Homo sapiens ya intrínseca. Una vez superado este período, se llegará a un grado muy superior de sofisticación y especialización, en el cual los creadores establecerán una diversidad de lenguajes y códigos que identificarán socialmente a los grupos, distinguiéndose por el grado de su avance y por la profundidad de las ideas representadas. En el próximo artículo revisaremos las experiencias de las culturas del Neolítico y sus alcances para seguir avanzando en nuestra búsqueda.


Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (I)

Por: Julián González Gómez

Introducción 

Jan Vermeer, Alegoría de las artes, 1666

Desde el año 2013 hasta el 2017 publiqué una serie de artículos breves y someros de análisis de diversas obras artísticas realizadas a lo largo de la historia. Estos artículos se difundieron a través del portal del Departamento de Educación de la Universidad Francisco Marroquín, en la sección llamada “Cápsulas de arte”. La finalidad de estos artículos era promover y difundir en el público lector las características más sobresalientes de las obras, así como exponer una breve biografía de los artistas y su contexto histórico, social, etc. A finales del 2017 decidí tomarme un receso, una especie de año sabático, para reflexionar sobre el trabajo hecho y sus consecuencias. Al hacer el balance, pude determinar que el resultado fue positivo y que cumplió con su objetivo de difusión del conocimiento sobre aquellos temas relativos al arte que consideré relevantes y valiosos. Ahora es tiempo de retomar la temática sobre el arte, pero enfocada en la apreciación y comprensión de las características que lo han definido a lo largo de las épocas, hasta la actualidad.

Como docente universitario en las áreas de historia y teoría del arte durante 16 años, muchas personas me han hecho una pregunta que parece, a primera vista, fácil de responder, y es la siguiente: “¿Qué es arte?” Y yo siempre les he contestado de la misma manera: “…depende del contexto, la época y la sociedad…”. Hoy en día no se puede dar una respuesta concreta a esta pregunta, tal y como era, por ejemplo, hace unos 150 años. Por esa época, en la cual dominaba el academicismo en las artes, la respuesta se podía establecer en términos muy definidos y casi absolutos, pues el criterio de la academia era el que regía la actividad artística con absoluta autoridad. Si la época en la que nos ubicamos para dar la respuesta es, por ejemplo, el Renacimiento, sucede casi lo mismo que en el caso anterior. Pero si nos ubicamos en la Edad Media, en la época del auge de Roma, en la Grecia antigua o en el Egipto de los faraones, la respuesta varía notablemente. Lo mismo sucede hoy y desde hace ya unos cien años: la definición de lo que se considera como arte es muy variada y heterogénea. Vamos a afrontar la tarea de dar una respuesta al problema, pero se advierte que no será fácil y que habrá que tomar en cuenta diversos enfoques y perspectivas para tratar de llegar a ella.

Aclaro que no es mi intención el emitir una definición de lo que es el “Arte” en el contexto de la contemporaneidad. Si no nos queremos complicar la vida, lo mejor que podemos hacer es consultar el diccionario y la respuesta que obtengamos será, al menos, satisfactoria en el sentido de su asimilación cultural. Descripciones sobre lo que es el arte las podemos encontrar en diversos textos y otras fuentes; de ello se han ocupado muchos estudiosos y también los artistas. Hay, en realidad, una gran cantidad de descripciones y hasta definiciones del arte, casi tantas como individuos que se han tomado la licencia de expresar sus propias ideas al respecto.  Lo que desarrollaremos en estos textos es la descripción histórica de lo que este término ha significado a lo largo del tiempo y cuáles han sido sus alcances y sus connotaciones, de acuerdo a las épocas y las sociedades.

El fenómeno artístico tiene sus propias características que lo definen y delimitan. A pesar de ello, la historia nos demuestra que estas delimitaciones (estilo, método, tendencia, regla, etc.) siempre han sido superadas y, por lo tanto, no ha sido posible encasillarlas bajo parámetros estrictos. La constante en la historia del arte ha sido el cambio, las nuevas fronteras a alcanzar, el saltarse las normas y establecer nuevas o, incluso, negar toda regla y dejar que el nihilismo se apodere de la actividad artística; es, en definitiva, una actividad móvil y sus límites se identifican en la desaparición de los mismos. Además, podemos afirmar que en todo fenómeno artístico existe una comunicación, y desde este punto de vista hay una relación entre tres elementos: el primero es el que podemos llamar “emisor”, que es el que enuncia el mensaje, el que realiza la creación; el segundo es la “obra”, el producto por medio del cual se emite el mensaje y el tercero es el “receptor”, que es aquel que recibe el mensaje por medio de la “obra”. Tal vez lo más importante a considerar sea la naturaleza del mensaje y cómo se expresa, el resultado de ello define su importancia y trascendencia. Como decía un profesor de quien aprendí muchas cosas y por ello tengo una gran deuda con él: “El arte no declara, el arte sugiere”.

El problema del arte se ha centrado desde hace ya mucho tiempo en su relación con otro concepto que se ha ido transformando: el de “belleza”. Este es el problema del cual se ha encargado el estudio de la estética, que es una parte de la filosofía. También se ha relacionado con otras ramas de esta disciplina: desde la metafísica, pasando por la ética, hasta la epistemología, que es la teoría del conocimiento. La historia nos describe el devenir del arte, sus causas y efectos; la sociología y la antropología estudian su relación con la cultura; la psicología, la naturaleza de su creación e interpretación y la semiótica estudia su estructura comunicativa. Finalmente tenemos a la crítica, que aglutina juicios de todas estas disciplinas para emitir sus veredictos, y es la que establece sus límites y sus alcances. Como vemos, es un asunto complejo, digno de un estudio bastante amplio y profundo. Creemos que el problema se debe encuadrar desde la perspectiva de una divulgación simple pero metódica, a fin de establecer su comprensión por parte de un público que no es especialista en el tema, pero que tiene interés en su aprendizaje. Para ello nos vamos a enfocar primordialmente en el análisis de los aspectos históricos y sus ejemplos, como se dijo antes.    

En primer lugar, hay que establecer claramente que “Arte” se refiere esencialmente a la capacidad o habilidad para hacer algo. Aquí lo enfocaremos en relación a aquellas habilidades y productos propios de una cultura. No es necesariamente algo que sea del gusto particular de un individuo o de un grupo, es decir, que sea algo que se ha vuelto popular y aceptado. El gusto implica emitir un juicio de valor como, por ejemplo, al pronunciar aquellas frases que sentencian: “Me parece bonito” o bien, “me parece algo feo”. Estos son juicios de valor particulares o en otros casos, grupales, y no valen para considerarlos en el estudio de una categoría cuyos alcances van mucho más allá del gusto subjetivo.

Por otra parte, no podemos considerar necesariamente como “Arte” al producto de la realización de una “actividad artística” en cualquiera de sus manifestaciones. No porque alguien se ponga a pintar al óleo un paisaje o un retrato, o lo que sea, frente a un lienzo montado sobre un caballete, está realizando “Arte”. Tampoco si alguien se pone a bailar una pieza musical, o toca las teclas de un piano, o bien toma una fotografía, etc. está haciendo “Arte” y tampoco se le puede considerar como un “Artista” al que lo ha realizado, por mucho empeño que ponga en ello. Se necesita algo más que tener entusiasmo y realizar un trabajo afanoso.

Tampoco hay necesariamente “Arte” en el producto de una actividad realizada siguiendo estrictamente las reglas establecidas por los conocedores o maestros. El seguir las recetas al pie de la letra, así como el imitar modelos, no garantiza que el resultado sea satisfactorio desde el punto de vista de su calidad artística. El arte tiene también que ver con categorías, jerarquías y procesos, aunque sean todos móviles.

El término “Arte” fue acuñado en la Roma clásica y, bajo esa forma y contenido, trascendió a Europa y el Oriente próximo. Se deriva del vocablo latino ars, que era entendido como la categoría que describía cualquier producto resultante de una actividad cuya finalidad era estética. Esto implicaba que también comunicaba diversas ideas, valores y emociones con las cuales se identificaba la cultura. Así mismo, la definición del término tenía implícita la idea de que ars se refería a una categoría superior, de más alta jerarquía que la mera actividad artesanal. Era, por lo tanto, un producto especial, altamente estimado por la sociedad y sus propósitos estaban claramente determinados; sobre ellos comentaremos más adelante.

Antes de los tiempos de Roma no existía este concepto, como tampoco ha existido en otras tradiciones culturales en el mundo: en el Oriente (China, Japón, India, etc.), la América precolombina, África u Oceanía. Lo que nosotros llamamos “Arte” es algo que existe dentro de las actividades humanas desde la más remota antigüedad y sus primeras manifestaciones hay que buscarlas en las postreras fases del período paleolítico, cuando el Homo Sapiens desarrolló un pensamiento simbólico más sofisticado y por consiguiente la comunicación de ideas por medios distintos a la transmisión oral. A estas primeras fases le dedicaremos el siguiente capítulo.


Alexandre Cabanel, “Fedra”. Óleo sobre lienzo, 1880

Julián González Gómez

En la Francia del siglo XIX, durante el Segundo Imperio, el arte estaba dominado por el gusto academicista. El público se deleitaba con la contemplación de las obras de los maestros en los diferentes salones y galerías que abundaban en París y otras ciudades. Era este un arte de interpretación literal, cuyos temas, sobre todo históricos y mitológicos, eran aprobados de acuerdo a su fidelidad y el grado de idealismo con los que habían sido representados. Era un arte elitista, su público estaba compuesto sobre todo por la burguesía, cuyo grado de cultura era en general bastante alto y podían interpretar sin ninguna dificultad las historias que los artistas les contaban a través de sus obras. Los medios oficiales, con el emperador Napoleón III en primer término, patrocinaban estas manifestaciones y las imponían como el arte oficial.

La calidad de este arte era exquisita, de una enorme perfección técnica, producto de muchos años de estudio y disciplina aprendidos en la Escuela de Bellas Artes. Los referentes fundamentales de este quehacer eran las obras de David e Ingres, maestros de la Escuela cuya huella perduraba y era la guía plástica de todos aquellos artistas que se consideraran dignos y consecuentes. Por principio era un arte muy conservador, dentro del cual la disidencia no era permitida y más que eso, era proscrita. Los rígidos principios en los que se basaba su plástica, tenían su fuente en una estética cuyos orígenes hay que buscarlos en la Grecia Clásica, reinterpretada por los maestros del Renacimiento y la Ilustración.

Alexandre Cabanel fue uno de los exponentes más reconocidos de este tipo de arte en la época. Pintor de gran éxito, maestro en la Escuela de Bellas Artes y fiel defensor de sus postulados, por lo cual condenó con vehemencia todas aquellas expresiones que se apartaban de la ortodoxia. Le tocó en suerte coexistir con el impresionismo, con cuyos artistas sostuvo grandes polémicas, ya que para él su pintura no contenía las calidades necesarias para ser considerada arte. Tuvo muchas diferencias sobre todo con Manet, a quien consideraba un traidor por haber abandonado la academia y haberse decantado por la nueva tendencia. Era considerado por el público algo así como el supremo juez en asuntos artísticos por la enorme influencia que ejerció.

Esta obra que presentamos fue pintada en 1880, época de gran controversia en Francia, pues los impresionistas ya en ese entonces empezaban a dejar su impronta entre el público. En ella se representa a Fedra, la desdichada princesa cretense raptada por Teseo para casarse con ella. Fedra tuvo dos hijos con él sin amarlo y para su desgracia, se enamoró de su hijastro Hipólito quien la rechazó. Ante esto Fedra lo acusó ante Teseo de haberla violado y luego, en un arranque de desesperación se suicidó. Cabanel la pintó en las habitaciones de su encierro en el palacio, en una postura tendida, la cara circunspecta, mientras está siendo víctima de su propia desesperación y melancolía. Seguramente así la imaginó Cabanel poco antes de que se suicidara. Dos esclavas la acompañan, una está dormida mientras que la otra mira compungida a su ama. La atmósfera es fría y sombría, acorde al sentimiento que ha invadido a la yaciente Fedra. La luz, mórbida y tenue, hace resaltar los detalles de su anatomía, que además está realzada por el tenue velo que la cubre, muestra de la mejor técnica del pintor. Es una obra triste y hasta patética, creada para conmover al espectador, que inevitablemente se identifica con la infeliz Fedra.

Alexandre Cabanel nació en Montpellier, Francia, en 1823. No hay muchas noticias de su juventud y de sus primeros estudios de arte, que seguramente los hizo en su ciudad natal. En su juventud se trasladó a París, donde entró al taller del pintor academicista François-Édouard Picot. Un tiempo después fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes donde completó sus estudios. En 1845 ganó la medalla del segundo lugar en el Salón de Roma. Residió en Italia durante cinco años, específicamente en Florencia, donde perfeccionó su gusto por el clasicismo y absorbió las técnicas de los grandes maestros de la antigüedad. De vuelta a Francia abrió su estudio donde se dedicó a cumplir encargos. En 1863 le llegó la fama con su cuadro El nacimiento de Venus, expuesto en el salón y que fue adquirido por Napoleón III. Poco después fue nombrado profesor de la Escuela de Bellas Artes y un tiempo más tarde, elegido como miembro de la Academia. Desde este puesto ejerció una gran influencia en las disciplinas artísticas, llegando a ser reconocido como el maestro más importante de su tiempo.

Por su fama y méritos fue nombrado miembro del jurado del Salón de París en diecisiete ocasiones y le fueron entregadas las medallas al honor en tres oportunidades: en 1865, en 1867 y en 1878. Tras distintas controversias con los artistas más vanguardistas, murió en París en 1889. Fue enterrado con honores.


Thomas Gainsborough, «El joven azul». Óleo sobre tela, 1770

Julián González Gómez

Thomas Gainsborough  1770BlueBoyThomas Gainsborough no fue artista de una sola obra como les ha pasado a tantos, pero gracias a este soberbio retrato ha pasado a formar parte de los grandes de la pintura de todos los tiempos. “El joven azul”, también conocido como “El niño azul” es, tal vez, el retrato más famoso de la pintura inglesa del siglo XVIII, a pesar de que existen numerosas obras maestras en retrato inglés de este período. Pero también esta obra de arte se convirtió en una celebridad cuando fue vendida a un coleccionista americano en 1919 y provocó una serie de protestas del público inglés, que la consideraba algo así como un patrimonio nacional. Por cierto que el precio pagado por esta pintura resultó escandaloso para la época y se supone que hasta ese entonces era el precio más alto que se había pagado por una pintura de cualquier artista. La cantidad fue de 728,000 dólares y el que la compró fue el magnate de los ferrocarriles Henry Edwards Huntington, quien años después la donó a la Biblioteca que fundó con su nombre en San Marino, California, donde se puede apreciar hoy día.

La vida y obra de Gainsborough se ubica como la de diversos artistas británicos de esa época, en la cual se podía ingresar a un rango social elevado a través del ejercicio del buen arte. Eso sí, nunca recibió un título honorario por parte de la corona inglesa, a pesar de que era el pintor favorito del rey Jorge III. Se ganó muy bien la vida como pintor de retratos y paisajes, género este último que era su favorito y amasó una gran fortuna, gracias a su trabajo y relaciones con la casa real.

Nació en Sudbury, en Suffolk, al este de Inglaterra en 1727. Era hijo de un tejedor de lana de la localidad, trabajo bastante bien remunerado en esa época, por lo que durante su niñez no padeció severas estrecheces económicas. Su madre era hermana de un pastor anglicano y Thomas fue el hijo menor de la familia. En 1740 se marchó a Londres para formarse como artista, e ingresó al taller de un antiguo discípulo de Watteau: Hubert François Gravelot, para luego trabajar junto a Willian Hogarth y después con Francis Hayman. El joven Thomas mostró una habilidad sorprendente para el dibujo y fue un aprendiz dedicado que pronto estuvo listo para iniciar su carrera en la Academia, en la que seguramente habría sido becado. Sin embargo, a los pocos años, en 1746 se casó y esta situación lo obligó a trabajar para ganarse el sustento. Por ese entonces empezó a pintar paisajes sin mucho éxito comercial y eso hizo que regresara a Sudbury en 1749, donde se dedicó a pintar retratos. Pero el ambiente provinciano no era proclive a brindar los éxitos que Gainsborough se había propuesto alcanzar y en 1752 se trasladó con su mujer y sus dos hijas a Ipswich, donde empezó a tener cierta fama como retratista.

Sin embargo su situación económica todavía estaba lejos de ser holgada, al contrario, contrajo varias deudas, dando como garantía la dote de su esposa. Por otra parte, el ambiente de Ipswich no era mucho mejor que el de Sudbury, ya que sus clientes eran por lo general los comerciantes de la localidad y algunos caballeros sin mayor fortuna. Esta situación lo hizo tomar la decisión de trasladarse a Bath, que era el balneario de moda por ese entonces, al que acudían para pasar los veranos y a veces también los inviernos los caballeros de Londres. Bath, que era un antiguo balneario, vigente desde los tiempos de la ocupación romana de Inglaterra, estaba creciendo aceleradamente y por ese entonces se estaban haciendo importantes reformas urbanas para adaptar la antigua ciudad a los lujos que los nuevos turistas reclamaban. Gainsborough y su familia se instalaron en uno de estos nuevos barrios y el artista comenzó a pintar retratos de la gente que visitaba la ciudad.

Por ese entonces comenzó a implementar una nueva técnica, producto de sus estudios de los retratos del pintor flamenco Van Dyck, quien había sido el pintor principal de la corte inglesa en tiempos de Carlos I. Adaptó el toque de Van Dyck a los retratos contemporáneos, dotándolos de una soltura sumamente innovadora para la época y así empezó a gozar de fama en Bath, donde vivió hasta 1774, es decir, hasta su madurez.

Gracias a la fama que ganó en Bath por sus retratos de la nobleza, Gainsborough pudo relacionarse con la Society of Arts en Londres, en cuya sede expuso anualmente durante mucho tiempo. También fue invitado a formar parte de la Royal Academy y exponer en su sede. Por ese entonces esta era la institución artística más importante de Inglaterra, patrocinada por el propio rey. Con el ingreso a la academia, la fama de Gainsborough se extendió a toda la nación y los encargos empezaron a ser numerosos, por lo cual se trasladó a la capital en 1774. En Londres expuso repetidamente sus retratos en la academia y empezó a competir con el retratista más importante del país por ese entonces: Joshua Reynolds. Pero la relación de Gainsboroug con la academia sufrió siempre de altibajos, ya que su técnica, producto de su aprendizaje primero y después de sus propios estudios de la naturaleza, no se adaptaba a los requerimientos que esta institución propugnaba. En cierto sentido, se podría considerar a Gainsborough como un pintor heterodoxo desde el punto de vista académico, por lo cual fue repetidamente criticado. Durante la década de 1770 empezó a pintar retratos del rey, su familia y su corte, aunque nunca fue nombrado Pintor Real, cargo que en su lugar ostentó Reynolds.

Habiendo consolidado su fama y su fortuna, Gainsborough se dedicó a pintar su tema favorito, los paisajes, dejando a veces de lado los retratos. Murió en 1788 en Londres y fue enterrado en Surrey, en la iglesia de Santa Ana.

Como señalamos antes, este retrato, llamado El joven azul, representa la cúspide del retrato de Gainsborough. Pintado en 1770, en la época en que todavía vivía en Bath, es el retrato de un adolescente, casi un niño, llamado Jonathan Buttall, hijo de un rico comerciante. La influencia de los retratos de Van Dyck es innegable, Gainsborough absorbió del maestro flamenco la soltura en la pincelada, la ligereza del color y la pose relajada del modelo. El paisaje que aparece detrás es totalmente flamenco, al igual que el cielo que sirve de fondo. Este jovencito se muestra desenvuelto y extrovertido, portador de una tenue sonrisa que denota seguridad en sí mismo y una actitud positiva ante la vida. El traje, que es en gran parte el protagonista de la obra, está trabajado con gran esmero, pero con pincelada libre y desenvuelta, lo cual se integra perfectamente con la pose del modelo y su mirada directa y alegre. Una obra de arte que es realmente encantadora.


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