Roy Lichtenstein, Cubierta de un barco. Óleo y magna sobre tela. 1965.

lichtensteinRoy Lichtenstein (1923-1997) fue uno de los artistas más destacados del movimiento “Pop” surgido en Nueva York al principio de los años 60 del siglo pasado. Sus obras más célebres corresponden a este período y en ellas Lichtenstein representa a gran escala las figuras del comic. Para algunos este artista elevó a las viñetas a la categoría del gran arte, pero Lichtenstein nunca pretendió hacer esto.

Los artistas pop expresaron como nadie las realidades más prosaicas y vulgares de la sociedad de consumo.  Su pretensión no circulaba sobre la línea de la expresividad y tampoco sobre la abstracción; al contrario, el arte pop es totalmente realista y carente de propósitos ligados al tradicionalismo. Describe en forma fría y distante los mitos modernos y en consecuencia los expone ante nosotros con toda su vacuidad. No pretendía ser Arte (con mayúscula) sino ante todo una postura estética e intelectual. Sin embargo, logró un gran éxito ante el público ya que era un arte figurativo, fácilmente comprensible. Nada se escapó al examen crítico de estos artistas: comida enlatada, ciudades vacías y sucias, mujeres con tubos en el cabello haciendo las compras en el supermercado, ostentaciones de lujo ridículo, pornografía, estrellas de cine de sonrisa estereotipada, hogares engañosamente “felices” de los suburbios, automóviles potentes, cuerpos construidos ante los espejos de los gimnasios, banderas y billetes de dólares, luces de neón, proxenetas y rameras, senos y sexos, etc.  Es el arte de los anti-héroes y de lo superfluo de las apariencias; es tan vano como una excursión al centro comercial, al cual se va como a una iglesia o a un museo. Nos presenta el culto al consumo irreflexivo como fin y salvación, lo estereotipado, lo intrascendente, lo procaz. Huele a perfume de sanitario que se aplica inútilmente para ocultar el aroma de las heces cuando no hay agua.

Lichtenstein utilizó el lenguaje de las historietas comunes, que son las publicaciones más difundidas y anti-intelectuales que se pueda encontrar, en donde los súper héroes de papel (y de mentiras como todos los de su especie) realizan sus fabulosas hazañas salvando a la humanidad de las pretensiones maquinadas por sus malévolos enemigos. Una visión dual, estúpidamente simplista y estereotipada que hace las delicias de las mentes cortas. A pesar del innegable atractivo visual de muchas de ellas (lo cual probablemente sea su único mérito) los argumentos carecen de valor simbólico o conceptual y ni siquiera son adecuadas para otra cosa que no sea pasar un rato con la mente casi en blanco. Otras presentan historias de gansterismo y criminalidad y algunas más están realizadas para el público infantil; por lo menos estas últimas tienen algunas veces congruencia y sentido, ya que están dirigidas a lectores que no han terminado de desarrollar su capacidad abstracta. Hay, sin embargo, excepciones a toda esa chabacanería y varios destacados artistas de la ilustración nos han dejado un valioso testimonio de creatividad y talento a través de sus historietas, todo hay que decirlo.

Lietchtenstein las dibujaba y las ampliaba a un gran tamaño e imitaba las líneas oscuras de los bordes y las  tramas de puntos de color que se utilizan en los procesos litográficos para su impresión. Imitaba la técnica, pero desnaturalizándola a través de la ampliación y fuertemente contenida entre límites muy estrechos, con lo cual las imágenes nos resultan a la vez familiares e insólitas, pues no estamos acostumbrados a verlas a tamaña escala. Con ello dejan de ser dibujos de historietas para convertirse en símbolos con una connotación específica.

Los motivos reproducidos son siempre invenciones del propio Lichtenstein y no corresponden a ninguna historieta en particular, la temática sí lo es. Ésta incluye numerosas escenas de contenido cinematográfico o telenovelesco, con bellas e invariables mujeres rubias que aparentemente son victimizadas por hombres de pelo oscuro; en otros casos hay escenas de acción bélica o explosiones  y algunas veces simples naturalezas muertas. La obra que se presenta en esta sección contiene a mi parecer una temática más sutil y es que, a pesar que el título nos remite a un contexto específico, no podemos saber que le está ocurriendo a esta joven de gruesos labios pintados de rojo y cabellos rubios; su expresión es ambigua, puede estar a punto de soltar el llanto, o ha sido apuñalada por la espalda, o quizás está teniendo un orgasmo…cualquier cosa que le esté sucediendo es mera suposición. En todo caso no importa por qué trance está pasando, ya que el tema y el título son meras distracciones que Lichtenstein nos presenta para no hacer evidente el verdadero motivo que subyace detrás de lo aparente: la crítica mordaz de lo estereotipado.

Todos los elementos contenidos en esta pintura son estereotipos de la más absoluta vulgaridad, como en una telenovela en la cual la protagonista siempre joven, frágil, bella e inocente está sometida a las crueldades que el destino le depara, hasta que logra finalmente su salvación en manos del galán. Pero tanto esta condena, como también la salvación están siempre ligadas a un fuerte contenido erótico y sexual, ya que la señorita en cuestión se convierte en un objeto de deseo morboso, dada su fragilidad y sus sensuales atributos, caracterizados respectivamente por la expresión de agonía, los rojos labios, el cabello rubio y la largas pestañas. Alfred Hitchcock explotó estas mismas cualidades en las protagonistas femeninas de sus películas. La redención vendrá por la consumación de los deseos eróticos (se casaron…y vivieron felices para siempre) representados aquí otra vez por el color rojo de los labios y el mismo color que se repite en el salvavidas que la podrá salvar, ¿de quién? 

Julián González


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