Julián González Gómez
El espacio lo es todo, aunque solo sea ilusorio. Richard Serra es un escultor que trabaja con el espacio mediante su delimitación parcial, dejándolo siempre escapar (o también entrar) por arriba, o por donde los planos delimitantes se acaban. Su arte, de un minimalismo elemental, ha sido alabado y criticado por igual. Esto último sobre todo por gente que seguramente no es capaz de captar la poética de una curva sutil, o poniéndonos más académicos: de la dialéctica entre el sólido y el vacío, que en el fondo es la esencia de la escultura.
Para los ingenuos y también para los pretensiosos definidores que constriñen las fronteras del arte, la escultura se limita a la presentación de los volúmenes contrapuestos al espacio vacío, un concepto que era muy caro para los academicistas. Lo que nunca pudieron aceptar es que ya desde el siglo XVII algunos escultores como Bernini conquistaron el espacio vacío al hacerlo evolucionar e interactuar con los sólidos, en una especie de danza espacial en la cual ambos elementos contrapuestos conforman una totalidad expresiva. No hay más que ver la magnífica escultura del Éxtasis de Santa Teresa o el David realizados por este gran artista para comprender cómo sólido y vacío interactúan por igual en esta concepción espacial que se liberó de la costumbre de las figuras de bulto, que eran la normativa en el arte desde los tiempos antiguos.
El neoclasicismo volvió a la fórmula tradicional, dejando de lado la interactuación entre sólido y vacío, negando además otra característica que es intrínseca a este tipo de expresión: la tetradimensionalidad, es decir, la cualidad del tiempo en conexión con el espacio que produce un recorrido que se va efectuando para captar la obra de arte, algo que algunos pintores del renacimiento como Signorelli ya habían intuido. El recorrido es también una de las claves del barroco, por ello el espacio del siglo XVII y la mitad del XVIII es prominentemente dinámico. No fue hasta los primeros años del siglo XX, en plena eclosión de las vanguardias, cuando la interactuación entre espacio vacío y espacio sólido volvió a estar presente en la escultura y esto se debe sobre todo a un artista que se llamó Constantin Brancussi.
Richard Serra ha trabajado con la fórmula que Brancussi redescubrió, pero la ha llevado a un nuevo rumbo por medio de la presencia del plano, que niega completamente el volumen. El plano, como hemos dicho antes, delimita el espacio, pero también se constituye como barrera visual que delimita y dirige las líneas de tensión del conjunto y además carece virtualmente de profundidad, es como una hoja y en cierto modo esta característica permite su desmaterialización. Mucho de esto se puede encontrar en la arquitectura racionalista de la década de los años 20 del siglo pasado, sobre todo en las obras de Le Corbusier y Mies Van der Rohe. Pero los planos de Serra, a diferencia de los planos de aquellos, obedecen a una tectónica en la cual la curva juega un papel esencial. Los planos de Serra se disponen sobre el terreno sosteniéndose a sí mismos, sin necesidad de ser cimentados o de acoplarles una estructura para mantener su estabilidad. Serra es escultor, no arquitecto y por ello le es permitido liberarse del yugo de la gravedad. Sus planos curvados y sin grosor son etéreos y parecen flotar, a pesar de estar hechos con un material de gran peso como es el acero. Esta es una poética de la contradicción, al igual que la del espacio lleno y vacío y de ella misma resulta su belleza.
Las esculturas de Serra suelen ser de grandes dimensiones, pues su propósito es intervenir en un espacio amplio y mejor si es un espacio abierto que es recorrido por las personas. Así encontramos las obras de Serra preferentemente en plazas y avenidas, las cuales estudia cuidadosamente para su intervención. Luego instala las partes de su obra y permite que las personas la recorran por dentro y por fuera. En este aspecto Serra se muestra completamente contemporáneo, si bien no sigue las fórmulas que han establecido otros artistas de la intervención, sobre todo en lo que respecta a la vida de la obra. Las intervenciones de Serra no son efímeras como las de Christo o los artistas del Land Art, sino que pretenden perdurar y modificar definitivamente el espacio, sin determinar el tiempo que esta intervención perdure. Por ello ha tenido problemas varias veces, ya que ha habido gente que ha protestado porque sus esculturas “interrumpen el paso” en los lugares públicos donde se han instalado y en algunas ocasiones han sido desmontadas, no sin la protesta vehemente del artista que alega que están hechas especialmente para el espacio donde se instaló y no para otro. Como surgen del suelo y no están montadas sobre pedestales, seguramente los ignorantes de siempre no entienden que esto es arte. La pieza que aquí se presenta, llamada Vortex (Vórtice) está expuesta en las afueras del Museo de Arte de Fort Worth, Texas y fue expresamente realizada por el artista para ser emplazada en ese lugar.
Richard Serra nació en San Francisco, California, en 1939. Su padre era mallorquín y su madre, rusa. Estudió Literatura en la Universidad de California en Berkeley, justo en la época en la que estaban en su apogeo los beatniks, lo que desembocaría pocos años más tarde en el movimiento hippie que surgió precisamente en ese lugar. Durante esta época, Serra trabajaba a tiempo parcial en una acería, lo que le permitió conocer el manejo de grandes piezas de acero y su montaje. Más dispuesto para el arte que para las letras, se marchó en 1961 a la Universidad de Yale para formarse como artista.
Sus primeros trabajos estaban enmarcados en el movimiento que por entonces estaba en su mayor vigencia: el minimalismo. Siempre afín a los metales, por esta época trabajaba con plomo derretido, que dejaba caer al piso o lo arrojaba a las paredes. No conforme con los principios fríos y secos del minimalismo, descubrió en un viaje a París las esculturas de Brancussi y pronto se vio influenciado por el purismo de sus formas. Encontró el apoyo del importante galerista Leo Castelli, que lo ayudó a dar el salto definitivo para expresarse por medio de las láminas de acero con corrosión en el exterior. Durante todos estos años se ha dedicado a realizar estas esculturas de grandes dimensiones, sobre todo para sitios públicos, como se mencionó antes. Hay que decir que muchas ciudades se pelean por el privilegio de contar con una de las esculturas de Serra en alguna de sus plazas.
La poética de Serra es intemporal y afortunadamente se ha librado de los caprichos de las modas efímeras, los arrebatos provocativos y los entresijos de la sociedad del espectáculo que tanto han comprometido las expresiones artísticas en los últimos años, permaneciendo como un sereno referente del arte contemporáneo en su mejor vertiente.