Los que son valientes van al cielo, los que no, no. Gómez Carrillo en las trincheras.

Rodrigo Fernández Ordóñez

  

“Hay mucha gente similar en el mundo, cuya vida, día tras día, transcurre en una monotonía sin esperanzas. La sociedad moderna se apoya en ellos. El toque de movilización general significa para ellos una promesa. Todo lo que forma parte de la rutina es rechazado: se entra en el mundo de lo nuevo, de lo extraordinario…”

León Trotsky, Diarios

  

En_las_trincherasEl 28 de junio de 1914 se acaba el mundo. En Sarajevo, un estudiante serbo-bosnio le descerraja tres tiros al pecho al Archiduque Francisco Fernando y a su esposa doña Sofía. Francisco Fernando es el heredero al trono Austro-húngaro y su asesino es un joven llamado Gavrilo Princip, miembro de una organización nacionalista secreta que sueña en construir un estado balcánico dominado por Serbia[1]. El día es significativo para el pueblo serbio: Día de San Vito, fecha histórica que marca el fin de la independencia de la serbia medieval. Los demonios han sido soltados y el mundo entero bailará durante los siguientes cuatro años el baile de San Vito[2].

Este atentado pone a funcionar el enmarañado sistema de alianzas europeas que durante muchas décadas había garantizado la paz y la estabilidad continental. El resultado de esta rigidez es tal que, a los pocos días, casi todo el continente estará movilizando sus tropas a sus fronteras, ya sea para invadir a algún país ahora enemigo o bien para defenderse.

Es un momento histórico irrepetible. Nefasto, pero irrepetible y todo hombre consciente de la historia sabe que nada volverá a ser como antes. El viejo mundo agonizará bajo los disparos de los obuses y dará nacimiento a uno nuevo…

Uno de esos hombres es Enrique Gómez Carrillo, que sin titubear se lanza a los caminos polvorientos de la Francia rural para ver, con sus propios ojos, esta guerra que todos creen será breve y pondrá fin a todas las guerras. A decir de su biógrafo, Alfonso Enrique Barrientos[3], la importancia del trabajo periodístico de Gómez Carrillo es tal, que dio nacimiento a un nuevo género: la noticia comentada, pues los despachos que enviaba desde el frente no sólo era la noticia escueta sino que «rehilaban el comentario pertinente».

La decisión de Gómez Carrillo de partir al frente la explica claramente Barrientos, cuando dice:

 

«Gómez Carrillo no sólo tenía vocación sino sangre de periodista. Era inquieto, dinámico, atrevido y gran trabajador. Su literatura jamás fue de gabinete ni se apoyó en los ficheros del erudito. Gustó de obtener la impresión directa, que es cualidad esencial del periodista. No se dejaba convencer por las opiniones ajenas».

 

Nuestro hombre está en el frente occidental y actúa como todo buen periodista. Viaja allá en noviembre de 1914, invitado por el gobierno francés y desde entonces va de aquí para allá, entrevistando a toda persona que se le ponga enfrente; soldados, generales, alcaldes, campesinos, refugiados. Un civil le cuenta en Compiegne:

 

«El 3 de septiembre pasó un regimiento, después otro, después otro… Todos iban cantando, todos llevaban su rumbo fijo, todos estaban seguros de que entrarían en París al paso de parada…».[4]

 

El avance alemán se ha entorpecido en Bélgica. Nadie esperaba que este pequeño país respondiera con tanta furia a la violación de su soberanía. Las medidas defensivas son tan radicales que hasta implican abrir los diques para hundir provincias enteras. Las tropas alemanas se empantanan y de esta forma el «Plan Schlieffen», que pretendía ocupar Francia desde el mar, en un par de semanas se atrofia y le da tiempo a los franceses para resistir la invasión.

El mismo entrevistado continúa su narración:

«La ola enemiga arrollaba nuestras fuerzas. Gallieni preparábase a resistir en las calles, si era necesario. La visión de una lucha en la cual nuestra gran ciudad iba a sufrir los horrores de bombardeo nos oprimía el pecho».

 Gallieni, gobernador militar de París, organiza frenéticamente la defensa de su capital hasta que un reporte de inteligencia rebela que el avance alemán tiene un flanco débil que a toda prisa trata de cubrir el general von Kluck, quien más cerca está de tomar París.

Ahora es Gallieni quien toma la iniciativa y ordena a sus tropas atacar dicho flanco. Esa orden quedará marcada con fuego en la historia mundial. Sus tropas obedecen, movilizándose incluso en taxis requisados en la capital y atacan. La batalla del Marne ha empezado.

Para el momento en que inicia la batalla el comandante del ejército francés Mariscal Joseph J. Joffré ya se ha enterado de las órdenes de Gallieni y coordina un ataque masivo. El día 7 de septiembre los franceses e ingleses en un furioso ataque logran abrir una cuña en el avance alemán, derrumbándolo. El comandante de las fuerzas alemanas, general Helmuth von Moltke, acostumbrado a la disciplina prusiana y a las maniobras militares impecables, se desmorona también. Un ataque de nervios le hace perder la cabeza, además que las defectuosas comunicaciones lo hacen tomar las decisiones equivocadas: ordena la retirada.

Se salva París. El testigo le sigue narrando al cronista: 

«…El 12 vimos un interminable desfile de carros, de cañones, de caballos, de ambulancias. Era el éxodo, al fin, el éxodo verdadero, el éxodo definitivo… ¡Se iban!… Se iban todos, se iban sin volver la vista hacia atrás; ¡se iban con prisa, nerviosos, en montones!… Y el rugido del cañón acercábase de hora en hora, llenando el aire, haciendo temblar los vidrios de las ventanas… Eran los nuestros, que se aproximaban…».

 El resultado inmediato de la batalla del Marne es la sustitución de von Moltke por von Falkenhayn y la salvación de París. Pero tras el alivio de los franceses de ver su capital intacta viene el horror. El saldo de la batalla es escalofriante: 247,500 bajas del lado francés, 11,000 bajas del lado británico y 297,000 del lado alemán. Es la nueva realidad de la guerra: la carnicería de un Marte que ha enloquecido.

Gómez Carrillo es cuidadoso al hablar de la guerra, no quiere que la moral francesa caiga. No es un derrotista, al contrario, muchas de sus crónicas son más bien propaganda. En sus líneas el horror apenas se asoma para ser sutilizado de inmediato con el hermoso dominio del idioma y las imágenes con que cuenta su pluma:

 

«Y es que a fines de Septiembre de 1914 todo parecía perdido para siempre en estas llanuras. El cañón anunciaba la victoria militar, y el enemigo retrocedía siempre hacia el Norte. Pero ante sus granjas incendiadas, ante sus tierras convertidas en camposantos, los labradores no veían, para el porvenir, sino miseria».

 

Ese año de 1914 es activo para el periodista. Viaja siguiendo la línea del frente, del río Marne, a Espernay, a Reims, a Auve, a la fortaleza de Metz. Visita Chalons, arrasada por la guerra una vez más, porque nos recuerda don Enrique, en ese mismo paraje, cientos de años atrás también se luchó contra Atila y se le derrotó. En el año 451 Chalons fue el escenario de la legendaria batalla de los «campos cataláunicos», que en su momento también salvó a París de la horda bárbara. Ese mismo año de 1914 viaja a Argona en donde 4,000 italianos luchan junto a las tropas francesas. El nombre de su líder tiene reminiscencias heroicas: Peppino Garibaldi, sobrino del héroe del Resurgimiento.

Para el año siguiente, el trabajo de Gómez Carrillo se torna de vital importancia, pues durante 1915 la unidad nacional de los países comprometidos en la guerra empieza a resquebrajarse. Y es que el costo de la guerra es inmenso, no solamente en los ejércitos sino también en la población civil. Las cifras son aterradoras. Para 1915 han muerto 300,000 franceses, 300,000 alemanes, 400,000 rusos, 150,000 austríacos, 173,000 italianos y un tercio de los británicos miembros de su Cuerpo Expedicionario[5].

Y es que la guerra ha cambiado de forma despiadada y no todos los jefes y comandantes militares han tenido la capacidad de comprenderlo. Es una extraña mezcla de guerra moderna y guerra antigua en donde aún suceden, (principalmente en el frente oriental), descargas frontales de caballería que terminan en matanzas, ametralladoristas que recorren el campo con cota de malla, zapadores dotados de armaduras completas, aviones y globos de reconocimiento, etc. La guerra ya no es ese momento glorioso del hombre sino una matanza llevada a escala industrial. Sorprendido, asqueado escribirá en el primer volumen de sus crónicas de guerra, Campos de batalla y campos de ruina: “La guerra, vista de cerca no es bella, no. Es horrible. Aunque se empeñe en engalanarla con festones de heroísmo, la dura realidad aparece siempre en cifras de espanto…”[6]

 

La historia ha rebasado a todos en este conflicto. Y los ejemplos de esta afirmación son, tristemente, innumerables:

 

  • El general italiano Luigi Cadorna, comandante de las fuerzas italianas en el frente austríaco toma el mando de las tropas en mayo de 1915 y su táctica no ha sufrido ningún cambio, pese a la dolorosa experiencia francesa y británica del año anterior. Sigue la estrategia de guerra de trincheras con ataques frontales y un régimen disciplinario durísimo. No sabe sacar partido a los nuevos medios de guerra y nunca pide incrementar sus tropas, en cambio revienta a sus hombres y no pone la más mínima atención al bienestar moral y material de la tropa. Luego de inútiles matanzas es sustituido por Armando Díaz.

 

  • El general Robert Georges Nivelle, héroe de la batalla de Verdún, por haber recuperado las fortificaciones que se habían perdido a manos de los alemanes. En 1917 se le encomienda el mando del ejército francés. Organiza la «Ofensiva Nivelle» contra las posiciones alemanas en Champagne. Para el primer día de la ofensiva habían muerto 40,000 hombres y los ataques seguirían por seis meses más.

 

  • El general Sir Douglas Haig, primer conde de Bemersyde, es nombrado comandante del Cuerpo Expedicionario Británico en sustitución de French. Haig era general de caballería, sin mucha experiencia en el mando de infantería. En 1916 convencido de la debilidad de las líneas alemanas lanza un ataque que se convertiría en la sangrienta batalla del Somme, durante la cual son lanzados batallones tras batallones a una carnicería. El final describe todo el horror: 400,000 hombres entre muertos y heridos. La tragedia se repite en la batalla de Arras y en la ofensiva de Flandes. Para muchos historiadores su nombre representa la inhumanidad en el mando.

 

Sin embargo, no se les debe condenar completamente a estos generales de las carnicerías. Como afirmé arriba la historia los rebasó y los dejó creyendo que luchaban una guerra decimonónica cuando en realidad se trataba de la primera guerra moderna. Luego vendrán generales como Petáin o Foch que sí entendieron el cambio y en consecuencia pusieron más atención en el soldado común y corriente, introduciendo mejoras en las condiciones del frente y acercándose a ellos y escuchándolos. El romance de la guerra terminó en Crimea…

Pero la guerra no se ensaña únicamente en los militares. Esta es la primera guerra que arrasa a gran escala con los civiles, destruyendo ciudades y lanzándolos a las carreteras, buscando un lugar en donde refugiarse.

El rostro de las ciudades cambia. Las que están en primera línea como Yprés o Soissons, son casi borradas del mapa por los sistemáticos bombardeos de la artillería. Las ciudades que quedan en retaguardia se convierten en «ciudades de frontera», en donde se concentran hombres venidos de todos los rincones del planeta, como Amiens en donde se acantonan tropas coloniales británicas de las Antillas, o Boulogne, convertida en un inmenso centro de acopio de suministros. Surgen los refugios antiaéreos, las sirenas que anuncian las incursiones aéreas y el oscurecimiento voluntario para evitar los bombardeos.[7]

En un viaje al frente en 1917 don Enrique registra, dolorido los siguientes datos:

 

«Toda la comarca es un campo de escombros. Las estadísticas oficiales son espantosas. En las tierras reconquistadas en la primavera de este año hay 250 pueblos destruidos, 36,000 casas destruidas, 222 iglesias destruidas… (…). El prefecto de Calais escribe:’ En las comunas de mi departamento abandonadas por el enemigo, no se ha encontrado un solo habitante…’ «.

 

Alguien le explica a Gómez Carrillo que la devastación civil es consecuencia de las «leyes de la guerra moderna», a lo que el eterno romántico replica:

 

«¿Es esto cierto? No lo creo. No puedo creerlo. Pero si en realidad la guerra científica obliga a las tropas de países civilizados a arrasar el terreno por el cual pasan, a no dejar detrás de sí más que cenizas, lágrimas, maldiciones; si el progreso militar ordena tanta barbarie, tanto horror, tanto exterminio, convengamos en que los tiempos de Atila eran menos inhumanos que los nuestros».

 

En 1915 visita Meaux, Monthion, Senlis, Soissons, Arras, Toul, Fontenay, Liverdun, Frouard, Toul, Troyón, Amiens, todas devastadas, en especial Nancy en donde se luchó el primer episodio de la batalla del Marne.

De uno de sus viajes al frente deja escrito:

 

«Marchamos por una zanja inmensa, que une las trincheras entre sí. (…) Por aquí, por este corredor abierto en la tierra, es por donde pasan los heridos a cada instante. En el barro rojo me parece descubrir huellas de sangre… Este punto es el que las baterías enemigas buscan con empeño para ‘regarlo’ de metralla».[8]

 

En ese viaje describe la vida de los soldados franceses en las trincheras, los ve comer, dormir. Los hombres que le reconocen se asombran de verlo allí, con ellos. Luego de la impresión lo saludan y lo invitan a escuchar sus historias. Los ve jugar cartas, damas, ajedrez, para matar el aburrimiento de la guerra de trincheras en la que si no se ataca se espera, se espera…

Para el año siguiente la guerra sigue estancada. Se combate salvajemente para ganar cientos de metros y volver a cavar las trincheras y prepararse para un nuevo ataque. En 1916 visitará Boulogne, el frente de Flandes e Yprés, ciudad belga en donde el año anterior se habían cavado las primeras trincheras y en donde utilizaron los alemanes por primera vez, gas cloro, contra tropas coloniales francesas, el 22 de abril. La defensa para ese ataque es rudimentaria; pañuelos mojados en agua o en orines hacen las veces de mascarillas antigás.

Es en esta ciudad que un oficial le sirve de guía por las calles silenciosas:

 

«- Todo destruido- murmura el oficial que me acompaña, un oficial belga que vivió aquí largos años de paz, que luchó aquí a principios de la guerra y que aquí, entre estas ruinas, dejó su brazo izquierdo.»

 

Las características de la guerra ya están definidas. Es una guerra de desgaste en donde las trincheras se defienden con ametralladoras y fusilería, lo que hace tan sangrientos los ataques de la infantería, cuyos hombres no están a salvo hasta que logran rebasar las posiciones. Aparecen los primeros «comandos» que hacen incursiones rápidas contra los enemigos y los alemanes utilizan a sus «batallones de castigo», (soldados penalizados) como tropas de asalto.

La pluma de Gómez Carrillo, tan acostumbrada a narrarnos las delicias de París o Buenos Aires, se nos antoja sombría cuando nos describe un campo de batalla:

 

«A derecha e izquierda extiéndense las líneas negras de las trincheras abandonadas, bombardeadas, removidas por las zapas y las minas. Hay ahí en esas interminables fosas comunes muchas reliquias macabras y muchos recuerdos épicos. Ahí lucharon, cuerpo a cuerpo, haciendo prodigios de valor, los héroes republicanos y los héroes imperiales. Ahí se leen, confundidos, al pie de cruces rústicas, nombres germanos y nombres franceses. Ahí se descubren todavía jirones de uniformes grises y de uniformes azules, fragmentos de armas, cascos de granadas y también, cuando se escarba un poco, miembros humanos arrancados por la metralla…».[9]

 

Es la tristeza de quien sabe que el mundo, tal y como lo conociera y disfrutara, ha terminado para siempre. El París de la preguerra ya será para él, un delicioso y suave recuerdo, pues la guerra, ha traído consigo cambios drásticos.

La mujer ha salido a las calles a trabajar y llenar los espacios que los hombres han dejado para irse a la guerra. Hay mujeres obreras en las fábricas, en los cafés ahora son mujeres las meseras, hasta los choferes de los tranvías parisinos son mujeres ahora.

Además el hombre que ha ido a la guerra también sufre cambios. La masificación les ha quitado toda individualidad y los traumas del combate los ha dejado psicológicamente devastados. Para colmo, cuando regresan a casa para gozar de sus licencias encuentran el mundo cambiado. Sus países han cambiado, sus mujeres ahora trabajan y algunas no los han esperado, los hijos de los ricos no han ido a la guerra y los industriales, los «emboscados», se han enriquecido. Ahora el soldado que se ha pasado meses en las trincheras es un extraño hasta para su propia familia. El soldado es receloso, inestable y sufre de depresión. Para muchos la guerra se ha vuelto un viaje sin retorno. Se refugian en el spirit de corps, en donde sus verdaderas relaciones sociales son con los miembros de su escuadrilla, pelotón o compañía. Son lazos forjados en el aislamiento, durante el asalto o bajo los bombardeos. La tropa es la verdadera familia y el hogar son las trincheras.

Este aspecto de la guerra queda plasmado a la perfección en el libro Sin novedad en el frente, del alemán y veterano de guerra Erich Maria Remarque. Paul Bäumer, el protagonista de la novela, regresa a su pueblo durante una licencia y descubre que es un inadaptado. A pesar que lo reciben como un héroe, lo único que Paul desea es regresar al frente para estar con sus compañeros de trinchera.

En 1915 hasta el aspecto físico de nuestro cronista ha cambiado, o al menos así lo afirma José María Carretero, quien en el prólogo del libro Reflejos de la tragedia, publicado ese año nos retrata así a Gómez Carrillo:

 

“Conserva toda la arrogancia de una grata juventud; los años pasados en un vivir un poco tumultuoso han dejado huellas de hastío en su rostro, algo de cansancio en sus ojos y un reflejo gris, como un levísimo tornasolado, en sus largos cabellos, que, lacios y en artística revolución, los peina hacia atrás; pero no han podido arrebatarle sus proporciones gallardas, su gesto atrayente y su charla amenísima…”[10]

 

De las visitas al frente de nuestro periodista, da testimonio Fabián Vidal, en un artículo publicado en el diario español La Vanguardia, el día jueves 6 de febrero de 1930. El cual citaré en extenso, sobre todo con la intención de desvanecer cualquier duda sobre que nuestro cronista, según expandieron malas lenguas, escribía sus crónicas de guerra sentado cómodamente en su apartamento parisino.  En este escrito, titulado La Guerra Química, relata:

 

“…Fue en 1916: Recorría en unión de Enrique Gómez Carrillo y el marqués de Valdeiglesias, el frente anglo-belga de Flandes y Artois. Y una tarde, despúes de visitar unas trincheras, bajo el lento bombardeo germano, subimos a los autos y nos dirigimos a Boulogne (…) Empujamos unas puertas y nos encontramos a la entrada de una vasta galería, de amplios y cubiertos ventanales. El aire del próximo Océano entraba en oleadas salutíferas. Y sobre lechos de campaña, incorporados, casi sentados, revolviéndose sobre las largas y henchidas almohadas sin funda, treinta o cuarenta muchachos, la faz roja, los ojos desorbitados, los labios sangrientos y espumosos, tosían, tosían frenéticamente…”

 

El párrafo anterior, relata una visita al frente y a un hospital británico de retaguardia en Bologne, en donde los llevan a visitar un barracón de gaseados. En el caso particular de los hombres heridos en este relato de la primavera de 1916, habían respirado una nube de cloro y bromo. El documento, apenas de tres columnas, nos ofrece un interesante itinerario de ese verano. Sigue el periodista:

 

“…Al otro día por la mañana fuimos a Vermelles. Debíamos llegar, aún más que en Iprés, en el Serpenberg, delante de Messines y en Notre Dame de Loretto- Soudrez, Carency, Ablain- a las trincheras de primera línea. Y el capitán Robert, al salir de Saint Omer, nos dio unas caretas que olían a farmacia. –Acuérdense de los gaseados de ayer- nos dijo negligente-. Si el viento sopla favorablemente a los alemanes no tendría nada de extraño que nos enviaran una nube de gas…”

 

La experiencia de la visita a los gaseados habrá sido por demás dura, una fuertísima impresión para cualquier persona que vea a otra morirse entre toses y escupitajos sangrantes[11]. No extraña por lo tanto, que Gómez Carrillo se diera sus escapaditas al sur de Francia, en busca de paz, lejos del lodo, la sangre y la pólvora. En su libro Vistas de Europa, encontramos un relato de una visita hecha a Niza, en plena guerra, imagino que para calmar sus nervios y descansar un poco:

 

“…Muchos de sus hoteles y muchos de sus palacios están cerrados. Su casino también está cerrado. Su carnaval, que era la fiesta clásica de estos días, no existe. No hay desfile de coches adornados de rosas. No hay cortejos de damas iguales en lujo a la reina de Saba… No importa. En su relativa modestia, en su discreto silencio de tiempo de guerra, la divina ciudad conserva siempre su belleza paradisíaca, su gracia áurea, su encanto regocijado…”

 

La crónica no tiene fecha, pero fue incluida en el libro publicado por la editorial Mundo Latino en 1919. Esto nos hace presumir, por su referencia a la guerra, que la habrá escrito entre visitas al frente, quizá para darse tregua.

Pero es sólo un descanso, pues ya calmados sus nervios regresa al frente. La guerra le permite explotar esa su tendencia al movimiento, a no darle tregua al sedentarismo. Comenta el propio Carrillo en Cultos Profanos: “Para todo reporter verdadero, eso del dinero tiene poca importancia… ¿Qué le importan los honores y los placeres sedentarios a quien ha nacido nómada de la información periodística?” Y lo tenemos de nuevo recorriendo trincheras, vive según ha descrito ya la vida de los periodistas con renombre, pues “Cuando un reporter adquiere fama ya puede estar seguro de no ver a su familia sino entre dos trenes”, como cronista de viajes, antes de la guerra había visto a su familia entre dos trasatlánticos, pues sus vaivenes en la relativamente lenta edad del vapor, nos hacen suponer que durante años no tuvo sosiego.

El año de 1917 es de especial importancia para Enrique Gómez Carrillo. Si bien continúa con sus viajes, visitando Chantilly, Noyón y los escenarios de la sangrienta ofensiva de Chemin-des-Dames la guerra irrumpe impetuosamente esta vez, en su vida privada.

Los intelectuales franceses le acusan de haber entregado a los militares a la legendaria y enigmática Mata-Hari («pupila del amanecer», en malayo), una bailarina exótica de origen holandés.

Margarita Gertrudis Zelle era famosa en el mundo artístico europeo por sus «interpretaciones» de danzas orientales, espectáculo que la había llevado a los principales escenarios de París, Milán y Berlín. A causa de sus amantes, oficiales de todos los ejércitos europeos el servicio secreto francés la recluta, como también lo hace el servicio secreto alemán.

Mata Hari se ve envuelta en las redes del espionaje internacional y termina por ser una piedra en el zapato francés, además que éstos terminan por sospechar que Mata Hari es, en verdad, el agente H-21 que Berlín tenía apostado en la capital francesa. Gracias a este agente, el alto mando del ejército alemán obtiene unos planes de batalla franceses. Las dudas recaen sobre esta hermosa mujer y el ejército galo decide castigarla para impermeabilizar la retaguardia.

La paranoia francesa condena a la extranjera. La señora Zelle es fusilada la madrugada del 15 de octubre de 1917, luego de un turbio proceso judicial que más bien parece que pretende esconder a los verdaderos responsables del espionaje, quienes, se murmura, son altos oficiales franceses[12].

Este suceso alcanza a Gómez Carrillo. Los intelectuales franceses fustigan a la opinión pública atacándolo desde numerosos periódicos, en los que se le hace responsable de enamorar a la bella bailarina para entregarla luego al tribunal militar. Gómez Carrillo hace lo posible por desmentir tan descabellada historia. «Ni siquiera llegué a conocerla personalmente», asegura.[13] Hasta su tercera esposa, Consuelo Suncín, se ve obligado a defenderlo, años después de pasado el escándalo: “Carrillo poseía una mentalidad vigorosa y delicada sensibilidad que trasciende a sus crónicas. Lo de Mata Hari es un embuste, con el cual inútilmente se ha querido empañar su nombre ilustre. Eso siempre lo afectó, lo hizo sentir muy mal”, dice que dijo alguna vez la vil Suncín, su sobrina Abigaíl[14].

Guido da Verona en su libro La Muerte de Mata Hari, relata:

 

“…Otro valiente escritor sudamericano de nacimiento, pero que reside en Francia desde hace largo tiempo –E. Gómez Carrillo-, escribió también una novela biográfica enteramente dedicada a la bailarina roja –El misterio de la vida y de la muerte de Mata Hari-, y la escribió para defenderse de la ultrajante imputación que le fue hecha de haberse prestado, como amante de Mata Hari, a atraerla a un lazo que la puso en manos de la policía francesa. Prescindiendo de la consideración de que este libro no explica nada del misterio de la vida ni del de la muerte de Mata Hari, nos parece absolutamente superfluo que el autor asegure en uno de los últimos capítulos que no sólo nunca la ha conocido personalmente y que ni siquiera asistió nunca a sus danzas; todo esto parece más que probado del modo mismo como describe a su Mata Hari, tan literaria y tan diversa de lo que fue en la realidad, salvo en aquellos trozos en que el autor sudamericano refiere documentos y cartas de personas que realmente conocieron a Mata Hari…”[15]

 

De esta cita que transcribo directamente de mi ejemplar del libro de Guido da Verona, y que me costó tres años conseguir, (hasta que su lomo me gritó desde los anaqueles nostálgicos de liquidación de la librería Premio Nobel a la que tanto acudí cuando trabajaba en el centro de la ciudad), puedo sacar un par de verdades como el verde de las montañas: primero, que a don Miguel Marsicovétere Durán no se le debe creer cuando habla de memoria, pues hasta nos da mal el título del libro, él dice en la entrevista que se llama La danza de la guillotina, cuando en realidad La danza delante de la guillotina es el título de la primera parte del libro, que en verdad se titula La muerte de Mata Hari. Segundo, que habrá leído sin mucha atención el libro de da Verona, pues del trozo que cito queda muy en claro que este escritor desestima por absoluto la participación de Gómez Carrillo en el Affaire Mata Hari. Pues es contundente cuando apunta:

 

“Otra versión es la que trató de identificar el cómplice y después delator de Mata Hari en el novelista sudamericano Gómez Carrillo; versión a la cual falta toda la larva de fundamento, porque en un libro escrito a propósito, como ya se ha dicho, ha demostrado de modo palmario que nunca tuvo ninguna relación, ni siquiera de superficial conocimiento, con la bailarina roja.”[16]

 

Lo que sí hace da Verona es entresacar documentos que le parecen interesantes de la obra que Carrillo escribiera sobre la bailarina, como una carta de Paul Olivier, periodista y conferenciante al servicio de inteligencia francés y que transcribe a página 71 de mi ejemplar. Lo que también hace Verona es aclarar que el libro que he conseguido de Dumur, al cabo de cuatro años es completamente inservible para los propósitos del presente ensayo, pues contradiciendo otra vez a Marsicovétere aclara que el drama sobre la captura y ejecución de la bailarina la desarrolla en su novela Defaitistes y no en El carnicero de Verdún[17]. Claro, como no podía ser de otra manera, encuentro la aclaración de Verona luego de haberme peinado las 374 páginas del libro de Dumur sin haber encontrado ninguna insinuación sobre el escritor guatemalteco.

El escándalo ha llegado a ser tal que en 1924 se ve obligado a escribir un libro titulado El misterio de la vida y la muerte de Mata-Hari en donde explaya sus negativas y libro del que da Verona obtiene información para el propio. El libro fue prologado por Vicente Blasco Ibáñez[18], un coloso de la literatura de su tiempo, y amigo de nuestro cronista. Sobre el escándalo de la espía, comenta Enrique a su amigo el Doctor Federico Murga en una carta:

 

“Es una vieja leyenda idiota que ya solo en los últimos países de nuestra América tiene crédito. Yo ni siquiera en el teatro vi a la  pobre fusilada”[19].

 

 De este libro, nos cuenta Juan Manuel González Martel en su imprescindible catálogo de obras del cronista[20], se realizó una película titulada Mata-Hari. El filme alemán, dirigido por Friederich Feher e interpretado por la austríaca Magda Sonja y Fritz Kortner fue realizado en 1927 y estrenado en Guatemala en mayo de 1929 en el cine Capitol.

El caso de Mata Hari se volvió tan importante porque ese año de 1917 fue el año de las insubordinaciones. Entre las tropas francesas, hastiadas por la guerra se rebelan un total de 400,000 hombres, poniendo en peligro la integridad del ejército y la seguridad nacional. La respuesta castrense es inmediata. Los consejos de Guerra ordenan la ejecución de 629 hombres y le conmutan dicha pena a otros 367.

Gómez Carrillo, que ha visto las durísimas condiciones del frente, defiende a los soldados que luchan en el frente:

 

«Héroes hay que después de realizar actos admirables de arrojo durante largo tiempo, siéntense un día paralizados por un instinto súbito de conservación, y lejos de avanzar contra el enemigo, se esconden, retroceden, huyen. Para castigar tal crimen, que el lenguaje corriente califica de cobardía, el Código no conoce más pena que la muerte y la deshonra, en principio».

 

No obstante lo anterior el ejército francés decide castigar a los hombres que desertan o que desobedecen las órdenes de sus superiores para que la disciplina no se desmorone. La pena de muerte se aplica también, y en este caso, despiadadamente a los espías:

 

«De vez en cuando, en los campos de las inmediaciones de las trincheras se encuentra, al pie de un árbol, un cadáver. Un letrero colgado de una rama, reza: ‘Fusilado por crimen de traición y de espionaje».

 

El segundo acontecimiento de 1917 que tiene relevancia para el periodista guatemalteco es la revolución bolchevique. Enrique Gómez Carrillo había viajado al imperio de los Zares luego de terminada la guerra ruso-japonesa. De ese viaje saldría para la imprenta el libro La Rusia actual, cuyo fin era explicarle al lector las razones de la sorprendente derrota rusa con la que se saldó el final del conflicto, así como el estado de descomposición e inestabilidad del régimen imperial en el vasto territorio.

El impacto de este libro en sus lectores fue tal que el escritor colombiano Germán Arciniegas, autor de la monumental Biografía del Caribe escribió:

 

«(…) su fina pupila de observador no encontró en Rusia sino lo que él mismo dice en la dedicatoria al doctor Coen: ‘Este es un libro pesado, un archivo de crueldades’. Lo eliminó de sus obras completas. Y, sin embargo, es un documento humano que vale más que muchas de sus crónicas donjuanescas y cortesanas…».

 

Para complementar el impacto de dicho libro, traigo a colación lo escrito por Mario Alberto Carrera en su libro Biografías de siete grandes escritores guatemaltecos:

 

«(…) sacudió al mundo relatándole los atroces genocidios en aquella nación. Con lo que colaboró a la Revolución Bolchevique y al triunfo del socialismo en Rusia».

 

El fin de dicho imperio habrá causado honda impresión en don Enrique que durante varias semanas recorrió sus inmensos paisajes para retratarlo, y del que regresó con la honda convicción de que los Zares vivían en una peligrosa burbuja de cristal que algún día habría de romperse en añicos. El largo sueño imperial zarista termina en un frío sótano de la ciudad de Ekaterinburgo en donde es fusilada la familia Romanov.

La guerra termina para Rusia pero no para los franceses que ese año lanzan la nefasta «Ofensiva Nivelle», que daría origen a la batalla de Chemin-des-Dames. El fracaso de la sangrienta ofensiva le costó el cargo a Nivelle, a quien sustituyó Pétain. Pero ya era tarde. La ofensiva había fracasado, miles de hombres habían muerto y 68 de las 112 divisiones del ejército francés se habían amotinado.

Los testimonios de la lucha siguen llegando a los lectores del mundo por la pluma de nuestro cronista, quien narra los episodios en los periódicos:

 

«-Hubo un tiempo- me dice mi guía- en que no quedó aquí ni un paisano, ni un soldado, ni un perro, ni nada… La ciudad estaba envuelta en un torbellino de metralla. De lejos, las tropas inglesas veían las llamas que devoraban los monumentos y oían las explosiones, que hacían temblar el suelo. Y aquello duró meses y meses. De vez en cuando, un aviador heroico volaba sobre las ruinas humeantes y se daba cuenta, de un modo vago, de que la catástrofe era irreparable».

 

La cercanía con la muerte y la destrucción habrán tenido algún efecto sobre la delicada psiquis de Gómez Carrillo, de quien ya dijimos antes, sufría de neurastenia. Sin embargo, este delicado estado nervioso no impidió que durante los años que duró la Gran Guerra él estuviera en el campo de batalla tomando notas y transmitiéndole a sus lectores todo lo visto y vivido.

En uno de sus pasajes más oscuros narra el paseo por el cementerio de Noyón. El periodista narra:

 

«Los pobres cementerios se han convertido así en fortalezas deleznables… En los cementerios los muros ostentan troneras, poternas y rastrillos improvisados… No se cita una batalla en la que el cementerio haya dejado de desempeñar un papel estratégico considerable (…) A medida que avanzamos tenemos, por fuerza, que darnos cuenta de que el cementerio fue, durante algún tiempo, un campamento de tropas. Junto a las tapias se descubren aún los abrigos, los hornillos, los puestos de reposo. He aquí una cama de hierro… He aquí una mesa… He aquí una cocina de campaña… Tener que vivir en semejante sitio es triste, sin duda, y tal vez sentiríamos algo de lástima al pensar en los que acamparon bajo estos cipreses, a no ser por los detalles horribles que nos demuestran la manera que tuvieron de vivir. Todas las tumbas están abiertas… Por todas partes se encuentran calaveras, jirones de sudarios, fragmentos de féretros…». 

Sus artículos de prensa dieron origen a varios libros publicados en esos años: en 1915, publica Crónica de la guerra, Reflejos de la tragedia y Campos de batalla y campos de ruinas. En 1916 publica En las trincheras y En el corazón de la tragedia. En 1918 publica Tierras Mártires, La gesta de la Legión y El alma de los sacerdotes soldados. En 1920, en El Segundo libro de las crónicas, incluyó artículos sobre la guerra, por ejemplo: Una visita al Generalísimo Joffre o El defensor de Verdún. En 1922, publica El Quinto libro de las crónicas, con artículos relacionados con la Gran Guerra, algunos ya publicados anteriormente entre los que incluye: Los campos del Marne y Visiones de Flandes. Y en 1924 publica el ya mencionado El misterio de la vida y la muerte de Mata Hari.

Las últimas páginas de Tierras Mártires están teñidas de una reflexión profunda, poco común en los textos livianos del cronista. Ha estado observando desde un puesto francés el salvaje bombardeo sobre la ciudad de San Quintín, la misma en la que se luchó en 1557 y se hizo famosa por su «salvajismo». El mismo escritor nos cuenta que en esa batalla que tan famosa llegaría a ser luego, murieron 80 españoles y 2500 franceses.[21]

 

«¿Qué es esto, Dios santo, cuando se piensa en las hecatombes de Verdún, cuando se cuentan los prisioneros de las últimas batallas italianas, cuando se recuerdan las masas del Marne? Nada, nada».

 

En efecto, ¿qué son estos muertos en comparación con los 450,000 ingleses que quedaron muertos o heridos en la batalla del Somme, o los 380,160 franceses muertos o heridos en Verdún?

De ese año de 1917 tenemos otro dato que nos parece interesante y que lo recoge Gordon Brothorston en un libro por demás improbable para este triste tema.[22] En su estudio del poeta español recoge una carta dirigida por Gómez Carrillo a su amigo Machado, carta que en su encabezado reza: “Association des correspondents de guerre de la presse étrangere, 10 rue de la Castellane, Paris”, la carta está fechada el 12 de octubre de ese año. El esfuerzo bélico de Carrillo no estuvo limitado entonces a los agotadores viajes al frente, sino que además su propia casa en París, a dos cuadras de la iglesia de la Magdalena, funcionó como sede de la asociación de corresponsales extranjeros de guerra. Un motivo más para que al final de la contienda se le otorgara la Legión de Honor en agradecimiento a su apoyo de la causa francesa en la guerra.

También ese año de 1917 sería testigo de un acto ridículo del gobierno de Guatemala; imaginamos que bajo la insoportable presión de los Estados Unidos, le termina declarando la guerra al Imperio Alemán el 27 de abril y se le solicita al ministro alemán Curt Lehmann que abandone el país[23], quien se va, pero no sin amenazar antes “¡Apunta republiqueta, ya Alemania pegará!”, como nos recuerda Arévalo Martínez. Previsiblemente, el acto tenía otras intenciones: expropiar los bienes alemanes en suelo guatemalteco, de forma que algunos pasaron a manos del capital estadounidense, como la Bond & Share Electrical Company, tras ser subastados al amparo de una ley bajo el paraguas de “Acto de Propiedad Enemiga”.

Ese mismo año saldría publicado en su traducción al inglés el libro de crónicas de guerra En el corazón de la Tragedia, bajo el título In the heart of the tragedy, editado por Hodder & Stoughton, con sede en Londres y Nueva York, volumen en el que el editor informa a sus lectores:

     

“During the war M. Gómez Carrillo has made several tours along the western front as correspondent of El Liberal. The results of the earlier impressions were published in three volumes –Notes on the war, Battlefields and ruins, and In the trenches. Last year, in company with the marques of Valdeiglesias (proprietor and director of the well-known Madrid daily La Época) and several other Spanish journalists occasionally mentioned in his book, he visited England and the British front, and the party were entertained at luncheon of the Savoy Hotel by the proprietors of all the London newspapers, under the presidency of Lord Burnham…”[24]

 

Es decir, Gómez Carrillo en su máximo esplendor como corresponsal de guerra.

No hay registro de actividades de Gómez Carrillo en el frente occidental en 1918, sin embargo, su monumental trabajo a favor de la causa aliada, en especial de la gesta francesa le valió ser investido por el gobierno francés Comendador de la Legión de Honor, orden instituida en 1802 por el emperador Napoleón Bonaparte. Pero sí sabemos que Carrillo le lleva el pulso no sólo a los grandes acontecimientos del frente, a las masas de hombres que se masacran por ganar franjas de terreno de decenas de metros, sino también de los cambios sociales, los que se suceden en la retaguardia, en casa, en esa amada y sitiada ciudad de París, en la que las mujeres han empezado a desempeñar actividades impensables tan sólo años antes: “Las mujeres, que ayer no parecían capaces sino de coser, de bordar, de liar pitillos, de vender flores, manejan ahora los útiles de acero perfeccionados, y con sus dedos ágiles combinan la delicada relojería de los percutores…”[25]

     Gavrilo Princip, el estudiante radical, el asesino, la excusa para la masacre que duraría cuatro largos años, es condenado a veinte años de prisión, pero muere al poco tiempo en una prisión en Praga, de tuberculosis.

     La larga sombra del asesinato lleva a otros hombres. Se descubre una conjura. El crimen ha sido obra de un comando de ocho hombres, pertenecientes a la organización secreta Mlada Bosna (Joven Bosnia) pero los hilos de la trama conducen al mismo Jefe del Servicio de Información del Estado Mayor Serbio coronel Dragutin Dimitrijevic, miembro de la organización Mano Negra, integrada por oficiales extremistas, nacionalistas fanáticos que no dudan en recurrir al terrorismo para lograr su grandioso fin: la Gran Serbia. Como descubren las autoridades Dimitrijevic no es una mansa paloma; está implicado también en el asesinato, en 1903, del rey de Serbia Milan Obrenovic y es responsable de una conjura en contra del nuevo rey serbio Pedro Karagjeorgievic. Es fusilado en Salónica en 1917.

      Las consecuencias de esta terrible guerra llegarían incluso hasta la recóndita república montañosa de Guatemala. Varias familias tuvieron que llorar a sus hijos, llamados por el deber o la aventura a luchar en remotos campos lodosos. Algunos nunca regresaron, como deja constancia el frontispicio del Panteón Italiano del Cementerio General de ciudad de Guatemala:

 

“Su questa estrema dimora terrestre degli italiani di Guatemala veglino tutelani gli espíritu di:

 

Cesare Giacomo Ciani

Francesco Panazza

Vincenzo Loffredo

Pericle Enresto Doninelli

Liberale Ferretto

Gustavo Ascani

Dante Nannini

Che

Accorsi a traverso gli oceani al richiamo della patria in armi eroicamente morirono perche vivesse l’Italia.”

 

De Dante Nannini sabemos que sobrevivió al conflicto, y que en su viaje de regreso a Guatemala cayó enfermo de escarlatina o “fiebre española”, en Nueva York, en donde moriría en 1919. Junto con Nannini viajaron a los campos de batalla europeos Francsico Odera, Carlos León Doninnelli, un joven de apellido Ascani (quizás el Gustavo del Panteón Italiano), otro de apellido Visón, dos hermanos de apellido Fumagalli y dos hermanos de apellido Ciani. Todos se embarcaron rumbo a Europa en junio de 1915.[26]

De la colonia francesa radicada en Guatemala sabemos que acudieron a la lucha en 1916, Feliciano Laylle, quien murió en combate y su hijo Juan B. Laylle, quien a su regreso cursó estudios de piloto aviador causando alta el 1 de junio de 1930 en la Fuerza Aérea Guatemalteca.[27]

La paz también fue bien recibida en el país, se celebró a lo grande el fin del enfrentamiento, como da cuenta Roberto Villalobos Viato[28] de la fiesta llevada a cabo en la Legación Británica, establecida en esa época en la “Casa Mudéjar”, esquina de la 9 avenida y 13 calle de la zona 1, que todavía sobrevive gracias a una extensa restauración, justo a un costado del edificio de Prensa Libre. Nos cuenta por su parte la periodista Ingrid Roldán Martínez, citando una crónica de la época:

 

“Desde los extremos de la 9ª avenida resplandecía, como si fuese de luz, la casa de la Legación. Desde lejos distinguíase la palabra PAX hecha con bombillas de colores. Los más distinguidos miembros de la colonia, animados por el mayor y más justo de los entusiasmos, apresurándose a contribuir al mejor éxito del festival. Hubo marimba- la Azul y Blanco de los señores Quiroz-; baile en los salones, corredores y patio; cena a media noche. La celebración terminó a las 4 de la mañana.”[29]

 

 A esa fiesta de la noche del 19 de julio de 1919, le pusieron la pusieron nota exótica ciertos invitados, pues asistió un joven guatemalteco de apellido Gerhke, “delgado y de piel pálida”, que luchó con su regimiento en las batallas de Salónica, esquivando la contra ofensiva turca. Nos informa también Villalobos que: “Durante la fiesta, los invitados se volvían para verlo, por las condecoraciones que llevaba ceñidas en el uniforme.” En el mismo artículo citado, el periodista rescata de la neblina de la historia a otro guatemalteco de apellido Guthrie, a quien describe de “caballero de andar vacilante”, veterano del frente occidental y aviador del frente ruso.

Guatemala participó en la firma del Tratado de Versalles y como presidente de la comitiva fue nombrado el Doctor Rodolfo Robles Valverde, quien un año antes había expuesto ante la Sociedad de Enfermedades Exóticas establecida en París, sus descubrimientos relativos a las lesiones oculares causadas por la oncocercosis. Sus hallazgos fueron publicados originalmente en el American Journal of Ophtalmology, en febrero de 1918, en donde había descrito “Disturbios en la visión en pacientes con ciertos tumores filiares.”

Este científico, que después incursionaría en la política en tiempos del general Lázaro Chacón fue condecorado con la orden de Caballero de la Legión de Honor y Gran Oficial de la Legión de Honor, (otro guatemalteco que junto con Enrique Gómez Carrillo portaron la importante distinción), ambas otorgadas por el presidente francés por su trabajo científico en el importante Instituto Pasteur. Dentro de tanta destrucción y desesperanza, por lo menos un final feliz: un hombre de paz para firmar la paz.


[1] J. M. Winter. La Primera Guerra Mundial. Aguilar S. A. de Ediciones. Madrid: 1998. Este libro es útil para una impresión global de la guerra, está dividido en seis partes: la guerra vista desde el punto de vista de los políticos, los Generales, los soldados y los civiles, un capítulo dedicado a la influencia de la guerra en las artes y un exhaustivo capítulo sobre las consecuencias de la conflagración.

[2] Bárbara W. Tuchman. Los cañones de agosto. Editorial Bruguera, Barcelona: 1963. Este interesante libro es una detallada crónica de los meses previos al estallido de la guerra y busca las razones más lejanas y las más inmediatas que provocaron el enfrentamiento.

[3] Alfonso Enrique Barrientos. Enrique Gómez Carrillo. Tipografía Nacional, Guatemala: 1994.

[4] Enrique Gómez Carrillo. Tierras Mártires. Editorial América, Madrid: 1919. Todas las citas directas de Gómez Carrillo han sido tomadas de este libro, salvo que se indique lo contrario.

[5] H. P. Willmott. World War I. DK Publishing, New York: 2003. Este libro contiene interesantes fotografías y utilísimas estadísticas sobre todos los temas relacionados con la guerra, permitiendo una panorámica más completa de su impacto en la economía, la industria, la educación, el nuevo papel de las mujeres, etc.

[6] Citado en Horwinski, Op. Cit. Pág. 315.

[7] Para un análisis detallado y bien informado sobre la evolución de la guerra en todos sus frentes y sus consecuencias ver la obra del historiador militar británico John Keegan: The First World War. Vintage books, New York: 1999.

[8] Enrique Gómez Carrillo. Antología. Editorial Artemis Edinter, Guatemala: 2004. Página 200.

[9] Enrique Gómez Carrillo. Op. Cit. Página 209.

[10] Horwinski. Op. Cit. Página. 51.

[11] El mismo Fabián Vidal, también periodista, en un artículo publicado en el diario La Vanguardia el domingo 27 de junio de 1937, en plena Guerra Civil española, completa su relato de ese viaje a las trincheras: “…me ha recordado otro muy semejante a que asistiera en la primavera de 1916, cuando recorrí, invitado por el Gobierno británico, las líneas aliadas de Francia y Bélgica. Estuve por la tarde, con Enrique Gómez Carrillo y Valdeiglesias, en las trincheras de Permelles. Vimos, por una aspillera que tapaba un girón de tela de saco, el ‘no man land’: la Tierra de Nadie, espacio de unos cincuenta metros de anchura, que se extendía entre dos marañas de alambradas derribadas y rotas, cuyas puntas brillaban al débil sol de Artois, y sobre el cual se pudrían, en extrañas, trágicas o grotescas posturas, cadáveres uniformados, encima de los cuales volaban, lentos, augurales y solemnes, los cuervos (…) Carrillo, Valdeiglesias y yo nos miramos y nos comprendimos. Y nos entraron unas ganas locas de volvernos a las segundas líneas, y aún a Vermelles…” (Fragmento del artículo Aviones y ruinas o águilas y topos).

Este artículo complementa otro del mismo autor publicado en el mismo diario el sábado 17 de junio de 1937, titulado La mentira y la barbarie, ¿Van a recurrir al ‘rocío mortal’?, en ese escrito, Vidal había narrado: “…Poco después estuve yo, con otros dos periodistas, Enrique Gómez Carrillo y Alfredo Escobar, en los frentes occidentales aliados. Visitamos la pequeña parte de Bélgica que aún quedaba libre de invasores- Furnes, Poperinghe, Iprés, La Payne- y estuvimos en las trincheras, recobradas luego, donde los alemanes utilizaron por primera vez el elemento de guerra que, veinte años más tarde, habían de llamar los abisinios el ‘rocío mortal’…”

[12] El destino de Mata Hari no pudo ser más triste. Su cuerpo no fue reclamado, por lo que el cuerpo acribillado fue donado a una facultad de medicina. Su cabeza y su cabellera roja se mantuvo en el Museo de Criminales de Francia hasta que fue robada en 1958 y nunca recuperada.

[13] De acuerdo al poeta Miguel Marsicovétere Durán: “Guido da Verona, en ‘La danza de la guillotina’ dice que Mata Hari fue denunciada por un escritor sudamericano (en ese tiempo los originarios de este continente, se conocían como norte o sudamericanos) llamado Gómez Carrillo. Lo mismo dice Luis Dumur en ‘El carnicero de Verdún. Entrevista publicada en: Julio César Anzueto. Enrique Gómez Carrillo. ¿En dónde deben reposar sus restos? Universidad de San Carlos de Guatemala, Imprenta Universitaria, Guatemala: 1968.

[14] Abigaíl Suncín. Op. Cit. Página 53.

[15] Guido da Verona. La muerte de Mata Hari. (El libro fue “restaurado” por algún carnicero que pegó con pegamento a la portada y contraportada las hojas iniciales y del colofón, por lo que no tiene editorial ni fecha). Buenos Aires. Página 95.

[16] Da Verona. Op. Cit. Página 77.

[17] Conseguido también en la Librería Premio Nobel en liquidación, después de años de búsqueda para encontrar la acusación en contra de nuestro compatriota: Luis Dumur. El Carnicero de Verdún. Editorial Prometeo, Valencia: s/f.

[18] Vicente Blasco Ibáñez, autor prolífico como su amigo Gómez Carrillo, fue también corresponsal de guerra en el frente occidental con base en París, para la revista española La Esfera, para quien escribió una serie de crónicas sobre la Gran Guerra. La primera de las crónicas se publicó el 24 de octubre de 1914.

[19] Y la leyenda idiota se mantenía tan vigente que aún en el lejano año de 1955, el Diario Oficial del Poder Ejecutivo de México publicó el lunes 27 de junio, que estaba a la disposición del público el libro de Guido da Verona, La muerte de Mata Hari, traducido por Ignacio Cabral, por Editora Nacional.

[20]Juan Manuel González Martel. Enrique Gómez Carrillo. Obra literaria y Producción periodística en libro. Colección Biblioteca Guatemala. Tipografía Nacional, Guatemala: 2000.

[21] El alto número de víctimas mortales de esta batalla inspiró el dicho común de “Se armó la de San Quintín”, para expresar que algún asunto se ha convertido en un pleito grave.

[22] Gordon Brothston. Manuel Machado: a Revaluation.CambridgeUniversityPress, UK: 1968. Pag. 44.

[23] Catherine Rendón. Minerva y La Palma. El enigma de Don Manuel. Artemis y Edinter, Guatemala: 2000. Página 231.

[24] Enrique Gómez Carrillo. In the heart of the Tragedy. Hodder & Stoughton. New York/London: 1917. Note from the Editor.

[25] Citado en Horwinski, Op. Cit. Pág. 326.

[26] Juan Manuel Quesada Fernández. Dante Dannini Sandoval y los inicios de la Aviación Guatemalteca. Argrafic, Guatemala: 2008. Página 83.

[27] Jorge Antonio Ortega Gaitán. Los Pilotos Aviadores. Centro Editorial y de documentación para la historia militar. Guatemala: 2011. Página 140.

[28] Roberto Villalobos Viato. La Casa Mudéjar. Revista D, Número 374. Guatemala, 18 de septiembre de 2011. Página 18.

[29] Ingrid Roldán Martínez. La casa de la Legación. Diario Prensa Libre, Guatemala, 13 de junio de 2004. 


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