Los días luminosos, o de vacaciones en Niza con Gómez Carrillo

Rodrigo Fernández Ordóñez

A Martín

Aunque usted no lo crea, estimado lector, Enrique Gómez Carrillo también se tomaba sus períodos de descanso.  Y, ¿cómo es eso?, se preguntará más de alguno, si este señor se mantenía viajando por el mundo, matando el tiempo en cafés y bares o salas de redacción de periódicos o documentándose en bibliotecas para sus viajes. Pues bien, le explico: para nuestro cronista la mayoría de los viajes que realizó eran puras cuestiones de trabajo. Cuando viaja a Rusia, a investigar las razones de la decadencia del vasto imperio Romanov, puestas en evidencia al ser derrotado en la guerra Ruso-Japonesa, lo hace por comisión del periódico para el que trabajaba, El Liberal. En su ruta pasa por Alemania, aprovechando a darse una vuelta por Hamburgo, Munich y Stuttgart, dejando crónicas sobre estas ciudades. También pasa por Hungría, y deja crónicas sobre Pest.[1] Pero siempre está trabajando, lo hace de paso, para cumplir algún encargo o para hacerse de algún dinerito extra, que a nadie le cae mal. Y como son crónicas de lugares remotos para el público americano o español pega justo en el clavo. Se toma una cerveza en El Cairo, asiste a un concierto en Budapest y aprovecha a darse una caminadita por sus calles entre cambio de trenes. Y vende. Y publica. Otra prueba de esta explotación del exotismo se obtiene de revisar sus crónicas producto del viaje al Japón en 1905, en que nos deja escritos sobre Port Said, del cruce del Canal de Suez, un baile en Colombo (Sri Lanka), una visita a Shanghai y un paseo por un fumadero de opio en la recién adquirida posesión colonial de Indochina.[2] Pero es trabajo al final. Por eso, para descansar de verdad, para darle tregua a sus hastiados nervios, busca un lugar más cercano a su amada París, pero más soleado: Niza.

nizaEsta ciudad, capital histórica del condado de Niza, recién se integró a la república francesa en 1860 gracias al Tratado de Turín, poniendo fin a 5 siglos de dominación de los Saboya. La ciudad, devenida en símbolo de la Costa Azul, está ubicada entre dos ciudades que también derrochan glamour por sus espectaculares veranos como son los de Cannes (sede del famosísimo festival de cine) y Montecarlo, la capital del juego y epítome del lujo europeo. ¿No se le viene a la mente la hermosa princesa Grace Kelly?

En esta ciudad, ejemplo de lujo y glamour, se habrá de comprar una casa nuestro querido escritor, y aunque no sabemos a ciencia cierta la fecha del primer viaje de Gómez Carrillo a la solariega ciudad, la primera referencia a la misma la encontramos en su crónica titulada El encanto de Niza. Durante esta visita, la ciudad está sumergida en una atmósfera más bien somnolienta. Niza había suspendido su cotidiana alegría y despreocupación para solidarizarse con su país en guerra, que combatía encarnizadamente a centenares de kilómetros de las pacíficas playas y silenciosas colinas. En su crónica de este viaje al Mediterráneo, nos cuenta:

 

“…Muchos de sus hoteles y muchos de sus palacios están cerrados. Su casino también está cerrado. Su carnaval, que era la fiesta clásica de estos días, no existe. No hay desfile de coches adornados de rosas. No hay cortejos de damas iguales en lujo a la reina de Saba… No importa. En su relativa  modestia, en su discreto silencio de tiempo de guerra, la divina ciudad conserva siempre su belleza paradisíaca, su gracia áurea, su encanto regocijado…”[3]

 

Imaginamos que el viaje hecho a esta ciudad tan lejos de París habrá obedecido a la necesidad de descansar los nervios que tenía el escritor, que se había pasado los últimos cuatro años yendo y viniendo del frente occidental, reporteando el desarrollo de la guerra. El tono de la crónica de su visita inicia con la intención de relacionar la larga y terrible guerra con ese momento de descanso pues abre con las siguientes líneas:

 

“Me habían dicho que estaba muerta y quería verla en su sudario de luz, callada y abandonada, sin Casino, sin carnaval, sin derroches fabulosos de perlas, sin cascadas de champaña. ¡Niza la muerta!…”[4]

 

El tono del anterior extracto refleja la intención de hacerle pensar a los lectores del momento que a pesar de la guerra, Francia sigue viva, así como sus hermosos paisajes, y que terminado el enfrentamiento la vida volverá a fluir, y la hermosa Niza, volverá a recibir a las marejadas de veraneantes, por lo que también podemos aventurar, es que la crónica habrá pretendido, recrear para los lectores de los diarios a los que contribuía, un fresco completo de la Francia de la Gran Guerra, en la que se lucha en todos los frentes, y en la que hasta las fiestas y los derroches se suspenden para apoyar el esfuerzo bélico. Creemos que nuestro admirado cronista habrá pretendido hacer una panorámica total de la Francia comprometida en el esfuerzo bélico, y de paso, cómo no, descansar un poco y vagar por ese jardín lleno de “… Beaumettes floridas de mimosas y murmurantes enjambres…”, y tomar el sol en la terraza morisca de su amigo belga Maurice Maeterlinck. Basta recordar, para apoyar esta impresión, que Negrescu, el rumano dueño del Hotel Negresco, centro de la vida y diversión en Niza convirtió su lujoso hotel en hospital de retaguardia para las tropas, arrastrándolo a la bancarrota.

El viaje a esta tranquila ciudad habrá servido también de alivio a su aguda neurastenia, pues el tono de la crónica es suave, como si  pretendiera reconstruir sus caminatas por las empinadas calles de las colinas o como si nos hiciera rememorar, casi imperceptiblemente, como en sueños, sus paseos por la explanada que abraza la playa de la bahía. Sus palabras fluyen suavemente, como si estuviera escribiendo tumbado cómodamente en una camilla en la playa de cara al sol. En la crónica nos dice:

 

“Y es que, verdaderamente, no hay nada en el mundo entero, ni Venecia, ni la ribera de Génova, ni la playa de Argel, que tenga la gracia y la belleza de la costa de azul…”[5] 

 

La paz y la tranquilidad halladas en esta ciudad sumida de pronto en el silencio de la austeridad, bien pudieron ser las razones que llevaron a Carrillo a comprarse una casita de veraneo en Niza y cuya intención ya se prefigura en este viaje de 1918, del cual dejó testimonio en su crónica, incluida en su libro Vistas de Europa. En su recuento encontramos la siguiente declaración:

 

“Yo mismo, que no he sentido nunca, en ninguna parte, el deseo de arraigarme para vivir y morir en el mismo logis, aquí noto, muy a menudo que mis instintos errantes se calman, y que si una de las casitas blancas que trepan por las colinas fuera mía, me sería muy penoso abandonarla. ¡Ah! ¡Las veces que he hecho ese sueño! ¡Las veces que he pensado aquí en tener un jardín, en cuidar mis olivares, en dormir a la sombra de mis cipreses!…”[6]

 

Estos pensamientos los deja por escrito, de acuerdo a la propia referencia de su crónica, mientras está tomando un descanso en “la terraza árabe de Maeterlinck, en las alturas de los Beaumettes”, mientras observa, “la inmensa playa que extiende su curva armoniosa hasta la roca de Monte Carlo”. En las páginas de la Vida Errante, había escrito sobre su sueño de tener un refugio del ajetreo diario:

 

“Mil veces, ante una casita blanca, en medio de las flores de un jardín, en cualquier rinconcillo tibio del mundo, los que no tenemos ni lares ni raíces, hemos soñado en crearnos un nido eterno para descansar de los tormentos de la vida nómada.”[7]

 

En este viaje de “tiempo de guerra” como lo califica el cronista en que encuentra los casinos, cafés y restaurantes cerrados, visita a su amigo escritor Maurice Maeterlinck, premio Nobel de Literatura de 1911 y quien a la sazón tenía un palacete de estilo árabe en una de las colinas de la famosa ciudad. Con su amigo se pasea por la atmósfera triste de las alamedas de la ciudad que se ha forzado guardar silencio en respeto a una guerra que sigue consumiendo hombres y enlutando familias en un frente no demasiado lejos de sus aguas azules. Al finalizar su viaje, casi proféticamente nos dice Carrillo:

 

“¡Ah! La casita blanca en la falda de una colina, el mirador frente al mar, el jardín poblado de rosas y de laureles, el nido, el paraíso soñado… Como un personaje de la novela balzaciana de aquellos que, al llegar a París, le decían a la gran ciudad: ‘He de poseerte’, yo le murmuro ahora a un jardincillo que me sonríe a pocos pasos: ‘Tú serás mío un día’…”

 

La diosa fortuna, que bendice a quienes les son fieles, decide soplar el cuerno de la abundancia y concederle a nuestro escritor tan caro sueño, ese que tan anhelante escribiera en su crónica de tiempos de guerra. Como dije al principio, no sabemos del momento en que adquiere la propiedad, pero habrá sido necesariamente entre la crónica de los tiempos de la guerra (asumiendo que cuando la visitó Europa todavía estaba en guerra), publicada en formato de libro en 1919, por lo que podríamos presumir que habrá datado de 1917 o 1918 al menos, publicada previamente en los periódicos para los que colaboraba y antes de la llegada a París de Toño Salazar en 1922, quien en sus recuerdos evoca sus viajes a la casa y porque en ese mismo año de 1922 el cronista le envía una carta a su ex esposa, Aurora Cáceres (escupo en su tumba), en la que le dice: “…Yo llego de Niza para pasar aquí unos quince o veinte días”,[8] lo que nos hace presumir que ya contaba con un lugar propio en el cual pasar temporadas en Niza, (o bien que era uno de esos pesados que se llegan de visita a los amigos “por unos días” y se instalan por temporadas enteras). Pero lo que sí es cierto, es que a partir de este año, son varias las cartas que le envía a la señora esa, cuyo nombre no quiero volver a pronunciar, en que hace referencia a sus viajes y estadías en la Costa Azul. En el apartado de su “diario” del año 1922, de la vieja arpía, encontramos también esta carta: “…Cuando te decidas a ir a Niza, dímelo. No te ofrezco la hospitalidad de mi casa por lo que diría la gente. Yo estaré allá hasta mediados de julio, a menos que los mosquitos me piquen y me hagan huir…”[9], por lo que ya podemos asegurar que se había comprado la casita para 1922, (lo que hace que tengamos que deshacernos de la teoría del Gómez Carrillo gorrón). En la siguiente carta transcrita, identificada sencillamente como Carta tercera, sin fecha, pero siempre dentro del capítulo correspondiente al año 1922 se lee: “El Mirador. -Chemin de Brancolar, Nice. Mi querida Aurora: Esto es el paraíso: un tiempo, un cielo, una alegría fina, suave… Y mientras tanto, en Lima matando estudiantes en nombre de Jesús… Vaya. Le he dicho a mi amigo X, que me sirve de chaufeur, que hoy, cuando salga, vea un hotel para ti. Dime si te gustaría un lugar con música, cerca del mar, en pleno centro del chic veraniego, que es muy discreto; creo que sería lo mejor; y las tarifas de verano son muy económicas; lo mejor me parece un hotel en la Promenade des Anglais, en que por la noche, en el gran jardín que da al mar, hay orquesta, luces venecianas, gente agradable; allí va Manuel Ugarte. Lo mejor es que escribas tú misma, pues tienen mucho empeño en todos los hoteles de Niza en atraer gente de París…” Ese amigo X, ¿habrá sido Toño Salazar?, porque en sus recuerdos cuenta de las estadías que en casa del guatemalteco disfrutaba de la ciudad veraniega.

En la identificada como carta cuarta[10], también transcrita íntegramente, nos deleita con detalles más personales de su vida en la solariega casita: “El Mirador.- Chemin de Brancolar, Nice. Mi querida Aurora: Aquí me tienes, en mi casita de Niza. Llevando la vida apacible de la soledad y el trabajo. Estoy haciendo una novela, de la que estoy muy contento. Si sigue como va, será trés bien. Debo decirte que estoy en la décima página. No faltan, pues, más que doscientas cuarenta… Pero todo se arreglará si Dios quiere. Ayer pasé mi examen de chauffeur y obtuve mi diploma, que me da derecho a aplastar a todo el que se atraviese en mi camino. Todos los días paso por tu boulevard Joseph Garnier y veo las ventanas para tratar de adivinar cuál es tu casa. Aquí el tiempo está precioso. No tenemos calor. A veces, a la madrugada, hasta tenemos que cerrar la ventana, por el frío. Y los días son de un esplendor oriental…” La novela en la que tan dedicado se encuentra trabajando es, presumiblemente, El Evangelio del Amor, que sería publicada un año después, como veremos más adelante. Aurora ocupaba para esas fechas, un apartamento en Niza, porque a continuación de la carta inserta, ella comenta: “…Estoy en mi departamento de Niza; prefiero esperar aquí los trámites del juicio de nulidad…”[11], lastimosamente la entrada del diario no está fechada, pero comenta párrafos adelante: “…Enrique viene a verme en las mañanas. Una tarde que fui a su casa encontré a Ibels, quien, sin ser oído de Enrique, me preguntó si es cierto que voy a volver a vivir con Enrique, por lo que deduzco que es él quien se lo ha dicho; le respondí, en reserva, que no. Ibels se encuentra actualmente en ‘El Mirador’, donde está pintando un cuadro…” y a continuación una verdadera gema de información para enriquecer este escrito y reconstruir aunque sea un milímetro de la dichosa casita de Niza, nos dice la fastidiosa de Aurora: “…Enrique me cuenta detalladamente, y con la franqueza que siempre tuvo conmigo, las más intensas páginas de su vida, principalmente en lo que se refiere a las críticas que el público le hace y a lo que de sus amores se cuenta atribuyéndosele lo que carece de verdad. Según él, las mujeres que han pasado a su lado sólo han significado una compañía contra la soledad, y me enseña su dormitorio, que parece una celda, donde no tiene sino la cama. Como le pregunto si se ha vuelto monje, me responde que casi lo es, porque a esa habitación no ha entrado ninguna mujer. No lo dudo; aunque de inmediato, hay otro dormitorio que no siempre ocupa Ibels…”[12] 

La intrigante y malintencionada de Aurora incluye también otro dato interesante que nos permite aclarar por lo menos, la fuente del dinero que le permitió a Gómez Carrillo procurarse el lujo de una casita en la Costa Azul. Comenta: “Un día me habló extensamente de su situación económica, que era holgada; no necesitaba de nada, y aún tenía algunas economías en el Banco. Su único anhelo era que el Consulado de la República Argentina en París se le cambiasen por el de Niza, para no tener la obligación de ir con frecuencia a París…”

 También en unas cartas publicadas por Jorge Carro en la Revista Cultura de Guatemala, dirigidas a su amigo el doctor Federico Murga, lo tenemos escribiendo en hojas con el mismo membrete que dice “El Mirador. Chemin de Brancolar. Nice.” Lastimosamente, don Enrique no pone fecha en ninguna de estas sus cartas, pero por fortuna algunas tienen un encabezado en formato para llenar que incluyen: “Nice, _____ 192___”, por lo que la asunción es obvia. En una de las cartas, la contenida en la página 29 de la revista mencionada, le relata a su amigo Murga: “Aquí un tiempo ideal. La tornade de que han hablado todos los periódicos, aquí no la notamos: fue una lluvia de una tarde y nada más”. Lo fascinante de estas cartas no es sólo que su tono es ligero, despreocupado, fuera de toda afectación literaria, sino que además las escribe todas desde Niza e incluye valiosos detalles de la casa que se ha comprado. Así, un 11 de noviembre le comenta a Murga: “…Por fortuna creo que todos acabarán por venir a vivir a este paraíso. Piense usted que le estoy escribiendo con las ventanas abiertas en una habitación llena de sol, mientras en París debe usted ya tener sus lámparas encendidas a las 4 de la tarde…” Otros detalles nos permiten imaginar la ubicación de la casita, como cuando comenta, en la misma carta del 11 de noviembre: “…Estoy para vender mis dos autos, ganando en el Peugeot y perdiendo 2.000 frs en el citrón. El citrón no sube el Chemin de Brancolar sino con dificultad…”

hotel-excelsior-regina-palace-cimiez-nice-france-framedAhora el Chemin de Brancolar es la Avenida de Brancolar, una empinada ruta a la espalda del imponente Hotel Regina Palace y no muy lejos del Jardín de Cimiez, un parque de olivos plateados y caminillos de grava y, como si el destino se ensañara en contra de nuestro cronista, muy cerca del Hostal Saint-Exúpery, una hermosa construcción estilo renacimiento rodeada de soberbios cipreses romanos. El paisaje apenas adivinado por esta referencia a la empinada calle, la confirma Carrillo en la maravillosa crónica Mi casita de Niza, en la que relata:

 

“¡Cómo me acuerdo del día ya lejano en que por vez primera mi alma se embriagó en esta copa de luz! No fue aquí, en la colina de Brancolar, sino enfrente, en las Beaumettes floridas de mimosas y murmurantes de enjambres, en el jardín de Maeterlinck…”[13]

 

En otra carta de las cartas al doctor Murga, fechada el 10 de septiembre, que podemos establecer casi con seguridad que es del año 1923, pues contiene una referencia a lo bien que va de ventas la traducción al francés de su novela El Evangelio del amor, libro que de acuerdo al minucioso catálogo de Juan Manuel González Martel[14], ya citado, se publicó ese año, con una dedicatoria a Madame Sélyssette Maeterlinck, firmada el 15 de mayo de 1923 en Niza. En esa carta le comenta a su amigo Murga: “He hecho mil mejoras en el Mirador. Las habitaciones de usted están ahora muy bien. Y además le he hecho un salón abajo, para recibir a los que vengan a verle. Solo el garaje, no sé cómo hacerlo. Me va a costar un ojo de la cara.”

Lastimosamente no sabemos nada más de la mentada casita de Niza de lo que nos cuenta Gómez Carrillo en su crónica. No sabemos cuando la compró, cómo la compró o a quien se la compró. Pero contamos con una hermosa descripción de la propiedad de mano de su dueño, que la describe con tal delicadeza que bien podría estar hablando de una mujer hermosa:

 

“Mi casa, justamente, fue edificada por un erudito genovés que venía en la primavera para leer las Geórgicas a la sombra de un olivo centenario. ‘Villeta Virgiliana’ reza aún una inscripción borrosa en uno de los postigos del huerto (…) ‘El Mirador’ le he puesto. Y eso es en efecto: un balcón ante la línea azul del Mediterráneo, una terraza a pleno sol, una ventana desde la cual se ven, a lo lejos, los caseríos almenados de la costa…”

 

      Sobre el origen aristocrático de la casa nos comentará Toño Salazar en la larga conversación que tuvo con Luis Gallegos[15], aunque no sepamos si tomarlo en serio o no:

 

“…De seguro aquél texto íntimo suyo, dedicado a su ‘villa’, fue traducido por algún amigo del escritor o por su traductor, acaso el mismo traductor que tradujo a Gómez Carrillo para el editor Fayard. En aquel texto Carrillo decía que la ‘villa’ había sido hecha por una condesa italiana, la condesa Grimaldi, para disfrutarla con alguno de sus amantes. Esto, sin embargo, pudo ser mera invención del gran cronista guatemalteco que, a menudo, incorpora en sus escritos elementos novelescos, citando hechos y personajes imaginarios.”

 

Y es que no sabemos si tomarnos en serio este argumento de Toño Salazar porque el texto “íntimo suyo”, dedicado a su villa es del que hemos venido tomando fragmentos a medida que hemos reconstruido el asunto éste de la casita de Niza. Y por muchas vueltas que le dé al breve texto, (apenas 10 páginas en la edición del Gobierno de Guatemala), no encuentro por ninguna parte la referencia a la condesa Grimaldi y sus amantes. O puede Salazar haya estado evocando algún otro texto del que aún no tenemos noticias… puede ser, en todo caso, seguiremos buscando hasta agotar esta posibilidad. O bien, en algo más habrá estado pensando el genial caricaturista, o simplemente nos quiso tomar el pelo reconstruyendo un texto ya alterado por los años y los recuerdos, una treta borgiana. ¿Ve usted? Eso es lo malo de citar las cosas de memoria…[16]

      Pocas noticias más nos ofrece el cronista de esta su soñada propiedad, apenas insinuaciones, como protegiendo su privacidad de esos “fastidiosos americanos” que en París no lo dejan en paz con sus visitas a la rue de la Castellane o al Café Napolitain y que buscan aunque sea estrecharle la mano, elogiarle algún libro o pedirle algún consejo. En un acento despreocupado, deja caer la siguiente noticia, en su crónica de su casita:

 

“Hoy al fin, después de muchas vanas romerías, he buscado y he encontrado la casita ‘reveé’ en uno de los sitios más pintorescos de Niza, entre los boscajes suntuosos de un parque que le pertenece al millonario boliviano Patiño, y las principescas escalinatas de otro parque que pertenece al millonario belga, tan popular en Madrid, Marquet. Pero no es blanca mi casita. Es roja como los palacios venecianos (…) Cuatro olivos seculares, tapizados de hiedra, marcan los modestos linderos de mi dominio. Mi huerto se compone de media docena de naranjos que florecen alrededor de una palmera solitaria. Mi único lujo, lujo platónico e ilusorio, es mi terraza, mi mirador que domina los contornos, y en el cual, sentado en un banco de piedra, puedo figurarme cuando quiero, embriagándome de belleza, que todo lo que veo es mío…”

 

Así que la casa roja que se compra está ubicada en un barrio relativamente nuevo de la ciudad, al norte de la misma, el Brancolar, cuyo desarrollo abarcó de 1867 a 1914, y que coincide casi con el surgimiento a la fama de Niza como centro de veraneo a partir de 1864, tras la extensión de la línea ferroviaria de la ruta París-Lyon-Marsella, que se conecta a la ciudad. Casi de forma inmediata la localidad se convierte en el destino favorito de los vacacionistas ingleses. Comenta Laurent Gauci[17] que entre 1864 y 1874 el número de visitantes subió de 106,000 a 310,000, triplicándose en una sola década. El estallido del turismo lo resume Gauci, citando una carta de León Pilatte, antiguo cónsul en Niza a Alphonse Karr, un republicano exiliado en la localidad, tras la proclamación del Segundo Imperio por Napoleón II: “Allez á Nice! Allez-y par le télégraphe électrique si vous pouvez! Climat charmant, situation délicieuse dans une baie nommée non sans raison la baie des Anges, le soleil d’Italie, á une demi-heure de marche la fraîcheur de la Suisse, et des soirées, des nuits plus belles que celles de Naples! Véritable Paradis…”

Comenta Gauci que la urbanización de la localidad siguió la lógica de las ciudades portuarias: el partido más pequeño y antiguo, el corazón histórico de la ciudad, el puerto, comprendido por los barrios populares establecidos en media luna siguiendo el contorno de la bahía, barrios incómodos e insalubres y la región de las colinas, que fue adoptada por la aristocracia local y los extranjeros residentes, que fueron ocupando las estibaciones: Cimiez-Brancolar al centro, el monte Boron al este, la planicie de Piol al noroeste y la colina de Baumettes al oeste, colina en la que tenía su palacio árabe Maeterlinck. Gauci apunta que con el tiempo, la colina de Cimiez se convertiría, a partir de 1882, en la localidad favorita de la alta burguesía y la aristocracia europea, mientras que el sector de Brancolar quedaría un poco relegado; como prueba de su marginalidad, estaba cruzado por varios caminos rurales que desembocaban en las propiedades desperdigadas por la misma.[18] Las rutas principales que cruzaban el sector eran: el chamin de Brancolar y el chemin de Valrose. Brancolar no se integraría totalmente a la ciudad sino hasta inicios del siglo XX, cuando en 1906 se le incluye como barrio de la villa de Niza, que ya para 1914 albergaría alrededor de 210 mansiones según un censo consultado por el ya citado Gauci.

La casita del escritor guatemalteco, a juzgar por los encabezados de las cartas que escribe y de las que hemos venido haciendo mención, rezan: “El Mirador. Chemin de Brancolar. Nice”, estaba establecida en la ruta principal de este barrio en expansión y refinamiento, pues en la zona entre el boulevard de Cimiez y el chemin de Brancolar, se encontraban las construcciones más lujosas de la zona, clasificada por la municipalidad como “zona de lujo”, a saber: el hotel Pensión Vitali, establecido en 1893, el Gran Hotel de Cimiez, en 1893 también y en 1897, el más lujoso de ellos, el Hotel Regina. De la importancia que estaba adquiriendo la zona dan testimonio dos circunstancias: la primera, que en 1893 se inaugura la primera central eléctrica en la zona y la segunda, que gracias a estas instalaciones en 1895 ya se cuenta con alumbrado público en el boulevard de Cimiez, se pone en operación un tranvía y se instala un elevador en el Hotel Regina.  

Pues es en esta aristocrática zona en la que nuestro escritor se compra una “casita”, que de acuerdo a los apuntes de Jaime Barrios Carrillo, era una mansión con más de diecisiete habitaciones.

La compra de la propiedad causa acres comentarios de la vieja desalmada de su ex esposa, Aurora Cáceres, contra quien ya hemos tenido el gusto de despotricar antes en otro escrito. La vieja intrigante comenta que el gusto burgués de Gómez Carrillo le había permitido adquirir una propiedad en Niza, traicionando los valores de la bohemia a la que se había arrojado durante tantos años parisinos, incluso cuando estuvieron casados. Sin embargo, olvida la poco amable señora, que Gómez Carrillo ya para los años en que se compra la casita, había abandonado la vida bohemia y era un periodista serio y respetado, gracias a la oportuna intervención del doctor Miguel Moya, quien lo contrata para trabajar en el diario El Liberal, circunstancia sobre la que hemos de volver, si no en este texto quizás más adelante…

¿Y qué tenía de extraordinario Niza? Digo, aparte de estar ubicada en la Costa Azul, gozar de un clima suave la mayor parte del año, y tener construcciones impresionantes de villas y palacetes del jet-set internacional frente a un mar de sueño. Pues nuestro escritor nos contesta desde ese lejano 1918 que hemos asumido como inicio de la ilusión de poseer algo en la soleada ciudad, sentado en la terraza de la residencia de su amigo Maeterlinck:

 

“…la bella Niza tiene el encanto de ser a la vez Paris y el campo, la paz y la vida intensa, la soledad y la sociedad… No hay nada más aristocrático, nada más mundano, nada más lujoso, que el centro. No hay nada más tranquilo, más azul, más florido que la playa y las laderas. Es la villa ideal, en el clima ideal, bajo el cielo ideal (…) Una brisa ligera y tibia me acaricia las sienes. Y, en medio de mi bienestar algo egoísta, pienso que a doce horas de distancia, en la formidable París, mis amigos no ven el sol sino de vez en cuando, entre nubes plomizas…”

 

      Otra razón que hace que Niza sea un destino favorito para quienes andan huyendo del ruido, del frío, del ajetreo, de la falta de sonrisas de la febril capital francesa:

 

“Por todas partes, en efecto, a todas horas, aunque las alas del viento permanezcan inmóviles, una lluvia de flores cae, lenta y continua (…) En los parques de las villas, en los senderos de las colinas, en los boscajes de los jardines, los pétalos, impasibles, implacables, siguen lloviendo sin prisa, sin misericordia, sobre las cabezas de las parejas galantes, para embriagar los corazones y palidecer los rostros. El espectáculo es sublime…”

 

Estos encantos habían atraído ya en su momento a Maeterlinck, de quien ya hemos comentado que tenía un palacio árabe en el centro mismo de la ciudad, o a Manuel Ugarte, abanderando del antiimperialismo estadounidense y prócer del americanismo, quien tenía una propiedad con terraza en la misma “Promenade des Anglais”, a la orilla misma de la playa y otro amigo del círculo, el español Blasco Ibáñez, que tenía una hermosa propiedad en Menton. Sobre su propiedad dirá Blasco Ibañez: “Una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estoy sentado en un banco de mi jardín de Mentón. Arboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces…”[19]

Y es que para esa fecha, Niza era el centro del veraneo de la Europa chic. Le pongo un ejemplo: Patiño, el multimillonario boliviano dueño de minas en su país, tenía una amplia propiedad, parecida a un palacio (riquezas que perderá gracias a la nacionalización de la minería por la revolución de 1952, pero esto ya es harina de otro costal). También tienen en estas escarpadas colinas bañadas por el Mediterráneo propiedades Singer, el dueño de las máquinas de coser y otros intelectuales famosos. Blasco Ibáñez nos habla de sus atractivos, en un diálogo con su otro yo con que abre su libro de crónica de su vuelta al mundo:

 

“…Perderás también las fiestas invernales de la Costa Azul, que atraen a los felices de la tierra: el Carnaval de Niza, las óperas y conciertos en Monte-Carlos, las regatas, los bailes en hoteles enormes como alcázares de leyenda, las batallas de flores…”

 

Así que a pesar que la ciudad vive una forzada tranquilidad, el ambiente, el suave clima conquista el corazón del escritor guatemalteco. Comenta: “Todo aquí nos acaricia, nos halaga, nos sugiere ensueños tiernos de amor y de dicha, de paz interior de buenaventuranza tibia…”[20]

      ¿Necesita el lector otra razón para quedarse a vivir en Niza? Si es así, querido y respetado lector, usted no tiene corazón, o no tiene gusto, que es peor. ¿Qué otro lugar de descanso mejor se le ocurre a usted, fuera de esta terraza a la sombra de naranjos desde la cual puede ver el mar, azul y brillante, colinas verdes y una continua lluvia de flores?

      ¡Ah! Pero no vaya a creer que nuestro cronista sólo se la pasa  sentado en una banca embriagado por la vista de flores que caen… eso sería un desperdicio del paisaje. También se sale, se camina por la Promenade des Anglais, que es una elegante calzada que bordea el mar y hacia la cual aún abre sus ventanas el imponente Hotel Negresco[21] hoy en día. También se pasea por los parques, aprovechando a ver a las mujeres que pasean en ropas de verano (que en esa época no enseñaba mucho, dicho sea de paso). Nuestro intelectual tiene otro pasatiempo: “…todas las tardes me doy unos largos paseos por Niza en un pequeño Citroën que es una preciosidad por lo suave…” Niza es una ciudad elegante en la que se gasta el dinero a manos llenas. Allí se puede ver al millonario Singer, por ejemplo, jugarse grandes sumas en el casino. Es una ciudad para ver y ser visto.

      Pero eso de meterse uno a remodelar casas, lejos de ser un placer, como inocentemente lo pinta Frances Mayes en su libro Bajo el sol de la Toscana o Sir Vidia Naipaul en Una casa para Mister Bishwas, es una verdadera pesadilla en la que el dinero se escurre a raudales entre los dedos. Hasta de estas banalidades nos pone al tanto Gómez Carrillo gracias a su amistad con el doctor Federico Murga. En otra de sus cartas sin fechar, pero con membrete de El Mirador, le relata:

 

“…La empresa de la casita está resultando terrible e interminable. Aún no dormimos aquí sino en un hotel al lado; estamos llenos de pintores, empapeladores, albañiles, parqueteros, etc. Estoy haciéndole poner el piso de madera de encino a todo el primer etage. Eso me arruina…”

 

      Pero Gómez Carrillo es un quejicas, porque nadie que no tenga el dinero se mete primero, a comprar casa en Niza, y segundo, a remodelarla con piso de encino. Además, a este escritor desde hacía años, le iba bien económicamente, con todos los libros que vendía y artículos que publicaba semanalmente en diarios de América y España. Además tiene un sueldo del gobierno argentino, detalle que nos cuenta en otra carta breve a su amigo habitual: “Mil gracias por el cheque que me llega cuando ya he recibido mi trimestre de la Argentina, de modo que siento que, se haya molestado enviándomelo”, y de esta noticia podemos sacar dos cosas en claro: que el doctor Murga, cuyo consultorio nos cuenta Jorge Carro, quedaba nada más y nada menos que en la Place Vêndome, no tenía empacho en prestarle 2,000 francos a su amigo el intelectual, y que el gobierno Argentino, como cualquier otro gobierno latinoamericano que se precie, es impuntual a la hora de pagarle a sus burócratas.

      Con todo y quejas y apretujones de billetera, el resultado de la remodelación de la casa habrá resultado en todo un éxito, a juzgar por la brillante crónica que le dedica y que hemos venido reseñando y que cierra con estas memorables frases:

 

“…más que tanto esplendor, lo que me atrae, lo que me hace tomar el tren de París cada vez que tengo algunas semanas libres para refugiarme en mi Mirador, es la exquisita, la suave belleza de las colinas que miran en el mar sus boscajes de rosas, y el azul diáfano del cielo que muy raras veces se nubla ¡Ah! Y tal vez también la atmósfera, en donde el perfume de las flores parece estar impregnado de sutiles emanaciones de opio…”

 

En su casa de descanso también hacen peregrinaje sus amigos, aprovechando los meses de la temporada de verano que iniciaba en noviembre y se extendía hasta el mes de abril del siguiente año, mientras en el norte era invierno. Sabemos que Toño Salazar solía descolgarse a Niza y hospedarse en “El Mirador”, por su correspondencia sabemos también que allí se hospedó el pintor Ibels, en cuya casa habría de sufrir un primer ataque cerebral nuestro querido cronista y el aristocrático doctor Murga. También el genial poeta Manuel Machado solía tomar el sol en la terraza sobre la bahía:

 

“…He hankered after the pleasures of Paris and was invited to ‘El Mirador’, the villa Gómez Carrillo kept in Nice with Blasco Ibáñez, Maeterlinck and Max Regis as neighbours and wich he described as: ‘Una casita de canónigo italiano, con un jardín de naranjos y una habitación amueblada con regalos de Maeterlinck y Max Regis’. Manuel enjoy the luxury of a country house himself; during his weekends there he wrote of the delights of summer evenings, of the eucalyptus at his window, the garden stream, the pine woods, the wheat fields and the place of the countryside in poems like ‘Paisaje’ and ‘Regreso’.[22]

 

Pero el goce de la casita en la Riviera Francesa le duró poco a nuestro compatriota, pues moriría en París un lejano y asumo que brumoso mes de noviembre de 1927, justamente un par de días después de manejar ininterrumpidamente desde Niza[23], en donde se encontraba descansando con su tercera esposa, la salvadoreña Consuelo Suncín, luego que lo convocara la Sociedad Internacional de Prensa para una reunión urgente[24] y sobre lo cual volveremos a tratar con extenso detalle más adelante. Cuenta Abigaíl que su tía fue nombrada heredera universal, adquiriendo: “…los bienes y su gloria, que incluían propiedades en Argentina, una villa en Niza, Francia, jugosas cuentas bancarias y todas sus obras…”, riqueza que la propia Consuelo desmiente cuando uno de los biógrafos de nuestro cronista, Mendoza, la entrevista durante una visita que la viuda hizo a ciudad de Guatemala. ¿A quién creerle entonces? Continúa relatando Abigaíl que como consecuencia del golpe de Estado que el general José Félix Uriburu le da a Hipólito Yrigoyen, le confiscan a Consuelo las propiedades de Gómez Carrillo en Argentina, supuestamente por que el cronista se había afiliado al Partido Radical, de Yrigoyen.[25]

También la casita de Niza tendría un irrevocable final, pues nos relata Abigaíl:

 

“…Fue también en 1933 cuando Consuelo vende su villa de Niza, para pagar la indemnización de un accidente automovilístico que ella misma había causado, dos años antes, pero el tribunal recién había fallado la sentencia de pago…”[26]

 

Del destino de esta tan querida propiedad nos cuenta Toño Salazar, paisano de Suncín, quien le cuenta a Luis Gallegos Valdés en Caricaturas Verbales, que el cronista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez publicó un artículo oportunamente titulado Pobre Gómez Carrillo, la siguiente noticia:

 

“En su carta (Manuel Ugarte), entre otras cosas me habla de El Mirador, de aquella Casita Blanca de Gómez Carrillo que está en plena decadencia; ¡Qué digo! Que casi ha desaparecido, y que en los tiempos del maestro guatemalteco abría sus jardines y sus anchos ventanales sobre la perspectiva pregriega y azul del mediterráneo (…) Según la prosa epistolar de Ugarte, Consuelo Suncín, la viuda de Gómez Carrillo, que andando los días debía llegar a ser también viuda de Saint-Exúpery, vendió El Mirador con todo lo que contenía, libros, tapices, cuadros, estatuas y recuerdos de viajes, desde antes de la guerra. Lo sabíamos así todos los amigos del maestro y de ella misma, y por ello andábamos alicaídos y melancólicos…”

 

De este texto suavemente evocador y teñido de nostalgia podemos sacar dos cosas en claro: primero, que Toño Salazar tenía una memoria vasta, como el Océano Pacífico que besa las costas de su patria, capaz de recordar detalles mínimos de su vida y que va desgranando a lo largo del libro de Gallegos, pero que debía sufrir algún tipo de daltonismo histórico, pues décadas después de haberse alojado en El Mirador la recuerda blanca, cuando el cronista, su dueño, a la saciedad citado en este ensayo, afirma que es “roja, como los palacios venecianos”, y segundo: que nadie sabe para quien trabaja, como afirma la sabiduría popular, porque la tal Consuelo apenas estuvo casada con don Enrique unos once meses y a su muerte le hizo piñata la fortuna que tanto le costó a su esposo, vendiendo la casita de tantos sueños y dinero a cualquiera, con todas las pertenencias personales de su marido incluidas, como queriendo enterrar también la memoria de él[27], una vez enterrado el cuerpo en el frío París:

 

“Lo que ignorábamos”- retomamos el relato de Salazar- “es que, por causa de la guerra, sin duda los propietarios de El Mirador se sucedieron en forma de cascada. Este símil no es un símil cualquiera, sino que tiene su doble intención: quiero decir con él que si los primeros propietarios tenían buen gusto y dinero, los otros de menos en menos, y el último nada del todo; imaginaos que la persona que habita ‘la casita blanca’ en estos momentos es un modestísimo maquinista del ferrocarril, y que el sitio que ocupaba en la casa la espaciosa y maravillosa biblioteca es hoy… ¡un gallinero!”

 

¡Orgullosa has de estar Consuelo Suncín! Sobre tu tumba escupo y deseo te pesen cual plomo estas últimas frases en el infierno en el que mereces estar consumiéndote. No quisiste guardar la memoria de Enrique, pero te hiciste enterrar en su mismo sepulcro. No quisiste hacer de El Mirador un monumento a tan alto escritor, pero torturaste a Saint-Exúpery con tus comparaciones con la hombría de Gómez Carrillo. ¿Por qué no pensaste en un museo Suncín? No quisiste cuidar sus naranjos ni sus olivos, pero cuando de asuntos de fiestas y reconocimientos en honor al escritor, poco tardaste en correr a Buenos Aires a reclamar los honores.[28] Y para mayor incordio a nuestro escritor, reclamando estos reconocimientos como su viuda en la capital bonaerense conociste a este piloto de la Aeroposta Argentina, Antoine de Saint-Exúpery, con quien te casaste y en quien te habrás gastado no poco dinero del sufrido Carrillo en publicarle sus libros, que son maravillosos y que esto, tan sólo esto salvará quizás, tu desmerecida alma…

¿Y a qué viene ese exabrupto tan violento? Se preguntará sorprendido el lector que hasta este momento había estado pensando en flores, naranjales y mar azul. Pues le explico, citando a la periodista Marta Sandoval, quien nos regala una joya de información:

 

“Más tarde, cuando Consuelo enviudó, se quedó con los derechos de todas las obras de Gómez Carrillo y de Saint-Exúpery, y cuando ella murió, el heredero fue José Martínez, un jardinero español al que Consuelo llegó a tener mucho cariño. El gestor cultural guatemalteco Ángel Arturo González viajó a Francia, a Grasse, la ciudad en donde vive actualmente José Martínez, para pedirle que donara o vendiera a Guatemala los papeles de Gómez Carrillo, su sombrero y cuantas cosas más pudiera tener del cronista. José contestó que no estaba interesado. El sombrero, dijo, lo usan sus nietos para jugar.”[29]

 

De acuerdo a la sobrina de Consuelo, Abigaíl, de cuyo libro hemos echado mano para detalles interesantes, sabemos que el tal José Martínez Fructuoso, a quien ella apoda Pepe, era en realidad secretario y heredero universal de Consuelo, y cuenta también que Alain Vircondelet lo convenció de publicar Memorias de la Rosa, y así poder “llevar a la luz pública los archivos encontrados de las memorias de Suncín. Trabajaron juntos en estrecha colaboración hasta sacarla al mercado el año 2000 coincidiendo con el centenario del nacimiento de Saint-Exúpery…”[30]

¡Consuelo! ¡Consuelo! Le pido a Dios y a Dante que las llamas del infierno en que te encuentras en verdad sean eternas.



[1] Las crónicas sobre estas ciudades europeas las publica en su libro Desfile de Visiones, dedicado a su colega Vicente Blasco Ibañez. (Ver: Enrique Gómez Carrillo. Obra Literaria y Producción Periodística en libro. Juan Manuel González Martel. Volumen 3 de la Biblioteca Guatemala, Tipografía Nacional, Guatemala: 2000).

[2] En su libro, Por tierras lejanas, encontramos una antología de sus crónicas, les doy una probadita: Una bailarina mora, El tirano de Venecia, El Sultán de Marruecos, Por las calles de San Petersburgo, La casa de Gorki, El paraíso de los chinos, En la India. ¿Se puede usted imaginar, amable lector, el placer que encontraban nuestros bisabuelos (en un mundo sin televisión y sin internet) los sábados o domingos por la mañana al abrir las páginas del diario y encontrar estas crónicas sobre un mundo remoto, repentinamente al alcance de la mano, gracias a un escritor centroamericano?

[3] Enrique Gómez Carrillo. Vistas de Europa. Tomo IV de las Obras Completas. Editorial Mundo Latino. Madrid: S/F. (Aunque la dedicatoria del libro a Don Miguel Moya está fecha en octubre de 1919). Pág. 17.

[4] Op. Cit. Pág. 17.

[5] Ibid. Pág. 20.

[6] Enrique Gómez Carrillo. Vistas de Europa. Tomo IV de las Obras Completas. Editorial Mundo Latino, Madrid s/f. Aunque el libro no tiene fecha, abre con una dedicatoria a su amigo y protector don Miguel Moya, dueño del diario para el que trabajara tanto tiempo, El Liberal, fechada en octubre de 1919. Por referencias a la guerra en curso dentro de la propia crónica de Niza, presumimos que hizo esa visita durante 1918.

[7] Citado en Horwinski. Op. Cit. Página 106.

[8] Aurora Cáceres. Mi vida con Enrique Gómez Carrillo. Editorial Renacimiento, Madrid: 1929. Pág. 274.

[9] Aurora Cáceres. Op. Cit. Pág. 277.

[10] Ibíd., Pag. 278.

[11] Que dicho sea de paso es el juicio de nulidad de su matrimonio con Enrique Gómez Carrillo y que dentro de sus quejas y recriminaciones nos irá dando los detalles del avance del mismo en su libro de memorias tendenciosas y chismosas…

[12] Ibíd. Pág. 279.

[13] Enrique Gómez Carrillo. Páginas escogidas. Tomo II. Impresiones de Viaje. Editorial del Ministerio de Educación Pública. Guatemala: 1954. Todas las referencias a la crónica de Mi casita de Niza se han tomado de esta edición. La crónica fue publicada originalmente en su libro En el reino de la frivolidad.

[14] González Martel. Op. Cit. Pág. 87.

[15] Luis Gallegos Valdés. Caricaturas Verbales. Conversaciones con Toño Salazar. Dirección de Publicaciones e Impresos, Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, San Salvador, El Salvador: 1997.

[16] Mucho cariño y agradecimiento le tenía Toño Salazar al maestro Gómez Carrillo, pues según cuenta Luis Gallegos en el libro citado: “Las colaboraciones artísticas de Toño Salazar en los importantes diarios parisinos Le Matin y L’Intransigeant van dando a conocer su nombre entre los años de 1922 a 1926. Enrique Gómez Carrillo y Ventura García Calderón lo recomiendan respectivamente en cada uno de esos diarios (…) En 1926 Gómez Carrillo publica en el ABC de Madrid, diario en el cual acababa de inaugurar su colaboración, a la par de Azorín, Pérez de Ayala y otros renombrados literatos, un artículo consagratorio sobre Toño Salazar titulado ‘Toño Salazar, príncipe de los caricaturistas’…” Op. Cit. Pág. 151.

Ventura García Calderón (1886-1959): fue un escritor y periodista peruano, que vivió la mayor parte de su vida en París, y la mayoría de sus escritos fueron en francés. Destacó al igual que Gómez Carrillo como antologista de la literatura latinoamericana para el público francoparalante.

[17] Laurent Gauci. Brancolar. Un quartier a geometrie variable (1867-1914). Résume d´un mémoire de maitrise sostenu á la Faculté des Lettres de Nice sous la direction de M. Schor. Pág. 2.

[18] Gauci. Op. Cit. Pág. 4.

[19] Vicente Blasco Ibáñez. Vuelta al mundo de un novelista. Editorial Prometeo, México: 1947. Tomo I. Pág. 8.

[20] Gómez Carrillo. Vistas de Europa. Pág. 20.

[21] Hotel Negresco, abierto al público el 8 de enero de 1913. Fundado por el rumano Henri Negrescu, que cambió su apellido a Negresco al obtener la ciudadanía francesa. El proyecto del hotel de lujo fue tan ambicioso que el domo del gran salón fue diseñado por el archiconocido ingeniero Gustave Eiffel. Negresco fue condecorado al finalizar la Primera Guerra Mundial como “Caballero de la Legión de Honor”, (al igual que Enrique Gómez Carrillo, dicho sea de paso), por haber abierto su lujoso hotel como hospital temporal para los soldados franceses heridos. En 1920 moriría Negresco, en la bancarrota por las pérdidas sufridas como consecuencia de la Gran Guerra.

[22] Gordon Brotharston. Manuel Machado: a Revaluation. Cambridge University Press, UK: 1968. Pág. 45. Al respect de la casita de descanso de Machado comenta Brotharston a página 46: “…I have been unable to discover where Machado had his house but there can be no doubt that he had it, despite Pérez Ferrero’s silence on the matter, for [Enrique Gómez] Carrillo referred to it in his letter and offered to send something to adorn the study: ‘¿Cómo va esa casita de campo? Algo tengo yo que mandar para adornar su despacho’…” (carta sin fecha y con encabezado: ‘Redacción de El Liberal).

[23] Aurora Cáceres nos ofrece en su libro un vistazo rápido a esos viajes París-Niza que hacía Gómez Carrillo cuando se iba al sur en su automóvil cuando en el apartado correspondiente al año de 1925 trascribe una carta de su ex esposo: “…Hoy me marcho a Niza en auto. Pondré cuatro días en llegar, pues no llevo prisa y no quiero hacer más de doscientos kilómetros al día. Voy solo. Si quieres que me ocupe de tu casa escríbele a la portera diciéndole que me entregue las llaves. Yo no pienso moverme de Niza en todo el invierno…” (Op. Cit. Pág. 288).

[24] Del matrimonio de Gómez Carrillo con Consuelo Suncín nos relata su sobrina: “…en diciembre de 1926 se casaron. Fue una boda sencilla, donde asistieron sus más íntimos amigos, que incluían famosos intelectuales y artistas europeos de la época, como Salvador Dalí, Pablo Picasso, Albert Camus, Gabrielle D’Annunzio, etc…”, lastimosamente Abigaíl Suncín no nos dice de dónde sacó la lista de tan importantes invitados. También nos cuenta la pedida de mano: “…Gómez Carrillo le declaró su amor a Consuelo en el precioso parque ‘Jardín de Luxemburgo’, en París, allí se arrodilló ante ella y le pidió casamiento. Ella siempre recordó ese momento y les decía a sus amigos: ‘Aquí cambió mi vida’”. (Abigaíl Suncín, Op. Cit. Pág. 54).

[25] Abigaíl Suncín. Op. Cit. Pág. 64.

[26] Abigaíl Suncín. Op. Cit. Pág. 77.

[27] Juan M. Mendoza, biógrafo y amigo de Gómez Carrillo, al final de sus investigaciones para su obra de la vida del escritor guatemalteco, se entrevistó en la ciudad de Guatemala en abril de 1938, con su última esposa, Consuelo Suncín, quien lo recibió en el restaurant del Hotel Palace. Rescato aquí un interesante y revelador fragmento de dicho encuentro: “…Escogiendo mesa, dos veces nos invitó a cambiar de sitio, llevándonos de extremo a extremo, y en donde al fin pudimos, como Quevedo, sentarnos y ser vistos pero no oídos por otros. Con una pierna cruzada, Consuelo mostraba sus movibles y diminutos pies arqueados, cubiertos por transparentes medias y luciendo hebillas y lazos en sus bonitas zapatillas (…) Mientras tanto, la condesa me invitaba a tomar whisky; y, entre sorbo y sorbo, me refería páginas entrecortadas de su vida social y de aventuras, de muy poca importancia para mí. Más, como yo no quitaba el dedo del renglón –en mi deseo de sacarle algo más del arsenal de sus recuerdos- entre párrafo y párrafo suyo introducíale yo un paréntesis con alguna de mis preguntas. Yendo yo siempre al grano, la insté para que me hablara de la consabida herencia y de los últimos instantes de Enrique. -Capital efectivo- me contestó- ni un centavo. Nada más que libros. Casas, dos: una en Niza, para mí, otra en París, para su hija Elena, que escribe versos y ahora tiene treinta años. Yo estaba en Niza cuando Enrique cayó enfermo, atacado de hemorragia cerebral. Regresé a París, alarmada por la gravedad. Llegué a tiempo de prestarle mis cuidados… ¡Quince días en cama y cuarenta y ocho horas de agonía tuvo el  pobre…”  (Op. Cit. Pág. 246).

¡Nada más que libros!, dice la viuda, como si le pesara que sólo la biblioteca heredara, peo su sobrina Abigaíl corrige la plana en este tema y nos cuenta: “…Ella heredó de Gómez Carrillo su enorme biblioteca que Saint-Exúpery leía con gran avidez…”, imagínese usted mi estimado lector, a este archifamoso escritor, de cuyo cerebro salieron obras monumentales como Vuelo Nocturno y Tierra de hombres, sentado en Niza leyendo los libros comprados y leídos con veneración por nuestro compatriota… ¿qué mas aporte a la cultura mundial puede hacerse, que heredar una biblioteca de la que sacará ganancia otro brillante escritor? ¡Y Consuelo reprochádole a Carrillo sólo haberle heredado libros!(cita de Abigaíl: Op. Cit. Página 158).

[28] Del artículo titulado Los amores de Gómez Carrillo, de la periodista Marta Sandoval tomamos literal la siguiente información: “Dos años después de que Gómez Carrillo falleciera, el Gobierno argentino decidió rendirle un homenaje. Consuelo fue invitada de honor. Se hospedó en uno de los hoteles más lujosos de Buenos Aires, donde también estaba instalado Antoine de Saint-Exúpery, el célebre escritor de El Principito. Dicen que fue toparse con ella en el vestíbulo del hotel y enloquecerse…” Diario elPeriódico, Guatemala, 7 de junio de 2009. Al respecto de lo afirmado por Sandoval queremos matizar un poco la información que nos ofrece, pues Saint-Exúpery aún no era “el célebre escritor de El Principito”, que no sería publicado hasta el 6 de abril de 1943. A la fecha de conocer a la belleza salvadoreña (1929) había publicado únicamente El aviador (1926) y Correo del Sur (1928), ni siquiera había publicado aún su obra más celebrada previa a El Principito, la inmejorable Vuelo Nocturno (1931), aunque no podemos descartar que ya fuera famoso en forma incipiente para el momento de conocerse, poco probable, por el tipo de trabajo que desempeñaba para entonces. Y para reforzar este punto, cito al biógrafo de Carrillo, señor Mendoza, quien de su entrevista con Suncín hemos hablado arriba comenta: “…esta dama, ahora condesa de Saint-Exúpery, por virtud de un nuevo matrimonio que contrajo –hace de esto años- con un aviador francés…”, vea usted, que para 1938, Saint-Exúpery no era aún un famoso escritor, sino simplemente “un aviador francés”.

[29] Marta Sandoval. Op. Cit.

[30] Suncín. Op. Cit. Página 142.


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