Sobre lo que nosotros llamamos “Arte” y “Artista” (VI)

Julián González Gómez

Egipto (Segunda parte)

“El método de trabajo del artista egipcio se asemejaba más al de un cartógrafo. Lo importante no era la belleza, sino la perfección. Su misión era representarlo todo tan clara y permanentemente como fuera posible. Dibujaban de memoria y de conformidad con reglas estrictas (…) Cada elemento debía ser representado desde su ángulo característico”. ­–E. Gombrich

Ejemplo de aspectiva en un paisaje, el “Jardín occidental” en la tumba de Nebamun, XVIII Dinastía (siglos XVI-XIII a.C.), originalmente en la Necrópolis de Tebas, actualmente en el British Museum

Para los antiguos egipcios, todo lo que se elaboraba cobraba vida. Por ello debían ser muy cuidadosos para ejecutar sus representaciones, ya que de su correcto planteamiento y realización dependía su efectividad, de acuerdo al contexto mágico religioso en el que se desenvolvían estas manifestaciones culturales. De esa idea se deriva la frase de Gombrich que encabeza este artículo. El concepto de belleza para los antiguos egipcios era muy distinto del que es aceptado por nosotros. La perfección, como norma suprema de la exteriorización del Nefer, es el valor que manifiesta para preservar el Maat, tal y como se explicó en el artículo anterior. Esto los llevó a establecer que la representación de cualquier cosa debía permitir su correcta interpretación sin ninguna clase de ambigüedad, tanto en la arquitectura, como en la pintura, escultura, escritura, orfebrería o cualquier otra disciplina. De ahí el establecimiento de normas estrictas y directas de la representación y su inmutabilidad. En arquitectura o en escultura de bulto esto no representaba mayor problema, ya que se pueden reconocer directamente las cualidades principales de lo representado gracias a su tridimensionalidad, con el agregado de los recorridos en la arquitectura, que permiten su contemplación desde diversos ángulos y así su mejor comprensión espacial y volumétrica. Pero en pintura, relieve y escritura la situación es distinta pues presenta un problema: la representación de las tres dimensiones sobre un plano bidimensional.

Este es un problema al que se han enfrentado los creadores plásticos desde la prehistoria: ¿cómo se obtiene más “verosimilitud” en la representación de cualquier cosa? Por supuesto, esta cualidad depende también de qué se quiere resaltar en una representación y también depende de la simbología que se pretende expresar mediante su imagen. Para los antiguos egipcios, a estos problemas se sumaba el factor crítico de la efectividad mágica de las imágenes, tal como se dijo antes. Nosotros, en la cultura occidental, estamos acostumbrados a utilizar un recurso que se desarrolló durante el Renacimiento, pero que tiene precedentes desde los tiempos helenísticos: la perspectiva. Por medio de ella podemos visualizar con relativa objetividad cualquier representación del mundo tridimensional en una superficie plana. Sin embargo, la perspectiva es tan sólo un “truco visual”, producto de las limitaciones de la óptica, ya que en realidad nosotros no podemos ver el mundo en perspectiva, pero estamos tan acostumbrados a ella, que nos parece natural y normal. Por ello, antiguamente se le llamaba a la perspectiva “trampa de ojo” o trampantojo. Los antiguos egipcios nunca conocieron y desarrollaron la perspectiva y, ante la necesidad de plasmar las cosas de la manera más descriptiva y completa, de resaltar sus características principales y secundarias, desarrollaron un método que en tiempos modernos ha sido llamado por los historiadores perspectiva múltiple o, más certeramente, aspectiva.

La aspectiva admite la combinación de distintos puntos de vista o aspectos de una misma cosa, recomponiéndolos en una superficie, de manera tal que se puedan reconocer sus aspectos distintivos y aquellos que se desean resaltar, sin perder su identidad. Todo ello de acuerdo al contexto en el que se muestre la obra y de acuerdo a su propósito. Estas consideraciones se extendieron no sólo a la representación de los objetos, sino además a los paisajes, las representaciones antropomórficas y los mundos ultraterrenos. La aspectiva permitió también a los artistas la combinación de elementos de naturalezas distintas; por ejemplo, seres que son en parte humanos y en parte animales, como muchos de los dioses del panteón egipcio. También permitió representar al unísono diferencias temporales y secuenciales, aceleraciones y retardos, densificaciones y ralentizaciones; todo lo cual enriqueció enormemente las posibilidades plásticas y representativas de las narrativas artísticas egipcias armonizando opuestos y eliminando lo irrelevante o lo redundante.

El astrónomo Nakht y su esposa Tawy, pintura de la XVIII Dinastía (siglo XIII a.C.).

Uno de los rasgos más característicos del arte egipcio, que se deriva de los principios de la aspectiva, es el llamado “perfil egipcio”, del cual hay múltiples ejemplos. En el “perfil egipcio”, cuando se trata de representaciones antropomorfas, la figura humana se presenta desde varios ángulos distintos que se conjugan en una sola imagen, desarticulándola y vuelta a componer de una forma que aparenta ser naturalista. La cabeza se muestra de perfil, pero el ojo se muestra de frente; el tronco se muestra de frente, pero en el caso de una mujer, los senos están de perfil y las caderas, piernas y pies se muestran también de perfil. Estas distorsiones, como normas establecidas para la representación del cuerpo de los seres humanos, permitían destacar aquellos elementos que se consideraban los más importantes y valiosos en relación a la existencia en este mundo y en el mundo del más allá. Se buscaba una eficacia basada en la forma y sus repercusiones mágicas; algo así como una simbología con connotaciones trascendentes. Esto era especialmente necesario en las representaciones en las tumbas, donde descansaban los cuerpos embalsamados y momificados de los muertos. En cuanto a las representaciones de los dioses y faraones, las mismas convenciones pretendían establecer su carácter como entidades completas y significativas. En relación a los planteamientos puramente plásticos, vale decir que, en muchos aspectos y salvando las distancias, los cubistas hicieron algo similar, miles de años después que los egipcios; pero, por supuesto, sin el componente mágico.

Por ejemplo, en el perfil egipcio la nariz se representaba de perfil, que así cobra su auténtico carácter y también por medio de esta vista se otorga más personalidad al rostro. Pero también, desde el punto de vista de la mentalidad egipcia, la nariz era uno de los órganos fundamentales de la existencia, ya que entre otras cosas es la vía de acceso del aire que permite la respiración, el “soplo vital” en esta vida y en la otra. En cambio, el ojo se representaba de frente, que es como se puede visualizar de forma más efectiva y también es la posición en la que se puede observar mejor. Por otra parte, el ojo visto de frente representa también el Udyat (“el que está completo”); el Ojo de Horus, que fue un símbolo de características mágicas, purificadoras, sanadoras y protectoras; interpretado también como la encarnación del orden y perfecto, como símbolo de la estabilidad cósmica, es decir, el Maat

Las representaciones del torso seguían ideas similares y se representaba frontalmente. Dentro del torso se encuentran los órganos fundamentales de la existencia y debían estar completos. Si se hubiese representado de perfil perdería efectividad mágica, pues los órganos sólo estarían en una mitad. Los brazos, en cambio, se representaban de perfil para otorgarles más representatividad característica y las manos se mostraban íntegras y siempre en acción.

La cadera y los glúteos se representaban de perfil, de forma similar a como se representaba la nariz y la cabeza, ya que así se podía captar mejor su carácter y volumen. En cuanto a la representación de las piernas, se consideraba que lo más importante era mostrar que se disponía de ambas. De esta manera se propiciaba que el individuo representado pudiera gozar de plena movilidad. En cuanto a los pies, se representaban siempre de perfil y se mostraban los dos al final de las extremidades inferiores, con los tobillos y la totalidad de los dedos, que eran fundamentales para poder caminar. De esta manera, con dos piernas y dos pies enteros, el representado podía avanzar superando los obstáculos tanto de este mundo, como los de cualquier otro.

Por consiguiente, las representaciones del “perfil egipcio” se establecieron como convenciones que tenían como objetivo el propiciar un cuerpo mágicamente adecuado y trascendente; necesario tanto para la vida y también para su continuidad tras la muerte. En el próximo artículo describiremos otras características fundamentales del arte antiguo de Egipto.


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