Julián González Gómez
Un pintor de mucho éxito que en sus últimos años se retira del mundo y vive como un excéntrico. Un romántico que reflejó en su arte aquellos aspectos más sublimes y a la vez caóticos de la naturaleza. Un visionario que se adelantó a la pintura impresionista más de treinta años. Todo eso fue Turner y en realidad hay mucho más en la vida y la obra de este genio inglés y universal. Su vida está plagada de anécdotas, como la de muchos otros artistas, aunque en realidad fue un hombre de su tiempo: un pintor profundamente romántico que se rodeó de un aura de cierto misterio.
En sus obras hay siempre cierta Terribilitá que nos hace asumir que somos muy poco ante la majestad de la naturaleza y que ésta nos hace sus juguetes cuando le place. En efecto, en las pinturas de Turner los seres humanos son siempre minúsculos monigotes sometidos a los embates de los elementos y hasta sus más importantes creaciones, como la arquitectura, las naves o las máquinas que los acompañan están sometidas a las mismas fuerzas. Parece como si el desastre fuese a acontecer en cualquier momento, o bien está aconteciendo. Turner se burlaba de la vanidad humana y sin ser un moralista, manifestaba que los afanes de los hombres por convertirse en dioses terminaban bruscamente ahí donde la verdadera grandeza residía: en el portento de las fuerzas imponentes de la naturaleza.
En este sentido se le puede considerar bajo el cliché de artista atormentado, en el que además confluía no sólo una profunda capacidad de observación, sino también una mirada plagada de ironía en lo que se refiere a las cualidades de sus semejantes. Turner siempre quiso saber muy poco de los seres humanos y no le gustaban la ciudad y la política. Tuvo siempre muy pocos amigos y a pesar de ser considerado un artista de primera importancia en la Inglaterra de su tiempo, siempre estuvo alejado de los salones y las tertulias y apenas se aparecía en público alguna vez. Terminó recluyéndose en su casa, viviendo una vida casi de misántropo, haciéndose pasar por un almirante retirado. Como era natural, se le empezó a considerar un loco y poco a poco su aislamiento se fue intensificando, hasta que murió solo y abandonado por todos. Eso sí, dejó una considerable fortuna que legó a una fundación para patrocinar a artistas jóvenes con talento.
Joseph Mallord William Turner nació en Londres en 1775, era hijo de un fabricante de pelucas que luego se volvió barbero. Su madre padecía una enfermedad mental, por lo que la familia se vio en la necesidad de internarla en una institución mental y murió en 1804. La condición mental de su madre siempre atormentó a Turner, que temía heredar la misma enfermedad, algo que sus contemporáneos aseguraban que sucedió cuando ya era un hombre maduro y vivía recluido. Ahora sabemos que Turner no era un esquizofrénico, pero por ese entonces el estudio de las enfermedades de la mente era completamente inexistente. A los 15 años el joven Turner entró a estudiar a la prestigiosa Royal Academy of Art, después de haber pasado por un par de escuelas menores. El hecho de entrar a estudiar a la principal academia de arte de su país en edad tan temprana nos dice que era un artista precoz y altamente dotado. Después de graduarse permaneció en la condición de académico durante el resto de su vida, por lo cual siempre fue sumamente respetado por el gremio de artistas y la sociedad en general. Su mentor fue el mismísimo Joshua Reynolds y durante sus años de estudio demostró sus altas cualidades, siendo escogida una de sus acuarelas para la exposición de verano de la Academia en 1790, cuando sólo tenía un año de haber ingresado a ella. Fue conocido no sólo como pintor de caballete, sino también como uno de los mejores exponentes de la pintura en acuarela, una especialidad en la que los artistas ingleses eran los más prestigiosos de Europa. Turner empezó a ganar una gran fortuna como pintor desde que se graduó y, cuando su holgada posición económica se lo permitió, retiró a su padre de su oficio de barbero y se lo llevó a vivir consigo, convirtiéndolo en su asistente y secretario por los siguientes treinta años, hasta que falleció.
Turner realizó diversos viajes a distintas partes de Europa, lo que le permitió conocer las obras de los grandes maestros. Por ejemplo, en su primer viaje a Francia descubrió las pinturas de Claudio de Lorena, quien lo impresionó por sus paisajes marinos de grandes horizontes y luces crepusculares, por lo que decidió pintar sus propias marinas, plagadas de luz y fuerza. Luego descubrió a Canaletto, que lo llevó a explorar las amplias perspectivas y los cielos inmensos. Como amante de la naturaleza y romántico empedernido, Turner hizo infinidad de bocetos y apuntes tomados in situ, que luego reproducía minuciosamente en su estudio. Impresionado por los efectos de la luz, su pintura se fue volviendo cada vez más esquemática y libre, llegando a aplicar la pintura con sus propias manos sobre el lienzo para alcanzar los efectos lumínicos que deseaba. También aplicó algunas de las técnicas propias de la acuarela en sus pinturas al óleo, pues rápidamente se dio cuenta que ambas tenían en común la transparencia y los focos difuminados. Nunca se contentó con las técnicas tradicionales que había aprendido en la academia y siempre estuvo anuente a la experimentación, pues lo que deseaba representar eran las luces y las atmósferas que captaban sus ojos. Poco a poco dejó de pintar al mundo esquematizado en la figuración naturalista y se concentró casi totalmente en la atmósfera matizada por la luz, haciendo que las formas se diluyeran y alcanzando un alto grado de abstracción.
Años después, los impresionistas estudiaron con esmero sus obras, sobre todo Claude Monet y no creo que fuese arriesgado afirmar que en cierto modo estos artistas lo imitaron, ya que sus preocupaciones figurativas y sus investigaciones iban por el mismo sendero que Turner abrió.
Precisamente esta búsqueda de la luz que Turner inició y que lo llevó a una cada vez más marcada abstracción fue el principal factor por el cual sus coetáneos lo empezaron a considerar un loco y lo marginaron de los salones de la academia durante los últimos años de su vida. Por aquel entonces a un artista se le podía perdonar que fuese un misántropo, o en todo caso un excéntrico, pero nunca se le podía perdonar que fuese un transgresor. En octubre de 1851 enfermó de gravedad y el 19 de diciembre de ese año murió en su casa de Chelsea, Londres, donde había vivido prácticamente recluido desde hacía mucho tiempo.
La obra que aquí se presenta, llamada comúnmente Lluvia, vapor y velocidad, fue pintada por Turner en su última época, en la cual estaba embebido en la representación de la atmósfera y en la que había dejado de lado la figuración objetiva. Representa un ferrocarril que circula sobre el puente de Maidenhead. Aunque Turner era un entusiasta de la revolución industrial, este cuadro no constituye un homenaje a la misma, sino que eligió el ferrocarril para representar a un protagonista que está en movimiento. Pero lo grandioso aquí es que ese movimiento, que es lineal, se mezcla y confunde con el flujo y la oscilación de los fenómenos naturales: la niebla, la lluvia, el río y las nubes que plagan la atmósfera del cuadro con sus vibraciones lumínicas, desdibujando las formas y envolviéndolas. Un detalle contrastante es la pequeña barca que flota sobre el agua con un movimiento apenas perceptible, el cual sirve de contrapunto al movimiento impetuoso del tren. Es un puro deleite visual, en el que no cabe más que disfrutar de los colores y la agitación de la luz, que fluye con total espontaneidad y llega a envolvernos a nosotros mismos, que estamos fuera del cuadro, pero que nos sentimos dentro de él.