José de Ribera, «El patizambo». Óleo sobre tela, 1642

Julián González Gómez

Jose_de_Ribera_El patizamboConocido también como El niño mendigo o El pie varo, este pasmoso retrato de un infante pordiosero da muestra del realismo de la pintura de José de Ribera, llamado por los italianos Lo Spagnoletto (el españolito). Esta veracidad no admite ninguna disculpa, es tremendamente patética y se expresa por sí misma, sin ambigüedades ni falsas promesas de redención. Este chico padece una condición infame: no sólo es tremendamente pobre y se ve obligado a mendigar, sino además tiene un grave defecto en su pie derecho, lo cual le obliga a caminar cojo.

¿Quiere impresionarnos Ribera con este retrato? Tal vez, pero a pesar de la tragedia que estamos contemplando no hay ni una pizca de auto-conmiseración, ni tampoco un dramatismo truculento y lacrimoso. Este niño nos sonríe y con ese gesto nos muestra que todavía no ha perdido la alegría de vivir; quisiéramos creer que no se le han acabado los argumentos para sostener con humor el pesar de su existencia. Al abrir los labios muestra sus dientes podridos, lo cual refuerza el patetismo de la representación.

Como mendigo que es, en su mano izquierda lleva un papel con la leyenda en latín “Da mihi elimo/sinam propter amorem dei”, que significa  “Dadme una limosna por el amor de Dios”, lo cual ha hecho pensar a algunos que era mudo, pero en realidad este papel con la leyenda era un requisito que las autoridades del Reino de Nápoles exigían portar a cualquier individuo que se dedicara a la mendicidad por las calles. La muleta está apoyada sobre su hombro izquierdo y con la mano derecha sujeta un sombrero, el cual se ha quitado para posar.

El escueto paisaje campestre y la luz matinal nos indican que este niño vive en las afueras de la ciudad, tal vez en una vivienda de campesinos y se dirige por un camino vecinal a Nápoles, donde se quedaría el día entero a mendigar por sus calles, o en una plaza pública.

La estructura del cuadro es muy sencilla y de fácil interpretación, ya que está dividido en tres zonas claramente definidas. La zona superior, delimitada por el brazo extendido y la muleta, representados mediante una diagonal, separa la cabeza del resto del cuerpo y le da dinamismo a la composición. La zona intermedia, con el cuerpo del niño, está trazada por una ondulante línea curva que se prolonga hasta la tercera zona, la inferior, en donde está el pie deforme, para salir después por el ángulo inferior izquierdo. Esta última zona está marcada por la línea ascendente del paisaje, pintado en colores pardos y rojizos que armonizan con el color de la vestidura. Toda la composición establece una direccionalidad que se dirige hacia el lado derecho de la escena, donde confluyen las líneas en un punto que está fuera del formato.

En conjunto, la representación resulta monumental, sobre todo porque el punto desde el que se ve la figura del niño es bastante bajo con respecto a su estatura y esto le procura una gran dignidad a la pose. Por su dinámica composición y su realismo, esta pintura pertenece claramente al período barroco, del cual José de Ribera es uno de sus más conocidos exponentes.

Bautizado con el nombre de José de Ribera y Cucó, este notable pintor nació en Játiva, en el levante español en 1591. Algunos investigadores creen que se inició como pintor en el taller de Francisco Ribalta, un destacado artista levantino, pero se sabe que muy joven se marchó a Italia, donde inició un periplo que lo llevó, entre otros destinos, a Milán, Parma y a Roma, donde se encontró con la pintura de los grandes maestros del barroco italiano. En esos tiempos Ribera absorbió de manera muy profunda el tenebrismo de Caravaggio, el cual marcará una profunda huella en su carrera.

Al cabo de un tiempo, en 1616, decidió establecerse en Nápoles, por esa época virreinato español y potencia comercial del mediterráneo con fuertes nexos con el este de España (Valencia y Cataluña). Poco tiempo después de vivir en Nápoles contrajo nupcias con la hija de un pintor: Giovanni Azzolini, por lo cual está claro que empezó a hacer contactos con los artistas del medio desde muy temprano. Pronto empezó a darse a conocer en la ciudad y su clientela, compuesta sobre todo por comerciantes españoles, fue en aumento. Se dice que el apodo de lo spagnoletto le fue dado a Ribera por ser de muy corta estatura.

En Nápoles trabajó en el grabado, con lo que se dio a conocer en Europa por la alta calidad de sus trabajos con este medio. Pero su principal actividad siempre fue la pintura, de la cual llegó a ser un consumado maestro. Gracias a los pedidos de los comerciantes españoles en un principio y después de las autoridades virreinales, las pinturas de Ribera llegaron en gran cantidad a España, donde fueron admiradas por los artistas que por entonces estaban en los inicios de su labor como Velázquez, que siempre admiró a Ribera e incluso lo visitó en Nápoles durante su primer viaje a Italia.

La obra de Ribera pasó por varias etapas, siendo la mayor parte de ellas influidas por el tenebrismo de Caravaggio, el cual se basaba en el fuerte contraste entre luces y sombras, dando a las figuras una tridimensionalidad enérgica y dramática, gracias a las luces que se proyectaban en diagonal sobre las formas. Como dibujante era un consumado maestro, lo cual prueban sus grabados y la exquisita calidad de sus líneas, ondulantes y expresivas, totalmente barrocas. Durante las últimas etapas de su carrera, Ribera se vio influido por la pintura veneciana y el clasicismo, tornando su paleta más luminosa y su pintura menos dramática y más monumental. A esta etapa pertenece la obra que aquí se presenta.

Murió en Nápoles en 1652 y sus restos fueron enterrados en la iglesia de Santa María del Parto.


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