Julián González Gómez
De acuerdo con la mitología griega, Prometeo era un titán que engañó a Zeus al sacrificar un buey y partirlo en dos partes. En una de ellas guardó todas las vísceras y la carne; en la otra guardó los huesos, pero los cubrió de la grasa, que era muy apreciada. Le dio a escoger al padre de los dioses qué parte quería para sí mismo y este escogió la que tenía la grasa, al creerla más apetitosa, pero cuando se disponía a cocinarla se dio cuenta de que la grasa era sólo una capa que recubría los huesos. Desde entonces, los hombres quemaban los huesos para ofrecerlos en los sacrificios y se comían la carne. Zeus, enfurecido, les quitó el fuego a los hombres. Entonces Prometeo se propuso robarle el fuego, así que subió al monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios o, según otra tradición, de la forja de Hefesto y se lo devolvió a los hombres, quienes así pudieron volver a calentarse.
La furia de Zeus hizo que decidiera vengarse de la humanidad y de Prometeo. Ordenó a Hefestos que hiciese una figura de arcilla de una mujer y entonces le infundió vida y la llamó Pandora. La mandó por medio de Hermes al hermano de Prometeo: Epimeteo, en cuya casa había una jarra, o según otros una caja, en la que se encontraban encerradas todas las desgracias. Prometeo advirtió a su hermano sobre el peligro de la presencia de Pandora en su casa, temiendo que fuese un truco del dios y este la rechazó. Entonces Zeus cogió de nuevo una gran ira por lo que Epimeteo, temeroso de su venganza, se casó con ella, con lo cual pudo acceder a la estancia donde estaba la caja y entonces la abrió. De esa forma se abatieron sobre la humanidad las plagas, las enfermedades, el crimen y todas las desgracias. Después Zeus llevó a Prometeo al Cáucaso y allí fue encadenado a una roca por Hefesto; entonces Zeus llevó un águila para que se comiera el hígado de Prometeo. Como el titán era inmortal, el hígado le crecía otra vez cada noche y el águila volvía a devorárselo cada mañana, así el suplicio se prolongó para siempre. Solo se libró del castigo del dios cuando Hércules lo liberó y entonces, agradecido, Prometeo le reveló el modo de obtener las manzanas de las Hespérides.
Prometeo, que se propuso lograr la redención de la humanidad, pagó con su suplicio la audacia de haber robado el fuego de los dioses. Sin el fuego, que en algunas culturas se identifica con el conocimiento, los hombres estaban condenados a vivir en la oscuridad perpetua. De esta forma, el fuego viene a significar que el ser humano adquiere con él la razón y mediante ella, la liberación de la opresión impuesta por los dioses. Esta anécdota era especialmente apreciada por los ilustrados del siglo XVIII que veían ejemplificada en ella la emancipación del hombre del despotismo de la religión y las supersticiones por medio de la razón y el conocimiento. Pero estos ilustrados, ingenuos o entusiastas al fin, no quisieron ver la contraparte de esta historia, ya que la ira de Zeus propició el desencadenamiento de los males que azotan a la humanidad y así, la liberación estaba encadenada al dolor y el tormento. El conocimiento libera, es cierto, pero también nos hace conscientes de la arbitrariedad del mal y nos quedamos sin dioses a quienes cuestionar sobre el por qué de esto.
Como también sucede en la realidad, no todos los seres humanos reciben este preciado regalo con una actitud de alegría o por lo menos positiva. Muchos desconfían y los más permanecen indiferentes y son precisamente esas actitudes diversas de los seres humanos las que representó Orozco junto a Prometeo en este soberbio mural que se encuentra en el Frary Hall del Pomona College en Claremont, California y que pintó en 1930, durante su segunda estancia en Estados Unidos.
José Clemente Orozco, uno de los artistas más destacados de México, es uno de los tres grandes pilares del muralismo mexicano junto a Rivera y Siqueiros. Orozco era el más dotado artísticamente de los tres y también el menos comprometido con una facción política, aunque nunca se retrajo de expresar su solidaridad con los oprimidos, que son los protagonistas de la revolución mexicana y que él representó mejor y de forma más realista que sus compañeros, quizás porque fue el único que vivió en carne propia los estragos de la revolución.
Nacido en Zapotlán, Jalisco en 1883, su familia era relativamente próspera ya que poseían tierras en la región, aunque no eran campesinos, sino propietarios. Mostró dotes para el dibujo y estudió artes en la Academia de San Carlos y también matemáticas. Inició estudios para hacerse ingeniero agrónomo, pero los abandonó para dedicarse a su pasión, que era el arte, decidiendo consagrarse exclusivamente a la pintura desde 1909. Para mantenerse realizó diversos trabajos, incluso el de caricaturista en algunas publicaciones y en la ciudad de México se dedicó a pintar acuarelas de los barrios marginales de la ciudad, las cuales le acarrearon cierta notoriedad. Logró superar los difíciles primeros años de la revolución y en 1922 se unió a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y otros artistas para iniciar el movimiento muralista mexicano, que en su programa incluía poner en práctica la difusión pública del arte, llevando con él un mensaje de ideología claramente izquierdista. Mucho se ha discutido acerca de la ambigüedad de Orozco en cuanto a su compromiso político, ya que no se mostró tan combativo como Rivera y sobre todo Siqueiros. A diferencia de ellos, Orozco nunca cayó en el mesianismo fácil, populista y demagógico que caracterizaban sus obras, cuya plástica estaba puesta al servicio de un programa político. En un ambiente de revolución e inquietud ningún artista se puede substraer como individuo sensible que es y así asume una postura, pero a Orozco parecía más preocuparle el dolor y la condición humana que la doctrina y esto es lo que primordialmente expresó en sus murales y obras de caballete.
Este movimiento asumió una plástica naturalista que era fácil de ser interpretada por las masas a las que estaba dirigido y nunca recurrió a los lenguajes de las vanguardias europeas que eran sus contemporáneas y mucho menos a la abstracción. Pero Orozco, sin abandonar el naturalismo, se muestra mucho más afín al expresionismo tardío de los años 20 en Europa, con sus figuras distorsionadas y fuertemente expresivas, de coloras vivos y crudos. Después de haber sido reconocido en su país y en todo el continente, murió en la ciudad de México en 1949.
Este mural expresa, por medio de una plástica expresionista, el momento en el que Prometeo le presenta el fuego a los seres humanos. Lo porta sobre su gigantesco cuerpo de Titán, como regalo preciado que ha robado a los dioses y éste ilumina a las diversas figuras que representan a la humanidad. La atmósfera es angustiosa y claustrofóbica, representando la opresión que estaban padeciendo los humanos y muestra también las diversas reacciones de éstos ante el presente de Prometeo. Algunos están aterrorizados, otros se muestran entusiastas, algunos más caen en un éxtasis y otros permanecen indiferentes y hasta ausentes, sin consciencia de lo trascendental del momento.
Con ello Orozco, antes que el mito, a través de esta escena expresa más bien la condición humana. Esto hace de este mural una obra universal y uno de los grandes temas que nos involucra a todos, ya que en cierta medida es la consciencia la que nos hace humanos y nos libera de la oscuridad.