Jackson Pollock, «Lavender Mist». Esmalte y otros materiales sobre tela, 1950

Pollock Lavender Mist 1950No cabe duda que el ser humano es capaz de realizar aquello que se propone si tiene una meta clara y el deseo de trabajar duro para realizarla; pero cuando no hay una meta al final del proceso, sino simplemente dejar una constancia, un testigo del propio proceso y este es en sí la meta, las cosas son distintas. Este “hacer por hacer” está muy relacionado con algunas filosofías orientales como el budismo zen y las técnicas de la meditación. No se trata de buscar algo que se intuye, o bien algo que se pretende; se trata de que no hay diferencia entre el buscar y el hallar, todo es parte del mismo devenir.  La causa y el efecto son una ilusión y donde no se pretende hallar nada se encuentra el todo. Pues bien, Jackson Pollock, ese  buscador del “todo por nada” nos legó en esta obra y en muchas más el testimonio de su “no búsqueda”, en el cual halló no sólo una totalidad concreta, sino también una clave para entrever la meta última: el infinito.

Clement Greenberg, ese gran crítico de arte que apoyó siempre a Pollock, bautizó a este tipo de pintura Action Painting (pintura de acción), en relación al proceso mediante el cual el artista desarrollaba sus obras. Pollock no pintaba en caballete, sino que extendía la tela sobre el piso y caminando alrededor de ella derramaba la pintura con pinceles, cuchillos o espátulas en un proceso que podríamos llamar “gestual”, el cual se asemeja visualmente a una especie de danza. De esa forma el cuadro no tiene una direccionalidad definida de antemano y con ello se previene cualquier intención por parte del artista de hacer algo preconcebido. No se hacían bocetos previos y no había una imagen mental que plasmar. Por otra parte la pintura, al derramarse sobre la tela, se fija de manera espontánea y con esto el pintor sólo se limita a dejarla caer. Ciertamente Pollock no descubrió este método, llamado “goteo” (dripping en inglés), pero le dio un nuevo sentido y como sistema lo llevó al extremo de sus posibilidades. Es muy aleccionador observar las películas y fotos que le hicieron a Pollock a finales de los años 40 del pasado siglo trabajando de esa manera tan heterodoxa. Este tipo de ejecución implica realizar una improvisación total, y es además un ejemplo elocuente de automatismo psíquico en esencia, tan caro a los surrealistas.

Casi todas las telas que Pollock realizó con el goteo son de grandes dimensiones y cubren las paredes de las galerías casi por completo. Cada una de ellas representa un universo distinto pues, aunque todas fueron realizadas con la misma técnica, los resultados fueron sorprendentemente distintos, aunque no carentes de unidad. Es un logro sobresaliente el poder ejecutar una pintura mediante este patrón sin caer en un manierismo repitente que a la larga nos hastía. El genio de Pollock se manifiesta precisamente en cubrir por completo la tela con chorros y gotas de pintura sin que parezcan manchas o accidentes; al contrario, parece como si fuesen patrones creados por una fuerza natural, casi geológica, que imprimió su impronta como vestigio de una existencia intemporal. El propio artista describe así su forma de pintar:

“Mi pintura no procede del caballete. Apenas extiendo mi tela antes de pintar. Prefiero clavar la tela en la dura pared o en el suelo, sin bastidor. Necesito la resistencia de una superficie dura. En el suelo me siento más cómodo. Me siento más cerca, formando parte de la pintura, ya que de esta forma puedo andar alrededor de ella, trabajar desde los cuatro lados y encontrarme literalmente dentro del cuadro. Este método es parecido al de los pintores indios con arena del Oeste.

Cuando estoy en mi cuadro, no soy consciente de lo que hago. Sólo después de un rato de desfamiliarización veo en qué he estado metido. No tengo miedo de hacer cambios, destruir la imagen, etc., porque el cuadro tiene vida propia. Intento dejar que se exprese. Sólo cuando pierdo contacto con el cuadro el resultado es un desastre. Si no es así, es pura armonía, un sencillo dar y tomar, y el cuadro sale bien.”

 Nacido en Cody, Wyoming en el oeste norteamericano, Pollock tuvo una formación artística irregular. Estudió en la Escuela de Artes Manuales en Los Ángeles y posteriormente en la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York. A partir de 1936 y hasta 1943 pinta murales con Benton, su profesor en la Liga y toma contacto con los muralistas mexicanos Siqueiros, Rivera y Orozco, que influyen notablemente en la temática que está desarrollando por esa época. Alcohólico desde la juventud, se sometió en 1939 a un tratamiento en el que tomó contacto con las ideas del psicoanalista suizo C. G. Jung, sobre todo en lo referente a los arquetipos. Estas ideas ejercerán una influencia definitiva en su pintura, en combinación con el automatismo psíquico. Al igual que otros artistas que estaban experimentando por esa misma época en Estados Unidos con las influencias del surrealismo europeo como Gorky, De Kooning, Motherwell o Barnett Newman,  Pollock formó parte de lo que los críticos e historiadores han llamado “Expresionismo Abstracto”. Estos artistas y algunos dueños de galerías de Nueva York dieron pie a esta escuela, aunque no trabajaban bajo un programa común, ni produjeron ningún manifiesto, a la usanza de las vanguardias históricas de Europa. Por otro lado, la influencia de algunos artistas europeos emigrados a Estados Unidos durante la guerra, entre ellos algunos surrealistas como Breton, Miró y Matta, sedujo a los jóvenes pintores norteamericanos.  Lo cierto es que Nueva York, mediante el Expresionismo Abstracto, se convirtió después de la segunda guerra mundial en el nuevo centro de la producción artística de vanguardia, desplazando a París y otros centros del viejo continente.

En 1946 Pollock hizo sus primeros experimentos con el goteo de la pintura sobre la tela y para 1950 era el artista más famoso del Expresionismo Abstracto. La revista Life le dedicó la portada y el artículo central de una de sus ediciones y los coleccionistas se disputaban sus obras, que por cierto empezaron a escasear y ser irregulares en cuanto a su calidad durante una nueva crisis de alcoholismo que lo obligó a tomar otra vez un tratamiento. Su muerte en un accidente automovilístico en 1956, a los 44 años, no hizo otra cosa que generar el nacimiento del mito de este artista, considerado un visionario genial, pero problemático e irregular.    

Lavender Mist fue pintado en la mejor época de Pollock, en la cima de su producción e inspiración. Sus colores suaves: rosas, celestes y lavandas están certeramente contrastados por los toques de blancos y negros, que forman un contrapunto equilibrado y pleno de armonía tonal. Personalmente es la obra que más me gusta de este artista que he admirado desde hace mucho tiempo, precisamente porque reconozco en ella un estado de ánimo sereno, pero alerta y una gestualidad rebosante de espacios que se disuelven en fronteras abiertas e interconectadas entre sí, como sucede en la naturaleza. Para mí, inspira un acercarse a los paisajes místicos en donde no media un conocimiento racional, antes bien intuitivo. Una especie de viaje de exploración a un interior primario, en donde se encuentra sólo aquello que es substancial y permanente. Le agradezco a Pollock su arte y su sensibilidad, porque a través de la contemplación de esta pintura puedo acceder a un contacto íntimo y esencial conmigo mismo.  

Julián González


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