Julián González Gómez
Hay momentos en la historia del arte, en los cuales surgen nuevos planteamientos que provocan tales cambios que desde ese momento las cosas ya no pueden volver a ser las mismas. Eso sucedió a partir de las últimas dos décadas del siglo XIX. Primero los impresionistas y luego, sus sucesores, llamados posimpresionistas revolucionaron las bases de las artes visuales mediante nuevos planteamientos conceptuales y formales y esto dio pie a que surgiesen nuevas visiones que con el tiempo serían llamadas las vanguardias. La primera de estas vanguardias surgió en Francia a principios del siglo XX por la obra de algunos pintores los cuales, influidos por las previas experiencias de Paul Gauguin y los divisionistas como Seurat y Signac, empezaron a desarrollar nuevas ideas en cuanto a la figuración y sobre todo el uso del color como elemento fundamental de comunicación.
Estos artistas se concentraron alrededor de la figura de Henri Matisse, un joven pintor que se había formado en diversas academias, algunas al margen del arte oficial. Entre los postulados que se fijaron estaba el establecimiento de un arte decorativo cuyo principal factor de comunicación debía ser el uso del color de manera provocativa, la utilización de los recursos puros de la pintura sin la mediación de los principios académicos de composición y buscar nuevas vías de representación figurativa. Tras su primera exposición en París en 1905 un crítico de arte los llamó fauves, es decir “salvajes” y desde entonces su movimiento se empezó a denominar fauvismo.
La obra que se presenta aquí, pintada en 1906 por Matisse es un buen ejemplo de los principios del fauvismo y se ha tomado como un ícono de esta vanguardia. En este cuadro está representado el mito de Arcadia, el país imaginario que estaba habitado por pastores que no se dedicaban a otras cosas más que cantar, danzar, hacer música y estarse todo el día tirados en la yerba. Matisse nos presenta una escena en la cual podemos ver a varios personajes arquetípicos que están realizando diversas tareas que les son propias como tocar instrumentos, danzar, enamorarse y otros en fin, sin hacer nada. Las figuras están todas desnudas y posan con desenfado sobre un prado rodeado de árboles frondosos con un fondo de paisaje marino. El dibujo, lineal y sintético presenta sensuales arabescos. Los colores, como corresponde al fauvismo, son intensos y expresivos. Matisse combinó varias tonalidades de amarillos y ocres que contrastan con el rosado de los cuerpos. Los árboles muestran el contraste de los verdes y rojos, colores complementarios. A pesar de que el colorido no representa objetivamente los elementos plasmados en esta obra, el conjunto está armónicamente concebido en una unidad cuya característica más sobresaliente es la expresividad intensa de las figuras y los colores.
La composición presenta un esquema bastante tradicional con un triángulo que la domina y varios planos que generan la tridimensionalidad que es necesaria para representar un espacio a la vez cerrado y que se fuga hacia el fondo, aunque no hay perspectiva. El centro de la composición está generado por el grupo de los danzantes que se encuentran en el plano posterior y de este modo se rompe el tradicional elemento de composición centralizada que se enmarca en un primer plano. Las dos mujeres recostadas más adelante cierran el primer círculo que antecede al centro de los danzantes. Con ello Matisse logra el efecto paradójico de centralización y a la vez dispersión.
Henri Matisse nació en el norte de Francia, en Le Cateau-Cambrésis en 1869. Su familia se dedicaba al comercio y desde muy joven su padre esperaba que se dedicara a la jurisprudencia para lo cual lo envió a París en 1887. Tras una enfermedad empezó a pintar y descubrió así su vocación abandonando sus estudios. Se inscribió en la Académie Julian y en 1892 ingresó en la Escuela de Bellas Artes pero empezó a frecuentar el taller del pintor simbolista Gustave Moreau. Durante estos años conoció a otros jóvenes pintores con los que más tarde fundarían el movimiento de los fauvistas. Por esos años su estilo era más bien tradicional hasta que tuvo ocasión de conocer la pintura de Signac y desde entonces el color se volvió el principal elemento de su pintura. Al mismo tiempo y luego durante toda su carrera siguió practicando el dibujo con gran virtuosismo. Los tiempos del movimiento fauvista fueron cortos y después de la disolución del grupo Matisse siguió trabajando fundamentalmente con el color.
A raíz de la influencia del cubismo sus esquemas se volvieron más geométricos. Realizó varios viajes a España y Marruecos los cuales le indujeron a experimentar con colores mediterráneos abriendo en su obra una nueva sensibilidad. En 1917 se instaló en Niza, lugar donde residiría hasta el final de su vida y desde el cual desarrolló las numerosas facetas que caracterizan su obra, llegando a ser considerado uno de los artistas más importantes del siglo XX. En las últimas etapas de su carrera trabajó con guache y papeles coloreados generando obras de un intenso colorido. También decoró la capilla del Rosario de las dominicas de Vence. Falleció en Niza en 1954.