Francisco de Goya, Los fusilamientos del 3 de mayo. Óleo sobre tela, 1814

Julián González Gómez

Goya, Los fusilamientos del 3 de mayoEs una de las escenas más dramáticas jamás representadas por un artista. Hoy, a pesar de que se cumplen 200 años de su ejecución, sigue siendo tan actual como cuando fue pintado. Los fusilamientos de la madrugada del 3 de mayo de 1808 en la montaña del Príncipe Pío, un emplazamiento que por entonces se encontraba en las afueras de Madrid, fueron un episodio destacado del terror que provocó la invasión napoleónica en España. Goya perpetuó el holocausto de estos héroes anónimos, que ofrendaron su vida al alzarse contra la dominación de un invasor que reprimió con la mayor dureza su insurrección y así podemos ver sus rostros y su indefensión ante la crueldad de un ejército invasor, que supuestamente venía con la intención de establecer los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

Goya mismo había sido un entusiasta partidario de las ideas que Napoleón quiso implantar por Europa, aboliendo el viejo orden que en especial en España se había anquilosado y llevado al otrora poderoso estado a un letargo y una decadencia vergonzosa. Él conocía de primera mano los entresijos del poder, ya que era el pintor de la corte real. Sus retratos de la familia de Carlos IV y los allegados a la corte, a pesar de ser formalmente correctos y ajustados a la normativa, dejan entrever las miserias de un estamento plagado de taras y corrupción. Además, en las pinturas que hizo de su contraparte, el pueblo y sus costumbres, se puede ver la miseria y la abulia de una sociedad hastiada y decadente. La España de fines del siglo XVIII y principios del XIX estaba sumida en una profunda crisis social y moral. Por eso, para muchos como Goya, la revolución francesa y sus repercusiones fueron como una bocanada de aire fresco que cambiaría Europa y en especial España y la sacaría de su marasmo. Pero los acontecimientos sobrepasaron cualquier expectativa y Napoleón, lejos de ser el liberador de un continente, se mostró como un tirano que impuso el terror allí donde intervino.

El desengaño de Goya se mostró en una serie de grabados que realizó con el nombre de “Los desastres de la guerra”, en los cuales se muestran escenas terroríficas de aquellos acontecimientos de los que fue testigo luego de la invasión francesa. Los desastres de la guerra muestran el verdadero rostro de la supuesta “liberación” de España por las tropas napoleónicas y los sufrimientos de un pueblo que se enfrentó a ellas y que pagó muy caro su rebeldía con muertes y tragedias sin par. El cuadro de los fusilamientos del 3 de mayo, así como su pareja, el cuadro llamado “El dos de mayo de 1808 en Madrid” está ligado a los grabados de los desastres de la guerra como documentos únicos y vibrantes de la guerra de la independencia española. El camino que llevó a Goya a realizarlos pasó por muchos sucesos previos, los cuales están insertos en los acontecimientos de fines del siglo XVIII, una época de grandes cambios y traumas.

Francisco de Goya y Lucientes nació en Aragón, en la ciudad de Fuendetodos, Zaragoza, el 30 de marzo de 1746. Su familia era de clase medianamente acomodada y rural. Su educación artística se inició con un pintor local, que le enseñó los principios del arte del barroco tardío, todavía vigente en la provincia, pero la idea de Francisco, que era lento en el aprendizaje, no era dedicarse a pintar los paisajes de su región para ganarse la vida discretamente, era ambicioso. Quería ingresar a la prestigiosa Academia de San Fernando en Madrid y para ello envió un cuadro a un concurso en 1763, el cual resultó rechazado. Frustrado, decidió viajar a Italia por su propia cuenta, lo cual realizó en 1770 y allí pudo ver de primera mano las obras de los grandes maestros del renacimiento y el barroco y se empieza a impregnar de las ideas novedosas del neoclasicismo. Cuando regresó a España estaba decidido a convertirse en promotor de esas ideas y la ambición de convertirse en un artista de relieve empezó a cobrar forma. Se casó con la hermana de un importante pintor de su tierra que vivía por ese entonces en Madrid: Francisco Bayeu y a través de él y sus contactos, Goya pretendió ingresar en la Real Academia de San Fernando, que por entonces dirigía Antón Mengs, pintor alemán neoclásico, quien era amigo de Bayeu. Mientras tanto, se dedicó a pintar murales en las iglesias de su tierra con bastante éxito. En 1775 fue llamado por su cuñado a Madrid, no para ingresar a la Academia, sino para trabajar en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara como ilustrador de cartones para la manufactura de tapices, muchos de los cuales decoraban las estancias de los edificios del reino. En esta labor trabajó durante doce años, creando cartones pintorescos que ya denotaban el genio incipiente que llevaba. Al mismo tiempo se introdujo en los círculos aristocráticos de la capital pintando retratos de los nobles y sus familias, con lo que empezó a ganar fama y patrocinio de algunos miembros influyentes de la corte.

Con su prestigio en ascenso, fue nombrado Teniente Director de la Academia de San Fernando, que era un título equivalente al de sub-director y finalmente, en 1789 fue nombrado Pintor de Cámara del Rey. Con este cargo, Goya alcanzó la cumbre de la carrera que había añorado y así se estableció como el pintor más importante de España. Pero junto a su ascenso, las ideas de Goya también fueron variando en cuanto a su alcance y empezó a cuestionar el arte académico y el neoclasicismo, reclamando una mayor libertad creativa para los artistas. Alternando sus pinturas de retratos de la familia real y la corte con pinturas religiosas, empezó a desarrollar por su cuenta un nuevo lenguaje pictórico en el que, mediante una técnica mucho más libre,  empieza a representar las personas y las costumbres de Madrid, en zonas muy alejadas del boato de la corte. Goya se empieza a identificar así con el alma de una población sumida en la miseria y su consciencia se sacudió.

En 1792 sufrió una grave enfermedad, cuya convalecencia lo alejó temporalmente de su trabajo y como consecuencia de ella perdió el sentido del oído. Lejos de sumirse en la desesperación por esta pérdida, Goya reemprendió su trabajo con más brío, pero también se vio que su carácter se empezó a ensombrecer. Su visión del mundo se volvió oscura y atormentada. Poco tiempo después se iniciaron las guerras napoleónicas y durante esa época Goya trabajó para el nuevo rey José Bonaparte. Posteriormente, a la caída del nuevo régimen, Goya se vio impedido de realizar encargos oficiales y su situación se complicó. Al perder su puesto de pintor del rey sus ingresos mermaron y se encontró en apuros económicos. Tenía fama de liberal y después de la restauración borbónica fue visto sospechosamente por las autoridades, incluso fue procesado por la Inquisición.

La última etapa en la vida de este artista estuvo marcada por las decepciones y los desengaños. Son famosas las pinturas que hizo en la casa que adquirió en las afueras de Madrid, que fue llamada “La Quinta del Sordo”; en esas pinturas negras podemos ver retratada la parte más tenebrosa de la consciencia humana. Durante esos años realizó varias series de grabados, llamados “caprichos” en donde se encuentra una mezcla entre lo fantástico, lo sobrenatural y lo grotesco. En 1824 se exilió a Francia, tras mostrarse opuesto a la restauración borbónica en la persona de Fernando VII. Residió en Burdeos, donde siguió trabajando incansablemente hasta su muerte en 1828.

Toda descripción de un cuadro como Los fusilamientos del 3 de mayo se queda corta en cuanto a su alcance. Esta incomparable obra maestra nos hace evidente el contraste entre las víctimas, ejemplificadas sobre todo por el personaje con los brazos en cruz, que está fuertemente iluminado y mira con desesperación a sus verdugos, con la máquina de matar fría e impersonal que son los soldados. Su contemplación nos impregna de tristeza e indignación. Son gente sencilla, que con armas rudimentarias como cuchillos y palos se había alzado contra los invasores y pagó con su vida esta osadía, fusilados a quemarropa al pie de una colina a las afueras de la ciudad en una madrugada sombría y apabullante. La esperanza y la liberación asesinadas por una maquinaria eficiente, que mata con certeza y eficacia, en una contradicción que muestra dos rostros de la condición humana: idealismo y barbarie. El sueño de la razón produce monstruos.


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