En los albores del siglo XX un grupo de cuatro estudiantes de la Escuela técnica superior de Dresde deciden asociarse en una especie de mancomunidad artística a la que llamaron Die Brücke (El Puente). El grupo estaba compuesto por Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938), Erich Heckel (1883-1970), Fritz Bleyl (1880-1966) y Karl Schmidt-Rottluff (1884-1976); en 1906 se suman al grupo Max Hermann Pechstein (1881 – 1955) y Emil Nolde (1867 – 1956).
Corría el año 1905, período de grandes cambios en Alemania, producto del enorme crecimiento industrial y el bienestar asociado a él; pero también habían grandes agitaciones políticas y sociales. Los jóvenes alemanes oscilaban entre el nacionalismo, el militarismo prusiano y el socialismo revolucionario en un enfrentamiento cada vez más radical, en medio del cual florecían las letras y las artes como nunca antes se había visto en ese país desde los tiempos de la reforma y las guerras religiosas del siglo XVI. En la mayoría de estos jóvenes artistas e intelectuales predominaba un sentimiento de pesimismo cada vez más exacerbado, ya que en general consideraban que esta nueva sociedad estaba marcada por grandes desigualdades, que se manifestaban en la contradicción entre el bienestar de la cada vez más opulenta y conservadora burguesía y la explotación y las condiciones miserables de la vida de los obreros, algo que Marx, uno de sus paradigmas, había ya analizado y descrito hacía más de medio siglo. Para ellos, la revolución industrial, que debería haber mejorado mediante el progreso y la tecnología las condiciones de vida de las mayorías, había propiciado, por el contrario, el bienestar de unos pocos en detrimento de todos los demás. Este simplismo revolucionario produjo a la postre los grandes enfrentamientos que, en la parte que les corresponde, sumieron a Alemania en el caos económico y social después del desastre de la primera guerra mundial.
El grupo El Puente pretendió, mediante un programa de trabajo y un manifiesto de intenciones, tender una vía entre una nueva realidad, revolucionaria y socialmente comprometida, y el mundo de las vivencias y la sensibilidad del artista. Sin embargo, el programa pronto derivó hacia la búsqueda de un lenguaje conceptual y formal que permitiese que la expresión propia y subjetiva se manifestase en las obras que estaban creando. Schopenhauer, Nietzsche y en menor medida Bergson ejercieron una enorme influencia en aquellos aspectos conceptuales que consideraron los encaminaban en su búsqueda y encontraron su inspiración en artistas que los impactaron por su fuerte contenido emocional y subjetivo como Van Gogh o Munch, a quienes consideraron sus predecesores. Rescataron las técnicas del grabado xilográfico de gran contraste para utilizarlo como medio no sólo de expresión, sino también de difusión de sus ideas artísticas. Otra importante influencia fue el redescubrimiento del arte medieval, que los sedujo por su fuerte carga simbólica y su esquematismo. Sin embargo, como siempre sucede, el producto es algo más que la mera suma de sus partes y estos jóvenes artistas se embarcaron en un proyecto que, tal vez sin proponérselo, no los llevó a encontrar un arte acorde a sus ambiciones sociales y revolucionarias, sino a un encuentro con su propio interior, en el que habitaban ángeles y demonios por igual y en el que finalmente triunfaron estos últimos.
La obra artística de Kirchner no puede ser entendida si no se analiza desde el punto de vista del programa y el producto de esta búsqueda. Desde un principio se convirtió en una especie de líder del grupo, ejerciendo una gran influencia a través de su creatividad empapada de contradicciones internas, las cuales se manifestaban en el inmenso contraste que existía entre el cromatismo exacerbado de su paleta y lo que a mí me parece una temática pesimista en sus temas. Color por todas partes, color que no es representativo de la realidad que se observa con los ojos, sino a través de la visión interna, propia del artista. En una de aquellas coincidencias que Jung llamaría “significativas” la pintura de Kirchner y luego la de sus compañeros del grupo tenía una gran semejanza, estrictamente en sus aspectos coloristas, con la de otro grupo de artistas que estaba trabajando por aquellos mismos tiempos en París, los Fauvés, con quienes no tenían absolutamente ningún contacto. Las pinturas de Kirchner en general representan a la burguesía alemana de su época y toda la vacuidad de su existencia autocomplaciente. Pero en otras ocasiones, tal vez como un paliativo para liberarse de esas visiones de vacío, pinta paisajes de colores mágicos y chillones, cálidos ambientes hogareños, tiernos retratos de niños y desnudos en posiciones cómodas e informales. La obra de esta semana pertenece a esta última temática, pero está colmada de una delicadeza que pocas veces logró volver a expresar en uno de sus cuadros.
La pintura representa a una joven amiga del grupo, Marcella quien, junto a su hermana Fránzi pretendían convertirse en artistas y posaban como modelos para los miembros de El Puente. En este cuadro Marcella, que es casi una niña, posa desnuda con soltura y se nota que está relajada. Mira de frente no con altivez, sino con confianza juvenil; su postura no permite que se le vean los pequeños senos y el sexo está también oculto. Al contrario que la generalidad de las pinturas de Kirchner, aquí su paleta es más bien discreta y opaca, sin colores fuertes y llamativos, tal vez para resaltar expresivamente la atmósfera de soltura que denota tranquilidad en ambas partes, artista y modelo.
Muchos años después, en uno de esos vuelcos que el arte propicia siempre, Francis Bacon va a hacer uso de un lenguaje similar al de esta pintura para representar a algunos de sus personajes, pero en este caso estarán cargados de inmensa ironía, vacío y sarcasmo; algo común que liga a ambos artistas en el tiempo, pero que Kirchner evitó aquí en un alarde de delicadeza poco frecuente en su obra.
Julián González Gómez