La composición es uno de los grandes aciertos de El pergamino de la seducción (2005) de Gioconda Belli (Managua 1948), novela tejida por dos narraciones en primera persona que narran dos historias de cierta manera paralelas: la historia de Lucía en el siglo XX en Madrid, y la historia de Juana de Castilla, entre los siglos XV y XVI en Flandes y España.
La novela, desde sus inicios ha sido un mundo construido con palabras. Sus personajes y sus historias a menudo se sitúan en otros mundos verbales. Don Quijote vive en el mundo de los libros de caballería, James Joyce escribe Ulyses siguiendo paso a paso La Ilíada de Homero, Cien años de soledad está construido en base a otros libros y otros mundos verbales. Por eso cuando Manuel le dice a Lucía: “No te será muy fácil al principio, pero un mundo construido con palabras puede llegar a ser tan real como el haz de luz que ilumina tus manos en este momento”, está confirmando el principio fundamental del arte de la novela. Para el escritor argentino Ernesto Sábato, el mundo de la novela es más real, más auténtico y más verdadero, que el mundo de los periódicos, los anuncios luminosos y los discursos patrióticos.
El fin principal de El pergamino de la seducción es reivindicar a Juana de Castilla, mal llamada Juana la loca. La reivindicación de la hija de los reyes católicos se produce a través de la evocación y meditación de la figura de Juana por parte de Manuel, pero en especial de Lucía. Este profesor, descendiente de los Denia – los carceleros históricos de Juana- está obsesionado con la que fuera esposa de Felipe el Hermoso. Al encontrarse con Lucía, una joven huérfana que cursaba el último año de bachillerato en un sombrío internado de monjas españolas, se sorprende del parecido de esta con Juana. Es así que Manuel se reúne con Lucía y empieza a jalar la historia de Juana al presente de ellos, 1960, por medio del susurro, sensual.
De esta manera, Lucía, quien ya conocía algo de la historia de Juana, inicia la especulación emotiva del personaje. Lo interioriza, lo reflexiona y llega a descubrir su sexualidad al mismo tiempo que la Reina de Castilla. De hecho cuando Lucía pierde su virginidad, o mejor dicho, cuando Lucía se consagra como mujer con Manuel, allá en el pasado Juana también lo hace con Felipe el hermoso. La trama de Lucía y Manuel se desarrolla paralela a la trama de Juana. Ambas están trenzadas.
A este recurso novelístico se le conoce como vasos comunicantes, que Vargas Llosa en Cartas a un Joven Novelista define como “dos o más episodios que ocurren en tiempos, espacios o niveles de realidad distintos, unidos en una totalidad narrativa por decisión del narrador. Pero la mera yuxtaposición no es suficiente para que el procedimiento funcione. Lo decisivo es que haya comunicación entre los dos episodios acercados o fundidos por el narrador en el texto narrativo”.
Si en La Mujer Habitada existía una relación complementaria entre Lavinia e Itzá, en El Pergamino de la Seducción existe una relación más que complementaria entre Lucía y Juana, porque la historia de la Reina de Castilla modifica notablemente el presente de Lucía.
La misma narradora confirmó que “esto es diferente porque en La Mujer Habitada, Lavinia jamás se da cuenta de que Itzá existe, en cambio entre Juana y Lucía hay un puente determinado por el hecho de que las dos son mujeres de la misma edad descubriendo su sexualidad”.
La autora se tomó tres años para esculpir esta novela. Sometió el expediente de Juana de Castilla a la opinión científica de reconocidos psiquiatras. Todos coincidieron en que la Reina no estaba loca, simplemente se rebelaba con la única arma que tenía: su cuerpo. Visitó los lugares en donde estuvo Juana, – además de museos y castillos-, leyó bibliografía autorizada, consultó historiadores, fotos y mapas de la época, entre otros recursos de investigación. Lo demás es literatura y qué mejor literatura que la prosa fluida, precisa e impoluta la célebre narradora quien seduce con el extraordinario personaje de Juana “la loca”.
Ligia Pérez de Pineda