Julián González Gómez
“Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”.
Con estas palabras describió Edvar Munch la experiencia que le hizo pintar su cuadro más famoso: El grito, que se ha convertido desde hace algunos años en una imagen reconocida en muchos ámbitos fuera de la historia del arte. Como ícono visual, El grito representa la angustia de la existencia, el espanto de darse cuenta de la propia soledad, la opresión del ambiente y la sociedad sobre el individuo que luce impotente ante toda esta agresión y no le queda más que emitir un espantoso grito para tratar de escapar al agobio. No ha faltado la vulgarización del ícono al ser reproducido en camisetas, toallas y hasta unos enormes muñecos inflables que se pueden instalar en cualquier espacio abierto.
El cuadro muestra una escena que es real, un mirador que todavía se encuentra en las afueras de Oslo, capital de Noruega, al borde de un acantilado del fiordo donde se encuentra la ciudad. La baranda de madera también existe hoy y el paisaje luce muy similar a como se veía en 1893, el año en que fue pintado el cuadro, aunque el paseo que Munch y sus amigos realizaron por este lugar se había realizado un par de años atrás. En el cuadro se puede ver el cielo crepuscular de color rojo sangre y amarillo, el cual se refleja en el agua del mar, donde se encuentran dos barcos, pintados de manera simple. La ciudad es una mancha oscura con algunas líneas celestes y se puede distinguir la figura de una iglesia, pintada en color claro. Dos individuos, vestidos a la moda de la época y con sombrero de copa parecen alejarse y en primer plano se encuentra la figura andrógina y ondulante del protagonista, que grita mientras se lleva las manos a la cabeza en señal de desesperación. La cabeza tiene forma la de una pera invertida y los ojos, que parecen estar desencajados, delatan unas pequeñas pupilas, mientras que la boca hace una mueca al gritar.
Todo el cuadro parece estar pintado con descuido, por medio de largos y toscos trazos, sin prestar ninguna atención al detalle o a la corrección técnica. A Munch no le interesaba dejar plasmada aquí ninguna evidencia de virtuosismo o efecto pictórico; al contrario, la tosquedad de los trazos se hizo a propósito y están acordes al sentimiento de angustia que se esparce por toda la imagen, haciendo de este cuadro uno de los más importantes precedentes de la pintura expresionista. Figura y paisaje se funden en un todo que nos perturba y nos hace sentir incómodos y hasta angustiados cuando lo observamos. La unidad conceptual se verifica también por medio de los trazos y los colores, ya que figura y paisaje no pueden disociarse.
Munch realizó cuatro versiones de El grito, de las cuales ésta es la que se encuentra en la Galería Nacional de Noruega. Otras dos se encuentran en el Museo Munch de Oslo y la cuarta se hallaba en una colección particular y fue subastada en el año 2012 y vendida por casi 120 millones de dólares, siendo la obra subastada más cara de la historia. También existe una versión litográfica que realizó el propio Munch unos años después de pintar el cuadro. La versión que mostramos aquí fue robada de la Galería Nacional de Noruega en 1994 y recuperada ocho semanas más tarde por la policía noruega, mediante un trabajo de investigación que realizó conjuntamente con la Scotland Yard inglesa. También fue robado uno de los dos cuadros del Museo Munch, aunque fue también recuperado.
Tales sucesos nos dan una idea de la celebridad de este cuadro, que indudablemente se ha convertido en un objeto de deseo. Quizás es por lo perturbador que hay en él, o tal vez porque en el tren de nuestra angustiosa vida contemporánea nos sentimos identificados con su mensaje. Lo cierto es que transmite con una gran simpleza la angustia de un ser humano que se siente completamente desesperado por su vida y su circunstancia.
Algunos han querido ver en El grito una especie de autorretrato interior del propio Munch, quien nació en 1863 en la ciudad de Løten, Noruega. Su madre y una de sus hermanas murieron de tuberculosis cuando era niño y creció bajo la tutela de un padre rígido y obsesionado con la religión, que inculcó en el joven un permanente sentimiento de culpabilidad, e hizo de él una persona oscura, triste y hasta desequilibrada. La psique de Munch siempre estuvo al borde del colapso total, en buena parte por culpa de su educación y el entorno familiar en el que creció. En 1879 se inscribió en la carrera de ingeniería, la que abandonó al poco tiempo para dedicarse al dibujo y la pintura. Estudió con diversos maestros y empezó a pintar y exponer con relativo éxito. En 1885 realiza su primer viaje a París, en donde se encuentra con la pintura impresionista y post impresionista, convirtiéndose en admirador de Gauguin. Posteriormente viajó a Alemania, donde realizó una exposición que causó escándalo. De regreso a Noruega, se estableció en Cristianía (hoy Oslo), en donde montó su estudio profesional y frecuentó las tertulias del grupo llamado “El Cochinillo Negro” en el cual departían muchos artistas e intelectuales de la ciudad. Los miembros de esta tertulia participaban en actividades que en la época eran vistas como escandalosas, rechazaban profundamente a la sociedad burguesa y practicaban el amor libre. En este grupo conoció a una joven que estaba casada, de la cual se enamoró profundamente y con quien tuvo un tormentoso romance que terminó cuando ella lo dejó por otro hombre, sumiéndolo en la tristeza y la desesperación. Poco tiempo después pintó El grito, que originalmente llevaba el título de La angustia. Munch nunca se recuperó de su fracaso sentimental y se fue sumiendo cada vez más en la depresión y el alcoholismo. Jamás se casó y nunca se le volvió a conocer una nueva pareja. Años después ingresó a un sanatorio para curarse y tras ocho meses de tratamiento dejó la bebida y se sumergió frenéticamente en su actividad pictórica.
Munch se hizo un pintor famoso, tanto en Noruega como en otros países europeos, sobre todo en Alemania, donde expuso repetidas veces con los grupos de la Secesión y los expresionistas. A partir de 1909 se estableció definitivamente en Noruega, pero realizó numerosos viajes a diversos países europeos, en parte para recuperarse de sus frecuentes crisis nerviosas. Ya para 1920 estaba consagrado como uno de los mayores artistas europeos, con exposiciones en numerosas ciudades pero, a pesar de su éxito, su vida personal era triste y oscura. En 1930 contrajo una enfermedad en los ojos que le imposibilitó de trabajar con regularidad y entonces se recluyó en la pequeña ciudad de Ekely, donde vivió en la oscuridad y era considerado un demente por sus vecinos. En 1933 los nazis condenaron sus pinturas, considerándolas como arte degenerado y fueron retiradas de las galerías y los museos. Años después, cuando los nazis invadieron Noruega, ocurrió la misma situación, aunque sus pinturas no fueron destruidas. Edvard Munch murió en Ekely en 1944 a los 80 años, casi ciego y completamente solo, aunque no olvidado por sus compatriotas, quienes fundaron con sus pinturas el museo que lleva su nombre.