Diego Velázquez, Las Hilanderas. Óleo sobre tela. 1657.

014 Velazquez Las hilanderasDiego de Silva Velázquez es sin duda uno de los más grandes pintores de todas las épocas. Su maestría ha sido muchas veces ensalzada y realmente decir aquí algo más sobre sus virtudes sería reiterativo. Desde mi punto de vista, Velázquez es doblemente admirable, ya que a su genio artístico hay que sumarle la increíble sutileza alegórica que se advierte en los detalles de sus cuadros. Le tocó vivir en una época de oscuridad, de decadencia política, económica y social en la España que veía desaparecer su liderazgo como primera potencia europea. Una España dominada por una aristocracia pusilánime e incompetente, a la que se sumaba un clero obtuso y retrógrado, celoso de la doctrina, vigilante ante cualquier heterodoxia. Resulta sorprendente que en un escenario tan negativo surgiesen algunos de los más grandes exponentes de las artes y la literatura: Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca, Zurbarán y el propio Velázquez entre otros. La sutileza de nuestro artista deviene de su profunda cultura y erudición, algo no muy común en los pintores de esa época, y también de una gran sensibilidad, que le permitió plasmar sus ideas humanistas en los detalles de muchos de sus cuadros. A esas sutilezas me voy a referir en este texto, a propósito de esta obra maestra que pintó en el ocaso de su vida: Las Hilanderas, también conocida como la Fábula de Aracné.

En principio, el cuadro aparenta ser la representación de un típico taller de hilandería, en el cual hay varias mujeres realizando las labores propias de este oficio. Inmediatamente salta a la vista que hay dos escenas distintas en el cuadro: una escena en primer plano y otra en segundo, comunicadas por un gran vano rematado en un arco de medio punto y ambas bañadas en diferente medida por una fuente de luz que proviene del lado izquierdo. En la escena frontal hay cuatro mujeres jóvenes y una mayor; una de las cuatro jóvenes, a la cual la vemos parcialmente de espaldas, devana el hilo con gran rapidez, mientras que la mujer mayor da vueltas a la rueda de una rueca mediante una manivela. En esta escena hay varios detalles realmente admirables y asombrosos por la perfección con que Velázquez representó no sólo las luces, sino sobre todo los movimientos. En primer lugar, nótese la mano izquierda de la joven que se ve parcialmente de espaldas, es tal la velocidad con la que devana la lana, que sus dedos se ven borrosos y difusos; luego, los rayos de la rueda de la rueca han desaparecido, reemplazados por unos cuantos trazos que nos hacen percibir la ilusión del movimiento circular y la mano derecha de la mujer también está borrosa por el movimiento que le da a la manivela; la joven al centro se inclina para recoger algo y su rostro se desdibuja por el movimiento. Es como si Velázquez hubiese tomado una foto instantánea a baja velocidad, lo cual le permitió captar la inmediatez del instante y el movimiento de las partes; podemos observar que la rueda se mueve en el sentido opuesto de las manecillas del reloj de acuerdo a nuestro punto de vista. Otros detalles revelan ciertos aspectos más bien simbólicos pero clarividentes: la mujer mayor nos muestra su pierna izquierda, que es de piel tersa y bien torneada, lo cual no corresponde con la edad que aparenta y es la única figura cuya cabeza está cubierta por un velo; un gato yace pasivamente adormilado a sus pies, completamente ensimismado; todas las jóvenes son bellas y bien proporcionadas y la de la izquierda descorre una cortina roja, detrás de la cual entra una luz tenue que empieza a iluminar la escena y una escalera está ubicada detrás de los hombros y la cabeza de la mujer mayor.

La escena del segundo plano, que se desarrolla en un espacio abovedado que está más arriba que el de la primera escena y al cual se accede por dos altos escalones, está bañado por una luz mucho más intensa que proviene del lado superior izquierdo, en contraste con la primera escena. En él hay cinco figuras de jóvenes mujeres, una de las cuales lleva una coraza y un yelmo y parece enfrentar a otra joven que ocupa el centro del espacio, la cual parece ser la misma que en la primera escena está devanando la lana. En el primer plano se puede ver el revés de una viola y el brazo de otro instrumento de cuerda, en el que apoya su mano la joven más a la izquierda. Estas mujeres están elegantemente vestidas, al contrario de las de la primera escena y la que está ubicada a la derecha se ha volteado hacia el observador. Al fondo se puede ver un tapiz en el cual está representado “El Rapto de Europa” de Rubens. 

Pues bien, toda esta simbología y prodigio de luz no se hizo para representar el taller de unas hilanderas, sino un tema mitológico: la Fábula de Aracné, que Ovidio narró en La Metamorfosis y en el cual la diosa Minerva (Atenea para los griegos), celosa de la habilidad de la joven doncella Aracné para tejer los mejores tapices, la convirtió en una araña. Minerva es la joven que está vestida con armadura y parece estar retando a la joven al centro, que es Aracné. Este es el tema principal del cuadro, el cual se representa en el segundo plano, al estilo barroco, al igual que la muchacha viendo hacia el espectador. No cabe duda que Velázquez había leído el texto de Ovidio, un autor clásico muy del gusto en el renacimiento y el barroco entre las personas cultas.

La escena del primer plano, que en realidad no es más que un suceso preparatorio para el desenlace, muestra a Minerva disfrazada como la mujer mayor; se ha quitado la coraza y el yelmo y accidentalmente nos muestra su tersa piel de diosa y sus bellas proporciones en la pierna izquierda develada. Se ha introducido subrepticiamente en el taller de Aracné para espiarla.  Aracné es la muchacha que devana la lana y está parcialmente de espaldas, bañada por una suave luz; ajena a todo menos a su trabajo. No sabe que la diosa la espía y la castigará más adelante. El gato que dormita representa la tensión vigilante detrás de la apariencia de tranquilidad, en alusión a la tensión de Minerva y lo más enigmático de todo es la muchacha que está al centro recogiendo algo que no se sabe qué es ¿habrá advertido la tersura de la pierna de la diosa? Quizás el corrimiento de la cortina, que empieza a dejar entrar la luz, empiece a develar el desenlace posterior.


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