Julián González Gómez
Cuando los frailes que acompañaban a Hernán Cortés en su conquista de México observaban imágenes como esta se horrorizaban sobremanera y juzgaban que era el mismo demonio el que había inspirado su ejecución. En verdad es una imagen impactante, muy alejada de los cánones de belleza y representación de la cultura occidental. Es la imagen de la diosa azteca patrona de la fertilidad, de la vida, la muerte y del renacimiento. Su nombre era Coatlicue, que quiere decir en lengua mexica “la que tiene falda de serpientes” y era venerada como la madre de los dioses.
El mito de Coatlicue dice que ella dio a luz al dios Huitzilopochtli después de que, al estar barriendo el piso sobre el cerro de Coatepec (el cerro de la serpiente), una pluma se le metiera en el vientre. Este mito explica que Coatlicue ya tenía otros cuatrocientos hijos antes de concebir a Huitzilopochtli y estos se sintieron ofendidos cuando su madre quedó así embarazada misteriosamente, por lo que decidieron matarla, instigados por la diosa Coyolxauhqui, que era también su hija. Pero Huitzilopochtli salió de la matriz en ese momento y venía armado, por lo que para defender a su madre mató a todos sus hermanos y los convirtió en las estrellas del firmamento. A su hermana Coyolxauhqui le cortó la cabeza y la arrojó al cielo y así se convirtió en la luna.
Huitzilopochtli era uno de los dos principales dioses del panteón azteca, el otro era Tezcatlipoca “Espejo humeante” y gobernaba sostenido por los múltiples sacrificios que se le debían hacer, especialmente los sacrificios humanos mediante la extracción del corazón todavía latiendo dentro del pecho de la víctima. Los sacrificados se podían contar por cientos en cada ocasión especial o cuando había una guerra, ya que Huitzilopochtli era también el dios de ésta. Estas prácticas nos señalan a una civilización guerrera, donde la vida y la muerte constituían las dos partes que conforman el todo. La muerte acompañaba a la vida como parte de esta y el significado dual de ambas se fundía en una sola idea que le daba forma al cosmos. Precisamente Coatlicue era la parte femenina de la dualidad, que también era la muerte y la tierra fértil. De esta forma, por medio de la muerte la tierra adquiere la fertilidad que es necesaria para el sostenimiento de la vida.
Esta imagen, que se encuentra en el Museo de Antropología y Arqueología de la ciudad de México fue encontrada a finales del siglo XVIII cuando se hacían trabajos de construcción en la plaza mayor de la ciudad. La leyenda dice que los trabajadores se asustaron tanto al verla que la volvieron a enterrar en otro lugar. Lo cierto es que permaneció durante muchos años fuera de la vista del público y solo hasta el siglo XIX fue expuesta por primera vez.
Generalmente se representaba a Coatlicue como una mujer que usaba una falda de serpientes y llevaba un collar con las manos y los corazones cortados de sus víctimas de sacrificio; sus pechos estaban caídos como símbolo de que ha sido fértil y ha amamantado a sus vástagos y en vez de manos y pies tenía garras afiladas. Debía ser una imagen que impusiese terror a los que iban a morir delante de ella, sobre todo porque estaba cubierta de la sangre de los sacrificios. En esta imagen la cabeza de la diosa está conformada por dos cabezas de serpiente que se encuentran una frente a la otra como símbolo de la dualidad. Sus cuerpos se enroscan a los lados formando los brazos y en la parte de atrás se puede ver al dios Tláloc sosteniendo dos cráneos. Por cierto que en esta efigie, en el collar de manos y corazones que lleva la diosa hay otro cráneo, pero este no tiene las cuencas vacías, sino muestra dos ojos, como si la imagen de la muerte estuviera viendo a aquel que va a ser sacrificado. Todo lo que está en ella parece amenazante.
Probablemente esta imagen presidía el templo de Coatlicue en la antigua ciudad de Tenochtitlán y estaba ubicado en la zona central, muy cerca del templo doble consagrado a Huitzilopochtli y a Tláloc, por lo que es una obra de la mayor importancia no solo dentro del contexto de la historia del arte de los aztecas, sino también dentro de su historia social y religiosa.
Como muestra del arte azteca es representativa de la sobriedad y esquematismo que caracterizaba a su escultura. La estilización de las serpientes que forman la cabeza es magnífica, así como los diseños de la piel de este animal, que forman un rico entramado en casi toda la figura. Los detalles anatómicos como los pechos caídos y las manos y corazones del collar están realizados con admirable precisión, aunque también son estilizados. Su plástica es rotunda y brutal, pero no es primitiva, al contrario, es producto de una sofisticada cultura que dominó las artes y las ciencias durante el postclásico, constituyendo junto a los incas la civilización más avanzada en América a la venida de los conquistadores. Prueba de esta sofisticación es que la talla está compuesta de acuerdo a los cánones de la proporción áurea.
Como diosa madre no tenía una imagen amorosa o plácida. La benevolencia de una diosa femenina como Coatlicue se manifestaba a través de la capacidad de la tierra de generar vida, que era al fin y al cabo un regalo para los pueblos precolombinos. Aquí la benevolencia no es una cualidad, sino un atributo y no es impuesta, sino natural. Por eso una imagen que parece terrorífica no señala directamente al miedo y el mal, sino a la propia naturaleza que no es ni buena ni mala, tan solo existe y tiene una presencia imponente.