Cimabue, «Maestà di Santa Trinitá». Témpera y lámina de oro sobre tabla, 1286

Julián González Gómez

Cimabue. Madonna and Child Enthroned with Eight Angels and Four Prophets (Maestà). 1280. Tempera on panelLa figura de la Virgen con el niño Jesús simboliza, dejando aparte los aspectos doctrinales y teológicos, la profunda entrega que una madre hace de su amor por aquel que ha nacido de ella y lo muestra al mundo con la felicidad que emana del más entrañable de los nexos. Por su parte el niño, todavía inconsciente de su destino, nos bendice con su manita como queriendo hacernos partícipes de esta felicidad. Esta tabla, pintada por Cimabue en plena edad media, constituye una entrañable escena llena de la ternura que solo los espíritus más elevados pueden vislumbrar.

Pintada a la manera bizantina, sigue las pautas de ese arte en casi todos sus aspectos. Está representada como una Odighitria, que en griego significa “la que muestra el camino” y era una de las tres formas iconográficas de representar a la Virgen María. Las otras dos eran el ícono de la Ternura de la Madre de Dios y el ícono de la Intercesión de la Madre de Dios. La Odighitria representa a María sosteniendo al niño Jesús en sus brazos y señalándolo para indicar a los fieles que la verdad se encuentra en su persona. Muchas veces el niño porta un pergamino en su mano en el que está escrita la frase “Yo soy el camino, la verdad y la vida” del evangelio de San Juan.

En esta iconografía, María está envuelta en un clámide de color púrpura, color que se identificaba con la realeza, mientras el niño viste los colores blanco y naranja o solamente naranja, siendo el blanco el símbolo de la pureza y la luz de la Transfiguración y el naranja la Verdad y el fuego del Espíritu Santo.

Cimabue pintó la escena siguiendo casi todas las pautas de la iconografía bizantina y además agregó varios elementos novedosos como los ocho ángeles que rodean el trono divino, colocados en planos superpuestos y en la base representó una edificación que se funde en su parte superior con la base del trono. En este edificio puso a cuatro profetas de la antigüedad: Jeremías, Abraham, David e Isaías con las sagradas escrituras en sus manos. El fondo dorado no solo enriquece el cuadro, sino además pone en especial relieve a las figuras.

Pero no toda la representación está hecha a la manera bizantina, y esto lo notamos observando con cierto detenimiento. Si bien la parte superior muestra el típico hieratismo de los íconos y la yuxtaposición de planos, la parte inferior, con el trono y el edificio, muestra una tridimensionalidad y una profundidad que anticipa la perspectiva renacentista. Además, los rostros de todos los personajes carecen de la severidad característica de las representaciones bizantinas, mostrando una notable expresividad en sus rostros, manos y posturas.

Esta obra se encuentra actualmente en la Galería Uffizi de Florencia, pero en la antigüedad estaba instalada en la iglesia de la Santa Trinidad de la misma ciudad y por esa razón recibe su nombre. Algunas fuentes afirman que es una pintura característica del gótico toscano, pero en realidad se le puede considerar una obra de transición entre las formas bizantinas, presentes en Italia desde la alta Edad Media, y las nuevas corrientes que preludian el arte del siglo XIV, con su búsqueda de las tres dimensiones, el claroscuro y el naturalismo.

Las formas bizantinas están presentes en la mayor parte de las obras de Cimabue y esto no es extraño ya que en su juventud se formó con artistas de esa nacionalidad, situación muy frecuente en el arte europeo por ese entonces en que se consideraba al arte bizantino como el más elevado y digno de imitar.

Nacido con el nombre de Cenni di Pepo en Florencia en 1240, recibió más tarde el sobrenombre de Cimabue, por el que es conocido. De sus primeros años no se tiene noticia alguna ya que no existen documentos que prueben los acontecimientos de esta época. En realidad, no se sabe casi nada de su vida y lo poco que se conoce fue descrito doscientos años más tarde por Giorgio Vasari en su libro Vidas de los más famosos pintores, escultores y arquitectos, una fuente que se ha demostrado que es poco fiable. En todo caso Vasari menciona su educación con pintores bizantinos, lo cual es evidente contemplando su obra. Se sabe que estuvo en Roma en 1272 y en Pisa en el año de 1301 y, mientras pintaba un encargo en esta ciudad, murió al año siguiente.

Dante mencionó a Cimabue en la Divina Comedia y lo ensalzó como el más grande pintor de su época y como maestro de Giotto. Esta aseveración también fue hecha un siglo más tarde por Ghiberti y Antonio Billi. Vasari confirma este hecho, lo cual colocaría a Cimabue como el padre del arte florentino del siglo XIV y antecesor del Renacimiento. Al parecer fue un pintor de gran renombre y consideración y sus obras catalogadas son muy pocas. Pero en todas ellas se advierte una nueva sensibilidad y un alejamiento de las formas tradicionales que hacen de Cimabue un auténtico innovador en el arte.


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