Julián González Gómez
Dos jóvenes mujeres pasean en lancha en el remanso de un río de aguas tranquilas que reflejan el azul del cielo. Es una imagen diríamos idílica que refleja, como en una instantánea, un momento de relajamiento y abandono. La belleza de esta imagen se manifiesta de múltiples maneras, no solo por la anécdota que está presente, sino también por la gran armonía en la composición de los colores, los sutiles efectos de la luz y sobre todo por la atmósfera que impregna toda la escena, una atmósfera delicada, vaporosa, tal como solo los pintores impresionistas sabían representar en sus cuadros.
La técnica que empleó la artista es típicamente impresionista, basada en pinceladas gruesas y libres, que solo esbozan las formas, sin definirlas completamente. En este caso las pinceladas parecen descuidadas si se mira de cerca el cuadro, pero todo comienza a adquirir sentido de las formas conocidas conforme uno se va alejando y solo entonces se puede apreciar la magia del impresionismo. La escena es de tal frescura que evidentemente la pintora la realizó en el mismo lugar, tal vez poniendo su caballete y sus pinturas sobre la misma lancha en la que están sentadas las dos jóvenes. El cuadro es de pequeñas dimensiones, algo que era necesario para poder transportarlo y ejecutar la pintura al aire libre. Por motivo también de sus pequeñas dimensiones se hacen más evidentes las pinceladas, sobre todo las que definen los reflejos en el agua.
La composición no está muy estudiada, tal como corresponde a una obra ejecutada en el mismo lugar de una manera lo más espontánea posible. La joven de vestido claro ocupa el centro de la composición, mientras que el balance asimétrico lo establecen a la izquierda la otra joven y a la derecha los patos que están posados sobre el agua. El borde de la lancha marca una diagonal que rompe con el patrón simétrico y le da a la composición no solo variedad, sino también dinamismo y además sugiere la división en los diversos planos que le dan la profundidad a la imagen. Así, el primer plano es el del interior de la lancha con las dos mujeres sentadas, el segundo plano está completamente definido por el agua y sus reflejos y el tercer plano es el prado y los árboles que ocupan la parte superior de la imagen. No hay espacio para el cielo y esto seguramente fue hecho con la intención de que fueran los elementos acuáticos y vegetales los que sugiriesen y definieran las luces y la atmósfera general. El resultado es un esquema por demás simple, pero muy efectivo.
Morisot fue capaz de ejecutar con sus pinceladas básicas y rotundas la cualidad de los colores de la naturaleza en un momento único y especial. La armonía entre los azules y verdes es realmente extraordinaria y demuestra la maestría de esta pintora en lo que a combinaciones cromáticas se refiere. Como contrapunto a los azules del agua, la artista pintó la sombrilla que está sobre las piernas de la joven del centro en un color azul muy vivo, pero lo suficientemente matizado como para que no robara el protagonismo a los demás elementos cromáticos. Los colores complementarios los dan la borda de la lancha y el asiento de la misma.
Berthe Morisot fue la pintora impresionista más destacada de su época. Tuvo el coraje de dedicarse a una actividad que siempre fue patrimonio exclusivo de los varones y alcanzar el éxito. Se destacó como una sobresaliente pintora en todas las exposiciones que realizaron los impresionistas en el último tercio del siglo XIX e incluso fue quien logró que Edouard Manet se integrara al grupo de estos artistas que por ese entonces eran considerados unos renegados por la crítica. En efecto, gracias a su amistad con los miembros de este grupo logró desarrollar las técnicas del impresionismo de una manera sobresaliente y gracias a su talento ser considerada un miembro más, a pesar de su condición de mujer.
Proveniente de una familia de la alta burguesía, nació en Bourges, Francia en 1841. Sus padres fomentaron su inclinación artística, como también la de su hermana y ambas iniciaron estudios de pintura al mismo tiempo. En 1860 Berthe conoció al pintor Camille Corot quien la aceptó como discípula en su taller y al mismo tiempo la introdujo en los círculos artísticos. El gusto por el paisaje se lo debió Berthe a su formación con Corot, destacado miembro de los paisajistas de la escuela de Barbizon. Participó por primera vez en el Salón de París de 1864 con dos paisajes y siguió exponiendo en el mismo hasta 1874, año en el que se vinculó definitivamente al grupo de los impresionistas y participó en la primera exposición de estos como salón alternativo.
Los impresionistas aceptaron con gusto su participación no solo por su amistad con ella, sino sobre todo por sus grandes dotes como pintora, algo que era evidente para Monet, Renoir, Pisarro y los demás. Su amistad con Manet data de 1868, cuando este artista todavía se desenvolvía en los ámbitos del arte oficial. Poco a poco Morisot influyó en Manet, hasta que lo convenció de unirse, al menos provisionalmente, al grupo de los impresionistas. En 1874 se casó con Eugène, hermano de Manet, pero siguió con su actividad artística, al mismo tiempo que atendía sus obligaciones de esposa y madre. Manet le hizo un famoso retrato en 1872 en el que se puede ver a una joven de rasgos atractivos, grandes ojos oscuros y una mirada muy penetrante. La temática que la distinguió siempre fue no solo el paisaje, sino además las escenas de mujeres y niños representados en ambientes domésticos.
La muerte de Manet en 1883 y luego la de su esposo en 1892 hicieron que su paleta se ensombreciera, denotando una fuerte crisis emocional. Murió en París en 1895 y sus restos están enterrados en el cementerio Passy en esta misma ciudad.