Julián González Gómez
Cuando Rodin mostró el modelo en yeso de su Balzac en el salón de la Sociedad Nacional de Bellas Artes de París en 1898, causó un escándalo mayúsculo y un rechazo generalizado tal que el encargo que se le había hecho se suspendió. Y no es que el genial escultor no le dedicase toda su atención y pusiera en esta obra lo mejor que podía dar; simplemente, como pasa tantas veces, no fue comprendida la visión bajo la cual representó al gran hombre de letras. La crítica y el público hubiesen esperado algo más acorde con su propia visión miope de lo que debe ser un monumento de esta naturaleza: un héroe revestido de todos los estereotipos tan preciados (todavía hoy) por una sociedad cuya naturaleza se regocija en el más retrógrado anquilosamiento, tal como se vivía en las esferas públicas de las ciudades europeas de fines del siglo XIX. En otras palabras, ese conservadurismo obtuso y recalcitrante que tanto daño ha hecho, y que en el caso de aquella sociedad fue herido de muerte pocos años después, reptando moribundo en el horror de las trincheras de la “Gran Guerra”, fin espantoso del engaño.
Quizás Balzac se hubiese sentido muy complacido con este monumento. El autor de la Comedia humana también causó revuelo en su tiempo al exponer crudamente las miserias de la sociedad francesa en la que se desenvolvió. Partidario de un realismo sin concesiones, se opuso como una roca a la hipocresía y la doble moral, combatió a los héroes que siempre tienen los pies de barro, pues no hay en este mundo más héroe que aquel que afronta la existencia con integridad; todos los demás son sólo monigotes.
Rodin entendió a cabalidad el legado de Balzac y por eso lo interpretó tal cual en esta estatua que tuvo que guardar en su estudio y no logró ver fundida en bronce durante el resto de su vida. Y es que Rodin era muy parecido a Balzac, por lo menos en cuanto a su valentía y su rechazo a unos cánones sociales que juzgaba pueriles y falsos. El arte, han dicho algunos con malicia, es sólo una mentira, pero es una mentira que nos hace ver la verdad. Los tapujos no valen en el arte de Rodin, como tampoco en los escritos de Balzac; era el artista indicado para hacer este monumento, a pesar de los pesares y de los “entendidos”.
La historia de Auguste Rodin empezó en París en 1840 y desde joven se interesó en el estudio de la anatomía. Su aprendizaje lo hizo en la Escuela de Artes Decorativas de París, es decir, fuera de los ámbitos académicos, lo cual consideró siempre una ventaja para sí mismo. Llegó a dominar de tal forma la anatomía humana que más de alguna vez fue acusado de hacer sus modelos mediante vaciados de cuerpos humanos reales. Por supuesto, estas acusaciones eran falsas, seguramente producto de la envidia, que es el atributo de los peores mediocres. Sin embargo, estos hechos le dieron fama y empezó a descollar como escultor. Pronto se dio cuenta que, dado el potencial que tenía y asumiendo que el arte estaba evolucionando (era amigo de los pintores impresionistas y se vio influenciado por ellos), tenía que asumir una línea definida, que era como estar al final de un camino que en ese punto se bifurca: ¿qué hacer, ser un artista revolucionario pero pobre, o por el contrario, ser famoso y gozar de una fortuna? Se decidió por ambas. Le gustaba la vida con amantes, buena mesa y los disfrutes de la fama, no renunció a nada de esto. Pero por otra parte dedicó tiempo y sus mejores esfuerzos en desarrollar un arte nuevo, desapegado de los cánones establecidos. Era, diríamos algunos en un tono irónico: “un hombre práctico”; aunque otros, los puristas recalcitrantes, dirían que era un hipócrita o un falso. En este sentido, Rodin no hizo nada diferente a lo que habían hecho muchos artistas a lo largo de la historia, como Durero, Tiziano, Rubens, Velázquez o Goya: desarrollar dos líneas paralelas, una de las cuales estaba dedicada a un arte para quedar bien, decorativo y sin grandes pretensiones de innovación y otra, más experimental, profunda y trascendente. Hemos de afirmar que Rodin lo hizo bastante bien, porque ha pasado a la historia como un artista ubicado en un sitial de honor, tanto por sus obras más tradicionalistas, como también por las transgresoras y revolucionarias.
La estatua de Balzac pertenece totalmente a estas últimas. Se realizó por encargo de la Sociedad de Gente de Letras de París y fue El propio Emile Zola, por aquel entonces su presidente, quien más insistió en que se le encargara el trabajo a Rodin. Éste se entregó de lleno a realizar la obra, para la cual se puso a estudiar no sólo la literatura de Balzac y su vida, sino también su anatomía y rasgos con todo detalle, incluso estudió los tipos regionales de Tours, la tierra de Balzac, para encontrar hasta la clave más recóndita que tuviera relación con su modelo. Cuatro largos años le tomó al artista realizar esta minuciosa investigación, después de la cual se puso a trabajar en la maqueta.
Ésta muestra la figura del escritor embutida en una gruesa bata cuyas mangas están vacías, en una postura que por fuera parece frágil e inestable, como luchando por no perder el equilibrio ante un violento embate de viento. Pero tiene sus pies bien asentados en el suelo y mira retador al horizonte con su grande y desproporcionada cabeza de melena leonina. Toda la fuerza está por dentro, toda la voluntad del gran hombre se muestra en su figura antiheróica. Balzac era un hombre físicamente pequeño y de frágil contextura y esto no escapó a la investigación de Rodin por supuesto; por ello no lo representó como un atleta heroico al estilo griego, hubiera sido no solo ridículo, sino además falso. La fuerza de Balzac estriba en la verdad, al igual que hizo aquí Rodin. La verdad del hombre que es grande por sí mismo, no por atributos colocados por encima de él. No es un enano puesto sobre un pedestal ¡es el pedestal mismo!
No sólo la figura y su verdad causaron el rechazo de los hipócritas, también la plástica de la estatua, con su figura desdibujada y aparentemente de contornos difusos, al igual que los cuadros de los impresionistas. La bata está llevada al límite de su estilización, despojada de todo lo accesorio, pero con una tridimensionalidad desbordante. En este sentido es una escultura totalmente moderna, libre del lastre academicista. Otro detalle notorio son las cuencas de los ojos, llenas de plenitud a pesar de su vacío evidente, casi podríamos decir que en esta figura Balzac proyecta los rayos de su mirada hacia todas direcciones.
El vaciado en bronce se realizó años después de la muerte de Rodin y del molde se hicieron varios ejemplares que hoy están distribuidos en varias instituciones y museos, aunque el primer vaciado se dispuso en el bulevar Raspail en París, desde donde contempla con furia permanente el mundo que le rodea.