Julián González Gómez
La grandiosa iglesia de Santa Sofía (Hagia Sofía) de Constantinopla, siendo ya de por sí uno de los más sublimes tesoros de la arquitectura de todos los tiempos, guarda además inestimables tesoros artísticos en su interior, que poco a poco se han ido revelando conforme se restauran sus paredes. Entre estos tesoros destacan los mosaicos, que los artistas bizantinos trabajaron con insuperable maestría empleando pequeñas piezas de piedra o vidrio llamadas Teselas.
Este Pantocrátor es la figura central del mosaico llamado de la «Deësis» (“Súplica” en griego) y data probablemente del año 1261. Durante la cuarta Cruzada, a principios del siglo XIII, Constantinopla fue invadida por las tropas de Europa occidental, encabezadas por Venecia, que derrocaron al emperador y pusieron en su lugar a un nuevo monarca que abolió la iglesia ortodoxa de Bizancio e impuso el rito católico romano. La dominación duró 57 años, hasta que se reestableció de nuevo el catolicismo ortodoxo y una nueva estirpe de emperadores. Este mosaico no sólo conmemora el restablecimiento de la fe tradicional bizantina, sino además es considerado como el comienzo de un período de renacimiento en el arte pictórico del imperio. Ubicado en una de las galerías superiores de Santa Sofía, se considera por muchos el mejor mosaico de esta iglesia. El artista que lo ejecutó, cuyo nombre no conocemos, era un maestro consumado en este arte, ya que logró efectos cromáticos y de profundidad que nunca antes habían podido representarse con esta técnica. Además, es evidente que se vio influenciado por el arte pictórico de los maestros sieneses de ese siglo, lo que se evidencia sobre todo en los difuminados de las formas. El mosaico completo contiene las figuras de la Virgen María y Juan el Bautista, que se muestran en escorzo e imploran la intercesión de Cristo Pantocrátor en el día del juicio final. Sólo se conserva la parte superior del mosaico, ya que sufrió grandes daños al ser recubierto de estuco después de la ocupación de Constantinopla por los turcos en el siglo XV, y la iglesia de santa Sofía pasó a convertirse en mezquita.
La producción artística del imperio bizantino estaba regida por rígidas normas que establecían las características iconográficas de la representación y los elementos que debían contener. El Pantocrátor, que significa “todopoderoso” en griego, era una de las representaciones más extendidas y en su iconografía se muestra a Cristo de forma mayestática, bendiciendo con su mano derecha y con el evangelio sostenido por la mano izquierda, mientras nos mira fijamente de frente con expresión severa que impone respeto. Esta imagen imponía respeto y temor, ya que la expresión de Cristo era generalmente severa y circunspecta, a pesar del gesto misericordioso de la bendición. La aureola o nimbo que rodea su cabeza está complementada por la cruz orlada, que es el símbolo de su pasión y que en el arte bizantino estaba reservada únicamente para esta representación. A los lados del nimbo se han inscrito las tres letras griegas “ómicron, omega y ny” que significa: “El que es”, es decir, el equivalente al nombre sagrado de Dios, cuya persona nos ha sido revelada, pero cuya esencia permanece inaccesible, tal como aparece en las sagradas escrituras.
El Pantocrátor bizantino siempre iba vestido con una túnica de color púrpura, que estaba listada por una franja vertical de oro y todo él se ciñe con un manto azul. La púrpura y el oro eran atributos reservados en la antigüedad al Emperador y al ser representados en la imagen de Cristo ponen de manifiesto su realeza divina. También detrás de esta simbología de los colores se presentas otro significado más profundo: el misterio de la encarnación. De esta forma, la faja se inspira en la imagen del Apocalipsis que dice textualmente:
“Al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a un Hijo de Hombre, vestido de una túnica de talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro”. – Ap. 1-13
El color azul del manto simboliza la naturaleza humana de Cristo y es además símbolo de la misericordia divina, en consonancia con el texto bíblico de los salmos:
“Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor. Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para los que le temen”. – Sal. 102-8, 11
La Patrística, que era la disciplina teológica proveniente de los padres de la primitiva iglesia cristiana, a partir de los datos de las sagradas escrituras y mediante la interpretación de diversos conceptos de la filosofía helenística, estableció el concepto de Pantocrátor, en el cual se presentan cuatro elementos fundamentales: Omnipotencia, Omniconservación, Omnicomprensión y Omnipresencia. De esta forma, Dios es Pantocrátor porque domina todo lo creado, que es parte de él, y es además conservado en su ser, al abrazarlo y contenerlo todo en sí.
Las imágenes del Pantocrátor se solían ubicar en las cúpulas o medias cúpulas de las cabeceras absidiales de las iglesias, o bien en el tímpano de la entrada principal de las mismas, sobre todo en el arte románico de Europa occidental. En este último caso se le representaba en medio de una mandorla, con forma de almendra y rodeado por el tetramorfo, que es la representación de los cuatro evangelistas. La simbología de la mandorla reviste características especiales que se discutirán en otra ocasión, ya que en la imagen que aquí se muestra no la lleva. El concepto de Pantocrátor se relaciona también, sobre todo en la Europa románica, con el de Maiestas Domini o Cristo en Majestad. Cuando se representaba esa relación, Cristo se mostraba como el glorioso juez al final de los tiempos, durante la Parusía, proclamando su justicia para juzgar a vivos y muertos.