Julián González Gómez
Wols, como se hacía llamar este artista, era un eterno inconforme, un rebelde contestatario que nadó toda su vida a contracorriente, admirado y despreciado por igual. Le tocó vivir en una época de grandes terrores, de un devenir inseguro en el que el ser humano estuvo a punto de auto aniquilarse a causa de la fe ciega en las ideologías, algo que por cierto sigue vigente aún hoy. Un período histórico en el que se realizaron los actos más bárbaros, en el que surgió de nuevo la esclavitud y en el que fríamente se pretendió aniquilar a muchos seres humanos con eficiencia industrial. Wols estaba totalmente en contra de los exaltados y su propuesta artística se decanta por un emotivo análisis de la miseria humana y sus consecuencias. Contemporáneo de artistas como Fautrier o Dubufet, se le ha querido relacionar con los existencialistas, más que todo por la gran ironía y su afán de representar lo absurdo de la condición humana. Jean-Paul Sartre, el lúcido y cínico filósofo del existencialismo, escribió acerca de su amigo Wols un texto en el que empieza haciendo una comparación entre el arte de este y el de Paul Klee, el cual dice así:
“Klee es un ángel, Wols es un pobre diablo. Uno crea las maravillas de este mundo o las comprende; el otro experimenta sus terrores sorprendentes. La única infelicidad del primero surge de su naturaleza feliz. La felicidad traza una línea; la única felicidad del último se la proporciona la abundancia de su desgracia. La infelicidad no tiene límites (…) Como un ser humano y, al mismo tiempo como un habitante de Marte, Wols intenta ver el mundo con ojos desafectos. En su opinión, esta es la única manera de dar a nuestras experiencias un valor universal. Sin duda, no se refería a las cosas poco familiares o demasiado familiares que ahora aparecen en sus cuadros como objetos “abstractos”. Para él, estos son tan concretos como los que representó cuando empezó a pintar. Esto no es sorprendente, porque son los mismos, pero invertidos.”
Así, Sartre caracteriza el arte de Wols en términos de arte concreto y no abstracto, tendencia en la que se le ha querido encasillar, al igual que a Fautrier. Estos pintores no eran abstractos en absoluto, su arte refleja la más objetiva realidad, pero es una realidad que el ser humano ha distorsionado, de ahí su realismo brutal. La realidad deja de ser representación y se convierte en testigo que denuncia su propia degeneración, su desdibujo. ¡Qué lejos está Wols de cualquier clase de idealismo!
Nacido en Berlín en 1913, Wols era miembro de una familia de clase media alta de funcionarios. Su padre era un consumado músico, aunque nunca tocó profesionalmente. El joven Wolfgang aprendió un poco o mucho, de todo lo que se abría ante sus ojos y sus intereses eran muy variados, como correspondía a una persona con una alta inteligencia y sensibilidad. Aprendió música y llegó a ser un extraordinario violinista, pero al igual que su padre nunca tocó profesionalmente. En vez de ello se convirtió en asiduo lector de Eckhard, Poe, Rimbaud o Kafka. En 1931 quiso ingresar a la Bauhaus para aprender diseño y artes aplicadas, pero a fin de cuentas se marchó a París, en donde tomó contacto con los artistas de la vanguardia que por aquel entonces trabajaban en esa ciudad, especialmente algunos surrealistas. Se ganaba la vida como fotógrafo retratista, actividad en la que obtuvo cierto éxito a partir de la Exposición Universal de 1937. De esta época son algunos de sus escritos en los cuales se muestra partidario de las vanguardias de Léger y Ozenfant y su compromiso en contra de las ideologías fascistas y los nazis, por ese entonces ya en el poder en Alemania.
Al iniciarse la guerra, Wols vivía en París con su conviviente Gréty, con la cual se casaría un poco más tarde. Como alemán fue internado en varios campos de concentración franceses, hasta que en 1940 se casó y con ello obtuvo la ciudadanía francesa. Por esa época empezó su proceso autodestructivo a través de la bebida. Durante la guerra vivió en diversas partes del sur de Francia con su esposa, huyendo de los nazis y bebiendo cada vez más hasta convertirse en alcohólico. Seguramente esta fue la única vía que encontró el sensible Wols para sobrevivir a los horrores de la guerra y sobrellevar su realidad de “alemán enemigo” en medio de muchos franceses que lo veían sospechosamente y le daban la espalda, una situación verdaderamente terrible y contradictoria, ya que era enemigo declarado del nacional socialismo. Durante estos años empezó a pintar acuarelas y óleos, pero no con el afán de darse a conocer como pintor, sino más bien como un escape a su situación de extrema pobreza y desesperanza. Literalmente “atacaba” la hoja o la tela y la rasguñaba con los pinceles o las mismas uñas, aplicando capas de color impulsivamente. Su pintura era de “excavación” o más bien de desesperación, como queriendo hallar las respuestas que subyacían detrás de las manchas y formas.
Al acabar la guerra y todavía seguir vivo a pesar de todo, Wols tuvo que acceder, a la fuerza, a que se expusieran algunas de sus acuarelas en 1945, en la Galería de René Drouin de París. La exposición no tuvo éxito y pasó desapercibida para la crítica, pero sus amigos, entre los cuales se encontraban Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, lo animaron a seguir pintando. Wols retomó la fotografía y empezó a pintar al óleo en pequeños formatos y dos años más tarde volvió a exponer en la misma galería, esta vez con un gran éxito. A pesar de todo, su salud ya estaba minada por la bebida y Wols se sabía condenado a morir prematuramente, lo cual ocurrió en 1951 por un envenenamiento alimentario, a la edad de 38 años.
Con su manera particular de expresarse, Wols inició, sin quererlo, una verdadera revolución en el arte del siglo XX. Varios artistas tomaron de su pintura la gestualidad desesperada, desarrollando las corrientes que luego se llamarían “Tachismo” y “Arte Informal”, que se establecieron como una contrapropuesta al arte abstracto imperante después de la segunda guerra mundial y que dieron pie a las primeras vanguardias artísticas europeas de la postguerra. Este arte no pretendía seguir una plástica previamente concebida como abstracta, las pinturas nunca se planeaban con antelación y se ejecutaban lo más rápido posible. La gestualidad era su marca y constituyen la contrapartida europea de la Action Painting norteamericana de Pollock o de Kooning.
El arte de Wols no pretende ser ni agradable a la vista, ni tampoco retador en el aspecto intelectual. A pesar de su extraordinaria inteligencia y de los talentos que poseyó, Wols se decantó por los estímulos de la emoción. Por ello fue siempre una especie extraña en el mundo de las realidades, como un vagabundo que recorre el mundo describiendo su increíble ironía y su plaga de absurdos, que al mismo tiempo la enaltecen y la denigran. Era, al fin de cuentas, un ser demasiado humano.