Julián González Gómez
Si hay un pintor al que se le debe un arte que muestre las mejores características del clasicismo sin amaneramientos, ese es Poussin. Venerado por artistas de la talla de David y hasta algunos modernos como Cézanne, Poussin dejó un legado de espléndidas obras en las que se puede encontrar la afortunada combinación de un dibujo que raya la perfección, junto a sublimes efectos de luz y un colorido sobrio pero intenso. Era un artista que cultivó un clasicismo de gran depuración, fruto de su propia capacidad y de los numerosos bocetos que realizaba para la elaboración de sus imágenes, las cuales se nos muestran en toda su estudiada naturalidad, dejando de lado las poses grandilocuentes que han envilecido a tantos de sus imitadores.
Esta obra, dedicada a la muerte del general y cónsul romano Germánico, el gran militar y pacificador de la región de Germania, hecho por el cual se le puso este apelativo, cuya misteriosa muerte, posiblemente por envenenamiento, constituyó una gran tragedia para la sociedad romana, pues se rumoreaba que sería el próximo emperador. Germánico murió en Siria mientras atendía una misión diplomática y entró en conflicto con el gobernador Cneo Calpurnio Pisón, a quien ordenó dejar su cargo por órdenes imperiales y quien fue acusado de envenenar a Germánico por esta razón; más tarde se rumoró que fue el propio emperador Tiberio el que dio la orden de asesinarlo, ya que resentía su fama y su posible nombramiento para sucederle en el trono. Aquí aparece el héroe postrado en su último lecho, rodeado por su familia y sus más fieles amigos, todos pertenecientes a la casta militar romana. Su esposa Agripina llora desconsoladamente y a su lado aparece el pequeño Calígula, su hijo y futuro emperador, que contempla la escena como si no entendiera el alcance de lo que está sucediendo. La espléndida arquitectura que sirve de fondo para la escena está pintada por completo con tonos sepias y gracias a los efectos de la iluminación lateral se matiza en suaves gradaciones que ensalzan sus cualidades tridimensionales, sobre todo la profundidad de sus planos.
Podríamos decir que lo más barroco de Poussin es su luz y los efectos graduales y sutiles de la misma que se fijan en la tela a través de la armonía cromática. En efecto, a pesar de que en esta obra los contrastes tonales están evidentemente marcados y bien diferenciados, Poussin no utilizó los dramáticos efectos que aplicaron otros artistas del barroco como Caravaggio y los tenebristas para expresar estos contrastes y en eso radica su aporte y su magia. La luz lo evidencia todo y lo que aquí se ve es algo que sólo podríamos llamar “verdad” en su sentido más literal. No es una verdad dicha a medias, como la que practican aquellos que remiendan su conciencia afirmando que así no mienten, sino una afirmación clara y rotunda que no oculta detalles. Esta verdad pictórica nos muestra el contraste de tonos, que en sus zonas más luminosas: la espalda del soldado apostado a la izquierda, la porción de la capa azul sobre el hombro del oficial, la camisa del moribundo Germánico y el cuerpecito de Calígula, contrastan con la profundidad penumbrosa de la gran cortina azul y el resto de la capa del oficial, estableciendo un equilibrio que matizan los rojos y ocres, aplicados con un valor similar al del tono superior de la estancia donde se desenvuelve la escena. Gracias a cuadros como este, Poussin es considerado el gran pintor francés de la primera mitad del siglo XVII.
Nicolás Poussin nació en 1594 en Les Andelys, Normandía. Era miembro de una pudiente familia de provincia y gracias a esto recibió una esmerada educación. Desde muy joven mostró aptitudes para el dibujo y la pintura y se convirtió en discípulo de un pintor local. En 1612 viajó a París y se puso a trabajar en los talleres de dos pintores de segunda línea, por lo cual no pudo demostrar su valía en ese tiempo. Su transformación llegó de la mano de un matemático: Alexandre Courtois, quien poseía una colección de grabados de maestros italianos realizada por Raimondi. Estos grabados, copiados por el joven Poussin, se convirtieron en su verdadera iniciación como gran artista, transformándose en un devoto admirador del arte italiano, por lo que trató infructuosamente de visitar Italia en dos ocasiones. Poussin no se sentía a gusto en París y se marchó a Lyon, donde se hizo amigo del poeta Giambattista Marino, con quien por fin pudo ir a Italia en 1624.
En Roma, a través de varios contactos de Marino, logró conocer al que sería su principal mecenas en el futuro, el cardenal Francesco Barberini. Para éste y su familia, Poussin pintó numerosos cuadros, al tiempo que estudiaba las obras de los grandes maestros italianos, desde Correggio hasta Tiziano, sintiéndose a sus anchas en la ciudad del Tíber. Por esta época trabajaban en Roma algunos de los más destacados artistas del barroco como Bernini y Cortona, el arquitecto Borromini y otro gran pintor francés de la época: Claude Lorrain. Poussin se asoció con algunas personalidades que formaban diversos círculos de discusión en torno al arte de su época. Se mostró contrario a los efectos del tenebrismo de Caravaggio, siendo más afín al delicado arte de Guido Reni, pero evidentemente no fue ajeno a los efectos de la nueva iluminación y atmósfera propios del barroco. Reconocido y respetado como gran maestro en Roma, su fama llegó hasta París, donde el principal promotor de las disciplinas artísticas era por ese entonces el cardenal Richelieu, quien creó la primera academia de las artes en su tiempo y lo llamó para trabajar en la capital francesa.
Al poco de llegar, Poussin fue nombrado Primer pintor de la corte por el mismísimo rey Luis XIII y se dedicó a elaborar varias pinturas para las capillas reales, el Louvre y algunos cartones para la fábrica de tapices real. Pero París y la corte nunca fueron lugares en los que se sintiera a gusto Poussin, por lo cual en 1642 retornó a Roma. En los años siguientes realizó numerosos encargos en esta ciudad, por lo cual su prestigio llegó a su punto máximo, pero a partir de 1650 su salud empezó a deteriorarse, lo cual hizo que su trabajo fuera cada vez menos abundante, hasta casi desaparecer en sus últimos tiempos. Viudo desde hacía varios años y sin hijos, murió en su querida Roma en 1665 y fue enterrado en la Basílica de San Lorenzo in Lucina.