Julián González Gómez
Ya se sabe que muchos dirán que este tipo de expresión no puede ser arte, que no hay aquí nada de virtuosismo o siquiera algo de técnica, que no representa nada, etc. Esto es lo que se espera cuando nos encontramos con una obra de la que se ha despojado de todo aquello que el autor consideró superfluo y ha dejado solo aquello que es lo más esencial y por lo mismo lo más abstracto. Es abstracción pura y dura y hoy, a casi cien años de que fue pintado, este cuadro todavía desata polémicas entre sus partidarios y sus detractores.
Pero para Kazimir Malévich no fue un proceso fácil el que le llevó a conseguir esta síntesis; no es sencillo despojarse de todo y eliminarlo de lo visible para llegar a lo que es más evidente ante la desnudez: aquello que es totalmente fundamental. Lo fundamental es imprescindible, sin ello no hay esencia ni presencia, sin su evidencia única no hay fundamento, substancia o cualidad alguna. Malévich llamó a esta forma de representar lo esencial “suprematismo”, que es lo mismo que decir la supremacía de la nada o tal vez la apoteosis del vacío. El suprematismo buscaba, a través de la representación de las figuras geométricas puras, encontrar esa finísima frontera que existe entre la realidad fenoménica que es representable y la no-realidad de la esencia. En cierta forma este planteamiento nos remite a Platón y su dualismo entre el mundo ideal y el sensible: las ideas puras no son representables más que de forma imperfecta, porque la perfección es un atributo que no existe en nuestro universo sensible y mensurable y solo puede existir en el mundo de las ideas.
Para aquellos que no compartan esta concepción dual del cosmos, estos postulados no son válidos y se podría argumentar que Malévich estaba equivocado, ya que toda representación, por muy pura que pretenda ser, es una representación de la realidad, inclusive ella misma constituye una realidad en sí misma. No podemos saber si Malévich creyó encontrar la respuesta a estas preguntas, pero sí podemos conocer cómo llegó a esta síntesis total, que tuvo que afrontar junto con todas las consecuencias que traía consigo.
Malévich llegó al suprematismo a través de quitar, de substraer en vez de agregar. Creía que sólo a través de este proceso, que se podría llamar “de limpieza” se podía llegar a lo más esencial y puro, a aquello en lo cual nada sobra y nada falta porque está ya pleno y completo. Por otra parte, cada cosa que está plasmada en la superficie pintada es en sí algo que ya tiene su propia presencia y su esencia. Un cuadrado es eso y nada más, no representa nada más que lo que es en sí, con todas sus cualidades y atributos, lo mismo podría decirse de un círculo o un rectángulo. En cuanto al color sucede lo mismo, ya que la gama de colores que empleaba se reducía a los colores más puros, sin mezclas y sin matices, empleando los colores primarios, secundarios y algunas veces un color terciario y las tonalidades de blanco y negro. Tampoco hay ninguna alusión a una profundidad o claroscuro, la tercera dimensión no existe en estas pinturas restringidas a una bidimensionalidad tal que, es cierto, a veces puede resultar agobiante y por lo mismo, profundamente perturbadora, como si detrás de ella existiera un genio oscuro. Para mí, Malévich es el pintor de la soledad.
Kazimir Malévich nació en Kiev, actualmente capital de Ucrania en 1878. Su padre trabajaba en la industria azucarera y la familia debía trasladarse repetidamente de lugar de residencia, por lo que la niñez de este artista se desenvolvió entre diversas provincias. Amante del campo, estudió para ser perito agrónomo en Járkov, para después trasladarse de nuevo a otra ciudad, esta vez Kursk. En esa época empezó a mostrar interés por el arte, sobre todo lo poco que se conocía en Rusia del arte europeo más moderno. Empezó a pintar escenas de la naturaleza con toques de impresionismo, pero con la intención de representarla lo más objetivamente posible. Durante un tiempo estudió pintura en la Academia de Kiev, que parece no haber satisfecho sus expectativas, por lo que unos años más tarde, en 1904, se trasladó a Moscú, donde se dedicó plenamente a pintar, mientras asimilaba las nuevas tendencias que se estaban abriendo paso en Europa Occidental. En esta época se ve influenciado por los postimpresionistas y luego por los paisajes de algunos fauvistas, especialmente Bonnard.
Pero Malévich tenía una personalidad extremista y apasionada y no fue ajeno a los movimientos sociales que perturbaron a Rusia en 1905, donde se involucró en el proceso revolucionario, tendencia que nunca abandonó. Cada vez más sintético, descubrió el cubismo y sus consecuencias y en conjunción con otros artistas que estaban por ese entonces creando nuevas tendencias y vanguardias como el rayonismo, empezó a desarrollar sus propios experimentos de formas y colores. El paso definitivo lo dio en 1915, cuando creó el suprematismo y se dio a conocer con una obra llamada Cuadrado negro sobre fondo blanco, que inauguró esta vanguardia esencialista y austera.
Rusia era por ese entonces un hervidero, tanto en lo político, como en lo artístico y Malévich estaba en el ojo del huracán. Realizó diversas exposiciones, no todas bien recibidas, al mismo tiempo que compartía sus experiencias con los artistas de otra vanguardia: el constructivismo, con quienes tuvo puntos de encuentro y profundas diferencias que lo llevaron a seguir su trayectoria en solitario. Como revolucionario, después del triunfo de los bolcheviques recibió diversos cargos en el mundo del arte y llegó, en lo que se refiere a su propia búsqueda, al extremo de la austeridad y la síntesis al pintar el Cuadrado blanco sobre fondo blanco. A partir de esta obra, Malévich consideró que ya había llegado al fin de su carrera como pintor y empezó a trabajar en otras disciplinas, siempre dentro del mundo del arte y del diseño, inclusive la arquitectura. Viajó a Europa Occidental en 1927, donde se relacionó con la Bauhaus de Alemania y con otros grupos vanguardistas. También se dedicó a la labor teórica y a la enseñanza, pero a partir de 1929 empezó a tener ciertas diferencias con el régimen, lo cual condujo a que le fuesen retiradas algunas de sus atribuciones.
Extrañamente, a partir de 1933 empezó a pintar de nuevo, pero esta vez su pintura no era abstracta, sino totalmente figurativa, como si hubiese querido volver a sus raíces. En esta época pintó su famoso autorretrato. Murió en 1936 y su memoria fue oficialmente borrada de las instancias oficiales. Sus obras no fueron expuestas en la Unión Soviética hasta 1962, pero las pinturas que dejó en Alemania durante su viaje de 1927 fueron atesoradas y preservadas de la persecución nazi, por lo que a partir del final de la Segunda Guerra Mundial fue conocido y apreciado fuera de las fronteras de su patria, que lo había olvidado.