Quizá el legado más perdurable de esta gran cultura precolombina sea su magnífica cerámica, considerada una de las más hermosas de la antigüedad. La cultura mochica o moché se desarrolló en la zona noroeste de lo que hoy es Perú, tierra reseca de grandes valles vecinos al océano Pacífico y tuvo su esplendor entre los siglos I y VII D.C. Hasta hace pocos años los mochicas permanecieron en la oscuridad, poco conocidos o pasados por alto en los anales.
A pesar de la gran cantidad de saqueos que han sufrido sus restos, las investigaciones han revelado a una sociedad guerrera y teocrática, en la cual los sacrificios humanos eran parte esencial de sus ritos. Sus gobernantes fueron enterrados en compañía de hombres, mujeres y niños sacrificados para servirles y hacerles compañía en la otra vida. Las tumbas contienen en general una enorme cantidad de parafernalia ritual donde abundan los objetos de oro, piedras preciosas, tejidos y cerámica. Estas tumbas se hallan en los restos de grandes pirámides construidas con adobe, razón por lo cual no han resistido la erosión y el paso del tiempo y se encuentran en la actualidad en una total ruina. En 1987 el arqueólogo peruano Walter Alba desenterró la tumba de un gobernante de la más alta jerarquía en la localidad de Sipán, cercana a Chiclayo, lo cual motivó una nueva puesta en valor del estudio de los restos funerarios y la cultura mochica en muchos escenarios alrededor del mundo. Esta era la única tumba descubierta sin saquear de un gobernante mochica y a través de la difusión de la increíble riqueza que contenía, el mundo quedó fascinado por esta mezcla de salvajismo y sofisticación artística. Los estudiosos y también el público en general siempre se habían sentido admirados por la rara perfección de los objetos rituales y la cerámica de esta extraña y desconocida civilización que se exhibían en los museos y de cuyos rasgos culturales no se sabía casi nada. La mayor parte de estos objetos habían sido adquiridos a los traficantes que a su vez los compraban a los saqueadores, por lo que no se conocía el contexto en el cual se hallaban los restos y así los estudios permanecían limitados. Afortunadamente el saqueo se ha combatido con bastante éxito desde los hallazgos en Sipán y esto ha permitido investigar y conocer un poco más de esta cultura.
Hoy sabemos que los mochicas eran un pueblo agricultor que desarrolló una increíble ingeniería hidráulica para irrigar los campos de cultivo en un medio ambiente casi totalmente desértico. También sabemos que constantemente organizaban campañas guerreras para capturar víctimas y sacrificarlas a una extraña deidad semejante a una gigantesca araña. La sangre y el desmembramiento de los cuerpos están presentes en su cerámica y también en algunos murales milagrosamente preservados que han sido recientemente excavados. Sus gobernantes eran señores absolutos que dirigían los sacrificios y regían despóticamente a sus súbditos, que probablemente los adoraban como semidioses y de ahí la enorme riqueza con la que se mostraban ante su pueblo en los actos rituales y que los acompañó más allá de la muerte en tumbas excavadas dentro de sus monumentos mortuorios. La cerámica muestra las costumbres y la vida cotidiana de los mochicas; es curioso observar que hay gran cantidad de figuras realizando actos sexuales en diversas formas, quizás porque el coito tendría un sentido mágico y ritual en este pueblo.
Pero dentro de la magistral cerámica mochica destacan las cabezas-efigies con retratos de personajes desconocidos. Tales cabezas, de las que se muestra una en esta sección, son retratos de personas reales, no son estereotipos o idealizaciones; están hechos a imagen y semejanza de individuos que vivieron y murieron. Se ha dicho que los ceramistas mochicas elaboraban estos rasgos mediante moldes o calcos que hacían de las personas retratadas y de ahí su extraordinaria factura, es posible; pero es tal la maestría de los ceramistas que hicieron estas figuras que podemos observar no sólo los rasgos exactos, perfectamente modelados, sino que es posible incluso observar las características psicológicas de estos individuos, su estado de ánimo, su actitud ante las alegrías y las vicisitudes. Es curioso que presentan siempre una expresión tranquila y hasta alegre en contraste con las características fieras y sanguinarias que parecen ser la tónica de esta cultura. Generalmente llevan un casco y un atuendo que denotan su rango social y su ocupación. Lo mejor de todo es que estas vasijas eran, al final de cuentas, productos utilitarios, aunque seguramente usados en un sentido ritual, tal vez para beber chicha u otra bebida embriagante.
Esta vasija se presenta aquí como un homenaje, como una prueba de la admiración por un arte universal hecho en la América precolombina, cuna de extraordinarias culturas, de las cuales hay todavía mucho por descubrir.
Julián González Gómez