Eugéne Delacroix, «La Libertad guiando al Pueblo». Óleo sobre tela, 1830

delacroix_1024-7683Una obra de arte que no sea capaz de despertar en nosotros una emoción no merece llamarse así. Si bien es cierto que la belleza ha sido caracterizada, o como ha sucedido en muchos casos: restringida y hasta coartada, no ocurre lo mismo con la emoción. Aquí entramos a un universo muy distinto, en el cual es nuestra propia historia y nuestra psique las que juegan el papel determinante. La emoción es la materia prima que permite construir las más grandes hazañas y los actos más viles en el ser humano. Aquel que no es capaz de emocionarse por nada es porque se ha convertido en una máquina o en un vegetal y ha dejado de ser una persona.

En el caso de la contemplación artística, el poder experimentar una, o varias emociones a través de la observación de una obra de arte, sea pictórica, espacial, musical, etc. es una facultad tan humana como la razón y además no está en pugna contra esta última. Razón y emoción no tienen por qué ser antagonistas en el ámbito artístico, aunque como siempre ocurre hay excepciones.

Los artistas románticos empleaban la emoción como su estandarte, como la bandera que esgrimieron en contra de la primacía absoluta de los postulados de la razón en el ámbito artístico. Contra el academicismo de las normas opusieron la libertad creativa, contra la dictadura de la temática heroica y pomposa opusieron el exotismo y lo primitivo. En política eran revolucionarios y nacionalistas, opuestos a la monarquía ilustrada y a la aristocracia. La revolución y la república eran sus ideales, pero en ningún caso se presentaron como radicales nihilistas, carentes de sentido histórico o apóstatas de los cambios sociales. En todo caso, muchos de ellos se mostraron cercanos o francamente partidarios a las premisas de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, síntesis de la revolución francesa y el cambio del orden establecido.

Entre los artistas románticos encontramos a algunos de los más destacados creadores de todas las épocas como Chopin, Brahms o Lizst en la música; Goethe, Schiller, Bécquer, Leopardi, Victor Hugo o Byron en la literatura y poesía o filósofos como Schopenhauer y Nietzsche. En el ámbito de las artes plásticas hay figuras cimeras como Géricault, Friedrich, Gainsborough, Turner y sobre todo al artista francés del cual comentaremos una de sus obras: Eugéne Delacroix.

Nacido en 1798 en Saint-Maurice en el departamento del Sena, Delacroix se dejó influir por Géricault, a quien admiraba por su libertad creativa. Tras un viaje a Inglaterra se decantó definitivamente por las ideas románticas y se constituyó en el creador de una nueva expresión artística que se oponía radicalmente al academicismo y sus representantes más destacados, sobre todo a David e Ingres. Genial colorista, su obra oscila entre la temática exótica, sobre todo los temas que pudo contemplar y estudiar en el norte de África, y los temas históricos. Políticamente se vio comprometido en contra de la reinstauración borbónica después del fin del período napoleónico y participó como observador, mas no como partícipe (era miembro de la Guardia Republicana) en los sucesos de la revolución del 28 de julio de 1830, en la cual las calles de París se convirtieron en campo de batalla entre la población que se levantó contra Carlos X, quien suprimió la libertad de prensa y suprimió la Cámara de los Diputados y las fuerzas gubernamentales. El resultado de esta insurrección fue la deposición del soberano borbón y la instauración de Luis Felipe de Orleans como nuevo gobernante.

La “Libertad guiando al Pueblo” es el homenaje que Delacroix dedicó a los insurrectos de París y presenta una escena la vez histórica y alegórica en la cual por primera vez, la historia contemporánea de Francia se incorpora a la representación pictórica romántica. La tela es de grandes dimensiones (260 X 325 cm.) y actualmente se encuentra en el Museo del Louvre.

La composición sigue la clásica estructura piramidal, pero este patrón se ve parcialmente disuelto por el dinamismo de las figuras que, como en una danza libre, se desenvuelven en el escenario de la calle y la barricada que están saturados del humo de las explosiones y los incendios. El colorido en general es brillante, intenso y dramático. La figura de una joven y hermosa mujer que encarna a la libertad y arenga a la gente preside la escena; va ataviada con el gorro frigio de la República y su vestimenta desgarrada deja su pecho al descubierto; su brazo derecho enarbola la bandera tricolor y el izquierdo un fusil con la bayoneta calada y camina sobre los restos de una barricada mientras el pueblo enardecido la va siguiendo. La desolación es grande, ya que en primer término se pueden contemplar a los heridos y los cadáveres de los que han caído en el levantamiento. Junto a ella se presenta un hombre joven, ataviado con un sombrero de copa y levita, símbolo de la burguesía parisina, que es un autorretrato del propio pintor y sostiene un fusil con ambas manos mientras mira con intensidad y resolución a la mujer. Detrás de esta figura se puede ver a un hombre del pueblo que lleva una espada. A la derecha del cuadro y junto a la libertad se ve a un muchacho que es casi un niño, sosteniendo dos pistolas con ambas manos y mirando con desafío hacia adelante. Según parece, años más tarde este muchacho inspiró a Victor Hugo el personaje de Gavroche, el niño que muere heroicamente en las barricadas de 1848, en su novela Los Miserables, publicada en 1862.

La “Libertad guiando al Pueblo” fue presentada en el Salón de 1831 y causó un mayúsculo escándalo, tanto por su temática dolorosa y violenta, como por su composición libre y colorista. La nueva monarquía de Luis Felipe relegó el cuadro al Musée Royal, del cual volvió a salir durante la revolución de 1848. En 1855 fue expuesto con gran éxito en la Exposición Universal, organizada por Napoleón III, luego pasó al Museo de Luxemburgo y desde 1874 se trasladó al Louvre.  

Como obra de arte y como documento de los sucesos de su época, la “Libertad guiando al Pueblo” es una obra más que notable. Es un ejemplo de primer orden de los ideales que hicieron del romanticismo y su vehemente intensidad un movimiento que abrazó el quehacer artístico con el manto de la emoción, de la cual todavía somos fieles testigos a pesar del tiempo y los sucesos que han hecho que pase tanta “agua debajo del puente” desde entonces.   

Julián González


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