Kind of Blue. Miles Davis
Rodrigo Fernández Ordóñez
Como dice la sabiduría popular, una cosa lleva a la otra. Descubrí el jazz por dos vías, la primera, literaria, gracias al Club de la Serpiente, que desde las páginas de Rayuela nos enseñaron a sus lectores afortunados los recovecos del género y las ensoñaciones que una buena sesión puede causar. Años después vio el espaldarazo definitivo de la mano del mismo autor, pues cayó en mis manos la insuperable novela El Perseguidor, en la que Johnny Carter nos hace presenciar su vida de saxofonista en el París de los años cincuenta. La segunda, gracias a la radio y a un locutor del que he perdido el rumbo, creo recordar que de apellido Faccelli, que los jueves por la noche armaba un programa imperdible hace unos quince o dieciséis años, en el que recorría musicalmente todo el siglo XX. Luego vino una avalancha de discos en los que se fueron mostrando los maestros, Louis Armstrong, Dizzy Gillespie, Thelonius Monk (de quien atesoro un disco doble de sus sesiones libres en el It Club), Duke Ellington, Bill Evans, Chet Baker, Charlie Parker, y cómo no, el más grande de ellos (a mi gusto), el insoportable de Miles Davis. Las mujeres también alegraron el inventario, como Mahalia Jakson, Billie Holiday, Bessie Smith, Ella Fitzegarld y Sarah Vaughan. Vinieron luego las películas, como Yardbird, The Cotton Club o la nostálgica ‘Round Midnight. Desde entonces, visito al jazz al menos, un disco por día. Este es mi homenaje a esas horas pasadas con los amigos, Rodolfo y Algoth, con quienes compartimos la pasión por esta música, y a ese disco, el mejor de todos.

Portada del disco lanzado en 1959, fecha que constituye un hito en el desarrollo del jazz, momento en que nació un nuevo estilo: el cool jazz.
Miles Davis creía que el número perfecto para una banda de jazz era de seis. Este número le permitía formular con claridad sus ideas estéticas[1]. Con tan solo leer en la contratapa del LP los nombres de los integrantes del sexteto, a la distancia de 56 años, sabemos que eran un verdadero dream team del jazz. Con Davis en la trompeta, Julian “Cannonball” Adderley en el saxofón alto, John Coltrane en el saxo tenor, Bill Evans al piano, Paul Chambers en el bajo y Jimmy Cobb en la batería, pareciera anunciar un verdadero banquete. El pianista del grupo, Wynton Kelly, fue desplazado por ser un músico de blues, sin embargo, grabó la pieza más hermosa del disco, Freddie Freeloader, un blues que Davis consideró se adaptaba a su estilo de tocar, con un resultado estupendo. De la genialidad de Davis al armar el sexteto y grabar las tomas “en caliente”, habló uno de sus protagonistas, Bill Evans, el pianista “canchito”, quien escribió el texto con el que uno se topa cuando se abre el álbum. En él explica la mecánica de la obra maestra que uno va a escuchar al poner el disco en la tornamesa.
“Existe un arte visual japonés en el que el artista es forzado a ser espontáneo. Debe pintar en una delgada superficie con una brocha especial y pintura negra en una forma tal que cualquier interrupción del movimiento natural del pincel puede destruir la línea o romper la membrana. Estos artistas deben practicar con especial disciplina, de forma tal que permitan que la idea se exprese a sí misma en comunicación tan directa con las manos que la deliberación no pueda interferir. El resultado de estas pinturas carece de la complejidad y texturas de la pintura tradicional, pero se dice que quien las observe verá que lo capturado rebasa cualquier explicación. Esta convicción, de que la escritura directa es la más significativa reflexión, creo, ha incitado la evolución de una de las más extremas y severas disciplinas del jazz, la improvisación…”.[2]
El extremo de esta improvisación es precisamente el disco Kind of Blue, en el que Davis actuó como audaz director de orquesta, incentivando a cada uno de los miembros del sexteto a acomodarse dentro de un margen musical general, “directrices exquisitas en su simpleza”, las llama Evans, pero con tal libertad como para que cada uno pudiera inventar lo que quisiera. Según informa Evans, estas directrices las concibió Davis horas antes de empezar cada una de las sesiones, a las que acudía al estudio con un tipo de esbozo, indicando a muy grandes rasgos lo que el grupo iba a tocar. “Así, lo que escuchará es algo muy cercano a la espontaneidad pura…”, dice el pianista, pues los músicos nunca antes habían tocado las piezas antes de las sesiones de grabación y así sin excepción alguna, se grabó en una sola toma, sin cortes. Este punto importantísimo lo señala también un tal Nisenson, citado por el crítico musical Robert Palmer[3], quien afirma: “…La grabación en sí fue un experimento. Ninguno de los músicos había tocado ninguna de las piezas antes; de hecho Miles las escribió apenas horas antes de las sesiones… Adicionalmente, Miles se aferró a su viejo sistema de grabación, sin ensayos previos, y una sola toma para cada pieza…”. Esta forma de trabajar valió para que el baterista Jimmy Cobb, comentara posteriormente que el disco bien pudo haberse grabado en el cielo, viendo los magníficos resultados.
Las sesiones se realizaron el 2 de marzo y el 22 de abril de 1959, grabando en la primera sesión las piezas So What, Freddie Freeloader y Blue in Green, y en la segunda All Blues y Flamenco Sketches. Según Palmer, Davis ya había tratado de explorar las improvisaciones extremas en su disco Milestones, en 1958 y durante una entrevista a The Jazz Review ese mismo año, había afirmado que el jazz se había vuelto demasiado “grueso”:
“…Los muchachos me dan tonos y están llenos de acordes. Yo no puedo tocarlos… Pienso en un movimiento de jazz que inicie lejos de la convencional cinta de acordes, y regrese al énfasis en la melodía más que en la variación armónica. Habrá menos acordes, pero posibilidades infinitas para trabajar con ellos…”.

Miles Davis, en una de las sesiones de grabación del Kind of Blue. De su importancia en el ámbito musical, apunta Joachim Berendt: “…Más de treinta años de la historia del grupo en el jazz están marcados por los grupos de Miles Davis, señal de su intensa actividad, llevada más allá del ámbito de la trompeta y marcando la pauta para el desarrollo del jazz moderno.”
Las dos sesiones fueron grabadas en cintas de dos máquinas diferentes, procedimiento habitual de los estudios de la disquera para los años cincuenta y sesenta. En la primera sesión, una de las máquinas de tres pistas corría de forma ligeramente lenta. Así, el master utilizado para lanzar el disco, fueron las tomas de esta máquina, con el resultado que las primeras tres tonadas siempre parecieron tener un tono agudo, hasta que la pista se corrigió en 1997 para el lanzamiento de la edición Columbia Legacy, en la que se incluyó como “bonus track” una toma alternativa, la única que se hizo entonces, sobre la pieza Flamenco Sketches. Del resultado, el biógrafo de Davis, Ian Carr escribe:
“La homogeneidad atmosférica de Kind of Blue y la excepcional respuesta de los músicos a los contextos diseñados por Miles se combinaron para convertirlo en uno de los álbumes seminales y uno de los clásicos más perdurables del jazz. Músico y no músicos lo han comprado, adorado y estudiado, y ha influido tanto a estrellas de fama mundial como a intérpretes desconocidos. Revela con cada escucha nuevas profundidades y motivos de deleite…”.

Según el crítico musical Robert Palmer, en Kind of blue, Miles Davis planteó de forma contundente su posición ante el jazz: el regreso a la melodía. De paso, fundó el estilo más hermoso de este género a mi gusto, el cool jazz.
El disco, que constituye un monumento a la perfección musical y a la genialidad de su creador, curiosamente fue señalado por algunos críticos, quienes se quejaron de su “morosidad”, algunos señalaron “laxitud”, para referirse a esas baladas que de tan lentas parecieran casi arrastrarse para de pronto subir al más alto cielo y dejarnos colgados en las nubes, escuchando una dorada trompeta que sale de la oscuridad brillando como oro puro. Criticaron su lentitud, su falta de energía, y tan sólo algunos iluminados concluyeron que estaban escuchando una obra maestra moderna. Pero terminadas las sesiones, Cobb, el batería de la banda, se limitó a decir, sonriendo: “¡Caramba! ¡Suena bien!”, sin imaginarse siquiera el legado estético que acababan de legar a la humanidad, sin imaginarse, ni en sus más remotos sueños la posibilidad que tres amigos guatemaltecos se reunirían un día en casa de uno de ellos, Algoth, a escuchar ese disco, casi cuatro décadas después de grabado y lo escucharían con un silencio religioso, tan concentrados que los gin tonics quedaron olvidados en la mesa durante la sesión que duró el disco, desde el primer sonido del piano hasta el trompetazo final. Años después de escucharlo por primera vez, en memoria de esa tarde feliz de sábado, dejo constancia de mi amistad y agradecimiento a ese sexteto, a Rodolfo y Algoth.
[1] Carr, Ian. Miles Davis. La biografía definitiva. Global Rhythm Press, Barcelona: 1998. Página 153.
[2] Evans, Bill. Improvisation in Jazz. Líneas originales que acompañaron el lanzamiento del disco. Columbia Records, New York, 1959.
[3] Palmer, Robert. Kind of Blue. Crítica incluida en el booklet de la edición de 1997 lanzada por el sello Sony Music para la colección Legacy. Palmer fue Jefe de Crítica Pop para el New York Times.
Wish you were here. Pink Floyd
Rodrigo Fernández Ordóñez
Escuché por primera vez a Pink Floyd en la casa de un amigo del colegio, Pablo Aparicio. Vivía cerca de mi casa, y yo llegaba a verlo en bicicleta. Su papá tenía una inmensa colección de discos en acetato que decoraba la sala en una imponente estantería que iba de piso a techo, cubriendo toda la pared, y de allí Pablo iba sacando los discos, los deslizaba fuera de su cobertor plástico, los abría cuidadosamente y los ponía en la tornamesa. Había dos condiciones para esas sesiones: la primera, no tocar los discos de su papá, “solo verlos”, y la segunda, estar en silencio, para apreciar mejor la música. En mi caso se me dispensaba de cerrar los ojos, y el papá de Pablo me dejaba hojear otra de sus hermosas colecciones: la National Geographic Magazine. Corría el año de 1991 y, desde entonces no he abandonado a esos queridos amigos que Pablo me presentó, entre ellos Pink Floyd, Led Zeppelin, Janis Joplin, The Doors, Deep Purple, Nazareth, Jimmy Hendrix y, curiosamente, Ambrosía. Pablo me los grababa con todo cuidado en casetes Maxell o TDK, de los que llegué a tener casi cincuenta, los que escuché hasta reventar y tuve que recurrir luego al disco compacto. Ahora van conmigo en el iPod. Nunca dejé, desde entonces, de leer escuchando música, y cómo no, también colecciono la National Geographic Magazine…

Portada del disco «Wish you were here», lanzado en 1975, en un sentido homenaje al fundador de Pink Floyd, el enigmático Syd Barret. La portada del disco, de Storm Thorgerson, necesitó que un doble de riesgo usara un traje ignífugo.
-I-
Syd Barret
«Remember when you were young, you shone like the sun
Shine on you crazy diamond
Now there´s a look in your eyes, like black holes in the sky…»
Con estas frases rompe la primera pieza del disco a los casi nueve minutos de iniciada, dedicada al amigo fundador del grupo, Syd Barret. Nacido en Cambridge, se mudó a Londres a estudiar Arte en septiembre de 1964, y allí en la Regent Street Polytechnic conoce a Roger Waters, estudiante de Arquitectura y que junto con Nick Mason y Rick Wright (de arquitectura también), empezaron a tocar. Lo re-conoce en realidad, pues ambos eran nacidos en la misma ciudad, pero no es sino hasta su mudanza a la capital que se hacen amigos. Barret ya tenía una historia con la música, había participado en las bandas Sigma 6, The Abdabs y The Tea Set, pero sus inquietudes armónicas lo llevaban a experimentar y por eso quiso independizarse. La banda fue bautizada como Pink Floyd Sound, un homenaje de Barret a dos cantantes de blues, Pink Anderson y Floyd Council, que a su vez eran los nombres de sus dos gatos. Con Barret en el timón, el grupo da un giro de 360 grados y empieza a experimentar con sonidos y a improvisar libremente con la guitarra y teclados.
Los primeros dos discos de la banda son hijos de esta primera época. The Piper at the Gates of Dawn (1967) y A Saucerful of Secrets (1968) son discos experimentales, que causaron furor en la Inglaterra de finales de los sesenta, pero que en mi opinión no han pasado la prueba del tiempo. Suenan a viejos experimentos lisérgicos con los que uno no logra empatía. Parecen la carrera de cuatro tipos por una bodega tocando todo tipo de cacharros. Pese a ello, en su época, su música los colocó a la cabeza del movimiento que se conoció como London Underground. Una clara alternativa para las canciones aniñadas que para entonces tocaban los Beatles. Al respecto del despegue de la banda, apunta Mikal Gilmore, en su ensayo Locura y Grandeza:
“…Eso se debía a que Pink Floyd, muchas veces publicitada como ‘la banda más alucinante de Londres’, se desarrolló en medio de este movimiento, en vivo, noche tras noche, en eventos cuyo público incluía a todos los que estaban experimentando con mariguana, hachís y drogas psicodélicas…”.
Uno de los que experimentaba con las drogas era precisamente Barret, convertido en adicto al LSD desde sus tempranos años en Cambridge, en donde habría probado la droga sin saberlo, con unos amigos con quienes compartía apartamento en 1966. Según algunos, el consumo diario de esta droga, sumado a una posible esquizofrenia no diagnosticada, destruiría por completo el cerebro de Barret, quien día a día se tornaba más errático. Nunca le diagnosticaron enfermedad mental alguna porque todos lo consideraban “una mente extraña, no un enfermo”, según Tim Wills, investigador de la banda. La situación con el genio fundador se volvió cada vez más difícil de manejar a medida que la banda lograba reconocimiento, durante el verano de 1967. Barret se convirtió en un lastre que comprometía a todos los demás, que a diferencia de él, no se drogaban. En una ocasión, para lograr un “viaje” más profundo para descubrir su música mezcló un coctel de drogas con shampoo y se lo aplicó en la cabeza. Cuenta la leyenda que el calor de las luces y el sudor lo hicieron colapsar en medio del escenario, cayendo sin sentido. Así, a principios de 1968, para sustituirlo, invitaron a David Gilmour, amigo de Barrett a tocar con ellos. Barret fue llevado a una isla en España por la disquera EMI, para que descansara sus nervios, pero sus acciones cada vez eran más erráticas, por ejemplo, durmió varias noches en el cementerio de la localidad. Mason, años después, explicó al periodista Barry Miles:
“Tratás de estar en una banda… y las cosas no te están saliendo demasiado bien y no entendés por qué. No podés creer que alguien esté deliberadamente tratando de arruinar todo y, sin embargo, tu otra parte te dice: ‘Este tipo está loco, ¡está tratando de destruirme!’…”.
Así las cosas, un día de inicios de 1968, cuando la banda se dirigía a una presentación, ya con David Gilmour integrado como guitarra, alguien preguntó “¿Pasamos a buscar a Syd?”, y la respuesta de Waters fue que ya se había ido. Siguieron de largo y Barrett nunca más volvió a tocar con ellos. El rompimiento fue doloroso, pues según relata Gilmore, mientras Pink Floyd grababa su segundo disco: “…Barrett se sentaba en el lobby del estudio con su guitarra, esperando que lo llamaran para las sesiones…”, cosa que no sucedió.
A pesar del dolor y la devastación que a Barrett le pudo haber causado su expulsión tácita de la banda, la entrada de Gilmour hizo despegar realmente a Pink Floyd. Gilmour tenía una idea mejor estructurada de la música, a la que concebía como experimento armónico, y era menos propenso a los experimentos atonales con objetos como Waters y Barrett. Aunque en justicia, el grupo siempre jugó con las ideas de su fundador de evolucionar su música, y todo el tiempo han reconocido la impagable deuda que tienen con Syd, por haber creado el grupo y dado sus instrucciones fundadoras, como la frase: “Las bandas van a tener que ofrecer mucho más que un show de pop. Van a tener que ofrecer un show teatral bien presentado”, que cumplieron al pie de la letra. Claro, poco importa para Syd, perdido en el laberinto de su mente, los agradecimientos y reconocimientos que sus amigos le hicieran, de todas formas quedó fuera del juego.
Barrett regresó a Cambridge a la casa de sus padres, en donde desapareció poco a poco, quedando completamente aislado, dentro de su cabeza. Murió el 7 de julio de 2006, pero según David Fricke, columnista de la Rolling Stone, vivió en la riqueza, pues “Los Floyd se aseguraron de que él siempre recibiera su parte de todo lo referente a Piper at the Gates of Dawn”.
«You were caught in the cross-fire of childhood and
Stardom, blown on the steel breeze
Come on you target for far away laughter, come on you
Stranger, you legend, you martyr, and shine!
You reached for the secret too soon,
You cried for the moon…»
-II-
El disco
Después del contundente éxito del disco The Dark Side of the Moon, lanzado en marzo de 1973, que vendió más de 35 millones de discos y estuvo en el ranking Billboard 200 durante 849 semanas, el grupo quedó exhausto, y las tensiones dentro de sus miembros crecieron, a medida que Waters quería asumir el liderazgo de la banda, limitando la libertad creativa de los demás miembros.
Luego de meses de discusión sobre los planes futuros, Waters propuso hacer un disco sobre el malestar y la distancia creciente entre ellos. Bajo esta línea nació el disco: “…Wish You Were Here, el nuevo disco, era sobre una forma de alienación mucho más personal: la ausencia de amigos, de inspiración, de la comunidad que alguna vez habían encontrado en su compañía…”, y fue el germen de dos obras maestras: Shine On You Crazy Diamond y Wish You Were Here. En un segundo plano, dos canciones de en medio, Welcome To The Machine y Have A Cigar son críticas al sistema de las grandes productoras disqueras que, según ellos, machacaban a sus músicos hasta dejarlos completamente exprimidos. “Ese molino de carne que nos tritura”, como lo definiría Waters en algún momento.

Según Roger Waters, el disco puede interpretarse de varias formas: “…podría fácilmente estar dedicada a los demás integrantes de la banda, a quienes ya no sentía como amigos cercanos. O podría ser sobre sus propias batallas consigo mismo…”.
Wish You Were Here, lanzado en 1975, constituyó una válvula de escape para un Pink Floyd que se sentía cada vez más asediado por el público ganado con el disco anterior. Según Gilmour, los conciertos cada vez eran más difíciles para un grupo acostumbrado al total silencio entre canción y canción, pues en todo momento buscaban que el “toque” completo fuera una experiencia estética total. Con el rotundo éxito del disco The Dark Side of the Moon, esta ambición cada vez fue más difícil, pues los asistentes a sus conciertos interrumpían los silencios pidiéndoles tocar Money o alguna otra pieza conocida.
El disco, que se grabó durante el invierno de 1975 (de enero a junio) en los estudios de Abbey Road, fue la suma de la carga emocional de sus integrantes, de sentir que todo se les estaba saliendo de las manos, sumado a la ausencia de Barrett, y el cargo de conciencia. Según la Revista Rolling Stone, en una reseña publicada en 1975, “…Pink Floyd expresaría su relación torturada con la nueva fama y su tristeza por la disolución de Barrett…, [El disco es] un grito de amor lleno de arrepentimiento desde adentro de la bestia de la industria musical que perfecciona un extraño equilibrio entre tormento y sentimentalismo, soledad y hermandad…”.
El proceso de creación del disco fue lento y sin rumbo, en un principio. Cada uno llegaba al estudio y sin hablarse, trataba de crear sus propias propuestas de acuerdo con su instrumento. Gilmour, el más consistente tal vez, trabajó en varias piezas de las que únicamente Shine on You Crazy Diamond, terminó en el disco, y estaba basada en un blues de cuatro notas que le vino a la mente en la sala de ensayo del grupo en King’s Cross, en 1974, y resultó convirtiéndose en una suite de 9 partes, que se prolongó por veinte minutos y se dividió en dos, para abrir y cerrar el disco. Quien logró construir el disco como un todo melódico fue el ingeniero de sonido, Brian Humphries, pues Alan Parsons, ese otro genio de la música que trabajó con ellos en el Dark Side… había abandonado los estudios para dedicarse a sus propios proyectos. Wright tocó el piano, el sintetizador y un órgano, y fue necesario convocar a un saxofonista, Dick Parry. Los coros femeninos fueron hechos por dos norteamericanas, Carlena Williams y Venetta Fields, cantantes de soul.
Para grabar Wish You Were Here, Gilmour utilizó una guitarra de doce cuerdas y grabó en una sala grande de grabación, utilizada usualmente por músicos clásicos y trabajó en una introducción que bebía directamente de la música country. La letra es de Roger Waters, quien expresa el dolor de la ausencia:
We’re just two lost souls, swimming in a fish bowl, year after year
Running over the same old ground. What have we found? The same old fears
Wish you were here
Para Have a Cigar, un cantante de folk, Roy Harper, que para ese entonces grababa también en los estudios se ofreció a cantarla, desplazando a Waters, que expresó su molestia, agravando las tensiones del grupo, principalmente, cuando el líder se dio cuenta que Harper había imitado su voz.

Las imágenes del interior, del grupo creativo Hipgnosis, complementan el tono del disco, llevando imágenes de locura y soledad para acompañar las canciones, expresando gráficamente el cuidado que el grupo ponía en todos los detalles de producción de sus discos. Arriba, fotografía tomada en Mono Lake, California, al este del Parque Nacional Yosemite.
Al parecer la situación se tornó crítica cuando la banda revisaba la pista de Shine On… y se apareció Syd Barrett, que estaba tan demacrado que nadie lo reconoció en un principio. Syd llevaba su guitarra y, según cuenta Jon Dolan, amistosamente preguntó: “Bueno, ¿y cuándo entro yo con mi guitarra?”, pero le explicaron que las guitarras ya las habían grabado. Así que el homenajeado quedó una vez más fuera de la banda, en su propio homenaje. Pero escuchando el resultado, por milésima vez, mientras escribo esto, Syd debió haber sonreído como un ángel cuando escuchó los primeros acordes de ese monstruoso disco que una vez más, se convirtió en un éxito de ventas y la canción insignia en casi un himno para los seguidores del grupo. Incluso habrá agradecido ese monumento musical dedicado a esa ausencia en la que voluntariamente él se había convertido hasta desaparecer. En silencio.
Bibliografía
Rolling Stone. Pink Floyd. La guía definitiva de su música y leyenda. Número especial. Editorial La Nación, Buenos Aires, Argentina: 2014.