Datos interesantes para la historia de Guatemala

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Durante las vacaciones de fin de año, época en que regularmente puedo dedicarme a mis lecturas fuera de las obligaciones académicas, estuve deleitándome con los recuerdos que el periodista Federico Hernández de León dejó para nosotros en los dos voluminosos tomos de su Gentes que conocí, publicado en 1958. En mis incursiones regulares por las librerías de usados del Centro Histórico, nunca he visto hasta la fecha un ejemplar completo de esta obra, mucho menos los dos tomos juntos, razón que me lleva a compartir con los lectores ciertos datos que pueden servir al investigador o al simple interesado en la historia de nuestro país. Aunque sean sujetos a confirmación con investigaciones más amplias, son pistas que nos pueden ayudar para llenar ciertos vacíos en diferentes áreas.

Estudio Fotográfico Prado, 1910

Estudio Fotográfico Prado, 1910

  

  1. Para la historia de la fotografía

Cuenta don Federico que los primeros daguerrotipos vinieron al país en tiempos del doctor Mariano Gálvez. Afirma que en los días del mariscal Vicente Cerna arribaron a Guatemala los Herbruger, padre e hijo, que organizaron la primer sala de fotografía, y a quienes le siguió don Félix Muñiz y Cano, fundador de la fotografía El Siglo XX, y poco tiempo después el norteamericano E. J. Kildare estableció El Palacio de Artes.

Fotografía de Valdeavellano, ejemplo de sus imágenes etnográficas.

Fotografía de Valdeavellano, ejemplo de sus imágenes etnográficas.

 

 

A propósito de don Alberto G. Valdeavellano, apunta que realizó estudios en los Estados Unidos y Europa, estableciéndose a finales del siglo XIX en el taller del señor Kildare, en la novena calle oriente, estudio que adquirió posteriormente. En ese estudio se formó otro fotógrafo, que el periodista llama “fotógrafo de los humildes”, don José García Sánchez. En este estudio trabajaba otro estadounidense, A. F. Rouse, como decorador, él coloreaba y ampliaba las fotografías, “…imaginaba los marcos, arreglaba las decoraciones y era, dentro de las faenas fotográficas, un eficiente colaborador”. Pero Valdeavellano no realizó únicamente fotografía de estudio, “…fue de los primeros en ofrecer panoramas y paisajes y, lo mismo se trasladaba a las orillas del lago de Amatitlán, que a las selvas, entonces tupidas, de Quiriguá o a las apartadas regiones del Polochic…”, dejó también una amplísima colección de tipo etnográfico, en el que quedaron retratados cientos de indígenas guatemaltecos. Su ambición era realizar una gran colección de postales numeradas en que quedara registrada la gran variedad étnica que enriquecía y enriquece a Guatemala.

 

  1. Para la historia del Teatro Colón

Cuando relata la vista de la artista María Guerrero, que actuó en el escenario del desaparecido Teatro Colón un lejano año de 1909, y a quien pudo entrevistar en su camerino, don Federico nos deja además de una interesante anécdota, datos interesantes que aportan un granito para abundar en el conocimiento de este templo del entretenimiento, mandado a derrumbar por el simplón José María Orellana. Apunta con delicioso detalle el periodista:

Frontispicio del Teatro Nacional, (antes Teatro Rafael Carrera y luego Teatro Colón), fotografía de Eadward Muybridge, 1875.

Frontispicio del Teatro Nacional, (antes Teatro Rafael Carrera y luego Teatro Colón), fotografía de Eadward Muybridge, 1875.

“El Teatro Colón resultaba asaz reducido para el movimiento que se operó en el ánimo público. Tenía nuestro gran coliseo hasta cuatrocientas cuatro lunetas, dos sistemas de palcos, altos y bajos; en los altos cabían hasta sesenta asientos y en los bajos, cuarenta. La galería daba alojamiento para cien asistentes. Los precios señalados eran de vente pesos por asiento de palco bajo y quince por palcos altos y lunetas, en moneda nacional. El cambio sobre el dólar estaba más o menos al quince por ciento. Abierto el abono, pronto se llenó y pudo señalarse una alteración muy interesante. Hasta los días de la llegada de doña María Guerrero, no había dama que se aventurara a ocupar un asiento en luneta. Para las mujeres estaban los palcos. Entonces se convino en que se rompiera la costumbre establecida y por primera vez, se vio el lunetario embellecido con las mujeres y varones, para corresponder, asistían de smoking en tanto que, en los palcos vestían de frac…”.

Sobre el alojamiento de estos artistas, señala:

“En la primera década del siglo, nuestra capital era un pueblón desapacible, mal empedrado, peor alumbrado por las noches y sucio a todas horas. Algún extranjero chistero, llamó a nuestra ciudad, la ciudad del zopilote. Aunque funcionaba el Gran Hotel y el Hotel Unión, se consideró que no eran sitios aparentes para dar cobijo a tan elevada gente como eran los Guerrero-Díaz de Mendoza y se acudió a una casa de la octava avenida sur, en donde hoy están las oficinas centrales de las autoridades de la Ley Agraria. Esa casa había sido de don Feliciano García, último Ministro de Fomento del General Reyna y, por esos días, secretario particular y perpetuo de la viuda del general Barros. Se decoró lo mejor posible la casona y allí se albergaron los esposos Díaz de Mendoza, los dos hijos del matrimonio, los ayos, las azafatas, la servidumbre, los preceptores de los infantes y el resto de criados y servidores…”. 

Hermosa fotografía del Hotel Unión, con tranvías de mulas al frente, año y autor desconocidos.

Hermosa fotografía del Hotel Unión, con tranvías de mulas al frente, año y autor desconocidos.

 Y más adelante nos regala unos datos más, para reconstruir la historia del ocio y de las convenciones sociales de la lejana Guatemala:

“En la citada noche de despedida de la compañía, se ofreció a los esposos Díaz de Mendoza-Guerrero y a sus acompañantes, un baile en la sala Excélsior, sala que servía para salón de cine, para comedero de banquetes oficiales, para juntas de los clubs liberales, para auditorium de conciertos, para sitio de conferencias…”.

 

  1. Para la historia de la industria guatemalteca

Cuando esboza el “perfil” de don José María Samayoa, rescata del olvido las siguientes líneas:

“…Por el año 66, en días del gobierno inalterable del Mariscal Cerna, don José María Samayoa, padre, adquirió las ruinas de la iglesia y convento de la Compañía de Jesús, en la Antigua y plantó en ellas una fábrica de telas, para esos días, de alcances extraordinarios (…) Se llamó esa fábrica “La Manufactura” y puede asegurarse que es uno de los primeros exponentes en materia de manufactura; es decir, de la obra que se hace a mano y con intervención de maquinaria. Las unidades de máquinas fueron traídas de la Gran Bretaña y expertos ingleses armaron los singulares talleres, movidos por una caldera de vapor. Algo inusitado. Había llegado hasta nosotros, en el conocimiento de personas de estudio y observación, las noticias sobre la lucha desarrollada en Europa acerca del maquinismo, sobre todo en Inglaterra, en donde se creía que las máquinas desplazarían la obra de los trabajadores…”.

Cuenta don Federico que cuando él estudió en la Escuela Normal de la Antigua, que ocupó ese mismo edificio de la Compañía de Jesús, se podía ver en uno de sus patios, “…partes de la gigantesca caldera y muchos ejes y poleas que resistían en los patios, inclemencias del abandono…”, posteriormente a la aventura de la hilanduría del señor Samayoa, el vasto edificio fue convertido en una herrería propiedad de un señor Herrera, terminando por albergar a los estudiantes de la mencionada escuela normal.

Fotografía del general Justo Rufino Barrios, acompañado de don José María Samayoa, fotografía del estudio de Emilio Herbruger e hijos.

Fotografía del general Justo Rufino Barrios, acompañado de don José María Samayoa, fotografía del estudio de Emilio Herbruger e hijos.

 

  1. Sobre la historia de los masones guatemaltecos

Cuenta don Federico que durante la época del general Rafael Carrera la masonería agonizó hasta casi desaparecer, y que fue la Revolución de 1871 la que trajo nuevos bríos, principalmente a la que seguía el rito escocés, llegando a su pináculo con el arribo a la presidencia del general José María Reina Barrios, quien ostentaba el grado 33, la más alta jerarquía, llamado también Soberano Gran Inspector General. Ignorante como soy del rito masónico y su organización, sólo transcribo los datos que me parecen interesantes ser rescatados para reconstruir un aspecto más de la historia patria, pues hasta cierto punto demuestra y aclara para las nuevas generaciones, que Guatemala a pesar de su remota ubicación, siempre estuvo al día de las grandes corrientes de pensamiento y filosofías que estaban en boga en el “mundo exterior”.

Con el ascenso del dictador Estrada Cabrera, la masonería empieza su repliegue, aunque por los años 1900 y 1901, Julio Bianchi y Eduardo Aguirre Velásquez trataron de mantenerla a flote, aunque fue desfalleciendo sólo para retomar impulso durante el gobierno del general José María Orellana: “El movimiento masónico volvió con mayores empujes: el Presidente y los miembros de su gabinete, con excepción del general Ubico, fueron masones. Lo fue el director de la policía que podía atraer muchos adeptos y los masones se sintieron felices, nadando en aguas propicias…”.

El general José María Orellana con espada envainada en mano (al centro), fotografiado alrededor de su gabinete y altos mandos del ejército.

El general José María Orellana con espada envainada en mano (al centro), fotografiado alrededor de su gabinete y altos mandos del ejército.

 

Entre los recuerdos que nos regala Hernández de León, que a medida que avanza uno en la lectura de sus dos tomos, se nos va antojando al Funes, memorioso del cuento de Borges, relata que en 1929, durante la presidencia del general Lázaro Chacón, se anunció la visita de un teósofo masón que venía de la India para compartir su sabiduría y las enseñanzas de Krishnamurti a los hermanos guatemaltecos, el doctor Jinarajadasa. Los problemas empezaron cuando la mayoría de salas, teatros y cines disponibles para celebrar la actividad se rehusaron a recibir al sabio, por obvias razones religiosas, obligando a que la conferencia inicial la impartiera el doctor en las estrecheces de la sede del Templo Masónico, ubicado en el Callejón Manchén. La segunda conferencia ya fue más holgada, gracias a que el rector de la Universidad Nacional, licenciado Alvarado Tello, entusiasta masón cediera para ello hermoso edificio del Paraninfo de la Universidad.

 

  1. Para la historia de la ciudad de Guatemala

Doña Algeria Benton de Reina Barrios, fotografía de Valdeavellano.

Doña Algeria Benton de Reina Barrios, fotografía de Valdeavellano.

Cuando esboza don Federico la figura de don Manuel Estrada Cabrera nos regala otros datos invaluables, especialmente interesantes para el historiador urbano pero también para quien, como el que esto escribe, se interesa por caminar y gozarse las calles de la ciudad de Guatemala. Cuenta el periodista que conoció a don Manuel en una fiesta campestre celebrara en el garden party, de la Finca Oakland, propiedad de don Salvador Herrera, que celebraba en honor del presidente Reina Barrios y su esposa doña Algeria Benton, en lo que entonces era el municipio de Ciudad Vieja.

La fiesta tuvo por ocasión la clausura de la famosa Exposición Centro Americana, en octubre de 1897, y cuyos campos y pabellones se instalaron en tierras de Ciudad Vieja, en lo que fuera el parque de La Reforma, abrazando el boulevard 30 de junio. Cuenta el memorioso: “…Para llegar a Oakland debía hacerse uso de caballos o coches, siguiendo la nueva rúa de la Exposición o la salida al otro Estado, venciendo la hondonada de la Barranquilla. Aquello parecía muy lejos: hoy la urbanización ha hecho el milagro de abreviar aparentemente las distancias…” Todavía quedan por esa colonia vestigios de muros de adobe y algunas columnas que parecieran anunciar un portalón de entrada. Cuando uno camina por esas callejuelas sombreadas por inmensos árboles, no puedo uno evitar imaginarse que ese mismo viento entre las ramas las escucharon aquellos personajes en una de esas fiestas campestres, y que quizá patearon también esa piedrecilla que se aleja de uno, rebotando entre el pasto…

Dejo por el momento tranquilo a don Federico Hernández de León, pero regresaremos a sus páginas a cada tanto, para seguir entresacando datos que nos permitan seguir reconstruyendo esa hermosa Guatemala de ayer.


Para recuperar el interés en la historia

La noche del cometa. María Elena Schlesinger

Rodrigo Fernández Ordóñez

A Claudia Marves, creadora de estas cápsulas de historia.

 

La historia cotidiana de Guatemala ha encontrado una poderosa voz en estos tiempos en que los lectores escasean. Esa historia a la que suelo llamar “historia mínima”, encuentra en la pluma de María Elena Schlesinger un renovado impulso que promete renovar el interés en nuestro pasado. Aún estoy leyendo su última novela Aída la bella, pero ya leí y releí su libro La noche del cometa, que recomiendo sin ninguna reserva a todos aquellos interesados en el desarrollo de la vida cotidiana de la Guatemala de principios del siglo XX. Quizás a alguien le parecería que clasificar la obra de nuestra conocida difusora cultural es encorsetarla, pero personalmente me interesa mucho esa labor que realiza de revivir el día a día de nuestros antepasados, pues en gran medida nos sirve para comprender las épocas, los sucesos y las decisiones que impactan en los destinos nacionales. El regalo que doña María Elena nos hace en sus páginas, con base en investigación y recuerdos familiares, desde los cuales poder revivir las cocinas, las salas o los paseos en el campo es invaluable, sobre todo si se complementa con otras lecturas como las de José Milla, que nos permiten ir construyendo un fresco más completo de esa Guatemala que se ha ido para siempre, pero a la que algunos nostálgicos seguimos imaginando todos los días, teñida de luz tenue y de color sepia.

 

Impresionante fotografía de la Catedral Metropolitana y su plaza central en obras, en proceso de convertirse en parque, a juzgar por las jardineras que se dibujan ya a la izquierda. Fechada en 1880, sin identificación del autor.

Impresionante fotografía de la Catedral Metropolitana y su plaza central en obras, en proceso de convertirse en parque, a juzgar por las jardineras que se dibujan ya a la izquierda. Fechada en 1880, sin identificación del autor.

El libro La noche del cometa, de la historiadora María Elena Schlesinger es una reunión de relatos cortos con la temática común de la historia cotidiana de la Guatemala de inicios del siglo XX, cuando gobernaba los destinos de nuestro país la férrea dictadura de Manuel Estrada Cabrera, personaje por demás interesante en ese rosario de tiranos y tiranuelos que han ocupado la primera magistratura de nuestro país. Aunque la autora ya nos tenía acostumbrados a sus artículos de los sábados de elPeriódico, que siempre resultan lastimosamente breves, el discurso ameno y la estructura de capítulos cortos de su libro hacen que la lectura sea fácil. Su libro literalmente se escurre entre los dedos y al cerrarlo uno tiene esa agradable sensación de haber leído un libro que verdaderamente vale cada palabra impresa y del que se tiene la seguridad que se va a regresar a él en más de una ocasión. Su relectura no hizo más que reconfirmarme estos sentimientos. No se sorprenda usted si al cerrarlo una sonrisa se dibuja en su rostro, es la sensación de haber leído un libro del que se aprende mucho y sin esfuerzo, y del que no es necesario invadir de sexo y violencia para que atrape desde las primeras frases. A manera de reseña, transcribo unos cuantos párrafos, para que el lector no crea que le engaño y para que se adelante a la librería que le quede más cerca para adquirirlo y gozarse su lectura, página a página.

La Catedral Metropolitana tras los terremotos de 1917-1918.

La Catedral Metropolitana tras los terremotos de 1917-1918.

“Ir a la Antigua en diligencia, por ejemplo, tomaba más de ocho horas. Se salía temprano, a eso de las seis de la mañana, del Establo de Schuman en el Callejón de la Cruz, y llegaban a la pila de la Concepción como a las dos de la tarde”.

“’El mes pasado bajó del cielo en una máquina voladora’, contaba, ‘de ésas que llaman aeroplano, un hombre alto y canche llamado Francois Duraford. El piloto era un suizo y con su nave dio varias vueltas por el cielo. Luego, descendió en un descampado llamado Campo de Marte, ante el asombro de varios mirones. Allí estaba yo. La nave parecía una enorme mariposa de hierro’”.

“El nuevo almacén de telas y artículos para damas se llamó Encantos de Medio Oriente, y fue tan famoso en su tiempo como la tienda de sombreros de Madame Perishua, cuya mayor virtud fue la de ser capaz de copiar los últimos modelos provenientes de París; o la librería de la familia Goubaud, en donde se podían adquirir en primicia los mapas de la Gran Guerra con los avances prusianos, o las pequeñísimas callejas infantiles con cuentos de hadas y animales maravillosos que podían hablar”. 

“Después de los terremotos del 17, la gente juntó sus pertenencias y las enrolló en matates. Sacaron el candil de gas kerosene, los fósforos y las candelas de sebo. Del armario extrajeron los petates y los ponchos. No se olvidaron de la silla de la abuela, de algunas ollas y el sartén para el arroz frito, ni del cuadrito de la Virgen, la mesa, los costalitos de granos y la caja de madera con las provisiones”.

Interesante fotografía del campamento provisional para los damnificados por los terremotos de 1917-1918 levantado en lo que eran los campos del Paseo 30 de junio, actual avenida de La Reforma.

Interesante fotografía del campamento provisional para los damnificados por los terremotos de 1917-1918 levantado en lo que eran los campos del Paseo 30 de junio, actual avenida de La Reforma.

“La abuela les contaba que los azacuanes son aves migratorias de buena suerte, pues traen las lluvias a Guatemala cunado más se necesitan y se las llevan cuando ya no se aguantan”.

“En los albores del siglo XX, los gitanos visitaban cada año la ciudad de Guatemala. Venían en grandes caravanas, moviéndose de lugar en lugar, y se cree que tomaban la ruta de los arrieros de ganado que venían desde Huehuetenango, procedentes de Chiapas. Su llegada era siempre a principios de año, pues realizaban el viaje de peregrinación a visitar al Señor de Esquipulas, en Chiquimula, cuya fiesta se celebra cada 15 de enero”.


Remedios caseros contra el cólera morbus

Rodrigo Fernández Ordóñez

Escarbando en unos archivos, encontré estos dos documentos que me parecieron particularmente interesantes. Aparentemente pertenecieron a mi bisabuelo, Manuel Jonama, y son recetas para combatir la terrible enfermedad del cólera que estuvo presente en Guatemala durante el siglo XIX. Las transcripciones conservan la ortografía del documento. La lectura de ambos es un verdadero viaje al pasado.

 

Receta para el cólera morbus.

 

Receta para el Cólera Morbus

Una sexta parte de alcanfor disuelto en seis partes de espíritu de vino o de aguardiente fino. De esta solución se tomarán dos gotas tan pronto como el enfermo esté acometido en una cucharita de agua nevada o muy helada con un poco de azúcar: a los cinco minutos se tomará otra dosis igual; y en cinco minutos más, otra en los mismos términos que he dicho. Entonces se esperarán diez o quince minutos para ver si el cuerpo vuelve a su calor natural con disposición de sudar, y disminución de vómitos, calambres & entonces si es necesario tomará dos gotas de la misma manera prescrita, y se repetirá la dosis con intervalo de cinco minutos hasta el número de doce o catorce gotas como lo he mandado. Esta medicina nunca faltará aplicada pronto, y en cualquier estado de la enfermedad. Supuse hará provecho; porque cualquiera otra medicina neutralizará los efectos del alcanfor.

 

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Método curativo para el Cólera

 

Preservativos

Se tomará antes de cada comida un dedal de tintura de Maquiani y en caso que haga vuelco de tripas se tomará un dedal fuera de los tres anteriores y estas tomas se dan en un poquito de aguardiente. 

Sintomas

Si hubiese de cabeza y eructos agrios se toma un vomitivo de ipecacuana luego dándole agua tibia hasta no dejar ningún resto de agrios; después se le dará media tasa de agua de mansanía caliente con su dedal de tintura de Maquiani y arrópese al enfermo.

Vomito y Diarrea

Cuando hay vomito y diarrea se dara dos o tres vasos de agua tibia para aliviar el vómito y en seguida limonadas con diez gotas de láudano y diez de espíritu de yerva buena para medio pocillo; si a las dos o tres tomas de esta limonada no se contiene, se toma medio pocillo de agua caliente con un poco de sal dándosela al enfermo por poquitos, siempre caliente has contener el bomito; logrado esto se le darán sus tragos de esta salmuera cada media hora.

Diarrea

Para la diarrea se le hecharan unas [ilegible] de almidon tibias con cuarenta gotas de láudano cada lavativa hasta contenerla.

Dolor y calambres

Si doliera el estomago, se pondrán lienzos con aceyte de comer calientes; si hubiese frialdad de cuerpo y calambres se darán [ilegible] de aceyte de comer esencia de trementina y alcol en todo el cuerpo hasta calentarlo. Después de esto se amarrara con pañuelos de seda todo el cuerpo.

Alimentos

Atol de arros, de yuquia y también de arros tostado: no olvidando sus limonadas dichas en el resto del día.

Para desinfectar las piezas

Se tomará dos cucharaditas de cloruro de cal, y se desase en una botella de agua y con esto se encala algunos pedazos de la pieza en que se vive y se pone en trastes destapados y se moja en trapo para tenerlo consigo.


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