Ciudad de Guatemala, siglo XIX
Imágenes y palabras
Rodrigo Fernández Ordóñez
A María Andrea Batres, por su amistad a prueba de distancias.

Imponente vista del Cerro del Carmen y su templo, de las primeras vistas que el viajante tenía de la ciudad, entrando por la garita del camino de El Incienso.
Usando como vehículo las hermosas fotografías que de Guatemala hizo Eadward Muybridge durante su estadía en el país (1873-1875) para un álbum de la Pacific Mail Steamship Company, tomamos textos de distintos autores para imaginar un paseo por sus añejas calles, habitación de espantos y figuras legendarias. Resulta interesante mencionar que José Milla es el ojo crítico nacional, que en sus libros Cuadros de costumbres, El libro sin nombre y El canasto del sastre, desnuda a la sociedad guatemalteca de su tiempo, criticándola con mucho humor. Menos risueño resulta Arturo Morelet, quien a juzgar por sus escritos de su paso por ciudad de Guatemala no tuvo una estadía cómoda, interesado principalmente en la naturaleza, la ciudad le pareció gris, chata y aburrida. Las viajeras Helen J. Sanborn y Caroline Salvin, por su parte, tienen una mirada más benévola. Sus textos están llenos de detalles pintorescos, en los que prevalece el optimismo de ver un país predominantemente agrícola que lucha por la modernización. Sus juicios son menos radicales y tienen comentarios provenientes de personas que pasaron una estadía más cómoda y feliz, quizá motivados por una mejor situación económica, que de los tiempos de Morelet a los de ellas, resultaron abismales los 40 años transcurridos entre las visitas.
-I-
Camino a la ciudad de Guatemala, barranca del Incienso

“Así, cuando oigo a los extranjeros quejarse de que aquí no hay buenos caminos, de que aquí no hay puertos, de que aquí no hay reuniones, de que aquí no hay paseos, de que aquí… quisiera yo cerrar esa interminable letanía de aquí no hay, con un ‘aquí no hay paciencia para aguantarlos a ustedes (…) ¿se necesitan caminos en donde nadie viaja, los que pueden porque no quieren, y los que quieren porque no pueden? ¿Hay necesidad de puertos en donde nada entra y nada sale? ¿Ha de haber reuniones si no hay quien se reúna, ni en donde reunirse, ni de qué hablar? ¿Se han de hacer paseos para que nadie vaya a ellos, como lo tiene acreditado la experiencia, y lo gritarían, si pudieran, los solitarios naranjos y las abandonadas banquetas de la Plaza Vieja?”.
José Milla y Vidaurre
Cuadros de costumbres, 1862
-II-
Vista de la ciudad de Guatemala desde las faldas del cerro del Carmen

“Ya casi no hay huertas, ni jardines, ni baños, ni cocheras; adminículos que nuestro calculador positivismo juzga innecesarios; y en el sitio que antes ocupaban esas partes de la casa, se fabrican hoy casitas separadas, o tiendas que producen algo. El que quiere frutas o legumbres, las manda a comprar al mercado; el que gusta de flores, se priva de ellas o las tiene en uno o dos arriates; el que desea bañarse, se zambulle en la pila, o en los no muy aseados baños públicos; y el coche, si lo hay, se aloja en el zaguán, aún cuando estorbe un poco…”.
José Milla y Vidaurre.
Cuadros de costumbres, 1862.
-III-
Iglesia de la Recolección, con una hermosa panorámica de las calles de esa época

“Los encendedores de faroles recorren las calles con sus escaleras de mano (…) Las campanas de los relojes dejan caer desde las torres siete golpes acompasados. Los serenos comienzan a ocupar sus puestos. Millones de estrellas tachonan la azulada bóveda del firmamento. Las calles ya están desiertas (…) Son ya las doce. La ciudad semeja un vasto cementerio. Resuena sobre las baldosas de la acera el paso del sereno que va de una a otra esquina a cantar la hora. ¿Para qué? Tanto valdría que la gritara en medio de un camposanto. Cantar para dormidos, es como cantar para muertos. Nadie la oye…”.
José Milla y Vidaurre
Cuadros de costumbres, 1862.
-IV-
Goteras de la ciudad, entrada por el camino del Golfo, imagen tomada desde las faldas del Cerro del Carmen
“Como las casas tienen poca elevación, sólo se ven sus tejados, cuya perspectiva uniforme solamente está variada por alguna bóveda o campanario de iglesia. He hecho mención de la decepción que experimentamos en el camino de Chinautla; el mismo aspecto de soledad y abandono reina en las cercanías de la ciudad; no se ven jardines, ni alquerías, ni casas de campo, ni ninguno de estos establecimientos industriales o de utilidad general que nuestras capitales relegan fuera de su recinto. Las primeras casas están cubiertas de bálago y separadas unas de otras por campos rodeados de cercas naturales. Ya la vía pública, de doce metros de anchura, aparece severamente alineada; no hay nada más monótono que esas calles tiradas a cordel que atraviesan la ciudad de parte a parte y continúan hasta el horizonte, donde la vista acaba por encontrar las tintas verdes y azuladas de la campiña”.
Arturo Morelet
Viaje a América Central, 1844.
-V-
Plaza Central, con la fuente de Carlos IV al centro

“…en el centro se ve una fuente octógona, de arquitectura pesada y de gusto bastante malo, coronado en otro tiempo por la estatua ecuestre del rey Carlos IV, que fue derribada y hecha pedazos, en aquellos tiempos tempestuosos en que las colonias españolas proclamaron su independencia. Sólo el corcel ha quedado en pie, como para hacer sentir mejor la nada de las cosas humanas…”.
Arturo Morelet
Viaje a América Central, 1844.
“El rey desapareció; era justo. ¿Cómo había de presidir un monarca a una plaza independiente, como la llama con gracia la lápida que está delante de la puerta principal del Ayuntamiento? Un caballo es otra cosa. Allí ha estado desde 1821 hasta 1870, con la cara hacia la catedral y las ancas hacia la antigua audiencia, viendo correr el agua de la fuente, ocupación a que son dados todos los tristes…”.
José Milla y Vidaurre
Libro sin nombre, 1870.
-VI-
Palacio de Gobierno, en uno de los costados de la Plaza Central, ahora ocupado el solar por el parque Centenario
“El centro de la ciudad está ocupado por la plaza de gobierno, vasto rectángulo de 193 metros de longitud por 165 de ancho; allí están reunidos la mayor parte de los edificios nacionales: el palacio del gobierno, antigua residencia de los capitanes generales; el de la municipalidad; el juzgado, donde estaban depositados los archivos de la Confederación, que desde la disolución del pacto federal, han sido dispersados con gran perjuicio suyo; en fin, la casa de moneda y la cárcel. Estas construcciones bajas y uniformes, ocultas por una galería cubierta, sin el menor lujo arquitectónico, se llaman pomposamente palacios…”.
Arturo Morelet
Viaje a América Central, 1844.
-VII-
Fotografía anónima, aproximadamente de 1865, en ella se ven los “cajones” del mercado que ocupaban buena parte de la Plaza Central de ciudad de Guatemala hasta la construcción del nuevo Mercado Central en la Plaza del Sagrario, a espaldas de la Catedral

“Muchas series de barracas, de la apariencia más miserable, turban la buena armonía de esta plaza; véndese en ellas loza, instrumentos de hierro, objetos de pita y otras mercancías de poco valor; su arriendo forma un artículo del impuesto comunal…”.
Arturo Morelet
Viaje a América Central, 1844.
“…entre ella [la fuente] y la iglesia los famosos cajones, tiendas de madera cubiertas de teja, cuyo contenido merece descripción por separado. Al oeste, como también al sur y al norte de la fuente, se instala todos los días el mercado, bajo una especie de quitasoles formados de petates sobre varas, que vulgarmente se llaman sombras. Los cajones y las sombras producen al Ayuntamiento cierta renta anual, pudiéndose ver aquí cómo hay quien pueda sacar dinero aun de una sombra…”.
José Milla y Vidaurre
Libro sin nombre, 1870.
-VIII-
Puerta del Incienso, una de las entradas a ciudad de Guatemala

“Pasamos por un portal y estábamos dentro del radio de la ciudad de Guatemala. Se veía bella, blanca, bien construida. El teatro, con partes de teja roja en su construcción, y las cúpulas de la catedral formaban los rasgos más llamativos. Las calles le recordaban a uno los pueblos italianos del norte- execrablemente pavimentadas, casas de un piso con ventanas grandes y bajas…”.
Caroline Salvin
A Pocket’s Eden
(Lunes, 2 de junio de 1873).
-IX-
Hermosa panorámica de la actual doce avenida, en la que se pueden observar las espaldas del templo de La Merced y del hermoso Teatro Nacional, después bautizado como Teatro Colón
“Las calles, anchas y rectas, lucen bien pavimentadas. Los caminos de carruajes corren por todos lados, y justo la noche antes de marcharnos introdujeron el alumbrado eléctrico citadino. Los edificios públicos se alternan con los parques, plazas y lindos jardines. A nosotros nos pareció una ciudad realmente encantadora, y disfrutamos las dos cortas semanas de nuestra estadía”.
Helen J. Sanborn
Un invierno en Centro América y México, 1884.
-X-
Fachada de la Sociedad Económica, importante institución que durante finales del siglo XIX apoyó el desarrollo del país, patrocinando investigaciones y publicaciones sobre agricultura, caminos, puertos, industria, etcétera. En la siguiente fotografía se puede apreciar el interior del edificio.

“Las casas, casi todas de un solo nivel, a causa de los temblores, en su mayoría son grandes y cómodas. La arquitectura se asemeja a la del sur de España. Todas las viviendas, construidas en forma de un cuadro abierto, tienen un patio interior, donde crecen árboles y flores, en un ambiente hermoso. Nada pretenciosas en su exterior, las casas tienen blancas paredes a la calle con ventanas enrejadas, y una puerta enorme, sólida como la de una cárcel. Cuando ésta se abre al requerimiento de pesados tocadores, el visitante es introducido al patio interior, un lugar de fresco encanto y verdes borbollantes…”.
Helen J. Sanborn
Un invierno en Centro América y México, 1884.
La tierra de los ríos de leche y miel
Proyecto migratorio de la Guatemala Liberal
Rodrigo Fernández Ordóñez

El entonces presidente de la República, general José María Reina Barrios.
(Fotografía de Valdeavellano).
Las políticas de atracción a la migración cambiaron radicalmente con la llegada del régimen liberal, luego del triunfo de la revolución de 1871. El presidente Justo Rufino Barrios, firme creyente del beneficio que la presencia de extranjeros daría a la República, emitió la Ley de Inmigración mediante el Decreto Gubernativo 234, publicada el 27 de febrero de 1879[1], a la que se le hicieron modificaciones un año después. Posteriormente, el presidente José María Reina Barrios emitió una nueva Ley de Inmigración, mediante el Decreto Gubernativo 520, publicado el 25 de enero de 1896[2].
Dicha ley establecía en su artículo 1: “Se reputará como inmigrado, para los efectos de este decreto, a todo extranjero que tenga profesión, bien sea jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor que, abandonando su domicilio para establecerse en Guatemala, acepte el pasaje que le proporcione el Gobierno o las empresas particulares, desde el puerto de su embarque en el exterior hasta su embarque en el país”. Y en su artículo 4 disponía: “Se reputará también como inmigrado a todo extranjero que, sin aceptar el pasaje a que se refiere el artículo anterior, manifieste voluntariamente antes de embarcarse, ante el Cónsul de Guatemala, ser su voluntad acogerse a los beneficios que concede este decreto y cumplir las obligaciones que impone”.
-I-
La ideología
Dentro de esta corriente amistosa para el extranjero, del que se presumía aportaría en beneficio del país, cultura, tecnología y ejemplo de trabajo, en el año de 1895 se publicó un interesante libro, titulado Guía del inmigrante en la República de Guatemala, firmado por el señor J. Méndez, quien dedica el volumen al presidente Reina Barrios, y quien en su introducción nos ofrece un interesante muestrario de las ideas del momento. Expresa el señor Méndez (se respeta la ortografía original):
“…La situación del país ha cambiado radicalmente. Hace cincuenta años, casi no había caminos: hoy los tenemos, poseemos ferrocarriles, telégrafos y cable submarino, y varias líneas de vapores nos comunican con todo el mundo. Hace cincuenta años, efímeras leyes progresivas habían sido sustituidas por instituciones propias de la Edad Media: hoy nuestra legislación nos asimilan a los pueblos más cultos. Preséntase, pues, el verdadero momento histórico: la paz nos sonríe; el orden consolida los adelantos implantados desde 1871; una actividad fecunda absorbe los brazos disponibles: es la oportunidad de que una inmigración honrada y laboriosa, expontánea y asimilable, venga a compartir con los regnícolas, tantos recursos y tantas ventajas, a cambio de ampliar nuestras empresas, iniciar otras nuevas y propender con las energías existentes al mayor progreso de Guatemala…”[3]
Esta nueva política de incentivo a la inmigración arrojó resultados positivos, pues ya para el censo realizado en 1893 se reportó una importante colonia de extranjeros, conformada así: 1303 estadounidenses, 532 españoles, 453 italianos, 399 alemanes, 349 ingleses y 272 franceses, más otros grupos minoritarios.[4] Queda de manifiesto lo señalado por el historiador David J. McCreery, quien afirma que un elemento importante del ideario liberal era la admiración hacia lo extranjero (ya fuera europeo o norteamericano) y el sueño de imitar a las sociedades que se creía más desarrolladas. “Los gobernantes liberales evidenciaron no solamente la presuposición ideológica de la superioridad de las ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos”[5], apunta en su ensayo.
Con esta idea de los beneficios que aportarían los extranjeros, el gobierno liberal decidió institucionalizar la inmigración, asignándole al Estado una participación activa, para garantizar el éxito de las colonias de extranjeros que se establecieran en la república. Se involucró al Ministerio de Fomento en la planeación y ejecución de obras que encaminarían al progreso, entidad que priorizó la contratación de extranjeros sobre los nacionales, no sólo por cuestiones de capacidad y conocimiento tecnológico, sino también bajo la creencia que las virtudes de los extranjeros podrían transmitirse a los nacionales mediante el ejemplo. Esta posición ideológica, “…condicionaba a los gobernantes a considerar que las cosas ‘modernas’ como preferibles al equivalente local. El Ministerio de Fomento gastó miles de pesos empleando a expertos extranjeros para desarrollar nuevos productos o métodos de producción en la república. La mayoría resultaron incompetentes o abiertamente trataron explotar credulidad de los liberales…”[6]. El texto de la Guía de Inmigrantes se inserta en estos esfuerzos de abrir el país a los beneficios de la inmigración extranjera.
Sin embargo, el ánimo de recibir inmigrantes no era indiscriminado, pues resulta interesante resaltar que existía una fuerte discriminación en contra de los chinos, prejuicio que se trasladó a la Ley de Inmigración, en su artículo 2: “…No se contratarán como inmigrantes, ni serán aceptados como tales, los individuos del Celeste Imperio, ni los de cualquiera otro país que sean mayores de sesenta años, a menos que éstos sean el padre o la madre de una familia que venga con ello o que se encuentre ya establecida. Tampoco serán aceptados como inmigrados los presidiarios que por delitos comunes hubiesen sido condenados en sus respectivos países, y los que no ofrezcan las condiciones de buena salud y moralidad requeridas.”
-II-
Fragmentos de la Guía del Inmigrante
Como la guía no es un documento que pueda obtenerse fácilmente, hemos entresacado párrafos que ilustran la ideología liberal con respecto a los esfuerzos de la inmigración, combinándolos, como hemos hecho en otras ocasiones, con grabados y fotografías de la época, para hacer la lectura más placentera y hacer un breve viaje al pasado, a esa Guatemala que creía nacía al futuro y al progreso.

Cosechadoras de café, finca Las Nubes.
(Fotografía de Muybridge, 1875).
“…El café y la caña de azúcar se producen en la mayor parte de la República; pero estas plantaciones dan mejor resultado en regiones que tengan una altura de 1,200 a 5,000 pies. En la Exposición Universal de París, en 1889, obtuvo el café guatemalteco el primer lugar entre los que se producen en el mundo…” (Página 16).

“Movimiento marítimo. Los puertos del Pacífico son visitados constantemente por los vapores de tres grandes compañías: la Pacific Mail que hace el servicio entre Panamá y San Francisco de California; y las líneas alemanas Kosmos y Kirsten, que lo hacen directamente con Europa, vía Estrecho de Magallanes. Las tres empresas tienen subvención del Gobierno. Además vienen vapores de otras compañías. El servicio de los puertos del Atlántico, lo hacen otras tres líneas de vapores, que los ponen en comunicación directa con Nueva Orleans, Nueva York y Londres. Entre Lívingston, Belice y la costa Norte de Honduras, hay varios buques de vela dedicados al tráfico…” (Página 43).

“…Compañías de Vapores. El viajero de Europa puede llegar a Guatemala por el Pacífico o por el Atlántico. Para el 1er. caso, dispone de las líneas directas, vía Estrecho de Magallanes, Kosmos y Hamburgo-Pacífico que llegan en 50 días; de las líneas directas entre Europa y Colón: Royal Mail, vía las Antillas, de Southampton: Compagnie Generale Transatlantique, de San Nazario; Compañía Hamburguesa-Americana; Compañía Transatlántica de Barcelona; Compañía de las Antillas y del Pacífico y línea Harrison, de Liverpool; y La Veloce, de Génova. El viaje vía Colón-Panamá dura 26 días. Además, por motivo de comodidad o placer, puede hacerse la travesía de Europa a Nueva York y de allí a Colón. También se puede efectuar el viaje por el ferrocarril de Nueva York a San Francisco.
Por el Atlántico, se puede venir en línea directa, o por medio de la vía Nueva York-Nueva Orleans. Por ambos medios se arriba a nuestras costas del Norte en 12 días, desde Europa.
Las llegadas a Colón se efectúan así: Royal Mail, los lunes cada dos semanas: Transatlántica francesa, de Marsella el 9, del Havre y Burdeos el 19 y de San Nazario el 29: Hamburguesa-Americana, de Hamburgo, El Havre etc. 4, 12 y 23: Compañía de las Antillas y del Pacífico y línea Harrison de Liverpool y puertos intermedios, cada catorce días; y de Liverpool y Burdeos cada dos semanas. Los vapores de la Pacific Mail llegan de Nueva York el 17 y 27; los de la línea Colombiana del Ferrocarril de Panamá, los mismo días. De Colón a Panamá, la travesía por ferrocarril dura cuatro horas.
Los vapores de la Pacific Mail tienen este itinerario. El que sale de Panamá el 9 llega a San José de Guatemala el 15, a Champerico el 16 y a Ocós el 17. El que zarpa el 19 llega a San José el 28 y a Champerico un día después. El que sale el 28 o el 29 arriba, respectivamente, el 4 y el 5.
El costero que sale el 10 llega a San José el 20 y a Champerico el 21; y el que sale el 30 llega, respectivamente, el 12 y 13, y a Ocós el 14.
De San Francisco zarpan los vapores Pacific Mail el 8, 18 y 28. El 1º llega a Ocós el 19, a Champerico el 21 y a San José el 24; el 2º llega a Champerico el 21 y a San José el 5; y el 3º está en Champerico el 10 y en San José el 15…” (Páginas 45 y 46).

Postal conmemorativa de la inauguración de la línea Puerto San José-ciudad de Guatemala, en 1883.
“…Ferrocarriles. Existen en explotación dos líneas férreas: la del Sur y la Occidental; y de la del Norte, muy en breve se abrirán al tráfico los dos primeros tramos.
La del Sur, llamada también ferrocarril Central, pone en comunicación el puerto de San José con la ciudad capital de la República. La longitud es de 74.5 millas (…) Esta línea es considerada como una de las mejores de América Latina, tanto por su buena construcción como por su material rodante, servicio exacto y hermosas estaciones, especialmente las de San José, Escuintla y Guatemala. El precio del pasaje de un extremo a otro de la línea, es: 1ª clase $6.00 y en 2ª $3.00. Por esta vía se hace el transporte de y para los departamentos del Sur, Centro y parte de Oriente. Pertenece a una compañía americana.

Fachada de la estación del ferrocarril de Escuintla. (Fotografía de Valdeavellano).
La línea de Occidente, llamada ferrocarril Occidental, tiene una longitud de 41 millas, entre el puerto de Champerico y San Felipe (…) Este ferrocarril transporta gran parte de la producción de café de aquella riquísima región, y las mercaderías extranjeras que se introducen para los departamentos occidentales. Pertenece a capitalistas del país, y se tiene el proyecto de continuarlo hasta Quetzaltenango.
Se encuentra en vísperas de concluirse el ramal del ferrocarril del Sur entre Escuintla y Patulul, el cual permitirá una rápida comunicación entre el Pacífico y aquella zona agrícola, en el departamento de Sololá, una de las más importantes.
Un ingeniero comisionado por el Gobierno, estudia el trazo de una línea férrea entre el puerto de Iztapa y la estación del Naranjo, ferrocarril Central. Esta vía facilitará más las comunicaciones del Pacífico.
Del lado de la costa del Atlántico, se ha iniciado una obra de trascendental importancia: el ferrocarril del Norte. Parte de Puerto Barrios, uno de los más bien abrigados y accesibles del globo, y se dirige hacia la capital. Están muy próximas a abrirse al servicio público las primeras 60 millas, hasta Los Amates, y se halla en construcción el tercer tramo, el cual incluye un gran puente de hierro sobre el río Motagua. También por el lado de la capital se construye esta línea, la cual, al unirse con la del Sur, proporcionará a Guatemala una vía interoceánica. Se construye con fondos del Estado, por medio de contratas.
Cuando el ferrocarril del Norte esté terminado, la capital de Guatemala quedará a cuatro días de los Estados Unidos y doce de Europa…” (Páginas 47 y 48).

Patio Interior de la estación del ferrocarril de Escuintla.
(Fotografías de Someliani).

Patio Interior de la estación del ferrocarril de Escuintla.
(Fotografías de Someliani).

Oficinas centrales de la Dirección General de Correos en ciudad de Guatemala, ocupando el antiguo edificio del Convento de San Francisco.
(Fotografía de Valdeavellano).
“…Correos. Guatemala ingresó en la Unión Postal Universal el 1 de agosto de 1881. El servicio del ramo es verdaderamente activo y se halla a la altura de las exigencias modernas. Hay en la República 149 oficinas postales, distribuidas en los centros de población y según su categoría. Puede decirse que no existe un solo lugar, por insignificante que sea, que no goce del beneficio de la comunicación postal. El presupuesto de correos para el año 1894-95 asciende a $167,952. El total de empleados es de 694.
La Dirección General del ramo se halla alojada en un cómodo y elegante edificio, en un punto céntrico de la capital, 6ª Avenida Sur (…) Horas de servicio público: de 6 a. m. a 6 p. m…” (Página 61).

Interior de las oficinas centrales de Telégrafos. En la pared del fondo se puede observar al centro el retrato de Alexander Graham Bell (con las banderas de Estados Unidos y Guatemala a cada lado) y a su derecha el retrato de Marconi (con la bandera del reino de Italia y la bandera de Guatemala a cada lado). (Fotografía sin autor).
“…Telégrafos. El 15 de marzo de 1873 se inauguró la primera línea telegráfica del país, entre la capital y San José. En la actualidad (1894) la extensión de las líneas es de 2,719 ¾ millas inglesas, de las cuales 727 ¾ han sido construidas durante la administración del General Reina Barrios. El número de oficinas es 132. El personal de empleados del ramo asciende a 447. La línea más extensa es la de Guatemala al Petén (279 1/8 millas); y le siguen en longitud la nueva línea doble de Guatemala a Zacapa (157 millas), la de Quetzaltenango a la frontera de México, vía Nentón (157 ¼ millas), la de Escuintla a Mazatenango (114 millas), la de Quetzaltenango a Ocós (118 ¼), etc, etc. De Guatemala a Quetzaltenango hay tres líneas diferentes: la antigua, la nueva y la del Duplex. Hay dos líneas para la frontera del Salvador (por Jalpatagua y por Jeréz); y dos para la de Honduras (por Esquipulas y por Jocotán). El servicio telegráfico es magnífico y corresponde a las exigencias del público (…) La Dirección General del ramo ocupa un elegante edificio, en la capital, 9ª avenida Sur, donde puede notarse el más exacto servicio y la mejor organización, aunque se proyectan todavía mayores progresos para la institución telegráfica, una de las que más honran al país…” (Página 64).
[1] Recopilación de Leyes de Guatemala, Tomo II, página 244.
[2] Recopilación de Leyes de Guatemala, Tomo XIV, página 219.
[3] Méndez, J. Guía del Inmigrante en la República de Guatemala. Tipografía Nacional, Guatemala: 1895. Página 6.
[4] Girón Solórzano, Carol L. Estudio Migratorio de Guatemala, en Estudio comparativo de la legislación y políticas migratorias en Centroamérica, México y República Dominicana. Página 252. (Puede leerse completo en: http://www.sinfronteras.org.mx/attachments/article/1292/GUATEMALA.pdf).
[5] McCreery, David J. La estructura del desarrollo en la Guatemala Liberal: café y clases sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, enero a diciembre de 1982. Página 219.
[6] McCreery. Op. Cit. Página 219.
Otra de exploradores. El viaje de George Alexander Thompson a Guatemala. I Parte
Interesante testigo de la república temprana
Rodrigo Fernández Ordóñez
“El goce de la vida parecía consistir más bien en la indolencia que en el esfuerzo, en la comodidad que en la pompa.” – G. A. Thompson
George Alexander Thompson, súbdito inglés, exsecretario de la Comisión Mexicana de Su Majestad Británica y Comisionado para informar al Gobierno británico sobre el estado de la República Central, sube al buque ‘Tartar’ en el Puerto de Acapulco. Luego de cinco días de navegación, llega al Puerto de Acajutla, puerta de entrada de la República Federal de Centroamérica, en donde desembarca el día 9 de mayo de 1825 a las 12 del día. Su relato, publicado con el título “Narración de una Visita Oficial a Guatemala viniendo de México en el año 1825”, y publicado en español por la Academia de Geografía e Historia en su revista Anales en el año de 1926, ofrece un esbozo fascinante de una república recién fundada que todavía no había caído en el remolino de la guerra civil y el caos. Su relato optimista, refleja las esperanzas que habían depositado en el país, tanto nacionales como extranjeros.

Escudo de la República Federal de Centro América.
-I-
No hay duda de que Thompson era un viajero curioso y que se había tomado muy en serio la misión que le fuera encomendada, sobre recabar la mayor cantidad de datos relativos a la recién fundada República Federal de Centro América. Apenas un año atrás, se había emitido la Constitución Federal, y tan solo tres años antes, se había proclamado la independencia de España. Ya se había tratado el esquema imperial trazado por Iturbide, y tras su desmoronamiento, se había hecho un pacto federal, dentro del cual, cinco Estados unían sus destinos. Thompson traza con mano elegante los rasgos del país que visita, y aunque no muy dado a las descripciones, podríamos decir que sí es en cambio, un maestro de las impresiones.
Es también un buen retratista, pues a lo largo de su viaje logra retratar a las personas con las que se va topando, dejando momentos interesantes, que reflejan sobre todo, la buena voluntad de las personas, en un mundo todavía no contaminado por la desconfianza. Un ejemplo:
“A las cuatro de la mañana del 7 el gran volcán de Guatemala estaba a la vista; en aquel momento nos encontrábamos a diez y ocho leguas de tierra. La costa no está muy correctamente trazada en los mapas; al menos había una diferencia entre éstos y la estima del barco en este corto viaje de setenta millas. Conseguí con Mr. James, un guardia marina, copia de un mapa mejorado que él había hecho de la costa desde Acapulco hasta Sonsonate…”
Desembarcan en el puerto de Acajutla, que el viajero aclara que más que un puerto es una rada abierta. Allí permanece hasta que su equipaje es desembarcado, y luego toma camino hacia la cercana población de Sonsonate, por un “camino carretero que va desde el Puerto hasta la ciudad, la mayor parte sobre un verde y bonito césped y por avenidas cortadas en un espeso bosque que durante el verano tiene tanta sombra que con dificultad se distingue el camino…” A su llegada a la ciudad se presenta con unas cartas de recomendación para la familia Rascón, y nos ofrece un detalle interesante para ir reconstruyendo la vida en esos años. Comenta que las cartas de recomendación de los viajeros eran sumamente apreciadas, pues abrían puertas en lugares en los que no era común la llegada de extranjeros. Apunta con delicioso detalle Thompson:
“Esas cartas no son una pura fórmula de cortesía como a menudo se les considera en Europa; se parecen más a una letra de cambio girada contra la persona a quien van dirigidas, no exactamente por tal o cual suma de dinero sino por su equivalencia, sobre todo en casa, comida y todo agasajo razonable.”
Este detalle es importante, dado que ya hemos comentado en algún texto anterior que en Guatemala por ejemplo, no había hoteles en esos años, y los hospedajes que había, llamados mesones, eran más bien alojamientos rústicos para los arrieros de los trenes de mulas, por lo que las cartas de recomendación abrían las puertas de casas de buenas familias en donde hospedarse cómodamente.
Thompson es bien recibido en Sonsonate. Incluso con un dejo de asombro comenta que lo fue a visitar para presentarse el Comandante de la ciudad, un señor de apellido Padilla, este le comenta que el Gobierno del Estado le había dado aviso de su llegada y recomendado atenderlo lo mejor posible. Mucha importancia le dieron, pues comenta también la visita de dos diputados del Estado, originarios de la ciudad, e incluso que uno de ellos, el señor Manuel Rodríguez, había prestado servicios como Embajador en los Estados Unidos. Entra en contacto para su misión de recabar datos para su majestad, con el Interventor de Aduana, señor Dionisio Mencía y con el Jefe Político, Felipe de Vega. Pareciera que el señor Thompson es recibido como una visita de Estado, dados todos los personajes locales de importancia que acuden a saludarlo. Recordemos que para esa fecha, la República Federal de Centro América buscaba apoyo y reconocimiento en el exterior, y que el informe que de la nación preparara Thompson podría tomarse la decisión de reconocerla o no en la gran potencia europea.

Embarque de pasajeros y café en el puerto de Acajutla. Aunque la imagen es de 1907, casi un siglo posterior al relato de Thompson, (un imperdonable anacronismo), las condiciones apenas habían cambiado en dicho puerto, al que se le había construido un largo muelle de hierro para el embarque de mercancías y personas sobre la rada abierta. (Fuente: http://historiayfotosdeelsalvador.blogspot.com)
Como se dijo antes, Thompson no es un buen paisajista. La descripción de la ciudad que tan amablemente lo ha recibido y que un lustro después sería la capital federal por un breve período, apenas le merece unas pocas líneas: “La ciudad de Sonsonate es grande y está diseminada; pero tiene muchas casas buenas, todas construidas en el estilo español usual. Son de un solo piso con tres o cuatro cuerpos en cuadro y un patio en el centro”, nada más, y un comentario más cercano a la misión que tiene encomendada: “Las familias más respetables no creen rebajarse ejerciendo el comercio. Como no hay Bancos ni se da dinero a rédito, ésta es la única manera que tienen de emplear sus capitales”, en lo que parece una invitación a importar el sistema financiero que ya era sofisticado en la gran Londres. Toma nota de que en la ciudad viven cuatro ciudadanos británicos y que “habían estado en el Perú, en Chile y otras partes del Continente. Hacían el comercio de cabotaje y exportaban a Inglaterra cochinilla, cueros y añil y otros artículos peculiares del lugar”, sin sorpresa, estos paisanos suyos son fuente de valiosa información, tanto económica como política, que llena no pocas páginas de su paso por el estado.

Paisaje rural de Sonsonate a finales del siglo XIX, en las cercanías de Armenia. Con toda seguridad no habrá variado mucho desde el año en que Thompson pasó por sus caminos rumbo a la capital de la federación.
Tras unos días en la ciudad parte para la capital de la república, ciudad de Guatemala, siguiendo un camino no muy diferente al que conecta la ciudad con el puesto fronterizo de Las Chinamas-Valle Nuevo. De su trayecto da cuenta de detalles interesantes, como el de las “armas de agua”, que habrán sido algo así como las chaparreras de cuero que aún se utilizan en ciertos espectáculos como los rodeos:
“Se me había roto uno de los estribos de la silla y yo quería que me les pusiesen una bolsa más a mis armas de agua. Consisten éstas en pieles de venado o de cualquier otro animal que se suspenden del pomo de la silla, a cada lado del caballo; y cuelgan hasta más debajo de las rodillas de la bestia, y como están sueltas y extendidas se ponen sobre los muslos del jinete, atándolas por detrás de la cintura, de manera que la parte inferior del cuerpo queda enteramente resguardada de la lluvia. Cuando se hace una parada en cualquier sitio para descansar o comer, las quitan del pomo de la silla y extendiéndolas en el suelo forman un lecho cómodo; las bolsas que tienen por dentro (la parte exterior conserva el pelo), sirven para llevar un frasco de licor, una caja de emparedados o cualquier otra cosa que se juzgue necesaria o conveniente.”
El camino cruza por Ahuachapán, pasando por el entonces caserío de Oratorio, en donde se detienen a comer, a la sombra de una pequeña barrera que parecía de portazgo, tortillas de maíz y tomates, que es casi lo único que consiguen en ese lugar. Siguiendo el camino, bajan al valle en donde corre el río Los Esclavos, a seis leguas de distancia, a donde llegan a las cinco de la tarde, “…pasando por un hermoso puente de cinco arcos puesto sobre un río que más parece una espumante catarata…” La aldea no le merece buenos comentarios, pareciéndole un lugar miserable, malsano, poblado de pobres agricultores, pero al salir del valle encuentra un camino bien hecho que le causa tan buena impresión que lo compara con los mejores de su país. Es el camino que lleva a la población de Cuajiniquilapa, hoy Cuilapa, Santa Rosa.
Thompson también se fija en las costumbres muy especiales del país. Así describe a un bullicioso grupo de viajeros con los que se encuentra en un punto del camino, los cuales viajan hasta dos en una misma bestia. El espectáculo le merece un minucioso recuento:
“Cuando van montadas dos personas en la misma mula, el caballero cabalga en las ancas en una silla de forma adecuada que tiene en la parte delantera una superficie plana y cuadrangular, en la cual se sienta su bella compañera con las piernas colgando de ambos lados de la bestia, o más bien sobre los cuartos delanteros de ésta. En este caso la dama no tiene grada ni estribos para descansar los pies; pero generalmente se sienta con las piernas cruzadas, confiando el mantenimiento de su equilibrio a los buenos oficios del caballero, quien, como es natural, le rodea el talle con el brazo izquierdo llevando la rienda en la mano derecha, que es la contraria, como lo saben todos mis lectores; pero teniendo la otra ocupada no puede valerse ni siquiera encender un cigarro; de modo que esta obligación corresponde –no es necesario decirlo- a su compañera.”
De su paso por Cuajiniquilapa nos deja otro detalle interesante (además de la esperpéntica escritura que del nombre del lugar apunta en su libro), que a la distancia nos parece pintoresco:
“…al llegar a Juaquiniquiniquilapa tomamos posesión de una casa grande y deshabitada en un costado de la plaza. Tenía al frente una ancha galería del mismo largo y de la mitad del ancho, que podía ser de unos quince pies. Era una especie de casa consistorial y servía de albergue a los viajeros…”
Es una constancia de la rústica infraestructura que existía para proveer a los viajeros que se aventuraban por los caminos de la república. Obligatoriamente comerciantes que iban de un punto a otro negociando mercancías, y transportistas que en trenes de mulas movían los productos entre plazas. Ese tipo de construcciones habrán sido las herederas de los paradores españoles o caravasares árabes, que aunque no ofrecían otros servicios como sus antepasados, al menos proveían un patio para las bestias y un techo para cubrirse de los elementos. Thompson encuentra una agradable viga de la cual colgar su hamaca y un rincón en donde instalar su cama.
De Cuilapa parten ya en la última jornada de viaje hasta la ciudad, entrando por Fraijanes por donde pasan a las cuatro de la tarde y que le impresiona bien porque el clima suave del lugar le recuerda el de “Inglaterra en un claro día de principios de junio”. El paisaje que le ofrece la ruta de entrada a la ciudad le permite extenderse en una descripción poco común, que tiene rasgos de paisaje bucólico, de nostalgia del hogar, porque apunta, (casi se puede sentir el suspiro suave que da antes de escribirlo) y esto merece una cita extensa:
“El camino subía unas veces y bajaba otras; el césped verde y tierno parecía brotar debajo de nuestros pies a medida que avanzábamos. Al frente estaba la ciudad con sus cúpulas y campanarios que brillaban al sol. Parecía más grande de lo que realmente es, por el esparcimiento de la sombra entre los follajes de los hermosos árboles que por todas partes la cortaban y rodeaban. A la derecha había arboledas llenas de sombra, laderas cultivadas y colinas que se alzaban por decirlo así, la base de la faja de color gris pálido que marcaba los lejanos perfiles de los Andes. A mano izquierda el país se extendía en una serie de altiplanicies y valles, formados por atrevidas ondulaciones, terminando en las tres montañas cubiertas de follajes hasta la cúspide, que parecían guerreros gigantes, erguidos sobre la multitud de pigmeos que los rodeaban. La vista era tan bella y tan interesante que me quedé atrás y me detuve para contemplarla solo, y a mis anchas.”
¡Qué familiar es el tono de alegría que impregna este párrafo! Es la felicidad del viajero curioso que tras un largo periplo, está por llegar a su destino, al que entrevé en la distancia y del que se empieza a deleitar más con la imaginación que los sentidos. Cuántos viajeros, desde Heródoto, han sido poseídos por esta suave alegría…
Al llegar a la ciudad, como ya hemos adelantado, se tiene que establecer en la casa de una familia. Thompson nos comenta que había pensado tomar una casa para él solo, para mayor comodidad, pero viendo que solo había ofertas de alquiler por tiempo fijo, y que era necesario hacer el bendito depósito que aún sigue torturando la relación arrendante-arrendatario, por 6,000 pesos reembolsables, desiste de la idea. “No había en la ciudad ni una hostería ni un mesón”, afirma al final del capítulo en el que narra su entrada a la ciudad, casi con desconsuelo. Ya instalado en la ciudad, el viajero está listo para poner manos a la obra en la misión encomendada, que consistía en hacer “una investigación sobre el estado de su gobierno político y el carácter del pueblo; sus recursos financieros, militares, comerciales y territoriales; el número de habitantes, el de sus poblaciones y la riqueza de éstas; sus principales medios de comunicación internos y externos”, debiendo Thompson a su regreso rendir un informe “sobre los puntos y los demás acerca de los cuales me fuera posible obtener datos relativos a Guatemala y que tuviesen interés para el Gobierno de Su Majestad…”

Perspectiva de la ciudad de Guatemala ejecutada por el pintor y fotógrafo Agusto de Succa en 1875, vista desde la altura de San Gaspar (aproximadamente donde se levanta el Colegio Don Bosco). Aunque no es la perspectiva correcta, una imagen muy parecida debió tener Thompson a medida que se acercaba a ciudad de Guatemala.
Unos versos dignos de un pueblo culto. (Primera Parte)
La historia del Himno Nacional de Guatemala
Rodrigo Fernández Ordóñez
-I-
El actual himno nacional se lo debemos a las inquietudes nacionalistas y progresistas del presidente José María Reina Barrios, injustamente marginado en la historia nacional. Como parte de los preparativos de la Feria Centroamericana, concebida como la plataforma para lanzar al país al escenario internacional, el entonces presidente convoca en 1896 a un concurso con la intención de “…dotar al país, de un Himno que por su letra y su música responda a los elevados fines que en todo pueblo culto presta esa clase de composiciones…” Del concurso resulta ganador un texto firmado ANÓNIMO. De otro concurso para ponerle música, triunfa la solemne partitura presentada por el compositor Rafael Álvarez Ovalle, logrando una hermosa armonía de poesía y música. La letra, fue sometida a cambios en 1934, a instancias de Jorge Ubico, por el profesor José María Bonilla Ruano.

Fuente: Gutenberg.org.
-I-
El contexto.
La Exposición Centroamericana.[1]
La Feria Centroamericana constituyó un gran esfuerzo de inversión pública por lanzar a Guatemala como una república que se ofrecía al resto del mundo como líder de la región centroamericana. Pretendía ser, en un principio, un escaparate en el que se presentara al público todos aquellos productos que se fabricaban en América Central, sin embargo, al poco tiempo se cambió el objetivo, ampliándolo a la exposición de productos extranjeros también, tomando en cuenta la atrasada situación en que se encontraban las industrias nacionales de la región. Pero en esencia, la Exposición Centroamericana no era sino el intento de Guatemala de presentarse como una nación joven, sumergida en las ideas de progreso vigentes en su época y con capacidad suficiente para montar una exposición como las que se hacían en el resto del mundo civilizado. Pensemos en las Ferias Universales que se celebraban en Europa. Para la Exposición Universal de 1889, celebrada en la ciudad de París, para dar un ejemplo, y en la que Guatemala participó, (montando un pabellón en el que se daba a probar a los visitantes el excelente café que se producía en el país), Francia ordenó la construcción de la Torre Eiffel, prodigio de la técnica de construcción en hierro de la época.
La realización Exposición Centroamericana fue aprobada por la Asamblea Nacional, mediante el decreto 253, de fecha 8 de marzo de 1894. Según relata Christian Kroll-Bryce, en el primer número del Boletín de la Exposición Centroamericana, salido de prensa el 1 de febrero de 1896, “…el gobierno de Reina Barrios sostenía que debido a la ‘benéfica tranquilidad que el país ha logrado, el Gobierno ha creído que es llegada la hora para que Guatemala exhiba los adelantos de su agricultura y las obras hijas de la inteligencia y de la imaginación de nuestros compatriotas’ en una exposición que será “una fiesta de paz en que Guatemala hará sus mejores triunfos…”[2]
Según el citado artículo de Kroll-Bryce, los objetivos de la Exposición fueron definidos en el Reglamento de la Exposición Centroamericana, publicado en el diario El Guatemalteco, el 18 de febrero de 1896:
“…Reunir diversos objetos para comprarlos; aprender lo que ignoramos; mejorar lo que sabemos; comunicar a otros lo que producimos; despertar el estímulo en pro del trabajo humano; borrar las mezquindades; estrechar los lazos de fraternidad universal y exhibir a Guatemala dignamente, invitando a los pueblos centroamericanos, para una fiesta de civilización y cultura; tales son, entre otros, los provechosos resultados que en general podrá ofrecer la Exposición”
Lo que constituye toda una declaración de principios y aspiraciones de un presidente que deseaba interesar al mundo de lo que pasaba en Guatemala y de su potencial. En alguna otra cápsula vimos que los gobiernos liberales guatemaltecos, sabedores de las limitaciones de mano de obra especializada de las que adolecía el país habían enfocado sus esfuerzos en establecer una amplia industria agrícola cuya mayor ventaja sería el ferrocarril, que conectaría a las fincas o ciertos centros importantes de población cercanos a las fincas, directamente con los puertos en ambos océanos. Ese al menos, era el objetivo de Justo Rufino Barrios y de su sobrino, José María.
Esa idea de promoción en tierras “civilizadas”, como se entendía que era la Europa previa a las guerras mundiales, encuentra su sostén en otro fragmento del Reglamento que Kroll-Bryce tuvo a bien transcribir en su bien documentado artículo:
“Si el certamen excita la curiosidad del extranjero, generaliza el conocimiento de cuanto forma el conjunto armonioso del trabajo guatemalteco, demuestra que al amparo de la paz y seguridad el migrante honrado encontrará una segunda patria, y propaga por el mundo culto, las benéficas condiciones de la naturaleza centro-americana; naturalmente, decimos, el Certamen contribuye directamente a que al terminar el Ferrocarril Interoceánico, éste dé desde luego los óptimos frutos que está llamado a proporcionar…”

Pabellón de Guatemala en la Exposición Universal de París, 1889.
(Fuente: skyscrapercity, foro de la ciudad de Guatemala).
El primer evento de este tipo se llevó a cabo en 1851, en la ciudad de Londres, y se le llamó “La Gran Exhibición de Trabajos e Industria de Todas las Naciones”, para la que el jardinero Joseph Paxton,[3] inspirándose en un invernadero, diseñó el llamado Palacio de Cristal, la primera construcción a gran escala de hierro y vidrio, que se usaría de forma extensa, principalmente para las estaciones de ferrocarril del mundo entero.
Así que la Exposición Centroamericana tampoco era en sentido estricto una idea, digamos, original, pero sí muy contemporánea y sobre todo, cosmopolita. En Guatemala obligatoriamente se habían leído las crónicas que describían, para dar otro ejemplo, a la famosa Feria Mundial de 1893, llevada a cabo en Chicago, con motivo de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América[4], en la cual, Guatemala había participado con dos pabellones. [5] Inaugurada en el verano de ese año como la World´s Columbian Exposition, por las características de su arquitectura fue llamada casi inmediatamente la “Ciudad blanca”. La Exposición fue desplegada en los terrenos del Jackson Park, y le fueron asignadas 512 hectáreas frente al Lago Michigan. Según recuentos de la época, los números de visitantes eran muy altos. Se menciona que variaban de 80,000 a 100,000 los visitantes que a diario se paseaban por los pabellones y salones de exposición.[6] Titus Marion Karlowicz, explica: “En un sentido limitado era una ciudad: una que observaba un toque de queda por las noches y que abría sus puertas durante el día. Era una ciudad artificial que no tenía una función vital genuina, y esta artificialidad estaba íntimamente ligada a su temporalidad.”[7] Una temporalidad que se reveló fugaz, un incendio consumió el campo de la feria, semanas después de terminado el verano de 1893.
Y es que estas ferias tenían una característica importante: se invertían grandes cantidades de dinero para construir edificios que contuvieran los productos a exponer, pero no eran pensadas como edificaciones permanentes, al menos no al inmediato plazo. Por esa razón, muchas edificaciones debían ser montables y desmontables en un breve período. Tal es el caso de la famosa Torre Eiffel, la cual debía ser desmontada luego de que terminara la Feria de 1889, porque no cumplía un rol específico. Es más, a dicha torre hubo que buscarle una función útil, y por eso se instalaron en ella antenas de telégrafo y una estación meteorológica. Había sido concebida exclusivamente con una función: ser un monumento decorativo que llamara la atención de los visitantes. Lo mismo sucedió con el Palacio del Trocadero, del otro lado del río Sena. La gran construcción con sus explanadas sobre el banco del río, fue pensada inicialmente para contener salones específicos para la Exposición de París de 1867, pero no le fue planteado un fin posterior, e imagino que fue a raíz del monto de las inversiones que se optó por preservarlo.
Así que alrededor del mundo se llevaban a cabo eventos similares, y Guatemala consideraba que debía tener el propio, pues se asumía que se podrían obtener muchos beneficios. Para ilustrar las ambiciones de Reinita, que lo llevaron a embarcarse en una empresa de este tipo, encontramos en un número del diario The Washington Post[8], una nota a propósito de la Feria de 1893, que describe claramente las expectativas que levantaban este tipo de eventos: “Existe también una forma comercial de estimular los beneficios de una exposición de este tipo. Muchos miles de personas se sentirán atraídas a venir a los Estados Unidos para ver la exposición. Estas personas dejarán grandes sumas de dinero en el país, y esto estimulará el comercio y hará a esta nación, más rica…” Así que, con esto en mente, el régimen de Reina Barrios decidió no escatimar en gastos ni en publicidad. En un breve artículo del diario estadounidense The Washington Post, encontramos un ejemplo de ello:
“El Ministro de Guatemala, Lazo Arriaga, quien recientemente ha regresado de este país, declaró que la Exposición Centroamericana, a llevarse a cabo en la ciudad de Guatemala a partir del día 15 del próximo mes de marzo, promete ser un gran evento. Hermosas y masivas estructuras modeladas a semejanza de las vistas en la Exposición de Marsella, estarán listas en diciembre. Los Estados Unidos han sido invitados a la exposición, y los organizadores guatemaltecos esperan que industriales americanos, aprovechen la oportunidad de presentar sus productos ante los ojos de los centroamericanos.”[9]
Las estructuras metálicas para sostener los pabellones de la exposición, informa el diario The New York Times, arribaron al Puerto de San José a mediados del mes de junio de 1896, a bordo del vapor Beechly, habiendo partido del puerto francés de Bourdeaux. A bordo del mismo buque llegaron los mecánicos y el ingeniero encargados del montaje de los pabellones, los que serán montados “…en Ciudad Vieja en donde tendrá lugar la exposición, en las cercanías del Boulevard 30 de junio…”[10]

Imagen. Facha del Pabellón principal de la Exposición Centroamericana, el día de su inauguración.
(Fuente: pacayablogspot.com, original de El Progreso Nacional).
Asimismo, en otra nota del diario The New York Times[11], se informa a sus lectores que el Cónsul General de Guatemala en esta ciudad, Doctor Joaquín Yela, quien ha sido autorizado por el gobierno guatemalteco para informar a los interesados que la Exposición Centroamericana está lista para ser inaugurada el 15 de marzo de 1897, extendiendo una cordial invitación a varios productores de manufacturas, objetos industriales, maquinaria y obras de arte a exponer en dicha feria. El artículo, aunque apenas ocupa el espacio de una columna, contiene información fascinante que no he logrado encontrar en ninguna otra parte. En ella se comenta, por ejemplo, que para el día de la publicación, ya se habían presentado en el consulado solicitudes de información de “varias conocidas firmas de manufacturas”, de Nueva York, Pennsylvania y Ohio.
El citado artículo, con obvias intenciones de propaganda, abunda en información provista por el Doctor Yela, en la que se hace saber a quienes estén interesados, que aquellos productos desconocidos o poco conocidos en la república que sean expuestos durante la Feria, y que resulten de gran utilidad para Guatemala, podrán ser importados al país dentro de un año de terminada la exposición, libres de cargo para el primer embarque, siempre que dicha importación no sea menor de los cien dólares, ni exceda de los cinco mil. Informa adicionalmente, que las compañías de ferrocarril que operan en el país, “han anunciado con gran placer”, que proyectan tarifas reducidas para transporte de carga y pasajeros que tengan como destino visitar la Exposición Centroamericana.
Por último, y para no aburrir al lector dándole lata con la importancia de este evento para entender a la Guatemala que dejó abruptamente Reina Barrios, el artículo anuncia las ramas que abarca la exposición:
“…Ciencia y literatura, educación y lectura de las artes de todas las descripciones, mecánica y construcción, agricultura, horticultura, arboricultura y técnicas especiales de cultivo, fauna y flora, ornamental y de toda clase de industrias, productos naturales, transporte, minería e inmigración. Las exhibiciones que se consideren dignas de mérito por el comité a cargo y consideradas de merecer premios, se les otorgarán los siguientes reconocimientos: Seis premios de $5,000, seis de $1,000, diez de $500, veinte de $200 y cincuenta de $100. Adicionalmente, se concederán medallas de oro, plata y bronce y diplomas que certifiquen las categorías de primera clase. También se harán menciones honoríficas. Aquellos objetos que reciban premios, podrán ser vendidos en Guatemala sin cargo de impuestos ni aranceles de ningún tipo, mientras que los objetos que no sean premiados, serán considerados como bienes en tránsito por el país y deberán ser embarcados al final del evento, o bien, ser vendidos sujetos a los impuestos que apliquen para el tipo de mercadería de que se trate.”

Imagen. Vista general del corredor central del edificio principal de la exposición.
(Fuente: pacayablospot.com, original de El Progreso Nacional)
Gracias a Kroll-Bryce, quien tuvo a la vista los boletines oficiales de la Exposición Centroamericana, sabemos que en el número 23, de fecha 1 de enero de 1897, se publicó bajo el título de “Edificios”, la composición del campo de la feria, el cual consistía en 17 edificios para albergar las exposiciones invitadas y un salón principal con 95 metros de largo y 45 metros de ancho en el que se instalarían las exposiciones nacionales de los países centroamericanos y la de California. Se construyeron edificios menores, para restaurantes y oficinas administrativas.
-II-
La cuestión del himno.
El presidente Reina Barrios había pensado en todo. O al menos sus colaboradores lo habían hecho. Y se había planteado entonces, la necesidad de contar con un himno nacional digno de la categoría del evento en el que debía ser cantado. Para ese entonces, Guatemala no contaba con el solemne himno que escuchamos al final de las transmisiones de radio o televisión en horas de la madrugada, sino que contaba con unos versos cívicos que no llenaban las expectativas de nuestro ambicioso presidente de aquella época.
Se había previsto entonces que, para la ceremonia de inauguración de la Exposición Centroamericana, se estrenara un nuevo himno nacional, digno no solo de la circunstancia sino digno del pueblo que empezaba su camino hacia el futuro, según las ideas liberales de la época. Se cantaba en aquella época, los versos de un “Himno Popular”, cuyo autor era Ramón Pereira Molina, secretario de la Jefatura Política del departamento de Guatemala, y que decía así:
Guatemala, en tu limpia bandera
Libertad te formó un arrebol;
Libertad es tu gloria hechicera
Y de América libre es tu sol.
Bella patria, tu nombre cantemos
Con ardiente sublime ansiedad
Hoy que luce en tu frente la aurora
De la hermosa, feliz libertad.
Democracia, civismo es tu lema,
La igualdad es tu ley, tu razón;
No más sombras no más retrocesos.
Viva patria, el derecho y la unión.
CORO
Guatemala, en tu limpia bandera
Libertad te formó un arrebol;
Libertad es tu gloria hechicera
Y de América libre es tu sol.
Bajo la égida libre y fecunda
De progreso, de paz, de igualdad
Guatemala que se unan tus hijos
En abrazos de eterna amistad.
La más pura y feliz democracia
Que corone tu olímpica sien;
Y al amor de tus hijas divinas,
Sé de América libre el Edén.
CORO
Guatemala, en tu limpia bandera
Libertad te formó un arrebol;
Libertad es tu gloria hechicera
Y de América libre es tu sol.
Con tu aliento gentil de espartana
Llegaras en el mundo a lucir,
Porque marchas buscando el progreso
Y en tu idea se ve el porvenir.
De los libres recibe el saludo
Su entusiasta sincera ovación;
Y recibes las preces del alma,
Los efectos del fiel corazón.
El problema contemporáneo que nos presentan los versos de don Ramón, es que comparado con las contundentes frases del nuevo himno, este parece apenas un infantil ensayo. Pero el efecto habrá mejorado cuando el natural de San Juan Comalapa, Rafael Álvarez Ovalle, con apenas 29 años, ganó el concurso para ponerle música, en un concurso de 1887 convocado por el jefe político del departamento de Guatemala. Como dato curioso, informa el investigador Celso Lara, don Rafael, como no tenía piano en su casa, compuso la hermosa música en guitarra.[12] Los jueces que afortunadamente escogieron la partitura de Álvarez Ovalle fueron Lorenzo Morales, Leopoldo Cantinela y Axel Holm. Afortunadamente digo, porque ahorrándose el esfuerzo, la misma partitura fue sometida por su autor para el concurso de ponerle música al nuevo himno, cuando en 1896, Reina Barrios convocó a un concurso para encontrar la música con que acompañar los nuevos versos, dignos de ser cantados en su magna obra: la Feria Centroamericana.

Rafael Álvarez Ovalle (sentado, primero a la izquierda). Le acompañan: Ramón González (1), Francisco Gutiérrez (2), Agustín Ruano (3), Rafael González (5) y Tránsito Molina (6). (Fuente: Prensa Libre, Revista D. No. 114, 10 de septiembre de 2006).
Para terminar esta puesta en escena, y quizá jugando un poco al vidente, es necesario apuntar que lastimosamente la Exposición Centroamericana resultó ser un rotundo fracaso. La gran entrada de público visitante de Europa y los Estados Unidos, el Ferrocarril del Norte, no pudo ser finalizado, por lo que falló la conexión del puerto Atlántico con la ciudad. Así, durante los cuatro meses en que estuvo abierta la Exposición, acudieron sólo 40,000 visitantes[13], una fracción tan solo de los que el presidente Reinita habría esperado. Además, los pabellones apenas fueron terminados ya inaugurada la feria, y el gobierno no logró vender los bonos emitidos a favor de la empresa de organización del evento, ascendiendo a un capital de un millón de dólares, situación que se agravó cuando, justo ese año de 1897, el país cayó en una aguda crisis económica, causada por la irrupción de Brasil en el mercado del café con una inmensa cosecha. Como ven, las grandes desgracias, nunca vienen solas. Pero al menos nos quedó un himno nacional majestuoso…
[1] No es mi intención abundar demasiado en este evento clave para entender la gestión presidencial de Reina Barrios, pero es importante al menos situar dichos hechos en su contexto. Actualmente, mi colega Rodolfo Sazo, está preparando un documento con sus hallazgos sobre este interesante tema, que esperamos publicar en estas cápsulas próximamente, que sí será en cambio, exhaustivo.
[2] Kroll-Bryce, Christian. Los 115 años del Canal Interoceánico y la Exposición Centroamericana. Entrada del 1 de diciembre de 2012. Pacayablogspot.com.
[3] Bryson, Bill. At Home. A Short History of Private Life. Doubleday, USA: 2010. Página 8.
[4] Para celebrar el mismo evento, en Guatemala, Reina Barrios convocó a un concurso para una escultura en honor del descubridor, que ganaría finalmente Tomás Mur, y que actualmente decora en toda su majestad una de las plazoletas de la Avenida de Las Américas.
[5] Karlowicz, Titus Marion. The Architecture of the World’s Columbian Exposition. Tesis doctoral. Northwestern University. Illinois, 1965. Página 333 y 335. (Traducción libre del autor). En su trabajo de tesis nos ofrece un dato interesante, perdido dentro del mar de las casi 500 páginas de su trabajo: Guatemala contrató los servicios de un arquitecto identificado como J. B. Mora para que construyera el Pabellón de Guatemala y el Pabellón del Café de Guatemala. El mismo arquitecto, del que no ofrece ningún otro dato adicional, construyó también los Pabellones de las repúblicas de Colombia y Venezuela.
[6] Stroik, Adrienne Lisbeth. The World’s Columbian Exposition of 1893: The Production of Fair Performers and Fairgoers. Tesis doctoral. University of California, Riverside. California: 2007. Página 1. (Traducción libre del autor).
[7] Karlowicz. Op. Cit. Página 15.
[8] S/A. The Great Exposition. The Washington Post. Junio 9, 1889. Página 4. (Traducción libre del autor).
[9] S/A. Central Americas’s Exposition. The Washington Post. Octubre 21, 1896, página 4. (Traducción libre del autor).
[10] S/A. From Sister Republics. A big budget of Central and South American News. The New York Times. Julio 26, 1896. Página 20.
[11] S/A. A Central American Fair. The New York Times. Septiembre 27, 1896. Página 17. (Traducción libre del autor).
[12] Del Aguila, Virginia. El Himno Nacional cumple cien años. Diario Siglo Veinituno, 15 de febrero de 1997.
[13] Kroll-Bryce, Christian. Op. Cit.