Charlie Sugar al poder (II)

La breve presidencia de Carlos Herrera

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Patio de la Cervecería Centroamericana, escenario de una de las primeras huelgas que aquejaron al gobierno de don Carlos Herrera.

Patio de la Cervecería Centroamericana, escenario de una de las primeras huelgas que aquejaron al gobierno de don Carlos Herrera.

 

-I-

La Presidencia Constitucional 

Mediante Decreto 754 del 20 de abril de 1920, se convocó a elecciones populares para presidente de la república, para celebrarse durante siete días, del 23 al 29 de agosto de ese año, evento para el cual el gobierno despachó 555,000 boletas de ciudadanía; 141 libros para anotar votos; 280 libros para inscripción de ciudadanos y 335 leyes y reglamentos de elecciones. Resultó electo don Carlos Herrera con un total de 240,000 votos, en segundo lugar José León Castillo con 7,000 y en tercer lugar Francisco Fuentes, con 5,600 votos.

El 13 de septiembre de 1920, la Asamblea Nacional Legislativa proclamó a don Carlos Herrera presidente constitucional de la república, para un período de seis años que terminaría en 1927, comenzando el 15 de marzo de 1921. Como primer designado a la Presidencia fue electo el diputado José Ernesto Zelaya. Dice Del Valle: “…Hernández de León dice que la ceremonia de investidura de Don Carlos se llevó a cabo el miércoles 15 de septiembre, a las nueve de la mañana, bajo la suave lluvia de un día tristón, nebuloso y húmedo…”.

La presidencia de Herrera, tanto la provisional como la constitucional estuvieron asediadas por una aguda crisis económica, detonada por los terremotos de 1917-1918, la epidemia de escarlatina de 1919 y los hechos políticos de 1920, que llevaron a la cotización del peso frente al dólar de 32.30 por 1, en 1920, y que en diciembre de 1921 ya alcanzaba 41.50 por 1. Adicionalmente, el precio del café sufrió una fuerte caída en su cotización en el mercado internacional, llegando a los 8 dólares por quintal. El precio del azúcar también bajó, causando graves daños a la economía nacional.

No obstante los problemas económicos, el gobierno por medio de la Secretaría de Fomento, impulsó la mejora de la infraestructura en el interior del país. El 1 de febrero de 1921 se dio inicio a los trabajos de habilitación de la carretera para automóviles desde el límite del departamento de Quiché hasta Totonicapán. También se tomaron medidas para mejorar y reparar las líneas de telégrafo y teléfono en toda la república, esfuerzo considerable teniendo en cuenta que había 231 oficinas telegráficas y 1180 telefonistas y telegrafistas, mejorándose también sus salarios. Se reabrió el canal de Chiquimulilla, que estaba azolvado, vía que se consideraba de mucha importancia para el comercio y la comunicación entre el Puerto de San José y la frontera con El Salvador, para lo cual se contrató a Arturo Aparicio C, quien por la suma de $14,000 oro americano, se comprometió a poner esa vía en perfecto estado de navegación.

A principios de 1921 sonó la alarma por casos de fiebre amarilla en Puerto Barrios y en La Democracia, Escuintla, pero el gobierno tomó medidas inmediatas, lo que según el historiador Del Valle, “…había merecido la felicitación del doctor White, médico de la Institución Rockefeller”. Ese mismo año de 1921 se creó la cartera de Agricultura en el gabinete, como un intento de educar con procedimientos científicos y modernos a los agricultores en nuevos cultivos y mejorar los existentes, así como para explorar la diversificación de cultivos en el país. Se fundó la Dirección y Administración de Estadísticas Agrícolas y una Escuela Agrícola en la finca nacional La Aurora.

Para tecnificar al Ejército se contrató al Gobierno francés, que llevaría a cabo una misión militar para actualizar los conocimientos técnicos y prácticos en artillería e infantería de la institución; así como también a un instructor de aviación que planteó la fundación de una Escuela de Mecánica de Aviación el 12 de marzo de 1921, con dos aviadores franceses en su dirección.

El director general de Estadística, Diego Polanco, levantó el IV Censo General de Población, tras 28 años de no realizarse. Se determinó que la población, en agosto de 1921, alcanzaba los 2,004,900 en toda la república y que en la capital vivían 112,086 vecinos.

El 24 de junio de 1921, considerando que el estado de guerra entre Guatemala y el Imperio alemán había terminado, se acordó levantar la intervención de los bienes, derechos y acciones de personas naturales o jurídicas que se encontraban entonces bajo la administración de la Intendencia General de Gobierno.

Sin embargo, pese a los esfuerzos del gobierno de ir solucionando los problemas que aquejaban al país, el descontento dentro de las filas del Ejército continuó, estallando esporádicamente asonadas e intentonas en los distintos cuarteles de la República. Informa Del Valle: “…De poco sirvió el acuerdo de los secretarios de Estado. A finales de ese mes se produjo un levantamiento armado en Oriente. El Gobierno destacó un cuerpo de tropa al mando del comandante Marcelo Soto. El 5 de agosto de 1921 hubo un levantamiento en San Agustín Acasaguastlán (El Progreso), donde los alzados asesinaron al comandante local. Se enviaron tropas que capturaron a 130 personas, que llevaron a Zacapa para su indagatoria…”. Según apunta el biógrafo de Herrera, entre los papeles del expresidente se encontraron varias notas encontradas en la celda de Estrada Cabrera, en donde constaba que sus familiares le requerían al exdictador la entrega de US$5,000 para comprar a seis generales. No sabemos si don Manuel estuvo detrás de la inestabilidad política que asedió al gobierno de Herrera, pero es muy probable que al menos lo contactaran para asesorarse o lo buscaran para respaldar a algún grupo. El descontento del Ejército parece provenir de una fuerte desmovilización de efectivos, que redujo a la institución de 12,000 a 4,000 hombres, recorte que el presidente pensaba utilizar en adiestrar, reorganizar y mejorar los salarios de la tropa que quedó.

Adicionalmente, por razón de la crisis y de la inflación, estallaron huelgas que fueron complicándole la situación al gobierno desde el año anterior, porque el 24 de mayo de 1920 los ferrocarrileros paralizaron el servicio de trenes de la IRCA. A esta huelga le siguieron otras: en la Cervecería Centroamericana, continuaron los panaderos, los barberos, los telegrafistas de la ciudad capital y de Quetzaltenango, que llevaron a modificar ciertas condiciones laborales. La más importante fue la reducción de la jornada a 8 horas diarias.

Hermosa fotografía del Palacio del Centenario, levantado en el lugar en donde hoy se encuentra la Concha Acústica. La noche del 14 de septiembre de 1921 se realizó un baile de gala, al que asistieron casi 4,000 personas.

Hermosa fotografía del Palacio del Centenario, levantado en el lugar en donde hoy se encuentra la Concha Acústica. La noche del 14 de septiembre de 1921 se realizó un baile de gala, al que asistieron casi 4,000 personas.

Un importante evento coincidió con la presidencia de Herrera: el primer centenario de la independencia del Reino de Guatemala de España. Para realizar los festejos de la importante conmemoración, el gobierno levantó el Palacio del Centenario en la parte oriental de la Plaza de Armas, en donde originalmente se hallaba el antiguo palacio de los capitanes generales, derrumbado por los terremotos de 1917-1918. El nuevo palacio tenía espacio para albergar a 3,000 personas. Según descripción del Diario de Centro América, citado por Del Valle, el palacio “…era de admirar su arquitectura sencilla, sin los requiebros de ornamentaciones tan comunes. Un diario capitalino lo comparó con un jardín inglés, gracias a los trabajos que durante dos meses dispuso el Alcalde José Cordón Horjales. Tenía senderos enarenados que convergían al vestíbulo de mármol, con varios árboles trasplantados a este sitio, donde antes hubo escombros. Las palmeras traídas de la costa formaban abanicos. Muchas estatuas de mármol que se creían desaparecidas después de los terremotos, reaparecieron en el cercano jardín junto a surtidores con juegos de luces. En este palacio se aplicaron técnicas acústicas y fue diseñado para conciertos, teatro, bailes y ceremonias; constaba de tres ambientes, con anchos portones para salida de emergencias. El artista Iriarte pintó los murales…”.

 

Como parte de los festejos se inauguró, en la llamada plazuela Reina Barrios, la estatua ecuestre del ex presidente José María Reina Barrios en la Avenida de La Reforma, levantada sobre un pedestal realizado por Gerónimo J. Conde. La hija del militar, señora Concepción Reina Barrios de Gesser fue quien develó la estatua.

 

-II-

El golpe de Estado

Las conspiraciones en contra del gobierno de Herrera continuaron dentro de las filas del ejército, hasta crear un ambiente de zozobra política que se reflejó claramente en la Huelga de Dolores celebrada ese año. Los estudiantes universitarios escribieron una canción dedicada a estas amenazas constantes de cuartelazo, titulada Charles, con letra de José Luis Balcárcel:

“En una casa enfrente/ del cuartel general/ encerrado vive sugar/jefe constitucional// Cerradas las ventanas/ y sin poderlo ver,/ bayonetas a la entrada/ chafarotes por doquier.// Charles, te van a derrocar/ Charles, peligra tu poder/ Charles, que tu eres bueno/ pero hay perfidia en derredor.// Charles a un cachureco/ empleo concedió,/ y visto esto por los líderes,/ codicia despertó.// Charles, te van a derrocar/ Charles, peligra tu poder/ Charles, no seas tan bueno/ Charles te van a derrocar…!!”

En la noche del lunes 5 de diciembre de 1921, el presidente Herrera se reunió con su gabinete de 7 a 8 de la noche, y por la crecida tensión que imperaba en el ambiente, se decidieron declarar el estado de sitio para el día siguiente. En esa reunión, su secretario de la Guerra, general Rodolfo A. Mendoza informó al gabinete que tenía plena confianza en la jefatura de los cuarteles, y que había recorrido esa misma jornada las guarniciones, encontrándolas en absoluta tranquilidad y que todo estaba preparado en todo caso, para la defensa del Estado.

Esa misma noche, cerca de las 10, relata Hernán del Valle, llegaron a la Casa de Gobierno los líderes unionistas Emilio Escamilla y Luis Pedro Aguirre a comunicarle que el cuartel Guardia de Honor, que se encontraba a un costado del Palacio Centenerario, se había levantado en armas. Momentos después, los generales José María Orellana, Miguel Larrave y José María Lima, acompañados por el propio Ministro de la Guerra, general Mendoza, se presentaron al presidente Herrera para comunicarle que los tres primeros contaban con el respaldo de todos los cuarteles de la república y que evitar la anarquía dependía de la decisión de Herrera de renunciar. El Presidente, a sabiendas de que el golpe estaba fraguado por el Partido Liberal Federalista (antiguos miembros del cabrerismo), llamó a su Junta Directiva, que se presentó completa y habló por medio de don Adrián Recinos, quien expuso las motivaciones del alzamiento, argumentando que la disolución de la Asamblea Legislativa cabrerista había sido anómala y que en consecuencia, la nueva legislatura no era legítima, y que al haber ésta escogido a los miembros del Poder Judicial, éste también era ilegal. Tras escucharlos, Herrera redactó una escueta renuncia a la presidencia, murmurando con ofuscación: “Sé muy bien que en Guatemala todos mandan, menos yo”. Para ese momento, ya despuntaba la madrugada del día 6 de diciembre. Herrera también redactó una nota ordenando a las guarniciones fieles, entregar los cuarteles a los golpistas para evitar muertes innecesarias.

Transporte motorizado de tropa en un desfile en las calles de ciudad de Guatemala, década de 1920.

Transporte motorizado de tropa en un desfile en las calles de ciudad de Guatemala, década de 1920.

Las notas de varios testigos citados por Hernán del Valle, todos familiares de don Carlos Herrera, dan cuenta de la completa ineficiencia o completa colaboración con los golpistas de los servicios de inteligencia del Ejército, pues a las 11 de la noche de ese día 5, cuando la familia llegó a la Casa de Gobierno, “…los militares que la custodiaban lucían tranquilos y ajenos a lo que todo el mundo sabía: que pocas horas después se consumaría el golpe. Don Ernesto Rodríguez Benito dice que el Coronel Rogelio Flores, miembro del Estado Mayor Presidencial estaba tranquilo leyendo un periódico; dos choferes, de seguro militares, uno que manejaba el automóvil que utilizaba la señora Jesús Llerandi de Herrera, y otro, conversaban animadamente. En el zaguán de la casa dormían cuatro soldados…”.

Por los interesantes datos, traslado parte de las versiones citadas por don Hernán, sobre los sucesos del 5 de diciembre:

“…El cuartel de la Guardia de Honor se encontraba cerca de la casa de don Carlos, y cuando de ese cuerpo militar sacaron un cañón ‘Saint Chamond’ y se hizo obvio que había algo irregular, un soldado en la Casa Presidencial preparó su rifle, y otro, una ametralladora. Pero don Ricardo Paul les dijo que no dispararan, pues pensó que la Guardia de Honor, honrando su nombre, era leal al democrático Jefe de Estado.

Conviene puntualizar que dos miembros del Estado Mayor Presidencial, el Coronel Rogelio Flores y el general Aragón Gálvez (…), no se prestaron a la traición, pues quedaron detenidos cuando, primero uno y después el otro, salieron de Casa Presidencial a la Guardia de Honor para indagar respecto de los inusuales movimientos. El nombre del Ministro de la Guerra, general Rodolfo Mendoza, también debe quedar a salvo frente a los tres generales golpistas, José María Orellana, José María Lima y Miguel Larrave. Mendoza pidió a Don Carlos su autorización para bombardear la Guardia de Honor y otros cuarteles sublevados, desde el Fuerte de San José –leal al gobierno- (…) no aceptó la propuesta de Mendoza.

(…) Hasta hoy, un nombre ignorado era el del coronel Fernando Morales, miembro de la Plana Mayor del Estado Mayor Presidencial, quien, como tal, había jurado defender con su vida la del Jefe de Estado. Sin embargo, fue Morales quien, aprovechando su fácil ingreso a Casa Presidencial, y acompañado por una escolta de oficiales y soldados de la Guardia de Honor, llegó (…) muy demudado y nervioso y demostró una gran nerviosidad y temblaba mucho (…) –tal el peso de la traición- ante el íntegro y sereno señor Herrera, a comunicarle que él, Morales, era cómplice de tan indigno acto. Fue hasta cuando ese individuo habló que en Casa Presidencial se percataron del Golpe. Tal era la desinformación de quienes dirigían el Gobierno…”.

El primer acto de los golpistas fue convocar a la Asamblea Legislativa, disuelta tras la caída de Estrada Cabrera, para conocer la renuncia de Herrera, quien se reunió el 8 de diciembre para aceptar de inmediato la renuncia y nombró como Primer Designado al general José María Orellana. Una voz disidente, la del diputado Eugenio Silva Peña dirigente universitario dejó su voto razonado: “… La facción que se apoderó de los destinos del Pueblo en una noche saturada de traiciones, miente al afirmar que todos sus actos se han desarrollado de conformidad con los preceptos de la ley (…) Un cuartelazo no puede justificarse frente a los preceptos de la Carta Fundamental y mejor haría la Dictadura Militar en declararlo así, abiertamente, para no hacer una farsa sangrienta…”.

Consumado el golpe, hubo intentos de rebelión en contra del nuevo régimen y en apoyo a don Carlos Herrera. Del Valle cita levantamientos en el interior del país: en San Pedro Necta (Huehuetenango); San Pedro Pinula (Jalapa); San Vicente Pacaya (Amatitlán); Santa María de Jesús (Sacatepéquez), y una manifestación realizada el 16 de febrero de 1922 cuando varios municipios de Jalapa se unieron para luchar contra el golpe de Orellana, pero fueron reprimidos rápida y eficazmente. Una última intentona ocurrió en Escuintla, con saldo de varios muertos y prisioneros. Pero todos fueron al final intentos aislados.


La semana trágica (I)

La violenta caída del tirano Manuel Estrada Cabrera

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Semana1

El señor presidente Manuel Estrada Cabrera en emisión postal de 1918. Aunque todavía faltaban 2 años para su caída, su régimen empezaba ya a resquebrajarse. (Fuente: http://www.123rf.com/).

Hace 100 años, el 8 de abril de 1920, a la caída de la tarde, un estruendo sacudió la normalmente apacible Ciudad de Guatemala. Las baterías del Fuerte de Matamoros tronaron, bombardeando las goteras de la ciudad al oriente, sede del cuartel Número 3, presuntamente fiel al gobierno provisional de don Carlos Herrera. Al día siguiente, el 9 de abril, las baterías francesas, concentradas en la finca presidencial de La Palma en el suroriente de la ciudad, empezaron también su bombardeo, buscando el centro de la ciudad y la Finca El Zapote, presunto cuartel general de los unionistas. ¿Qué llevó al dictador a tomar la terrible decisión de bombardear una ciudad completamente desprotegida? ¿Qué sucedió después? Las respuestas a estas preguntas constituyen unas de las páginas más hermosas de la historia de nuestro país, y contradictoriamente, de las más desconocidas.

  

 

 

-I-

El inicio de la crisis

 

La caída del dictador Manuel Estrada Cabrera no puede atribuirse a un solo hecho. El derrumbe del régimen que por 22 años había dictado los destinos de Guatemala entre un espeso clima de violencia y sospecha, puede encontrarse en los sucesos naturales acontecidos entre diciembre de 1917 y enero de 1918, cuando una serie de terremotos y sus violentas réplicas sacudieron a la ciudad, dejándola completamente arrasada. Según el arqueólogo y espía norteamericano, Silvanus Morley, el 90% de la ciudad quedó en escombros, y la totalidad de los servicios de agua y electricidad colapsaron, lo mismo que los caminos que comunicaban a la capital con el resto del país. La gente abandonó las ruinas de sus propiedades y se trasladaron a donde pudieron. Los que tenían posibilidades salieron de la ciudad a vivir en sus casas de descanso, en Escuintla, Amatitlán, Antigua Guatemala, o a sus fincas. Los que no tenían otras propiedades a las que marcharse se desperdigaron en campamentos provisionales que se establecieron en espacios abiertos en la arrasada ciudad, sus parques, plazas, atrios de las iglesias o los potreros de las afueras se acondicionaron para que la gente construyera sus “tembloreras”, champas o carpas en donde pasar el mal rato. Incluso los jardines del boulevard 30 de junio fueron transformados en un gran campamento, donado por la Legación de los Estados Unidos.

 

Semana2

Estado en el que quedó la sala de operaciones del Hospital General luego de los terremotos de 1917 y 1918.

Pero las desgracias nunca vienen solas, solían decir las abuelitas, y así el año siguiente, 1919, fue el año de la influenza, que se llevó a no pocas personas, provocando también una aguda crisis de salud, pues los hospitales destruidos unos y desbordados otros no pudieron responder adecuadamente a la epidemia. El gobierno, al parecer, no era capaz de responder con tino y celeridad a las crisis que se venían acumulando. La gente empezó a ver que el régimen hacía agua, que sus funcionarios eran corruptos e incapaces y que el omnipresente Estrada Cabrera se mantenía aislado de la población, escondido tras las alambradas y las cañas del “poste vivo”, que rodeaban a La Palma.

Algunos guatemaltecos se pusieron manos a la obra para encontrar una salida política a este régimen que daba la espalda a los habitantes del país. Así, con ayuda de la Constitución Política de 1879, se funda el Partido Unionista, en diciembre de 1919. Al mes siguiente, el jueves 15 de enero se publicaba en ciudad de Guatemala el primer número del diario El Unionista, con el lema “La palabra de un Hombre Libre vale más que la de siete mil esclavos”. Ese diario publicó en su primera edición, el Acta de Organización del Partido Unionista, que tenía como objetivo: “Dedicar todos nuestros esfuerzos para obtener por medios pacíficos y dentro de la más extricta obediencia a las leyes, el resurgimiento pronto, pero estable, justo y popular de la antigua nación Centroamericana (…) Trabajar, dentro del orden legal, porque el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones que la forma republicana democrática requiere para ser eficaz, sean efectivos y sinceros, así por parte de las autoridades como por la de los ciudadanos, pues de otra manera la Unión será imposible…”

En respuesta a esta iniciativa, el dictador llamó a la capital a los líderes de la Convención Liberal que había promovido su última reelección en 1917, y se fundó un Club nuevo, llamado Juventud Liberal. Este club invitó a la población en general a nombrar delegados de toda la república para participar en un congreso que condenara el Movimiento Unionista, ensalzando la figura del Presidente. Los delegados del interior del país llegaron, pero buscaron la Casa del Pueblo, sede del Partido Unionista, (ubicada en la doce calle entre cuarta y quinta avenidas de la actual zona 1, pared por medio con la Legación estadounidense), para enterarse de lo que estaba pasando. Las grandes marchas de adhesión al presidente no pudieron llevarse a cabo, y en cambio, las ideas unionistas se difundieron por todo el territorio nacional.

El Señor Presidente hizo un último intento por bloquear al Partido Unionista, haciendo que la Asamblea Legislativa declarara que a Estrada Cabrera, en su calidad de Presidente Constitucional de la República, era al único al que correspondía gestionar las actividades relacionadas con la unión centroamericana. Al mismo tiempo, el dictador aumentó la dotación de guardia en La Palma y concentró varias piezas de artillería (francesas de 75mm) con abundante munición, “por si las moscas”.

El clima político en ese enero de 1920 era incierto. Aunque había mucha tensión frente a este presidente parapetado en una finca en las afueras de la ciudad, el optimismo valiente con el que surgió el Movimiento Unionista hizo soñar a muchos. Todos sabían que Estrada Cabrera se había mantenido en el poder gracias a la complacencia de los Estados Unidos, pero de pronto, se dio un cambio de representante diplomático de éste país que agudizó el desconcierto. Con la llegada del nuevo Ministro, Mr. Benton McMillin, crecieron los rumores de que el cambio obedecía al apoyo de Washington al movimiento unionista, mientras que otros lo veían más bien como un espaldarazo de apoyo al dictador. El silencio de McMillin no ayudó a aclarar las cosas, silencio que rompió tan sólo al momento de presentar sus Cartas Credenciales, acto durante el cual dijo que el gobierno de los Estados Unidos se oponía a las medidas revolucionarias, y que no reconocerían un gobierno surgido de un movimiento revolucionario. Un valioso testigo de la época, don Luis Beltranena Sinibaldi explica en su interesante documento “Cómo se produjo la caída de Estrada Cabrera”, afirma que a la llegada del embajador, el Partido Unionista no tenía ningún vínculo con el diplomático. Éste testigo apunta que cuando don Luis Pedro Aguirre logró entrevistarse con el nuevo ministro y sondearlo sobre su posición frente al ideario unionista, éste se limitó a decirle que el Partido Unionista debía esperar la celebración de las nuevas elecciones, y entre tanto, Estrada Cabrera seguiría al frente del gobierno, hasta culminar su período constitucional en 1923.

 

-II-

La destitución del presidente

 

Originalmente, la Asamblea Legislativa celebraba sus sesiones en el edificio de la antigua sede de la Sociedad Económica de Amigos del País, en la 9 avenida, (en donde se levanta actualmente eel Congreso de la República), sin embargo en febrero de 1920, Estrada Cabrera les ordenó trasladarse al edificio de la Academia Militar, fuera del perímetro de la ciudad, por supuesta precariedad del edificio de la Asamblea tras los terremotos. El Presidente buscaba evitar así la presencia de la barra de asistentes a las sesiones, además de tener a los diputados en un ambiente controlado por una guardia militar.

Los diputados obedientemente se trasladaron a las nuevas instalaciones al inicio del boulevard 30 de junio (sede del actual Ministerio de la Defensa), pero el Partido Unionista llamó a una marcha en protesta contra la medida y de solidaridad con los representantes. La masiva manifestación se convocó para el 11 de marzo y recorrió toda la 7 avenida hasta el boulevard 30 de junio en apoyo a la Asamblea. Se calcula que alrededor de 30,000 personas participaron en la manifestación.

 

La manifestación del 11 de marzo avanza frente a la Penitenciaría, en las goteras de la ciudad, rumbo al edificio de la Academia Militar, a donde se había trasladado a los diputados.

La manifestación del 11 de marzo avanza frente a la Penitenciaría, en las goteras de la ciudad, rumbo al edificio de la Academia Militar, a donde se había trasladado a los diputados.

El periodista Carlos Wyld Ospina, reconstruyó en las páginas de su ensayo El Autócrata, los sucesos del 11 de marzo:

“El 11 de marzo del mismo mes y año, un inmenso desfile popular, sin precedente en la historia centroamericana como acto cívico, se desenvuelve por las calles de la capital de Guatemala. Va organizado en secciones: cada una levanta una bandera o estandarte, como los ejércitos. El temor a la muerte imprime su espantosa disciplina al escuadrón de ciudadanos.

La Asamblea se reúne en el edificio de la Academia Militar, por orden del autócrata. Quiere él que los representantes legislen en la vecindad de los cañones para que no olviden que el respeto a la fuerza en su más alto deber. A la sazón se encuentra un numeroso grupo de diputados en el edificio, en espera de la manifestación unionista.

Al discurrir el desfile por el bulevar, los esbirros del terrorismo, confundidos con el público espectador, disparan sus revólveres contra la viviente columna en marcha. Por el momento, más que herir, desean provocar: sin duda tal era la consigna recibida en La Palma. Pero una bala hiere a un ciudadano manifestante, joven y de oficio barbero. Al derrumbarse en tierra aquel hombre (Benjamín Castro), una racha de horror sacude los nervios de la multitud. La columna se rompe y arremolina en pánico. Resuenan más disparos: son descargas hechas por las tropas apostadas tras las vallas de boj del bulevar y los muros de la Academia. Dícese que los oficiales y soldados dispararon hacia lo alto, sintiéndose incapaces de fusilar a sus hermanos civiles. Debió de ser así porque ningún otro manifestante fue herido…”.

 

Continúa el relato de Wyld Ospina:

“…Pasado el primer momento de confusión, la masa humana se sobrepone al terror de la salvaje acometida. Hay escenas patéticas y un gran acto de heroísmo popular. Los compañeros han alzado en brazos al herido, como una bandera santa. Un hombre grita la consigna, dominando el tumulto: ¡Adelante, nadie se detenga, nadie conteste con la fuerza, adelante! (…) La muchedumbre comprende entonces que la salvación está en permanecer unida y pacífica ante el peligro. Para esto le basta con recurrir a su instinto (…) Es el pavor disciplinado.

(…) Al grito de ¡Adelante! Se ha reanudado el desfile. Nadie osa ya detenerlo. Frente a la Academia Militar, un grupo de diputados, con su presidente a la cabeza avanza hacia las puertas para recibir el homenaje popular, pero los centinelas cruzan los fusiles impidiendo el paso a los representantes de la ley. Entonces el licenciado José A. Beteta, uno de los cabecillas políticos de la Asamblea, tiene el gesto oportuno y magnífico de un girondino:

-¡Alto!- grita al oficial que manda la guardia- Las armas nacionales no están en vuestras manos para atacar a la representación del pueblo sino para rendirle honores. ¡Capitán: mande presentar las armas!

Y el capitán obedeció.”

 

En La Palma estaban acantonados en esos momentos alrededor de 800 soldados momostecos, conocidos por su disciplina y capacidad militar, puestos al mando del general José María Letona, diputado de la Asamblea, Subsecretario de la Guerra y hombre incondicional del régimen. La tropa en medio de la tensión que venía acumulando, mal comida y mal tratada, empezó a desertar. Al enterarse, el dictador llamó al general Letona y frente a otros oficiales lo insultó y lo golpeó con la cacha de su revólver, acusándolo de cobarde y negligente. Letona abandonó La Palma y se refugió temporalmente en la Legación de Inglaterra (13 calle y 9 avenida). En respuesta, Estrada Cabrera dispuso cambios inmediatos en su gabinete, integrando al entonces coronel Jorge Ubico y al general José María Orellana.

Entre tanto, ante la masiva manifestación popular, la Asamblea decidió regresar a su sede en el centro de la ciudad, desobedeciendo al dictador. Esta medida de abierto desafío, fue interpretada por la gente como un síntoma de la inminente caída del Estrada Cabrera.

La noche del 7 de abril, los liberales que habían apoyado al dictador se dieron cuenta de que la situación era insostenible. Liderados por un conocido colaborador del régimen, Adrián Vidaurre, llamaron a representantes del Partido Unionista y decidieron pactar. A cambio de la suma de votos para deshacerse del dictador, pidieron poner en la presidencia provisional a un hombre de confianza y varias carteras del gabinete. Esa noche dispusieron que a la mañana siguiente, a primera hora, se reuniera la Asamblea Legislativa a tratar el tema del futuro político del país.

 

Maravillosa fotografía de la mañana del 8 de abril de 1920, completamente tomada por la población, en espera de lo que decida la Asamblea Legislativa sobre el futuro del dictador atrincherado en La Palma.

Maravillosa fotografía de la mañana del 8 de abril de 1920, completamente tomada por la población, en espera de lo que decida la Asamblea Legislativa sobre el futuro del dictador atrincherado en La Palma.

El 8 de abril de 1920, amaneció con el edificio de la Asamblea Legislativa completamente abarrotado. Desbordado de gente, ocuparon los techos vecinos y calles circundantes. Algunos diputados se escondían en sus casas para no presentarse a la sesión, así que la gente organizó piquetes de ciudadanos que fueron a sus residencias y los llevaron obligados, algunos incluso, cargados. A las 8 de la mañana se abrió la sesión, procediéndose a la lectura del minucioso relato del incidente del general Letona, terminando con la solicitud del licenciado Rafael Piñol y Batres de que el presidente fuera retirado del cargo, pues su actitud errática o desorden mental comprometía los intereses de la República. En la solicitud se establecía que al Señor Presidente se le ofrecían todas las garantías necesarias para su persona y familia para salir del país, en busca de una cura en el extranjero. Horas después, a eso de las 11 de la mañana, se terminó la sesión, separando a don Manuel Estrada Cabrera del cargo y nombrando al Primer Designado, don Carlos Herrera como encargado de la presidencia interinamente. Cuando se supo el resultado de la sesión, la ciudad entera atronó con dobles de campanas y sirenas de las locomotoras del ferrocarril.

Histórica fotografía del 8 de abril de 1920, cuando el ya presidente provisional Carlos Herrera abandona la sede de la Asamblea Legislativa.

Histórica fotografía del 8 de abril de 1920, cuando el ya presidente provisional Carlos Herrera abandona la sede de la Asamblea Legislativa.


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